Jofre de Loaysa o Loaisa, Garcia Biografia

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García Jofre de Loaysa ó Loaísa Biografía


 Representación de un navegante.
García Jofre de Loaysa
Composición ficticia


Navegante español del siglo XVI.

Comendador de la Orden de Rodas.[1]


Contenido

Orígenes

No se tienen datos exactos de su fecha de nacimiento ni lugar[2], pero por el apellido debió de nacer en el señorío de Vizcaya y por la fecha de su muerte, y el cargo que ya ocupaba, debió de acontecer en el último tercio del siglo XV.

Hoja de Servicios

Se estaban manteniendo unas reuniones entre representantes de los reinos de España y Portugal, para definir si las Molucas eran o correspondían a los territorios de uno u otro reino según el tratado de Tordesillas, en las ciudades de Elvas (Portugal) y Badajoz (España)

El 30 uno de mayo de 1524, se dieron por terminadas, ya que los portugueses mantenían la posición de que les pertenecía y el Rey de España no quiso alargarlas, por esta razón, ya estaba prevista una expedición a aquellas tierras, pero don Carlos I mientras duraron las conversaciones la paralizó, al fracasar fue cuando ordenó su definitiva orden de apremiar en sus preparativos, para realizar la conquista de aquellas tierras, que para el Rey eran de sus dominios.

Después de catorce meses de preparativos la escuadra estaba preparada para hacerse a la mar, se nombró a su jefe que fue don Frey García Jofre de Loaysa, que por su linaje y sus conocimientos de la náutica, le fue concedido el mando.

La escuadra la componían las naos Santa María de la Victoria, de 360 toneladas, al mando de Loaysa; Santi Spiritus, de 240, al mando como Piloto Mayor de la expedición y segundo jefe de ella don Juan Sebastián de Elcano; Anunciada, de 204, al mando de don Pedro de Vera; San Gabriel, de 156, al de don Rodrigo de Acuña; Santa María del Parral, de 96, al de don Jorge Manrique de Nájera; San Lesmes, del mismo tonelaje y al mando de don Francisco de Hoces y el patache Santiago, de 60, al mando de don Santiago de Guevara, siendo la dotación completa de todas ellas de unos 450 hombres. Quizás una de las mayores expediciones de esa época.

Juan Sebastián de Elcano seleccionó de entre todos a Andrés Ochoa de Urdaneta como su ayudante personal; sus razones tendría, pero quedó demostrado que los grandes siempre se reconocen. Esto propició que el desconocido Urdaneta pudiera aprovecharse de los extraordinarios conocimientos y gran experiencia de su jefe, ya que le permitió al estar siempre cerca de Elcano el aprender con gran facilidad dadas sus dotes todos los secretos de la cosmografía, vientos, mareas y sus corrientes, que andando el tiempo le convirtieron en estrella fulgurante.

Zarpó la expedición desde el puerto de la Coruña el 24 de julio de 1525; de hecho ya escribió el diario del viaje y derroteros de aquellas tierras, comenzando desde el mismo momento de la salida, por lo que a primeros de agosto arriba la expedición a la isla de Gomera, donde hacen una escala de doce días, en lo que se aprovecha para reabastecer a las naves, entre cosas de agua, leña, carne fresca y repuestos de velamen.

Antes de zarpar, a instancias de Juan Sebastián de Elcano, se reúne con los capitanes y pilotos, haciéndoles ver las dificultades de las aguas cercanas al estrecho de Magallanes y el doblar el cabo de Hornos, por lo que se queda indicado, que él con su nave viajara en cabeza y que procuren todos seguir sus aguas, para no sufrir pérdidas innecesarias.

Zarpan de esta isla y a los cuatro días, a muy poca distancia del cabo Blanco, se le parte el palo mayor a la capitana; para reforzar a los carpinteros de a bordo, Elcano envía a dos de sus mejores carpinteros, quienes con una chalupa intentan llegar a la nao averiada, logrando hacerlo, pero no sin un padecimiento exhaustivo, pues la mar de pronto se había arbolado, acompañada de un fuerte aguacero.

La escuadra estaba navegando solo con los trinquetes, debido al mal tiempo reinante, lo que provocó en un falso movimiento, que la Santa María del Parral, fuese abordada por la nao averiada, lo que le produjo grandes desperfectos en su popa, quedando muy mal parada.

