Valdes y Menendez de Lavandera, Pedro de Biografia

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Pedro de Valdés y Menéndez de Lavandera Biografía



Caballero Profeso y Comendador de la Real Orden de Santiago.

Gobernador y Capitán General de la isla de Cuba.

Capitán General de la Armada de la Carrera de Indias.

Capitán General de la Armada de Bayona.

Maestre de Campo en la colonización de La Florida.

Comisario General de la Real Arma de Infantería.

Gentil-Hombre de Cámara de S. M.

Orígenes

Vino al mundo en la ciudad de Gijón, por 1544.

Hoja de Servicios

Como era lo normal en la época, todos buscaban forjar su historia y aunque él provenía de familia de acrisolada nobleza, además de ser el primogénito quiso demostrar su valía, por ello con solo dieciséis años viajó al reino de Nápoles sin conocimiento de sus padres, pero no dudó en presentarse al virrey y éste le otorgó una plaza de entretenido en el mismo palacio virreinal.

Después de sufrir un duro entrenamiento, por orden del virrey zarpó en una de las galeras en busca de piratas moros, con los que mantuvo constantes combates, manteniéndose en esta hasta alcanzar el grado de Alférez de infantería, al mando de su compañía tuvo la galera un encuentro con varias naves moras, fue tanto su ánimo y fuerza que se la transmitió a los suyos, consiguiendo hacerse con dos de las enemigas y las demás se dieron a la fuga.

Por esta acción, el rey don Felipe II lo nombró Caballero de la Real y Militar Orden de Santiago, dándose el caso que la Real Cédula fechada el día veinte de marzo del año de 1566 se extravío, por lo que enterado el Rey, volvió a emitirla el 28 de julio de 1567. (Luego dicen que si el Rey era el ‹Prudente› y con razón, hasta sus Reales Cédulas se perdían por el camino)

Don Pedro Menéndez de Avilés en el año de 1565, después de un largo descanso a medias, pues se mantuvo como consejero de don Felipe II, despachando infinidad de documentos, leyéndolos y analizando a su parecer lo conveniente o no para cada caso, le cayó en las manos uno que era la petición de formar una escuadra, para colonizar La Florida. El era sabedor de que su hijo Juan, estaba en aquellas tierras y llevaba ya mucho tiempo sin tener noticias de él, por lo que inmediatamente le rogó al Rey le diera licencia para embarcarse en ella.

Don Felipe II siempre tan generosos los Austrias, le dio el permiso de formar la expedición, pero con la condición de que la Corona solo aportaría un buque, el resto sería todo de su cuenta y riesgo. A pesar de ello aceptó sin dudarlo un instante.

Hemos encontrado un documento, que por su valor en este punto transcribimos:

«El buque contratado por la Corona, era un galeón alquilado del porte de 996 toneladas……El galeón San Pelayo era la capitana, con el adelantado y 317 soldados, de los que 299 iban por cuenta de la Corona y armado de 4 cañones “salvajes” y perfectamente pertrechados.
La carabela San Antonio, de 150, con 114 soldados; las chalupas San Miguel y San Andrés, del maestre Gonzalo Bayón, de 100; la chalupa Magdalena, de 75; la Concepción, que llevaba 96 hombres y era de 70 toneladas; la galera Victoria, de 17 bancos; el bergantín Esperanza, de 11 bancos; la carabela Concepción, cargada de bastimentos y que solo llegó a las islas Afortunadas; la carabela del maestre Juan Ginete (no pone el nombre del buque); la Nuestra Señora de las Virtudes, del maestre Hernando Rodríguez, vecino de Cádiz; el navío Espíritu Santo, de 55 toneladas del maestre Alonso Menéndez Márquez y el Nuestra Señora del Rosario, del maestre Pedro Suárez Carvayo, a lo que se sumaban otros cinco, que no se sabe el nombre» (Aunque dan el número de diecinueve, aquí solo se reflejan dieciocho)

De esta forma el 28 de julio de 1565, zarpaban de la bahía de Cádiz, con rumbo a las islas Afortunadas.

Por otro documento, sabemos el costo del mantenimiento de tan gran empresa, pues solo los sueldos eran:

«Capitanes, 40 ducados; alférez, 15; sargentos, 8; cabos de escuadra, pífanos y tambores, 6; furrieles y picas secas, 3; arcabuceros y coseletes, 4; oficiales de más, 6; marineros, 4; grumetes mil maravedíes; pajes, 2 ducados; piloto, 24; maestres, 9; artilleros, 5 y como apoyo a sus responsabilidades: cabos de escuadra, 4 y soldados, 2» (Esto era mensual)

Al arribar a la desembocadura del río San Juan, se encontraron con cuatro galeones franceses, así que se mantuvieron alejados y fuera de su posible vista, el Adelantado convocó Consejo de Guerra de Oficiales, porque su intención era terminar con aquello lo antes posible, y en contra de la opinión que se le dio por la inferioridad numérica, estaba decidió a atacar, pero utilizando la astucia.

El Adelantado esperó a que anocheciera, al principió navegó a toda vela para recorrer la distancia; ciertas luces en los buques franceses le permitían saber más o menos la posición y el rumbo, al llegar a una distancia prudencial arriaron velas, dejando las mínimas para poder seguir gobernando hacía su punto de destino, esto les permitió echarse encima sin que se pudieran apercibir los franceses, colocando sus buques entre la tierra y los enemigos, para impedir que estos pudieran desembarcar e impedirles que se escaparan.

Pero no se conformó con todo esto, sino que con el San Pelayo consiguió acercarse tanto, que al final dio un pequeño golpe en el costado de la nave almirante francesa, al mismo tiempo que mandó tocar los tambores y pífanos, encendiendo el buque con todos los faroles que tenía a bordo, al mismo tiempo y perfectamente alumbrado el francés, les grito: ¡Que religión profesáis!

Le contestaron, que eran franceses al mando de Ribault y que habían llegado a La Florida con alimentos. Ante esto don Pedro, les invito a la rendición, pero hicieron caso omiso e incluso algunos se rieron, por lo que dio la orden de abordar. Al ver que la invitación la iba a conseguir por la fuerza, picaron los cables de las anclas y en un santiamén desplegaron velas, a lo que se unió la fuerza de la corriente del río, permitiéndoles separase rápidamente.

A pesar de intentar los españoles lanzar los garfios de presa, no consiguieron sujetarlos, ya que los franceses se dedicaron a ir picándolos conforme se agarraban, así comenzó una persecución que duró toda la noche, pero los buques franceses descargados por completo, eran más ligeros que los españoles, lo que les impidió a estos darles alcance. Así y ya amaneciendo el Adelantado dio la orden de virar, regresando a la desembocadura del río San Juan.

Entonces volvió a calcular, que los daños sufridos por los buques franceses les impedirían regresar al menos en ocho días, así que decidió subir por el bosque hasta el Fort Carolina, posición que estaba como a algo más de una legua de distancia. Y como jefe o Maestre de Campo iba al frente de las tropas don Pedro de Valdés.

Por lo que dispuso formar diez cuerpos al mando de un capitán y con cincuenta hombres cada uno, la mayoría de ellos arcabuceros y rodeleros, así como los expertos en el manejo de la pólvora, cargados al máximo con todo tipo de armas y alimentos para ocho días, incluidas las banderas de cada capitán, para dar cumplido conocimiento de quienes eran, evitando el actuar como a simples piratas.

Una vez dividida la fuerza, don Pedro escogió a veinte hombres y marchando él en cabeza, fueron cortando malezas e incluso árboles, para dejar un camino franco y que pudiera ser seguido fácilmente por el resto, con la orden de que cada capitán marchara separado del anterior, con la intención de que nadie se perdiera, pero no tanto, como para impedir un rápido socorro entre todos.

Se pusieron en camino que fue muy duro sobre todo por las constantes lluvias, que embarraban el terreno e impedía un avance normal, a lo que se sumaba el agotamiento de la marcha de los hombres cargados con todos los bastimentos. A los seis días de camino por aquella verdadera selva, se apercibieron por un claro que estaban en las proximidades del Fort; quiso don Pedro ir en descubierta, pero el Maestre de Campo le dijo que iría él y se llevaría al capitán Martín Ochoa, ya que S. Sª era más preciso para guardarles las espaldas y que siendo dos sería de más utilidad por los ruidos, que el ir más gente y alertar a los del fuerte.

Se pusieron en camino y a los pocos metros tropezaron con un centinela francés, este pregunto y el capitán le contestó que eran franceses, así se fueron acercando y al estar al alcance de la espada, con un rápido movimiento le puso la punta en la garganta, así soltó sus armas, pero se puso a gritar para alertar a los suyos, el Maestre no se lo pensó y de un golpe lo atravesó con su tizona.

Salieron corriendo los dos españoles, cara a la puerta principal que los franceses a las voces de su compañero habían abierto, el Maestre con gran velocidad dejó a dos fuera de combate, mientras Martín Ochoa hacía lo propio con otros dos, a las voces de estos, empezaron a salir de las casas más franceses, unos vestidos y otros como estaban en la cama.

Pero estos gritos también fueron oídos por los españoles de avanzada, por lo que al grito de ¡Santiago! pronunciado por don Pedro, salieron dos banderas a grandes pasos hacía la puerta, la cual estaban defendiendo el Maestre y Ochoa, fueron los primero en llegar los alférez don Rodrigo Troche, de Tordesillas y el otro don Diego de Maya, ellos llevando las banderas y detrás al resto de compañeros, esto fue ya el principio del fin del Fort.

Don Pedro se había quedado esperando en la retaguardia, que ya se iba acercando y un francés que huía casi lo derriba, al cual lo capturó, éste le indicó una cabaña a la que le llamó la ‹Granxa› que estaba llena de armas, víveres y munición pero ni un gramo de pólvora y para que no fuera confundida mandó a seis hombres de guardia sobre ella, se dirigió a la puerta del Fort, nada más entrar en el lugar, dio una tajante orden «So pena de la vida, ninguno hiriese ni matase mujer, ni mozos de 15 años abaxo.»

Esta orden fue cumplida a rajatabla, por ello se salvaron unas setenta personas, el resto fue degollado o muerto a estocadas, solo se salvaron entre cincuenta y sesenta, que consiguieron saltar la empalizada del Fort e internarse en la espesura de la selva. Eso sí uno de los que logró escapar fue el jefe del Fort, Rné Ludonniére.

