Filipinas combates contra holandeses 1646

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Cinco combates con holandeses en 1646 (La Naval de Manila)



Filipinas soportó durante muchos años los ataques de piratas y corsarios, resueltos con mayor o menor fortuna. Lo que ocurrió el año 1646 fue inaudito en la historia filipina. Dos galeones vencieron en cinco combates a varias escuadras holandesas. Un hecho que es muy poco conocido en España, festejado hasta la actualidad en Manila, e ignorado por los holandeses.

Al poco de hacerse cargo del gobierno de Filipinas, el gobernador don Diego Fajardo Chacón (1644-1653) tuvo que hacer frente a varios conflictos con los sultanes nativos. La situación de Filipinas en 1644 era desesperante, el comercio estaba debilitado, el situado de Nueva España faltaba desde hacía dos años, las tropas estaban casi en cuadro, las unidades navales eran escasas por los naufragios y la construcción de nuevos galeones estaba paralizada por la falta de pertrechos. Un año después, la situación no había mejorado y para colmo de males, Manila sufrió un gran terremoto el 30 de noviembre de 1645 y la réplica del 5 de diciembre que causó casi mil víctimas.

Reunidos en su base de Batavia, actual Yakarta, los representantes de la VOC holandesa planean un golpe decisivo en las Filipinas. Al mando del almirante Maarten Gerritsz Vries (Fries) destinan 18 buques de guerra a la campaña, divididos en tres escuadrones. El primer escuadrón estaba formado por 4 galeones y un patache y tenía por destino Ilocos y Pangasinan, con la misión de capturar a los buques chinos destinados a Manila. El segundo escuadrón estaba formado por 5 galeones (el insignia de 46 cañones y 4 de 30 cañones) y dos brulotes. Su destino era el embocadero del estrecho de San Bernardino para capturar el Galeón de Manila. El tercer escuadrón era de 6 galeones, su insignia de 45 cañones y el resto de más de 25 cañones. Su misión era cortar las comunicaciones navales españolas con Terrenate y Macasar. Pasada la época de los monzones, los tres escuadrones debían converger en la bahía de Manila para atacar la ciudad.

El 1 de febrero de 1646 llega a Manila la alarmante noticia de la llegada de una escuadra holandesa a la costa de Ilocos. Los holandeses trataron de convencer a los nativos prometiendo independencia y librarles de impuestos. Al negarse, los holandeses saquearon las poblaciones, teniendo que embarcar en su escuadra con la llegada de tropas españolas. El gobernador Fajardo, conocedor de las intenciones del enemigo, llamó a consejo de guerra para determinar las acciones de defensa que se debían tomar. Sólo se dispone para la defensa de dos galeones, la capitana Nuestra Señora de la Encarnación y la almiranta Nuestra Señora del Rosario, llegados a Cavite desde Nueva España en julio de 1645. Armados con 34 y 30 cañones, son puestos al mando de don Lorenzo Ugalde de Orellana (aparece en varios documentos como Lorenzo Orella y Ugalde), y su segundo al mando el almirante don Sebastián López, embarcado en el Rosario. Se embarcaron cuatro compañías de infantería, dos en cada galeón, mandadas por los capitanes Juan Enríquez de Miranda y Gaspar Cardoso en la capitana, Juan Martínez Capelo y Gabriel Miño de Guzmán en la almiranta.


Primer combate (Cabo Bolinao)


El 3 de marzo zarpan de Cavite los dos galeones españoles. Al llegar a la isla Mariveles y no encontrar a la escuadra enemiga, a pesar de varios informes que situaban allí a la escuadra holandesa, puso rumbo al norte, donde el 15 de marzo la encontró en la costa de Pangasinan, concretamente en la isla Bolinao, situada en el extremo oeste del golfo de Lingayen.

