Gutierrez de Rubalcava y de Medina, Alejo Biografia

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Alejo Gutiérrez de Rubalcava y de Medina Biografía



Óleo representando a don Alejo Guitérrez de Rubalcava.
Alejo Gutiérrez de Rubalcava y de Medina.
Cortesía del Museo Naval de Madrid.


Teniente general de la Real Armada Española.

Caballero profeso de la Real y Militar Orden de Santiago.

Vocal de la Real Junta Superior de la Armada.

Vocal de la Junta del Almirantazgo.

Orígenes

Vino al mundo en Cartagena el 23 de mayo de 1768, fue bautizado en la parroquia de Santa María el siguiente día, siendo sus padres don Joaquín Gutiérrez de Rubalcava, caballero de la Real y Militar Orden de Santiago y doña María Teresa de Medina.

Hoja de Servicios

Sentó plaza de guardiamarina el 12 de julio de 1783, en la Compañía del Departamento de Cartagena folio 223. Expediente N.º 3.471. Él sentía más inclinación al Arma de Artillería, pero por indicación de su tío el jefe de escuadra don José de Mazarredo a la sazón Comandante de la Compañía de Guardiamarinas, le inclinó la balanza al intervenir el Ministro de Marina el Baylío Frey don Antonio Valdés.

Al aprobar los exámenes teóricos pasó embarcado al navío San Ildefonso del mando de capitán de navío don Ignacio María de Álava y la escuadra al mando de don José de Mazarredo, comisionada para firmar las treguas con la regencia de Argel, por los efectos de los bombardeos efectuados en 1783 y 1784 por las expediciones al mando de teniente general don Antonio Barceló. Al terminar con bien la comisión arribó la escuadra a Cartagena donde desembarcó encontrándose con sus nuevos galones de alférez de fragata, que le habían sido otorgados el 17 de noviembre de 1785.

Siendo destinado a la guardia del propio Arsenal, en febrero de 1786 se le ordenó como al resto de oficiales subordinados para asistir a los cursos de estudios mayores, de matemáticas y astronomía, que impartía don Gabriel de Ciscar en Cartagena, permaneciendo en ellos hasta abril de 1789, el 10 de mayo siguiente se le ordenó embarcar en la fragata Soledad, realizando una comisión y viaje a la ciudad Condal, al terminar ésta se incorporó a Cartagena, a su llegada se le ordenó trasbordar a la escuadra del general Tejada, que zarpó de Cartagena con rumbo a Nápoles y Liorna.

A su regreso a Cartagena pasó destinado a la fragata Perpétua, arribando el 7 de septiembre a la bahía de Cádiz, siendo destinado a la compañía de Guardia marinas de éste Departamento y al Observatorio Astronómico. Permaneciendo en este destino hasta recibir la Real orden del 23 de mayo de 1790, para embarcar como ayudante del general don José de Mazarredo, que era su tío, en el navío de su insignia, el Conde de Regla de tres puentes. Incorporándose la escuadra a la del mando supremo del marqués del Socorro, la cual zarpó con rumbo al N., a su paso por Finisterre se le unió la que estaba de destino en Ferrol, alcanzando el número de veintiséis navíos, doce fragatas, dos bergantines y una balandra, todo en prevención de la declaración de guerra del Reino Unido, por el problema de soberanía en el establecimiento de Nootka, pues estaban informados que España no obtendría apoyo de Francia y en cambio el Reino Unido se lo reclamó a Holanda por su tratado de alianza de 1788, ante ésta posibilidad fue el detonante de este gran armamento, pero la cesión por parte de Carlos IV de los límites y territorios de Nootka, evitó la guerra a costa de ser olvidada España en el Estrecho de Fuca. La escuadra al saber el convenio alcanzado puso rumbo a la bahía de Cádiz arribando el 8 de septiembre.