Al terminar este trabajo, llamó al Maestre de Campo, dándole las instrucciones de que saliera lo antes posible con una compañía de cincuenta hombres, ya que se veían los buques franceses como a una legua y fondeados, por lo que era razonable pensar, que estaban allí esperando la llegada de los escapados del fuerte, por lo que él le encomendaba que les intentara cortar el camino hacia bajeles, así se les daría una verdadera lección.

Así lo hizo el Maestre y desplegó a sus hombres, los cuales dieron una buena batida por la selva, consiguiendo dar con veinte de ellos, pero como estos no hacían caso a las órdenes de detenerse, tuvieron que usar las armas y fueron todos muertos. Otros diez se habían ido a buscar a los diferentes jefes indígenas para que los salvaran, quienes a su vez y estando don Pedro de Valdés en la misión anterior fueron llegando los indios, quienes habían capturado a los que se les habían presentado entregándolos al Adelantado, quien les perdonó la vida y los invitó a regresar a Francia.

Estos le contaron, que el Gobernador del Fuerte, Rné Ludonniére junto a otros veintinueve hombre habían conseguido llegar a los bajeles, por eso al final se supo la cantidad exacta y donde habían ido a parar todos.

Al regresar por la noche el Maestre, el Adelantado convocó Consejo de Guerra de Oficiales, comunicándoles que él y los treinta cinco hombres que él había elegido saldría al día siguiente, cuando llegara a San Agustín, pertrecharía perfectamente a dos de los tres buques allí fondeados, para remontando el río dar caza a los dos buques franceses, para evitar que pudieran utilizar su artillería contra el fuerte. Y al Maestre, que en cuanto los hombres restantes estuvieran preparados, los pusiera en marcha para reforzar a San Agustín, con los Capitanes Alvarado, Medrano y Patiño, pues se temía que hubiera sido ya informado el virrey francés y pretendiera tomar de nuevo los lugares perdidos.

De vuelta en San Agustín los indios les comunicaron que habían más franceses al otro lado del río, fueron llamados y sobre una media hora después, cruzaron el río Jean Ribault acompañado de ocho de sus principales, a los que don Pedro invitó a comer y mientras conversaban. El francés no parecía convencido de que el Fuerte hubiera sido tomado por lo españoles, por lo que don Pedro ordenó traer a dos franceses tomados en él y que ellos le contaran la verdad, así como le fueron mostrados infinidad de cosas, que solo era posible tenerlas si se había hecho y que las portaban sus hombres como premio a su victoria.

Al fin se convenció y se amparó a que los dos reyes eran cristianos, y él solo quería regresar a Francia, y solo le pedía los buques que fueran necesarios para regresar. Quiso el francés ganarse a don Pedro, pero este le contestó lo mismo que a los anteriores, así que Ribault no vio otra forma que regresar a su orilla y tratar el tema con los muchos nobles que iban con él.

Regresó Ribault, y se lo quiso ganar otra vez, al menos para impedir su muerte y la de los nobles que le acompañaban, pues le dijo, que le darían cien mil ducados, a lo que don Pedro contestó: «Mucho me pesa si perdiese tan buena talla é presa, que harta necesidad tengo dese socorro, para ayudar de la conquista é población desta tierra: en nombre de mi Rey, es á mi cargo plantar en ella el Santo Evangelio.»

Esta respuesta hizo pensar a Ribault, que era posible ganarse a don Pedro, por lo que le añadió, que si respetaba la vida de los nobles y la suya, sería muy posible doblar la cantidad dicha. Don Pedro le dijo que se fuera a su campo y que lo trataran, ya que él esperaría la respuesta, aunque ya era casi de noche, pensando que era conveniente dejarlo para el día siguiente.

A la mañana siguiente, cruzaron con la canoa los mismos, pero esta vez traían un estandarte Real, el del Almirante francés, dos banderas de campaña, y le entregó su espada, daga y celada todas doradas y muy buenas, así como una rodela, pistola y sello Real, para firmar los documentos en nombre del Rey de Francia. Y que con él cruzarían unos ciento cincuenta, pues los doscientos restantes al no estar de acuerdo con ellos, se fueron marchando durante la noche y nada podía hacer por hacerlos regresar.

La escena se repitió, pues fueron cruzando de diez en diez y atándoles las manos, con la excusa de que debían de andar cuatro leguas y no era conveniente que las recorrieran de momento tan libres, así fueron llegando y se les ataba fuera de la vista de los que llegaban, ya reunidos todos volvió don Pedro a hacer la pregunta, de que si entre ellos había algún católico de verdad.

Pero Ribault le dijo que todos profesaban la misma religión y comenzó a cantar el salmo «Domine memento mei», lo dejó terminar y ya con la orden dada al capitán Diego Flórez de Valdés, les indicó que se pusieran en camino y al igual que el día anterior, cuando llegaron a la raya hecha con la punta de la espada en la arena, fueron todos degollados. A excepción de los atambores, pífanos y trompetas, más cuatro que sí confesaron ser católicos, siendo en total dieciséis personas las que se libraron de la muerte.

Veinte días después de estos sucesos, volvieron a aparecer los indios, comunicando que a ocho días de camino y dentro del canal de Bahamas, en el cabo Cañaveral se estaban estableciendo muchos más cristianos como los que él había matado, volvió a darles sus regalos y se fueron tan contentos.

Don Pedro ordeno que diez hombres con un bote a vela y remos, se hicieran llegar al fuerte de San Mateo, para que de su guarnición se vinieran a San Agustín ciento cincuenta. Mientras escogió otra vez a los primeros treinta y cinco, más al Maestre de Campo y los Capitanes don Juan Vélez de Medrano y Andrés López Patiño, para que a su vez escogieran hasta un total de otros ciento cincuenta.

Así seis días después de la noticia todos juntos oían misa y partían los trescientos en tres naves, éstas con víveres para cuarenta días a recorrer la costa, dándose la circunstancia, de que al parecer por las corrientes los buques no avanzaban más que un hombre andando por la playa. Así que ordenó que la mayoría desembarcara, para quitar peso de las naves y así a ver si coincidía al menos la velocidad de ambos conjuntos. Pero para dar ejemplo, él fue el primero en saltara tierra recorriendo junto a sus hombres la distancia a pie.

Alcanzaron el punto al alba, pero desde el fuerte a medio construir los vieron y salieron todos corriendo a la selva, hizo sonar a un trompeta francés para que vieran que no les haría ningún mal. Salieron unos pocos y le dijeron, que preferían ser comidos por los indígenas que ser prisioneros de los españoles, pero aún así se rindieron unos ciento cincuenta, pero a estos como acaban de llegar, el Adelantado los trato muy bien porque incluso ni los ató. Así que le prendió fuego al fuerte, excavaron grandes hoyos y enterraron la artillería, ya que era muy grande y pesada, por contra los buques muy pequeños, destruyeron el buque a medio construir y le pegaron fuego a las maderas que estaban a punto de ser colocadas en su lugar en el casco.

Don Pedro Menéndez de Avilés viajó a la isla de Cuba en busca de refuerzos, dejando al mando a don Pedro de Valdés en la colonia de San Agustín, un grupo de hombres aprovechando la ausencia del Adelantado se amotinaron, apresaron al Maestre de Campo y a varios más de los capitanes, incluido el tenedor de bastimentos clavaron la artillería y se quisieron embarcar en la fragata, pero como eran en total ciento treinta hombres el buque no podía con todos. Hicieron un consejo entre ellos y nombraron a un Sargento Mayor, el cual eligió a doce arcabuceros y seis alabarderos como escolta personal, así iba designando quien podía abordar la fragata y quién no.

Al intentar abordarla él y su escolta todavía eran demasiados, lo que le obligó a dar la orden de que algunos más debían de abandonar el buque, pero estos se revolvieron y comenzó un pequeño enfrentamiento. Momento que aprovechó el Maestre de Campo, para desasirse de sus ligaduras y liberar a ocho de su capitanes más a varios de sus fieles hombres, con estos armados de arcabuces, se dirigieron a los que se enfrentaban y les dieron el alto haciendo fuego, por lo que muchos de la fragata saltaron al mar y el resto cayeron heridos.

Como se vieron perdidos entregaron sus armas, así fueron maniatados y puesto bajo custodia de buenos y fieles soldados. Acabada la revuelta y regresado el orden, don Pedro de Valdés ordenó formar un Consejo de Guerra Sumarísimo al Sargento, con la sentencia de pena de muerte por rebelión, que fue ejecutada al instante, siendo colgado de un árbol. Dándose así por terminada la rebelión, al día siguiente bajo palabra de cada uno de los presos y si faltaban a ella serían muertos, los dejó en libertad, pero con trabajos y lugares asignados de los cuales no se debían mover.

Al llegar el Adelantado, la población y el fuerte estaban en calma, pero del disgusto el Maestre de Campo estaba en una litera al igual que su hermano Bartolomé, por llevar ya varios días sin comer ninguno, lo cual fue remediado por el Adelantado al llegar con la escuadra de Esteban de las Alas, cuyos buques traían alimentos para todos, así se pudo restablecer el bien estar en la posición.

El Adelantado viajo de nuevo a la Habana para buscar comida, dada la imposibilidad de que nada creciera en aquella tierra, realizó el viaje y retornó a San Agustín al arribar y fondeó en el puerto dirigiéndose a entrevistarse con el Maestre de Campo su segundo al mando de todo. Éste le contó todo lo que había pasado en su ausencia, la muerte de los capitanes Martín de Ochoa, Aguirre y Vasco Zabal, así como cinco soldados, Fernando de Gamboa, Juan de Valdés, Juan Menéndez y otros dos, que eran de los que siempre estuvieron con don Pedro y les quería mucho. Todos ellos habían muerto por flechas de los indios, al no tener más remedio que abandonar el fuerte para ir a buscar alimentos, de no ser por los fallecidos, todos los de San Agustín hubieran muerto de hambre.

Llegaron noticias que de Francia había zarpado una gran escuadra, por lo que se tuvo que activar todo los disponible, así quedo compuesta la escuadra española: El Adelantado de capitán de su nao; el Maestre de Campo, de capitán de la suya y Almirante de la flota; de una carabela, como capitán don Juan Vélez de Mendrano; de otra carabela y como capitán, el alférez Cristóbal de Herrera (el que entró primero en el Fort Carolina con su bandera); de otra carabela, el capitán don Pero de Rodrabrán; de otra carabela, el capitán don Baltasar de Barreda; capitán de la fragata don García Martínez de Cos y al mando del bergantín don Rodrigo Montes, (uno de los primeros en entrar también en el Fort). Así quedó compuesta la escuadra, con dos naos, cuatro carabelas, la fragata y el bergantín, en total ocho buques, pero al parecer los dos pequeños no los contaban como a tales.

