Armero y Fernandez de Penaranda, Francisco Biografia

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Francisco Armero y Fernández de Peñaranda Biografía


Francisco Armero y Fernández de Peñaranda.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.


XXIV Capitán general de la Real Armada Española.

Teniente General del Ejército.

Gran Cruz Laureada de San Fernando.

Cruz Laureada de San Fernando de segunda clase.

Grande de España de primera clase.

Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III.

Presidente del Gobierno.

Ministro de Marina.

I Marqués del Nervión.

Senador Vitalicio.

Contenido

Orígenes

Vino al mundo en la población de Fuentes de Andalucía, en la provincia de Sevilla el 3 de mayo de 1803 [1], fueron sus padres don Antonio Armero y Almazán, y doña María de los Dolores Fernández de Peñaranda y de Sevilla, fue el mayor de catorce hermanos, su abuelo materno marino de profesión consiguió fuera enviado a un colegio de Cádiz, donde como era de esperar le vino la devoción de proseguir su vida en la mar.

Hoja de Servicios

Pidió y se le otorgó Carta-Orden de ingreso en la Corporación, con fecha del mes de agosto de 1819, pero la epidemia declarada en la ciudad impidió cumplir su deseo, consiguiéndolo el 28 de abril de 1820, cuando efectivamente sentó plaza de guardiamarina en la Compañía del Departamento de Cádiz. Expediente N.º 2.412.

Cursó sus estudios teóricos pasando el pertinente examen, ordenándosele embarcar para realizar los prácticos el 1 de agosto de 1822 en la corbeta Aretusa, siendo destinado el buque a combatir el contrabando en la costa Norte, navegando en cruceros continuos entre Vigo y Burdeos por espacio de un año.

Al terminar la misión de la corbeta arribó a la bahía de Cádiz, trasbordando el mismo 1 de agosto de 1823 al navío Asía, participando en la defensa de la ciudad de Cádiz que estaba siendo atacada por los ‹Cien mil hijos de San Luis›, ocupando el navío la posición frente al Trocadero, declarándose la Paz al llegar al acuerdo entre duque de Angulema y don Fernando VII, al serle devueltos sus poderes absolutos el 1 de octubre seguido.

Con fecha del 1 de octubre del mismo año, se le encomendó una comisión secreta a don Roque Guruceta, tanto que no debía abrir los pliegos hasta encontrarse a la altura de las islas Canarias, así el navío pasó por el Arsenal y se le realizó una revisión para prepararlo para el viaje.

Completado el alistamiento zarpó junto al bergantín Aquiles el 13 de enero de 1824, con rumbo a las islas mencionadas, al llegar a su paralelo se abrieron los pliegos y supieron debían navegar hasta los mares del Sur, por ello se puso rumbo al Puerto Soledad en las islas Malvinas, donde arribaron el 15 de marzo, allí se preparó el buque para remontar el cabo de Hornos, se reforzaron todos los cabos, escotas y drizas, así como los cables, se alistaron velas más gruesas y resistentes, al mismo tiempo se realizaba la aguada y se verificaba el buen estado del navío.

El 27 siguiente largaron velas y zarparon rumbo al cabo de Hornos, el cual se pasó con los típicos cambios de vientos y con un duro trabajo para la marinería, consiguiendo doblarlo y remontando el Pacifico arribaron el 27 de abril al puerto de San Carlos de Chiloé, permaneciendo en éste hasta recuperarse la tripulación.

El 15 de agosto zarparon de este puerto con rumbo al Callao, en el viaje se desató un fuerte temporal quedando desarbolado el navío de los masteleros de gavia y juanete, donde el guardiamarina Armero demostró a pesar de su juventud ser un experto marino, obligándoles a realizar una escala en la rada de Quica, donde arribó el 12 de septiembre muy oportunamente, levantando con su presencia el bloqueo al que estaba sometida por los insurrectos, concluidos los arreglos del aparejo continuó viaje a su puerto de destino.

El 7 de octubre zarpó con la división formada en el Callao, estando compuesta por el navío Asía, la corbeta Victoria de Ica y los bergantines, Aquiles, Pezuela y Constante, con la intención de batir a los buques del Perú y Colombia, habiéndose reunido bajo el mando del comodoro Gais, la fragata Protectora, una corbeta, tres bergantines y tres bergantines-goletas, quien tuvo la osadía de presentarse ante el Callao.

Por avisos de pescadores, Guruceta supo se encontraban en las aguas de la isla de San Lorenzo, dando la orden de hacerse a la mar en su búsqueda, se puso a rumbo y los divisó, comenzando inmediatamente el combate, por la superioridad del navío los insurrectos se batieron en retirada y al ser más ligeros pudieron escaparse, pero los alejó tanto como duró la persecución, manteniéndola algo más de tres horas y media.

Regresó al Callao y se realizaron transportes de tropas a Chilca, Ilo y Quilca, pero el 9 de diciembre de 1824 tuvo lugar el combate terrestres de Ayacucho, donde el general Sucre venció a los realistas, el virrey Laserna capituló, firmando el documento de liberación de aquellos territorios, pero cometió un error, pues incluyó en él a los buques españoles, pero Guruzeta le dijo:

«mientras no sea vencido en la mar, mis fuerzas seguirán a mis órdenes y no se entregará nada que no sea ganado por la fuerza se las armas.»

