Churruca y Elorza, Cosme Damian Biografia

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Biografía de don Cosme Damián de Churruca y Elorza


 Retrato al óleo de don Cosme Damián de Churruca.
Cosme Damián de Churruca y Elorza.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.


Brigadier de la Real Armada Española.[1]

Contenido

Orígenes

Vino al mundo Cosme Damián de Churruca y Elorza en la población de Motrico provincia de Guipúzcoa, el 27 de septiembre de 1761, siendo sus padres don Francisco de Churruca e Iriondo y su esposa, doña María Teresa de Elorza e Iturriza.

La primera aula de estudios del joven, fue el seminario conciliar de Burgos. En esta comunidad, escuela de teología y ascética, hallabase casualmente un joven oficial de Marina, sobrino del arzobispo de Burgos Rodríguez de Arellano. Bastó ese contacto indirecto para que se despertara en él su afición a las cosas de la mar. Por ser menor de edad al concluir sus estudios se puso en camino a su casa, donde al llegar pidió el pertinente permiso para poder presentarse a la Compañía de Guardiamarinas, el cual le fue concedido viajando hasta la ciudad de Cádiz.

Hoja de Servicios

Se presentó al examen de acceso a la Compañía de Guardiamarinas y lo aprobó, sentando plaza de aspirante el 5 de junio de 1776, pero por la reciente puesta en marcha de las compañías de Ferrol y Cartagena, se le eligió para la de Ferrol, donde comenzó sus estudios teóricos con tan sólo quince años de edad, obtuvo unas notas excelentes y después de dos años en la Compañía comenzó sus enseñanza práctica a bordo. Expediente N.º 1.468.

En octubre de 1778 pone el pie por primera vez sobre la cubierta de un navío, siendo el San Vicente, al mando del bailío don Francisco Gil y Lemus, perteneciente a la escuadra del teniente general don Antonio de Arce, desde los primeros momentos se dieron cuenta de su afición sobre todo a la maniobra, pues en sus cruceros la escuadra se encontró con varios temporales y siempre que podía Churruca se encontraba en los trabajos de la maniobra, sin que nadie le pidiera hacerlo.

Fue relevado el general Arce, el teniente general Ponce de León, quién lo escogió como ayudante personal. Se mantuvo en el destino hasta recibir la orden del 13 de diciembre de 1781, para trasbordar a la fragata Santa Bárbara, a cuyo mando estaba don Ignacio María de Álava.

En el sitio de Gibraltar se distinguió del modo más brillante, cuando el 13 de septiembre de 1782 se llevó a cabo el ataque con las baterías flotante, que resultó un fracaso total al ser incendiadas, en contra de la opinión de su ingeniero Mr. D’Arçon, por la utilización de los británicos de las «balas rojas» viendo el desastre acudió en su socorro, con el bote de la fragata, para tratar de rescatar a las tripulaciones de los buques incendiados, entre un diluvio de metralla que despedían las baterías de la plaza y las explosiones no menos peligrosas de la baterías que ardían y saltaban hechas astillas, siendo el resultado de tan nefasto día, trescientos treinta y ocho muertos, seiscientos treinta y ocho heridos, ochenta ahogados y trescientos prisioneros.

Al firmarse la paz regresó a Cádiz en noviembre de 1783, cuando se enteró que se estaban impartiendo en las tres Compañías unos cursos de matemáticas sublimes, pero sólo para unos pocos oficiales, él pidió se le aceptara y fue destinado a la Ferrol, al llegar se le añadió el cargo de Ayudante de guardiamarinas, le resultaron tan fáciles los estudios, que en febrero se le eligió para sustituir a profesores que por diferentes causas debían de ausentarse, dando sobre todo clases de aritmética y en febrero de 1787, dio una clase magistral de matemáticas, mecánica y astronomía, arrancando el aplauso general del auditorio, además de ser la primera vez que en la Compañía se daba una clase de este tipo.

En 1788 regresó el capitán de navío don Antonio de Córdova con los paquebotes Santa Casilda y Santa Eulalia, de una comisión de reconocimiento del estrecho de Magallanes, que había comenzado en 1785 pero aún no estaba terminada, al enterarse Córdova de los nuevos oficiales tan adelantados en ciertas ciencias, reclamó para su partida a don Ciriaco Ceballos que era teniente de fragata, quien le recomendó que hiciera lo posible por que le acompañara el teniente de navío don Cosme Churruca, a quién le reclamó, pero por estar en la Compañía el permiso lo tuvo que dar el mismo Rey, obtenido y conocido se trasladó a Cádiz, donde Córdova le encomendó la parte científica de astronomía y geografía, zarpando de la bahía de Cádiz el 5 de octubre de 1788.

La expedición científica zarpó de Cádiz el 5 de octubre de 1788, arribando al puente Galante ó de San José el 7 de enero de 1789, al día siguiente comenzaron los trabajos, comenzando por pasar el Estrecho en dirección de E. á O., a ello hay que sumar que la mar como es normal en aquél punto estaba siempre dando algún que otro susto.

Levaron anclas y zarparon el duodécimo día con rumbo a una ensenada llamada Santa Mónica, donde Churruca realizó unos trabajos de observación, que transcribió a su libro de esta forma:

«Aquí nos detuvieron aun los vientos hasta el 26, pues desde que llegamos empezaron á tomar tal incremento por el N. O., que dentro de pocas horas ya teníamos un temporal. El 27 todo fue en aumento: el viento, más recio, más gruesa la mar, y la lluvia siempre copiosa y permanente; con la noche aun creció más la furia del viento; venia comúnmente á ráfagas violentas, que en el profundo seno, formado por las montañas, hacia un ruido espantoso, de que cada una era un eco particular; el bramido del mar y el estruendo de las olas que rompian en las rocas inmediatas, le formaban no menos horroroso; y el todo constituía la noche más terrible que se puede concebir; ciertamente no cabia en la imaginación de Horacio una tempestad semejante cuando escribia sus obras. En fin, parecía que el viento y las aguas habían puesto en acción todas sus fuerzas y conspiraban á batir las soberbias moles de piedras que nos defendían de su furia para sepultarnos bajo las ruinas»

El 18 escribe así:

«No podemos abandonar al silencio la singularidad de este dia, que fue el segundo de nuestra navegación en que nos iluminó el sol con toda claridad por algunas horas seguidas: este accidente, que aquí es tan raro, parecerá tal vez de poca entidad; pero es inexplicable cuánto influyó en nuestros ánimos: diez y ocho días de una perpétua lluvia, de dormir siempre mojados, unas veces en la estrechez de nuestras lanchas y otras sobre una playa de piedra, poco menos que á cielo raso; los cuidados de una comisión que prolongaba la contrariedad de los vientos, y, finalmente, la frugalidad á que nos habia reducido la pérdida de una gran parte de nuestras provisiones, formaban una combinación de circunstancias tales, que bastaba cualesquiera de ellas para abatir el ánimo más esforzado y debilitar aun la constitucion más robusta; pero este dia templado y de serenidad que nos condujo á los límites de nuestro cargo, permitió también enjugar las ropas, y dio nuevos resortes á nuestros espíritus con el placer de haber vencido obstáculos que creimos superiores á los mayores esfuerzos»

