Portobelo 1726

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1726 Portobelo



Cornejo zarpó de Cartagena de Indias con los navíos rumbo a Portobelo donde fondeó el 9 seguido. Como era tan organizado y previsor, había cargado en los buques maderas y cabos con unos carpinteros con sus herramientas, para en éste puerto construir un muelle, teniendo treinta y dos varas de largo por cinco de ancho, consiguiendo así mejorar considerablemente los trabajos de carga y descarga, ahorrando días y esfuerzos saliendo todos beneficiados.

Encontrándose en este puerto, le llegó aviso por cédulas firmadas por el Rey y escrita por su secretario el duque de Riperdá, de la posible rotura de relaciones con los británicos, avisándole era muy posible fueran en su búsqueda, así enterado Cornejo se puso a trabajar duro y fuerte.

Se construyó un dique en la entrada del puerto y sobre él se instaló una batería de artillería, en el interior de la ensenada se construyó un fuerte y en su base con resguardo se instalaron 18 cañones de á 18, se preocupo mucho de que fueran muy bien avituallados, tanto de raciones de boca como de pólvora y proyectiles los dos castillos, como final de la preparación ordenó trasladar los navíos lo más al fondo de la ensenada quedando muy bien protegidos, pero en prevención de poder ser dañados, se les desarboló por completo dejándolos mochos para evitar posibles males mayores.

Efectivamente, el 17 de junio consecutivo apareció la escuadra británica con doce velas al mando del vicealmirante Francis Hosier, quien al ver el estado de defensa adoptado decidió fondear a tres leguas de distancia, manteniéndose en ese fondeadero hasta el 10 de noviembre, porque el clima en menos de cinco meses había causado la muerte a ocho de sus capitanes, a muchos subalternos así como a unos dos mil quinientos hombres de las dotaciones y de las tropas de infantería, por ello le era imposible permanecer más, ordenando zarpar con rumbo a la isla de Jamaica para al menos reemplazar la gente perdida.

Cornejo a pesar de tener los buques desarbolados y mucha gente enferma, dio la orden de ponerse a trabajar para intentar alcanzar Cartagena de Indias, así consiguió zarpar de Portobelo el 24 de diciembre seguido con toda su escuadra y arribar a Cartagena de Indias el 3 de enero de 1727.

El 13 siguiente pasó frente a Cartagena la escuadra británica al mando de Hosier rumbo a Portobelo, pero se apercibió de haberse trasladado los españoles, produciéndole un gran disgusto al verlos en este puerto creyendo se encontraban todavía en Portobelo, a tanto llegó su malestar interno que a los pocos días falleció. Según otras fuentes, dicen fue también inducido por el Almirantazgo británico, pues recibió varias notificaciones del sentimiento de disgusto en la institución por no haberlos destruido en Portobelo.

En sustitución del vicealmirante Hosier, el Almirantazgo británico le otorgó el mando al vicealmirante Hopson, quien se encontraba en Gibraltar ordenando zarpar para seguir con las órdenes de sus jefes, pero a su llegada por la poca aclimatación al clima falleció a los cincuenta días de tomar el mando de la escuadra.

Está comprobado, Cartagena de Indias no les sienta bien a los británicos y esto fue un aviso para el posterior 1741.

El 26 de julio de 1728 zarpó de Cartagena de Indias con rumbo a Portobelo con todos los buques, arribando el 4 de agosto, se embarcaron los caudales volviendo a dar la vela el 1 de septiembre, para arribar a Cartagena de nuevo el 6 seguido, prepararon los buques con nueva aguada al máximo quedando alistados para hacerse a la mar.

El 1 de octubre zarparon de Cartagena de Indias con rumbo a la Península, pero los malos tiempos los estuvieron acompañando durante todo el viaje lo que fue retrasando la arribada, llegando a faltar el agua y a escasear los víveres, además se mantuvieron los vientos contrarios impidiéndole arrumbar a puertos españoles, viéndose en la necesidad de hacerlo sobre Jaro en la costa del vecino país de Portugal, consiguiendo con buenas monedas de oro pagar unas cuantas pipas de agua y reponer algo de pan, ya que los portugueses no estaban por la labor y sólo a la vista del dinero les convenció, zarpando en cuanto aclaró un poco el tiempo con rumbo a la bahía de Cádiz, donde consiguió lanzar las anclas el 23 de febrero de 1729.

Bibliografía:

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

Guardia, Ricardo de la.: Notas para un Cronicón de la Marina Militar de España. Anales de trece siglos de historia de la marina. El Correo Gallego. 1914.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

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