Barcelona combate naval 30/VI-2/VII/1642

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La española estaba al mando del duque de Ciudad Real, por estar suspendido de su cargo el duque de Maqueda, a lo que se sumó que los almirantes don Pedro de Ursúa y don Martín Carlos de Mencos, se negaron a participar a las órdenes del nuevo Jefe, ya que S. M. les había dado la interinidad del mando como marinos que eran, pero optó por otorgárselo al duque de Ciudad Real a la sazón Gobernador de Cádiz, y quien nombró como almirante en ausencia de los mencionados a don Sancho de Urdanivia.
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La española estaba al mando del duque de Ciudad Real, por estar suspendido de su cargo el duque de Maqueda, a lo que se sumó que los almirantes don '''Pedro de Ursúa''' y don [[Mencos_y_Arbizu,_Martin_Carlos_de_Biografia|'''Martín Carlos de Mencos''']], se negaron a participar a las órdenes del nuevo Jefe, ya que S. M. les había dado la interinidad del mando como marinos que eran, pero optó por otorgárselo al duque de Ciudad Real a la sazón Gobernador de Cádiz, y quien nombró como almirante en ausencia de los mencionados a don Sancho de Urdanivia.
Los buques eran una mezcla de todo tipo, se encontraban dos galeones uno de 66 cañones y otro de 60, naves de entre 20 á 30, urcas extranjeras mercantes para transporte de tropas, pataches y tartanas, así como por primera vez seis brulotes y un nuevo buque denominado barcos longos. ''' <ref>Estos buques se habían construido los primeros en Cádiz en 1635, eran una especie de galeras pequeñas, nos las definen así: «Invención muy importante, así para que no tengan efecto el quemarnos el enemigo las naos, como para socorrer cualquiera de ellas que lo haya menester y remolcarlas en tiempo de calma » llevaban cuarenta remeros y vela latina, sacándose la dotación del mismo buque que las remolcaba por su popa.</ref>'''
Los buques eran una mezcla de todo tipo, se encontraban dos galeones uno de 66 cañones y otro de 60, naves de entre 20 á 30, urcas extranjeras mercantes para transporte de tropas, pataches y tartanas, así como por primera vez seis brulotes y un nuevo buque denominado barcos longos. ''' <ref>Estos buques se habían construido los primeros en Cádiz en 1635, eran una especie de galeras pequeñas, nos las definen así: «Invención muy importante, así para que no tengan efecto el quemarnos el enemigo las naos, como para socorrer cualquiera de ellas que lo haya menester y remolcarlas en tiempo de calma » llevaban cuarenta remeros y vela latina, sacándose la dotación del mismo buque que las remolcaba por su popa.</ref>'''
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Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Tipográfico Sucesores de Rivadeneyra. Madrid 1895-1903. Facsímil Museo Naval. Madrid. 1973.
Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Tipográfico Sucesores de Rivadeneyra. Madrid 1895-1903. Facsímil Museo Naval. Madrid. 1973.
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Apéndice número I, pagina 310 a 323, tomo IV obra anterior: « Relación que se envió a Su Majestad de lo sucedido en los tres reencuentros que tuvo la Armada Real del cargo del señor Duque de Ciudad Real en Levante, gobernando la Real D. Juan de Echeverri, gobernador del tercio de los galeones. Fecha en Vinaroz, 20 de Agosto de 1642 »
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Apéndice número I, pagina 310 a 323, tomo IV obra anterior: «Relación que se envió a Su Majestad de lo sucedido en los tres reencuentros que tuvo la Armada Real del cargo del señor Duque de Ciudad Real en Levante, gobernando la Real D. Juan de Echeverri, gobernador del tercio de los galeones. Fecha en Vinaroz, 20 de Agosto de 1642»
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Barcelona combate naval 30/VI a 2/VII 1642



Al quedar bloqueado el puerto de Barcelona por la escuadra francesa al mando del marqués de Brézé, se ordenó componer una escuadra para acudir a dejar las aguas libres, pero la falta de buques retrasó composición.

La española estaba al mando del duque de Ciudad Real, por estar suspendido de su cargo el duque de Maqueda, a lo que se sumó que los almirantes don Pedro de Ursúa y don Martín Carlos de Mencos, se negaron a participar a las órdenes del nuevo Jefe, ya que S. M. les había dado la interinidad del mando como marinos que eran, pero optó por otorgárselo al duque de Ciudad Real a la sazón Gobernador de Cádiz, y quien nombró como almirante en ausencia de los mencionados a don Sancho de Urdanivia.