Encontrándose en aguas de la actual Sierra Leona, divisaron una nao y siendo conocedores, de que la Francia andaba contra la España, pues en prevención de ser atados se mando caza general, pero la solitaria nao, al vérselos venir vira y se pone en franca huida, por lo que Loaysa viendo que no se le podía dar alcance, da la orden de regresar al rumbo, pero el patache al mando de Guevara, al ser más ligero si que la alcanza, entonces se dan cuenta de que es una nao portuguesa, aún así la obligan a llegar al lugar donde se encontraba la capitana.

Pero en su derrota se encontraba el capitán don Rodrigo de Acuña, al mando de la San Gabriel, manda a los portugueses que se den por prisioneros y ordenar amainar las velas.

Esta actitud de Acuña, de dar por suya la captura, molesta a Guevara, que si bien era un capitán de inferior categoría, no dejaba de ser el verdadero ejecutor de la captura, por ello se entrecruzan graves palabras, faltando muy poco para que por ellos no hablaran sus respectivos cañones embarcados.

Hay que entender que en aquella época, el tema de los superiores era como muy imperativo, pues dependía muy mucho de sus progenitores y de que quienes ostentaban los cargos, supieran que sus apellidos era superiores a ellos, de ahí muchos de los conflictos internos entre familias de alto rango.

Al entrar en la zona de calmas, los velámenes se quedan sin empuje y esto provoca que, tarden en recorrer ciento cincuenta leguas, nada más que un mes y medio, sobre mediados de octubre, se descubre una isla, bautizándola San Mateo, (se ha sabido después, que por las coordenadas de Urdaneta, era la actual isla de Annobón en el golfo de Guinea).

Ordena lanzar las anclas y bajar a tierra, para recomponer los desperfectos del temporal pasado y hacer aguada, sobre todo por el mucho tiempo tardado en recorrer tan poca mar.

Pero a su vez aprovecha para poner en orden el conflicto anterior, por lo que en juicio sumarísimo, después de ser informado de todos los detalles, determina que Acuña pase arrestado a la capitana por espacio de dos meses, pero a su vez, a Guevara le suspende de sueldo, pero no del mando. Pero a su vez también manda castigos a otros ocho gentiles hombres, que en la nao de Juan Sebastián de Elcano, habían intentado sublevarse.

Zarparon a los pocos días, y continuaron con rumbo al Sur, en estas aguas abundan los peces voladores, y estos causaron un gran asombro en Urdaneta, quien es su Relación inédita dice:

«En todo este golfo, desde que pasamos a Cabo Verde había mucha pesquería é cada día viamos una cosa ó pesquería la mas fermosa de ver que jamás se vió; y es que hay unos peces mayores que sardinas, los cuales se llaman voladores, por respeto que vuelan como aves en aire, bien un tiro de pasamano, que tiene alas como casi de murciélago, aunque con de pescado, y éstas vuelan y andan a manadas; y así hay otros pescados tan grandes como toninos, que se llaman albacoros, los cuales saltan fuera del agua bien longura de media nao, y estos siguen a los voladores, así debajo del agua, como en el aire, que muchas veces viamos que, yendo volando las tristes de los voladores, saltando en el aire, los albacoros las apañaban, é asimesmo hay unas aves que se llaman rabihorcados, los cuales se mantienen de los peces voladores que cazan en el aire; que muchas veces los voladores, aquejados de las albacoros y de otros pescados que les siguen, por guarecerse vuelan donde topan luego con los rabihorcados, é apañan de ellas; de manera que, ó de los unos ó de los otros siempre corren los voladores, é venían a dar dentro en la nao, y como tocaban en seco no se podían levantar, é así los apañábamos»

Desde este punto, zarpan con destino al Brasil, por lo que a primero del mes de noviembre, avistan sus costas, pero como era territorio de Portugal, viran con rumbo al Sur muy decididos, en el trayecto sufren un temporal, del cual salen algunas naos dañadas, lo que hace que la capitana se pierda de vista del conjunto de la expedición.

Elcano, como segundo jefe de ella propone el que se le busque a sotavento, pero la propuesta no es aceptada por el piloto mayor de la San Gabriel, por lo que continua su rumbo sola, quedando las demás en búsqueda de la capitana, pero pasan los días y no se le encuentra por lo que se decide poner rumbo al Sur.

