Ribera y Medina, Francisco de Biografia

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Biografía de don Francisco de Ribera y Medina


Almirante de las Galeras de Nápoles.

Caballero de la Real y Militar Orden de Santiago.

Encomienda de Castilleja de la Cuesta en la misma Orden.

Orígenes

Vino al mundo en la ciudad de Toledo por el año de 1582.

Fueron sus padres don Pedro Fernández de Rivera, hidalgo, natural de León, mayordomo del Obispo de Lugo y de su esposa, doña Isabel de Medina, natural de Mascaraque. Siendo bautizado en la parroquia de San Antolín.

Quedó huérfano de padre a los cuatro años de edad. Por los pocos recursos de la familia, su madre, no pudo darle la educación literaria necesaria y las perspectivas no eran halagüeñas a no ser que se dedicase a la carrera de las armas, a la que de buen ánimo y con interés quiso forjarse.

Hoja de Servicios

A lo que era costumbre de los hijosdalgos, se dedico de pleno así se fue forjando en los conocimientos de la vida, que buena falta le harían después. De uno de estos lances, tuvo que huir de la justicia, como le ocurrió a su paisano don Diego Duque de Estrada, aunque no era de tanto linaje. Fueron a parar a Cádiz, donde sentó plaza de soldado en la armada de don Luis Fajardo.

Otro tropiezo; en un duelo mató a un capitán, siendo ya alférez, lo que le obligó a buscar nuevo destino a ser posible en un reino, donde se le diese impunidad. Llamado por la fama de las empresas del duque de Osuna, se embarcó para Sicilia, donde se presento al Virrey en estos términos:


Una noche que quisieron
prenderme, a seis hombres juntos
les di tantas cuchilladas,
que habiendo ya muerto a uno,
en los demás que quedaron
me entretuve por mi gusto,
hasta que los envié
a cuchilladas al uso.

Viendo, pues, que ya en mi patria
no podía estar seguro,
llevado de mi valor,
seguí los marciales rumbos:
fuíme a la ciudad de Cádiz
a tiempo que en ella estuvo
el señor don Luis Fajardo,
General y fuerte escudo
de la armada Real; senté
plaza de soldado, en cuyo
ejercicio ya ocupado,
nuevos alientos me puso,
pues el bélico instrumento
imperio en el alma tuvo,
tal, que su aliento sonoro
calificó mis anuncios,
pues partiéndose la armada
en busca del turco,
procuré ser el primero
que en la guerra se introdujo;
y en la primera ocasión
en que ganamos algunos
navíos al enemigo,
fui el primero que entre humo,
cuajado de balas gruesas,
me arrojé en el mar profundo;
y asiéndome de un navío,
rémora fui de su curso,
haciéndole detener
hasta que por él me subo;
y dando muerte a cuantos
en él estaban sañudos,
los envié a los infiernos,
siendo el agua su sepulcro.

Obligado de esta acción,
tan celebrada de muchos,
me honró con una bandera
mi general, y dispuso
traerme siempre a su lado
mientras en la guerra estuvo,
que fue el primer escalón
en que Fortuna me puso
para derribarme luego;
pero no de todo punto,
que como no me subió
a la cumbre de sus muros,
de un escalón arrojado,
poco mal hacerme pudo.

Dando pues vueltas a Cádiz,
entre otros infortunios,
me sucedió que una noche,
sobre un pequeño disgusto
me desmintió un capitán;
pero yo que nunca sufro
atrevimiento de nadie,
para castigo del suyo,
tomé en su sangre venganza
con un puñal tan agudo,
que de sus heridas fue
despachado al otro mundo.

Mi general, informado
por lisonjeros del vulgo,
me persiguió de manera,
que yo ausentarme procuro
dando vuelta a mi patria,
adonde mis deudos juntos
me esperaban victorioso
entrar en ella con triunfo,
y entré solo y arruinado,
a pie, cansado y desnudo,
y sin más premio que haber
servido a mi Rey augusto,
que como soldado y pobre
no le ofrecí más tributo.

Supe, gran señor, que vos,
recto, generoso y justo,
amparáis a los soldados
y a vuestro favor acudo.

Estas palabras tan floreadas, pertenecen a la pluma del poeta Vélez de Guevara, que a su saber y entender lo expone.