Continua su ‹Diario›, con la llegada al cabo Pilar, límite occidental del Estrecho, aprovechando la calma que se mantenía regresaron al E., al llegar desembarcaron en la isla de la Misericordia una de las tres que marcan la salida, que fue fijada su posición, pasando posteriormente por los cabos del Pilar y la Victoria, consiguiendo dar la demarcación correcta de todas ellas incluida a de los Evangelistas, para conmemorar tal victoria contra los elementos, decidieron escribir una nota y encerrarla en una botella, dejando constancia de lo hecho, como le tocó a Churruca escribirla la transcribió (o al contrario) en su diario, de ahí que llegue a nosotros, pues dice así:

«En el augusto reinado de Cárlos III, Rey de España y de las Indias. Por orden de S. M. salieron del puerto de Cádiz, en el mes de Octubre de 1788, dos bajeles de su Armada naval, con el objeto de reconocer todos los surgideros, radas, puertos y bajos del estrecho de Magallanes, formando una exactísima carta en beneficio de la navegacion y del comercio. Detenidos estos buques en el puerto de San José ó cabo de Galante por la contrariedad de los vientos, destinaron dos pequeñas embarcaciones de remo con dos oficiales para la conclusión de esta obra importante, y habiéndola desempeñado en todas sus partes, dejaron á la posteridad este monumento para eterna memoria. A 29 de Enero de 1789»

Continuó la exploración de toda la Tierra de Fuego, al terminar subieron paralelos, en el viaje les volvió a envolver las tempestades que pusieron en grave aprieto a todos, ojeando la costa, pues no había lugar donde guarecerse de aquellos vientos y mar, consiguió distinguir un posible surgidero poniendo rumbo a él y efectivamente pudieron guarecerse lanzando las anclas, por la oportunidad de existir se le bautizó con el nombre de Fortuna, al calmar los vientos y con ellos la mar zarparon llegando a actual Ecuador, donde desembarcaron por estar todos afectados de escorbuto, aunque a Churruca no le afecto mucho, pero estaba muy débil y desnutrido, pero no por ello dejó de trabajar, pues cruzaron por tierra volviendo a embarcar, continuando viaje hasta que arribaron a la bahía de Cádiz, por ello su ‹Diario› es de un gran valor.

Por ello lo dio a la imprenta, siendo publicado este importantísimo trabajo sobre el viaje y paso del estrecho titulado: «Apéndice al Primer Viaje de Magallanes», que vió la luz en Madrid en 1795. Los aplausos que arrancó a la opinión pública y alto reconocimiento de sus compañeros de la Armada, no le inspiraron más orgullo que el que se desprende del punto final a su obra con esta nota: «Si se atiende a las circunstancias en que se escribió este diario, no se extrañaran los yerros o equivocaciones que se encuentran en él» El original con los yerros de escritura está en posesión de la familia.

En junio de 1789 es agregado al Observatorio; si bien aún convaleciente, se entrega al estudio que no contribuían a buen seguro a su total restablecimiento, pero su capacidad y poder de estudio le impedía tomarse las ciencias con calma.

Tampoco le dejaron descansar mucho, pues un año justo después, en 1790 se le llama para ocupar el puesto de ayudante del Mayor General de la escuadra que estaba al mando del teniente general don José Solano ya marqués del Socorro; para prevenir la declaración de guerra por los límites de Nootka en el estrecho de Fuca, zarpando la escuadra compuesta por: veintiséis navíos, doce fragatas, dos bergantines y una balandra, con rumbo al canal de la Mancha, pero no existió enfrentamiento por la firma de un acuerdo, por lo que la escuadra regresó a la bahía de Cádiz el día ocho de septiembre.

Al regresar se incorporó de nuevo al Observatorio de San Fernando, pero no descansaba, por lo que volvió a sentirse mal, a pesar de ello solo la intervención de los amigos le convenció para pedir licencia, la cual se le concedió, pero ya entrado el año 1791, regresó al hogar materno, donde sí se terminó de recuperar por los esmerados cuidados de su madre, que le entretenía para mejor pasar las horas del día, aunque él siempre estaba con algún papel y un carboncillo.

El ministro de Marina el Baylio Frey don Antonio Valdés determinó poner en marcha una nueva expedición científica formada por dos secciones, una de las cuales debía recorrer las islas y costas del golfo mejicano, la otra el resto de las tierras del continente hasta el confín del continente, con la pretensión de componer el atlas marítimo de la América española, ya que era el único país del planeta que podía llevarla a cabo sin permisos de nadie.

Como iba ser un gran trabajo, muchos se apuntaron o utilizaron a sus intermediarios para ser elegidos, pero don Antonio Valdés no quería equivocarse, ya que el trabajo a realizar era de mucha envergadura y seriedad, tomando la decisión a pesar de las presiones, de llamar a don José de Mazarredo para que le ayudara a decidir, pero Mazarredo casi no le dejó hablar y por supuesto recomendó que se le diera el mando de la expedición a don Cosme Damián, que no por ser un joven capitán de fragata con treinta años, era de desperdiciar la ocasión por el bien de España. A pesar de que entre los que se habían presentado los había de mucho más grado, al saber a quién se le había dado el mando, nadie hizo el menor comentario.

Así por una Real Orden del 10 de noviembre de 1791, puso fin al descanso del marino al recibirla, pues inmediatamente se puso en camino de postas a Madrid, permaneciendo durante un tiempo con don José de Mazarredo para planificar perfectamente los trabajos, a su vez fue felicitado por el Baylio y al terminar los preliminares se desplazó a Cádiz, donde ya estaban preparados los dos bergantines, llamados Descubridor y Vigilante, por orden de Churruca, se le dio el mando del segundo al de su mismo grado don Joaquín Francisco Fidalgo, al mismo tiempo que se nombraba también segundo de la expedición, que por estar más terminado su alistamiento zarpó de la bahía de Cádiz el día cuatro de junio, mientras que Churruca lo hizo el día diecisiete de junio del año de 1792.

Habían quedado en reunirse en la isla de Trinidad de barlovento, para comenzar en esta los trabajos, arribó primero el día veintiuno siguiente a Puerto España, para dar el salto final a la isla de Trinidad, donde al llegar lo primero fue montar un observatorio y con él, se fijó el primer meridiano del continente, tomando como punto el fuerte de San Andrés, siendo su demarcación de 10º 38’ 40’’ N. y la longitud a Cádiz, en 55º 22’ 44’’ prosiguieron los trabajos y al estar concluidos se fueron a poner en marcha, justo en el momento en que llegó un correo dando la mala noticia de haberse declarado la guerra a la República francesa, pero Churruca ya conocedor del estallido de la guerra no quiso dejar de trabajar, por ello pasó a reconocer y fijar la isla de Granada, arribando el día veintiocho de enero del año de 1793, dejando en sus notas la situación de la isla.