Los buques eran una mezcla de todo tipo, se encontraban dos galeones uno de 66 cañones y otro de 60, naves de entre 20 á 30, urcas extranjeras mercantes para transporte de tropas, pataches y tartanas, así como por primera vez seis brulotes y un nuevo buque denominado barcos longos. [1]

La escuadra zarpó de la bahía de Cádiz el día dieciocho de mayo, compuesta por treinta y un navíos, dos fragatas, tres pataches, seis navíos de fuego, seis tartanas y treinta y cinco buques longos; dividida como era costumbre en ocho escuadras de tres buques, cada una al mando de un almirante, que lo eran don Pablo de Contreras; don Francisco Feijoó de Sotomayor; don Juan de Irarraga; don Juan Pujadas; gobernador don Alonso Rodríguez de Salamanca; don Francisco Rodríguez de Ledesma; don Tomás de Echaburu y maestre de campo don Juan de Leyva. Más siete navíos sueltos, al mando del almirante don Sancho de Urdanivia, y los buques el maestre de campo don Luis de Sotomayor, teniente de artillería don Pedro de Alarcón, almirante don Juan Miguel Balaquí, almirante don Pedro de Oronsoro, capitán don Gonzalo de Luna, capitán don Juan de Salazar y capitán don Esteban de Echanis.

Cruzaron el Estrecho, ya en el Mediterráneo se cruzaron con tres naves bátavas que fueron atacadas por los que iban en vanguardia, la urca Testa de Oro, del almirante don Luis de Sotomayor y del capitán de mar y guerra Bartolomé Antonio, a éste se unió la fragata San Fernando, al mando de don Tomás de Mundaca, más la urca Nuestra Señora de Regla, al de don Francisco Muñíz de Silva, permaneciendo toda la noche con el bombardeo y al amanecer los bátavos se vieron rodeados de toda la escuadra, razón por la que se rindieron siendo capturadas las naves y los cautivos pasaron a formar parte de las dotaciones por su escasez, entraron en Málaga y embarcaron a una compañía de infantería y pipas de agua, pasando a Cartagena, donde con los materiales que llevaban los buques, se pudieron completar ocho galeras que pasaron a incrementar la escuadra, tocaron en Alicante donde se les rellenó de pólvora, pues salieron con falta de ella de Cádiz y se hizo lo mismo que en Cartagena para agregar dos galeras de Cerdeña, reparándose las seis fragatas de Dunquerque, que habían tenido un encuentro con los franceses, al terminar todas las reparaciones, zarparon de nuevo para volver a entrar en Vinaroz; por orden del marqués de Leganés, las galeras pasaron a Tarragona, donde se embarcaron en ellas como dotación mil hombres de infantería, a su regreso la escuadra continúo su viaje entrando de nuevo en Tarragona, pero sin fondear por las prisas de acudir al rescate de la Ciudad Condal, donde embarcaron otros quinientos hombres de infantería para reforzar las galeras, así el viaje entre Cádiz y éste último puerto, les costó treinta y siete días.

Véase las penurias de la situación, pues quedó completa la escuadra el día veintidós de junio, a falta de no tener todas las dotaciones al completo y sobre todo los artilleros que eran escasos, disponiendo algunos de los buques de solo uno de ellos, para atender 20 bocas de fuego. Ya al completo quedó formada por treinta y seis buques de guerra, seis brulotes, tres fragatas, tres pataches, diez galeras, seis tartanas, más los treinta y cinco buques longos.

Al mismo tiempo por orden de S. M. que ya le había llegado la noticia de las presas holandesas, se quedaron las dos presas restantes en Vinaroz para vender sus mercancías, ya que la primera se quedó en Cartagena comprada por unos mercaderes de la ciudad de Málaga, que al estar allí la escuadra la siguieron por tierra hasta que se les vendió. (Algo importante y de fácil negocio sería, ya que los buques venían con mercancías compradas y embarcadas en la República de Venecia)

La escuadra francesa al mando del marqués de Brézé, su segundo el vicealmirante Mr. de Montigny y el contralmirante Mr. de Cangé, sumando cuarenta y cuatro navíos de guerra, catorce brulotes y diecisiete galeras.

