Bazan y Guzman, Alvaro de Biografia

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Álvaro de Bazán y Guzmán Biografía



 Retrato de don Álvaro de Bazán. Cortesía del Museo Naval de Madrid.
Don Álvaro de Bazán y Guzmán
Cortesía del Museo Naval. Madrid.


Capitán general del mar Océano y de la Gente, de a pie y a caballo del reino de Portugal.

Grande España.

Caballero Cruzado de la Orden Militar de Santiago.

Comendador Mayor de León en la misma Orden.

I Marqués de Santa Cruz de Mudela.

Señor de las Villas del Viso y Valdepeñas.

Consejero de Su Majestad.

Orígenes

Su abuelo, 1º de la saga de los varios Álvaro de Bazán, conquistó en el año de 1485 la villa de Baza, dejando el camino libre para que las tropas llegaran a los muros de Granada. Su padre 2º Álvaro de Bazán, ya defendió a Carlos I en el levantamiento de los Comuneros; estuvo al mando de las Galeras de España muchos años; fue el inventor del Galeón; mandó la escuadra que deshizo a la francesa en Muros; continuó mandando la escuadra de Galeones del mar de Poniente, participó en la toma de la Goleta y Túnez; apresó muchos buques al propio Barbarroja; por un mal entendido dejó el mando de las Galeras de España y se dedicó a servir al Rey bajo la firma de asientos, y estuvo al mando de las cuatro escuadra que se reunieron, para trasladar al entonces Príncipe de Asturias (don Felipe) en su viaje a Inglaterra para contraer matrimonio con la reina María Tudor.

Su padre como hemos dicho era don Álvaro de Bazán y Manuel, su madre doña Ana de Guzmán, hija del conde de Teba y marqués de Ardales, viniendo al mundo el día 12 de diciembre del año del Señor de 1526, en el barrio del Darro (actualmente Los Cármenes, Granada), por haber sido nombrado su padre Capitán General de las Galeras de la guarda de Andalucía, que serían posteriormente las mismas que se denominaron de España, por ello su casa y cuartel general se encontraba en la ciudad junto a toda su familia.

Es de suponer que en sus primeros meses estuvo a cargo de su madre, pero dado que era el primogénito y heredero del Mayorazgo, para su educación se le buscó un ayo, siendo escogido don Pedro González de Simancas, quien como juego comenzó pronto a manejar la espada y la hípica, compartiendo sus primeras letras, quien no olvidó pasado un tiempo darle lecciones de más nivel, como el latín, algo de griego antiguo, el francés y el árabe, sin olvidar las matemáticas, altas nociones de cosmografía y geografía.

Mucho era el aprecio de don Carlos I, cuando le concedió el hábito de Santiago, con tan solo dos años y tres meses, por Real cédula fechada en Toledo, el día 8 de marzo del año de 1529. En la Real Cédula en su dorso levanta el acta el escribano de S. M. don Pedro de Quesada, fechada en la ciudad de Guadix donde se cuenta que los caballeros don Francisco Pérez y el prior don Andrés Fernández, quienes en el monasterio de Granada: «…e tomando la dicha carta e provisión en sus manos e la besaron e pusieron sobre sus cabezas con las reverencia e acatamiento debidos… » fue armado caballero por Francisco Pérez: «…se le calzaron ispuelas doradas e ceñiéndole espada e faciendo otras ceremonias que allí pasaron…» pasando a manos del prior don Andrés Fernández, para vestirlo con el hábito seglar: «…e le vistió un abito blanco con la cruz e abito de la dicha orden e faciendo las solemnidades e ceremonias e dándole las bendiciones que en tal caso se suelen dar…»

Se cuenta, que a pesar de tener tan poca edad, sufrió toda la ceremonia sin dar nada que hablar, con un estoicismo que parecía era consciente de la solemnidad del acto. Por su corta edad no pudo permanecer el año obligatorio de estancia en un monasterio, para pertenecer de verdad a la Orden, marcándose que lo haría al llegar a los catorce años, pero sus prontas necesidades de prestar servicio al Monarca, retrasaron esta obligatoriedad nada menos que hasta el año de 1568, cuando ya contaba con cuarenta y dos de edad.