Las cosas se fueron complicando y decidió pasar a la isla Trinidad de Barlovento, donde con sus dos bergantines comenzó su propia campaña naval, ya que la orden del correo era solo de conocimiento, no de regresar a la Península y al ver a la isla sin defensas prefirió quedarse realizando cruceros, en los cuales consiguió importantes presas, que sin duda sin su presencia la isla se hubiera perdido, de hecho cuando ya se calmó un poco la tensión, decidió regresar a la Península por estar de nuevo su salud perdida, para ello se embarcó de segundo comandante en la habana en el navío Conquistador, con el que realizó el viaje de regreso, habiendo permanecido en los trabajos científicos dos años y cuatro meses.

Hay un escrito al Ministro fechado en Cádiz el 12 de abril de 1794, en el transmite todo lo realizado durante su estancia en la isla, y dice: «Es casi imposible concebir la enorme diferencia que hay de hacer esta clase de operaciones en España á hacerlas en los climas ardientes y enfermizos de la zona tórrida, y la constitución más robusta no deja de padecer aquí; aun en medio del ócio y descanso, no puede ocultarse á la penetracion de V. E., lo que sufrirá el marinero, condenado en estos buques á un trabajo más activo y contínuo que en otro alguno cuando está en la mar y en los puertos á un remo perpétuo, preciso para las sondas y demás operaciones que exige la construcción de sus planos»

Unos de los datos más puros que pudo sacar de todas las Antillas, ocurrió el 21 de octubre de 1793 (que coincidencia de fecha) pues pudo observar la entrada y salida de Aldebarán por el disco de la Luna; y por esta observación, y la realizada el día dos de junio anterior en la isla de Trinidad, de la emersión del tercer satélite de Júpiter, y otra del primer satélite también de Júpiter realizada en la Habana, le llevó a rectificar las longitudes absolutas de la isla, basándose en la de Aldebaram estableció la de la isla de Puerto Rico y partiendo de esta, calculó con precisión absoluta apoyándose en las ya conocidas de la Península, al llegar a Cádiz las remitió a todos los observatorios de Europa, para que estudiaran la posibilidad de error y si no lo había que se lo comunicaran.

Fueron verificadas por todos y solo supieron darle el aplauso y reconocimiento de tan efectivo como exacto trabajo. Esto le dio un nombre ya imperecedero lo que aprovechó para publicar «Memorias», que por circunstancias vieron la luz de la imprenta en el año de 1802, pero en ésta solo están las Antillas, a pesar de ello fue tal la celebridad alcanzada que lo situó entre los más afamados en el mundo científico. Tanto, que su obra se publicó añadida en el Almanaque Náutico que se publicó en el año de 1804.

De la ciudad Cádiz, donde arribó, pasó a Madrid, por ser reclamado por el Príncipe de la Paz, que había sido nombrado también Generalísimo, quien lo recibió con todos los honores, siendo presentado a toda la Corte con muestras de mucho afecto, tanto que por orden de don Manuel Godoy se le ascendió al agrado de capitán de navío, con fecha anterior de casi dos años, compensando así sus grandes trabajos y pérdidas de salud por ellos.

Su falta de salud le impidió concluir la historia de su campaña, por esta causa solo se publicaron una parte de sus treinta y cuatro cartas esféricas y mapas geométricos, siendo la deshonra de un país que hasta la fecha no se hayan publicado todas ellas, siguiendo en el cajón del olvido, cuando fueron y son, unos documentos sencillamente irrepetibles y dignos de figurar en alguna publicación. Pero nada se ha hecho al respecto en estos más de doscientos años.

También en 1802 publicó la carta la particular geométrica de la isla de Puerto Rico, que fue impresa a continuación de la Memoria y por ello se publicó unos meses después.

Y en 1804 se publicó la Carta esférica de las islas Caribes de Sotavento, lo demuestra, que las Cartas se hicieron en muy poco tiempo, nunca hasta esa fecha se había realizado nada igual ni mucho menos con la precisión que tenía el trabajo, algo fuera del alcance de muchas personas, que él realizo incluso estando de cruceros de guerra como si fuera un simple divertimento. Lo que nos dice mucho de su capacidad como científico.

Regresemos a la cronología, ya que en febrero de 1797 fue elegido y nombrado Mayor General de la escuadra, que en esos momentos estaba al mando del teniente general don José de Mazarredo, el cual sólo quería tener a un verdadero marino para el puesto, no en vano ya le conocía y muy bien, y las circunstancias no eran para desperdiciarlos, ya que se había sufrido el reciente combate del cabo de San Vicente y el puerto de Cádiz, se encontraba bloqueado por la escuadra del comodoro Nelson.

Por Real Orden del 25 de diciembre de 1798 se le otorgó el mando del navío Conquistador; halló el navío en el más lastimoso estado, tanto con respecto al armamento como a su tripulación, que a decir de la época era quizás la pero de la toda la Real Armada, pero Churruca era capaz y así fue de hacerles entrar en razón, pues si era coloquial con los subalternos y dotación, nadie ponía en duda su severidad a la hora de ordenar ejemplares castigos, como el caso de un miembro de la dotación, al que se le demostró haber robado a un compañero, de esta forma en pocos meses el buque pasó a ser la envidia de la Real Armada.

Zarpó la escuadra al mando de don José de Mazarredo con rumbo a al puerto francés de Brest, donde arribaron el 9 de agosto de 1799, como no había otra cosa que hacer se dedicó a instruir a su dotación y al mismo tiempo a escribir «Instrucción militar para el navío Conquistador» que fue publicada ese mismo año, siendo considerada por sus superiores tan importante que se repartió entre todos los comandantes de la Real Armada, con el propósito de establecer en la Armada una más completa y severa disciplina.

Aún le quedó tiempo de pedir permiso para acercarse a París, para ‹examinar el observatorio astronómico, el depósito hidrográfico y otros establecimientos científicos, tratando allí con los sabios más acreditados, que le dieron muestras de sumo aprecio› Enterado Bonaparte, entonces Primer Cónsul de Francia, lo quiso conocer, siendo recibido con extremadas muestras de aprecio, a los pocos días se puso en camino de nuevo a Brest, donde salió a recibirlo fuera de la ciudad el teniente general don Federico Gravina, en muestra del personal aprecio que le profesaba. Todo por estar ausente don José de Mazarredo, que era el Comandante en jefe de la escuadra.

Por estos días se había publicado en Madrid la Carta Esférica de Churruca, recibiendo inmediatamente el ministro francés una copia, ordenando traducirla y publicarla, para el conocimiento de sus marinos, de ello se le dio nota al Cónsul de Francia, quien ordenó enviar al prefecto marítimo Mr. Cafarelti, un sable de honor como regalo a tan ilustre científico.

Hablando de Brest y del Conquistador, hemos de recordar diferentes pormenores de la estancia en aquel puerto: necesitaba el navío por reconocimiento del mismo Churruca recorrer sus fondos; el general de la escuadra ordenó que entrase en uno de los diques de Recouvrances, cuando un buque de guerra va a entrar en dique para recorrer, tiene el jefe de ingenieros que prepararle la cama, o sea los piques en que ha de ajustar su quilla en la forma conveniente para que, el quebranto del buque no se aumente cuando quedando en seco y apuntalado, descansa toda su mole sobre su quilla y los dichos piques.

