Bocanegra, Micer Edigio o Gil Biografia

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A don Gil Bocanegra se le formó juicio, siendo declarado culpable del robo del tesoro Real de Castilla, por lo que la sentencia fue de pena capital. Su cumplimiento fue unos días después en la plaza de San Francisco de la ciudad de Sevilla, ejecutado públicamente como era costumbre.
A don Gil Bocanegra se le formó juicio, siendo declarado culpable del robo del tesoro Real de Castilla, por lo que la sentencia fue de pena capital. Su cumplimiento fue unos días después en la plaza de San Francisco de la ciudad de Sevilla, ejecutado públicamente como era costumbre.
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==Bibliografía:==
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Revisión de 15:39 17 jun 2016


Biografía de don Micer Egidio o Gil Bocanegra


Dibujo en blanco y negro representando a un soldado medieval con espada y escudo, embarcado en una nave con el escudo de Castilla a color en su pecho.
Bocanegra, Micer Edigio o Gil.
Recreación ficticia


XX Almirante del Reino de Castilla.

Orígenes

Proveniente de Génova el primer Bocanegra conocido era Simón, que fue proclamado Duque de ésta República por aclamación popular el día 24 de septiembre del año de 1339.

Ya eran marinos y mercaderes poseyendo una gran fortuna, de Simón era hermano Egidio o Gil y éste fue el primero de la familia en ser Almirante de Castilla.

Hoja de Servicios

Por la muerte de don Jofre Tenorio en combate naval contra los sarracenos al mando de Mahomed Alah Azafi, el día 4 de abril de 1340, Castilla se encontraba sin fuerzas navales ni jefes cualificados, esto llevó al Monarca castellano Alfonso XI a pedir ayuda al reino de Aragón y contratar a los buques con sus marinos de Génova al Dux Simón Bocanegra y para que fuera algo más sencillo su contrata le prometió el grado de Almirante de Castilla.

Un escrito de la época dice: «ca los genoveses ovieron siempre manera de ayudar á quien les diese dineros, et sobre esto non cataron christiandad nin otro bien ninguno» Sabiendo por otra parte que en el año de 1338 Abu Alghaçan los había contratado con cuarenta galeras, lo que venía a confirmar el primer comentario.

Todo con la intención de cortar el flujo de la entrada en la península de norteafricanos, que al fin y en unión del ejército portugués, más doce galeras al mando de Ortiz de Moncada, más las genovesas y las castellanas cubrieron el flanco en el memorable combate del Salado, lo que dió un gran victoria a las armas cristianas, ya que el Papa Benedicto XII la había declarado como Cruzada por espacio de noventa días.

Ya al mando efectivo de las escuadras coaligadas, pronto demostró su valía, pues enterado de que Abu Alhaçan estaba construyendo nuevos buques, para que se unieran a sus buques destacados en Ceuta, zarpó con diez galeras, atacando en el mes de mayo de 1342 a la escuadra enemiga compuesta por doce galeras en el puerto de Bullones, apresaron seis, incendiaron cuatro y hundieron dos.

Un tiempo después, enterado de la presencia de trece galeras moras en Algeciras, zarpó con diez de las castellanas, se presentó en la bahía y por la sorpresa del ataque, apresaron a dos, hundieron cuatro y el resto fue obligado a embarrancar en la costa con muchas pérdidas de hombres, pero sin salvarse ningún bajel.

Las que eran apresadas, inmediatamente que llegaban a puertos cristianos eran acondicionadas lo antes posible, así poco a poco iba aumentando su escuadra, llegando el momento de pensar que ya disponía de suficiente fuerza como para ir a buscarlos a sus puertos, a ello se sumo su auxiliar Carlos Pezano con diez galeras más de Portugal.

Sabía que la escuadra mora norteafricana y la del Reino de Granada, disponían de unas ochenta galeras más otros buques menores. Y a su escuadra se habían incorporado treinta naves redondas del Cantábrico, lo que le decidió pasar al ataque.