Las cinco naos restantes, logran llegar a los 50º de latitud sur, aprovechando una ensenada, Elcano decide el esperar un tiempo a ver si se logra reunir la expedición, puesto que se había tratado en el consejo de capitanes en la isla de Gomera; pero de nuevo la propuesta es rechazada, pero lo malo es que ahora era la totalidad de los capitanes, los que demostraban su desacuerdo.

Pero no obstante se acuerda el dejar en una isleta, una gran cruz y debajo de ella una olla con las indicaciones, de donde se encontraría la expedición en caso de que las dos naos perdidas dieran con el lugar.

A pesar de haber ya pasado por el estrecho de Magallanes, Elcano se equivoca en el lugar de acceso a él, pues manda dar la vela en su falsa entrada, error que cometieron muchos después de él, pero al poco de entrar, empiezan a oírse el crujidos de los cascos, por lo que se da la orden de parar en el avance y se ordena al mismo tiempo, que en una chalupa reconozcan el lugar, por lo que la abordan su hermano Martín, el clérigo Areizaga y a Roldán y Bustamamte, que era dos de los supervivientes del viaje de la vuelta al mundo.

Lo curioso es que los dos que ya habían pasado, daban por bueno el lugar y querían regresar, pero tanto Marín como Areizaga, no lo tenían tan claro por lo que se decidió el avanzar, lo cual les llevo a darse cuenta de que el lugar era el equivocado. Por eso viene a colación el comentario de Urdaneta: «A la verdad fue muy gran ceguera de los que primero habían estado en el Estrecho, en además de Juan Sebastián de Elcano, que se le entendía cualquier cosa de la navegación.»

Mientras tanto, comienza a subir la marea, lo que libera a las naos e inmediatamente sin esperar a los de la chalupa, se alejan unos cabos mar adentro, al fin los exploradores pueden dar alcance a su nao y la aborda.

Ese mismo día era domingo, según nos cuenta el propio Urdaneta, dando con la verdadera embocadura del Estrecho y fondeando al abrigo del cabo de las Once Mil Vírgenes.

Sobre las diez de la noche, las aguas de la bahía comienzan a moverse de alarmante manera, así soportan toda la noche, pero al amanecer, se habían desatado todas las fuerzas de la naturaleza, pues el viento encajonado, parecía rugir como un león herido, el tamaño de las olas era tal, que pasaban a la altura de la mitad del palo mayor.

Esta situación provoca, que la nao Santi Spiritus, a pesar de haber lanzado cuatro anclas, comience a garrear, por lo que se intenta realizando un esfuerzo casi sobre humano el rescatar a su tripulación, para ello Elcano ordena a la nao, que largue su vela de trinquete, de esta forma la fuerza del viento la arrastra hasta encallar en la costa.

Pero la violencia de la resaca, impedía el acercarse a ella, pues por la mucha mar, unas veces se aguantaba sobre las rocas y otras, la mar la sobrepasaba, los mal aconsejados y viendo la costa cercana, se comienzan a lanzar al mar y de diez solo se pudo salvar a uno, al que se le había lanzado un cabo, el cual a su vez sirvió para que el resto fueran salvados.

Urdaneta nos refiere el caso así: «…salimos todos con la ayuda de Dios, con harto trabajo y peligro, bien mojados y en camisa, y el lugar a donde salimos es tan maldito, que no había en él otra cosa sino guijarros, y como hacía mucho frío, hubiéramos de perecer, sino que tomamos por partido de correr a una parte y a otra por calentarnos.»

Después de la marea viene la calma, la cual aprovechan para sacar de la nao siniestrada todo lo posible, pero a las pocas horas el mar vuelve a moverse y esta vez, la Santi Spiritus se deshace contra las rocas y desaparece, mientras que el resto de naos pudieron aguantar mejor el temporal, al volver la calma se enviaron unos botes, para recoger a los tripulantes que se habían salvado y así mismo, el hacerlo por Juan Sebastián de Elcano, para que conocedor de la travesía pudiera guiar al resto de naos, en el cruce de aquél temido paraje.

Como en la chalupa no cabían todos, pues Elcano dijo que le acompañaría el que él designase, y fue precisamente a Urdaneta, quien quizás con algo de jactancia, lo relata así, «Así yo solo me embarqué con el dicho capitán, y nos fuimos a la nao Anunciada».

Por ello ahora solo las tres naos restantes, bajo el mando supremo de Elcano, inician su entrada en el boquerón del Estrecho, pero antes de iniciar su paso, lanzan las anclas a unas cinco leguas de su verdadera entrada.

