Cadiz atacada por los austracistas 1702

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1702 Ataque de los defensores de Austria a Cádiz



El rey Luis XIV a pesar de tener una gran escuadra, se dio cuenta que no podía estar presente en todos los territorios de la corona de España, de esto también se apercibieron otros países, razón por la que a Inglaterra se le unió Holanda y poco más tarde Dinamarca, Brandemburgo junto a otros principados del Sacro Imperio, llegando al acuerdo de repartirse los dominios de España. Inglaterra se quedaría con Menorca, Gibraltar y Ceuta y casi la tercera parte de las Indias; los holandeses quedaba a su entender con diferentes territorios en Flandes; el Emperador de Austria con el Estado de Milán incorporado a su corona.

Por su parte Inglaterra mientras todo esto se discutía envió dos escuadras, una a Indias y otra a las costas de Galicia, con la intención de apresar a las Flotas de Indias, pero los españoles que no disponían de buques, los lograron burlar y las Flotas llegaron a sus destinos a pesar de todo, y sin ser vistas.

Ante el fracaso los ingleses y bátavos, reunieron una escuadra con cincuenta navíos y ciento diez mercantes transportando catorce mil hombres, al mando del almirante Jorge Rooke, la holandesa al de Allemond, entre los importantes viajaba el príncipe Jorge de Darmstadt, por tener conocimientos y relaciones de influencia entre los españoles; posteriormente llegó a ser el Virrey de Cataluña en representación de los aliados, así la escuadra zarpó del puerto inglés de Spithead.

El 23 de agosto se presentó la gran expedición ante la bahía de Cádiz, con la intención de tomarla y comenzar la guerra por tierra. Precisamente en eso momentos fue sustituido el Capitán General de la Costa marqués de Leganes, por el también marqués de Villadarias, quién tuvo que abandonar precipitadamente la ciudad de Ceuta que estaba siendo asediada por los moros, influenciados por los ingleses para dividir aún más las fuerzas españolas.

La inmensa sorpresa se la llevó don Francisco de Castillo (marqués de Villadarias) al saber que todas sus fuerzas consistían en ciento cincuenta infantes y treinta jinetes, a estos se unieron los trescientos hombres al mando del Gobernador don Escipión Brancacio, y en la bahía fondeados se encontraban cuatro buques y seis galeras de Francia, más las seis galeras de España al mando del conde de Fernán-Núñez.

Los enemigos fondearon en el placer de Rota, desde aquí enviaron buques ligeros a inspeccionar las defensas, confirmando el poco poder que tenían tanto en ellas como en naves y en tierra, pensado que los españoles estarían asustados ante tan impresionante visión de palos, todos los jefes de la Gran Alianza firmaron un documento invitando a la rendición, siendo repartido en toda la costa desde Rota a Cádiz, pero las respuestas recibidas no se las creían por arrogantes.

Dando comienzo a un baile de opiniones entre los mismo firmantes, unos no querían entrar a sangre y fuego, en un país que se suponía luego debían de ser amigos, los otros estaban por hacerlo a pesar de ello, ablandando el orgullo español por terror, el caso es que no se ponían de acuerdo, decidiendo al final tantear el terreno, para ello al amanecer del 26 desembarcaron parte de las tropas entre Rota y el Puerto de Santa María, encaminándose hacía la primera población donde sólo una treintena de jinetes al mando de un capitán se les enfrentaron, siendo todos muertos en combate. El Gobernador de Rota don Francisco Antonio Díaz Cano, viendo que no disponía de ninguna fuerza entregó la población y la fortaleza a cambio de no sufrir el saqueo, esto fue concedido por los enemigos y aceptaron que el mismo Gobernador con su docena de hombres saliera, pasando directamente a incorporarse a las tropas del marqués de Villadarias.

Al terminar de asegurar Rota se pusieron en camino al Puerto de Santa María, yendo al frente de las tropas el duque de Ormond, al llegar amenazó con pasar por las ramas al Gobernador y a los defensores de la fortaleza de Santa Catalina si no se rendían inmediatamente, tardó en contestar, pero se rindió, luego se supo que la espera fue a propósito para darle tiempo al marqués de Villadarias, para que pudiera abandonar la ciudad con sus pocas fuerzas, pues se había visto obligado a sacar mosqueteros de las galeras de España para aumentarlas, pues los trescientos de la guarnición de Cádiz no los quiso mover de su posición para guardarlos como última reserva.