Dispuso a las naves redondas en vanguardia y las galeras en línea de frente, los moros no desecharon el combate, haciéndose a la mar en su búsqueda, se encontraron y acometieron, en el enfrentamiento las naves redondas echaron a pique a las seis primeras galeras moras.

Más afuera las galeras estaban empeñadas en un duro combate, donde en su centro se batían aferradas las capitanas de Castilla y Portugal, contra las dos capitanas moras, pues ya hacía varias horas que estaban empeñados en combate.

Al parecer nadie se empleaba en los timones ni velas, solo causar más bajas a los enemigos, coincidiendo que la corriente mantenía a las cristianas acosando constantemente a las moras, y estas eran duramente castigadas desde las cofas y los puntos más alto de las naves, consiguiendo al fin dar muerte a los dos jefes moros, al mismo tiempo que eran tirados al agua sus estandartes, lo que motivó que los enemigos se dieron por vencidos.

Con esto se consiguieron apresar a veintiséis galeras en buen estado, cayendo en manos de Bocanegra los estandartes, armas, cajas de caudales, que llevaban para pagar a las tropas de sus presidios y dejando en libertad a todos los bogantes cristianos, que se pasaron en bloque a remar en las mismas galeras pero como libres.

A los pocos días se retiró el almirante de las galeras de Portugal Carlos Pezano, a pesar de los ruegos del rey don Enrique II, pero le regresó la alegría al ver llegar al almirante de Aragón don Pedro de Moncada con veinte galeras y comunicándole que en su viaje se había encontrado con una escuadra de trece buques del reino de Granada, a la que había combatido, resultando cuatros rendidas y abarrotadas de pan, lo cual significó un alivio para todos, habiendo obligado a embarrancar a dos más.

El Rey quiso estar cerca de tan grandes combatientes viajando de Jerez a Tarifa, allí estuvo hablando con todos y trasbordando de una nave a otra, al finalizar se hizo a la mar con la escuadra y visitó el puerto de Algeciras, su próximo objetivo y desde donde les dispararon, comprobando así de fácil la capacidad de fuego, de lo que el Rey tomó buen nota.

Entre las muchas mercedes que otorgó a don Gil le nombró Señor de la villa de Palma del Río, convirtiéndolo en Señorío y donde éste estableció su casa.

A finales del mes de agosto, las galeras aragonesas abandonaron Tarifa por haber recibido una orden de su Rey, dejando solo al Rey de Castilla. Pero un tiempo después, cuando pudo enviar otra parte de su escuadra lo hizo, incorporándose diez al mando del almirante Mateo Mercer llevando por vicealmirante a Jaime de Escribá.

En estos combates las galeras ordinarias eran las que más duro trabajo hacían, ya que formando parte de las fuerzas navales de bloqueo en su segunda línea, eran las encargadas de transportar los víveres y pertrechos a los demás.

La primera línea estaba formada por las naves redondas cántabras, y en la tercera estaban las zafras y pinazas, las cuales al anochecer se iban juntando para impedir el paso de las enemigas.

Era tan tenaz el bloqueo, que durante él fueron cayendo en poder de los cristianos, ocho galeras, varias galeotas y fustas, todas ellas cargadas con trigo, lo que aún aumentaba la falta de alimentos en la plaza, produciendo a la larga los efectos en las fuerzas de no estar bien alimentadas.

En la Crónica de Alfonso XI se dice: «La flota del Rey estando guardando la mar avia y cincuenta galeras de genoveses et castellanos, et diez galeras de Aragón, et cuarenta naves de Castiella, et estas eran de guerra, sin las otras naves et baxeles que traian las viandas, et zabras et leños que mandaban en la guarda»

Estando en el invierno del año de 1343, se desató un fuerte temporal típico del Estrecho, por su efecto embarrancaron en la playa dos galeras aragonesas y una castellana, que no hubiera tenido mayor importancia de no haber sido porque los moros salieron a ver lo que podían meter de ellas en la plaza, a lo que los cristianos respondieron tratando de evitarlo, de lo que resultó un enfrentamiento duro y fuerte, en el cual las armas castellanas se impusieron pudiendo salvar a las tropas y bogantes de las galeras.