Los franceses avistaron las velas el lunes día treinta de junio, pero al estar fondeados levaron anclas y se pusieron en movimiento, buscando la ventajosa posición del barlovento, ya puestos a distancia se mantuvieron en ella, hasta que sobre las 15 horas la Capitana francesa embicó la cebadera, aseguró las de gavia, izando palanquines á la mayor, poniendo rumbo a la Capitana del duque de Ciudad Real, pero al llegar a distancia de dos tiros de cañón se mantuvo, la española le abrió fuego e izó el estandarte Real, embicó la cebadera, izó los palanquines a la mayor y acortó la distancia hasta un tiro de cañón, al mismo tiempo que izaba la señal de abordar maniobrando en consecuencia, pero los franceses dueños del viento arribaron y se alejaron, la española con arrancada les siguió ciñendo al máximo posible, tanto, que la primera batería llegaba a meterse debajo del agua, con lo que ésta alcanzó pronto la altura de un codo, pero el buque no cesaba en la persecución, viéndose obligados a correr de banda la artillería y cerrar las portas, desalojando el agua con las bombas, pero ya eran las 16 horas y comenzaba a oscurecer, no consiguiendo acortar distancias el Duque dio orden de atacar a la línea francesa.

Para comunicarlo al resto se hicieron dos disparos con bala, a algunos de los españoles que barloventeando habían ganado el barlovento, con ellos unidos se lanzaron sobre la línea francesa cortando por el octavo buque, pero éste cazó a popa huyendo a todo trapo, viendo esto los compañeros que les seguían le imitaron cargando hasta los juanetes, la Capitana conforme iban pasando les iba disparando y también recibiendo descarga tras descarga.

Al producirse este cambio se encontraron de nuevo las dos capitanas como a dos tiros de cañón, el marqués de Brézé viró por la proa encapillando por barlovento de la Capitana española y más o menos por el centro de la línea, al ver la maniobra el Duque pensó que iba a combatir, por lo que dio orden de acortar velas y mantenerse a sotavento, pero no era esta la intención del marqués francés, sino que aprovechando que la escuadra española estaba casi inmóvil se lanzó a atravesarla para unirse a la suya, al hacerlo recibió un gran fuego a tiro de pistola tanto a la Capitana como a sus seis seguidores, momento que el Duque dio la orden de lanzar un brulote, el cual no surtió efecto por ser desviado por los franceses, al fallar éste se lanzó un segundo siendo el último de la línea francesa quien lo desvió.

Por una mala arribada se había quedado retrasada la urca Testa de Oro, con el maestre de campo don Luis de Sotomayor y el capitán don Bartolomé Antonio, encontrándose de pronto rodeada de cuatro galeones y dos brulotes, comenzando a defenderse pero la superioridad era manifiesta, quedando al poco tiempo desarbolada y por ello sin maniobra, pero en el momento de pedirle que se rindiera se les venían encima la Capitana de España seguida de varios buques, al verlo decidiendo los franceses que mejor era salir huyendo y eso hicieron, continuando hasta llegar a donde se encontraban sus compañeros.

De nuevo la Capitana del Duque siguió a los huidizos galeones, cuando se dio cuenta que el marqués de Brézé continuaba de vuelta encontrada para unirse con los suyos, pero perseguido por el galeón Almirante de don Sancho de Urdanivia y el Santo Tomás de Aquino, pero sin saber nadie porque se enganchó con un brulote español al mando del capitán don Cristóbal de Salinas, gracias a una maniobra efectiva lograron rifando alguna vela desasirse y el duque de Ciudad Real pudo ver como ya le seguían los dos buques españoles, que ya no se hacía fuego y casi de noche, quedando la escuadra francesa por la popa y a sotavento.

El resultado de este día fue, un galeón apresado y tres brulotes utilizados, por contra los enemigos solo habían lanzado uno y varios de sus buques con averías en la arboladura, de hecho al día siguiente eran dos menos en su línea.

El galeón que se perdió por parte española fue el que se enredó con el brulote, el Santo Tomás de Aquino, que nadie se apercibió de lo ocurrido y solo se dieron cuenta al día siguiente, sabiéndose por la almiranta que se había logrado desasir de la Almiranta, pero quedó atravesado sin poder enmendar el rumbo, (seguramente por algún fallo en el timón) siendo arrastrado por el viento a sotavento donde se encontraba la escuadra francesa, siendo rodeado por cuatro que le intimaron a la rendición, la cual aceptó pues nada podía hacer sin control del buque. El brulote, (tercero) fue el del mal encuentro, pues perdió el bauprés, mastelero de proa, beque y trinquete, siendo al igual que el anterior arrastrado hacia la línea francesa, por lo que su capitán dio la orden de pegarle fuego y evitar que cayera en manos de ellos, y con el bote fueron recogidos por el galeón Almiranta.