Por sus conocimientos en hidrografía, fue elegido por el Gobierno junto a otros oficiales para un comisión para levantar los planos y cartas en el seno Mejicano y las Antillas pequeñas, con dos bergantines que al efecto se estaban terminando de construir, llamados Descubridor y Vigilante, zarpando de la bahía de Cádiz el 15 de junio de 1792, con rumbo a la Palma de Gran Canarias, donde se abastecieron de víveres frescos, para zarpar con rumbo a la isla de Trinidad de Barlovento, tocando posteriormente en la isla de Puerto Rico ya a principios de 1793, de donde volvieron a zarpar con rumbo a la de Santo Domingo, al concluir sus trabajos volvieron a hacerse a la mar con rumbo de nuevo a la de Puerto Rico y en la travesía se encontraron con una balandra corsaria del porte de 18 cañones, manteniendo un duro y vivo combate, resultando al fin vencida y apresada, siendo marinada a la isla de destino.

Aquí cayó enfermo de terciarias quedando desembarcado el 10 de abril de 1794, al recuperarse algo zarpó a finales del mismo año de transporte en el navío Santa Isabel, con rumbo a Bahiaja en la isla de Santo Domingo, donde trasbordó al navío San Leandro, pero el navío iba a estar un tiempo de descanso de la dotación, y por la premura trasbordó de nuevo a la balandra Ventura, que lo transportó a la Habana, aquí embarcó en el navío Príncipe de Asturias, que zarpaba dando escolta a un gran convoy con rumbo a la bahía de Cádiz, al arribar fue desembarcado para terminar de recuperarse.

En febrero de 1796 ya repuesto del todo, embarcó en el navío San Rafael, pero antes de que éste zarpara se le ordenó trasbordar el 10 de julio a la fragata Florentina, zarpando en conserva con la Esmeralda con rumbo a Pasajes, al arribar a este puerto se les comunicó estar en guerra con el Reino Unido y la orden de incorporarse a la escuadra de Ferrol, al arribar, de nuevo la enfermedad se le había declarado, recibiendo la orden de desembarcar siendo destinado el 5 de septiembre de 1797 como ayudante de la Mayoría General del Departamento.

Algo repuesto de su enfermedad en 1798 se le otorgó el mando de una lancha cañonera, perteneciente al apostadero de la ría de Ares, en comisión de guardacostas, permaneciendo en este su primer mando hasta el 15 de noviembre, por pasar el buque a desarme, regresando al Arsenal a tomar el mismo puesto que había dejado en la Mayoría del Departamento.

En abril de 1799 se le ordenó embarcar en el navío Real Carlos, como ayudante de la escuadra que estaba al mando del general Melgarejo, compuesta por cinco navíos y una fragata, dando escolta a varios transportes que trasladaban a la división del ejército al mando del teniente general don Gonzalo O’Farril, con rumbo al puerto de Rochefort donde se encontraban fondeados, siendo atacados por una escuadra británica formada por seis navíos, varias fragatas y tres corbetas, que montaban bombardas siendo las que en realidad hicieron el ataque a la escuadra española el día dos de julio, pero el mando español ordenó arriar las lanchas y botes de los navíos y fragatas siendo armados con un cañón, los franceses hicieron los mismo con algunos de los suyos uniéndose ambos, al oscurecer salieron a remo cuando llegaron a tiro de cañón los bombardearon, tuvo tanto éxito el ataque por inesperado y los graves daños que les causaron, que se vieron obligados a picar los cables largar las velas y abandonar el bloqueo del puerto.

Permanecieron en el puerto hasta septiembre, zarpando con rumbo a Brest para unirse a la escuadra al mando del general don José de Mazarredo y el almirante Bruix, pero al llegar a la vista del puerto se dieron cuenta que estaban bloqueados por una muy superior escuadra británica, razón por la que era imposible vencer siendo la escuadra de Melgarejo de solo cinco navíos, dando la orden de virar e intentar llegar a Orien o de nuevo a Rochefort, pero al ser descubiertos por los enemigos enviaron tras de él a una numerosa escuadra, pensando que por mucho que intentara llegar no le iban a dar tiempo de formar la línea, además que los dos puertos citados no tenían una buenas defensas, decidiendo mantenerse en la mar y con rumbo a Ferrol, donde llegó felizmente y sin que le dieran alcance, entrando en la ría quince días después de haber zarpado de Rochefort.

