Oran y Mazalquivir expedicion 1732

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1732 - Expedición contra Orán y Mazalquivir



Se organizó la Expedición contra Orán al mando del teniente general don Francisco Cornejo, quien arboló su insignia en el San Felipe, junto a otros cuatro dieron escolta a un convoy de treinta y cuatro buques mercantes, zarpando el 12 de mayo de la bahía de Cádiz, con rumbo al puerto de Alicante designado para la reunión de la expedición, los malos tiempos y sobre todo los vientos contrarios retrasaron la arribada, consiguiendo lanzar las anclas el 18 siguiente.

Permaneció a la espera de la llegada de los buques, tanto los de guerra como mercantes pues estos en su mayoría eran fletados para la ocasión, tardando en completarla veintinueve días quedando formada la escuadra por los navíos: San Felipe, de 80 cañones, insignia de don Francisco Cornejo; Real Familia y Galicia, de 70; Santiago, León, Fuerte, Castilla, Emprendedor, Infante, San Isidro, Andalucía y Hércules, de 60 y los Júpiter, Padre de San Diego, Fama Volante y San Francisco, de 50, dos bombardas, siete galeras de España al mando de su Segundo Cabo don Miguel Reggio, dos galeotas de Ibiza y cuatro bergantines guardacostas de Valencia, ciento nueve buques distintos de transporte, cincuenta fragatas, cuarenta y ocho pingues, noventa y siete saetías, ciento sesenta y una tartanas, veinte balandras, ocho paquebotes, cuatro urcas, dos polacras, dos gabarras, veintiséis galeotas y cincuenta y siete buques menores, siendo el Segundo en el mando el jefe de escuadra don Blas de Lezo quien enarbolaba su insignia en el Santiago; entre otros materiales se llevaron 110 cañones y 60 morteros, en total iban veintiséis buques de guerra y quinientos ochenta y cuatro mercantes, siendo quizás la mayor concentración naval del siglo XVIII.

El ejército estaba compuesto por veintiséis mil hombres embarcados en quinientos treinta y cinco buques formado por: Regimientos de Guardias Españolas, Guardias Walonas; Regimientos de Infantería: España, Flandes, Asturias, Vitoria, Ultonia, Soria, Amberes, Primero y Tercero de Suizos de Nidriz, Irlanda, Artagon, Segundo de Namur, Cantabria y Hainaut con veintitrés mil hombres; Caballería, compuesta por los regimientos: Reina, Príncipe, Santiago y Granada, los de Dragones de Sagunto, Bélgica, Numancia y Lusitania, con mil setecientos efectivos. Más una compañía de escopeteros de montaña de Getares y otra de Tarifa, más otra de guías, cuyos miembros eran todos naturales del mismo Orán. Y la artillería compuesta por 60 piezas de á 24, 20 de á 16, 12 de á 12 y 6 de á 8, más 20 morteros de á 18 pulgadas y 40 de á 12, para poder ser transportadas todas estas piezas se llevaron ciento cuarenta mulos y ciento cincuenta acémilas con sus conductores.

Durante su estancia en la ciudad, al ir llegando los buques y el jefe del ejército el duque de Montemar, eligió tres capitanes de navío los señores don Francisco Liaño, don Juan José Navarro y el conde de Bena Masserano, para entre todos tomar las decisiones de lo necesario a cargar en los mercantes y por informaciones de bajeles, el mejor lugar para llevar a buen término el desembarco, planificando cuidadosamente éste y los lugares de encuentro de cada unidad, para una vez todos en tierra formar las pertinentes columnas, sabiendo por donde debían desplazarse para alcanzar los objetivos, con todo tipo de previsiones y formas para adoptar con conocimiento tanto para la artillería como la caballería y la infantería, así se evitarían sorpresas. Con todo esto se puede decir que quizás fue el inventor del Estado Mayor al menos en España.

El 15 de junio comenzó a zarpar la escuadra desde el puerto de Alicante, ya en la mar se encontraron con diferentes problemas, los malos tiempos producían retrasos en los bajeles, sumándose la diversidad de buques fletados en diferentes países que cada uno tenía un andar distinto, aparte de ceñir mejor ó peor los vientos lo que en algunos momentos preocupó y no poco, por ocasionar una gran dispersión de ellos por toda la mar, obligando a los responsables de guardarlos tener que navegar incluso de vuelta encontrada para regresarlos al convoy. A pesar de ello no se perdió ninguno buque, gracias a las normas establecidas y dadas a conocer con sus prioridades a los escoltas, así arribaron y lanzaron las anclas frente a Orán el 23.

Los enemigos al ver aquel bosque de árboles y sus velas se dispusieron a proteger su capital, pues Cornejo había dado la orden de pasar la noche a bordo para desembarcar al día siguiente y de paso descansar la gente al menos unas horas. Al amanecer del 24 y siempre siguiendo las normas, las fragatas por tener menos calado se aproximaron a la playa de La Aguada, situada como a una legua y media al O., de Mazalquivir comenzaron a batir la artillería enemiga, este principio consistió en un gran intercambio de disparos, el cual produjo la consabida humareda entorpeciendo la visión pues el viento era casi inexistente, a su vez por su persistencia facilitó el trasbordo de las tropas a los más de quinientos botes y lanchas sin ser vistos desde tierra, quedando a la espera de la orden de remar para dirigirse a la playa escogida, donde a su vez los navíos desde algo más lejos comenzaron el fuego aumentando así la oscuridad producida por los disparos y protegiendo a los que iban a desembarcar. (Nos preguntamos quién invento el famoso bote de humo para ocultarse frente al enemigo, ¿estaría en este desembarco? Y añadir, porque no considerar a este como el primero de la Historia en fuerza.)