A las nueve de la mañana navegaba la nave almiranta en cabeza con viento noroeste y a media legua de distancia de la capitana, cuando lanzó dos cañonazos como indicativo de haber descubierto la escuadra enemiga. El combate comenzó a las tres de la tarde del 15 de marzo. La almiranta española se había puesto a popa de la capitana. La escuadra holandesa formó en línea y, sin pretender lanzar una andanada, pasó a babor de la capitana española, disparando un cañonazo el buque insignia holandés. La respuesta del galeón Encarnación fue de dos disparos, destrozando el tajamar de proa del buque insignia enemigo, continuando la marcha.

Los holandeses concentraron sus disparos sobre el galeón Rosario, que era de menor desplazamiento y creían peor armado, pero respondió con varias andanadas. Mientras tanto, la capitana española pudo disparar con más libertad contra los cuatro buques enemigos. Tras unas cinco horas de combate, los buques holandeses se retiraron amparados en la oscuridad y con los faroles apagados.

Los dos galeones españoles los persiguieron hasta el cabo Bojador, en el extremo norte de la isla de Luzón. Al amanecer del día siguiente no había rastro de la escuadra holandesa, y el general Ugalde ordena regresar a la isla Bolinao para reparar los daños del combate y enviar despachos para informar al gobernador. Los dos galeones tenían sólo daños menores y las bajas eran de varios hombres heridos.


Asedio de Ticao


Ugalde recibe instrucciones del gobernador Fajardo. Poner rumbo al embocadero de San Bernardino para proteger la llegada de Acapulco del galeón San Luis, que se esperaba para el mes de julio, encontrarlo y escoltarlo hasta la bahía de Manila. Los dos galeones de Ugalde, tras soportar calmas y vientos contrarios, llegaron al puerto de San Jacinto, en la isla de Ticao, el 1º de junio de 1646. Allí apostados podían observar la llegada del galeón en su entrada por el embocadero.

A mediados del mes de abril de 1646 entró en el archipiélago filipino el segundo escuadrón holandés, poniendo rumbo a la isla Jolo, en el actual archipiélago de Sulu, donde la guarnición española había abandonado el lugar por orden del gobernador Fajardo. La escuadra holandesa puso rumbo a la península de Zamboanga, en el extremo suroeste de la isla Mindanao. Consiguen capturar a dos de los cinco buques que los españoles tenían dispuestos para ser enviados a Ternate (Terrenate), en las Molucas. Al ser rechazados en su ataque frontal a la fortaleza de Zamboanga, los holandeses desembarcan en la ensenada de Caldera para atacar la fortaleza por tierra, por su flanco derecho. El capitán don Pedro Durán de Monforte, con 30 soldados españoles y dos compañías de tropas indígenas, causan casi cien bajas al enemigo y los obliga a reembarcar. La escuadra esperó varios días la llegada de las tres naves que habían escapado.

Cumpliendo las órdenes, levó anclas y puso rumbo al estrecho de San Bernardino. El 22 de junio fueron vistos acercándose a la isla de Ticado los siete buques de guerra holandeses y 16 lanchas. Al día siguiente descubren a los dos galeones españoles en el puerto de San Jacinto comenzando un bloqueo naval para impedir que escaparan los dos galeones. Después de un consejo de guerra, Ugalde y sus oficiales deciden no entablar combate con un enemigo muy superior. El galeón de Acapulco no había llegado y los dos galeones españoles tenían que encontrarse en las mejores condiciones para protegerlo.

Dos buques de la escuadra holandesa lanzaron un cañonazo como inicio del ataque a los españoles, respondido con dos de éstos, pero no salieron del puerto. Al día siguiente los siete buques y 16 lanchas enemigas fondearon a la entrada del puerto de forma que los españoles no pudieran escapar. En uno de los extremos de su línea los holandeses podían formar una cabeza de playa para atacar a los españoles por la espalda. Los españoles se dieron cuenta del peligro y desembarcaron 150 soldados al mando del sargento mayor don Agustín de Cepeda, que auxiliado por el capitán don Gaspar Cardoso y algunos cañones se prepararon para rechazar al enemigo. A las 10 horas de noche llegaron cuatro lanchas con tropas para reconocer el puerto. Los españoles permitieron que se acercaran y desembarcaran, momento en que las tropas al mando de Cepeda realizaron una descarga de fusilería que diezmó a los atacantes, obligándoles a reembarcar.

