Mar del Sur Domingo Boenechea 1767-1775

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1767 - 1775 Expedición al Mar de Sur de don Domingo Boenechea



Al poco tiempo se le otorgó el mando de la fragata a Santa María Magdalena alias Águila, del porte de 26 cañones, con ella zarpó de Ferrol en enero de 1767 con rumbo al recién creado Apostadero de Montevideo, donde se encontraban de descanso de dotaciones después del doblar el cabo de Hornos procedentes de El Callao las fragatas Esmeralda, Liebre y Venus.

Permaneció el plazo previsto en estos destinos que consistían en los tres años de rigor, al cumplirlo se le dio la orden de doblar el cabo de Hornos y arrumbar al puerto de Lima de Perú, el Callao, por ello a comienzos de 1771 aprovechando el verano antártico zarpó para arribar a las aguas del virreinato del Perú, alcanzando así los mares del Sur, de donde volvió a zarpar con rumbo al Callao con la misma fragata de su mando.

Comenzando a realizar cruceros de guardacostas, en una de sus arribadas el Virrey del Perú el teniente general del Ejército don Manuel Amat y Junient, fue informado por pescadores de la presencia de británicos en la que ellos llamaban isla del Rey Jorge y los indígenas de Otaihiti, [1] y ya en aquella zona acercarse a la de San Carlos, para buscar en ella un terreno donde establecer un Establecimiento, para comenzar a realizar intercambios comerciales con los nativos e intentar cristianizarlos, para ello le acompañarían en el viaje dos padres misioneros, intentando transportar a unos indígenas al virreinato para que conocieran de cerca el poder de España y sus riquezas, así una vez devueltos ellos hicieran de pregoneros de los bienes terrenales y de la iglesia Católica a los que podían acceder.

Pero no se sabía con exactitud donde se encontraba la dicha isla, a su fragata la Santa María Magdalena, más conocida por su alías de Águila, por ser en sí un viaje de exploración lo que sí se hizo fue añadirle varios botes y una lancha para facilitar a los marinos poderse acercar a costas inhóspitas o de difícil acceso desde la mar, por el gran calado de la fragata para esas misiones. Ya todo en orden, zarpó del puerto del Callao la expedición el 26 de septiembre de 1772. Poniendo rumbo en principio a la que los británicos decían existía.

El 28 de octubre encontraron una isla sin alturas y llena de palmerales, fue situada en latitud 17º 20’ Sur y en longitud desde la isla de Tenerife a 240º 28’. Lanzaron el bote al mando del teniente de fragata don Tomás Gayangos, quien se puso a navegar derecho a un arenal, en el que vieron gente desnuda pero en actitud hostil, no pudiendo verificar nada más por impedirlo una defensa submarina natural, como era una barra de coral que a punto estuvo de enviar el bote al fondo, razón por la que tuvieron que regresar a la fragata.

Se calculó tenía una extensión dirección N. á S., de unas tres millas y en dirección E. á O., de unas cuatro y a una distancia del Callao de mil ciento cuarenta y cinco leguas, a pesar de todo fue bautizada con el nombre de San Simón y San Judas, siendo su nombre nativo el de Tauere, en el archipiélago de Tuamotu.

Levaron anclas y prosiguieron, arribando el 31 a otra isla, situada en latitud 17º 25’ S., y 248º 40’ de longitud Tenerife. Tenía dirección SE., á NO., entorno a seis millas y media y en dirección NE. á SO., otras tres y media, calculando unas dieciséis de perímetro y en demora con la anterior E-O. 3º y a treinta y siete leguas de distancia, así como a mil ciento ochenta y dos del Callao, bautizándola con el nombre de San Quintín aunque era conocida por los nativos como Haraiki.

Vieron habitantes que al igual que la anterior iban desnudos y no pudieron desembarcar por la misma razón, pues parecía que todas aquellas islas estaban protegidas por la mano de Dios.

Volvieron a ponerse en franquicia y continuaron su rumbo, se encontraron con otra que no daba opción a desembarcar por las altas costas, siendo situada en 17º 55’ de latitud S., y 236º 55’ en longitud de Tenerife, sí pudieron distinguir al poderse acercar más estaba al parecer mucho más poblada que las anteriores, se calculó su bojeo en veinte millas situada SE., a NO. 9º y SO., a NE. y en demora E., a O. 17º 30’ con la de San Quintín a treinta y dos leguas de distancia de ella y a mil doscientas catorce del Callao, siendo bautizada con el nombre de Todos Santos, pero su nombre nativo era el de Anaa.

Prosiguieron el viaje de descubrimiento, llegando a otra situada en 17º 50’ y 234º 35’ de Tenerife, ésta es de tierra alta, pero los habitantes que se divisaron iban vestidos de blanco y los que pudieron tratar eran muy amigables, la isla de N., á S., tenía una y un tercio de milla y de E., a O., una, con una costa de cuatro y media, situada al O., con demora de 3º N., y a cuarenta y tres leguas de Todos Santos, y á mil doscientas cincuenta y siete del Callo, su nombre nativo era Omaito, o Meetía, pero fue bautizada como Cerro de San Cristóbal.