Pero de nuevo la bravura de las aguas se desencadena y empieza a hacer sus estragos entre las naos, pues éstas comienzan por perder los bateles que estaban trincados a popa, la Anunciada comienza a garrear, a las dotaciones les entra el pavor y empiezan a ampararse al cielo «…pidiendo misericordia», ya que las naos y a pesar de las previsiones de estar alejadas, amenazan con estrellarse contra los altos acantilados «…donde ni de día ni de noche no podíamos escapar ninguno de nosotros.»

Entonces surge el jefe, logrando llegar a donde se encontraba Vera, capitán de la nao, le explica que si la gente comienza a trabajar de firme «…como buenos marineros», se puede salvar a la nao, diciéndoles que él tenía «…tomada por la aguja la punta de una playa», los ánimos de la tripulación se contagiaron, para conseguirlo pero realizando arriesgadísimas maniobras, lograr ponerse a salvo en alta mar.

Dos días después, la nao Anunciada, regresa a intentar de nuevo el paso del Estrecho, donde nada más entrar, se encuentran a las dos naos fondeadas, por ello se esparce el regocijo del encuentro, ya que las dos partes se daban por perdidas, a lo que Urdaneta dice: «Dios sabe cuánto placer hubimos en hallarnos allí»

El domingo veintiuno de enero, convoca consejo de capitanes Elcano, por ello se decide el que Urdaneta con media docena de hombre, se haga llegar hasta donde se han quedado los náufragos de la Santi Spiritus.

La misión encomendada no era fácil, pues lo angosto del terreno, el frío y los vientos constantes, hacían de aquellas tierras de lo más inhóspito del planeta, se les proporcionó comida y agua para varios día, desembarcaron y pisaron tierra, a las pocas horas se les presentaron unos indios del lugar, que eran muy altos, a los que Urdaneta convenció de que solo iban a recoger a unos compañeros y que en cuanto lo hicieran volverían a sus naves y se irían, para ello le dio comida, por lo que los indios les siguieron, hasta que el al día siguiente, les dieron el resto de la comida y cuando se quisieron dar cuenta estos habían desaparecido, por lo que quedaron solos y sin comida, a tanto llegó el desespero en los días siguientes, que Urdaneta nos cuenta:

«Era tanta la sed que teníamos, que los más de nosotros no nos podíamos menear, que nos ahogábamos de sed; y en esto me acordé yo que quizás me remediaría con mis propias orinas, y así lo hice; luego bebí siete u ocho sorbos de ellas, y orné en mi, como si hubiera comido y bebido…»

Al siguiente día, prosiguen la búsqueda de sus compañeros y logran encontrar un charco de agua, y a su lado crecen unos matojos de apio, así que con ellos pasan el día, pero en su camino se encuentran con riachuelos, que los tienen que cruzar con el agua hasta la rodilla y después trepar por aquellos acantilados de piedras cortantes, por ello lo refiere así: «Nuestro Señor, aunque con mucho trabajo nos dio gracia para subir.»

Vuelven a sentir el hambre, pero entonces se agudiza su instinto y viendo, conejos y patos, se dedican a cazarlos, lo que le produce una buena cena, pero lo malo fue, que al encender el fuego y por un descuido, una ráfaga de viento llevó una brasa hasta un frasco de pólvora, el cual estalló y quemó a Urdaneta, quién nos dice: «Me quemé todo, que me hizo olvidar todos los trabajos y peligros pasados.»

Al atardecer del día siguiente, consiguen llegar al lugar donde se encuentran los náufragos, por lo que la alegría es indescriptible, pues todos se daban ya por perdidos, pero con su llegada afirmaba que pronto vendrían a recogerlos y que tuvieran todo lo que se había podido salvar de la nao, para que se pudiera embarcarse en breve tiempo.

Estando en el nuevo campamento, de pronto se divisaron una velas, pero no podían ser otras que la de la capitana, la San Gabriel y el patache, por ello comenzaron a dar gritos y encender hogueras, para llamar su atención, Loaysa, sorprendido de ello mandó al patache se acercara a tierra y así recibieron nuevos ánimos, embarcándose unos cuantos, para que el resto quedará de guardia protegiendo los materiales rescatados de naufragio, pero no fueron todos.