Permaneció en su casa de Los Cármenes hasta el año de 1529, viajando hasta su nuevo hogar en el peñón de Gibraltar, allí descubrió la mar y ya no se despegó de ella. Mientras proseguían las clases en casi todas las materias conocidas, sin dejar la espada y la montura, pasaba el tiempo y el niño comenzaba a dejar de serlo, de hecho como muestra del agradecimiento de don Carlos a su padre, nombró al hijo por Real cédula del día 2 de mayo (fecha inolvidable por varios motivos) del año de 1535 fechada en Madrid, por la que lo nombraba: «Alcaide del Castillo de Gibraltar» teniendo solo nueve años.

Como es lógico el niño no estaba preparado para tomar ese mando, por lo que el mismo Rey, en el documento añade: «…tuviese el padre la tenencia, salarios, derechos y juramento de fidelidad hasta que el hijo entrase por sí mismo…» Pero su padre no se paró por ello, ya que comenzó por ampliar los muelles y montó el astillero, de donde salieron no pocos de sus inventos, los galeones, ya que desde sierra Carbonera se bajaban al astillero las maderas, bien los tramos que no se podía utilizaban los equinos, bien por los cauces de los ríos Guadarranque y Palmones, surtiendo así de todo lo necesario para mejor servicio de España.

Al alcanzar la edad de doce años, el padre decidió que ya era hora de que supiera lo que era una nave, por lo que corriendo el año de 1538 lo embarcó como su ayudante en las propias, sufriendo los primeros síntomas de lo que significa marearse por falta de costumbre, viendo su padre que no estaba —hecho — lo mantuvo a flote constantemente, al mismo tiempo que se le ordenaban los trabajos como a cualquier marinero, para que aprendiera de verdad el arte de marear. En poco tiempo consiguió hacerlo un avezado marino, ya que desde bien pequeño había demostrado que aprendía rápido.

Hoja de Servicios

El 1 de marzo de 1543 el Rey le expidió una Real Provisión nombrándolo en desagravio (ya que los secretarios habían investigado el caso y nada habían encontrado) a don Álvaro de Bazán, como jefe de una escuadra que debía él mismo de aprestar, teniendo como guarda del mar de Poniente y de sus mismas villas, y ciudades costeras extraer los vasos, de Guipúzcoa, Vizcaya y las cuatro Villas, designando don Álvaro a Laredo como base principal de ella, con la orden del Monarca de transportar a Brujas al maestre de campo don Pedro de Guzmán, que con sus dos mil hombres debía de llegar a los Países Bajos, al mismo tiempo dar protección al tráfico marítimo, el cual siempre estaba siendo molestado por los franceses. Mientras un tiempo después don Carlos I viajaba a Flandes.

Casi no le hizo falta ni moverse, solo envío emisarios y en unas semanas su escuadra alcanzó los cuarenta buques, teniendo todos ellos entre las doscientas y quinientas toneladas, de los cuales escogió a quince zarpando con rumbo a Brujas dando escolta al convoy trasladó al Tercio sin ninguna incidencia. Al regresar por el mes de junio del mismo año, como era obligado debía de llevar tropas en sus bajeles, para ello eligió al Tercio del maestre de Campo don Diego García de Paredes, (no el de la conquista del virreinato de Nueva España, porque ya había fallecido) formado por otros dos mil hombres, que debían de embarcar en sus naves.

El 8 de julio de 1543 le llegó un correo de don Sancho de Leyva, que era Gobernador de Fuenterrabía, porque sus vigías situados en las alturas de Jaizkibel habían visto pasar no lejos de la costa, una escuadra francesa con treinta velas, que se había hecho a la mar desde el puerto de Bayona (Francia) con rumbo al Oeste, reforzada con quinientos cincuenta arcabuceros escogidos de la «legión», que llevaban a remolque a dos naos vizcaínas apresadas.

Por la rapidez de los acontecimientos, Paredes no había podido reunir a toda la tropa y solo contaba con mil hombres en su Tercio y de nueva recluta por lo tanto inexpertos. Don Álvaro envío un mensajero a Leyva para que le reforzara de tropas y éste envío a los arcabuceros al mando del capitán don Pedro de Urbina, que sumaban quinientos hombres.