Antes de zarpar, arribó una carabela con la noticia para la que precisamente se estaba preparando; habían zarpado de Francia una escuadra compuesta de veintisiete velas que transportaba entre marinería y tropa a unos seis mil hombres, que al parecer se habían dividido en es tres escuadras, una de ellas ya había tomado la isla Tercera, pero se desconocía el punto a donde se arrumbaban las otras dos.

Por lo que comenzó una autentica carrera, zarpó con rumbo a la isla de Puerto Rico y después a la Habana, donde dejó tropa y artillería, regresó a San Germán, en esta ciudad se reunió con el gobernador y le pidió parecer, éste le contentó que lo mejor era fortificar la ciudad lo mejor posible, así que anduvo de aquí para allá viendo alturas y lugares posibles de desembarco, al mismo tiempo dando las órdenes, para que en cada sitio se quedara una guarnición y se pusieran a trabajar, así iba dejando a cien soldados y cuatro piezas de artillería en cada lugar que le parecía el correcto. (Por lo leído, San Germán era una ciudad de la isla de Puerto Rico)

Continuó su ir y venir, en una de estas visitas se fijó que el torreón de la entrada del puerto estaba en muy mal estado, así que encargo al capitán Juan Ponce de León, que lo pusiera en orden de combate. Al mismo tiempo con el patax, viajó a La Habana y repasó todo como estaba quedando, convencido de ellos regresó a San Germán.

Pero aquí estuvo poco tiempo, pues se volvió a embarcar y navegaron con rumbo a Monte Cristo, la Xaguana y Puerto Real, lugares en los que quiso dejar tropas y no le fueron aceptadas, por haber sufrido ya unos desmanes de los franceses y según los habitantes, era mejor el dejarlos pasar y que hicieran lo que quisieran que enfrentarse a ellos. Pasó a Santiago de Cuba, donde dejó a cincuenta arcabuceros al mando del capitán Godoy, con cuatro piezas de artillería de bronce y con todos los pertrechos para soportar un asedio de un mes.

Aquí se le unió parte de la escuadra, pues se sabía que no estaban muy lejos los franceses y no era razonable dejar a su Jefe solo, por lo que zarparon ya en escuadra, con rumbo a Cabo de la Cruz, Manzanilla y Bayán; en su rumbo tropezaron con cinco buques franceses, que haciendo contrabando iban bien cargados de todo, sobre todo de dinero y cueros, así capturados los condujo a la Habana, donde reforzó la guarnición con doscientos soldados y seis cañones, al mando del capitán don Baltasar de Barreda. Pero el resultado final fue, que la escuadra francesa debió de pensárselo mejor y no apareció.

Le llegaron noticias de que en Flandes se habían levantado contra el Rey, él había salido hacía allí con tropas. Mientras aquí hacía ocho meses que no llegaba ningún buque con dinero para pagar a los soldados, estaban mal vestidos y peor alimentados, además no era solo La Florida la que estaba bajo su responsabilidad, sino que además lo eran las islas de Puerto Rico, Española y Cuba, y a él ya no le quedaba dinero para soportar tanta carga, por ello decidió regresar a la Península y hablar en persona con su Rey, así que después de enviar a San Agustín y San Mateo, refuerzos y comida, se decidió a cruzar el océano de regreso.

Para ello escogió la fragata, que era del porte de unos veinte toneles, y que pudiendo navegar a vela ó a remos ó los dos a la vez, sería mucho más rápido el viaje. Se cargaron cincuenta quintales de bizcocho y abordaron el bajel por su orden; el Maestre de Campo, su oficial de guarda don Francisco Castañeda; el capitán don Juan Vélez de Medrano, por tener poca salud; los capitanes don Francisco de Copero, don Diego de Miranda, don Alonso de Valdés, don Juan Valdés, Ayala, alférez del capitán Medrano, Salcedo, don Juan de Aguiniga, don Antonio clérigo y el Capitán Blas de Melro, así como otros hidalgos, con lo que iban en total veinticinco, las personas de más compañía-confianza del Adelantado, así como unos buenos soldados que eran prácticos en el remo, cinco marineros y completaban la dotación los dos capitanes, que debían de haberse embarcado con rumbo a la Península, pero que en la Habana nadie se quiso hacer cargo de ellos, que eran el del desmán de ésta ciudad Pero de Rodabán y el recientemente juzgado Miguel Enríquez. Todos iban armados a excepción de estos últimos, siendo en total treinta y ocho, zarpando el día veintiocho de mayo del año de 1567.

Puede tenerse una idea de lo rápida que era la fragata, que a los diecisiete días de navegación avistaron las islas Terceras, (suponemos fue todo un récord para la época), arribaron a ellas y le informaron que el Rey estaba de viaje en la Coruña, para embarcar en una escuadra con rumbo a Flandes. Pensó que lo mejor sería navegar en demanda de este puerto, ya que los buques franceses e ingleses, que pudieran estar esperando a la caza de cualquier buque español, él les podría dejar atrás mientras que si navegaba con rumbo al Cabo de San Vicente, se podía encontrar con los bajeles a remo de los berberiscos y estos sí que podrían darle alcance; además que podía darse el caso de llegar a alcanzar a S. M. antes de que hubiera zarpado.

Tomó la decisión de navegar con rumbo a la Coruña, se encontró con vientos contrario, lo que obligó a echar mano de los remos con el consiguiente cansancio de todos. Pero lograron ir acortando las distancias con el puerto y como era de esperar, se encontraron cuando solo les faltaban como tres leguas para arribar, con dos corsarios franceses y uno inglés que al verlos intentaron darles caza, pero tomó un rumbo que era contrario a ellos y favorable a la fragata, lo que le permitió alejarse sin problemas de ellos, arribando así al puerto de Vivero a los dos días.

Desembarcaron y pidió información sobre el lugar donde se hallaba S. M., le comunicaron que seguía en la Corte, ya que no tenían noticias de que hubiera partido para la Coruña. Decidió enviar al alférez Ayala con los dos prisioneros, para ser entregados en la cárcel de la Corte y una carta de él para el Rey, en la que le decía que había vuelto y en breve se acercaría a la Corte para besarle las manos. Así regresó don Pedro de Valdés a la Península, en el que quizás fuera el viaje más rápido de la época y por muchos años.

Por Real Licencia del día dieciséis de mayo del año de 1568, fechada en Aranjuez, se le confiere el privilegio de poder ir vestido y con joyas, a pesar de las disposiciones de la Orden de Santiago.

En carta fechada el 21 de octubre de 1570, el Rey le dice:

Comillas izq 1.png «El Rey. Don Pedro de Valdés, Cavallero de la orden de Santiago y Almirante de la armada del cargo del Adelantado Pero Menéndez de Avilés: Ya sabeis como sin licencia y orden nra. dexastes la dha. armada y galeones de vro. cargo y os venistes a esta nra. corte y della os aveis ido a vra. casa, y porque a nro. servicio conviene q. la dha. armada se parta para las nras. Yndias con toda brevedad, vos mando que os vayais a servir en ella, como asta aquí lo aveis hecho, os partáis luego y vais a residir en la dha. armada, y si se uviere determinado quedar en estos reynos nos avisareis luego de vra. terminación para que vista mandemos proveer lo que convenga. De Madrid a XXI de octubre de mil u quios. y setenta años. Yo el Rey. Por mandato de Su Magd., Antonio de Crasso.» Comillas der 1.png


Por esta orden llega a la bahía de Cádiz de donde zarpa con rumbo a La Florida y de ella a la Habana, para hacer el recorrido e ir cargando el situado, pasando a la Guayra, Cartagena de Indias, Veracruz y regreso a la Habana, de donde zarpa la flota con rumbo a la bahía de Cádiz donde arriba sin novedades. Estando en el puerto, recibe la orden de zarpar de nuevo con la flota, esta vez para intentar atajar las rapiñas de los piratas y corsarios que infestaban las aguas caribeñas, consiguiendo en un principio poner fin a sus guaridas, acabando momentáneamente con ellos.

(El problema consistía en que las islas eran inhabitables, ya que en algunas de ellas ni siquiera había nacimientos de ríos, por lo tanto faltaba lo más imprescindible para sobrevivir, aparte de no contar con suficientes fuerzas para establecer fuertes, que evitaran que de nuevo regresaran sin problemas a ellas, lo único que cabía era lo que se hacía, se formaba una expedición se les vencía y desalojaba, pero los españoles volvían a embarcar y abandonar la isla, esto provocaba que en cuanto se perdían de vista los buques españoles, regresaban, si no al día siguiente, si al mes, por lo que se convirtió en el cuento de nunca acabar. Lo que demuestra que era más fácil rapiñar, que colonizar.)

De nuevo en la Península, recibe una carta del Rey con la providencia de ir a organizar unas compañías de infantería, que se habían levantado para ser transportadas al puerto de Cartagena, para ser embarcadas y trasportadas a los territorios de Nápoles. Está fechada el 17 de febrero de 1575 en Madrid. La cual es muy larga y con muchas providencias dictadas por el Rey. Pero el Rey Prudente, no se fía de nada, por esta razón, con fecha del 21 de febrero (solo cuatro días después) en el Pardo lo nombra Comisario de Infantería, así nada ni nadie se le puede interponer y con ello agilizar el traslado de las compañías a su puerto de embarque. Por otra fechada el día veinticinco de marzo del mismo año, se le reclama urgentemente que se haga llegar a la Corte.

Por Real Orden del 19 de abril de 1575, se le otorga el título capitán general de la Armada de Poniente y de Andalucía fechada en Aranjuez. En la misma fecha se le entrega otra en la que se le indica la fuerza de la Armada, quedando compuesta por cuatro galeones de entre cuatrocientas y quinientas toneladas, más seis pataches de ochenta, en ellos debe cargar todo tipo de vituallas de boca y guerra, para acudir en apoyo del Gobernador de Flandes, a la sazón don Luis de Requesens, por hallarse sin comida y pólvora, más falto de hombres para intentar atajar la rebelión que en estas tierras se ha desatado. Una vez ya en aquellas aguas, apoyar al ejército en su avance, así como tratar de combatir a la piratería inglesa, que constantemente estaba llevando socorros a los alzados, lo que dificulta la progresión de los ejércitos del Rey.