En los días siguientes, las lanchas realizaron ataques contra los dos galeones, y siempre son rechazadas. Pasó más de un mes sin que los holandeses consiguieran, no ya una victoria, sino disminuir la defensa española. Un día vieron acercarse a cuatro hombres nadando desde los buques holandeses. Eran cuatro prisioneros que se habían escapado. Recogidos por las lanchas, informaron al general Ugalde de muchos detalles de la escuadra holandesa y de sus planes. La información más importante fue la existencia de otra escuadra holandesa y sus planes de converger en Manila para su conquista.

Era el 24 de julio cuando el comandante holandés decide abandonar el asedio del puerto de San Jacinto y poner rumbo a Manila. Creyendo que el Galeón de Manila había recalado en alguno de los puertos cercanos al embocadero, el general español ordena hacerse a la vela al amanecer del 25 de julio y enfrentarse a la escuadra holandesa. En realidad el galeón San Luis, que había salido de Acapulco el 2 de abril de 1646, llegó a la altura del embocadero y recaló en el puerto de Cahayán tras haber perdido parte de la arboladura en los temporales que encontró. Arrastrado por las corrientes chocó contra las rocas y se hundió. Antes de su naufragio se habían desembarcado los caudales, la tripulación y parte de la carga. Posteriormente se recuperaron los cañones y pertrechos.


Segundo combate (Marinduque)


Cuando la escuadra española zarpa del puerto de San Jacinto, al amanecer del 25 de julio, la escuadra holandesa había abandonado el asedio del puerto y puesto rumbo a la bahía de Manila. Ugalde conocía los planes del holandés de atacar Manila y sabía que la plaza se encontraba indefensa, sin buques de guerra y falta de cañones, ya que varios de los cañones de la plaza se habían embarcado en su escuadra. No tenía otra opción que perseguir a la escuadra holandesa, forzar la vela y alcanzar al enemigo.

En 28 de julio avistaron a dos buques de la escuadra holandesa, continuando la aproximación durante el resto del día y la noche. Al amanecer del 29 de julio ya se encontraban a la vista los siete buques de guerra holandeses navegando juntos, y venían desde barlovento al encuentro con los españoles. Las dos escuadras se encontraban en el mar de Sibuyan, al sur de la isla de Marinduque, entre ésta y la isla Banton. Al mediodía, la escuadra holandesa viró en redondo. Ugalde, cansado del juego del enemigo, realizó varios disparos a las cinco de la tarde para provocar el combate. Durante varias horas, los holandeses no respondieron a las provocaciones, esperando la llegada de la oscuridad al tener planeado el almirante holandés Maerten Gerritsz van Vries lanzar sus buques más pequeños como brulotes y así destruir a los dos galeones, pero, por suerte para los españoles, cuando empezó a oscurecer la mar estaba en calma y la luna brillaba.

Los holandeses esperaron a la caída del sol para comenzar el combate, y poniendo dirección este cayeron los siete galeones y rodearon a la capitana Nuestra Señora de la Encarnación. El intercambio de disparos comenzó violentamente entre los siete holandeses y el galeón español, al que disparaban por todos los lados. En una situación parecida cualquier buque hubiera sido rendido, abordado o hundido, pero no sería este el caso. Hubo un momento de grave peligro cuando la capitana se acercó a los dos holandeses en situación más comprometida y se acercó demasiado a la almiranta holandesa, que aprovechó el momento para lanzar cuerdas y garfios con intención de abordar a la capitana. Ante la seguridad de que se hubieran unido al abordaje otros galeones, el peligro de captura era grande, pero varios soldados españoles y filipinos se lanzaron a cortar las cuerdas, liberando las dos naves.