Unos días más tarde, el mismo temporal arrastro a dos de las naos grandes, que iban repartiendo los víveres entre las de combate, yendo a parar a la misma costa dominada por lo moros, lo que les alivió algo el hambre que estaban pasando. Pero al mismo tiempo y a la otra parte del Estrecho, se deshicieron contra las rocas veinte de las galeras moras, causando gran mortandad por el mal estado de la mar.

El Sultán Abu Alhaçan no cejaba en su empeño, para ello preparó otra escuadra de sesenta galeras con muchos cárabos, en los que se transportaba a un ejército de doce mil hombres y caballos, poniendo toda esa fuerza en la confianza de su jefe, su hijo Abu Amir Abd Allad.

Aprovecharon la noche cruzando hasta Estepona y muy pegados a tierra prosiguieron hasta Gibraltar, donde el ejército fue desembarcado y donde casi consiguen sorprender a la tropa cristiana que defendía aquella línea.

Pero surgió lo imprevisto, ya que don Gil al que se le debían cuatro meses del alquiler de sus galeras, en vez de atacar y defender la causa de la que era partícipe, ya que como genovés no le convenía que el Estrecho estuviera dominado por los moros, porque igual les atacaban a ellos; a pesar de esto aprovechó para hacerse a alta mar y enviar un emisario al Rey castellano comunicándole la presencia de los moros, advirtiéndole que si no le pagaba inmediatamente no se hacía responsable de lo que pudiera ocurrir.

El erario de Castilla estaba vacío, así que el Rey no tuvo más remedio que pedir a todos sus grandes y caballeros, que contribuyeran para poder pagar al mercenario, ya que de lo contrario la guerra estaba perdida. No habiendo monetario, se fue juntando la vajilla de todos ellos a lo que se sumo la del Rey, consiguiendo con ello varios kilos de plata que contentó a don Gil y así se pudo evitar que la escuadra mora pudiera aplastar a la cristiana.

La presencia de tanta galera en el surgidero de Gibraltar preocupaba hondamente al Rey, por ello no se cejó en la construcción de más buques, una vez terminados y alistados se esperó un día con viento de Poniente, al darse las condiciones mencionadas fueron remolcados por las galeras, en la capitana de Castilla iba el propio Rey don Alfonso XI que quiso estar presente, entonces a los buques remolcados se les pegó fuego yendo directos hacía los enemigos, pero estos al verlos venir, hicieron dos cosas al mismo tiempo, se fueron subiendo a tierra las galeras más pequeñas, mientras que las más grandes se corrían a barlovento, al mismo tiempo que un numeroso grupo de botes con gente muy experta iba desviando las naves incendiadas a sotavento, donde se fueron acumulando y se deshicieron entre ellas consumidas por su propio fuego pero no consiguieron el objetivo marcado, por lo que no causaron ningún daño de mención.

Se sugirió la idea de terminar de bloquear la plaza, para ello se formó una cadena con mástiles y pipas, que cerró definitivamente el acceso, pudiendo pasar solamente las barcas que a remo por su poco calado y casi menos manga conseguían aún aprovisionar la plaza, pero era tan pobremente, que aceptaron una rendición honrosa que les ofreció don Alfonso entrando en la plaza conquistada el día 27 de marzo del año de 1344, sábado, víspera del Domingo de Ramos.

De la población de Algeciras y en pago a lo que cada cual había aportado el Rey decidió zanjar sus cuentas pendientes repartiendo la villa conquistada, así fue entregando con el notario al lado a cada cual lo que le correspondía, tocándole en suerte a don Gil un caserío conocido por el nombre de Alcázar de Maniflé.