Pasando a ser Urdaneta el piloto que le marque a la capitana el lugar donde se encuentra Elcano, sucediendo el afortunado encuentro, por lo que Loaysa encarga a Elcano que con la Parral, San Lesmes y el patache, se introduzca en el estrecho y recoja al resto de náufragos y los materiales acopiados, por lo que zarpa el día veintiséis de enero, regresando diez días después con todos ellos y librándose por poco, de otra tempestad tan frecuente en ese Estrecho.

Cuando esto sucede, se encontraban embarcados en la Parral, tanto Elcano como Urdaneta, que junto al patache, buscan un buen refugio en un arroyo, donde las naos quedan a merced del fuerte viento del sudoeste, pero Elcano siempre atento, descubre en la angostura un sitio mejor por ser un abrigo natural, logrando meter allí a su nao y el patache, pero la San Lesmes se ve obligada a correr el temporal, lo que le obliga a viajar hasta los 55º de latitud Sur, este hecho los convierte en los primeros en descubrir el paso del Cabo de Hornos, en su terrible extremo más meridional del continente.

Cuatro días hacía que se encontraba Elcano en el mismo lugar, esperando que el temporal amainara, cuando de pronto vio salir por el boquerón a la San Gabriel, dando orden de efectuar una salva, ello propició que el capitán de la nao, se acercara y le puso en conocimientos del grave desastre ocurrido.

En el mismo temporal, que acaban de correr las naos de su mando, había hecho el estrellarse a la capitana de la expedición y salvo el maestre, y unos pocos marineros, que habían abandonado la nao se habían podido salvar, por lo que éste capitán le indicaba, que no era posible que Loaysa se hubiera salvado y que así mismo se encontraba derrotado, ante tantos desastres y tan repetidos, por ello resolvía dar por terminada la expedición y regresar a España.

Pero Elcano no pensaba lo mismo, por ello ordenó el envío de auxilios a sus compañeros y el intentar rescatar la nao, que gracias a esas medidas tomadas y a tan oportuna llegada, consiguió el que la nao capitana por lo menos aun flotara, salvando al mismo tiempo a todos lo que habían permanecido a bordo.

Urdaneta anotaba en su diario, el día diez, la deserción de la Anunciada, pues estuvo viéndola salir del boquerón, pero a los oídos sordos de su capitán, no le llegaban las órdenes que se le daban, por eso nos dice: «...no quiso venir adonde nosotros estábamos » y con cierta amargura continua: «A la tarde desapareció y nunca más la vimos.»

Después de las tormentas padecidas y en encallamiento de la capitana, las naos no estaban para aguantar muchos más malos tratos, por ello Loaysa ordenó el que se reunieran en el río de Santa Cruz.

Por ello ordena a Acuña, que con su nao, se valla a buscar al patache, para trasmitirle la orden, ya que de lo contrario se podría perder, pero Acuña se hace el desoído, actitud que molesta a Loaysa y le obliga a ir, pero Acuña aun le contesta «…que adonde él no se quisiese hallar que no le mandare ir.» Pero ante la amenaza de Loaysa, ya muy firme, Acuña accede a ir y de paso recuperar a su chalupa, que estaba en poder del patache; pero pasemos a Urdaneta y su diario, donde escribe:

«Domingo á once de Marzo llegó el patax al dicho río de Santa Cruz, donde nos dijeron los que venían en él, que D. Rodrigo de Acuña había llegado dó ellos estaban en las Once mil Vírgenes, y quel capitán del patax le envió su batel con catorce hombres, los más de ellos de la nao Santi Spiritus, con algunos del mismo patax y que, en tomando el batel, luego se hizo a la vela, é que no sabían más del.»

Por lo que al igual que en días anteriores la Anunciada había desertado, ahora le ocurría lo mismo a la nao San Gabriel, así que la expedición quedaba herida de muerte, pues a ello había que añadir que el resto de naves, no estaban como se ha dicho en muy buenas condiciones de navegar.

En este fondeadero permanecieron durante un mes, pues las condiciones de la pesca era muy fáciles, ya que en la bajamar incluso se podían coger con la mano, allí también probaron por primera vez la carne de foca y sobre todo se dedicaron a dar la banda a las naos y intentar repararlas.

Al dar la banda a la capitana y aprovechando la bajamar se quedaba en seco, momento adecuado para acceder a los puntos más difíciles, que es cuando se pudieron comprobar los graves daños que tenía: El codaste estaba completamente roto, pero además tres brazas de la quilla, lo que hacía muy complicado ponerla en servicio otra vez, así que se dedicaron casi por completo a ello, pues con menores daños, se les había dado fondo a otros bajeles.