Mientras tanto, el galeón Nuestra Señora del Rosario, que se encontraba fuera de la melé del combate, disparaba libremente contra los galeones holandeses, que tenían centrada su atención en capturar o hundir la capitana, causando muchos daños en los cascos y arboladura del enemigo. Nuevos peligros llegaron para la capitana española al enviar los holandeses un brulote para incendiarla. Una andanada detrás de otra lanzó la capitana contra el brulote desde la banda de estribor, hasta que el brulote se acercó a la popa del galeón. El comandante ordena disparar con los cañones cazadores de popa, alcanzando de lleno al brulote en varias ocasiones. El desviado brulote se acercó a la almiranta española que le disparó tan acertadamente que finalmente se hundió en medio de fuertes explosiones.

A bordo de la almiranta llegó una lancha de la capitana, que cargada con soldados y marineros había lanzado al agua para atacar al brulote. La lancha recogió del agua un tripulante del brulote, que informó los planes de su comandante de lanzar otro brulote. Ya estaba amaneciendo cuando cesaron los combates y el desigual combate finalizó. Hasta ese momento la capitana tenía a bordo varios heridos pero ningún muerto, y la almiranta tenía a bordo cinco muertos y varios heridos.


Tercer combate (Mindoro)


Perseguidos los buques holandeses por los dos galeones, son alcanzados el 31 de julio, entre la isla Mindoro y la isla Maestre de Campo, también llamada actualmente como Sibale. La escuadra española navegaba con viento norte y se encontraba a barlovento del enemigo. Comenzó el nuevo combate a las dos de la tarde entre los dos galeones españoles y seis holandeses. Los holandeses se centraron a la almiranta española, siendo rechazados por el apoyo de la capitana.

El buque insignia holandés intentó ponerse al costado de la capitana española, retirándose al poco tiempo, al encontrarse en mal estado para soportar un duro cañoneo y tuvieron que poner a trabajar a muchos hombres en las bombas de achique de agua. En tan mala situación se encontraba que izó señales se estar en peligro de hundirse. Los españoles, que conocían las señales del enemigo por el holandés rescatado del agua en el combate anterior, redoblaron sus esfuerzos contra al galeón holandés.

Hasta ese momento, los holandeses habían combatido a la defensiva, pero intentaron destruir a los españoles enviando otro brulote. Estaba armado con 30 cañones y se encontraba con las velas destrozadas, teniendo que ser remolcado por lanchas y escoltado por dos galeones holandeses. Desde la banda de estribor, por donde venía el brulote, comenzaron a disparar los cañones contra el buque y las tropas contra los marineros del brulote, con tan buena fortuna o puntería que el brulote se hundió.

Desesperados por no poder derrotar a los españoles y muy maltratados, abandonaron el lugar del combate poniendo rumbo a la costa. En la almiranta española hubo otros 8 muertos y varios heridos. Perseguidos por los dos galeones, desaparecieron de la vista al llegar la noche y apagar sus faroles. El gobernador de Filipinas, enterado de las victorias de los galeones españoles, ordena al general Ugalde regresar a Cavite. El general abandonó la búsqueda de la escuadra enemiga y puso rumbo al norte, llegando a Cavite el 31 de agosto. Las tripulaciones desembarcaron para un merecido descanso tras seis meses navegando y los dos galeones fueron debidamente reparados.

En escritos posteriores a estos combates el comandante holandés Vries afirmó que los galeones españoles estaban mejor construidos y armados. Se justificó afirmando que su escuadra navegó durante cinco meses sin descanso, careciendo de suficientes municiones, pólvora y, sobre todo, de víveres frescos. Olvida este comandante que los dos galeones españoles estuvieron navegando y combatiendo los mismos meses que los holandeses, aunque los españoles pudieron reponer agua y víveres mientras estuvieron fondeados en Bolinao y San Jacinto. Otros escritos son mucho más benévolos con los holandeses, como Ferdinand Blumetritt, que afirma que los españoles perdieron el combate al huir a Cavite y se libraron de la destrucción al no ser perseguidos por los holandeses.


Cuarto combate (Cabo Calavite)


El 1º de septiembre de 1646 zarpa de Cavite el galeón San Diego cargado de mercancías rumbo a Acapulco. Había sido botado y alistado ese mismo año para realizar la ruta a Nueva España. El gobernador don Diego Fajardo, creyendo que los holandeses habían desistido en sus intentos de atacar las defensas españolas del archipiélago, ordenó que el galeón zarpara sin escolta. Aunque así lo hubiera dispuesto, los galeones Encarnación y Rosario se encontraban en reparaciones.

