Barcelo y Pont de la Terra, Antonio Biografia

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Biografía de don Antonio Barceló y Pont de la Terra

 Retrato de don Antonio Barceló y Pont de la Terra. Teniente general de la Real Armada Española. El único Teniente general que no pasó por las Compañía de Guardiamarinas, por no ser hijodalgo.
Antonio Barceló
Cortesía del Museo Naval. Madrid.



Teniente general de la Real Armada Española.

Orígenes

Esclarecido marino que de humilde clase de marinero, ascendió hasta los primeros puestos de la escala de la Armada, sólo con su espada y su infinito valor y sobre todo con la marina sutil o las pequeñas embarcaciones.

Consiguió que sólo su nombre fuera el terror de los berberiscos y sus hazañas en la mar le dieron fama legendaria; aún circula un dicho, por Andalucía que dice: « ser más valiente o tener más fama que Barceló por la mar »

Nació en Palma de Mallorca el día 1 de octubre del año de 1717.

Desde muy joven demostró su afición a las cosas de la mar, navegando en los buques que hacían la travesía desde Palma de Mallorca hasta las costas de la península, como simple marinero, por su constancia al fin obtuvo el título de tercer piloto de los mares de Europa.

A los diez y ocho años se le confió el mando de uno de los jabeques que hacían la travesía entre las Baleares y la Península, con el que en varias ocasiones persiguió a los moros que infestaban las costas de las islas.

Hoja de Servicios

Su nombre fue subiendo en conocimiento de las gentes y se acrecentó con un combate que sostuvo con dos galeotas argelinas, por cuya acción S. M. se dignó nombrarle alférez de fragata con graduación del 6 de noviembre de 1738, contaba con veintiún años de edad, pero con carácter de graduado « sin derecho a goce de sueldo alguno » ¡bendito ascenso!

La Real cédula de concesión del nombramiento decía: « Por cuanto en atención a los meritos y servicios de Antonio Barceló, patrón del jabeque que sirve de correo a la isla de Palma de Mallorca y señaladamente al valor y al acierto, con que defendió he hizo poner en fuga a dos galeotas argelinas que le atacaron en ocasión que llevaba de transporte un destacamento de dragones del regimiento de Orán y otro del de infantería de África; he venido a concederle el grado de alférez de fragata de mi real Armada…»

Siguió con su intrepidez y arrojo practicando otros servicios distinguidos, manteniendo a ultranza las comunicaciones con las Islas y llevando alimentos, cuando las cosechas eran parcas, que ocasionaron que la población llegara a pasar hambre, paliándola Barceló en lo que le era posible.

En la primavera del año de 1748, la ciudad de Palma se encontraba falta de casi todo, por lo que se le embarcaron en su jabeque, 2.300 cuarteras de trigo, más 5.000 panes y 388 quintales de bizcocho blanco, consiguiendo burlar a la piratería morisca y arribar, para desembarcar todos los alimentos que paliaron el hambre, por este hecho, el Rey a instancias del marqués de la Ensenada firmó la Real orden del día 30 de abril del mismo año, que dice: « Por cuanto, en atención a los méritos del Alférez de Fragata graduado D. Antonio Barceló, Capitán del jabeque correo de la isla de Mallorca, y al que nuevamente se ha adquirido desempeñando los encargos del Real Servicio que aquel capitán General le fió, tocante al alivio del reino; he venido en promoverle a Teniente de Fragata graduado de la Real Armada, sin goce de sueldo alguno…»

Tuvo mucha repercusión el apresamiento de un jabeque español por parte los berberiscos, el cual transportaba a doscientos pasajeros, entre ellos trece oficiales del ejército.

Molesto el Rey ordenó armar en Mallorca a sus expensas cuatro jabeques, dándole el mando al insigne capitán Toni.

La división se dirigió a Cartagena, cumpliendo la orden recibida, donde se le iban a incorporar los navíos América y Constante, poniéndose al mando de todos ellos don Julián de Arriaga; en su búsqueda del enemigo el día 16 de noviembre de 1748, tuvo un encuentro contra cuatro berberiscos, desarrollándose el combate frente a las costas de Benidorm y Altea, enfrentado con los cuatro a su mando, obteniendo una victoria al ponerlos en fuga y muy maltratados.