El duque, nada escrupuloso con gente de brío, conservándole el empleo de alférez le confió el mando de un galeón de 36 cañones, con el que un tiempo después se distinguió en Berbería, acabando por entrar osadamente en la Goleta, al finalizar el año de 1615, acción que, según se ha visto, elogió mucho Osuna, lo propuso para el ascenso al grado de capitán a Francisco Ribera.

La acción nos la cuenta el ya citado poeta:

Ese que hiciste, capitán famoso,
ese que el mundo por edades nombre,
de cuyo aliento Marte está envidioso,
de cuyo nombre tiembla cualquier hombre,
a quien se debe el triunfo victorioso,
a quien se le atribuye por renombre
ser vencedor de aquesta acción primera,
ya sabes que es el capitán Ribera.

Cabo le hiciste de tu armada, cuando
parte animoso, y busca al enemigo,
el salado elemento iba buscando,
fiando en el valor que va consigo;
trémulo el viento obedeció soplando,
y para no cansarte en lo que digo,
con los cinco navíos que llevamos
a la vista de Túnez nos hallamos.

Conoce el enemigo nuestro intento,
con diez navíos en la mar se arroja;
viendo los nuestros el contrario aumento,
el ánimo parece les afloja;
Rivera entonces, con mayor aliento,
la pasión y la cólera le enoja,
y sin temor alguno de la muerte,
habló a sus capitanes de esta suerte:

«Muchos son los contrarios, pero el cielo
ha de ayudar a quien su fe confiesa:
el Virrey, mi señor, con santo celo
la ejecución me ordena de esta empresa:
quien tuviere temor o algún recelo,
vuélvase luego, que mi fe profesa
de no volver hasta volver triunfando,
o morir como noble peleando»

Estas, señor, de su valor razones,
a vuestra gente la dejó animada,
ármanse de furor los corazones
para embestir a la enemiga armada,
y enarbolando de la fe pendones,
acción de su valor determinada,
para dar la batalla se dispone
y a la defensa cada cual se pone.

Embiste con valor, prueba su suerte
y con tanto denuedo le combate,
que con estar el enemigo fuerte
le dejó desvalido al primer bate,
y con temor de su cercana muerte
alas de viento en su defensa late;
Rivera, sus intentos conociendo,
hasta abordar con él, le fue siguiendo.

Entra en el muelle, pone a cinco fuego
de las contrarias y furiosas naves;
tres echa a fondo, y de resulta luego
(mira si es justo que acción alabes)
dos a remolco trae, y a pensar llego
que ha de poner a su arrogancia llaves,
pues ya le tiembla, viendo tal hazaña,
como a columna y defensor de España.

Tres mil vidas quitó de turcos fieros,
que el agua guarnecían de turbantes;
ochocientos te ofrece prisioneros,
dos naves, treinta tiros arrogantes;
éstos sus triunfos son, y los primeros
que ofrece al mundo de su fama Atlante,
pues le concede el cielo tanta gloria
de llegar a tus plantas con victoria.


Destinado el duque de Osuna al virreinato de Nápoles, llevó consigo a su invicto capitán don Francisco Rivera, entre la comitiva de sus bravos, como de los más a propósito en la ejecución de los ambiciosos proyectos marítimos que acariciaba.

Guevara pone en boca del mismo Ribera el resultado de las operaciones, en esta arenga:

Valerosos soldados,
hijos de Marte, rayos animados,
cuya intrépida llama
fomentando cenizas a su fama,
parece que a porfía
abraza los designios de Turquía;
si saber mis intentos
pretendéis todos, escuchadme atentos:

Para esta jornada,
de Trápana salimos con armada
de cinco galeones,
que aún en el nombre dicen ser leones.

Surqué el mar de Levante
a buscar la del turco, que arrogante
contra España se atreve,
porque el castigo su arrogancia lleve.

Ya sabéis que llegamos
a Celidonia, donde peleamos
dos horas no cabales,
tomando diez y seis caramuzales
de corsarios, que lloran sus ruinas,
y después, en el puerto de Salinas,
con Alí, renegado,
y diez bajeles, hemos peleado.

Defendíose valiente,
pues en esta refriega, frente a frente,
el fuego competía
uno con otro, tal, que parecía
que entre el orgullo ciego
estaban juntos la región del fuego,
o que el mar se abrasaba
y la nieve en volcanes se trocaba.

A uno puse fuego,
y saqueándole cinco, huyeron luego
con sólo cuatro a tierra.