En el año de 1348 surgieron algunas circunstancias que pronto llevaron a la guerra, por una parte en el mes de noviembre del año de 1349, arribó a Guerrande una escuadra al mando de don Carlos de la Cerda, el cual sin promediar alteración ninguna atacó a unas naves de Bretaña con carga de vino y pasó a cuchillo a sus tripulaciones, por otra, una escuadra española que zarpó con rumbo a Flandes, fue interceptada por una escuadra inglesa, que se apoderó de todas ellas y pasó a cuchillo a las tripulaciones.

Como en esta escuadra española iban muchas tripulaciones de vizcaínos, estos se enteraron de la salida de varias naves de Gascuña con rumbo al océano, les salieron al encuentro siendo tras duro combate apresadas todas, como represalia por la brutalidad anterior devolvieron con la misma moneda, pues todas sus dotaciones fueron pasadas a cuchillo, esto desató la inevitable guerra.

Por la ayuda que le pedían los galos, sumado a los combates anteriores, don Alfonso con fecha del día 29 de marzo del año de 1348 firma en la villa de Cañete un Real Cédula que dice:

«Porque el rey de Francia y el duque de Normandía le rogaron mandase dar algunas naos para ayuda de la guerra con el rey de Inglaterra, e por las posturas que con el rey tiene hechas, tenía por bien dar cuantía de naos que fueran en su ayuda, con el almirante mayor Egidio Bocanegra»

En parte motivado por el intento del mismo Rey de Inglaterra, Eduardo III al proponerle a Bocanegra por enviado secreto y especial, con la proposición de pasar a su servicio, a lo que el Almirante de Castilla se negó rotundamente.

El día 27 de marzo del año de 1350 fallecía en su tienda el rey don Alfonso XI, pocos días después fue nombrado su sucesor su hijo don Pedro I de Castilla, quien ratificó al Almirante en su mando y cargo.

Ya en el año de 1356, reinando don Pedro I de Castilla y en paz con Aragón, se encontraba el Rey en Sanlúcar de Barrameda, cuando apareció una galera aragonesa al mando de don Francisco de Perellós, quien si pensarlo atacó a dos naves mercantes castellanas, a lo que el marino aragonés pretextó que la carga era de genoveses y con estos su Rey estaba en guerra.

Don Pedro I no podía imaginar que los múltiples problemas que ya tenía se le iba a añadir estar también en guerra con su vecino reino peninsular, por ello mandó inmediatamente formar una escuadra para atacar a las naves aragonesas, que a partir de ese instante eran enemigas de Castilla.

Como inicio, ordenó el embargo de todos los bienes de los aragoneses en el reino de Castilla, tomando el camino de Sevilla donde personalmente ordenó activar las atarazanas y como no había otras disponibles, se armaron rápidamente siete galeras y seis naos, tomando el mando directamente.

En cuanto se pudo hacer a la mar zarpó en busca de Perellós, al que no pudo dar alcance, a pesar de que se dirigía a dar su apoyo al Rey de Francia. Pero luego supo que de nada le hubiera servido, ya que la galera de Perellós se perdió en el puerto de Arafor, pues el Rey galo había caído prisionero del Príncipe de Gales y para que lo pusiera en libertad, le había entregado el ducado de Guiena, al que pertenecía el puerto donde había arribado la galera de Aragón.

Don Pedro resolvió regresar a Sevilla y escribir pidiendo satisfacciones al Rey de Aragón, pero las excusas que recibió don Pedro I de don Pedro IV no le agradaron, provocando así la guerra definitivamente. Realizando hincapié en que de debería dirimir en la mar y él al mando, convirtiéndose así en el primer monarca castellano que se hacía a la mar en guerra.

Era tanta su prisa, que en ocho meses se carenaron en las atarazanas de Sevilla quince galeras, se construyeron doce y se alistaron muchas armas y pertrechos, don Pedro I, era conocedor de que potencialmente en el mar era muy superior el reino de Aragón.