Al año siguiente la división se desarmó, pasando Barceló a desempeñar sus anteriores labores, que consistían en el traslado de tropas desde la península a las islas y viceversa, sobre todo en las de Ibiza y Cabrera.

Pero los combates eran muy frecuentes, pues nuestro mar estaba infestado de naves corsarias berberiscas; estando en el puerto de Figueras de Palma de Mallorca se dio la alarma, de que cruzaba una flotilla enemiga, Barceló como siempre no lo dudó un instante, hizo embarcar a una compañía de granaderos del regimiento África en su jabeque, y se hizo a la mar, se puso en persecución del enemigo, cuando pudo llevar a su vista, se apercibió de que era una galeota de treinta remos y armada con cuatro cañones, iba acompañada por un jabeque pequeño y llevaban como presa a un buque español el Santísimo Cristo del Crucifijo, le dio caza y lo abordó a la altura de la isla de Cabrera, que venía persiguiendo desde el cabo Formentor, en este combate fue herido dos veces.

Había sido ascendido al grado de teniente de navío graduado el 4 de agosto de 1753. Pero el Rey por esta acción tan meritoria, le concedió la efectividad en este grado y su incorporación en el Cuerpo General de la Armada con fecha del día 30 de junio del año de 1756.

 Pintura representando un combate entre jabeques.
Combate de jabeques al mando de don Antonio Barceló.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.

En el año de 1761, ya con el grado de capitán de fragata, se le dio el mando de una división de tres jabeques de la Real Armada, siendo el insignia de su mando el llamado Garzota.

En este año sostuvo un enfrentamiento en el que apresó a siete de los moros, con sólo los tres suyos en las costas del Mediterráneo peninsular. El 30 de agosto con sólo su jabeque apresó a otro berberisco, tomando a treinta de ellos como prisioneros, habiéndole muerto otros diez en el abordaje.

Al año siguiente con su jabeque, en otro combate rindió a tres iguales enemigos con ciento sesenta turcos a bordo; en uno de ellos hizo prisionero al famoso Selim, célebre capitán de aquellos piratas, siendo nuevamente herido en el abordaje por una bala de mosquete, que le atravesó la mejilla izquierda, dejándole una honda cicatriz que se la cruzaba.

Prosiguió cruzando incesantemente las aguas en misión corso contra los moros, cuyos enfrentamientos eran muy frecuentes; en el mes julio del año de 1768 dió caza en aguas del Peñón de la Gomera a un jabeque argelino del porte de 24 cañones, fue tan duro el enfrentamiento que en su buque se tuvieron diez muertos y veintitrés heridos.

Hubo un intento de unificar esfuerzos en la lucha contra la piratería, pero no dio sus frutos por falta de la misma, pues entre las potencias cristianas, habían enemigos como el caso de Venecia, que mantenía tratados ocultos con Argel, lo que impedía que la labor se efectuara con eficacia; éste proyecto provenía de Austria para conseguir hacerse con los virreinatos españoles en la península itálica, lo que impidió llegar a un acuerdo y se tuvo que volver a que cada cual se defendiera por sí solo.

También lo intentó una sola nación, en este caso fue Francia, que efectuó por su cuenta el bombardeo de Larache, pero el fracaso fue rotundo.

De toda la cristiandad las únicas decididas a acabar con este goteo de pérdidas, eran España y Malta.

Como consecuencia de esta acción, el Gobierno le ascendió a Barceló, al grado de capitán de navío, por Real orden del día 16 de marzo del año de 1769.

Al mando de seis jabeques, se enfrentó una vez más contra los moros y en esta ocasión apresó a cuatro en la ensenada de Melilla, aunque en esta acción don Antonio se encontraba con superioridad numérica.

Continuo con su perfecta labor de mantener limpia la mar de piratas y su nombre continuó ascendiendo en popularidad, llegando a la celebridad sobre todo en la poblaciones y ciudades costeras que eran las que sufrían el mayor daño, pero ya fue un clamor nacional cuando desembarcó en Cartagena nada menos que a mil seiscientos moros apresados, poniendo en libertad a más de mil cristianos en una sola campaña.

