Azores conquista VII/VIII 1583

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Conquista de las islas Azores VII y VIII de 1583



A pesar de la victoria naval del año anterior, la isla de la Tercera no pudo ser conquistada por falta de efectivos, los buques después del duro combate no estar en perfectas condiciones y se acercaba la época de los vientos del Norte, todo ello no aseguraba un nuevo éxito, razón por la que se dejó para el año posterior. En este intervalo de tiempo, llegaron a la isla catorce galeones con varios buques de transporte y dos mil soldados franceses al mando del gobernador del Dieppe señor Chartres.

Pero antes de saber este punto final, don Felipe II, por carta a don Álvaro fechada el día 10 de febrero del año de 1583 en la misma Lisboa, (donde se había desplazado para asegurarse personalmente del nuevo armamento) le ordena formar una nueva escuadra, compuesta de: dos galeazas, doce galeras, cinco galeones, treinta y un pataches, zabras y carabelas, más unos buques a remolque, (que eran los lanchones de desembarco, con una porta plana en proa que por un sistema de polispasto, se elevaba y pegaba a los costados evitando la entrada de agua; soltando los cabos por su propio peso caía hasta tocar el fondo, dejando así el paso libre a las tropas para su desembarco, teniendo muy poco calado en toda ella y de fondo plano) siendo en total noventa y ocho buques, con una dotación de de seis mil quinientos treinta y un hombres.

El ejército estaba formado por los Tercios del Maestre de Campo don Lope de Figueroa, de don Francisco de Bobadilla, de don Juan de Sandoval, del coronel alemán don Geronimo de Londron, la compañía de los italianos al mando de don Luzio Linatello y otra compañía de portugueses al mando de don Felix de Aragón, siendo en total trece mil trescientos setenta y dos efectivos, a los que había que sumar, los dos mil que había dejado el año anterior en la isla de San Miguel. Por los datos S. M. no se la quería jugar otra vez y terminar con el asunto cuanto antes. A esto hay que añadir que alrededor de otros nueve mil portugueses se habían incorporado a la defensa de las islas, por el llamamiento de don Antonio Prior de Crato.

Terminada de armar la escuadra, a gusto del Marqués que no dejaba nada al azar, zarpó de Lisboa el 23 de junio, por el viento de terral la nave Santa María del Socorro quedó embarrancada, por lo que no pudo salir de la desembocadura del Tajo, quedando así hasta la pleamar de la noche en que puesta a flote continuó viaje en solitario, el viento era muy flojo y las naves no avanzaban por ello don Álvaro el día 26 envío mensaje a don Diego de Medrano, a la sazón general de las doce galeras, diciéndole: «…habiendo buen tiempo no parece que conviene que por aguardar la conserva de las naos ni por otra causa ninguna hayan de perder las galeras ni una sola hora de tiempo con que pudieren mejorarse, pues en tal golfo de tal mar, lo mejor es pasarlo presto…» Recibido el mensaje, las galeras de pusieron a la boga por cuarteles y se fueron alejando del conjunto de la escuadra.

Al día siguiente, veintisiete la nave Santa María de la Costa perdió el timón quedando al garete, el Marqués dio orden a los pataches que se abarloaran y trasbordaran la carga de la nave a ellos para repartirla entre todos, de esa forma no se perdía nada, realizándose el trabajo en muy corto tiempo, de hecho el grueso de la escuadra no recogió velas, por lo que los pataches les dieron alcance, uniéndose de nuevo la escuadra. Los marineros, carpinteros y calafates, se pusieron a trabajar de inmediato, consiguiendo en poco tiempo construir una larga y dura espadilla, con la que a duras penas podían maniobrar, pero no cejaron por ello y arribaron diez días más tarde que resto, pero lo consiguieron.

La galeras arribaron a la isla de San Miguel el 3 de julio, el resto de la escuadra lo hizo el 14, repartiéndose entre los puertos de Villafranca y Punta Delgada, se reavituallaron de agua y leña, al mismo tiempo que se embarcaba el Tercio de don Agustín Iñiguez (el que se había quedado en la isla el año anterior, pero ya todos recuperados), zarpando el día diecinueve de julio con rumbo a Angra, que es la capital de la isla Tercera. El día 21 arribaron a su vista, don Álvaro quiso como siempre saber la fuerza y poder de los enemigos, dando orden a su capitán del galeón San Martín, que pusiera rumbo a la costa, al estar a tiro de cañón comenzaron a disparar los enemigos, pero el Marqués dio orden de continuar, así a cierta distancia confirmó el poder enemigo, al terminar de revisarla por completo dio la orden de regresar al punto donde se encontraba la escuadra.