El Rey vuelve a enviarle otra carta fechada en Madrid el 17 de agosto, por la que se incorpora a la escuadra don Juan Martínez de Recalde, con la intención de que salgan todos los bajeles y una vez puestos a salvo, tome el mando de los pequeños buques Recalde, regresando para guardar la costa cantábrica Valdés, pero las cosas se complican, ya que los pataches si estaba ya reunidos, pero de los cuatro galeones solo dos estaban en Santander, estando a la espera de la llegada de los otros dos que provenían de la escuadra de Indias y estos no habían llegado todavía ni siquiera a Cádiz, por lo que siendo ya avanzado el mes de agosto, si se esperaban más comenzaría la época de las tormentas. Visto esto por Valdés decide partir solo con los dos galeones y el resto de la flota, que va cargada con todo tipo de bastimentos, incluidas piezas de artillería para el ejército.

La escuadra zarpó con los dos galeones, dos pataches, seis pinazas y treinta y una zabras, transportando a seiscientos hombres del ejército y dotados con mil trescientos de marinería, arribando al puerto de Dunquerque, donde estuvieron unos días, de donde zarpó de nuevo con un total de treinta y dos bajeles, habiendo dejado a parte de la fuerza, ya que ahora solo iban cuatrocientos ochenta y cinco soldados y setecientos seis de marinería, una vez en franquicia la escuadra prosiguió rumbo a Flandes al mando de Recalde, mientras que los dos galeones regresaron a Santander al mando de Valdés.

A su arribada estaban los esperados dos galeones de la escuadra de Andalucía, como el Rey en su última carta le dice que se quede en protección de las costas del mar de Poniente, pasados unos días de descanso zarparon los cuatro galeones a cumplir la orden, permaneciendo cruzando sobre las aguas del hoy llamado mar Cantábrico con varias escalas para avituallarse, permaneciendo en este cometido hasta finales del año siguiente.

Por carta fechada en Madrid el 9 de octubre de 1578, se le vuelve a nombrar Comisario de Infantería, con la misión de trasladar unas compañía a Gibraltar y aquí embarcarlas para Nápoles y Sicilia, pero esto sufrió un gran retraso, pues hay otra carta fechada en Madrid el 14 de noviembre seguido, para que no llegue a Gibraltar si no a Jerez de la Frontera. Otra fechada en el Pardo el día dieciocho de enero de 1579, en la que el Rey se lamenta que sus órdenes no sean cumplidas más rápidamente, y en ésta ordena a don Francisco Duarte que se haga cargo de la situación, que si es posible traslade las compañías a Cádiz embarcando en cuanto lleguen en los bajeles que allí se encuentren.

Por Real orden fechada en Madrid el 13 de febrero de 1580, se le otorga el título de Capitán General de la Armada que se ha de juntar en las Islas de Bayona, a favor de Pedro Valdés.

Por curiosidad transcribimos lo más fielmente posible la parte del nombramiento, que dice:

Comillas izq 1.png «Don Felippe, por la gracia de Dios Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las Dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galizia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdova, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algeciras, de Gibraltar, de las Indias islas y tierra firme del mar océano; Conde de Barcelona, Señor de Vizcaya y de Molina; Duque de Atenas y Neopatria, Conde de Ruisellón y de Sardania, Marqués de Oristán y de Gociano; Archiduque de Austria, Duque de Borgoña y de Bravante y de Milán, Conde de Flandes y de Tirol, etc. etc. Para algunas cosas convenientes a nro. servicio, havemos acordado que se junte en las Islas de Bayona una Armada de diez o doze naves que, el Marqués de Santa Cruz, nro. Capitán General de las galeras de España, ha de embíar de la Andaluzía con mill hombres de guerra en ellas, demás de la gente mareante, que han de tener a las dichas Islas proveidas de vizcocho y las otras vituallas necesarias por un mes y que, demás de dha. gente, en el nro. reyno de Galizia y el Principado de Asturias de Oviedo se levanten tres mill hombres, en doze compañías, por los capitanes que hemos nombrado para ello, en los partidos que se les han señalado, para servir en la dha. Armada y en las zabras que ha aprestado y puesto en orden Juan Martínez de Recalde, nro. criado, en la costa de Vizcaya y en la de las quatro villas de la costa de la mar, que también se han de incluir y servir en la dha. Armada, con la gente dellas, para andar con ella en guarda de la travesía que ay de las dhas, yslas a Lisboa, en Portugal, y para hazer los otros efectos que ordenáremos.

Y, conveniendo proveer de persona que sea cabeza de la dha. gente y que dé prisa a que se hagan y levanten los dichos tres mil hombres y sea Capitán General de la dha. Armada, que tenga las cualidades que para tal caso se requieren, acatando la suficiencia, fidelidad y zelo de nro. servicio y otras buenas qualidades que concurren en vos Don Pedro de Valdés, Caballero de la Orden de Santiago, por la presente os nombramos y proveemos por cabo de los tres mil hombres que se han de hazer por los dichos capitanes, en el dho. Reyno de Galizia y Principado de Asturias de Oviedo, y de Capitán General de la dicha Armada y gente de guerra y mareante della por el tiempo que nra, voluntad y mrd. fuere, para que ande, como dicho es, en guarda de la travesía que ay de las dichas yslas de Bayona a Lisboa, en Portugal y haziendo los otros efectos que por nos serán ordenados y, para que la mandéis y governeis, assi estando en puerto como navegando, el tiempo que dicha Armada anduviera de por sí y distinta, porque, quando se juntare con otra Armada que le sea superior, habeis de obedecer al nro Capitán General della y hazer seguir sus órdenes con la dha Armada y gente de ella…» Comillas der 1.png


Esta Armada se crea, como causa del fallecimiento del último Rey de Portugal, momento en que don Felipe II reclama su derecho de heredar la corona del vecino país, por esta razón le manda cruzar sobre sus aguas hasta Lisboa para impedir el apoyo de Francia e Inglaterra. Recalca lo de Lisboa de Portugal, porque en ella se encontrará muy pronto el jefe del ejército español en esta conquista, que no era otro que don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, entre otros títulos el III Duque de Alba de Tormes, quien invadiría el vecino país por tierra. Mientras que a don Pedro se le marca el paralelo de Lisboa, ya que desde Cádiz a la misma capital el dominio del mar lo ejercía don Álvaro de Bazán y Guzmán, I Marqués de Santa Cruz de Múdela, quedando así cerrado el tráfico marítimo de apoyo, consiguiéndose así un total aislamiento de Portugal.

El resultado de estas acciones fue la toma total de Portugal, ordenando el Rey que se convocaran las Cortes de ese reino en la ciudad de Tomar, donde el 15 de abril de 1581 obligó a ser reconocido como a su Monarca, reuniendo así don Felipe II el mayor reino de la historia del mundo, ya que a las tierras de España, se unía ahora las de Portugal, por lo que el tratado de Tordesillas que partía en mundo en dos, una para para cada reino, ahora quedaba unido, de ahí el famoso dicho de ese siglo que venía a decir: En España nunca se pone el Sol. En realidad así era, porque España nunca considero a sus territorios de ultramar como muchos dicen ‹colonias› ya que los territorios estaban divididos en virreinatos al mando de virreyes, como a su vez los había en España de todos los reinos mencionados en la carta, que ejercían el poder en nombre del Rey, por lo tanto nunca fueron colonias si no España.

Pero se había quedado un territorio sin conquistar y donde al parecer el pretendiente al reino de Portugal, don Antonio Prior de Crato buscó refugio, que eran las actuales islas Azores, entonces más conocidas por las Terceras, esto provoca que fuera nombrado Valdés Capitán General de la Armada de las Azores, Por Real cédula del Rey fechada en Roniges el 1 de marzo de 1581, cuando curiosamente se había disuelto la anterior, lo que provocó un nuevo parón en las hostilidades, ya que la escuadra no se podía reunir en poco tiempo como don Felipe II ordenaba, y se le daba el mando de ella que iba a reunir a ocho bajeles.

S. M. le envía una nueva carta fechada en Brante el 11 de marzo de 1581, por la que le apremia para armar la escuadra, que en ella deben de ir seiscientos hombres, «…que si no los encuentra lo suficientemente preparados se desplace al reyno de Galizia y reúna a los trescientos que quedaron en él de la anterior escuadra, al mismo tiempo que mire en sus puertos y si encuentra algún buque que le sirva que lo enrole, el número se puede aumentar a diez y sobre todo que no se olvide de reunir a la gente mareante de ese reyno, que es muy apropiada para la empresa a realizar» Los tipos de buques, eran en sí unos pequeños galeones de entre trescientas y cuatrocientas toneladas, buques apropiados para la mar tendida del océano y con los que ya España llevaba tiempo comprobando su buen servicio.

Se suceden las cartas reales, llegando a la fechada el 28 de mayo de 1581, en la que el Rey le advierte de varias cosas, una de ellas la más principal es que le ha llegado noticias de sus agentes en Francia e Inglaterra, que ambos se han unido para atacar a las flotas provenientes de las Indias. Como solo la isla Tercera es la que no está bajo su mando, debe de enviar a algún buque ligero para avisar a la flotas y que no se acerquen a la isla. Al mismo tiempo le exhorta a que intente limpiar de corsarios las islas.

Por carta fechada el 5 de julio de 1581, le notifica haber ordenado organizar una nueva escuadra al mando de don Galcerán Fenollet y como maestre de campo, nada más que a don Lope de Figueroa y su tercio de Mar y Tierra en el puerto de Lisboa, la escuadra está compuesta por dos galeones grandes y otros diez bajeles, que transportan a unos dos mil hombres, llevando al mismo tiempo artillería de batir. Pero el final de la carta es a nuestro parecer lo más importante, ya que el Rey le dice:

Comillas izq 1.png «Encargamos os mucho q. tengáis buena correspondencia, inteligencia y conformidad, así con el dho Don Lope de Figueroa como con el dho. Don Galceán, y les vais avisando y advirtiendo de todo lo q. combiniere a cada uno en lo que le tocare para que tanto mejor se haga en todo nro. servicio y el buen efecto de lo que hemos ordenado y agora ordenamos, que a ellos mandamos la tengan con vos, y os le vayan dando de lo que ellos entendieren y fuere necesario para lo q. vos aveis de hazer. De Lisboa, a V de julio de mil quinientos y ochenta y un años. Yo el Rey. Por mandado de su magd., Juan Delgado» Comillas der 1.png


Arribó a la isla de San Miguel el 30 de junio, donde su Gobernador don Ambrosio de Aguilar, le comunica que los partidarios del Prior de Crato habían recibido auxilios y mantenían a dos o tres naves de las provenientes de Santo Domingo. En su trayecto apresó a una carabela, sus ocupantes le indicaron que en la isla Tercera no tenían ninguna fuerza y que sería fácil por los buques y gente que llevaba, que fuera tomada tras pequeño combate. Guiado por el afán de servir bien a su Rey, hizo caso omiso a lo dicho por el Gobernador y se decidió a atacar para mayor gloria de S. M. y suya.