Habiendo sido atacado el Peñón de Alhucemas por los moros, se le ordenó a Barceló procediera a su socorro. Con sus jabeques bombardeo la fortaleza con más de 9.000 bombas, pero al no llevar artillería gruesa no se pudo dar el asalto, aún así con el fuego de sus jabeques desmontó la artillería ligera enemiga, a pesar de la pérdida de cuatro lanchas y un jabeque, esto infundió miedo en sus enemigos los berberiscos, que viendo que al final lo conseguiría prefirieron levantar el campo el día 23 de marzo del año de 1775.

Se le puso al mando del convoy que en el año de 1775, hizo la expedición para la conquista de Argel.

Éste, en su conjunto estaba formado por siete navíos, de 70 cañones, doce fragatas de 27, cuatro urcas de 40, nueve jabeques de 32, 3 paquebotes de 14, cuatro bombardas de 8 y siete galeotas de 4, al mando del general González de Castejón, con un total de 46 buques de guerra y 1.364 cañones.

En la travesía el mando del convoy con las tropas del ejército compuesto por unos 18.400 hombres y al mando del general O’Reilly, fue dado a Barceló.

Barceló llevado de su indomable carácter no sólo protegió el desembarco, acercándose lo máximo posible a la costa para que su artillería fuera efectiva, sólo decir que el desorganizado desembarco y las definitivamente erróneas disposiciones posteriores, llevaron a un completo desastre en el que tuvimos no menos de cinco mil bajas, incluidos cinco generales muertos y quince heridos, dejando al enemigo nada menos que quince cañones abandonados y unos nueve mil fusiles; ante este fracaso se ordeno el reembarco, efectuando la misma acción, en unas circunstancias muy desfavorables, tanto que el ejército tubo que soportar cargas de caballería mora de hasta doce mil jinetes, lo que hizo la situación insostenible y sólo no fue un desastre total por la acción de los jabeques de Barceló, los cuales acercándose el máximo posible prestaba su apoyo con el fuego, frenando en mucho casos a los enemigos que ya se sabían vencedores, lo que demostró una vez más su valentía, se supo imponer a las circunstancias, salvando de esa forma a muchos, que de no haber sido por su actuación hubieran perecido, a más la honra de las armas españolas.

Su acción le dio gran crédito entre los Navias, Romanas y Villenas y no sólo a ellos sino que el Rey en agradecimiento le ascendió al grado de brigadier, en el mismo año de 1775.

Pero aun le quedaba la gran obra de su vida, el 24 de agosto de 1779 fue nombrado comandante de las fuerzas navales destinadas al bloqueo de Gibraltar, su fuerza la componían un navío, una fragata, tres jabeques, cinco jabequillos, doce galeotas y veinte embarcaciones menores; y por tierra debía efectuar el ataque el general Martín Álvarez de Sotomayor, fue entonces cuando se le ocurrió la idea de construir las lanchas cañoneras y bombarderas, que tantos éxitos le dieron a él como a los que las comandaban, realizando prodigios nunca pensables, incluido el ataque a los navíos británicos, que en la mayoría de los casos huían enseñándole las popas, recogiendo tanta gloria para las armas españolas y recibiendo una herida. Cuando se le nombró Comandante del bloqueo y en el mismo día de su nombramiento se le ascendió al grado de jefe de escuadra.

« Como es bien sabido, las cañoneras nacieron durante el último gran sitio de Gibraltar, gracias a la imaginación del gran Barceló, el hombre que de simple patrón de un jabeque-correo, había llegado a teniente general de la Real Armada por méritos de guerra »

La dificultad para atacar la plaza por mar residía en la más que comprobada inferioridad de los buques de vela y madera, de la época contra las fortificaciones terrestres.

Nelson afirmaba a este respecto, que un cañón en tierra en un buen reducto valía por diez embarcados, y eso a igualdad de proyectiles, pues desde tierra era más fácil responder al atacante con « balas rojas », que por su peligrosidad estaban casi totalmente descartadas en los buques.

 Fotografía de una lancha cañonera con los costados forrados de planchas metálicas.
Lancha cañonera invento de don Antonio Barceló.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.