La escuadra francesa, aunque alistada por el vicealmirante De Burye, estaba al mando del que se consideraba en aquellos momentos el mejor marino francés, Jean de Clamorgan.

La escuadra enemiga, continuó su navegar pasando el día 10 frente a Laredo, cuando don Álvaro todavía no había recibido el apoyo pedido, por lo que no pudo intervenir y los dejó pasar. Pero los franceses tampoco se dieron cuenta de que allí estaba la armada española, si se hubieran fijado y visto, la podían haber atacado y quizás destruido, pero este despiste favoreció a don Álvaro y no les traería buenas consecuencias a los franceses. (Y es que en la guerra, no se pueden cometer fallos. ¡Nunca perdonan!)

(Segundo error nada desdeñable, pero siempre la historia juzga a tiempo pasado, por lo que las preguntas se suceden sin respuestas, lo que inevitablemente nos lleva a no enjuiciar bien los hechos, ya que nos parecen errores de tal magnitud, que perfectamente podían haber cambiado el resultado de este encuentro naval.)

Continuaba a la espera de los refuerzos, cuando por correos seguidos se enteró del ataque y saqueo de las Villas de Laja, Corcubión y Finisterre. A lo que se sumaba que en la costa no habían tropas para defenderlas, ya que el Gobernador conde de Castro, por no tener suficientes hombres había decidido internarse hasta Santiago, para proteger el tesoro de su catedral. Al llegarle este último mensaje el día 18 de julio, lo hicieron los hombres de don Pedro de Urbina, que embarcaron sin descansar y se hizo a la vela inmediatamente, sacando los vasos uno a uno con las lanchas por falta de viento favorable.

Pero a estar fuera de puntas y doblado el cabo Mayor el viento era en parte a favor, por lo que se fueron largando todas las velas, se iba reconociendo todos los lugares posibles donde pudiera estar escondida la escuadra enemiga, pero no la hallaron, arribando al cabo de Peñas, para arrumbar al de Estaca de Bares donde se recaló, zarpando lo antes posible alcanzando el cabo de Ortegal, aprovechando los vientos llegó a Toriñana, continuando hasta divisar los picos de Curote y Fanequeira, siendo en este momento cuando una nave a remo de la población de Noya se acercó a la capitana, informándole de lo que estaba ocurriendo en Muros.

Ya en su conocimiento ordenó navegar rumbo a Muros, ya era el 25 de julio (festividad del patrón de España, fecha en la cual España no había perdido nunca un combate, lo que llevó a don Álvaro a gritarlo a las dotaciones y que corrieran la voz, éstas se enardecieron por la segura victoria) no era fácil entrar en la ría a la velocidad que iban, pero los pilotos eran de la zona, conocedores por tanto de sus problemas y marcaron unos rumbos muy adecuados, ya que pronto quedaron atrás los Bruyos y Meixidos, un poco más tarde Ximiela por una banda y por la otra Basoñas, encarando al monte Louro, de donde pusieron ya rumbo directo a Muros.

Pronto divisaron a la escuadra francesa sobre Muros, tratando de un rescate para no ser destruida la Villa. Luego se supo que las conversaciones las alargaron todo lo posible en espera de la escuadra de don Álvaro, justo en el momento en el que ya no podían esperar más y se estaba llegando al trato final por doce mil ducados, para evitar el saqueo de la población, cuando se dió el grito de estar la deseada escuadra española muy cerca.

La francesa casi toda estaba fondeada, por lo que al ver aparecer a la española a todo trapo, picaron los cables e intentaron entrar en combate lo mejor posible, pero la estrechez de la ría no les permitió conseguirlo. Don Álvaro se fue directo a pasar por ojo a la capitana francesa al mando de Clamorgan, lo que consiguió al abordarla con su proa por el centro del costado de la enemiga, pero el golpe fue tan fuerte que la proa de la española también salió dañada, en el combate que siguió al abordaje murieron cien españoles, pero de los franceses quedaron muy pocos.

Una nao francesa, la del mando de Hallerbarde intentó prestar ayuda a su capitana, pero fue aferrada por la de don Álvaro, sobre la cual saltaron las tropas españolas y la rindieron en muy poco tiempo. Mientras habían ido entrando en combate el resto de buques generalizándose el enfrentamiento.