Levaron anclas y continuaron viaje, arribando a la que se buscaba Otahiti, situada a 17º 29’ latitud S. y a 233º 32’ de longitud de Tenerife, en dirección NNO., á SSO., con nueve leguas de distancia y en dirección ONO., á ESE trece y media, lo que les dio un perímetro de cuarenta y tres, situada a dieciséis del Cerro de San Cristóbal y a mil doscientas setenta y cuatro del Callao. Sus gentes a pesar de haber ocurrido algún tropiezo, en su gran mayoría eran muy amigables y a pesar de estar más tiempo que en las anteriores no surgieron diferencias.

Primero la fragata buscó una ensenada donde poder fondear, pero se lanzaba el escandallo y no daban fondo, lo que les hizo confiarse, ya que de pronto y terminado de sacar el escandallo rozaron con algo, volviéndolo a lanzar inmediatamente y dando sólo cuatro brazas de fondo, sufriendo un fuerte golpe al instante desde el portalón de popa de la fragata que recorrió toda la quilla hasta golpear en la roda y por último en el timón, dando la orden de orzar para poder salir de allí, consiguiéndolo sin volver a darse ningún otro golpe.

Una vez en franquicia pero sin fiarse de nada ni de nadie, pues desde cuatro puntos de la fragata se seguían lanzando el escandallo, hasta dar no muy lejos de donde se había recibido el golpe con una zona de veintisiete brazas de fondo, allí (se fondeó en cuatro) lanzaron cuatro anclas cada una en una dirección opuesta formando sus puntos una gran cruz, quedando aproada al SE. Por lo que el buque quedó casi inmóvil; al puerto se le llamaba Tabalabu ó Tayarabu y en la quietud de sus aguas los buzos comenzaron a trabajar, verificando que los daños no eran importantes y se podía reparar perfectamente para regresar al Callao, comenzando inmediatamente a trabajar para dejarla lista lo antes posible.

Mientras ordenó Boenechea se prepara la lancha para levantar el plano de la isla, para ello se cargaron víveres y agua para ocho días, el mando se entregó al teniente de fragata don Tomás Gayangos a quien acompañaban el 2º piloto Ramón Rosales y el fraile franciscano José Amich, más unos hombres con armas, se separaron el 5 de diciembre, cumplieron su misión sin encontrar ninguna oposición, regresando el 11 al buque.

Por el plano se supo que en su parte central con dos leguas de anchura, quedaban unidas a forma de dos penínsulas, éstas mucho más anchas y largas por lo que entre ellas se formaban dos hermosas ensenadas, con la mar en calma y muy seguras, además de contar con varias abras más pequeñas, cumpliendo ampliamente su misión como fondeadero para realizar escalas, sobre todo por la seguridad de los buques al no existir corriente alguna. Y como protección a sus entradas cuenta con un arrecife de rocas, alejado de la propia costa entre tres y seis cables, con ello se consigue en su interior que la mar esté totalmente calmada; la marea sólo varía entre una á una y media brazas y lo único peor es el fondo, al ser de piedra por efecto del rozamiento los cables de las anclas si se está mucho tiempo se deshacen o zafan. Sólo se pudo hacer con exactitud el portulano de una de las ensenadas, siendo lógicamente en la que fondeó la fragata, del resto lo que buenamente se pudo hacer con la lancha.

Confirmada la existencia de la isla y aparentemente en condiciones de aceptar a los españoles, se le bautizó con el nombre de Amat en reconocimiento al Virrey del Perú, levaron anclas el 20 de diciembre, con rumbo al Callao, el 21 y 22 estuvieron reconociendo una nueva isla, situándola en 17º 26’ Sur y 233º de Tenerife, con seis millas en dirección N., a S., y siete de E., a O., con un círculo de unas veintiuna millas, a una distancia de la de Otahiti de tres a cuatro leguas por su O.

Toda ella con la misma defensa natural que las primeras por rodearlas un fondo coralífero, que la hacía temible de intentar traspasar o acercarse a su costa, destacaba en su zona O. un alto pico en forma piramidal que la distinguía de lejos, supieron que se le llamaba por los habitantes Moorea, pero se le bautizó como Santo Domingo, sus nativos tenían las mismas formas y vestiduras que los de Otahiti, indicando que por la proximidad se conocían y compartían formas y comercio.

Después de todos estos trabajos levaron anclas y se pusieron a rumbo, en la octava singladura cruzaron el Trópico y en la vigésimo quinta, se encontraban en 38º de latitud S., y 218º 30’ de longitud de Tenerife, arribando felizmente a Valparaíso el 21 de febrero de 1773.