Para evitar una matanza como la anterior, don Álvaro quiso probar fortuna de evitar la guerra, para ello escribió un documento, que entregado a «un soldado honrado y un trompeta, lo leyeran en voz alta», el citado documento dice:

«Don Alvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz, Comendador Mayor de León, Capitán General desta armada y exert.º del Rey Don Felipe nro. Señor a todos los moradores y estantes en la isla de la Tercera y en las demás circunvezinas, asi naturales como extranjeros.

Bien saveis que su Magestad siendo como es sucesor legitimo de los Reynos de Portugal, Islas e Indias y de las demás partes pertenencientes a su Corona y que aviendo de ser evedecido por Soberano Rey y Señor natural; algunas destas islas desviándose deste conocimiento y ademitiendo en su compañía gentes diversas en naturaleza y religión han conspirado contra la Magestad Real e incurrido en crimen Lexe majestatis divina y humana, digno de ejemplo y castigo, con todo esto, su Magestad movido de celo christianisimo y usando de su acostumbrada clemencia por servir de Dios nuestro Señor e por evitar efusión de sangre, considerando que cada día crece la obstinacion y el deservicio, y que ya es negozio que incumula la Real conciencia la brevedad del remedio por quietar de delante de nuestros ojos un vivo ejemplo de desobediencia, aviendose procurado por todas las vias posibles el remedio y aora ultimamente usando de suma benignidad su Magestad concede y aze gracia a todos los vecinos y estantes de dha. Isla y en las demás perdón general, otorgando juntamente con las vidas seguridad de los vienes y hazienda, asegurando demas desto que no seran dados a saco en ninguna manera, antes seran amparados en los comercios e sosiegos, con tal que sin hazer resistenzia alguna se quieran rendir y sujetar a su obedienzia como Rey y Señor natural admitiendo y dejando desembarcar en tierra toda la gente que viene en esa Rl. Armada y demás desto en nombre de su Mgdd. ofrezco que a todos los Franceses y los demás extrangeros que quisieren salir libremente con sus haziendas armas y banderas, les dare embarcacion si de su voluntad quisieren entregar los fuertes que en su poder tuvieren, dejando llanamente la dha. Isla y yo, el dho. Capitán General en nombre de su Magd. y por su real palabra prometo guardar y cumplir este edito publico en todo y por todo con protestación que no cumpliendo y haciendo todo en él contenido perseverando en su dura obstinación y por el poder que su Magd. en este caso me concede desde luego los doy por enemigos rebeldes contra su Rey y como traidores les protesto, que los daños publicos, castigos de muerte e destrucciones que se hizieren sobre los que no acudiesen a dar la ovedienzia a su Magd. Real, ni a cargo mio, sino a culpa de los tales reveldes, y perpetua deshonra les hago este mandato hecho en el Galeón Capitana desta Armada a veintitrés de Julio de mil quinientos ochenta y tres.»

El 25 de julio la escuadra española procedió a probar la fuerza de las murallas y su artillería, así que acercándose lo suficiente comenzó un tremendo fuego, lo que le llevó a don Álvaro a decidir que ante aquellas murallas, en las que habían más de trescientas piezas de todos calibre no era bueno intentar el desembarco, transcurridas dos largas horas de intercambio de fuego dio la orden de retirarse. Esto los de la ciudad se lo tomaron como sentimiento de miedo del Marqués, pero lo que no sabían era que la intención de él era saber con cuanto poder contaban y había quedado patente.