Para bombardear la plaza ideó el marino mallorquín armar con una pieza de á 24 (casi la de mayor calibre de la época, pues las más pesadas eran de á 36 y sólo en las baterías bajas de los navíos) o con un mortero, grandes botes de remos.

Para proteger a la dotación se las dotó de un parapeto plegable forrado por dentro y fuera, con una capa de corcho. Median cincuenta y seis pies de quilla, dieciocho de manga y seis de puntal, con catorce remos por banda, la pieza mencionada giratoria, con una gran vela latina y su dotación de una treintena de hombres.

Muchos opinaron que tales botes no podrían soportar el peso y mucho menos el retroceso de la enorme pieza, pero las experiencias probaron que tales temores eran infundados. Barceló desarrolló su idea proporcionando a las lanchas un blindaje de hierro, que las cubría hasta por debajo de la flotación.

Pero pronto se pudo observar que tales precauciones eran exageradas, pues, dado los limitados recursos de puntería de la época, resultaba poco menos que imposible acertar a las pequeñas lanchas cuando atacaban de proa, mientras que éstas tenían muchos menos problemas para batir blancos mucho mayores.

El mejor juicio sobre su efectividad vino del enemigo, y no pudo ser más concluyente, según el capitán Sayer:

« La primera vez que se vieron desde nuestros buques causaron risa; mas no transcurrió mucho tiempo sin que se reconociese que constituían el enemigo más temible que hasta entonces se había presentado, porque atacaban de noche y eligieron las más oscuras, era imposible apuntar a su pequeño bulto.

Noche tras noche enviaban sus proyectiles por todos lados de la plaza. Este bombardeo nocturno fatigaba mucho más que el servicio de día. Primeramente trataron las baterías de deshacerse de las cañoneras disparando al resplandor de su fuego; después se advirtió que se gastaba inútilmente las municiones »

Prestó otros servicios, que como siempre honraron a su persona, tanto al general como al soldado, que siempre llevó dentro.

Con tantas fatigas y la vida tan azarosa que es siempre la mar, él fue siempre el primero en los peligros, siendo un modelo de firmeza y de lealtad. (Valores que otros no le reconocieron, pues era un poco despreciado por los que provenían de las compañías de guardiamarinas y él era un simple navegante de la marina mercante, de ahí el que el pueblo le tuvieran en gran estima. No guardaba la etiqueta por desconocimiento de ella, en cambio el resto por venir de la más exquisita sociedad, si las cumplía, pero en cambio en la mar de poco servia, por mucha prueba de pureza de sangre).

A tanto llegaron las habladurías y comentarios, que llegó a estar entredicho el que fuera o no capaz de tener el mando, por lo que el rey relevó a Martín Álvarez de Sotomayor, por el duque de Grillón que llevaba unas instrucciones reservadas, para que calibrase la capacidad de Barceló como general.

Cuando el duque conoció a Barceló, decidió recomendarle para el ascenso a teniente general, como queda demostrado en la carta que dirigió a Floridablanca, a pesar de su sordera y su ancianidad, que era sobre todo en lo que se basaban las acusaciones, tan vilmente vertidas sobre su persona por sus detractores.

Por Real orden del día 13 de agosto del año de 1783, fue ascendido al grado de teniente general, la escuadra al mando de Barceló zarpó el 1 de julio de 1783 de Cartagena; la componían cuatro navíos con insignia en el Terrible, de 70 cañones, cuatro fragatas, nueve jabeques, tres bergantines, tres balandras, cuatro tartanas, cuatro brulotes y lo que iba a ser decisivo, diecinueve cañoneras con cañones de á 24, veintidós bombarderas con morteros y diez de abordaje, lanchas que servían de escolta a las anteriores por si eran abordadas por embarcaciones enemigas con superior dotación. A la escuadra se unieron dos fragatas de la Orden de Malta; con un total de 14.500 hombres en las dotaciones y 1.250 cañones.

Tras una penosa travesía dificultada por vientos y mares contrarios, la escuadra fondeó frente a Argel el día 26; esperando que mejorara el tiempo y haciendo los preparativos llegó el día 1 de agosto, por estar todo en condiciones a las 1430 horas, se rompió el fuego contra la plaza.