Quedamos victoriosos de esta guerra,
y yendo a Famagusta,
porque de pelear mi afecto gusta
con valores altivos,
tomando cinco barcas de cautivos,
con un bajel de Grecia,
que en gran tesoro su valor aprecia,
aviso hemos tenido
que viene a Celidonia prevenido;
costea sus fronteras,
Y son cincuenta y cinco sus galeras.

Sólo cinco bajeles
tenemos y un patache, tan crueles
estando guarnecidos
de nuestros corazones atrevidos,
que aunque vencerlos imposible,
por traer (¡caso grave!)
once galeras para cada nave;
nadie desmaye, todos muestren brío,
Dios es de nuestra parte, en Él confío,
y en su Madre sagrada,
que viene por patrona y abogada
en el Real estandarte,
que en la guerra será de nuestra parte.

Ea, nobles soldados,
en esta acción quedáis eternizados,
el honor os importa;
rayos de fuego el corazón aborta:
hoy la ocasión os llama,
laureles os dará la eterna fama;
seguid mi pensamiento,
o vencer o morir es lo que intento.


El capitán don Francisco de Rivera, iba de jefe de la flota; su capitana era el galeón Concepción, de 52 cañones; la Almiranta, de 34, al mando del alférez Serrano; la Buenaventura, de 27, y mandada por el alférez don Iñigo de Urquiza; la Carretina, de 34, mandada por Valmaseda; el San Juan Bautista, de 30, al mando de don Juan de Cereceda y el patache Santiago, de 14, mandado por Gazarra; como era costumbre se alojaron en los buques 1.000 mosqueteros españoles.

Dispuesto a llevar la guerra a las aguas enemigas, Rivera recaló en Chipre, y después de reconocer Famagusta y otros puertos, se puso de crucero sobre el cabo de Celidonia, esperando al enemigo, éste se dejaría ver confiado en los pocos buques españoles y no tardarían en ser atacados.

Efectivamente, no tardaron demasiado y en forma de una fuerte escuadra de cincuenta y cinco galeras, que suponemos no dudarían en aplastar a los españoles, con media docena de buques cristianos.

Eran desde luego inferiores las galeras a los galeones pero la flota turca, reunía no menos de 275 cañones, frente a los 95 por banda que podían poner en línea los españoles; ellos llevaban unos doce mil hombres (aparte de los remeros) contra los mil seiscientos españoles. La victoria no parecía dudosa.

Cuando Rivera divisó al enemigo, ordenó a sus buques ceñir el viento con trinquete y gavia, de ellos cuatro en línea de fila siendo los: Concepción, Carretina y Almiranta, en la retaguardia el patache Santiago, mientras dejaba en la reserva más su popa los otros dos.

Lo turcos inmediatamente adoptaron su clásica formación de media luna, pretendiendo envolver a los temerarios cristianos.

Sobre las nueve de la mañana del día 14 de julio del año de 1616 se rompió el fuego, terminando el combate a la puesta del Sol, por retirarse los turcos mal parados, pues ocho galeras escoradas por los efectos de la artillería española y sin que hubieran podido llegar a ser abordados, ya que no les dejaron acercarse y pasándolo muy mal por los efectos de los cañones enemigos.

Pasaronsé la noche entre recriminaciones, arengas y nuevos planes, los turcos, que renovadas sus fuerzas morales, al día siguiente se acercaron más y se pusieron a tiro de mosquete, lo que agravó mucho más la situación, pues los españoles no hubo ninguno que no les tirase, retirándose al anochecer con diez galeras escoradas.

En éste día 15 de julio destacó especialmente en la acción la Carretina, pues batió a los turcos de enfilada con un eficaz y contundente fuego; los turcos se habían dividido en dos grupos, que atacaron a la capitana y la almiranta españolas desdeñando a las más pequeñas.

En la nueva noche volvió a repetirse la escena, de nuevos planes y recriminaciones, incluidas las arengas, para alzar la moral de las tripulaciones y pensando que a la tercera iría la vencida, poniendo fin a la insolencia del enemigo cristiano, que osaba combatirles en sus propias aguas.

Al amanecer del día 16 de julio, preparados y reforzados de moral arremetieron, con tanta fuerza que lograron meterse debajo de la capitana, para aprovechar su ángulo muerto, pero Rivera que había previsto tal posibilidad, colocó al patache Santiago, en la proa de la capitana, con lo que al llegar las galeras turcas, comenzó a dispararles de flanco, provocando la huida a eso de las 1500 horas, después de haber perdido a una de sus galeras, hundida, más dos totalmente desarboladas y otras diecisiete gravemente dañadas, escoradas o dando a la banda.