Además se unía que con la perdida de la segunda nao de la expedición y con la deserción, de las Anunciada y San Gabriel, la expedición no podía el dejar perder a sus único buque bien armado y de mayor poder, por lo que a base del acopio de los materiales de la pérdida de la Santi Spiritu y de los que llevaban de repuesto en  los demás buques, la Santa María de la Victoria se consiguió volverla a poner a flote, para ello se habían utilizado, casi toda la tablazón, planchas de plomo y «cintas de fierro.»

A parte de esto, se construyó un batel para la Santa María del Parral, y la San Lesmes, por los daños que tenía se le estuvo a punto de dar por inútil, pero las grandes bajamares de aquellas costas, permitieron poder terminar de arreglarla y ponerla en servicio también.

Se vuelven a hacer a la mar, y el día cinco de abril doblan el cabo de las Once Mil Vírgenes, el día ocho, con el patache en cabeza en misión de descubierta, se adentran por el boquerón, al llegar a la posición donde se había quedado anteriormente la nao capitana, Loaysa manda la chalupa, para recoger algunos cepos de lombarda y toneles, que se habían quedado, pero al llegar los hombres a tierra, los indios con sus flechas defienden aquellos enseres con su propia vida.

Al siguiente día el grueso de la expedición, se encuentra con el patache, que estaba a buen abrigo esperando su llegada, quedando todos reunidos y reanudando el viaje, que no es nada fácil, pues a parte del laberinto de entradas y salida que convergen en el Estrecho, éste tiene una longitud de seiscientos kilómetros, lo que obliga a tener en constante vigilancia a algún buque en misión de explorador.

Pero la mala suerte parecía perseguir a Loaysa, cuando ya estaban a punto de salir, en su nao, por estar encendido un fuego, para cocer una caldera de brea, se prende fuego la cubierta, el pánico se apodera de la dotación y se amontonan para abordar la chalupa, y hacerse al agua, menos mal que una mayoría acude al fuego y con el esfuerzo conjunto se consigue apagarlo, por ello Loaysa, no se entretuvo en contemplaciones, cuando al ver el fuego sofocado los que habían abandonado el buque, los: «…afrentó de palabra a todos los entraron en el batel.»

El 12 la expedición arriba al puerto de la Concepción y el 16 se encuentra en la punta de Santa Ana, la que los expedicionarios la bautizan con el sobrenombre de estrecho de las Nieves, por estar todas sus cumbres cubiertas de ella, pero que además, por uno tono azulado, que se suponía que era por la cantidad de siglos que allí llevaban sin deshelar.

El ensordecedor rugir de la mar, al encontrarse los dos océanos hacía temblar los cascos de los naos, pero una noche, se llevaron un gran susto, pues de pronto y encontrándose en el puerto de San Jorge, comenzaron a oír gritos que los producían los patagónicos, los cuales se acercaban a gran velocidad con sus canoas y provistos de tizones encendidos, por lo que se aprestaron a las armas, pero según el relato de Urdaneta; «…no les pudimos entender, no llegaron a las naos y se volvieron»

Sobre primeros de mayo, en las cercanías del puerto de San Juan, la expedición se ve obligada a correr otro temporal, logrando no sin esfuerzos el arribar a él, estando ya fondeados, comienza a caer nieve y después de ello Urdaneta describe: «…no había ropas que nos pudieran calentar», el mal tiempo obliga a permanecer en el lugar unos días, pensando que el tiempo mejora se vuelven a hacer a la mar, pero a las pocas millas, se ve obligados a regresar, pues el temporal permanece y aumenta su intensidad.

Como Urdaneta llevaba su diario, en él anotaba cosas como si fueran para él, de ahí el que vayamos a una descripción muy propia: «A las noches eran tantos los piojos que se criaban, que no había quien se pudiese ler»; el caso concreto de un marinero que falleció de aquella plaga y que Urdaneta describe: «…todos tuvimos por averiguado que los piojos le ahogaron.»

Sobre mediados de mayo, el tiempo comienza a abonanzar, lo que inmediatamente se aprovecha para hacerse a la mar, poniendo rumbo de nuevo al Estrecho, donde logran arribar el día veintiséis, que era sábado y la víspera de la festividad de la Santísima Trinidad, alcanzando ese día el extremo de la isla Desolación, por lo que viran y comienzan a atravesar el Estrecho, que después de la primera experiencia, en esta ocasión los realizan en tan solo cuarenta y ocho días, lo cual ya era un éxito en sí mismo.