Para formar la línea de éstos en relación con el referido quebranto, pidió el ingeniero Guignard a don Cosme los calados de popa y proa y también de su batería. Deseoso Churruca de saber cómo utilizaba el ingeniero aquellos datos para conseguir su objetivo, con la sencillez de un hombre de ciencia, se lo preguntó; más el francés se negó a satisfacer su curiosidad, diciéndole que era un «secreto» Esto no hizo otra cosa, que poner en alerta a don Cosme, que como buen científico no podía dejar pasar la ocasión de saber ‹cómo›, saliendo el amor propio por tan necia negativa, así sin decir palabra abordó el navío y se encerró en su cámara, comenzando a hacer cálculos basándose en que él ya sabía y las preguntas del ingeniero francés.

Al día siguiente ya sabía la fórmula y radiante de alegría, salió al alcázar, exclamando: ¡lo encontré!, ¡lo encontré! Efectivamente, había penetrado ese «secreto» por medio de una fórmula matemática, hoy ya muy conocida, merced a la cual se preparó la línea de piques, para que el navío entrase a carenar sobre ellos.

Pero Churruca, más amante de la ciencia que el ingeniero francés, se dio prisa en vulgarizar esta fórmula, publicando una «Método geométrico para determinar las inflexiones de la quilla de un buque quebrantado, igualmente que la cantidad de su arrufo» destruyendo así el misterio de que tan ufano se mostraba el ingeniero Mr. Guignard. Dándose el caso especial, que se dedicó a escribir el método, al terminarlo y como era de rigor lo envío al Ministerio para la autorización de ser publicado, pero el día treinta de marzo del año de 1802, cuando todavía no lo había recibido, ya estaba en los Arsenales la obra impresa.

Como aclaración por otro sabio, don Martín Fernández de Navarrete en su obra lo explica así: «Este método adoptado por Churruca ofrece ventajas indiscutibles sobre las que se practicaban en nuestro arsenales: es general, rigurosamente geométrico, y determina la cantidad del quebranto ó arrufo de un navío en otros tantos puntos de longitud como portas tuviese la primera batería, sin más operación que medir la altura de cada una de ellas sobre el mar, y los calados de popa y proa por medio de un cálculo muy corto, sencillo, fácil y uniforme para cada punto; y por él puede ademas conocerse el estado actual del buque, siempre que haya calma de viento y mar, y saberse al fin de cada campaña cuanto se ha quebrantado en ella. Aunque sea semejante el que emplean los franceses para determinar el quebranto al medio, no hay noticia de que se haya generalizado en términos de poderse aplicar á todos los puntos de la quilla; y como el conocimiento del arco que hace está en un solo punto no es suficiente para sentar bien el buque en los picaderos de un dique, ni existe ordinariamente el máximo quebranto al medio de su eslora, pertenece á Churruca el honor de haber resuelto en toda su generalidad este interesante problema. Pero como no hay método que sea exacto, cuando los datos son errados; se recomienda á los constructores, ingenieros y maestros mayores de los arsenales el más escrupuloso cuidado en la construcción de las escalas de calados, y en la medida de los elementos constantes que se deben dar en la libreta de cada buque con presencia de la fórmula»

En virtud del tratado firmado en San Ildefonso el 1 de octubre de 1800. Cuyo titular dice: «Artículos preliminares entre España y Francia, obligándose la primera á ceder la Luisiana y entregar seis navíos de línea en compensación del establecimiento territorial que ofrece la última con título de rey al infante duque de Parma.

En su artículo 5.º dice: Su Majestad católica se obliga á entregar á la república francesa en los puertos españoles de Europa, un mes después de la ejecución de la estipulación relativa al duque de Parma, seis navíos de guerra en buen estado, de porte se setenta y cuatro cañones, armados y arbolados y en disposición de recibir equipagues y provisiones franceses»

Fueron entregados los llamados: Conquistador, Pelayo, San Jenaro, San Antonio, Intrépido y Atlante, pero el primero lo fue expresamente pedido, por ser un buque que llamaba la atención, pero todo no estaba en el propio buque, sino en el trabajo de un experto marino que había empleado tres años en conseguirlo, por lo que al dejar el mando lo hizo de muy mala gana, sabedor de que todo el tiempo empleado en hacerlo único, cuando desembarcara él el último, las maderas que los formaban sería iguales a la de cualquier otro y él debía de comenzar de nuevo. Para regresar a Cádiz embarcó de transporte en el navío Concepción, arribando a la bahía el 25 de mayo de 1802.

Pidió por el enfado y también por no estar en plenitud su salud, licencia para acercarse a su casa materna y descansar, lo que le fue concedido, pero no desperdició un solo instante, pues embarcó con rumbo a Marsella, punto que no conocía al igual que su costa y quiso aprovechar para cumplir su deseo, al poco pasó a su casa en la población de Motrico, pero el Gobierno le había conservado a pesar de estar con licencia el sueldo como si estuviera embarcado, pro no le iba a salir tan barato, ya que al llegar se le nombró alcalde de la población. En su supuesto retiro, no había día que no recibiera alguna consulta del Gobierno, a las cuales les daba su solución y las remitía de nuevo.

Se incorporó a su Departamento de destino, Ferrol, en noviembre de 1803, y el Gobierno por Real Orden le entregó el mando del único tres puentes que había destacado en este departamento, que no era otro que el Príncipe de Asturias, con libertad de armamento y cualquier disposición que tuviera a bien incorporar, por lo que se puso inmediatamente a trabajar con la dotación y la oficialidad.

Estando en este trabajo, fueron requeridos sus conocimientos a finales de 1803, para: «Examinar varias llaves para artillería, propuestas á la superioridad desde el año 97, y otras que él mismo conocía:…y el de hacer experiencias sobre el descenso ó abatimiento de las municiones, y formar una instrucción sobre punterías para el servicio de la armada…Las llaves para la artillería en la forma que propuso, parecieron aventajarse á las que usaban las naciones extranjeras: por consiguiente se adoptaron según las propuso… y aprobadas por S. M. se comunicó á la armada en Real órden de 14 de abril de 1805 para que se generalizase en ella, y últimamente se dio al público después de la muerte del autor, siendo su título: Instrucciones sobre punterías para el uso de los bajeles del rey; incluyendo las dimensiones del casco y arboladura de los buques de guerra de la marina inglesa de todos portes, con otras noticias relativas á su armamento» Imprenta Real, Madrid, 1805. Está compuesto por 65 páginas en 8º mayor con 23 tablas y una lámina de figuras.

Tenía ya su navío en parecidas condiciones al anterior y como brigadier le correspondía el mando de uno de tres baterías, pero algo debió de suceder porque cambio de parecer, y sabiendo que el San Juan Nepomuceno acaba de salir de una gran carena, pidió al Gobierno que le diera el mando, el cual no se lo negó; el buque estaba todavía sin su distribución interna realizada, por lo que añadió pedir el permiso para ordenarla él, de esta forma de nuevo el Gobierno por Real Cédula le otorgó la facultad de arreglarlo a su gusto, sin sujeción a reglamento alguno, siendo la primera vez en la historia de la Real Armada, que se condecían estos privilegios, causando entre los compañeros una gran satisfacción, al mismo tiempo que una cierta envidia, por poder ver que iba a hacer con el navío, una de las más favorables fue, que el navío pasó de contar con 74 cañones oficiales a 82, aparte de montarle unos pedreros.