En otras crónicas de la época se afirma que fueron cinco las hundidas y dos más voladas; lo que si queda demostrado es que la escuadra Turca quedó deshecha, por la indómita postura adoptada por ellos, que después de tres días de combates consecutivos y exponerse al fuego en corta distancia con los galeones, fue el resultado de que sus bajas se estimaran en mil jenízaros, más otros dos mil entre marineros y remeros, pero lo peor fue verse vencidos por su enemigo inferior en buques y en sus propias aguas. Los nuestros sufrieron treinta y cuatro muertos, más noventa y tres heridos graves, siendo muchos más los leves por astillazos y contusiones; que la artillería enemiga había causado grandes destrozos en aparejos, especialmente sufridos por la capitana Concepción y por el patache Santiago, que fueron remolcados por sus compañeros.

En todo caso era un coste mínimo para tan gran victoria, desde Lepanto la mayor de las armas cristianas sobre las de la Sublime Puerta.

Ganado el combate naval que según Gil González Dávila, tuvieron por prodigioso los del tiempo, habiendo puesto en asombro y miedo al turco y frustrando sus designios; recibido el capitán en Nápoles con salvas y agasajos, ensalzado en toda España y premiado por el Rey con el título de Almirante y la venera de la Órden de Santiago.

Tal fue el clamor de la victoria de Celidonia, que el autor teatral y poeta, Vélez de Guevara, escribió la obra titulada « El Asombro de Turquía », si en los sucesos sigue con fidelidad a las noticias, desvirtúa un tanto el carácter de héroe, presentándolo arrogante y jactancioso, no siendo realidad, pues por el contrario Rivera nunca olvidó sus términos mesurados de la modestia, que más enaltecen el valor.

Nuevo combate y otra victoria. En esta ocasión era la República de Venecia, sempiterna enemiga de España en nuestras posesiones de la península itálica.

Después de diversas operaciones, de la escuadra de Nápoles, impuso su dominio en el Adriático, otra vez Rivera mandando quince galeones, zarpó de Messina el día 9 de noviembre del año de 1617, dejando atrás a las galeras, porque la mar muy agitada las hacía poner en peligro; después de una escala en Brindisi, penetró Rivera en el Adriático, aunque las órdenes recibidas eran de hacer crucero por el estrecho de Otranto, pero las corrientes y vientos le hicieron arribar a Ragusa, donde entró el día 19; allí fue descubierta la escuadra española por los venecianos, que contando en la suya con dieciocho galeones, seis galeazas y treinta y cuatro galeras, como es de imaginar dieron el combate por ganado, además llevaban por almirante a un Veniero.

El día 21 los venecianos se desplegaron en media luna, estando ya cerca de los españoles al anochecer; la oscuridad impidió el combate, pero no se perdieron las caras, pues permanecieron al pairo con los fanales encendidos.

Los españoles no estaban en la mejor de las situaciones, ya que al caer el viento por completo se fueron distanciando, quedando muy desperdigados y sin poderse prestar ayuda mutua; en cambio las galeras venecianas, si podían remolcar a sus galeones y rodear a los buques españoles.

Tres horas antes de amanecer, con las primeras luces del día, los venecianos comenzaron a moverse, pero lo que salvó a lo nuestros fue un ligero viento del Este, que se levanto casi al amanecer, el viento favorecía a los enemigos, pero permitió la reagrupación de los españoles, que por orden de Rivera ciñeron al máximo y les llevó a formar la línea; como siempre nuestro almirante quiso pasar al ataque, en la misma posición en la que se encontraban, ciñendo todo lo que podía con su buque capitana, un soberbio galeón de 68 cañones, lanzándose contra el enemigo, que todavía tenía formada la media luna y con las galeras en vanguardia remolcando a sus galeones.

Por unos instantes parecía que el galeón capitana iba a ser envuelto, pero el resto de la línea le seguía en su apoyo inmediato, rompiéndose el fuego, con vivísima efectividad y rapidez, lo que desconcentro a los venecianos; ciando las galeras y largando los cables de remolque de los galeones, lo que provoco un apelotonamiento y confusión en su línea, que hizo retroceder a los venecianos, siendo ellos en número muy superiores, pero tuvieron que huir para no sufrir una derrota completa.