Esa noche y contra toda costumbre de la guerra hasta la fecha, don Álvaro dio la orden de arrumbar a una pequeña cala llamada Das Molas (Las Muelas) que en su inspección anterior había descubierto, al llegar ante ella dio la orden de comenzar a trasbordar tropas a las galeras, zafras y pinazas, ya casi al amanecer del 26 de julio (aniversario de la victoria del año anterior) las galeras comenzaron a acercarse a la pequeña playa existente, empezando el desembarco sobre las tres de la madrugada desde las pinazas; en la playa habían cuatro compañías de infantería francesa y portuguesas, por lo que fueron descubiertos por los enemigos que comenzaron a hacer un furioso fuego, que al principio era respondido desde las galeras para proteger a los infantes españoles.

Las tropas que iban en ellas eran todas del Tercio de don Lope de Figueroa, hombres bien curtidos en la guerra de entre cubiertas. Por el fuego de esa primera línea de defensa, se percataron los que estaban con la artillería en las lomas cercanas, dando principio al bombardeo de las galeras, ya que se distinguían por el fogonazo de los disparos de sus piezas. El piloto de la galera de don Álvaro, una bala de cañón le llevó la cabeza, se percató de ello y girándose al piloto mayor le grito: «¡Arranca, arranca!» Al mismo tiempo que le señalaba la playa ya cercana. El piloto le contestó; «Señor estamos muy cerca; nos van a echar a fondo» A lo que don Álvaro le replicó: «Por eso, acercaos más, y encallando no nos ahogaremos» Esta decisión significó la victoria, ya que todos llegaron a la playa y al hacerlo, se consiguieron dos cosas, primera, salir de la enfilada de la artillería de las alturas, su depresión no les permitía hacer fuego efectivo sobre ellos y segunda, por orden de don Álvaro, se desmontó la artillería de las galeras y con estas ofendieron de firme a los de las trincheras de la playa.

Los infantes se lanzaron a la carrera contra ellas, disparando sus arcabuces causando gran cantidad de bajas, por lo que los enemigos se replegaron a posiciones más seguras, lo que dejó espacio para que el resto de los buques fueran desembarcando al total de los cuatro mil hombres que transportaban, ya comenzaba a amanecer y don Álvaro se mantenía en lo alto de la arrumbada de su galera dirigiendo el desembarco, al verlo concluido puso el pie en la playa y ordenó a don Lope que alguna unidad cortara el camino de enlace entre la posición y la ciudad de Angra, para impedir que les pudiera llegar la petición de auxilio, al mismo tiempo que otras compañías ascendían a la cumbre y acababan con los que allí se encontraban, girando la artillería enemiga para cubrir el avance de las tropas propias.

Los enemigos viéndose desbordados se hicieron fuertes en unas lomas a unas seis millas de distancia y más cerca de la ciudad de Agra, ante esto los capitanes dieron la orden de avanzar desplegados en guerrilla, pero no todo fue tan fácil, ya que mediado el día llegaron los refuerzos desde Angra y Praya, que en número de cuatro mil reforzaron a sus compañeros, por lo que a partir de aquí se sufrieron muchas bajas por ambas partes, ya que sobre todo los franceses eran de los buenos guerreros. Una crónica de este día nos dice: «…ya que empezaban a cargar muchos enemigos a los nuestros escaramuzando con ellos tan valerosamente, hasta ponerlos tres cuartos de legua más lejos de la marina. . .peleando siempre muy valerosamente dando cargas y recibiéndolas, ganando o perdiendo los nuestros eminencia de manera que fue menester que el Marqués, que estaba al frente de sus escuadrones se mejorase dos veces con ellos para dar calor a su arcabucería…»

Así llegó la noche descansando las armas y los hombres que buena falta les hacía, durmieron al raso con la lógica guardia en una zona despejada y alejada de árboles, y puntos altos. Viendo que a pesar de lo rudo del combate eran tirados hacía atrás los enemigos pensaron en la treta anterior, que les dio la victoria, no siendo otra que al amanecer del día veintisiete, se despertaron con el ruido producido por los disparos de los arcabuces, para provocar una estampida de las reses, siendo su número aproximadamente de quinientas que se les venían encima, pero don Álvaro dijo: «…el Marqués dio la orden a las mangas que no disparasen a las vacas, antes les hiciesen camino llano y largo para que pasasen sin desordenarse, y que, en pasando, tornasen a cerrar como estaba…» Maniobra muy apropiada y que no ocasionó ningún daño a los infantes, pero tampoco les sirvió de nada a los enemigos, por ser ya conocida esta forma de actuar. (En la guerra siempre hay que dejar un punto a la improvisación, éste suele ser el punto de inflexión entre la derrota o la victoria)