Comenzó a trabajar en el buque y al mismo tiempo con la dotación, a la que ordenó abordar el buque para ayudar a realizar su distribución, de esta forma todos eran conocedores de todo, lo que en un momento dado en combate, cualquiera podría suplir a un compañero, cuestión nada baladí sabiendo la continua escasez de personal en la Armada.

A pesar de tener todas estas nuevas facultades, no deja de asombrar la decisión del cambio. Modestamente pensamos, que al saber que el Príncipe de Asturias iba a ser el buque insignia de la escuadra española, (aunque en realidad todavía no lo era, pero al estar perfectamente dotado e instruido por él, su amigo Gravina seguro que lo elegiría, como así fue) debió de sentirse como encajonado y no ser el dueño de su propio buque, tomando las decisiones que considerara oportunas en cada momento, de ahí que decidiera ser su propio Jefe y pedir pasar a un buque de menor entidad.

La escuadra de Ferrol tuvo que añadir buques a la escuadra del Océano, por las pérdidas sufridas en el combate del cabo de Finisterre, por ello entre otros los Príncipe de Asturias, Montañés y San Juan Nepomuceno , se hicieron a la vela el día trece de agosto, desde el puerto del Ferrol, para reunirse en la ría de Ares a la escuadra combinada. El general Gravina con insignia en el Argonauta, al ver la incorporación del San Juan al mando de don Damián, le dio el puesto de vanguardia en su escuadra, reunidos todos y organizada de nuevo las escuadras, el vicealmirante Villeneuve dio la orden de levar y zarpar el día ocho de agosto, con rumbo contrario al ordenado por su Emperador, así la combinada puso rumbo a la bahía de Cádiz, en estos días su buque parecía un enjambre de abejas, ya que no les dio respiro hasta dominar perfectamente todas las maniobras, lo que causo gran asombro entre todos los presentes, arribaron a la bahía y lanzaron las anclas el día diecisiete siguiente.

Por primera vez en su vida pensó en él, así que decidió contraer matrimonio, con doña María de los Dolores Ruiz de Apodaca, hija de don Vicente, brigadier que fue de la Armada y sobrina carnal del capitán general conde del Venadito, lógicamente ya se conocían pues había estado muchas veces en el mismo fondeadero y la elegida no podía provenir de otra familia que no fuera de marinos, como así fue.

Como era de esperar, el teniente general don Federico Gravina, a los pocos días de estar fondeados, dio la orden de trasladar su insignia y a toda su Mayoría al navío Príncipe de Asturias y es que, don Federico también estaba en todo, pero alguien de menor grado no le iba a zaga, más bien lo contrario.

Estando fondeados en la bahía de Cádiz, se produjo una rebelión a bordo del San Juan, para no entrar en conjeturas transcribimos a continuación el documento, que dirige don Cosme Damián de Churruca al general en jefe de la Escuadra don Federico Gravina y Nápoli. Todo sucede entre el diecinueve y el veintisiete de agosto del año de 1805.[2]

Comillas izq 1.png Excelentísimo señor:

En la tarde del día 19 del presente mes, dando caza a un buque de guerra enemigo que venía de vuelta encontrada, y se conoció por fragata de guerra; cuando con las mechas encendidas y toda mi gente sobre las armas me consideraba en la mejor disposición posible para combatir, parte de los ranchos destinados a los cañones proeles de la segunda batería vació las ollas de los ranchos privilegiados en el fogón que se había apagado; y algunos de los que estaban también en los cañones decimotercero y decimocuarto de la primera batería, tuvieron igualmente la audacia de robar algunos efectos de rancho, pertenecientes a los oficiales de mar, que estaban depositados en la caja del agua.

No supe tal acaecimiento hasta después de concluida la caza, mandé retirar la gente de las baterías; pero luego que llegó a mi conocimiento, llamé a los ranchos de los tres cañones proeles de la segunda batería, y a los dos de la primera: entre estos cinco ranchos había uno solo de marinería en el decimoquinto cañón de la segunda batería, cuya gente acusó a la tropa de marina del decimotercero y decimocuarto de haber vaciado las ollas, y robado la cena de los oficiales mayores; pero estos últimos estuvieron negativos como los de la primera batería que también eran tropa de marina, y en toda aquella noche y el día siguiente hice diligencias aunque infructuosas, para descubrir los verdaderos reos; considerando que no podía ni debía dejar impune un delito que era gravísimo por las circunstancias en que se cometió; y reflexionando por otra parte, que una corrección fuerte no era prudente sobre un crecido número de hombres entre los cuales podían haber muchos que fuesen inocentes, algunos testigos que no querían declarar la verdad, y tal vez pocos reos; les intimé que quedaban todos privados de ración de vino hasta que ellos mismos no descubriesen los verdaderos culpados, para que sobre éstos sólo recayese el castigo conveniente; y esta privación empezó el día 21, recayendo sobre cuarenta y dos individuos todos soldados de mar.

El 24 esto es, el tercer día de dicha privación me fue remitido por el señor mayor general de la escuadra, para que informase, una instancia o recurso de agravio dirigido a V. E. por los soldados de marina Simón Pérez, Dionisio Balderrábano y Pedro Bengaza, tratando de injusticia la privación a que les había condenado su comandante; y quejándose de su rigor extremo; este memorial estaba firmado solamente por Simón Pérez expresando en la antefirma que lo hacía en nombre de todos, pero había sido dirigido contra ordenanza, sin conocimiento ni permiso mío, y conducido al navío Argonauta, según he sabido después, por el cabo segundo de marina Juan Valdés, que está actualmente asegurado en el cepo, y por esto y por haber averiguado yo que es camarada muy familiar de los principales actores del atentado cometido el día 27.

Para poder informar a V. E. con la circunspección y exactitud debida, mandé al alférez de fragata don Benito Bermúdez de Castro, encargado del destacamento de Marina, que preguntase escuadra por escuadra, si efectivamente habían autorizado a los tres soldados que se nombraban en el memorial, para representar a V. E.; y este oficial, habiendo interrogado a todo el destacamento, me informó que sólo nueve dijeron haber convenido que se hiciese dicho recurso, con la seguridad de que dos de ellos no estaban comprendidos en la privación de vino de que se quejaban, y son Eustaquio López y Francisco Gay; pero todos los demás aseguraron no haber tenido noticias ni conocimiento de semejante memorial, ni motivo de queja.

Con este informe me propuse extender el mío para V. E., pero no lo pude evacuar el 25 por ser día de gala, ni el 26 por ocupaciones del servicio.

En la mañana del 27, como a las nueve de ella, cuando iba a extender el informe sobre el citado memorial, hallándome en mi cámara en mangas de camisa, por el gran calor que hacía, me dio parte don Benito Bermúdez de Castro, entonces segundo de guardia, de habérsele dirigido el soldado de Marina Simón Pérez con la solicitud de la ración de vino, y haberle contestado que sólo el comandante podía dársela, pero que el soldado, no contento con decirle en voz alta sobre al alcázar que era una injusticia, añadió que en este buque no se hacía justicia alguna, que entonces le mandó retirar y que oyéndole repetir estas expresiones sin obedecerle, le dio dos empellones para echar del alcázar; añadió el oficial en su parte que a este tiempo llegaron los soldados Domingo Balderrábano y Antonio Antelo con la misma solicitud que Pérez y les contestó lo mismo, pero que insistieron como éste, los amenazó con que los haría dar de palos si no eran subordinados.