Tuvo una duración de dos largas horas, en la que ambos contendiente se batieron con valor, pero la fuerza de los españoles se fue imponiendo y al terminar el fuego, los franceses habían perdió el galeón capitana hundido, veintitrés capitularon y solo uno pudo zafarse, muriendo unos tres mil hombres y en la española, murieron trescientos y fueron heridos otros quinientos sin pérdida de buque alguno.

En este combate por primera vez participó como ayudante de su padre, el futuro marqués de Santa Cruz que en estos momentos contaba con diecisiete años y ocho meses de edad, pero se batió como el primero demostrando ya sus buenas formas, manchando por primera vez su espada de sangre enemiga y a los que no perdonaría jamás.

Esto puede dar una idea de lo encarnizado del enfrentamiento, ya que en menos de dos horas, hubieron por ambas partes casi cuatro mil heridos y muertos, lo que no deja ninguna duda de la dureza con la que se combatió.

Los buques capturados fueron llevados al puerto de Coruña, se desembarcó todo lo que llevaban y se clasificó, así los dueños que había sido robados por los franceses pudieron reconocer sus pertenencias y se les entregaron, luego ya vino el reparto del resto. Mientras don Álvaro envió a don García de Paredes a comunicar al Rey la gran victoria y el capitán Navarrete, hizo lo propio con el Príncipe de Asturias, futuro don Felipe II. A su vez el Rey ordenó a su Secretario don Gonzalo Pérez escribir con los datos de la victoria, al embajador de España en la República de Venecia don Diego Hurtado de Mendoza, para ponerlo al corriente de lo ocurrido.

La carta se encuentra en la colección Muñoz en la Academia de la Historia y dice:

«Estando escribiendo esta, ha llegado un capitan enviado por Don Álvaro de Bazan, capitán general del armada que anda en el mar de poniente, con el cual nos escribió que habiendo tenido nuevas como cierta armada del rey de Francia había saqueado un lugar que se dice Lancha, y a Finisterre y otros casales y iglesias, y hecho mucho daño y muerto muchas mujeres e hijos, y rescatado otros, y que estaban en concierto con un lugar que se dice Muros, que les daba dos mil ducados porque no lo saqueasen, sacó gente de cinco navíos pequeños y metiola en los diez y seis mejores, y el día de Santiago por la mañana se topó con ellos en una cala del cabo de Finisterre, donde conforme al tiempo le pareció que debían estar, y peleo con ellos de manera que los rompió y les tomo diez y seis navios que traian de batalla, y en ellos dos compañias de infantería del Rey de Francia que estaban en Bayona, en que habia quinientos cincuenta arcabuceros, sin la otra gente de pelea que venia en el armada, en la que tomo mucha artillería y liberto mucha gente que llevaba presa. Ha sido buena nueva»

Don Álvaro quiso acercarse a Santiago para dar las gracias al Santo por la victoria, dejando a su joven hijo al mando de la escuadra en la Coruña. Fue recibido en la Catedral con todo el ceremonial que un capitán general se merecía a parte de haber llevado la paz a la zona con su victoria, en cuyo agradecimiento estuvo desde el Gobernador conde de Castro, todo el cabildo y todo el pueblo. Ya que para dar las gracias llevó parte de sus pertenecías del botín conseguido, que fue repartido entre todos y sobre todo para el Santo Patrón de España.

Entre 1544 a 1553 permaneció ya como Gobernador de la Fortaleza de Gibraltar donde había dispuesto su casa y cuando su padre zarpaba con su escuadra se incorporaba, continuando así su aprendizaje en las ciencias náuticas. El 19 de marzo de 1550 contrajo matrimonio con doña Juana de Zúñiga y Bazán, hija mayor de los condes de Miranda, cuando él contaba con veinticuatro años de edad, de este primer matrimonio tuvo cuatro hijas, Maríana, Juana, Brianda y Ana Manuel, su esposa falleció en el mismo Peñón en 1562. Esto obligó a sus padres a fundar el Mayorazgo de las Villas del Viso y Santa Cruz, más otros muchos bienes que se le añadieron a su primogénito.