Las galeras no se decidieron a abordar a los galeones españoles, los galeones venecianos habían quedado dispersos, frente a la bien formada línea de los españoles y todos se acordaban, de lo mortal que eran los mosqueteros españoles, cuando alguien se atrevía a ponerse a tiro (además hubo un tiempo en que eran aliados y nadie mejor que ellos los conocían, porque los demás lo sufrían)

Los españoles tampoco intentaron abordar a los venecianos, pero con justicia y conocimiento, pues eran muchos menos y una victoria se podía convertir en una derrota.

Sin embargo lo que tan poco ha costado de contar duró catorce horas, lo que significa la paciencia y las decisiones que se pueden tomar en ese tiempo; retirándose los venecianos al anochecer completamente derrotados; habían perdido cuatro galeras hundidas y muchas más averiadas, de sus galeones el San Marcos, que era la capitana quedó desarbolado y acribillado a balazos, teniendo que ser remolcado, al igual que algunos otros de su escuadra; en total tuvieron cuatro mil bajas, entre heridos, muertos y ahogados, por unas trescientas de los españoles.

Pasada la noche, Rivera persiguió a sus enemigos, pretendiendo obtener una más completa victoria, pero los venecianos, que aún seguían siendo muy superiores, prefirieron poner aguas por medio para evitar otra derrota y darse a la huida abiertamente.

Separadas las escuadras, una violenta tempestad obligó a los españoles a que pusieran rumbo a Brindisi y las venecianas a Manfredonia; pero los daños del combate en las naves enemigas, hizo que lo pasaran muy mal, tanto que perdieron nada menos que a trece de sus galeras y una galeaza, en su intento de alcanzar el puerto, incluyendo la pérdida de otros dos mil hombres.

Tal como sucedió parecía la venganza del Dios Eolo, en compensación a las pérdidas ocasionadas a los españoles en otras ocasiones, favoreciendo a los tan gallardos como hábiles vencedores, poniendo un broche de oro a su heroicidad; por una vez lo que no habían conseguido los cañones, lo hizo el temporal.

Llegando el relevo del duque de Osuna y desbaratamiento de su obra, la flota siguió al mando del Almirante; obtuvo aún algunos triunfos, mas no de aquellos que tenían en suspenso los ánimos.

En 1621 transportó con tres galeras a Génova tropas de Milán, he hizo sorpresa en la Goleta, incendiando los buques corsarios que allí se guarecían.

Se le encomendó que, con su flota guardara las costas de Sicilia, cruzando sus aguas hasta que, de una vez se acabó con la marina, que con tanto esfuerzo había creado el duque de Osuna, siendo la orden que recibió de incorporarse con sus buques a España, esto ocurría en el año de 1623.

Por entonces se preveía con gran afán la expedición al Brasil, destinada a desalojar a los holandeses. Se puso al mando de don Fadrique Álvarez de Toledo, todos los elementos de mar y tierra, que se pensaban suficientes para recuperar la bahía de San Salvador.

Entre los primeros en ser llamado por don Fadrique fue, la escuadra de Nápoles (aún llamada así) al mando de don Francisco Ribera ya con el título de General de esta escuadra y que conservó hasta su muerte, estaba compuesta por: la capitana, galeón de 60 cañones por nombre Concepción y la Anunciación, de 54, más los pataches Carmen, de 14 y el San Jorge, de 16.

Al llegar a Gibraltar (todavía Español) escribió y dirigió una carta al Rey, lamentándose de que aún y trascurridos, algunos años de que le otorgara el hábito de Santiago, no se le había dado la cédula de posesión, la carta dice:

«Señor—A V. md he suplicado después de Aber Acabado el biaje, fuese serbido de darme licencia para que fuese A echar A sus pies, pidiendo á V. md mandase se despacharse el Abito que V. md me hizo mrd A 4 Años y que V. md A sido serbido de onRarme en mandar que contínue su Real serbicio, que yr yo A la Corte, se me Ara mrd. yo S.r Ago y are de aquí A que muera, todo lo que se me mandare, mas no puedo dejar de significar a V. md como tan gran Rey la Remedie, ques grande, tener detenido, el Abito tantos Años, estando yo de dia y de noche, desvelándome, como mejor poder Hacer el serbicio de V. md y cada dia, me parece que empiezo, y desto beo por la gracia de dios que V. md esta satisfecho, pues en las cartas que V. md me A mandado escrebir, se da por bien serbido, pues siendo Así, no permita V. md que puedan mas mis enemigos, que la grandeza de V. md y mis servicios por lo que, Aunque Ubiera Alguna cosa dudosa, se debria Atropellar quando no fuese por mi, por Animar A los que sirben, y empiezan A serbir, que lo que desta vida pretendo sacar en Una onRada mortaja y el dia de oy que ay tantos Abitos en la gente de gueRa, en lugar de Alegrarme, me aflijo quando los veo, por ver que no se Acabe de despachar el mio, Suppco á V. md, contoda Humildad que mande se despache brebe y bien, que de V. md no quiero otra mrd que solo esta me basta para vivir Alegre y no faltar en toda mi vida Al Real serbicio de V. md qe ge dios como la Christiandad A menester, jibraltar, febro 23 de 1623 — Franco de Ribera»