A lo cual contestaron Balderrábano y Antelo, que ellos no sufrirían castigo alguno; oído el oficial, mandé que hiciesen asegurar en el cepo por el pronto, a los tres soldados, con el fin de proceder seriamente como parecía exigir el caso.

En el momento de disponer el oficial la ejecución de esta providencia salieron de entre la tropa de Marina que estaba en el alcázar, varias voces, diciendo que no se había de castigar a aquellos soldados; y he sabido, después que arrojándose una porción de ellos por encima de la madera de respeto al combés, se dirigieron a la primera batería, donde tenían las armas, gritando: los nombrados a sus puestos.

Yo que me creía obedecido como debía, continuaba escribiendo en mangas de camisa dentro de mi cámara, cuando llegó Bermúdez a decirme que se había sublevado una parte de la guarnición de Marina; y mientras buscaba casaca que ponerme, salió al alcázar mi segundo el capitán de fragata don Juan de Moyna con una pistola descargada que fue el arma que encontró más a mano; habiendo sabido allí que los amotinados estaban en la primera batería, acudió a ella inmediatamente; en seguida salí yo, encontré la guardia ya sobre las armas, apoderada de las escalas y escotillas altas, para que no pudiesen subir los sublevados y un crecido número de tropa de Marina sin armas; en el mismo instante intimé en nombre del Rey la ejecución de muerte en el acto contra cualquiera que no obedeciese en el momento cuando se lo mandase yo o alguno de mis oficiales y contra cualquiera que dejase de concurrir con nosotros a someter los inobedientes; toda la tropa que estaba sobre el alcázar me contestó con un grito general de ¡viva el Rey! y todos estamos prontos a morir al lado de V. S.; si eran obedientes y sumisos, pero sin saber aún dónde estaban ni quiénes eran los amotinados.

Entonces recibí un parte, no me acuerdo porque conducto, de que los sublevados se hallaban en la primera batería con las armas en la mano, y que no querían dejarlas si no bajaba el comandante del navío o el general de la escuadra, a quienes estaban prontos a obedecer; me dirigí para allá inmediatamente y encontré en una de las escalas al teniente de navío don Juan Matute, que me aseguró que habían dejado las armas, y que iban a subir sin ellas.

He sabido después que don Francisco de Moyna al llegar a la segunda batería desarmó a un soldado de Marina que con su sable impedía a los voluntarios de la corona tomar los fusiles que tenían colocados en ella; bajó inmediatamente a entrepuentes donde halló a otro soldado de Marina que puesto en la escotilla mayor con su sable en la mano, exhortaba a que no soltasen las armas a los demás que estaban amontonados con ellas en una y otra banda de dicho escotillón; que por lo mismo se dirigió Moyna primeramente a él, mandándole que le entregase el sable; y habiendo rehusado obedecer a su primera y segunda intimidación, le amenazó de muerte, montando la pistola, aunque descargada; entonces huyó el soldado envainada su arma, y se escondió entre los amotinados que se hallaban en la banda de estribor metiéndose Moyna entre ellos, los mandó envainar y entregar sus armas; entendió en su confusa gritería que se quejaban de injusticia contra su alférez, y habiéndoles probado lo infundado de sus quejas como que perderían todo derecho por los medios de que se valían, les volvió a mandar que entregasen sus armas; llamó a los sargentos y cabos para que las recibiesen, y no apareciendo ninguno, les ordenó que las dejasen y subiesen al alcázar desarmados, como lo ejecutaron inmediatamente por las escalas de popa; este fue el momento en que encontré a don Juan Matute y me participó la sumisión de aquellos desgraciados.

Moyna siguió para proa para examinar si había quedado alguno; preguntó al centinela de artillería de Marina que estaba sólo él y que otro centinela que reconoció ser un soldado de Marina; pero no le ocurrió por el pronto, que no debía haber allí tal faccionario, y que era puesto por los amotinados, como se ha sabido después, sin duda para impedir que se sacase cartuchería de armas de chispa; por consiguiente, mandó a ambos y aun soldado de la Corona que estaba también de centinela en la escala inmediata del entrepuente, que no permitiesen bajar a nadie por ella; volviéndose seguidamente Moyna para popa, encontró allí algunos amotinados con las armas en la mano, y viendo que uno de ellos respondió a su alférez don Benito Bermúdez que no entregaría su arma mientras no lo hiciesen sus compañeros, le mandó que fuese el primero a darles ejemplo; fue obedecido en el momento por él y todos los demás, y se reunieron sin armas en el alcázar, donde les pregunté cuáles eran sus quejas; Simón Pérez, Bernardo Galán y Blas Alonso, que me parecieron los más atrevidos, me dijeron que habiendo publicado yo unas instrucciones de policía y disciplina arregladas a ordenanzas, en las cuales les hacía saber sus obligaciones, y las penas correspondientes a las diversas faltas que pudieran cometer, se habían conformado y se conformaban gustosos con ellas, pero que no sufrían otros castigos a que no se podían resignar, como la privación última de su ración de vino y las palizas que hacía dar su alférez por quedarse de noche en tierra, habiendo corrección determinada para esta última falta; les convencí de que el delito de haber abandonado sus puestos frente al enemigo para robar, no estaba previsto en la instrucción mía, porque no lo creía posible; y he sabido que las palizas de que se quejaban, han sido dadas solamente a los vendedores de ropas, por haber vendido de munición, vicio reconocido en ellos antes de su embarco en este buque, pues lo tenían anotado en sus libretas.

Vista la cavilosidad y mal carácter de estos soldados, que sin embargo se sometían pidiendo que hiciese yo lo que gustase de ellos, les pregunté si querían ser oídos y juzgados en un consejo de guerra; me rogaron que los castigase yo y que no los abandonase a la justicia de V. E., de la cual no podían dejar de esperar el castigo correspondiente al atentado que habían cometido; les ofrecí que interpondría mi mediación con V. E. para salvarles las vidas, pero que no podría quedar sin castigo, y que debían estar obedientes y hacer cuanto yo les mandase, empezando por ir al cepo los tres que habían motivado tan graves delitos; fueron, en efecto, haciendo todos protestas de sumisión y obediencia, y pasé inmediatamente al navío de V. E. a participar verbalmente lo ocurrido, para no perder tiempo en escribir tan larga relación.

Desde el primer instante de este movimiento insurreccional, acudieron todos los oficiales con el mayor celo a contenerlo; el guardia marina habilitado de oficial, don José de Apodaca, que se hallaba en la cámara baja, comisionado por ellos se embarcó en un bote que había por la popa, descolgándose por los cañones del timón para avisar esta novedad al navío inmediato, que era el Príncipe de Asturias, de donde vino inmediatamente un oficial a ofrecerme auxilios, que no eran ya necesarios en atención a estar ya apaciguado el motín; pero no puedo elogiar bastante bizarra conducta del capitán de fragata don Francisco de Moyna, que arrojándose el primero en medio de los treinta o cuarenta sublevados, supo reducirlos con su valor y prudencia a que dejasen las armas, sin efusión de sangre, y sin dar tiempo a que los sometidos usasen la fuerza, por lo cual espero lo recomendará V. E. a la piedad del Rey.