Las diecinueve bombarderas formaban en línea avanzada junto con la falúa en la que embarcaba Barceló; a los costados estaban las cañoneras y las de abordaje, por si las embarcaciones enemigas intentan un contraataque, más atrás dos jabeques y dos balandra; el resto de la escuadra no toma parte en el bombardeo.

Al poco salen del muelle veintidós pequeños buques enemigos, entre ellos nueve galeotas y dos cañoneras, que no tardan en ser rechazadas por el fuego de los españoles.

Hacía las 1630 horas las lanchas españolas han consumido todas sus municiones y se ordena el alto el fuego.

Los atacantes han disparado unas 375 granadas y 390 balas de cañón (éstas sobre todo contra los buques de la defensa), provocando dos grandes incendios en la ciudad, de los que uno se prolonga toda la noche, por contra los argelinos habían disparado 1.436 balas y 80 granadas, que solo causaron dos heridos leves en las cañonera españolas.

El balance no puede ser mejor, pues aunque no se ha optado por un bombardeo nocturno, como en los ensayos de Gibraltar, la fuerza atacante apenas ha sufrido daños del fuego enemigo y quedaba constancia que el suyo los había causado muy serios.

Y así, con pocas variaciones se producen otros ocho ataques, uno el día 4, dos el 6, dos el 7 y dos más el día 8, lanzándose un total de 3.752 granadas y 3.833 balas contra la ciudad y sus defensas.

Según fuentes neutrales, entre las que se hallaba el cónsul francés, el pánico se apoderó de parte de la guarnición y de toda la población, quedando destruidas no menos del diez por ciento de las viviendas y muchas más afectadas, numerosas fortificaciones, buques y cañones, más gran cantidad de pérdidas humanas.

En cuanto al fuego de la defensa, no menos de 11.280 proyectiles y 399 bombas sólo han causado veinticuatro muertos y veinte heridos entre las dotaciones atacantes, y aún esas pérdidas de deben casi por entero a un golpe afortunado, cuando el día 7 por la tarde una bomba hizo volar a la cañonera número 1, causando veinte muertos, incluido su segundo, el alférez de navío Villavicencio y once heridos, entre ellos su comandante, el teniente de navío Irisarri.

Como en un gesto de desafío, cinco corsarios argelinos apresaron cerca de Palamós, en el mes de septiembre de 1783, a dos polacras mercantes.

Pero no es más que un gesto, los preparativos son incesante: se apresta una nueva fortaleza con cincuenta cañones, se reclutan cuatro mil soldados turcos voluntarios que arriban en buques neutrales, llegan ‹ asesores › europeos (todos contra España, ¿alguien da más?) para ayudar en las fortificaciones y baterías, se han preparado no menos de setenta embarcaciones entre goletas y cañoneras para rechazar a las españolas, etc. etc., incluso el dey ha ofrecido una recompensa de mil cequíes al que aprese una embarcación de la escuadra atacante.

Barceló activa sus preparativos en Cartagena, ahora su escuadra constará de cuatro navíos, con insignia en el Rayo, de 80 cañones, cuatro fragatas « dos de ellas desarmadas y utilizadas como almacén de pólvora y municiones », doce jabeques, tres bergantines, nueve más pequeños, y la fuerza atacante: veinticuatro cañoneras con piezas de á 24, ocho más con una de á 18, siete con calibres menores para abordaje, veinticuatro con morteros y ocho obuseras, con piezas de á 8.

Pero esto no es todo, la expedición adquiere un cierto aire de cruzada, por lo que cuenta con el apoyo de la Armada de Nápoles « entonces tan íntimamente unida a la española », que al mando del almirante Bologna aporta dos navíos, tres fragatas, dos jabeques y dos bergantines; la de Malta, con un navío, dos fragatas y cinco galeras y la de Portugal, al mando del almirante Ramírez de Esquivel, con dos navíos y dos fragatas, si bien ésta llega tarde y ya en plenos bombardeos.

Tras una solemne advocación de la empresa a la Virgen del Carmen, la escuadra zarpa de Cartagena el día 28 de junio de 1784, llegando frente a Argel el día 10 de julio.

El día 12 a las 0830 horas se rompió el fuego, sosteniéndolo hasta las 1620, intervalo en el que se lanzaron una 600 bombas, 1.440 balas y 260 granadas, contra 202 bombas y 1.164 balas del enemigo.