A esta edad por datos de Lasso de Vega sabemos que era:

«…dispuesto de cuerpo y gentil presencia, color de rostro que tiraba a moreno, recios miembros bien proporcionados, barba castaña y bien asentada, aun cuando no con nota de espesa…que tenía la cara larga, ojos grandes, facciones correctas, frente despejada, nariz fina y aspecto bondadoso…su carácter reflexivo, con una energía seca y recta, que le hizo ganar fama…era de natural piadoso y comprensivo para con sus subordinados…utilizando la sequedad para con los superiores…» Lo que dice no poco de su honor, ya que los primeros era difícil le hicieran sombra, pero los segundo sí y tenían la responsabilidad del mando, de ahí que no les soportara reacciones fuera de lugar.

De hecho hay una frase de don Miguel de Cervantes, que lo define completamente y hay que tener en cuenta que lo conoció, por lo que no habla el escritor si no el hombre que estuvo a sus órdenes: «el padre de sus soldados» Pensamos que no hacen falta más explicaciones.

Con fecha del 8 de diciembre de 1554, don Carlos I firma un título por el que le nombra capitán general de la Armada, que ha de reunir en el puerto de Laredo. En ella le indica que debe de estar formada por las dos galeazas de su propiedad, cuatro navíos del porte de doscientas a trescientas toneladas y dos zafras de las construidas en aquellos lugares, con una dotación de hombres de mar y tierra de mil doscientos, a razón de veinte marineros o pajes por cada cien toneladas, aparte los hombres de armas, de forma que un vaso que estuviera entre las trescientas y cuatrocientas toneladas, llevaba a bordo entre los ciento veinte y ciento sesenta hombres. Esta fue la última orden que recibió de don Carlos I, ya que diez meses después abdicó.

La escuadra por motivos de no poder ser dotada de hombres de mar, se tuvo que recurrir a la recluta forzosa, por ello hasta mayo de 1555 no se pudo hacer a la mar. Al zarpar doblaron el cabo de Finisterre y pusieron rumbo al Sur, al estar a la altura de Lisboa rindieron a un buque francés, prosiguieron su crucero haciendo escala el Lagos de la misma costa de Portugal, donde se llenaron los buques de víveres frescos, zarparon con rumbo a las islas Canarias, donde tuvieron un encuentro con los ingleses, a los que se les hundió un bajel y el resto maltratados se alejaron, limpiadas las islas pusieron rumbo a las Azores, donde se mantuvo otro combate contra franceses, siendo pareja la situación pero abandonando las aguas los enemigos, desde donde ya se puso rumbo a Sanlúcar de Barrameda.

A su arribada a finales de octubre de 1555, los vasos pasaron a revisar los diferentes daños de los combates, así como a cambiar las velas y toda la maniobra, tanto la fija como la móvil, pues después de cinco largos meses en la mar y los diferentes encuentros navales no se les podía abandonar. Al mismo tiempo aprovechó para congraciarse con las dotaciones y todos los que tenían familia en aquella tierra se les dio licencia, para que estuvieran con los suyos al menos unos días. Él a su vez viajó a Gibraltar para ver a su familia, dejando el mando de la escuadra a su hermano don Alonso.

Ocurrió un hecho, que al final sentó jurisprudencia como se verá. Al poco de la marcha de don Álvaro, la gente por la típica falta de cobro de sus sueldos se sublevó, pero en vez de hacerlo en los buques, unos cuantos se pusieron en marcha a la ciudad de Sevilla, donde su Alcalde [1] el Licenciado Calderón, ordenó que fuera llevado a su presencia el Maestre don Juan de Santiago pagador de la escuadra. Se envío inmediatamente un aviso a don Álvaro para ponerlo en su conocimiento, éste viajó a la ciudad y con la ayuda de Dios consiguió convencer al alcalde de Cuadra (como se les llamaba en Sevilla, por ser así llamada la sala Capitular del Ayuntamiento) poniéndose de nuevo en camino a la escuadra.

Parecía que todo volvía a la calma, hasta que pasados otros cuatro días el mismo que había denunciado al Maestre, se plantó delante con varios que le seguían de don Álvaro, éste los amonestó y: «…mandó al Alguacil Real de su Armada que prendiese a dicho marinero y le diese dos ‹estropeadas›…» Al terminar el castigo que eran dos fuertes latigazos, se puso en pie y se encaminó de nuevo a la ciudad, volviendo a denunciar que por no cobrar encima le había castigado.