Al llegar se le ordenó trasbordar al navío Argonauta, con el que estuvo cumpliendo comisiones de guardacostas y cubriendo nuestro tráfico marítimo, evitando en varias ocasiones que los mercantes cayeran en manos de los enemigos, permaneció embarcado casi un año y al desembarcar se le destino de nuevo a la Mayoría General del Departamento de Ferrol

Los 25 y 26 de agosto de 1800 participó también en la defensa del ataque que efectuaron a Ferrol los británicos, siendo destinado por su general don Juan Joaquín Moreno como vigía de los movimientos de los enemigos en Monte Campelo, contribuyendo de esta forma muy eficazmente, a uno de los mayores fracasos británicos de sus persistentes e inevitables intentos de hacerse con algo español.

Permaneció en su destino hasta el mes de abril de 1801, en que se le ordenó trasladarse a la bahía de Cádiz, zarpando como ayudante del general don Juan Joaquín Moreno en su insignia el navío Real Carlos, pero tanto el general francés Linois, quien llevaba como su segundo al contralmirante Dumanoir, como el español, para no perder el tiempo en hacerse señales por banderas y poder unificar criterios más rápidamente decidieron trasbordar a la fragata Santa Sabina, junto a toda su Mayoría, por esta razón se salvó de morir esa misma noche.

La noche del 12 de julio además era cerrada, con muy poca visibilidad, lo que aprovechó el navío Superb al que le acompañó la suerte en forma de una racha de viento de Levante, consiguiendo acercarse todo lo posible al Real Carlos, al mando del capitán de navío don J. Ezquerra, sobre el que descargó casi simultáneamente toda su artillería por la aleta de popa estribor del navío español, pero algunos de los proyectiles fueron a impactar por la cercanía en la que estaban con el San Hermegildo, al mando del capitán de navío don J. Emparan, el cual al recibirlos pensó que algún enemigo estaba a su altura aprovechando la oscuridad casi completa, viéndose atacado ordenó abrir fuego, pero éste fue a dar de lleno en el Real Carlos, éste a su vez al ser atacado pensó lo mismo que su compañero, por lo que los dos arribaron sobre el contrario, llegándose a lanzar granadas de mano y frascos de fuego, lo que provocó un gran incendio en el Real Carlos, el cual alumbró la escena y nadie se lo creía, que dos tres puentes españoles se hubieran atacado hasta aniquilarse mutuamente, pues ya el fuego en el San Hermengildo era incontrolable.

El resultado en bajas de este desafortunado suceso fue tremendo, pues de los más de dos mil cien hombres de entre ambos navíos, sólo en torno a los trescientos fueron rescatados. La mayor parte consiguió llegar a nado al Sant-Antoine, pero como fue capturado cayeron en poder de los británicos, entre ellos el segundo comandante del San Hermenegildo, el capitán de fragata don Francisco Vizcarrondo, el resto fueron rescatados por el Superb y al día siguiente 13, por la tarde con la falúa del Real Carlos, arribaron a la bahía de Cádiz al mando del guardiamarina don Manuel Fernández Flores otros cuarenta hombres casi extenuados.

Al regresar a Cádiz de nuevo su enfermedad brotó, permaneciendo durante un tiempo en el hospital, pasando luego a recibir los cuidados de su familia, ya recuperado se le destinó a Ferrol por haberse firmado la paz con el Reino Unido y desarmados los buques, se le destinó por un tiempo como profesor de matemáticas en la Compañía de Guardiamarinas del Departamento, siendo el responsable del Depósito Hidrográfico y la comisión de ordenar la biblioteca, estando en este puesto se le entregó la Real orden de 1802 con su ascenso al grado de teniente de navío.

Permanecía en su destino hasta que a principios de 1804 se destinó a la recién armada fragata Prueba, destinado como jefe del detall, por tener la comisión el comandante del buque de viajar a Veracruz, pero el viaje fue suspendido quedando a su bordo, hasta recibir la Real orden por la que se le nombraba comandante de la corbeta Mercurio, que estaba destinada a realizar junto a la Indagadora un tornaviaje a Lima, pero mientras esperaban la orden de zarpar, tuvo lugar el ataque sin declaración de guerra previa a las división de fragatas de Bustamante, el 5 de octubre del mismo año; considerando el mando que las corbetas no eran buques adecuados para la nueva guerra, se decidió que fueran desarmadas, razón por la que el 5 de abril de 1805 quedaba desembarcado.