Por eso puso todo su empeño tratando de conseguir una igualdad o supremacía para lograr la victoria en la mar, por lo que a principios del año de 1357 armó una escuadra, con cuatro naos y doce galeras, con la orden de frecuentar y batir las costas de las islas Baleares.

Al mismo tiempo, armó otra escuadra, con otras doce galeras castellanas, más seis genovesas que fueron alquiladas y una nao del puerto de Laredo, siguiendo al mando en persona.

Puso rumbo al Mediterráneo, alcanzando las costas del reino de Valencia, intentó conquistar la población de Guardamar el día 17 de agosto del año de 1358, pero su fortaleza consiguió resistir, ordenó desembarcar y poner sitio a la plaza, pero se fue alargando el tiempo y al entrar el otoño, un fuerte temporal consiguió que la flota quedara muy maltrecha, perdiéndose varios de los buques y la galera Real se pudo salvar al hacerla varar en la playa, todo ello le llevó a levantar el sitio y regresar a su territorio.

Pero no por esto cejó en su empeño, pues volvió a formar nueva escuadra, pero esta vez no era una para no estar prevenido, ya que se formó con veintiocho galeras, cuatro leños más dos galeotas, pertenecientes a la corona de Castilla.

A las que hay que añadir, que del reino de Portugal se añadieron diez galeras; del rey moro de Granada, otras tres; de la república de Venecia, se incorporaron tres galeotas y una carraca, a más de otras ochenta naves, que fueron para esta ocasión cedidas por varias ciudades.

Al frente de tan gran escuadra se puso don Pedro I, pero él enarbolaba su pabellón en un uxer, que había sido apresado a las regencias norteafricanas cuando el asedio y conquista de Algeciras, el cual fue recorrido totalmente y reforzado con tres castillos, en los que se repartían ciento veinte ballesteros y cien hombres de armas, estando al mando de cada uno de ellos don Pero López de Ayala en el de popa, el del centro don Arias González de Valdés y don Garci Álvares de Toledo en el de proa y patrón de la nave, a lo que había que sumar el lógico séquito del Rey.

Este tipo de nave era de las más grandes de la época, ya que era utilizada por los norteafricanos como buque de gran transporte de tropas y en su cubierta baja daba cabida a cuarenta caballos, por lo que debía de tener mucha manga y buena estabilidad en la mar.

La escuadra así formada, se encontraba al mando del almirante de Castilla, don Gil de Bocanegra, a sus órdenes iban el almirante de Portugal Lanzarote Pezana, los capitanes de mar castellanos, don García Álvarez de Toledo, don Jaime García de Padilla y don Pedro López de Ayala, poniendo rumbo para atacar de nuevo a Guardamar, pero esta vez la guarnición del castillo no pudo soportar la presión de los combatientes y cedió, siendo conquistada.

Al tomar este punto de partida en las aguas del Mediterráneo, se dispuso a atacar la ciudad de Barcelona, a la que consiguió llegar el día 9 de junio (según otra fuente fue en el mes de julio) del año de 1359.

En el puerto de la ciudad Condal, se hallaban en esos momentos solo diez galeras, pero la cantidad de embarcaciones menores era muy superior a la de los castellanos, estando todas ellas al mando del conde de Osona y del vizconde de Cardona, a quines seguían los capitanes de mar, Gilaberto, Bernardo de Cruilles, Bernardo Margarit y Pedro Asbert.

Además, no pudo atacar por sorpresa, puesto que las galeras y naves más grandes estaban con una protección formada por grandes anclas fondeadas, que impedían el acceso a ellas lo que le obligó a mantenerse en las cercanías del puerto.

Al ver que el rey de Aragón no aceptaba el combate y que desde tierra se le hacía un buen fuego que había dañado a algunos de sus buques, siendo la mayor parte impactos de bombardas, se decidió a atacar, así que sorteó como pudo aquella maraña de anclas y entabló combate, el cual quedó indeciso, por haberse hecho de noche ordenó salir a la mar, consiguiendo no sin alguna pérdida abandonar aguas tan peligrosas. En lo que hoy es el ante puerto de la ciudad.