A su salida al océano Pacífico, la escuadra se encuentra ante la inmensidad de él, pero también les siguió otro temporal, que deshizo la expedición, pues desde las cofas no se advertía a bajel alguno a la vista, el día dos de junio, estando ya a unas cientos cincuenta leguas del cabo Deseado, la tempestad se convierte en casi un huracán, lo que todavía contribuye más al alejamientos de las naos, el propio Areizaga, nos cuenta: «Muy grande a maravilla»

Pero ya la expedición no volverá a reunirse, pero se tiene conjeturas de sus rumbos, por ejemplo la San Lesmes, que fue vista por última vez por el patache, más de dos siglos después en el año de 1772, la fragata Magdalena, arribó a la isla de Tepujoé (al lado de la actual Tahiti), donde encontraron una gran cruz muy antigua, por lo que por esta noticia, el insigne historiador don Martín F. Navarrete, saca la conclusión, que por la derrota seguida y las corrientes, y con los últimos datos del patache, se puede casi asegurar que fueron a parar allí, lo cual no deja ser una triste historia para unos hombres, que lo dieron todo por su país, en el mayor de los sufrimientos, por lejanía y olvido. Otros españoles que con sus cuerpos sembraron el otrora llamado «Lago Español» y no sin razón.

En cuanto a la Santa María del Parral, ya las cosas están más claras, pues se sabe, que dieron muerte a su capitán, a su hermano y al tesorero, después la hicieron embarrancar en la isla de Sanguin (situada a medio camino, entre las islas Célebes y la de Mindanao, y que actualmente se llama Sangi), donde desembarcaron, pero fueron atacados por los habitantes, quienes mataron a unos de ellos, siendo el resto retenidos.

Años después, tres de los amotinados aún con vida fueron rescatados por la expedición de Saavedra, que al tener la noticia de los acontecimientos, les formo consejo de guerra, siendo declarados culpables de amotinamiento, desobediencia y asesinato, por lo que en la isla de Tidor, a donde habían arribado y celebrado el juicio, fueron ajusticiados por sus delitos. Esto demuestra, que a pesar de la inmensidad de un océano como es el Pacífico, la justicia española tarde o temprano, se llevaba a efecto por el bien de todos.

Mientras tanto en la capitana, la nao Santa María de la Victoria, la situación no es mucho más halagüeña, pues a causa de los temporales, sus reparaciones se han resentido y comienza a hacer agua, que es tanta que las bombas de achique no dan para desalojarla, a demás, comienza el escorbuto, lo que la convierte más bien en un buque hospital, que una nao de combate, dando comienzo a la triste y larga lista de fallecidos a su bordo.

El día veinticuatro de mayo de 1526, fallece el piloto don Rodrigo Bermejo; unos días después, el contador don Alonso de Tejada; el día treinta el jefe de la expedición capitán general don García Jofre de Loaysa; el seis de agosto el segundo de la expedición y piloto mayor de ella, el insigne don Juan Sebastián de Elcano y unas horas más tarde el sobrino de Loaysa, que había sido nombrado contador al fallecer el titular.

Esta fue la forma de morir de un gran capitán español, que al igual que muchos otros, tuvieron por sepultura el mayor lago del planeta, por eso y por mucho más, siempre fue «el lago Español» , para honra de ellos y de los que les sucedieron.

Notas

  1. Antigua denominación de la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, cuando tuvo que buscar un lugar de refugio al ser conquistada Jerusalén por los musulmanes.
  2. Según wikipedia en 1490 y Ciudad Real, pero no referencia la fuente (consultado el 8 de mayo, 2012).

Bibliografía:

Arteche, José de. Urdaneta, El dominador de los espacios del Océano Pacífico. Espasa-Calpe. 1943.

Enciclopedia General del Mar. Garriga, 1958. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

Mariana, Padre. Historia General de España. Imprenta y Librería de Gaspar Y Roig, Editores, Madrid, 1849. Tomo III.

Orellana, Emilio J.: Historia de la Marina de guerra Española, desde sus orígenes hasta nuestros días. Salvador Manero Bayarri-Editor Tomo II, Primera parte. Barcelona.

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