Los sargentos de la guarnición que se me presentaron todos en el alcázar; toda la tropa de voluntarios de la corona corrió a tomar las armas por un movimiento espontáneo y digno del mayor elogio, para auxiliar a sus jefes; la de Marina que se hallaba de guardia, las tomó igualmente y concurrió a defender las escalas; y el resto de este destacamento que no había tomado parte en el motín, se mantuvo quieto sin armas, habiéndose reunido en el alcázar.

En la tarde del mismo 27 supe que en algunos corrillos de tropa de Marina se trataba todavía de sacar del cepo a los tres que estaban presos, durante la noche, cuando durmiese la gente; pero al mismo tiempo que por medio de los oficiales y sargentos procuré conocer a los verdaderos reos, tomé las medidas de prudencia y precauciones necesarias, así para evitar un nuevo atentado, como para prender a los delincuentes en la mañana inmediata; con estos fines puse en facción a toda la tropa de voluntarios de la Corona, doblando las centinelas, que fueron confiadas a ellos en todos los puestos importantes, y proveyéndoles de sable de la dotación; hice traer con sigilo cartuchería de fusil y pistola del navío Príncipe de Asturias, cargar toda la fusilería de los voluntarios de la Corona y que velasen igualmente que los oficiales de guerra y sargentos, a quienes distribuí pistolas; rondaron unos y otros durante toda la noche, y recogieron las armas de la tropa de marina, incluso de la guardia, en la cual había soldados sospechosos; por la mañana, después de haber introducido en la primera batería un fuerte destacamento de la Corona, y cerrado todas las escotillas para que nadie pudiese bajar al sollado, se hizo el zafarrancho a la hora ordinaria y estando formada en batalla la tropa de Marina sin armas, para pasar la revista, salí al alcázar con los oficiales que no tenían destino particular en otros puntos del navío; a la primera palabra mía, que fue mandar que todos estuviesen quietos, salió con sus armas cargadas toda la tropa de la Corona que estaba esparcida como por casualidad en la toldilla, antecámara y castillo; circundando así el destacamento de Marina, llamé uno a uno, por pie de lista, a los delincuentes; les pedí la razón de su conducta, no pudieron justificarse, y les hice amarrar sucesivamente, reinando en todo el navío el silencio más profundo; y luego que llegó la orden de V. E., para remitirlos al arsenal de la Carraca, los hice embarcar en la lancha, en la cual fueron conducidos tres cabos y treinta soldados maniatados y con escolta conveniente, aprovechando yo este acto para exhortar a la obediencia a toda la tropa y marinería, que me contestó con la promesa de la más ciega sumisión, y gritando: ¡viva el Rey!.

Algunos de los reos me dijeron al embarcarse que los más culpables quedaban todavía a bordo, pero no quisieron declarar quiénes eran y continuando yo en mis averiguaciones secretas para extinguir los reos impunes de la guarnición del navío de mi mando, he descubierto ya a siete más, entre los cuales se halla comprendido el cabo conductor del memorial, cuya amistad íntima con los principales reos, y la circunstancia de haber llevado subrepticiamente dicho memorial al navío de V. E., me lo hace considerar como reo, aunque no fue de los que tomaron las armas.

No confió todavía en haber evacuado el destacamento de Marina de todo lo malo que hay en él, pues puede quedar aún algún resto de la funesta semilla derramada por los hombres perversos remitidos al arsenal; ni creo conveniente que queden en un buque una tropa que ha recibido las lecciones de aquéllos, oído sus discursos y visto un atentado de que no hay ejemplo en los bajeles del Rey ni en sus tropas de Marina; por tanto me ha parecido prudente no restituir sus sables a dicha tropa hasta que V. E. me lo ordene, o disponga lo que le pareciere conveniente, respecto a que están también sin ellos los voluntarios de la Corona.

Nuestro Señor guarde la vida de V. E. muchos años.

A bordo del navío San Juan Nepomuceno en la bahía de Cádiz a 30 de agosto de 1805.

Excelentísimo señor Cosme de Churruca (rubricado).

Excelentísimo señor don Federico Gravina Comillas der 1.png


Con referencia a la justicia hecha por un Consejo de Guerra, todos los encausados tanto los pertenecientes a la marinería como a los Infantes de Marina se les condenó a muerte, enterado don Cosme de la sentencia, escribió al Rey para que fuera indulgente, pues para la desgracia de ellos ya habían quedado marcados, rogándole les perdonará la vida, lo cual fue aceptado por el Monarca y por el Príncipe de la Paz siéndoles concedida la gracia pedida por don Cosme.

Enterado don Cosme de lo que había conseguido con fecha del día uno de octubre le dirige a su hermano una carta diciéndole: «Te remito adjunta una copia de la órden publicada ayer en la escuadra, para que veas por ella la doble satisfacción que tengo de haber salvado la vida de cuarenta desgraciados que se me amotinaron á bordo, y que tanto el Rey como el Generalísimo hayan apreciado mi mediación; así constará á la posteridad que no pude provocar yo con un rigor excesiva un atentado que no tiene ejemplo en nuestras tropas de marina, etc.»

Con la fecha que se indica en el documento, de nuevo don Cosme le escribe a su hermano: «Navío San Juan en Cádiz a 11 de octubre. Querido hermano: desde que salimos de Ferrol no pagan a nadie ni aun las asignaciones, a pesar de estar declaradas en la clase del prest del soldado, de manera que se les debe ya quatro meses y no tienen ni esperanza de ver un real en mucho tiempo; aquí nos deben también 4 meses de sueldo y no nos dan un ochavo, sin embargo de que nos hacer echar los bofes trabajando: con lo que no puedo menos de agradecer mucho el que hayas libertado a Dolores de los apuros en que se andaría para pagarte los 1.356 reales que te los libraré yo luego que pueda; entretanto, he encontrado en el Ferrol a un amigo rico que socorrerá a Dolores con quanto necesite, y quedo tranquilo con haver asegurado ya su subsistencia decentemente. Estos son los trabajos de los que servimos al Rey, que en ningún grado podemos contar sobre nuestros sueldos…» Afirmando al final de ella: «Si tú oyes que mi navío ha sido hecho prisionero, di que he muerto»

Prosiguió la espera de la gran escuadra combinada en la bahía de Cádiz, hasta que el vicealmirante Villeneuve conocedor de la pronta llegada del vicealmirante Rosilly para sustituirlo en el mando, y en contra de la opinión de todos los comandantes de la escuadra española, porque los barómetros estaba bajando y era anuncio de un fuerte temporal, le aconsejaban que esperase a que pasara, ya que la escuadra británica tendría que correrlo en la mar y saliendo después los enemigos estarían mucho más cansados, y quizás con algún buque menos. Pero Villeneuve dio la orden de zarpar el 20 de octubre de 1805.