El tercer escuadrón holandés, que desconocía lo ocurrido en los combates anteriores, ya había puesto rumbo a la bahía de Manila para unirse a los otros dos escuadrones. Habiendo pasado el galeón San Diego la costa de Mariveles, cerca del islote llamado Fortuna, en la costa de Nasugbu, descubre a tres de los seis galeones holandeses. El general don Cristóbal Martínez de Valenzuela, comandante del galeón, sacó a cubierta cinco de sus pequeños cañones y comenzó a disparar contra el primer holandés que le daba caza, a la que se unieron el resto de buques enemigos al ver que no era un buque de guerra. El galeón español consigue escapar de la persecución con rumbo norte y entrar de nuevo en la bahía de Manila, arribando a Cavite, donde informó al gobernador Fajardo.

El gobernador mandó al sargento mayor don Manuel Estacio de Venegas desplazarse a Cavite para aprestar la escuadra española y combatir a la holandesa. En una semana se encontraban listos para zarpar los galeones Encarnación, Rosario y San Diego, los tres armados en guerra. Los nuevos mandos correspondían en esta ocasión a don Sebastián López, general de la escuadra, a bordo de la capitana, el sargento mayor don Agustín de Cepeda es el nuevo almirante y el nuevo sargento mayor de la escuadra era el capitán don Francisco Rojo. Por cabos de las compañías de infantería se nombraron a los capitanes don Salvador Pérez y don Felipe Camino, embarcados en la capitana, y los capitanes don Juan de Mora y Francisco Pérez Inoso en la almiranta. La escuadra fue aumentada con una galera, armada con un cañón de 35 libras por bala y varios culebrinas, puesta al mando del almirante don Francisco de Esteibar, y cuatro bergantines, armada cada una con un cañón a proa, mandadas por los capitanes don Juan de Valderrama, don Juan Martínez Capelo, don Gabriel Miño de Guazmás y don Francisco Vargas Machuca.

La escuadra se hizo a la vela el 15 de septiembre y al día siguiente se encontraba frente a Nasugbu, donde no encontró a la escuadra enemiga. Navegando con rumbo sur descubrió a la vista de punta Calavite, en el extremo noroeste de la isla Mindoro, a la escuadra holandesa, navegando entre las islas Ambil y Lubang.

El combate entre las dos escuadras comenzó a las cuatro de la tarde del 16 de septiembre. Los disparos se realizaron a gran distancia y el viento contrario impedía a los españoles acercarse. Una hora después de comenzado el combate, unas corrientes acercaron a la almiranta Rosario en medio de la escuadra holandesa, mientras que el resto de buques españoles tuvo dificultades para acercarse y socorrer a la almiranta, que luchó durante casi cuatro horas con tres galeones holandeses que la rodeaban.

En el momento más álgido de la batalla, con pérdida de vidas y muchos daños en casco, jarcia y velas, el almirante don Agustín de Cepeda ordena cesar el fuego. Los tres comandantes holandeses, creyendo el cese del fuego como una debilidad, acercaron sus buques para abordar y rendir el galeón confiados en su captura. Cuando se encontraban a tiro de pistola Cepeda ordenó lanzar andanadas por las dos bandas, causando tantos daños al enemigo que se retiraron del combate a las dos de la madrugada.

Al amanecer del 17 de septiembre la capitana Encarnación se acercó a los buques holandeses y realizó varios disparos para continuar el combate. Los holandeses se refugiaron entre los bancos de arena del cabo Calavite, donde los galeones españoles no podían acercarse. El general don Sebastián López ordenó seguir dando escolta al galeón San Diego. Al ser galeón de nueva construcción y no haber realizado las pruebas de mar suficientes, pronto se demostró que navegaba mal y era muy arriesgado que en época tan avanzada y con vientos contrarios cruzara el océano Pacífico. El general López mandó regresar a la bahía de Manila, fondeando el San Diego en la costa de Mariveles, mientras se informaba al gobernador Fajardo para que decidiera lo que se debía hacer.