Pasó muy poco tiempo hasta que de nuevo el Virrey dispuso formar otra expedición, está ya en firme para montar el Establecimiento. En ésta como se necesitaba más espacio a bordo, se agregó a la primera fragata un paquebote fletado llamado Júpiter, su dueño el capitán y piloto don José de Andía y Varela, y el piloto de la fragata en los dos viajes fue don Juan Herbé, con todo ya en orden zarparon del Callao el 20 de septiembre de 1774, arribando a Otahiti el 15 de noviembre.

En el paquebote viajaban sobre todo los materiales para la construcción por mandato del Virrey, pues debía levantarse en la isla entre otras, fijar los límites de un pueblo pequeño pero bien abastecido, con una casa Misión, su capilla, un reducto de protección fortificado suficiente para dar alojamiento a todos los vecinos, con una pequeña guarnición del ejército y como en todas, viajaban los futuros pobladores, más los especialistas con sus herramientas y los labradores con las suyas, estos acompañados por diferentes animales, como reses vacunas, ovejas, corderos y gallinas más gran cantidad de semillas, para sembrar y no carecer de lo vital para vivir, al mismo tiempo como muestra de lo adelantada de la civilización católica, añadido a esto los dos indígenas llevados en el primer viaje, pero vestidos como grandes hombres para que pudieran convencer a sus amigos y habitantes.

Para ello viajaban en la fragata dos padres de la Orden de San Francisco. Y una orden muy expresa a don Domingo que: «Debería evitarse la más mínima efusión de sangre inocente, ó hacer fuego contra estos miserables salvajes, cuya sumisión y condescendencia había de ser obra de las caricias y halagos y no del rigor y severidad» Más la orden de levantar un portulano correspondiente de las islas, para mejor conocimiento de posteriores viajes, deberían de estudiar su idioma y traducirlo al castellano, así como sus costumbre y con ello congraciarse con los indígenas. Y a ser posible por la muestra de sus dos compatriotas, que voluntariamente se pudieran transportar a Lima a varios más de ellos, para ser educados en la capital del Perú, pero siempre voluntariamente, nunca forzados.

Por las dificultades encontradas en el primer viaje para fondear, estuvieron bojeando la costa hasta encontrar uno más apropiado, según fuentes era el de Fatutira u Ojatitura, donde el acceso era sin impedimentos, por ello desembarcaron con todos los materiales y herramientas para su construcción.

Al mismo tiempo se llamó a los dos principales «eries» o caciques de la isla, para dar formalidad escrita del establecimiento y aceptación de sus pertenencia a la corona de España, así el 1 de enero de 1775 se formalizó el documento de cesión del terreno para la construcción del establecimiento, con el consentimiento para colocar en sitio cerca de la costa y muy visible desde la mar una gran cruz, signo inequívoco de la pertenencia a la corona española, pero los españoles se adelantaron para el acto, ya que en el mismo día se inauguró la Casa-Misión, lo que agrado a los «eries» facilitando su conformidad. Todo el contrato se pasó a la firma de los presentes, realizando el trabajo de notario como representante del Rey de España el contador Real, don Pedro Freire de Andrade.

Los marinos zarparon acompañados de los «eries» Otú, Vejiatua y Jinoy, quienes les llevaron al punto exacto donde había estado el buque británico, Toledo tomó buena nota de todo y levantó el plano del puerto, regresando a la fragata la noche siguiente, donde se despidieron de los «eries» dándoles las gracias por su buena conducta para con los españoles.

Todo en regla se comenzó a construir el resto de edificios que formarían el establecimiento, mientras los marinos zarparon a reconocer más a fondo las islas cercanas descubiertas pero no exploradas, para ello se hicieron a la mar el 7, después de verificar algunas de ellas Boenechea se encontró enfermo, por lo que pusieron rumbo a Ojatitura ó Fatutira donde arribaron el 20.

El 25 Boenechea sintiéndose muy mal mando llamar a los padres, quienes acudieron inmediatamente a la Cámara del comandante, donde comenzaron a asistirlo, dictó su testamento y pasó la noche en muy malas condiciones.

Falleció a las 16:30 horas del 26 de enero de 1775 acompañado por los padres fray Gerónimo Clota y fray Narciso González, al ser sacado de su Cámara y trasbordado su cadáver a la lancha, la fragata efectuó las siete salvas en su honor, se remó despacio, mientras los frailes iban realizando sus rezos y al llegar a tierra, fue desembarcado y llevado a donde se encontraba la gran cruz, lugar en el que se había preparado una profunda fosa donde se introdujeron sus restos, se cerró en presencia de todos y los padres continuaron con sus responsos y rezos. Posteriormente la isla se llamó Tahití.

Notas

  1. Aunque también viene escrita en diferentes obras con los nombres de: Otageiti, Otaeiti, Tajiti, Tahiti, etc.

Bibliografía:

Fernández de Navarrete, Martín.: Biblioteca Marítima Española. Obra póstuma. Imprenta de la Viuda de Calero. Madrid, 1851.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

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