Al amanecer el infausto día 21 de octubre, se divisó a la escuadra británica con todo su trapo desplegado proa la línea de la combinada, sobre las 08:00 horas se acercó una fragata francesa con la orden del vicealmirante Villeneuve de «virar por redondo a un tiempo» al ver la señal indignado exclamó una de sus frases más conocidas: «La flota está perdida. El almirante francés no sabe lo que hace. Nos ha comprometido a todos», obedeció la orden quedando el último de la descompuesta línea, aunque su buen marinar le hizo avanzar dos puestos a los compañeros que quedaron sotaventados, al mismo tiempo que dio la orden de clavar la bandera, lo que a su vez puso en conocimiento de toda la dotación.

Él iba de un lado a otro apuntando los cañones, dando órdenes con la bocina para no perder arrancada el navío, cuando se preparó para apuntar un cañón, al disparar fue tan certero que desarboló de un palo al navío enemigo más cercano, de los tres que le venían rodeando desde el principio del combate, que eran el Dreadnought, de 98 cañones que se le situó por estribor, y los Achilles, de 74 y Defence, de 74 por babor a los que después se les unieron los Thunderer, de 74 y Bellerophon, de 74, por último como si el navío aún soportara mucho más se les unió Tonnent, de 80, siendo ya cuando se rindió, pues las bajas ya ascendían a ciento veintiséis muertos y ciento cuarenta y siete heridos.

Al intentar separarse para que la pieza fuera cargada de nuevo, un proyectil de cañón enemigo le arrancó la pierna derecha por encima del muslo, cayendo sobre la cubierta, se dice que para no desanimar a la gente les gritó: «Esto no es nada; siga el fuego» ayudado por su cuñado Ruíz de Apodaca se intentó poner de pie, pero la hemorragia era mucha volviendo a caer al instante, aquí se cuenta que dijo: «Pepe, dí á tu hermana que muero con honor en la fé que profesa la santa iglesia católica, apostólica, romana, amando á Dios de todo mi corazón, y estimándola mucho; que se acuerde de mí como yo me acuerdo de ella» a lo que añadió: «que estaba muy satisfecho de todos los oficiales, y gente de su guarnicion y tripulación» quizás estas fueron sus últimas palabras.

Habían transcurrido dos horas y media de combate, en las que ningún enemigo había siquiera intentado abordarlo y desde el principio por la banda de estribor estuvo el navío de tres baterías Dreadnougth, del porte de 98 cañones, que a buen seguro no están incluidas las carronadas, siendo sus disparos por su mayor altura los que arrasaban la cubierta, pero no se fue de vacío porque al entrar en Gibraltar remolcado, se le contaron setenta y nueve balazos a flor de agua. Lo que demuestra que los españoles no tiraban ya tanto a la arboladura. Y es que hay datos que desmienten ciertos bulos mantenidos durante siglos.

Al decidir arriar la bandera, fue cuando si abordaron el navío los oficiales británicos con sus tropas, pero todos acudieron para saber a quien se rendía la valerosa dotación del San Juan Nepomuceno , casi a empujones entre ellos disputándose tamaña gloria, a lo cual contestó arrogantemente el oficial que por sucesión de mando lo ostentaba, el teniente de navío don Joaquín Núñez Falcón: «Combatido por los seis navíos, a todos ellos sucumbo, que a uno solo jamás se hubiera rendido el San Juan Nepomuceno»

 Óleo representando la muerte de Churruca en la cubierta del navío.
Muerte de Churruca. Óleo de Eugenio Álvarez Dumont.
Museo Nacional del Prado. Madrid. Retocado por Todoavante.

Dejó este mundo a los cuarenta y cuatro años de edad, habiendo servido a la patria veintinueve años, cuatro meses y diecinueve días. En un elogio escrito en el primer centenario del combate por Enrique Repullés Vargas, lo publica con el título: «Vivió para la humanidad; murió por la patria»

Su navío fue remolcado a Gibraltar, siendo uno de los pocos que pudieron enseñar los británicos como trofeo del combate. Durante unos años lo conservaron, manteniendo la cámara del comandante cerrada y con una lapida en que se leía el nombre de «Churruca» en letras de oro y si algún visitante de alto puesto se le concedía el privilegio de hacerlo, se le advertía que se descubriera como si aún estuviera presente don Cosme Damián de Churruca y Elorza, brigadier de la Real Armada Española, muerto a flote del navío de su mando, el dos baterías y 82 cañones San Juan Nepomuceno.

La frase que don José Ruíz Apodaca, cuñado de Churruca, le dijo al oficial encargado del sepelio, deja bien a las claras lo que sentían muchos españoles: «Varones ilustres como éste no debían estar expuestos á los peligros de un combate, sino conservados para los progresos de la ciencia de la navegación»

El Rey y en su nombre don Manuel Godoy, Príncipe de la Paz y Generalísimos de los Ejércitos de España, le concedieron el ascenso al grado de teniente general, pensión que según dicen cobró su viuda doña María de los Dolores Ruiz de Apodaca. Pero nos hace dudar que lo hiciera durante mucho tiempo, ya que las cosas no estaban como para pagar, no en balde su marido tuvo que someter una rebelión por esta causa en dos ocasiones a lo largo de su vida militar, lo que indica que no era cuestión ni problema de unos meses.

La Armada Española ha perpetuado este nombre glorioso en la popa de algunos de sus buques y en la lápida colocada en la tercera capilla Oeste del Panteón, cuya leyenda es como sigue:

 Fotografía de la lápida.
Placa en el Panteón de Marinos Ilustres.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.



A la memoria

del Brigadier de la Armada

Don Cosme Damián de Churruca

Muerto gloriosamente sobre el navío de su mando

« San Juan Nepomuceno » en el combate de Trafalgar

El 21 de octubre de 1805



Notas:

  1. Honoríficamente por su comportamiento en el combate de Trafalgar, por Real Decreto se le ascendió póstumamente al grado de Teniente General de la Real Armada, pensión que se le entregaba a su viuda.
  2. Este documento vió la luz por primera vez, en la edición de la tarde del «Diario de Cádiz», el día veintiuno de octubre del año de 1905. Cita este motín don Pelayo Alcalá Galiano, en su obra « El Combate de Trafalgar », pero no se extiende en los motivos y lo deja casi como una anécdota, lo cual no es muy de recibo, ya que tenía su importancia como cualquier motín o sublevación de una tropa contra sus mandos. Por otra parte a veces no se puede ser tan prolijo, pues se acabaría escribiendo la vida de todos los miembros de la tripulación de un buque, lo que podría llevar años con uno solo. El documento es autógrafo de don Cosme Damián de Churruca, estando en poder, de su propietario don Antonio Perea de la Rocha, marqués de Arellano. Estuvo disponible al público, también por primera vez, en la Exposición del Libro Antiguo del Mar, que se celebró en Cádiz en el año de 1953. Lo descubrimos nosotros en un libro que trata sobre el combate de Cavite de 1898, por ser citado en la bibliografía. Una vez más la Historia había escondido, algo que sí estaba editado, pero en un lugar casi impensable pues ni de cerca tenía que ver con el tema tratado en el libro, y por ello, una vez descubierto lo hacemos público.

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