Viendo esto, don Álvaro envío a quinientos arcabuceros a conquistar la ciudad de Angra, mientras que él y don Lope formando dos columnas se dividieron, don Álvaro siguiendo el camino abierto por sus arcabuceros rompiendo toda resistencia, y don Lope conquistaba la villa de San Sebastián. Al romper los arcabuceros la resistencia de la ciudad detrás entró don Álvaro con sus tropas dando la orden de preservar las iglesias y monasterios, el resto tenían permiso de saco. Él se dirigió al puerto y allí se encontró con treinta y cuatro buques, al mismo tiempo que por señales se le indicaba a la escuadra que ya podía entrar en él, por lo que fueron los encargados de rendirlas todas. Los habitantes antes de llegar las primeras tropas españolas habían abandonado la ciudad. Siendo el resultado de mil seiscientos cautivos, la captura de trescientas diez piezas de artillería, más los treinta y cuatro buques. Dando por concluida la toma de la isla.

Al ver el abandono de la ciudad por sus habitantes por temor a represalias, don Álvaro ordenó leer una carta, por la que todos los vecinos que no tuvieran nada contra el Rey de España y no hubieran tomado las armas en su contra, podían regresar sin temores. Al mismo tiempo se abrieron las cárceles de la ciudad, siendo cuarenta y dos españoles y veinte portugueses los puestos en libertad, a parte del capitán don Juan de Aguirre, que al llevar el parlamento fue capturado el año anterior. Llevándose una gran alegría don Álvaro al verlo vivo, pues conociendo el sistema de los franceses y portugueses lo daba por muerto.

Quedaron unos centenares de franceses y portugueses en la isla al mando de su jefe Chartres, que se hicieron fuertes en una zona que ya tenían prevista con trincheras y algunos cañones, pero ante el total de fuerzas que habían terminado de desembarcar, que serían entorno a más de once mil hombres más lo cuatro mil ya desembarcados, no podían esperar tener más solución que la muerte.

Como esto a nadie le gusta, intentaron parlamentar con don Álvaro, pero éste se negó en redondo, aduciendo que ya les había dado la oportunidad de hacerlos, así que ahora no había otra que combatir a muerte. Ya que pretendían nada más que salir de la isla embarcados en sus naves, con sus armas y sus banderas. Ante semejante proposición, la tajante respuesta de don Álvaro les obligó a bajar sus pretensiones, por lo que volvió otro parlamentario, comenzando su perorata, pero el Marqués le cortó en seco, diciéndole que no había más condición que: «…doscientos de ellos habrían de pasar al remo, sus armas, banderas, pífanos y municiones rendidas, y el resto con lo puesto serian embarcados en buques españoles y transportados a Francia, pero para garantizar que no eran allí tomados, se reservaba la entrega de Jefe y varios caballeros, que serían puestos en libertad al regreso de las naves» tuvo lugar la rendición el 3 de agosto, siendo embarcados el 12 con rumbo a su país.

Así se hizo, abordaron las naves vizcaínas con sus capitanes y tripulaciones (por ser las que mejor conocían aquellas aguas y costas) siendo las responsables de transportar a los vencidos, mientras se embarcaban Chartres y los caballeros fueron a besar la mano de don Álvaro, quien los recibió con las solemnidades propias de unos valientes vencidos. Quedaba por prender al promotor de todo esta guerra, don Manuel Silva, Conde de Torres-bedras, que era el Gobernador nombrado por el Prior de Crato don Antonio. Iba a escandidas en busca de poderse embarcar en cualquier nave que le alejara del peligro, subiendo y bajando montañas vestido de labriego, pero un soldado perteneciente a una de las compañías, que don Álvaro había enviado a pacificar el resto de la isla al mando del maestre de campo don Francisco de Bobadilla, lo encontró debajo de un árbol durmiendo. (Mal despertar tendría).