No le dejaron estar en tierra mucho tiempo, pues el 20 siguiente se le entregó el mando de una lancha cañonera, con la que salió en un par de ocasiones, a finales de junio se terminaron una serie de cañoneros en el mismo Arsenal, siéndole otorgado el mando del nombrado Centella, con la intención de cumplir la misión de dar escolta al tráfico marítimo de cabotaje, pero en su primera salida se dio cuenta que eran muy poco marineros decidiendo regresar a puerto e informar a sus superiores, al mismo tiempo le pidió al general Grandallana se le concediera trasbordar al navío Montañés, que estaba siendo alistado para incorporarse a la escuadra del general don Federico Gravina, lo que le fue otorgado trasbordando al navío el cual zarpó el 8 de agosto de Ferrol con rumbo a la ría de Ares, donde se unió a la escuadra combinada del almirante Villeneuve y general Gravina, al estar todos se hicieron a la vela el 10 con rumbo a Cádiz, donde lanzaron las anclas en la bahía el 17 siguiente.

Al arribar y estar ya listos los buques el general Gravina cambió su insignia al Príncipe de Asturias, trasbordando toda la Mayoría de la escuadra. Después de todos los avatares que tuvieron lugar en el fondeadero, el almirante francés resolvió zarpar desoyendo los avisos de tener casi encima un temporal, así se fue haciendo a la mar la escuadra combinada el 20 de octubre de 1805.

Dando pasó al ya conocido combate del 21 de octubre, llamado de Trafalgar por hallarse frente al cabo de este nombre en tan nefasta ocasión, el navío Montañés fue de los que más sufrió, de hecho se quedó sin ningún mando superior, por lo que siendo don Alejo el oficial de más antigüedad se hizo cargo del mando, en el combate donde el almirante Nelson consiguió una gran victoria sobre la escuadra combinada.

Pero para algunos no había terminado el combate, sí contra los enemigos, pero no contra los elementos pero no le arredró, por ello a pesar de estar en pésimo estado su navío, se hizo a la vela rápidamente para intentar salvar a todos los que pudiera, por el tremendo temporal desatado después del combate, intentó dar remolque a algunos navíos, que por efecto de los destrozos del combate y del temporal se iban contra las rocas, sus esfuerzos se vieron compensados al rescatar al Santa Ana y al Neptuno, pero a su vez el Montañés varó, sufriendo graves averías en el timón, al quedar a merced de las corrientes estuvo a punto de irse a pique, pero por sus inmejorables dotes de navegante, dando las órdenes oportunas y vigilando cada movimiento la dotación, logró salvar al buque y a sus hombres.

Por su heroico comportamiento, en el combate y sobre todo después de él a pesar de la tempestad que se desato, demostrando sus grandes dotes y conocimientos, consiguiendo con ello que el 30 siguiente después de siete largos días de furioso temporal lograra dejarlo a salvo fondeado en la misma bahía, entregando el mando al terminar su misión al capitán de fragata don Ramón de Herrera. Por Real orden General del Rey don Carlos IV, fueron ascendidos todos los participantes en el combate, al grado inmediato superior, siéndole entregados los galones de capitán de fragata.

Un acto que quedó muy señalado en su hoja de servicios fue, que el general al mando de la escuadra lo nombró segundo comandante del navío Vencedor, por sus excelentes formas demostradas, pero él aduciendo su juventud y que habían más compañeros mucho más antiguos y preparados que él para ese mando, le fuera entregado a uno de ellos, pidiendo muy humildemente ser destinado al Arsenal de Ferrol, lo que se le concedió, realizando el viaje aprovechando que un destacamento del arma de artillería iba al mismo punto, puesto que había cumplido en el combate embarcados y se restituían a su cuartel, así cruzó toda la Península unos ratos a pie y otro sentado en un típico carro del arma.