Los españoles pasaron la noche al igual que los franceses reparando daños, pero con los primeros a barlovento, de forma que al amanecer del martes día uno de julio las dos escuadras estaban desorganizadas, ya que reparar palos hay que aprovechar los vientos y no permite hacer una navegación libre, sino a donde te lleven, por eso hasta pasado el medio día no estuvieron en orden de combate, siendo tan caballerosos ambos Jefes, que no comenzó la refriega hasta estar bien dispuestos los dos.

Un tiempo después el duque de Ciudad Real dio la orden de arribar sobre los franceses, con la intención de abordarlos de nuevo, lo que evitaron estos virando y enseñando las popas, pero los buques españoles fueron más rápidos y consiguieron cortar a los tres últimos, siendo uno el del contralmirante con el nombre de Guisa, un buen galeón de 50 cañones, que había sido utilizado por el Arzobispo de Burdeos, siendo abordado por el galeón Magdalena, al mando del conde de Tirconel, pero al verlo uno de los enemigos se abarloó al Magdalena por el otro costado y viéndolo otro español, el Ángel Gabriel, al mando del maestre de campo don Pablo de Paradas y su capitán don Gonzalo de Luna, se abarloó al último francés, de forma que quedaron enredados los cuatro, para colmo el viento cayó por lo que nadie se podía acercar a ellos, pero los españoles comenzaron a ser remolcados por las barcos longos y los franceses por sus galeras, entablándose un duelo al cañón que poco efecto tenía; pero el viento de nuevo se levantó y como muchas veces en la historia, a favor de los franceses, lo que aprovecharon para lanzar un brulote contra nuestra Almiranta, pero como ya es sabido lo desviaron y el nuevo rumbo, lo llevó a enredarse con el galeón francés del contralmirante Mr. Cangé, pasándole el fuego que a su vez continuó sobre el Magdalena. Menos mal que los otros dos enredados en la pelea lo vieron venir y se zafaron, pero al ver como sus respectivos hombres se lanzaban al mar huyendo de las llamas, por parte de los españoles acudieron los barcos longos del San Gabriel y Armas de Colonia, ambos se pusieron al trabajo de recoger a los náufragos, pero cada uno a los suyos.

Dejaron las armas al oscurecer pasando al recuento de bajas, muertos por parte de los españoles el almirante don Francisco Feijoó de Sotomayor, el conde de Tirconel ahogado, maestre de campo del tercio de irlandeses, el capitán don Andrés de Herrar y dos oficiales de infantería y en total doscientos cinco hombres, pasando de cuatrocientos diecisiete los heridos, aunque la mayor parte eran graves y murieron en días sucesivos, se fue al fondo el Magdalena.

La urca Testa de Oro, por los daños sufridos en el anterior combate, se quedó zaguera por faltarle de casi todo, momento que aprovecharon las galeras francesas para hundirlo, pero el capitán don Alonso Rodríguez de Salamanca al mando del San Carlos se dio cuenta y puso rumbo a ellos, manteniendo un combate parcial toda la tarde, hasta que terminado casi el combate general acudieron más buques españoles, momento en que las galeras francesas decidieron dejarlo y unirse a su escuadra.

Por parte francesa no hay datos en ninguna fuente, pero si se puede afirmar la muerte del contralmirante Mr. le Chevalier de Cangé y su buque tenía una dotación de quinientos cuarenta hombres, del resto de buques no ha trascendido nada.

De nuevo la noche se aprovechó para reparar averías, al amanecer del miércoles día dos de julio, el tercero del combate, los franceses habían ganado barlovento, pero el duque de Ciudad Real ordenó quitar velas y al momento sonó un disparo como invitación al combate, ya que los franceses tenían el barlovento, pero no hicieron caso y desde la escuadra española se veía la indecisión en que se encontraban, pues por unos momentos unas galeras dieron remolque a brulotes, pero roló el viento y la española quedó a barlovento, ordenándoles regresar a la línea francesa, mientras tanto el Duque estuvo maniobrando de forma que al quedar a barlovento, dio la orden de caza lanzándose sobre la escuadra francesa, no dieron opción ya que viraron volviendo a enseñar las popas, pero esta vez sacaron todo el trapo para no ser cazados, de esta forma continuo la persecución de los españoles, que se mantuvo a pesar de sobrevenir la noche.