A la mañana siguiente, volvió al ataque la escuadra castellana, pero está vez los aragoneses ya estaban bien dispuestos, pues se habían preparado toda clase de recursos, entre ellos algo que después se parecería a las baterías flotantes, hasta los ya muy conocidos buques con espolón de la época griega, fueron utilizados en este combate, a parte de la complejidad de las aguas plagadas por las anclas, la ballestería y el fuego de las bombardas, juntando todo esto consiguieron poner en fuga a la escuadra castellana, la cual se retiró para evitar ser destruida en aquél mismo lugar.

(Este enfrentamiento, fue el primero de la Historia, en que se enfrentaron dos formas de combatir, unos a la defensiva y los otros a la ofensiva, por lo que es muy conocido por los tratadistas tácticos navales y descrito en mucha literatura)

Aunque al presentar las popas las naves castellanas, las aragonesas se hicieron a la mar, donde aún consiguieron tirar al fondo a varios buques más, favorecidas por el completo desorden que mantenían en su huida, convirtiéndose en una importante victoria para los aragoneses.

Pero don Pedro I, ya en alta mar y viendo que los enemigos no les seguían, consiguió tranquilizarlos y volver a formar escuadra, así y no dando por perdido el combate, ordenó poner rumbo a la isla de Ibiza, para sitiarla e intentar su conquista.

Al enterarse el Rey de Aragón del rumbo de la escuadra castellana, se esperó unos días hasta la llegada de más galeras, al arribar se les dotó de todo en abundancia y ya todas avitualladas, se hicieron a la mar en persecución de los castellanos.

Pero la verdadera cuestión era, que a forma de la antigüedad, los dos monarcas no querían combatir si no era en las proximidades de sus tierras, por lo que ya alcanzado don Pedro I, el Rey de Aragón dejó el mando de la escuadra siéndole entregado a don Bernardo de Cabrera.

Viendo esto los castellanos, consiguieron convencer al Rey de Castilla, que no debía empeñarse en combate con un inferior y que el de Aragón ante el puerto de la ciudad Condal, no había hecho caso de comparecer al combate, así que don Pedro I dio por terminada la expedición y en aquél mismo lugar, prescindió del auxilio prestado por sus aliados, regresando al puerto de Alicante y después de un corto descanso, zarparon con rumbo al de Cartagena.

Pero aún hubo otro encuentro naval, sobre finales del mismo año de 1359, cuando cinco galeras de Castilla, al mando de Zorzo, se enfrentaron a cuatro de Aragón, al mando de Mateo Mercer, en las proximidades de las islas Chafarinas, que para más, estaban sirviendo al virrey de Tremecen, resultando vencidas las aragonesas.

Por lo que los intermediarios reales, consiguieron llegar a un acuerdo y firmar la paz entre ambos reinos, siendo ratificado en el año de 1361, a cuyo acto se le dio el nombre de: «Paz de Terrer»

Pero el castellano, desde el primer momento no estaba muy de acuerdo con la firma, por lo que dejó pasar un tiempo, el cual no desperdició, pues se alió con los reyes de Navarra y de Inglaterra, siendo a principios del año de 1362, cuando atacó la ciudad de Calatayud con un potente ejercito, así volvió a comenzar otra guerra.

Reaccionó don Pedro IV, que se alió con los franceses y con Enrique de Trastámara, que era pretendiente al trono de Castilla.

El rey de Castilla, acometió con mucha fuerza, consiguiendo llegar a los muros que protegían a la ciudad de Valencia, pero al acercarse don Pedro IV, con las tropas enviadas por el Rey francés, las entonces temibles ‹compañías blancas› al mando de Bertrán Du Guesclin, se vio forzado a retirarse hasta Murviedro (Sagunto), donde después de unas conversaciones, se volvió a firmar la paz el día 2 de julio del año de 1363.