Al llegar al Arsenal, se le destinó en mayo de 1806 como segundo de la fragata Magdalena, ya que ante la escasez de buques, el mando había dictado la orden de que embarcaran dos oficiales del mismo grado en ellas, debía de haber zarpado con rumbo a las Antillas, no se sabe la razón pero la salida no se efectuó, quedando con ese cargo a su bordo hasta enero de 1807, pues por Real orden se le nombró primer ayudante del Mayor General del Departamento, por ausencia del titular tomo el mando directamente, decidiendo el capitán general del Departamento que pasara a ocuparlo en propiedad al poco tiempo.

Permaneció en el puesto hasta recibir la Real orden por la que se le otorgaba el mando de la fragata Magdalena, no pudiendo tomarlo porque la división de la que formaba parte la dicha fragata, fue hundida por un terrible temporal en el puerto de Vivero en la noche del 2 de noviembre de 1810, cuando estaban con rumbo al Arsenal de Ferrol. Siendo una de las mayores desgracias sufridas por la escuadra española, pues el bergantín Palomo también se fue al fondo, pero a bordo de la fragata iban una brigada de artillería y las dotaciones de varias lanchas cañoneras que ya se habían ido por otro temporal a pique en Santoña, lo que termino por conmover a todos fue encontrar al día siguiente abrazos al capitán de navío comandante de la fragata don Blas Salcedo y Salcedo a su hijo don Blas Salcedo, que ocupaba plaza de guardiamarina, a tanto llegó el sentir del pueblo, que la Junta de Gobierno provisional, dictó una Real orden para impedir que fueran embarcados en el mismo buque un padre y un hijo.

En palabras del Comandante General de Departamento: «¡Qué días de juicio antes de ayer, ayer y hoy se han representado en este pueblo! No se oye otra cosa por las calles y casas que lamentos, lloros y sollozos de la multitud de familias que han quedado huérfanas y desconsoladas.»

En marzo de 1811 se le otorgó el mando del navío Atlas, que se encontraba en la Coruña como buque prisión, permaneciendo a su mando hasta el mes de agosto siguiente, siendo destinado en el mismo Departamento.

En 1813 por Real orden se le otorgó el mando de la fragata Ifigenia en el mismo Departamento, coincidiendo con la salida de las últimas tropas napoleónicas de la Península, tuvo que formar a su dotación realizando algunas salidas de prácticas, al estar casi en orden se le ordenó viajar a la bahía de Cádiz, terminando en el viaje de acoplar perfectamente a la tripulación, arribando a la bahía y lanzando el ancla, aprovechó el viaje para trasladar a su familia a ciudad de Cádiz, justo en el momento en que se desató una epidemia, recibiendo la orden de regresar a Ferrol antes de que pudiera verse afectada la gente de a bordo, zarpó de la bahía con rumbo de nuevo a Ferrol, donde al arribar fondeo, pero unos minutos después se levantó un terrible temporal, que provocó garreara el ancla para evitarlo se lanzó una segunda y fallando estas un anclote, pero estaban tan cerca de las rocas que por minutos se acercaban peligrosamente, ordenó derribar los palos de la fragata para evitar que hicieran de vela, después de tres largos días y sus noches nadie descansó en el bajel, consiguiendo con todas estas medidas salvar el buque y la dotación.

Fue tan importante este hecho que se hico eco la Gaceta de Madrid del 1 de enero de 1814 en la que se puede leer:

Comillas izq 1.png «Coruña 6 de diciembre de 1813. — El jueves último ancló en la entrada de la bahía de este puerto, cerca de las Peñas de las Ánimas, la fragata Efigenia de la Armada nacional. Un terrible temporal que sobrevino y la falta de cables, obligó al Comandante á picar los palos: á la mañana siguiente, á medio día, tenia perdidos todos los cables menos dos, y estaba muy próxima al lado opuesto de la bahía. Se juzgaba cierto el naufragio, cuando la hemos visto con asombro á las dos de la tarde entrar con bandolas en bahía, por una de aquellas maniobras tan difíciles como peligrosas. El Comandante de marina de esta provincia no halló en ninguna parte enseres para el socorro; pero el Sr. Larragoyti, que tenia cables y lanchas á propósito, por un acto de humanidad se embarcó acompañado del ayudante, y rodeados del mayor peligro, lograron entregarle el cable del ancla que llevaban, asegurándose de este modo la fragata, que sólo estaba afianzadas por un anclote. Si es de admirar el celo que han mostrado los que han prestado el socorro, no es menos digna de elogio la inteligencia y serenidad que en tan grande peligro han mostrado el Comandante D. Alejo Gutierrez de Rubalcaba, y la oficialidad del buque. Todo estaba dispuesto con un orden admirable; nadie ha perecido al tiempo del desarbolo, y sólo un marinero se ha lastimado. Esta conducta hace mucho honor al cuerpo de la Armada. El gremio de mareantes se presentó gustoso á este acto de humanidad.» Comillas der 1.png


El buque que en realidad no había sufrido daños siendo arbolado de nuevo inmediatamente y al saber que en la ciudad de Cádiz la epidemia ya estaba controlada, se le ordenó viajar de nuevo para unirse a la expedición que se estaba organizado, con la escuadra al mando del general don Pascual Enrile, quedando formada por el navío San Pedro Alcántara del porte de 64 cañones, las fragatas Diana é Ifigenia, corbeta Diamante y goleta Patriota que iba en misión de escolta de un ejército de catorce mil hombres al mando del general Morillo, embarcados en varios transportes con derrota a Cumaná y Cartagena de Indias, estando a la espera de zarpar recibió al Real orden del 29 de mayo de 1814, por la que se le notificaba su ascenso al grado de capitán de navío, la expedición zarpó el 17 de febrero de 1815.

Cruzaron el océano y arribaron al O., de la isla de Coche en la costa de Cumaná, donde parte del convoy se quedó a la guarda del navío y fondearon, el resto al frente de ellos la fraga Diana insignia de Enrile se acercaron a la isla Santa Margarita, que era el epicentro de la insurrección, la cual fue rendida después de unos ataques en firme de las tropas puestas en tierra. Participando Quesada al mando de la lancha del navío armada en cañonera y designada número 9, con la que reforzó el fuego sobre tierra, por poder acercarse mucho más que la fragata.

El 24 de abril se oyó a bordo del navío ¡fuego en Santa Bárbara!, después de unas dudas se dieron cuenta que se había derramado de la despensa tres bocoyes de aguardiente, pero que incendiados corría el liquido velozmente a la Santa Bárbara, se intentó apagar pero fue imposible por lo que el navío sobre las 17:45 horas saltó hecho pedazos, con la única pérdida del alférez de fragata Santa María, que no por ser el único era menos importante. Teniendo lugar el accidente y pérdida cuando se encontraba fondeado en las cercanías de la isla de Coche, rodeado de todo el convoy, por lo que el desastre no fue mayor gracias a las distancias entre buques a que estaban fondeados.

Después de este suceso, algo de consternación se incrusto en la piel de todos los presentes, pero Enrile que había acudido al ver el humo, les animó y les dijo: «…sólo se había perdido un buque, quedando aún por hacer lo más importante de la expedición.» Mientras Quesada era comisionado con su lancha a Cumaná donde se encontraba Morillo, para darle cuenta de lo ocurrido y con la orden de Enrile de quedarse a las inmediatas órdenes del Comandante General de la expedición.

Morillo al tener ya dominada la situación en Cumaná, envió a Quesada para que se incorporara a la división, al llegar se le ordenó trasbordar en principio a la fragata Ifigenia, del mando de don Alejo con la que participó en varios encuentros con los corsarios y los mercantes que transportaban apoyo a los sublevados, realizando varias presas que vinieron casi a recuperar lo perdido con la explosión del navío, al conseguir dejar las aguas limpias de enemigos, se le ordenó a la goleta Constancia, que se uniera a la escuadra, porque permanecía dando escolta a los convoyes que zarpaban de Puerto Rico, pero ya de regresó el buque casi se abrió, embarcando mucha más agua de la que podían desalojar las bombas, viéndose obligado a entrar en Santo Domingo para carenar, pero no solo participaron los calafates del apostadero, sino que todos los de la goleta se unieron al trabajo, consiguiendo que mediado el mes de septiembre el buque se hiciera de nuevo a la mar, uniéndose al bloqueo de Cartagena de Indias.