Se observaron grandes destrozos y un gran incendio en la ciudad y fortificaciones, y se rechazó a la flotilla enemiga compuesta por setenta y siete unidades, causando la voladura de cuatro de ellas.

Las bajas atacantes se redujeron a seis muertos y nueve heridos, más por accidentes con las espoletas a bordo que por fuego enemigo, aumentadas tristemente y de forma accidental con la voladura de la cañonera número 27, mandada por el alférez de navío napolitano don José Rodríguez.

Y así durante siete ataques más, sin incidencias dignas de mención, salvo que en uno de ellos un disparo de la defensa alcanzó a la falúa desde la que Barceló dirigía el bombardeo a flor de agua, echándola a pique, en esta ocasión estuvo muy cerca de perder la vida, acudiendo en su ayuda su Mayor general don José Lorenzo de Goicoechea, no sufriendo herida alguna y transbordándose inmediatamente a otro bote, desde el que continuó dando órdenes sin dar mayor importancia al incidente.

Al fin, el 21 de julio se decidió dar por finalizado el bombardeo, tras haber disparado más de 20.000 balas y granadas sobre el enemigo, y tras haber perdido unos cincuenta y tres hombres, resultando heridos otros sesenta y cuatro en los ocho ataques, buena parte de ellos, como sabemos, debidos más a accidentes que al fuego enemigo, aunque resultó evidente que en esta ocasión las defensa eran más fuertes, por ello el teniente general dio la orden de aproar a Cartagena.

Consiguiendo con estas dos expediciones que en la primera, Trípoli se aviniera a la paz con España y en la segunda, la firmaron Argel y Túnez, con la posterior visita del general don José de Mazarredo, para este fin.

El Rey, después de tantas glorias, se sirvió concederle el sueldo de teniente general, que era el que debía estar cobrando, porque el grado ya lo tenía, pero no era así la recompensa por tanto sacrificio y al fin se le concedió, la Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden de Carlos III, condecoración entonces muy valorada por ser muy escasa su concesión.

Hubo por aquel tiempo, con gracejo típico andaluz una copla que decía:

Si el rey de España tuviera
cuatro como Barceló,
Gibraltar fuera de España
que de los ingleses no.

Barceló ni es escritor,
ni finge ser santulario,
ni traza de pendulario,
ni lleva pompa exterior.

Persuade, y no es orador,
su aseo no es presumido,
va como debe ir vestido,
fía poco en el hablar,
mas, si llega a pelear,
siempre será quien ha sido.


Continuó don Antonio Barceló al mando de las fuerzas de mar y de tierra en Algeciras, durante el bloqueo de Gibraltar y como siempre, demostrando su valor y denuedo extraordinario, en los varios enfrentamientos que hubo.

Habiendo regresado a su tierra a descansar de sus anteriores combates y ya contando con setenta y tres años de edad, llegó la fragata Florentina trayendo ordenes del Ministro de Marina el Baylío Frey don Antonio Valdés para que se pusiese al mando de una escuadra que se estaba formando en Algeciras, con la misión de socorrer Ceuta y bombardear Tánger, para levantar el sitio que los moros estaban dando a ciudad de Ceuta, zarpó del puerto de Palma el día 25 de noviembre y arribó al de Algeciras el día 7 de diciembre, una vez más obedeció las órdenes sin preguntar nada y demostrando que como siempre, su valor y gallardía estaban dispuestos en todo momento a darlo todo por su España.

A su llegada el enfrentamiento había terminado, anunciándose la llegada a Madrid de unos enviados por el Sultán, para tal propósito.

Barceló, ante esta nueva situación, arrió su insignia de la fragata Florentina, pero por su conocimiento del carácter de los musulmanes, no quedó contento con este fin tan a desuso para él, por lo que se embarcó en un jabeque y se dirigió a Ceuta, allí estudió las posiciones enemigas, situadas alrededor de la ciudad, previendo el que las cosas no fueran tan bien como parecía y si por acaso se tenía que actuar de otra manera, lo mejor era inspeccionar lo mejor posible todas las posibilidades de defensa.