Se había previsto que todos los botes alcanzarán la playa más o menos al mismo tiempo, para ello fueron formando detrás de las fragatas y cuando todos estuvieron preparados se dio la orden de ponerse en marcha con rumbo a la playa, la sorpresa del enemigo fue rayana en la incredulidad, pues de pronto comenzaron a aparecer cientos de botes proa a ellos, mientras la costa seguía recibiendo el fuego de toda la escuadra y como complemento, aparecieron las galeras al mando de don Miguel Reggio por las alas de la escuadra remolcando a los botes más grandes y pesados por ir en ellos las piezas de artillería, al mismo tiempo que ellas abrían fuego terminando de abrir las brechas en el dispositivo de defensa enemigo y sobre todo, al ir cargas al máximo de su capacidad de hombres, quienes a su vez también iban disparando, consiguiendo embarrancar en la playa saltando a tierra los infantes.

Entre ellas en los botes el general marqués Santa Cruz de Marcenado mandaba la primera «barcada» de tropas que pisó tierra, y Navarro como más antiguo capitán; dio la orden de bogar hacía la playa, a la voz de ¡Avanza! ¡Avanza!. El primero en llegar a tierra fue el marqués de Santa Cruz de Marcenado y el segundo Navarro.

La operación fue tan rápida y con tanta sorpresa que en el primer desembarco se dejaron en tierra tres mil granaderos, más la caballería de frisa, continuando al mismo ritmo de forma que al llegar el ocaso estaban en la playa veinte mil hombres, más de la mitad de la caballería y varias baterías de artillería, consiguiendo formar un frente muy bien preparado para afrontar cualquier contraataque.

Los enemigos reaccionaron e intentaron tirarlos al mar, pero la fortaleza de la cantidad lo hacía impensable, aparte que las galeras descargadas a fuerza de remo volvieron a estar flote y desde allí maniobraban protegiendo a los desembarcados embarazando a los enemigos, a ello se sumó que por orden de Cornejo el navío Castilla del mando de don Juan José Navarro, se había colocado en una posición muy segura, permitiéndole cubrir con sus fuegos donde no era posible a las galeras, frustrando en todo momento los intentos de contraataque enemigo.

Al obligar a retirarse a los moros al interior, los siguientes días se dedicaron a fortalecer los desembarcados, primero terminando de hacerlo con todos y después proveyéndoles de agua, municiones y víveres para varios días.

Hubieron varias escaramuzas por parte enemiga, pero siempre recibían mucho fuego y se retiraban maltrechos, hasta llegar el 1 de julio en que reforzados los moros formando un buen ejército decidiendo atacar con firmeza, pero los desembarcados ya disponían de una excelente estacada de madera con la artillería bien dispuesta, unido al fuego de los buques les causó un gran descalabro y viendo que nada podía oponer a aquel formidable dispositivo, decidieron abandonar a su suerte toda la zona huyendo al interior, la guarnición de la ciudad de Orán al ver el abandono en que quedaban siguieron su ejemplo, por ello fue ocupada sin disparar un sólo tiro.

La única posición que no abandonaron fue la de Mazalquivir, por ello el 3 se propuso el mando conquistar esta fortaleza, destacándose los buques para bombardearla, pero fue tanto el daño realizado que al final se decidió dejar sólo dos navíos al mando del conde de Bena Masserano casi atracados a la misma, de forma que los disparos hacían verdaderos estragos, esto les convenció de lo inútil de proseguir en la defensa decidiendo rendirse, momento aprovechado por las fuerzas del ejército para entrar y asegurar la posición.

Al conquistar Mazalquivir Navarro verificó el estado de las fortalezas siendo cinco unidas por una muralla con 138 cañones, siete morteros y gran cantidad de pólvora y munición, al recibir el informe verbal Cornejo ordenó reponerlas para su mejor defensa, aparte de desembarcar artillería de sus buques para reforzar la disponible por el ejército, dejando una fuerza de seis mil hombres como guarnición de seguridad.

Finalizado esto dio orden de embarque al resto, realizándose rápidamente zarpando el 1 de agosto con rumbo a la Península, para cumplir la orden recibida de distribuir los efectivos embarcados a sus lugares de origen, por ello arribó primero a Málaga donde dejó a parte de las tropas, zarpó y arribó a Alicante donde se realizó la misma operación y por último dio la vela con rumbo a la ciudad Condal, donde desembarcó al resto; cumplida la Real orden zarpó de esta ciudad con rumbo a la bahía de Cádiz arribando el 2 de septiembre.

Por haber recibido una Real orden salió por tierra a la Corte, donde al llegar fue recibido en audiencia por el Monarca, quien le dio la Reales gracias por los servicios prestados, concediéndole la Encomienda de la Moraleja de la Orden de Alcántara, pensionada con treinta mil quinientos un real anuales, con la merced expresa y extraordinaria, de podérsela pasar a su sobrino don Pedro Cornejo.

De esta jornada un testigo que formó parte de ella, llamado Gerardo Lobo natural de la imperial ciudad de Toledo, tiempo después dejó escrito este soneto:

«Ve, lucido escuadrón, ve, fuerte armada

del monarca de España empeño augusto,

y el pendón infeliz del moro adusto

su luna llore en ti siempre eclipsada.

Vete, y vuelve de triunfos coronada.

Gloria de Dios, y de la patria gusto;

haga en los moros tanto estrago el susto,

que quede en ocio la invencible espada.

Contra viles sectarios mahometanos

¡Ah Señor! de su causa no te olvides;

que en tu brazo se fían, no en sus manos.

Vuelve en triunfos, Señor, todas sus lides;

tiempo es ya que en leones africanos

la clava esgrima el español Alcides.»

Bibliografía:

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

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