El alcalde sin ampararse a nadie ordenó apresar a los culpables de semejante castigo, así llegaron y prendieron al Alguacil Real de la Armada, el Maestre de nuevo y al Capitán de la nao, con estos no tuvieron problemas, pero al ir a prender al Alférez que además estaba de guardia, desenvainó su espada y estuvo jugando con los alguaciles del ayuntamiento, algunos de sus tajos si fueron en serio causando heridas a sus aprehensores, pero ninguna mortal, ya se cuidaba de que no fuera así, pero fueron apareciendo más y más alguaciles, y para evitar llegar a más dejo caer la espada, momento en el que se abalanzaron varios y le pusieron cadenas.

Enterado de nuevo don Álvaro, regresó a la ciudad yendo a visitar al alcalde, éste le espetó: «…que ningún General tiene jurisdicción, ni puede castigar ningún marinero ni en la Mar ni en el Puerto…» (algo fuera de rumbo navegaba) Pero no se quedó ahí la cosa, ya que ordenó a don Álvaro «daos preso» a lo que no opuso resistencia, siendo llevado a casa de uno de sus alguaciles, que lo era don Francisco de Guzmán. Don Álvaro algo molesto por la situación, se limitó a escribir una carta al Rey que por mediación de su carcelero, éste ordenó que uno de sus criados viajara a la Corte sin perder tiempo, encontrándose en esos momentos en la ciudad de Valladolid. Por ausencia del Príncipe de Asturias, que precisamente estaba de viaje a Bruselas, (donde el día 22 de octubre, su padre le entregó los estados de Flandes y Brabante y el 16 de enero siguiente, la corona de España y los estados de la península itálica) por esta razón estaba como Gobernadora la Infanta de España su hermana Juana.

El mensajero se esperó a tener la contestación, que entre otras cosas que no tenían desperdicio, dice:

«…estamos maravillados de vosotros haber hecho lo susodicho, lo cual diz que ha sido causa de desaviarse la dicha Armada y no podemos servir della con la brevedad que convenia, para ir a Flandes como teníamos mandado a llevar cierto dinero, y volver con mi Rey, lo cual todo diz que ha cesado por la ocasión que con las dichas prisiones se ha dado a las dichas gentes para amotinarse y salirse de la dicha Armada y dexarla desamparada y a peligro de perderse; y porque a nuestro servicio conviene proveer y remediar lo susodicho, Nos mandamos que luego ante todas cosas solteis de la prisión en que esta al dicho D. Alvaro de Bazan, nuestro Capitan General de la dicha Armada, sino le teneis preso por otra causa mas que por mandado al dicho Alguacil de su Armada que prendiese al dicho marinero y le diese trato de cuerda o estropease para que haga cumplir lo que por Nos está mandado y asimismo soltareis luego al dicho Alguacil, Maestre de la Nao y Alferez y otros oficiales de la dicha Armada, no teniendoles presos por otras causas justas mas de haber hecho cumplido y executado lo que el dicho D. Alvaro su Capitan General les ordenó…y favorecereis en todo lo que fuere justo y conveniere al dicho D. Alvaro de Bazan y a la Persona a quien el dexare la dicha Armada para que la pueda aderezar y poner en orden con la brevedad que conviniere y le hordenamos que lo haga y no fagades ende el…»

Pocos días después y para evitar nuevo problemas al respecto se dictó una Real orden, en la que se aclara para conocimiento de todos, que el único responsable de dar justicia sin haber nada en contra, sobre las dotaciones de los buques, bien se encontraran en la mar, bien en puerto, sería únicamente el General al mando de ella. De esta forma el mismo don Álvaro había conseguido por fin la separación de poderes sobre sus cascos y hombres, que tan poco eran conocidas por las autoridades en tierra y de ahí los malos entendidos. En compensación por la falta de legislación al respecto, la misma Gobernadora de España, fijó se le gratificara incluyéndolo en el sueldo a don Álvaro, la cifra de dos mil ducados más, como desagravio de la Corona y por las nuevas responsabilidades.