Efectivamente sus previsiones se cumplieron, las negociaciones fracasaron y se declaró la guerra. Pero como ya había ocurrido en otras ocasiones, las intrigas de sus compañeros acompañadas de las palaciegas consiguieron que no se le diese el mando de la escuadra y eso que se le había llamado expresamente para ello, dándole el mando al general Morales de los Ríos jefe de las fuerzas navales del Mediterráneo.

Molesto por esta discriminación arbitraria, lo puso en conocimiento del Rey, quien con fecha 4 de enero de 1792, ordenaba se le diese el mando de la escuadra reunida en Algeciras, que estaba compuesta por las fragatas Perpetua y Santa Rosalía, las dos de 34 cañones, los jabeques San Blas, San Leandro, y África, con cuarenta y cuatro lanchas distribuidas en tres divisiones y una flotilla de buques menores.

El invierno fue muy duro, con temporales que obligaban a pasarlos en el abrigo del puerto, además el Sultán había fallecido en un combate contra su hermano Muley Jehen, lo que unido a la imposibilidad de efectuar lo previsto, el día 12 de junio se firmó el decreto de disolución de la escuadra.

Barceló, afligido se volvió a su tierra; durante unos meses se había propuesto dar una lección más a los berberiscos, a los que tan bien conocía, pues no en balde llevaba toda su vida peleando contra ellos y como refleja en unas cartas, en las que se expresa así: « Sólo con las lanchas espero dar una victoria muy completa y gloriosa, mediante el favor de Dios…»; en otra dirigida al Rey le dice: « Como autor de ellas (las lanchas), nadie sabrá darles el valor que tienen mejor que yo; y siendo su manejo inmediato, el puesto más arriesgado es el que yo apetezco en servicio de V. M. y honor de la Nación » Hemos de pensar que él no las había utilizado a su entera satisfacción en el sitio de Gibraltar, por aquel otro invento de baterías flotantes ignífugas, pero que ya sabemos como resultó, a pesar de estar inventadas y construidas por el ingeniero francés D’Arçon, dejando su invento (las cañoneras) fuera de todo concurso, lo que es muy probable que esta actitud con sus lanchas también le produjera un malestar emocional importante.

Como el problema no se había solucionado, al poco tiempo hubo de comenzarse la guerra, pero Barceló ya no fue llamado y por lo tanto no estaba al mando de este nuevo conflicto.

Se le dio el mando y se puso al frente de la escuadra al general Morales de los Ríos, que aunque no consiguió muchas victorias, si lo hizo bien frente a Tánger, lo que le supuso ganar el título de conde. Cosa que nunca sucedió con Barceló, habiéndolo hecho bien toda su carrera militar, pero los títulos eran como mínimo para los hijodalgos, la plebe sólo estaba destinada, por muy alto que llegara a morir por su patria.

Citamos textualmente un punto de su biografía, escrito por don Carlos Martínez-Valverde: « Fue Barceló un general muy discutido en su tiempo. No tuvo muchos amigos entre los jefes de la Armada, pero contaba con numerosos émulos. Contribuía a ello seguramente su tosquedad en el hablar y lo brusco de sus modales, como también la expresión de suspicacia que le hacía tener su sordera, defecto que le ennoblecía por haber sido causado por el estampido de los cañones.

Su cara tampoco era muy atrayente, sobre todo después que la cruzó la cicatriz de una de sus heridas. Su instrucción se limitaba a saber escribir su nombre. Pero si bien no tenía muchas simpatías entre los jefes, era en cambio el ídolo de sus marineros. Con ellos se mostraba cariñoso y afable y les trataba con familiaridad, no obstante ser con ellos exigente hasta el extremo, cuando la ocasión lo pedía »

En todo el litoral mediterráneo gozaba de una popularidad por nadie superada. El conde de Fernán Núñez se expresaba con respecto a él:

« Aunque excelente corsario, no tiene ni puede tener por su educación las cualidades de un general »

« No obstante, es indudable que su inteligencia y su fina percepción suplían la falta de cultura general. Su preparación en el terreno de la experiencia era grande, pues se basaba en el ejercicio de la mar y de la guerra, es decir, en lo real de la profesión.