Desoyendo las órdenes dadas por el Rey, que le indican cruzará con rumbo al O. de las islas del Cuervo y Flores, pero invirtió el rumbo arribando al puerto de Agra, para intentar averiguar de verdad la fuerza enemiga, se envío en un bote a un parlamentario, pero fue rechazado a cañonazos, con la suerte de no recibir ninguno. Esto le debía de haber advertido del riesgo, pero enfadado por la descortesía el día del Patrón de España, veinticinco de julio, ordenó el desembarco de trescientos cincuenta hombres, dándole el mando en jefe a su hijo el capitán don Diego Valdés y como segundo al también capitán don Luís de Bazán, sobrino del marqués de Santa Cruz, no encontraron resistencia y pudieron subir a una loma donde clavaron tres piezas de artillería. Don Pedro les había indicado que si la conseguían no se movieran de ella.

Pero el hijo viendo lo fácil que estaba resultando continuó por la misma cumbre que les llevó a la villa, pero de aquí salieron sus habitantes corriendo y las tropas persiguiéndoles sin advertir que los llevaban a una encerrona, pues los fueron siguiendo a un barranco el cual no tenía salida, intentaron subir por donde lo hacían los vecinos, pero estos sin armas y conocedores del terreno les era fácil hacerlo, a ellos en cambio con todas las armas y armaduras les resultó imposible, a su vez no tardaron mucho en aparecer en las alturas del lugar como unos dos mil hombres a pie y otros que a caballo les cerraban la salida por donde habían entrado, como buenos formaron un cuadro que hacía muy complicado conseguir ventaja a los enemigos, pero hete aquí una nueva forma de combatir.

Ya que un fraile con la ayuda de otros, pero idea suya, reunieron como a quinientos bueyes que azuzados fueron espantados con dirección al barranco, los bueyes hicieron el trabajo de arroyar el cuadro y todos sus hombres, quedando gran parte o mal heridos o muertos, momento que aprovecharon para asesinar a los caídos, consiguiendo salvarse solo unos pocos y de ellos unos treinta muy mal heridos, muriendo en la encerrona los dos capitanes.

Al llegar los refuerzos de las dos escuadra, la del mando de don Francisco de Lujan y la de don Antonio Manrique, con un total de cuarenta y tres velas, intentó convencerlos de atacar de nuevo, pero ambos sabían que al fallar el intento, ahora harían falta muchas más fuerzas, ya que seguro habían reforzado sus defensas y debían tener la moral muy alta, por lo que ni siquiera le dejaron tropas para intentarlo. Además tuvo la suerte, que la escuadra al mando de don Galcerán Fenollet y como maestre de campo, a don Lope de Figueroa y su tercio de Mar y Tierra, se encontraron con la Flotas de Indias a la que le dieron protección dejándola a salvo sobre el cabo de San Vicente. Don Pedro mientras tanto pudo interceptar a un corsario francés, que ya llevaba presa una nave mercante española.

Ante la negativa de los dos capitanes, se esperaron a que llegara la escuadra de Galcerán y a éste le propuso lo mismo, pero don Lope de Figueroa intervino diciendo que ahora era imposible con las fuerzas que llevaban, ya que las tropas enemigas en estos momentos estarían muy contentas y no era razón de intentarlo, siendo lo aconsejable dejar pasar un tiempo y que se volvieran a confiar. Viendo todos estos razonamientos de capitanes muy sabios, decidió sufrir las consecuencias de su fracaso, ordenando a todos regresar a Lisboa.

A pesar de las fatales comunicaciones de la época, el Rey se enteró del fracaso y lo mucho que había complicado la conquista, ya que obligaba al Rey a formar una más poderosa Armada, con su consiguiente gasto para poder conquistar la isla. Por ello ordenó al alcalde de Lisboa señor Tejada, que en cuanto desembarcara don Pedro fuera hecho preso y trasladado a Madrid, para pasar por un Consejo de Guerra, fue encerrado en un castillo y cuando los jueces estuvieron listo lo oyeron, pero debió de ser un buen día para él, (que buena falta le hizo el día del desembarco) y se le condenó, pero a muy poco tiempo, pues en el año de 1584 (solo tres o dos según las fechas) se tiene noticia de que ya estaba construyéndose un galeón de mil doscientas toneladas en Gijón, para hacerse a la mar en defensa de los intereses de su Rey y amigos, pues en esta época la guerra con Inglaterra ya era abierta.

Continuaron las tropelías de los corsarios y piratas ingleses, entre ellos el más destacado el pirata Francis Drake, que con sus continuos ataques, la verdad es que no conseguía mucho dinero, pero lógicamente si lograba que la mar no fuera segura, lo que preocupaba y no poco a la Corona, ya que todas nuestras comunicaciones lo eran por la mar. Por todas sus «hazañas» sobre todo la de 1587, el Rey don Felipe II ordenó a don Álvaro de Bazán y Guzmán la organización de una gran escuadra, que aparte de transportar a un importante número de Infantes de Marina, debía arribar a las costas de Flandes, donde el Gobernador de ese territorio el duque de Parma, don Alejandro Farnesio, cruzaría el canal con el apoyo de la escuadra y pondría el pie en la isla anglicana. Un gran intento de conseguir devolver a la orden del Papa la isla de Albión.

Esta Empresa contra Inglaterra o La Gran Armada contra Inglaterra, pues de las dos formas la nombra don Felipe II, nunca fue conocida en España como corriendo los siglos se le recuerda, por su arbitrario nombre puesto por los franceses de «Armada Invencible», sobre la que estuvieron apostando y muy altas sumas en la Corte gala, a que si salía o no de Lisboa, si hacía lo mismo de Ferrol, a que si cruzaría en el Canal o no, o sea un divertimento cortesano que por la facilidad de recordar el nombre, se ha terminado imponiendo a la razón y la Historia, que esto último es lo más grave.

La formación de la Empresa se lo encargó don Felipe II a don Álvaro de Bazán y Guzmán, I Marqués de Santa Cruz de Múdela y II marqués del Viso, pero no era tarea fácil por la importancia de la misma, por lo que fue larga y costosa, pero las prisas del Rey desembocaron en una carta a don Álvaro en la que instaba a tenerla lista ya, esto preocupó al marino, sabedor de que las prisas son malas consejeras, por lo que recibió otra por la que era exonerado del mando, dada su lentitud en organizarla. Bien porque ya estaba enfermo, bien porque la carta le hizo mucho daño a su honor y pundonor, el caso es que el mejor marino de España de todos los tiempos, fallecía a los pocos días de recibir esta última misiva real.

Y entonces vino el gran problema, ya que en la Armada se habían incorporado la mayoría de nobles, por estar al mando el invencible don Álvaro, pero al ser cesado en el mando había que buscar a una persona en su sustitución que no desmereciera el estar a estos caballeros a sus órdenes, lo que provocó el nombramiento del duque de Medina Sidonia, hombre que rara vez había pisado la cubierta de un bajel, él mismo reconoce a S. M. y le pide que sea relevado de tan gran Empresa, por verse incapaz de mandar a tan gran escuadra. Pero don Felipe II sabedor de los altos señores que van en la expedición, le obliga a tomar el mando, para evitar que estos grandes soldados abandonen la escuadra. Esto en sí, fue el principio del gran problema que sufrió la Empresa contra Inglaterra.

Cuando se hizo cargo el duque de la expedición, está ya estaba formada por las Escuadras de Portugal, Castilla, Vizcaya, Guipúzcoa, Andalucía, Levante, la de Urcas, la de Pataches y Zabras, la de Galeras y la ligera de las Carabelas. En la capitana de la escuadra de Andalucía iba de jefe de ella don Pedro, con la nao de construcción cantábrica Nuestra Señora del Rosario, una potente nao construida en 1585, con mil ciento cincuenta toneladas y se le denomina nao, cuando realmente era un galeón, pero menos armado que estos por ser un buque mercante, propiciando con ello llevar poca artillería pero mucha más infantería, como era el caso.

(Hay que destacar aquí, que la escuadra de naos de Andalucía la componían quince buques, que eran los mejores de los veinticinco que el pirata Drake no se atrevió a atacar cuando su asalto a la ciudad de Cádiz en el anterior 1587, todo porque al atacar el inglés, lo buques se lanzaron cables entre ellos, por medio de los cabrestantes de las anclas quedaron formando una línea, que apoyado un extremo casi en tierra y el otro en algo de fondo, impedía el paso a cualquier buque y mientras ellos quedaban dando una banda. Por medio de esta táctica quedaba de cara al enemigo una verdadera muralla, que con total seguridad al pirata no le pareció oportuno atacar a tan formidable fuerza unida en esta ocasión)

En la escuadra iban marinos de la talla de don Juan Martínez de Recalde, don Miguel de Oquendo, estos como ayudantes expertos de la mar del Duque, más don Pedro de Valdés, Hugo de Moncada, Alonso de Leyva, Martín de Bertendona, etc. etc. La escuadra zarpó de Lisboa el 18 de mayo de 1588. Pero al salir de puntas arrumban al Sur, por ser los vientos contrarios, tanto que solo pudieron arrumbar al Norte al estar a la altura del cabo de San Vicente, ya a buen rumbo volvieron a pasar por el paralelo de Lisboa y el día tres de junio estaban a la altura del cabo de Finisterre.

En ese momento se declara una epidemia de disentería, lo que obliga a Medina Sidonia ordenar que los buques que llevan el agua corrompida regresen a la Coruña y la repongan, así como a los enfermos, mientras la escuadra continuará a rumbo del Canal a medio trapo, para dar tiempo a que se les una el resto, pero unas millas más al Norte, vuelven a rolar los vientos y amenazaban con una gran tormenta, lo que obliga al Duque a dar la orden de virar y buscar refugio en Coruña, aprovechando esta escala obligada para reponer todos la aguada y descansar las tripulaciones, pero este hecho fue contrario a la voluntad, pues volvieron a zarpar de Coruña el 12 de julio, lo que había representado un poco más de un mes de tiempo para que los enemigos se pudieran preparar a conciencia.