La escuadra como era lo habitual pasó a desarme, dándose de baja a la mayor parte de la marinería y regresando los hombres de los Tercios a sus cuarteles, solo se quedaban a bordo de ellos un número reducido para el mantenimiento del buque, por lo que al regresar el mes de marzo siguiente ya del año de 1556, volvían los problemas de encontrar las dotaciones suficientes. Si bien era un ahorro para la Real Hacienda, era una gran pérdida de tiempo volver a formar una dotación profesional, de ahí que en ciertas ocasiones se fallara en las maniobras más arriesgadas, pero este problema se alargó con el tiempo casi indefinidamente.

Recibió don Álvaro la orden de navegar al mar de Poniente, para embarcar caudales con destino a Flandes y el pago de los Tercios allí estacionados, pero al doblar el cabo de San Vicente un fuerte viento de Norte le obligó a irse a buscar refugio a la costa de Berbería, donde además se declaró una epidemia de viruela, superada ésta y reforzada las dotaciones por las múltiples bajas, se le comunicó que con esos vientos había llegado al cabo de Arger dos buques ingleses, como siempre en su forma indirecta de atacar a España, ya que iban cargados de armas para los berberiscos de Fez y Marruecos.

En cuanto dispuso de cuatro de sus buques, se lanzó a por los enemigos, entrando en el puerto a pesar del fuego de la fortaleza que le da guarda; los buques estaban fondeados por lo que le fue fácil darles remolque y sacarlos del lugar, pero no contento con ello a estos los remolcaron dos españoles, los otros dos atacaron a siete chalupas y carabelas que allí se encontraban para capturar a los pesqueros españoles en el Cabo Blanco, no pudiendo sacarlas todas dio la orden de pegarles fuego convirtiéndose en piras muy rápidamente, disparando por las dos bandas maltrataron a todos lo que habían acudido a la llamada de socorro de la fortaleza, consiguiendo salir solo con algún impacto en sus cascos, arribando a la bahía de Cádiz el 26 de mayo de 1556 con los dos buques ingleses, que sumaban doscientos hombres y treinta piezas de artillería embarcada.

Se encontraba en la bahía de Cádiz cuando recibió la orden del 25 de agosto siguiente, de dar de baja en su escuadra a los cuatro buques menores, quedando formada por las dos galeazas de su propiedad y dos galeras de la Corona, con ella la de partir con rumbo a la ciudad de Málaga para embarcar refuerzos para la plaza de Orán, ya que había fallecido Khair-el-Edin alias Barbarroja y sus segundos estaba intentando conquistar la plaza, que se había convertido en una floreciente ciudad al amparo de la Corona de España.

Sobre el mismo puerto entre los cabos de Falcón y Agujas se encontraban las galeras turcas castigando la plaza. Don Álvaro se dio prisa en embarcar a todo lo que se pedía, más el refuerzo de tropas de tierra, con víveres y pertrechos de guerra, pero justo cuando ya estaba a punto de levar las anclas se recibió un nuevo cambio de destino, ya que Orán se había librado de la presión de los turcos, al entablar combate entre ellos, lo que aprovechó el Gobernador de la ciudad y con varias salidas les termino de convencer que aquello no era tan fácil, por lo que decidieron zarpar y abandonar su presa, pensando que pronto tendrían que vérselas con las escuadras españolas.

El nuevo destino fue ir a cruzar en la obligada recalada de las Flotas de Indias, entre los cabos de San María y San Vicente, pero don Álvaro algo previsor se adentró en el océano y puso rumbo al Norte, justo ya a rumbo se le acercó una carabela portuguesa, para decirle que los corsario franceses estaban merodeando por la zona, sabedor de esto, dio la orden de que los buques se separaran a la vista para cubrir más espacio de mar, efectivamente a las pocas horas se dio aviso de vela a la vista, por ello y a rumbo de vuelta encontrada sobre el vaso avistado se fueron reuniendo los buques, al llegar a ver el pabellón distinguieron que era el blanco flordelisado, sin duda ya sobre su procedencia se le ofreció la rendición a lo que el capitán francés viendo la superioridad se entregó sin disparar, siendo capturada una galeaza por nombre Crezen y abanderada en Burdeos, arribando a la bahía de Cádiz el 13 de octubre siguiente.