Quinto combate (Corregidor)


El 3 de octubre de 1646 se encontraba fondeado en Mariveles el galeón San Diego, la galera y los cuatro bergantines, la capitana Encarnación a la entrada a la bahía, mientras que la almiranta Rosario se encontraba muy a sotavento a causa de las fuertes corrientes, a unas dos o tres leguas.

Al día siguiente llegaron tres galeones holandeses, armados con 45, 32 y 30 cañones. Al ver que los tres galeones españoles se encontraban separados, llegaron decididos al ataque. El general don Sebastián López decide seguir fondeado al ancla al temer ser arrastrado por las corrientes como le ocurrió a la almiranta y, si esto sucedía, dejaba paso libre a los holandeses para dirigirse al San Diego y capturarlo.

Al quedarse en su puesto se vio atacado por los tres buques enemigos. El general López tuvo la previsión de recoger las anclas en el momento oportuno y quedarse anclado con un cable a una boya, que le daba libertad de movimientos. Fue el momento en que estaba en peligro de ser abordado por los enemigos, cuando López ordena izar las velas y descargar varias andanadas contra el enemigo.

Este combate ya duraba unas cuatro horas cuando los holandeses empiezan a huir, con la mala suerte de cesar el viento. La galera, al mando de Esteybar, se había acercado a los buques enemigos con la fuerza de sus remos y les disparó a placer al encontrarse inmovilizados. La nave capitana holandesa estaba a punto de hundirse cuando regresó el viento. La capitana y la galera emprendieron la caza hasta la llegada de la noche, desapareciendo la escuadra holandesa al navegar con los faroles apagados. La capitana tuvo cuatro tripulantes muertos y varios heridos y ninguna víctima mortal en la galera.

Un consejo eclesiástico declaró milagrosas las cinco victorias españolas del año 1646. Desde abril de 1662 se celebra en Manila, cada segundo domingo de octubre, la festividad de La Naval de Manila en homenaje a los soldados que vencieron a los enemigos con la intercesión de la Virgen Nuestra Señora del Rosario.

Milagrosas o no, estas victorias de debieron a decisiones acertadas y equivocadas de uno y otro bando. Los holandeses cometieron errores graves. Uno de ellos fue dividir su fuerza en tres escuadrones, en ver de concentrar su fuerza en un punto, donde su victoria sería casi segura. Otro error holandés fue en el asedio de los galeones en la isla de Ticao. Era el momento oportuno de lanzar los brulotes, donde los galeones no tenían libertad de maniobra y hubieran sido destruidos. En vez de ese lanzaron los brulotes en alta mar, donde fueron destruidos con relativa facilidad.

Bibliografía:

A.G.I. Indiferente General, 120, N. 43. Relación de méritos y servicios de Lorendo de Orella y Ugalde. Manila, 19 de diciembre de 1663.

A.G.I. Indiferente General, 121, N. 89. Relación de méritos y servicios de Agustín Cepeda. Manila, 10 de marzo de 1667.

Blumentritt, Ferdinand.: Ataque de los holandeses en los siglos XVI, XVII y XVIII; bosquejo histórico. Traducido del alemán por Enrique Ruppert. Imprenta Fortanet. Madrid, 1882.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Tomo IV. Museo Naval. Madrid, 1973.

Pérez Rosales, Laura, Der Sluis, Arjen van.: Memorias e historias compartidas. Intercambios culturales, relaciones comerciales y diplomáticas entre México y los Países Bajos, siglos XVI-XX. Universidad Iberoamericana. México, 2008.

Blair, Emma Helen; Robertson, James Alexander (Editores).: The Philippine Island, 1493-1898. Volumen 35 (1640-1649). Arthur H. Clark Company. Cleveland. Ohio, 1906. En este volumen recogen los escritos de Fray Joseph Fayol “Asuntos de Filipinas, 1644-1647”. Manila, 1647.

Compilada por Santiago Gómez.

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