Los ingleses se hartaron de cometer todo tipo de tropelías y asesinatos, así como indignidades y sacrilegios, sobre todo en los conventos e iglesias, ya que se dio la circunstancia que en este caso a diferencia de lo normal en los sacos, fueron los generales y jefes quienes los cometieron, y no la tropa. El autor inglés Campbell, censura las inconveniencias del duque, juzgando que por su culpa al cometer todos esos desmanes hizo más daño a la causa, por no tratar de repararlas guardando al pueblo las consideraciones que le estaban ordenadas.

Al terminar con su "trabajo" prosiguieron avanzando llegando a Puerto Real, donde se volvieron a repetir las "hazañas", continuaron con dirección al puente de Suazo, la puerta de la Isla de León. Pero antes de atacar se había dado cuenta el señor Duque, (al parecer disfrutando de otros menesteres no se había percatado de ello) que ahora ya tenía enfrente un buen ejército, por otra parte y durante todos los días transcurridos nadie se había pasado a su bando, ni aristócratas ni pueblo, pero era lógico con la forma de comportarse y en contra, se le habían puesto todos los andaluces enfrente, así decidió formalizar el sitio en el puente.

Para dirigirse al fuerte de Matagorda y al del Puntal situado enfrente que da protección a los Caños, para ello dispuso cavar trincheras y posicionar cañones y morteros, comenzando el ataque el 9 de septiembre con mucha fuerza, pero visto por el conde de Fernán-Núñez la posición en la que estaban, a pesar de no contar casi con tropas a bordo de sus galeras, situó a sus buques de flanco sobre las línea de la artillería enemiga, dando a su vez comienzo a su ataque, el cual continúo hasta el 16, en ese tiempo le causó a los enemigos más de seiscientas bajas. Bien es cierto que además fueron a situarse donde más fuerte era la artillería española, por ser el punto de fondeo de los galeones de las Flotas de Indias, en la cual había un pontón o "chata" con doce piezas de á 24, (éste es posible fuera el navío Nicolás de la Rosa) sumando las de las galeras, las piezas pasaban de ochenta, siendo además éstas móviles y de no ser atacadas por buque, desde tierra eran imbatibles, para impedir a su vez la entrada de refuerzos se habían hundido en la entrada de Puntales dos navíos ya inservibles, entre ellos tendieron una gruesa cadena ensartada de perchas y piquería que al intentar forzarla deshacía las proas e incluso si lograban pasar sobre ella, les abrirían los bajos. Los buques puede fueran las urcas San Ignacio y Santa Rosa del porte de 50 cañones, que llevaban ya un tiempo abandonadas.

En el Puente de Suazo cuando decidieron atacar fueron rechazados sufriendo muchas bajas. Al mismo tiempo dos de sus buques intentaron en vano romper la defensa tendida entre los dos navíos hundidos, y a pesar de tener el viento a favor, por dos veces se vieron rodeados por la artillería de las fortalezas y las de las galeras, que a parte de los daños sufridos con sus embestidas a los navíos hundidos, entre todos les causaron tantos que tuvieron que retirarse a reparar, no pudiendo pasar a prestar su apoyo a sus tropas.

Viendo lo que estaba sucediendo y sobre todo la falta de apoyo del pueblo, al que creían estaba de su parte, se reunieron de nuevo los Jefes y decidieron abandonar, se dejaron casi toda la artillería en las misma trincheras, dieron media vuelta y siguieron avanzando con dirección a Rota. Momento de indecisión que aprovechó el marqués de Villadarias para ir atacando la retaguardia, a su vez por el ala derecha de los enemigos iban escaramuceando otras fuerzas, comprimiendo al ejército enemigo.

Por fin pudo ponerse en línea el Tercio del maestre de campo don Juan Antonio de Ibáñez, alcanzando las líneas enemigas el 25 de septiembre, consiguiendo impedir realizaran la aguada en las Cañuelas y causando varios muertos más muchos heridos a los enemigos, lo que les obligó a reembarcar abandonando el lugar.

Pero como necesitaban realizar la aguada urgentemente pusieron rumbo a Rota; al ser observada la maniobra el Tercio se puso en marcha alcanzando la zona el 27, pero se la encontraron ya con todo un campo de trincheras, comenzando el fuego inmediatamente pero los españoles a pesar de la desventaja fueron acortando distancias, hasta llegar a la primera de las diferentes trincheras de protección, pero parte del Tercio avanzó por las alas lo que les convenció al verse rodeados, solo tenían un punto por donde escapar, fue la decisión a tomar; por ello reembarcaron y se alejaron de la costa, el 30 de septiembre poniéndose así a salvo pero en alta mar.

Bibliografía:

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

Guardia, Ricardo de la.: Notas para un Cronicón de la Marina Militar de España. Anales de trece siglos de historia de la marina. El Correo Gallego. 1914.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

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