Don Álvaro escribió a la a la Princesa Gobernadora, en su carta hace referencia a la captura de la galeaza francesa en estos términos:

«…es un muy lindo navio para Armada, y boga treinta y dos remos, de dos hombres cada remo; y tenia muy buena gente y muy buena artilleria y municiones, y la artilleria eran de cinco piezas de bronce, de ellas una de veinte quintales, y catorce de hierro y mosquetes, y tendrá el navio doscientas toneladas y hechuras de galeaza…» A buen entendedor pocas palabras bastan; quedaba de manifiesto que don Álvaro quería incorporar el buque a su escuadra, lo que entendió la Princesa y así se lo entregó para aumentar su escuadra, solo que por ser ya terciada la mala época se quedó fondeada con el resto de la escuadra para pasar la invernada.

Pasado el invierno se volvió a reunir a las dotaciones y el 31 de marzo salía la escuadra con rumbo a la población de Laredo, con la misión de transportar a Flandes sesenta piezas de artillería con su munición, pero otra vez al doblar el cabo de San Vicente los vientos contrarios les obligaron a navegar a remo, lo que hizo la travesía muy penosa a parte de retrasarla mucho, pero no tuvo objeción de atacar a una flota de corsarios franceses en el paralelo de Lisboa, consiguiendo apresar a tres de ellos y el resto se dio a la huida, logrando arribar a Laredo el día 3 de junio.

Al fondear le entregaron una carta del Rey don Felipe II desde Inglaterra, pues le habían llegado noticias del regreso de una Flota de Indias cargada con caudales, estando en rumbo a las islas Azores y en su persecución habían enviado desde Francia una escuadra para capturarla. Ante esto don Álvaro solo se paró lo justo para avituallarse y hacerse a la mar de nuevo, esta vez los vientos fueron propicios y llegó a tiempo a las islas, avistando la Flota a la que se unió para darle escolta, todo a la vista de la escuadra francesa, que ya había divisado las velas de socorro y no se atrevieron a atacar, ni a la Flota ni a la escuadra de don Álvaro, éste ordeno poner rumbo a la bahía de Cádiz, dejando a salvo a la Flota en Sanlúcar de Barrameda, fondeando en la bahía el 6 de septiembre de 1557.

Mientras esto sucedía en la mar, en tierra se habían librado los combates de San Quintín y Gravelinas, aumentando el odio del Rey de Francia Enrique II, quien por los desastres sufridos ordenó que todo español que fuera capturado se le pusiera inmediatamente al remo sin mirar el grado. Esto fue conocido por don Felipe II, quien a su vez envió orden a don Álvaro de hacer lo mismo con los franceses, pero al mismo tiempo aumenta las penas a ejecutar, ya que en un apartado de la Orden fechada el día 31 de diciembre del mismo año, se le indica:

«…los capitanes, oficiales y maestres que fueren tomados en la navegación de las Indias, yendo o viniendo, o esperando los navíos que van y vienen a ellas o dellas, los cuales queremos y es nuestra voluntad que todos sean ahorcados y echados a la mar, sin que haya remision nenguna, porque así conviene a nuestro servicio y seguridad de aquellas partes, encargamos y mandamos os, que conforme en lo que está dicho lo hagais y cumplais y executeis así de aquí en adelante durante la guerra, hasta que otra cosa mandemos…»

Para no extendernos en demasía, los siguiente años hasta el de 1561, las misiones, trabajos y navegaciones fueron del mismo tenor y con parecidos resultados por parte de la exigua escuadra al mando de don Álvaro.

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Notas

  1. Los Alcaldes en esta época eran siempre personas de altos conocimientos y muchos de realengo, eran nombrados por el Rey, de ahí que tuvieran poderes de juez y otros, por lo que al suceder el hecho estando en su término, consideró que el problema estaba bajo su jurisdicción, por ello después de ver el error en la legislación, se dividió ésta para evitar cruces de poderes no deseables y poner a cada uno en su lugar, siendo en realidad la primera vez que se separaba la justicia militar de la civil. Un aporte más y menos conocido de los muchos que dio a España don Álvaro de Bazán y Guzmán.
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