Al mismo tiempo, había puesto a juzgar a los encausados al licenciado Mosquera de Figueroa, para que se fuera haciendo justicia. Por otro lado dio el mando a don Pedro de Toledo de unas unidades navales y tres mil trescientos hombres de los Tercios, quienes en poco tiempo y casi sin enfrentamientos, pusieron bajo la soberanía del Rey de España, las islas de San Jorge, Fayal, y Pico. De igual forma envío a don Jerónimo de Valderrama a pacificar las islas del Cuervo y Graciosa, en las que no tuvo oposición e igualmente se incorporaron a la Corona de España.

Como ejemplo de un largo documento, referente a los cargos del juicio y sus sentencias transcribimos la del Gobernador, que dice: «Manuel de Silva, que se intitula conde de Torres-bredas, por tirano, matador, alvorotador, rovador y recojedor de Herejes, fue degollado, y la cabeza puesta en la plaza pública colgada en el lugar en donde él mandó poner la cabeza de Melchor Alonso Portugués, porque dijo que era su Rey natural la Majestad del Rey Phelipe nro. Sr.» Todo ya pacificado, dejó de Gobernador de las islas con cabecera en la Tercera al maestre de campo don Juan de Urbina, con una fuerza de dos mil hombres, también eligió al corregidor, los jueces y regidores del resto de islas. Y como demostración de aprecio, entregó las fincas confiscadas a los extranjeros para ser entregadas a las viudas de los muertos locales en acción al servicio de don Felipe II.

Todo ya en su sitio sin miedo a nuevas intentonas, zarpó del puerto de Angra el 17 de agosto, al poco de salir a la mar rolaron los vientos a contrarios impidiendo avanzar a la escuadra con la velocidad normal, pues no hubo otro remedio que navegar dando bordadas, obligando a un trabajoso esfuerzo a las dotaciones para mantenerse a rumbo, de hecho se avisto el 13 de septiembre el cabo de San Vicente, consiguiendo tirar las anclas en la bahía de Cádiz el 15 siguiente, por lo que casi duro el viaje de regreso un mes. La entrada en la bahía fue triunfal, con salvas mutuas de los fuertes y los buques, acudiendo a recibirlo prácticamente todos los habitantes de la zona.

Así concluyó una dura campaña que se extendió a lo largo de tres años, contra las fuerzas unidas de Francia, Inglaterra y Portugal. Donde de nuevo don Álvaro estuvo a mucha más altura que sus enemigos, demostrando que hay que ejemplarizar ciertas acciones para evitar males mayores, aparte de recibir las consiguientes órdenes de su Rey, por otra, en esta última jornada demuestra que podía ser muy benévolo, cuando el enemigo de verdad estaba rendido y desesperado, concediendo la libertad a muchos, que en otras ocasiones y a la inversa no le habrían correspondido de igual forma. Por eso sencillamente era un gran hombre, no actuaba nunca por envidias ni utilizaba ningún tipo de bajeza, siempre dando la cara y muy alta al frente de sus hombres, tanto en la arrumbada de su galera o el alcázar de su galeón, como cuando echaba pie a tierra se colocaba en primer lugar. El ejemplo siempre ha sido la mejor lección.

Cuando arribó don Álvaro a la bahía de Cádiz y desembarcó se le entregó una carta del Rey, por la que se hiciera llegar a la Corte ya de nuevo en Madrid, para que le contara personalmente las ocurrencias de la jornada de las Azores. Se puso en camino con postas atravesando aquellos caminos que entonces se conocían como de «Herradura», pues por ellos sólo podían caminar los equinos bien en solitario o bien tirando de una carreta o diligencia. Llegado a la Villa y Corte, se presentó en Palacio donde don Felipe al recibirlo, le ordenó que se cubriera, pues lo había nombrado Grande España y como a tal pasaba a tener el tratamiento de «primo» y el permiso para estar delante del Rey cubierta su cabeza, como distinción de máximo honor hacía su persona.

(Esta fue la Gracia conseguida por tan brillante victoria. A parte de confirmarlo como Capitán General del mar Océano. No hemos encontrado la fecha exacta de la concesión, pero por la fecha en la que arriba a Cádiz don Álvaro y su posterior viaje por tierra hasta la Villa y Corte, debió de ser a finales del mes de septiembre o principios de octubre. Aunque muy bien podría estar fechada oficialmente, en la misma de la victoria total de las islas Azores y como signo de conmemoración, siendo el 3 de agosto de 1583)

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