Mientras tanto la división levó anclas, poniendo rumbo a Cartagena de Indias, al arribar tanto Morillo como Enrile estaban convencidos de poder rendir la plaza por asedio para evitar bajas propias, así desembarcó el ejército y la bloqueó por tierra, mientras que por mar se encargaban las fragatas y demás buques de impedir todo tipo de comunicación, por esta acción consiguieron batir a varios piratas y corsarios, eliminando así peligros añadidos.

La plaza se mantuvo firme, pero conforme iban pasando los días las fuerzas se iban debilitando, el bloqueo duró cien días lo que dejó a la población y fuerzas con una grave epidemia de cólera, eso fue lo que se encontraron al entrar en la ciudad el día seis de diciembre, muerte y desolación por doquier, a más de muy pocas casas en pie por efecto de los constantes bombardeos de la escuadra.

En el puerto se encontraba el bergantín británico General Doyle, siéndole ordenado a Quesada que lo marinara, pero en su navegación se encontró con la goleta británica Elen el mismo día, a la que capturó, dejando el mando del bergantín a su segundo y trasbordando a la goleta, que se encontraba en mejores condiciones náuticas, por ello se quedó de guarda costas con éste buque, permaneciendo en esta misión, fueron cayendo sucesivamente en su poder, el bergantín Avenger, goletas, Valparaíso y Ola y la balandra Badger, todos con bandera británica. Pero a su vez de los buques con “ayuda” norteamericana, también cayeron en su poder, las goletas, Adelina, Commits y Hope. Todas estas presas obligaron a suspender la ayuda a los insurgentes, puesto que se corrió la voz de lo efectivo del bloqueo, lo que se tradujo en lo de siempre, sino había beneficio lo mejor era dejarlo y así se terminó la ayuda a los insurgentes.

Como nota de la situación de la Real Armada, en este mismo año quedaban en servicio seis navíos armados y otros dieciocho en desarme, cuatro fragatas activas y ocho en desarmadas, nueve corbetas todas armadas y unos pocos bergantines. En el periodo entre los años de 1795 a 1815, España había perdido contra los británicos dieciocho navíos, pero los franceses enfrentados a los mismos enemigos, ochenta y siete.

Al terminar esta campaña, con su buque se quedó en las aguas de las Antillas con base en la Habana, contribuyendo en todo lo que se pudo hacer en los momentos tan críticos que se vivían por la emancipación de los virreinatos. Corría el año 1818, la fragata llevaba ya tres años en aquellos mares que no eran precisamente muy acordes con las resistencias de las construcciones de entonces, por lo que estando en Veracruz fue recorrida y calafateada, pero no con medios apropiados por falta de ellos, pero había que zarpar pues se le habían cargado con dos millones de pesos y una cantidad de grano muy valiosa, en estas condiciones el día veintiséis de enero se hizo a la mar, nada anormal sucedía hasta que transcurridos unos días de navegación los temporales saltaron, la maestría de su comandante fue sorteándolos lo mejor posible, pero llegado el día doce de marzo se apercibieron que el buque comenzaba a abrirse, viendo su mal estado convocó Consejo de Guerra de Oficiales, decidiéndose intentar llegar a Campeche.

Sus grandes dotes se pusieron de nuevo a prueba, consiguiendo llegar el 15 siguiente a la vista de Campeche y fondeó en tan solo cuatro brazas y media, pero a doce millas de distancia del puerto, cuando comenzó otro temporal de N., envío un bote con su segundo al puerto para que avisara a los peritos y dijeran su parecer, abordaron en medio de un temporal ya declarado el bote, no sin esfuerzo consiguieron amadrinarse a la fragata, abordaron los peritos el buque y lo inspeccionaron, de entrada su asombro fue total de que hubiera podido llegar allí, ya que el parte dice: «…los frentes del costado, por dentro y fuera, están desmentidos, tronchados los tracantiles, podridas todas las costuras y con movimiento la pernería, que no aguantaba ya las ligazones…» Siendo su decisión final que el buque estaba por completo inservible.