También se perdieron muchos hombres, no tantos por fallecimiento, si no por huir de lo que estaban viendo que les esperaba, por lo que se llevó a efecto un reclutamiento forzoso de gallegos, que muchos no habían estado nunca en la mar, pero era gente de mucha más confianza. Así el día quince siguiente ya están embocando el Canal, momento en el que el viento vuelve a rolar esta vez del Oeste, por lo que los arrojaba contra la costa francesa, tanto es así que se desordena la escuadra, ya que la diferencia de buques y portes, le obliga a cada capitán a tomar sus decisiones para no irse al fondo. Pasó el temporal y a los dos días volvió a reunirse la escuadra, poco a poco fueron ocupando su lugar en el dispositivo marcado de antemano.

La escuadra penetro en el Canal como si fuera una muralla navegando que impresionaba a todos, formada en tres cuerpos principales en la vanguardia, con el ala derecha al mando de Leyva y un poco avanzada al centro, formada por veinte buques de las escuadras de Levante y Guipúzcoa, le seguía un poco retrasado el centro al mando de Medina Sidonia, con otros veinte buques de las escuadras de Castilla y Portugal, y en el ala izquierda algo más retrasada que el centro, al mando de Recalde, con veinte buques de las escuadras de Andalucía y Vizcaya. El resto de unidades de estas escuadras, iban a retaguardia de ellas dejando en el centro al resto de buques menores y para poder ocupar el puesto de algún compañero que fuera dañado o se perdiera.

El momento crucial del encuentro se produjo el jueves 10 de julio (estos datos son del calendario gregoriano, lo ingleses aún tardarían casi dos siglos en adoptarlo, por eso en las fuentes británicas, este día era el sábado veinte de julio), cuando se encontraron frente Plymouth sin ver ningún buque enemigo, lo que llevó a Recalde, Oquendo y Bertendona a intentar convencer al Duque de que se atacara este puerto tan principal, pues si lograban entrar podrían dar buena cuenta de sus enemigos, lo que a su vez dejaría el paso franco al desembarco, pero Medina Sidonia seguido de don Pedro fueron poniendo impedimentos y al final el Duque, se reforzó con la orden del Rey de no atacar si no de defenderse si le atacaban, pues su misión principal era dar escolta a los Tercios de don Alejandro Farnesio. (Aquí se perdió la ocasión de oro, ya que aunque bien protegido el puerto era factible desbordarlo y dentro estaba lo mejor de la escuadra inglesa, ya que estaban esperando pasara la española para atacar como los traidores, por la espalda, en este caso por las popas)

Entramos quizás en el punto más oscuro de la biografía de don Pedro de Valdés, cada autor dice y otro le desdice con feroz desencuentro de las letras. Después de leer varios libros y sobre todo documentos, hemos llegado a una conclusión, que a pesar de ser algo dudosa es por lo explicado la más factible que cabe, para ello trataremos de explicarnos lo mejor posible.

Unas líneas más arriba hemos dicho —en el ala izquierda algo más retrasada que el centro, al mando de Recalde, con veinte buques de las escuadras de Andalucía y Vizcaya—. Pero al mismo tiempo en ese ala izquierda, se dividía al igual que la derecha en las dos escuadras, así la de Valdés al mando de la de Andalucía, formaba a la derecha y a su izquierda la de Recalde, con la de Vizcaya. La formación adoptada era la vieja y clásica de las galeras, (muy poco apropiada para buques con artillería en las bandas, pues poco podían hacer por ayudarse los de la segunda línea a la primera y viceversa e igual ocurría o quizás peor, con la situación de la escuadra de Andalucía, que la primera línea tenía las dos de la Vizcaya delante y la cuarta, solo servía, si el ataque se producía por el centro y retaguardia de la formación, pasando los mismo que en el ala izquierda de Recalde, por lo que el fuego que podía entrar en juego se reducía exactamente a los cinco galeones que formaban la banda externa de la formación, quedando anulados los otros quince), es decir, que cada una mantenía a cinco buques en línea de fila, con sus compañeros a su banda diestra, y la escuadra de Oquendo, con el mismo dispositivo, pero algo más alejados de su ala derecha de Valdés, por lo que éste quedaba casi sin posibilidad de movimiento, dado que su lado y detrás del centro, iban los buques menores solo protegidos por los grandes buques del resto de las escuadras a su retaguardia, lo que hacía muy complicado (por no decir imposible) salir de la formación y poder prestar ayuda a otro buque que la necesitara.

Y precisamente esto es lo que pasó: Estaba arribando el galeón San Salvador de la escuadra de Oquendo, que incomprensiblemente se le había enviado de descubierta, cuando era el buque que transportaba la mayor parte de todos los fondos de moneda para asistir a la escuadra. Sucedió que un buque de la escuadra flamenca porque su capitán no había cumplido una orden superior, se le ordenó que regresara a puerto, éste enfadado decidió embarrancar el buque saltando así a tierra la dotación y por un dispositivo de mecha que le llevaba a la santabárbara hizo explosión, esto desorganizó un poco las línea de la escuadra, momento que el almirante Howard, viendo el desconcierto ordena a su buques atacar la retaguardia española.

Medina Sidonia y Recalde, fuerzan vela y se arrumba a impedir que sea capturado el San Salvador, conocedores de su valor. Pero con esta maniobra el centro pierde poder, ya que a ellos les siguen unos cuantos galeones más, lo que aún produjo mayor debilidad en la línea, viendo esto Howard intenta meterse desde la retaguardia por el centro hasta la primera línea, como la escuadra de Valdés estaba más cerca recibe la orden de cortar el paso al almirante inglés, dada su situación (ya explicada) al intentar virar a la diestra aborda a otro buque, lo que le causa graves daños en la proa dificultando mucho que el buque hiciera caso al timón, de hecho el bauprés desapareció e incluso un ancla.

De esta forma en vez de servir de ayuda, pasa a necesitarla. El galeón San Salvador se ha prendido fuego, dándosele remolque se le lleva al centro de la formación, donde los pontones se encargan casi de vaciar al galeón, poniendo así a salvo gran parte del tesoro que portaba, haciendo explosión un tiempo después, pero todos advertidos no causó ningún daño a ninguno. Caso parecido le sucedía al San Juan del mando de Recalde, por lo que de nuevo se moviliza todo el centro para prestarle ayuda, consiguiendo incluso salvar parte de la artillería y casi toda la tripulación, ya controlado esto Medina Sidonia se queda mirando al Nuestra Señora del Rosario de Valdés, que al no poder gobernar bien está siendo arrastrado por la corriente justo en dirección contraria a la escuadra, por lo que cada minuto estaba más lejos y más cerca de los ingleses.

Pero el almirante inglés Howard se mantenía a la espera (tenían una gran experiencia en ello), por lo que Medina Sidonia no considera conveniente enviar galeones a ayudarle, ya que imperativamente dejaría huecos en la muralla de defensa. Decide entonces enviar los grandes botes de los galeones más poderosos, pero considera que con dos serán suficientes para remolcarlo, pero la mar del Canal no les permite avanzar como normalmente ocurre, por lo que difícilmente estarán en situación de darle el remolque deseado, se decide y da la orden de que regresen, pasando a dar la orden de ir a por la nao a dos pataches para que lo efectúen, pero uno de los capitanes viendo a lo que se arriesgaban dejando la formación, se niega.

Viendo esta reacción, le pide consejo a su segundo don Diego Flórez Valdés (eran primos hermanos, don Diego y don Pedro), éste le indica que el buque está ya muy cerca de los enemigos, romper de nuevo la formación ya les había costado dos galeones y éste podría ser el tercero, pero si se iba en su ayuda de forma parcial las pérdidas podrían aumentar considerablemente, diciéndole al final, que lo mejor era perder a esa nao y no a más por salvarla. Medina Sidonia le hace caso y don Pedro se queda solo ante todo el enemigo, siendo Drake con su Revenger, el que le ataca cuando ya la formación española no le puede prestar ninguna ayuda. Esta actitud causó un muy alto malestar en toda la escuadra, don Pedro era querido por muchos y no vieron correcto el proceder del mando, ya que lógicamente todos se sabían abandonados, si era capaz de dejar a su suerte a todo un capitán de una de las escuadras.

Otra discusión entre fuentes plantea, que don Pedro a pesar de llevar una gran nave con dos compañías de un Tercio (sobre trescientos hombres), no le presente combate a Drake y solo al cruzar unos disparos se rindió. Se pueden sacar cientos de conclusiones, menos una, no se rindió por tenerles miedo ni por ser superiores. Si descartamos esto, ya que es imposible pensar de un marino ya fogueado al igual que la infantería que llevaba, solo queda una lógica razón. Al quedar abandonado por su Jefe sin ningún remedio ni ayuda, quedaba demostrado que nada le importaba su persona, su tripulación ni su buque, a lo que se sumaba que si conseguía vencer a Drake a éste le sustituiría otro y así hasta que no quedará nadie a bordo o el buque se fuera al fondo. Conclusión: Si a su jefe esto no le importaba, ¿para qué iba él a sacrificar tantas vidas? ¿para qué serviría tanta efusión de sangre?, por lo que decidió arrojar al mar una parte del situado de su escuadra que transportaba (dejando algo para que no los mataran a todos por no encontrar el típico —tesoro español —) y se entregaron. Hay quien dice, que incluso se dejaron caer al agua los cañones más grandes que portaba por ser de broce.

El propio don Alonso Pérez de Guzmán, Capitán General de la Gran Armada contra Inglaterra, nos dice:

«La artillería jugó un papel muy importante en los dos campos, pero la enemiga no nos afectó mucho, por disparar desde muy lejos…El San Juan sucumbió solamente al ser atacado por los tres mejores barcos de la flota inglesa…El San Salvador, fue destruido por un acto de sabotaje y no por los cañones enemigos. Aquí los ingleses prácticamente no intervinieron.»

Lo que demuestra, (por desgracia una vez más, que los enemigos de España no están fuera, sino dentro) porque esta última afirmación deja a las claras, que el mismo don Alonso Pérez de Guzmán no entendería de la mar, pero sí de las cosas que ocurrían en la escuadra, porque a buen seguro también ocurrían en tierra y de todo se enteraba, como era su obligación para rendir posteriormente un gran informe al Rey de lo ocurrido a cada bajel.