En ésta era todo diligencia, vigilancia y serenidad, destreza y pericia en las maniobras, y sobre todo tenía un valor ardoroso que comunicaba a los que le rodeaban, por difíciles que fuesen las circunstancias. Completa este retrato moral el decir que Barceló, poseía un corazón bondadoso y noble »

De estas dos cualidades últimas es de donde se entiende, que soportara durante tantos años los desatinos de sus jefes primero y después de sus compañeros, pero esto suele ocurrirle a todos aquellos, que son como lo retrata Martínez-Valverde, ¿cuantos como Barceló han habido?, que habiéndolo dado todo por la patria, se han visto en el más absoluto ostracismo.

Ya en su retiro en su ciudad natal de Palma de Mallorca, inducido por las ya comentadas envidias y bajas acusaciones, que sobre él circulaban e intentando rebajar siempre su verdadero mérito y esto en los últimos días de su vida ya cansado por la edad, que no por su carácter, debió de hacerle mucho daño, incluso nos hace pensar que aceleró su fin.

Estando en su casa recibió una Real orden para presentarse en la Corte, porque el Rey don Carlos IV quería conocerlo en persona por todos los buenos servicios que le había prestado, tanto a él como a su padre don Carlo III, así tuvo que embarcar y desplazarse a la Península.

El Monarca, desconocía la sordera del insigne marino, por lo que al llegar a su presencia el Rey le preguntó: « Querido Barceló como se encuentra » A lo que Barceló no respondió por no oír lo que se le preguntaba; el ministro de Marina a la sazón el Baylío Frey don Antonio Valdés y Fernández Bazán que estaba presente le indicó a S. M. el problema que tenía de audición.

Don Carlos IV subiendo la voz le dijo: « ¿Cómo están los berberiscos, Barceló? » y don Antonio le contestó: « Señor, temiendo siempre el nombre de V. M. » a lo que el Rey le replicó: « ¡No!, tu nombre es el que temen y el que les hace huir á los corsarios argelinos », con poco más terminó la recepción y don Antonio Barceló y Font de la Terra, regresó a su casa en su ciudad natal.

Le sobre vino la muerte en su casa el día 30 de enero del año de 1797 a los ochenta años de edad, reposando sus restos en una iglesia de la ciudad en un modesto nicho.

El parte del fallecimiento, lo dio el ministro principal de Marina en la isla de Mallorca don Rafael Florensa, dirigido al capitán general del Departamento de Cartagena el teniente general don Francisco de Borja y Poyo y dice así: « Falleció a los 80 años, 1 mes y 1 día de edad, a las 4 de la tarde del presente día, el Teniente General de la Real Armada Don Antonio Barceló, cuyo acontecimiento participo a V. E. en cumplimiento a la Orden de S. M. y de mi obligación. Palma de Mallorca, 30 de Enero de 1797 » Más oficialmente imposible y por otro parte entregado a don Juan de Lángara, se añade: «…de muerte natural…»

Para perpetuar su memoria, la patria colocó en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando, en la primera capilla del Este, una lápida con un muy sencilla inscripción que dice así:

 Fotografía de la placa en el Panteón de Marinos Ilustres de don Antonio Barceló y Pont de la Terra. Teniente general de la Real Armada Española. El único Teniente general que no pasó por las Compañía de Guardiamarinas, por no ser hijodalgo.
Placa del Panteón de Marinos Ilustres dedicada a don Antonio Barceló. Cortesía del Museo Naval. Madrid.

A la memoria

del

Teniente general

Don Antonio Barceló


Transcribimos por su interés el epílogo que le dedica don Francisco de Paula Pavía en su obra, para hacer más comprensible la realidad de este marino singular y sin igual en todo el siglo XVIII.

« Tal ha sido la carrera brillante del General D. Antonio Barceló, el cual, sin otro patrimonio que su espada y su valor, subió paso á paso la espuesta escala de la milicia, luchando no sólo contra los enemigos de su patria y de sus Reyes, sino contra las animosidades propias de la envidia y malas pasiones; tosco en sus modales, tenia un entendimiento claro y más de lo que aparecia á primera vista; de un alma noble y generosa y de un valor á toda prueba; en su rostro llevaba estampadas las muestras de su fidelidad y servicios »

Bibliografía

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