Regresaron al puerto y de él zarparon varias lanchas y botes, en los que se fue trasbordando la carga de la fragata, logrando dejarla limpia incluso de artillería y con toda su dotación en tierra, cuando se separaron del bajel ya abandonado, a los pocos minutos el buque se fue al fondo. Hoy se conoce el lugar, pues está marcado en las cartas náuticas como ‹el bajo Ifigenia› por haberse formado con él un arrecife, capaz de desfondar a otros buques. Así perdió España una fragata del porte de 38 cañones. Regresó a la Península y se le formó Consejo de Guerra por la pérdida del bajel, siendo absuelto por completo de toda responsabilidad.

Por Real orden del 1 de julio de 1819 se le otorgó el mando de las brigadas de artillería del Ferrol, permaneciendo en el puesto, hasta recibir una nueva Real orden del 5 de abril de 1822, por haber sido nombrado vocal de la comisión para escribir una Historia de la Marina, permaneciendo en ella hasta el mes de agosto de 1825, en que por Real orden se le ascendía al grado de brigadier, siendo destinado para el cargo de Mayor General del apostadero de Cartagena. (Por la decadencia en que se encontraba la Armada, los antiguos Arsenales, habían pasado a ser denominados Apostaderos, así había menos generales con destino y cobraban menos)

Su nombramiento anterior no le correspondía por su grado, pero se le mantuvo en él hasta 1827, quedando en éste año disponible. Por Real orden del 9 de mayo de 1828 se le nombra comandante General del apostadero de Ferrol, tomando posesión del destino el 17 de junio siguiente, permaneciendo en él hasta el 13 de julio de 1829, en que se le nombró Mayor General de la Real Armada y como a tal, con fecha del 2 de febrero de 1830, se le nombró Vocal de la Real Junta Superior de la Armada.

En este cargo siempre estuvo disponible para encargarse de comisiones especiales, permaneciendo en su puesto hasta recibir la Real orden del 20 de noviembre de 1833, por la que se le ascendía al grado de jefe de escuadra y con él, el de Comandante General del apostadero de Cartagena, siendo nombrado al año siguiente Presidente de la Junta de Clasificación del propio apostadero.

Por sus grandes servicios, la Reina Regente doña María Cristina de Borbón lo nombró por Real orden, del 26 de noviembre de 1838 vocal de la Junta del Monte Pío militar. Estando en este puesto por Real orden del 2 de marzo de 1842, se le nombró Vocal de la Junta del Almirantazgo, permaneciendo en ella hasta su disolución el 10 de agosto de 1843. Eran tiempo difíciles y convulsos, pero el Gobierno Provisional lo volvió a nombrar por sus dilatados servicios y su más que probada fidelidad, por otra Real orden del 23 de agosto del mismo año Vocal de la Junta de Gobierno del Monte Pío militar.

Por otra Real orden del 26 de agosto de 1843, (tres días después de la anterior) se le ascendía al grado de teniente general. El 10 de octubre de 1846 Su Majestad doña Isabel II contrajo matrimonio con su primo don Francisco de Asís, duque de Cádiz, por este hecho y para repartir su felicidad, ordeno una promoción especial para todos los militares, pero dado el caso de don Alejo que ya ostentaba el máximo posible, puesto que el de capitán general sólo lo podía ostentar por fallecimiento del poseedor, por Real decreto del 8 de noviembre de 1846, se le otorgó la Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica.

Poco pudo disfrutar de todos estos lauros, pues ya llevaba enfermo varios años por una grave enfermedad, sobreviniéndole el óbito en la ciudad de Madrid el 19 de marzo de 1847, cuando contaba con setenta y ocho de edad, de ellos sesenta y tres de servicios a su patria.

Contaba con varias condecoraciones, entre ellas la ya citada y la Encomienda de la Real y Militar Orden de Santiago; Gran Cruz de la Militar Orden de San Hermenegildo y Cruz de Cartagena de Indias.

Bibliografía:

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