De paso apuntar para deshacer un mito, que la escuadra española estaba formada por ciento veintisiete buques, de los que cinco salieron de Lisboa pero se quedaron en Ferrol, entre ellas las cuatro galeras; tres, se perdieron por accidentes; cuatro, en combate y veintiocho por los temporales, regresando a la Península en mejor o peor estado noventa y dos buques. (No sabemos dónde está la tan cacareada victoria o derrota, si la comparamos con la —visita— de Vernon a Cartagena de Indias en 1741, habría para un libro y no pequeño.)

Así el 1 de agosto de 1588 fue apresado junto a todos sus hombres por Drake, quien celebró a su manera la victoria obtenida, pues al abordarlo sin resistencia registraron el buque y encontraron la caja del situado, pero casi vacía, aunque solo hubiera encontrado una moneda le hubiera sabido igual la presa, aparte de la artillería del buque que era de bronce, que fue todo lo que consiguieron, aunque para ellos era mucho, ya que artillería de bronce solo tenían la que capturaban a los españoles. Fue llevado a Plymouth y allí desembarcado, pasando a un castillo para su custodia, siendo bien tratado por su segura alta posición.

Por una carta del Rey a don Pedro, fechada en Aranjuez el 20 de marzo de 1593, donde le pide que aclare las cuentas del dinero que le traspasó el duque de Medina Sidonia, cuando la Gran Armada contra Inglaterra, nos hace suponer que estuvo preso desde el 1 de agosto de 1588, hasta finales del 1592, más o menos cuatro años y medio, pero debió la libertad al intercambio por un prisionero inglés, hay quien afirma que la familia tuvo que pagar a parte unos treinta mil ducados, al parecer por el gasto de mantenerlo el tiempo que estuvo cautivo, pero no por el rescate. Con el pago de esta cantidad su peculio personal desapareció e incluso se contrajo una deuda con familiares y amigos, lo lamentable es que el Monarca nada hizo ni intervino por devolverlo a su casa y en cuanto lo sabe libre en Flandes, le envía la carta que mencionamos pidiéndole cuentas.

Para conocer un poco la personalidad de don Felipe II, es curioso observar, que con fecha del 20 de marzo de 1593, le remite la carta mencionada pidiéndole cuentas. Pero por carta fechada en Aranjuez el 23 de mayo de 1593, le dice:

Comillas izq 1.png «El Rey. Don Pedro de Valdés; Por vra. carta del 8 de marzo he entendido como quedávases ya libre y he holgado dello y mandado buscar al prisionero inglés q. pedís, para ordenar lo q. conviniere habiéndole hallado.

Muy bien fue avisar de lo q. trujisteis entendido de Ynglaterra y lo será hacerlo adelante acá y al Conde de fuentes ya que se tenga noticia de lo q. passa, y también avisareys de lo q. huviéredes hallado en la Armada de Dunquerque, pues os había ordenado el dho. Conde q. la reconociéssedes, con quien os haveys de entender en estas cosas, como ellas piden. De Aranxuez, a 23 de mayo de 1593. Yo el Rey. Don Domingo de Idiaquez.» Comillas der 1.png


Conclusión; primero le pide las cuentas, luego se alegra de saber que está libre, al mismo tiempo y para no perder tiempo, le recuerda la orden del Conde de Fuentes, de reconocer la escuadra de Dunquerque. Vamos que no se le pasaba una e iba directo a los asuntos de Estado, sin pararse en nada ni pensar que don Pedro había estado más de cuatro años prisionero y ante pone la aclaración de los dineros de la escuadra, al agradecimiento de saberle libre. Todo un carácter.

En este tiempo don Pedro al ver la necesidad de una flota en Flandes, le escribe un ‹Memorial› que dice:

Comillas izq 1.png «Señor. Don Pedro de Valdés dize que quando salió de prisión de Ynglaterra y vino de los Estados de Flandes a estos Reynos, besando la rreal mano a V. Mgd. y dándole cuenta de las cosas de su Real servicio, entre ellas, significó a V. Magd, quan de importancia era que V. Magd. mandase criar una Armada de doze (en números: 20) de alto bordo, de porte de ciento hasta ducientos y cincuenta toneladas, que es el que pueden permitir los puertos de aquellos Estados por ser poco agua y de doze galeras y doze pinazas besugueras sin cubierta que, con la gente de mar y guerra necessaria para ella, todo el costo podrá llegar cada año a quinientos mil ducados, añadiendo trescientos y cincuenta mil a los ciento y cincuenta mil que ahora se gastan infrutuosamente en Dunquerque, sin que aya más de tres o quatro navíos de armada sin provecho; y que el cargo de Almirante de aquella mar convenía se diese a hombre del país, porque no eran marineros, ni tan celosos del Real servicio de V. Magd. como era menester, ni entraban en la mar jamás, ni atendían a las cosas y obligaciones de su oficio ni al beneficio de Vra. Real Hazienda, sino a sus gustos y aprovechamientos, deseando dilatar la guerra por poder gozar ellos, como a sido manifiesto y notorio a todos los que lo an visto antes de aora y que sirviéndose Vra. Magestad de mandar prohibir a los holandeses y gelandeses el trato y comercio destos Reynos y las licencias de poder tratar y contratar en los países de Flandes obedientes a Vra. Magd. y quitándoles con esta Armada sus pesquería, que es el mayor sustento que tienen, impidiendo el tránsito a sus navíos y teniendo libres y limpias de los enemigos las entradas y salidas de los puertos de V. Magd., podrían libremente tratar y contratar en ellos todas las naciones, las quales viendo el provecho, tratamiento, seguridad y buena correspondencia y acogida que hallarían, acudirán a ellos con facilidad y con esto era quitar al enemigo el nervio principal con que hacen la guerra a V. Magd., que son los impusiciones y derechos que ponen sobre todas las mercaderías y mantenimientos que entran y salen por sus puertos, y que todos estos dacios y tributos se combertirán en beneficio de la Real Hazienda de V. Magd., las quales, con las presas que se tomasen, se podrán aplicar a los gastos de la dha. Armada y, demás destos, sin añadir costa, se podrán llevar con ella destos Reynos a aquellos Estados toda la infantería y el dinero necesario para ellos que fuese menester, sin tener necesidad de tomar asientos tan costosos como se toman con los hombres de negocios, y los muchos daños y inquietudes que con ella podían causar cada día a los ingleses, holandeses y gelandeses, saqueandoles y quemándoles sus costas y países, sin darles lugar a que pudiesen armar y venir a estos Reynos ni otra parte ninguna, sino obligarles a tener siempre, de invierno y verano, armada en pie para poderse defender, que según su poco caudal lo podrían sustentar mal mucho tiempo, y con solo este impedimento podría V. Magd. emprender con más facilidad las empresas que quisiese, y en espacio de dos años se podrían apretar y necesitar tanto a los de Holanda y Gelanda que les aría fuerza dar la obediencia a V. Mag.; y ahora tienen esto más fuerza para poderse poner en execución con mayores beras y facilidad después que cales (sic) esa por de V. Magd.; por estar en el paraje de la mayor angostura de todo aquel canal, que de él a Inglaterra no ay más de siete leguas y todos los navíos que van y vienen de qualquier nación que sean pasan a la vista del, y es capaz puerto para rresidir en él la dha. Armada de navíos y galeras, preveniéndole de algunos reparos necesarios de poca costa y siendo esto ansí y constando a Vra. Magd. del fraude o engaño que ay en su Real Hazienda en la Armada que por cuenta de Vra. Real Hazienda rreside en Amberes y Dunquerque, como con más particularidad lo podrá decir el Sr. Esteban de Ybarra, puesto lo ha visto y entendido, y porque su inclinación y deseo siempre ha sido y es continuar el Real servicio de V. M. y acabar en él, y tiene de aquel canal, costas y puertos de Flandes y Ynglaterra más práctica y experiencia que ningún otro que pueda pretender el dho. cargo.

Suplica humildemente a V. Magd. le haga merced del que en ello rescivirá mrd. y espera en Dios acertará con mucha satisfacción suya a servir a V. Magd. Y si acaso le pareciere a V. Magd, mucha costa, la que dha. Armada a de hazer, por falta de dinero que ay en la ocasión presente, se podrá al principio reducir a menos número de gente y navíos hasta que se vayan fabricando los cascos dellos, que convendrán se hagan en Flandes, por aver mejor aparejo de maderas y más baratas y apropósito que en estos Reynos y ser necesario hazer los dos. navíos y galeras al modo de allá, conforme los demandan la calidad de los puertos, por ser de poco agua y los muchos bacíos y corrientes de aquel canal, y las galeras que de presente se huviesen de llevar, se podrían traer dos de las de Sicilia y otras dos del Reyno de Nápoles, que se pueden hacer con facilidad porque no hiziesen falta el sacar tanto número junto destos Reynos, y si se tomase la plaza de Ostende, sólo aquel país de Flandes bastava a sustentar toda la costa armada mayormente, que como se vayan introduciendo la contratación en aquellos puertos, con los derechos de las mercaderías y las presas que se tomaren, como está dho., ayudarán mucho a los dhos. gastos, y no pone aquí otras muchas facciones y advertimientos que se podrían emprender y dezir, por excusar prolixidad y siendo necesario los referirá a su tiempo.» Comillas der 1.png


De nuevo por carta fechada en San Lorenzo, el 15 de octubre de 1593, el Rey le dice:

Comillas izq 1.png «El Rey. Don Pedro de Valdés; han llegado vras. cartas de veinte de junio, nueve de julio y veynte y dos de agosto; y con la primera, la declaración que se os pidió tocante al pagador Juan de Guerte, que ha sido vro., y embiarla y avisar de las cosas que entendeys de Inglaterra, que será continuarlo mientras os hallaredes por allá.

Quedo advertido de lo que se os ofrece a propósito de los navíos que vistes en Dunquerque y será bien que trateis todo esto con el Conde de Fuentes y Estevan de Ibarra y también lo que toca a los marineros portugueses y las inteligencias de Inglaterra, para que por este medio se encamine lo que convenga, y con ellos os entenderéis también en lo demás que os toca. De San Lorenzo, a 15 de octubre de 1593. Yo el Rey. Don Martín de Idiaquez. Duplicada» Comillas der 1.png


Ésta carta la recibe don Pedro cuando se encontraba de regreso de la visita a la escuadra de Dunquerque en la ciudad de Bruselas, el 7 de diciembre de 1593.