Al amanecer del jueves 3 de julio no se divisaba vela por ningún grado, lo que obligó a mantenerse en la mar llegando a los Alfaques, en la lejanía parecía que habían velas enemigas, pero nada se podía hacer dando la orden de regresar a Barcelona, pero el viento contrario impedía avanzar lo suficiente, se mantuvo el viento hasta la tarde del viernes cuatro de julio, cuando se divisó a Montjuic pasando la noche cruzando sobre el puerto de Barcelona, el sábado cinco amaneció con viento fresquito, estando aún a la vista Montjuic, a última hora de la tarde de nuevo se divisaron las velas enemigas, pero muy alejados de la escuadra española, amaneció el domingo seis de julio y esta vez sí estaban más visibles, pero al ordenar el Duque arribar sobre ellos, a un descuartelando se fueron alejando por ser más veleros, dando la orden el Duque de no continuar la caza y virar a guardar el puerto, así amaneció el lunes día siete, pero la noche anterior las galeras españolas se separaron de la escuadra, aún así al ver mucho más cerca a la escuadra enemiga, se volvió a dar la orden de caza, sin poder llegar al contacto durante todo el día hasta que llegó la noche y con los faroles apagados los franceses se perdieron en la oscuridad, así amaneció el martes día ocho, pero esta vez sin viento, lo que provocó permanecer reunidos a base de la ayuda de los barcos longo, encontrándose la escuadra española sobre el puerto de Barcelona.

La calma la aprovecho el duque de Ciudad Real para llamar a Consejo de Generales, dado que en vista de no encontrar a los enemigos era ocioso seguir forzando a los buques y hombres, decidiendo arrumbar a las islas Baleares para reabastecerse, y reparar averías en puerto seguro, al arribar a Mallorca desembarcaron a parte de los heridos que fueron trescientos cincuenta, pasando después a Mahón, donde desembarcó el resto de heridos y enfermos que fueron seiscientos setenta y dos, una vez puesto en tierra, a los buques se les dio a la banda para repasar bien los cascos, mientras en tierra se reparaban los árboles y vergas.

Fue curioso el dato, que estando la escuadra en esas condiciones pero en Mahón, sobre Mallorca el 21 se presentó una escuadra francesa compuesta por cincuenta y dos buques de guerra más veinte galeras, pero como no encontró a la española se mantuvo unos días como si la retara, se le comunicó al duque de Ciudad Real por el Virrey de las islas, el Duque no descansaba yendo de un buque a otro dando prisas para que se alistara su escuadra, logrando el día dos de agosto presentarse en Mallorca, no la viéndola en el rumbo ni en la bahía, pero no se quedó a esperarla ya que tenía una misión que cumplir más importante, siendo cargada la escuadra con pertrechos de boca y guerra y sobre todo con artillería de sitio, para cruzar a Rosas asediada por los franceses, donde lo desembarcó todo el 14 de agosto, desde donde dio la vela arribando a Vinaroz el 20 siguiente sin haber visto vela enemiga.

Notas

  1. Estos buques se habían construido los primeros en Cádiz en 1635, eran una especie de galeras pequeñas, nos las definen así: «Invención muy importante, así para que no tengan efecto el quemarnos el enemigo las naos, como para socorrer cualquiera de ellas que lo haya menester y remolcarlas en tiempo de calma » llevaban cuarenta remeros y vela latina, sacándose la dotación del mismo buque que las remolcaba por su popa.

Bibliografía:

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1968. Compilada por Ángel Dotor.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Tipográfico Sucesores de Rivadeneyra. Madrid 1895-1903. Facsímil Museo Naval. Madrid. 1973.

Apéndice número I, pagina 310 a 323, tomo IV obra anterior: «Relación que se envió a Su Majestad de lo sucedido en los tres reencuentros que tuvo la Armada Real del cargo del señor Duque de Ciudad Real en Levante, gobernando la Real D. Juan de Echeverri, gobernador del tercio de los galeones. Fecha en Vinaroz, 20 de Agosto de 1642»

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