Parece que cayó sobre el sufrido almirante la desgracia, que se extendía a todos los que sirvieron a Osuna. Los caballeros encargados de hacer las pruebas de nobleza, habiendo entre ellos clérigos, mostraron una escrupulosidad o más bien empeño de que habrá pocos ejemplos.

Realizaron informaciones en León, Toledo, Mayorga, Villamayan, Madrid, Valladolid y Nápoles, fueron examinados más de cien testigos, además de consultar los protocolos y archivos, informando al fin que no reunía el almirante las necesarias condiciones para su ingreso en la Órden de Caballería, porque si bien su padre y su abuelo, habían sido de notoriedad hijosdalgos, de una tatarabuela casada con un tal Diego de Ordás, era de sangre judía; que en Mayorga vivía un Rodrigo Ribera, de oficio boticario, tío del almirante, y que su madre, doña Isabel de Medina, estaba asentada entre los pecheros de Mascaraque.

El Consejo de las Órdenes basándose en esta investigación, negaba la concesión y detenía el expediente como medio menos mortificante. Pero no se puso fin, por el empeño demostrado por el almirante en la jornada de Brasil, donde otras altas influencias, decidieron apoyar a Ribera.

Por ellas llegó un escrito de mediación del Papa Urbano VIII, dispensando con indulto, cualquiera de las anomalías que se alegaban, y con su vista, por decreto del día 2 de febrero de 1624, ordenó el Rey al Consejo que se paralizasen todas las diligencias, concediéndole el hábito, lisa y corrientemente.

En compensación el Rey, otorgó a don Francisco Ribera la encomienda de Castilleja de la Cuesta en la misma Órden de Santiago, justa recompensa de las amarguras que había sufrido y premio de los servicios que siguió prestando.

Habiendo sido vencidos los holandeses en las costas del Brasil, la armada sufrió al regreso un fuerte temporal, que obligó a don Fadrique de Toledo a embocar el estrecho y fondear en Málaga.

Ribera a duras penas consiguió entrar en el puerto de Cádiz, con los dos galeones y un patache; el otro, el San Jorge, había zozobrado a la altura de las islas Azores, ahogándose toda su gente, esto sucedía en el año de 1626.

Al poco de su llegada, se presentaron en la bahía una escuadra inglesa, que fue combatida y rechazada, contribuyendo con su valor acostumbrado don Francisco de Ribera, a la victoria de las armas españolas. Se le comisionó para cruzar sobre Lisboa y el cabo de San Vicente, para proteger a la Flota de India.

Ya nada más se puede saber de él pues a finales del año de 1626, dejan de haber noticias suyas, por lo que se supone falleció, aunque sólo contaba con cuarenta y cuatro años de edad.

Un memorial escrito por su hijo Pedro en el año de 1646, solicitando la referida encomienda de Castilleja de la Cuesta, dice «…haber quedado por muerte de su padre con poca hacienda, y acredita que el general había casado con doña Olimpia Campilongo, natural de Nochera de Pulla, en el reino de Nápoles»

Si este almirante fuera de otra nación, lo tendríamos en la sopa diaria pero aquí no lo conoce prácticamente nadie, para nosotros es el Gran Olvidado, si cualquier otro hubiera hecho lo que él consiguió, tendría monumentos o al menos libros que lo mencionaran pero que sepamos sólo está en los citados, al fin y al cabo era un español que se merecía estar en estas páginas.

Bibliografía:

Fernández Duro, Cesáreo: El Gran Duque de Osuna y su Marina. Sucesores de Rivadeneyra. Madrid. 1885.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895—1903.

Fernández Duro, Cesáreo.: Disquisiciones Náuticas. Facsímil. Madrid, 1996. 6 Tomos.

Vélez de Guevara, Luis.: El asombro de Turquía y Valiente toledano. M. Aguilar. Madrid, 1946.

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