Proseguía don Pedro en tierras de Flandes, cuando recibe la Real Orden fechada en el Pardo el 4 de noviembre de 1595, por la que S. M. don Felipe II, por fallecimiento de don Diego Flores de Valdés (su primo en la Gran Armada contra Inglaterra que aconseja al duque de Medina Sidonia abandonarle a su suerte) que ostentaba la encomienda de Oreja (en las sedas de Granada) en la Orden de Santiago, se la otorga a él como premio a su dedicación y buen hacer, siendo un privilegio de los más notables en la época.

Por carta fechada en Campillo el 29 de mayo de 1597, el Rey le acusa recibo de dos cartas de don Pedro, que las envía una desde Flandes y la otra desde Bretaña. Otra carta fechada en San Lorenzo el 3 de junio seguido, el Rey le autoriza armar dos buques, con la misión de cruzar sobre las aguas del Cantábrico, para dar protección al tráfico marítimo en esa costa y al mismo tiempo, le comunica la concesión de dos mil ducados, para proveer a la Villa y puerto de Gijón de municiones y reparación de la artillería allí dispuesta para su defensa. Éste puerto en esta época disponía de astillero, que precisamente regentaba la familia Valdés, por lo que al estar tan cerca de nuestra isla enemiga, se protegió lo mejor posible para evitar los típicos ataques de los ingleses y evitar así su destrucción y saqueo.

Don Pedro de Valdés permanecía en Flandes cuando fallece don Felipe II, subiendo al trono su hijo don Felipe III y éste al poco tiempo de ser Rey de España, lo manda llamar porque quiere tenerlo cerca como Consejero. Al parecer nada se le tenía en cuenta las desgracias de la isla Tercera y menos aún por estar más cerca en el tiempo, lo ocurrido con su buque en la Empresa de Inglaterra, por lo que al recibir la orden del nuevo Monarca se pone en camino, ya en la Corte el Rey quiere visitar la ciudad de Valencia y le ordena que le acompañe, pero no se queda ahí la cosa, ya que al embarcar en la galera Real le indica que le siga y forme parte de su compañía, viajando primero a Vinaroz y posteriormente a la ciudad de Barcelona. Al arribar a ésta la escuadra que portaba al Rey, don Pedro se encuentra algo enfermo, viéndolo el mismo don Felipe III le ordena se ponga en camino a la Villa y Corte, para que le traten los médicos, con la orden de que permanezca en ella y que esperase a su llegada.

Al regreso del Rey le llega noticia de que una escuadra inglesa se ha armado para atacar la ciudad de Lisboa, sin dudarlo don Felipe III le encarga a don Pedro se haga llegar a la ciudad y prepararla para evitar un saqueo de los que solían hacer los —almirante— ingleses. Realizó un buen trabajo a pesar ya de su edad y la plaza quedó perfectamente fortificada y reforzada con tropas de los Tercios, lo que evitó el ataque inglés.

Continuó en la Corte recuperándose, hasta que el Rey firma y se le entrega una Real orden de 1602, por la que le nombra Gobernador y Capitán General de la isla de Cuba. Para ello se desplazó por tierra hasta la ciudad de Cádiz, donde embarcó en el galeón San Mateo con el que cruzó de transporte el océano hasta la isla, en este viaje le acompaña su hijo don Fernando de Valdés, yendo ya con el nombramiento de Alférez Real de Mar y Tierra, a pesar de no llevar mucho tiempo en la carrera militar; le acompañaba su compañía de infantería con doscientos hombres.

Las misiones principales de la isla no eran otras que controlar la rapiña de todo tipo de personajes, tanto piratas puros, como corsarios ingleses, franceses y holandeses, que también habían comenzado a sumarse a las tropelías de los ya más viejos conocidos. Por esta razón lo primero que ordenó fue reforzar las defensas del puerto y ciudad de la Habana, desde donde lanzó cinco ataques contra posiciones que le comunicaban que habían sido tomadas, bien por unos u otros consiguiendo siempre el desalojarlos, en el ejercicio de su poder ordenó procesar a todos los cautivados en las diferentes expediciones, siendo muchos de ellos declarados culpables de piratería, cuya sentencia es bien conocida y se cumplía.

(El problema básico de este trabajo, consistía en que los españoles acudían a un lugar, combatían, les vencían y todos regresaban a la Habana, por la imposibilidad material de dislocar tropas suficientes en todas las islas, a lo que se sumaba, que en muchas de ellas no existían ni nacimientos de agua potable, lo que hacía materialmente imposible permanecer en ellas, ya que dependían de la frecuencia de que se les enviara al menos el agua, eso conllevaba un gran gasto de hombres y materiales, de ahí que en la actualidad del rosario de islas pequeñas, llamadas las pequeñas Antillas la mayoría sean o hayan sido de otros países)

Permaneció al mando de la isla hasta finales de 1608, consiguiendo arribar a la Península terciado 1609, pero al desembarcar prácticamente no tenía nada más que lo puesto. Ya es conocida la forma de «mandar» de los Austrias, así que las escuadras que se formaban, los alistamientos, las dotaciones de algunos de los bajeles, su mantenimiento (que en aquellas aguas debe de ser constante para que no se destruyan los cascos) y mil cosas más, le habían dejado sin un ducado. Por un documento sabemos que: «…gastado y consumido la hacienda que tenía por cuyo respeto está muy pobre y con estrecha necesidad…»

Pasó a la Corte y como favor Real se le permitió permanecer en ella, para que le fuera más llevadera su ruina (todo un detalle del Rey), de hecho al estar en ella se enteró del fallecimiento y vacante por tanto de la encomienda que disfrutaba don Juan Bautista de Tarsis, pero a pesar de la confianza del Rey y que éste le había demostrado su aprecio en varias ocasiones, nada se le contestó a su escrito que hubiera paliado algo su carencia absoluta de dinerario.

Al ver este agradecimiento le suplicó al Rey que por estar enfermo le dejara marchar a su casa, éste se lo concedió ya que no podía mantener el nivel de la Corte, así a mediados de 1612 abandonó la Villa y Corte viajando hasta su palacio de Gijón, donde dio por terminada su vida militar.

Pero ni siquiera en su retiro se le dejó descansar, ya que a mediados de 1613 le comunican que había una denuncia sobre su persona, por haberla presentado un flamenco de nombre Bernardo Cosí, porque él era el que había hecho cautivo al inglés, que fue canjeado por don Pedro, pero se quejaba de no haber recibido ni un maravedí por él, ya que llegaron a su casa los hombres del Rey, sin mediar palabra cogieron al prisionero y se lo llevaron, dejándole sin ningún beneficio del riesgo de la captura y las pérdidas de hombres, que le causó poderse hacer con inglés. Visto en juicio, se le sentenció a pagar ochocientos ducados, pero falto de ellos y no teniendo nada con que pagar, el juez le embargó la encomienda de Oreja hasta cobrarse el importe de la sentencia. De hecho don Pedro fallece sin haber concluido el pago, pero la justicia se lo reclama a su hijo don Fernando de Valdés.

Todo esto le causó un gran disgusto, ya que no solo el Rey le había ayudado a pagar su rescate por aquella desgraciada situación, sino que ahora un damnificado más de la Monarquía, le reclama a él algo en lo que nada tuvo que ver, al menos directamente y encima cuando habían pasado más de veinte años del suceso. Se vio tan mal que se hizo llevar a la población cercana de Roces, donde el 9 de marzo de 1615 otorgó testamento. Pero en realidad sólo fue una formalidad, ya que poseer, no poseía nada que fuera suyo realmente.

Por lo datos se piensa que debió fallecer en su palacio a lo largo de 1617. En sus últimos años y quizás como consecuencia del disgusto anterior, se había quedado ciego, falleciendo totalmente arruinado. A lo largo de toda su vida no había hecho otra cosa que sufrir por España y en sus últimos años nada le quedaba. Al sobrevenirle el óbito contaba con setenta y tres años de edad, de ellos más de cincuenta al servicio de su Rey y de España y eran sólo deudas, así se hizo grande España en el siglo de Oro.

En su testamento había dejado escrito su petición de ser enterrado en la iglesia de San Julián de Pando en el mismo Gijón por ser su parroquia, pero como entre el testamento y su fallecimiento tuvo tiempo de pensar otra solución, le dejó dicho a su hijo don Fernando, se construyera una capilla en la iglesia de San Pedro, también en Gijón, que en ella se hicieran tres sepulturas, una para él y en la otras dos, en una que se transportasen los huesos de sus padres, don Juan de Valdés de Villar el Mozo y su madre doña Teresa Menéndez de Labandera, en la restante que se colocaran los huesos de su tío don Diego de Valdés, abad de Cenero y camarero y tesorero del arzobispo de Sevilla don Fernando de Valdés Salas, que todos se encontraban en la primera parroquia y sobre ellos en el nuevo lugar se colocase un gran retablo que había traído de Flandes por todo adorno.

Como puede verse es una vida apasionante, pues de casi todo le pasó a lo largo de ella, venció y fue vencido, encarcelado y liberado. Según dicen algunos cometió el error de no defender su buque en el canal de la Mancha y de ahí la falsa amistad del Rey don Felipe II, que nada mueve para recuperarlo y al estar libre lo mantiene casi siete años en Flandes, y para postre más de veinte años después le piden dinero por el canje. En su vida particular, a su mujer doña Ana Menéndez la mata el padre y hermano de Valdés, al parecer porque era ligera de cascos y eso no lo veían bien, pero el problema es que la esposa era hija de don Pedro Menéndez de Avilés, quien pide justicia, y el Rey les incauta la mitad de sus bienes y los manda ejecutar. Su hijo, no era del matrimonio, sino de una doncella llamada doña Isabel de Tovar natural de la ciudad de Valladolid, pero bajo palabra de casamiento, justo en ese tiempo es llamado a formar parte de la Armada contra Inglaterra y después los siete años en Flandes, por lo que al regresar a la Península, doña Isabel había fallecido impidiéndole cumplir su palabra y se sabe que tuvo otros dos hijos naturales. Pero al final y por la gracia Real, muere arruinado y ciego.

Es algo larga, pero hay que leerla con tranquilidad, porque es una de esas biografías que a cualquier persona normal, le hace perder un poco el Norte y plantearse muchas cuestiones, viendo sobre todo el pago que reciben a quienes sirven con lealtad, sinceridad y derroche de valor. ¿Qué ingrata es a veces la vida?

Pero aquí está como premio a su labor como español. Para que en su recuerdo nunca muera. «Mientras alguien te recuerde, no estás muerto.»

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