En esta campaña, las escuadras de ambos reinos se mantuvieron, abrigadas en sus puertos, pues casi toda ella sucedió en la peor época del año para la navegación por el Mediterráneo.

Pero en el año de 1365, se mantuvo un combate entre la escuadra castellana al mando de don Martín Yáñez, contra una aragonesa del mando del vizconde de Cardona, que tras dura pelea, ésta se dio a la fuga para no ser totalmente destruida por la castellana.

El día 16 de marzo del año de 1366, se proclamó a don Enrique en la ciudad de Calahorra y por los suyos como nuevo Rey de Castilla, al terminar el acto, se dirigió a formar Consejo en la tienda Real, por lo que le acompañó Du Guesclin y donde el nuevo monarca, primero de la casa de Trastámara e hijo bastardo del rey Alfonso XI, comenzó su reinado.

A los pocos días se puso en camino hacía Burgos, donde fue recibido como a un Monarca, ya que se realizaron fiestas populares, siendo coronado con el ceremonial pertinente, en el Monasterio de las Huelgas el día 3 de abril del año de 1366.

Esto dio pie, a una guerra más civil si cabe, pues era dentro del mismo reino de Castilla y solo se terminó, con una lucha final entre ambos reyes.

Pues acudió en ayuda del rey Pedro I, el Príncipe de Gales, también llamado el «Príncipe Negro», (por el color de su armadura), que con sus huestes se unió a él en el campamento que este tenía en el valle de Pamplona.

Mientras el rey Enrique II, iba captando adeptos, entre estos se pasó a su bando el Almirante de Castilla, don Gil Bocanegra.

Pero al no saberlo don Pedro I confió en él y en su tesorero Mayor Martín Yáñez como es natural, ya que durante muchos años le habían servido sin ninguna alteración o demostración contraria a su lealtad, por lo que embarcaron en la galera Real el tesoro del Rey, consistiendo éste en treinta y seis quintales de Oro, a lo que acompañaban innumerables alhajas y piedras preciosas, que fueron a parar a manos del rey Enrique II.

A cambio don Gil recibió del monarca beneficiado la villa y su término de Utiel, en agradecimiento a lo realizado en su favor.

Se preparó un combate por la villa de Nájera, el cual tuvo lugar entre los dos reyes al frente de sus respectivas fuerzas, don Pedro I tenía a sus órdenes a diez mil infantes y otros tantos ballesteros, y sus lugartenientes eran el Príncipe de Gales y el duque de Lancaster, a quienes seguían sus huestes inglesas.

Por parte de don Enrique II se habían reunido castellanos, aragoneses y franceses, con un fuerte ejército de infantería y cuatro mil quinientos jinetes, entre sus jefes a parte de la mayoría de la nobleza de los dos reinos hispanos, se encontraba el francés Du Guesclin con sus ‹compañías blancas›

El encuentro tuvo lugar el día 2 de abril del año de 1367, fue muy duro y largo, pero don Pedro se alzó con la victoria, cayendo en su poder muchos de los caballeros de Aragón y Castilla, entre otros Bertrand Du Guesclin y don Gil Bocanegra.

A don Gil Bocanegra se le formó juicio, siendo declarado culpable del robo del tesoro Real de Castilla, por lo que la sentencia fue de pena capital. Su cumplimiento fue unos días después en la plaza de San Francisco de la ciudad de Sevilla, ejecutado públicamente como era costumbre.

Antecesor
Bandera_Castilla
XX

Almirante de Castilla

Sucesor
Alonso Ortiz Calderón Micer Egidio (Gil) Bocanegra Bocanegra, Micer Ambrosio

Bibliografía:

Calderón Ortega, José Manuel.: El Almirantazgo de Castilla: Historia de una Institución conflictiva (1250-1560) Universidad de Alcalá de Henares. Servicio de Publicaciones, 2003.

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