Para hacerse cargo de los buques se presentó una división chilena al mando de Blanco Encalada, pero no se le dejó entrar en el puerto, mientras en el navío embarcó de transporte el virrey y varios de los generales y jefes del ejército entre ellos sus jefes, Valdés, Monet, Villalobos y el brigadier de caballería Ferraz, todo dispuesto y acomodados el 5 de enero de 1825, se hicieron a la vela el navío Asía, los bergantines Aquiles y Constante y la fragata de transporte Clarington, con rumbo a las islas Filipinas. Mientras la corbeta la Victoria de Ica y el bergantín Pezuela, lo hacían con rumbo al Atlántico y la balandra Real Felipe y el transporte Trinidad a Chiloé.

La división de Guruceta a los dos meses comenzó a faltar el agua, por esta razón se puso rumbo a las islas Marianas y en la rada de Umatag, en la isla de Guajan, capital del archipiélago, pudieron abastecerse de ella y se dispuso a zarpar, por ello el 10 de marzo siendo de noche se dio la orden de levar anclas, pero los que para ello estaban se negaron, hubo un enfrentamiento del que resultó herido por dos golpes de sable en la cabeza, por su efecto le manaba sangre abundantemente, nada más se pudo hacer y fueron obligados a desembarcar todos los procedentes de la península.

Igual pasó con el bergantín Constante que se sublevó al mismo tiempo; el Aquiles a los tres días y a la fragata de transporte se le dió fuego para impedir pudiera ser utilizada. Todo porque la mayoría de las dotaciones eran de origen americano y contra ellas, solo los oficiales algún contramaestre o maestrante y los pocos marineros, se vieron impotentes y no pudieron hacerles frente, siendo los buques marinados y entregados a las marinas de los ex virreinatos del mar del Sur.

Terminado este primer combate el cirujano pudo atender debidamente a Guruzeta, quien casi ni se dejaba tocar, pero por la pérdida de sangre se quedó muy flojo, momento que aprovechó el facultativo para tratar de parar aquella hemorragia, lo consiguió al poco tiempo.

Al recobrar el conocimiento, ordenó a su oficial de órdenes el teniente de navío don Antonio Doral, viajara al puerto de Apra donde seguro habría algún buque que pudiera transportarles a todos a las islas Filipinas, así consiguió hacerse con el contrato de una fragata británica dedicada a la caza de ballenas llamada Suplay, habló con el patrón y tomó el mando trasladándose al puerto de Umatag, donde embarcaron todos, al estar listos zarparon el 20 de marzo, arribando a Manila el 4 de abril.

En la capital del archipiélago fueron recibos muy amablemente, por no estar herido Armero y otros compañeros, embarcaron de transporte en la fragata Sabina, zarpando en enero de 1826 siguiendo la antigua ruta portuguesa doblando el cabo de Buena Esperanza, arribando después para realizar escala en el isla de Santa Elena y el 7 de junio del mismo año arribando a la bahía de Cádiz, de esta forma fueron varios los que completaron una vuelta al mundo, una más de las muchas dadas por los españoles.

Pero como seguía con el grado de guardiamarina, no le dejaron descansar y nada más pisar tierra, se le ordenó embarcar en la corbeta Descubierta, cruzando sobre las costas de Portugal, al recalar de nuevo en la bahía de Cádiz, se le ordenó trasbordar al bergantín Jasón, zarpando con rumbo al Mediterráneo en misión de corso, un tiempo después arribó de nuevo a su Departamento, recibiendo la orden de trasbordar al navío Soberano, zarpando dando protección a unos mercantes con tropas a las islas Canarias, permaneciendo un tiempo en aquellas aguas pues debían desembarcada en puertos de islas diferentes, aparte de aprovechar la ocasión para enseñar bandera, regresó a la bahía de Cádiz y se le dio la orden de trasbordar al bergantín-goleta Diligente, saliendo para realizar transportes de todo tipo a la asediada ciudad de Melilla, coadyuvando al esfuerzo de mantenerla libre de los ataques de las tropas berberiscas.

Recibió la notificación de presentarse para su examen final en la Compañía, pero por las necesidades del servicio que estaba prestando, la declinó hasta la siguiente convocatoria, así pasó el tiempo hasta terminar la misión, desembarco en el Departamento y acudió al examen, aprobándolo todo y con buena nota, así por Real orden del 5 de diciembre de 1828, se le entregaron sus primeros galones de alférez de navío. (En ésta época no existía el grado de alférez de fragata.)

No hubo descanso ni licencia, pues a los dos días se le ordenó embarcar en el bergantín Manzanares, zarpando en conserva con el Guadalete doblaron el cabo de San Vicente y con rumbo al Norte arribaron a Ferrol, donde se le dio la orden de trasbordar a su compañero de viaje, comisionado a cruzan sobre las costas del mar Cantábrico para combatir el contrabando. La falta de buques en esta época obligaba estar en todas partes, por esta razón igual estaban cruzando sobre Portugal, como incluso por las aguas norteafricanas del Mediterráneo como hacer presencia en las islas Baleares.

En 1830 los franceses realizaron su campaña sobre Argel, siendo destinado su buque para observar y aprender de las maniobras realizadas, para después ser analizada por oficiales superiores de la Real Armada, acompañó a las fuerzas navales del país galo y permaneció con ellas hasta que estas tomaron la ciudad de Argel, pasando inmediatamente a Cádiz donde el comandante dio pormenorizada razón de lo visto, pasando seguido a realizar sus cruceros sobre las costas de Portugal y noroeste de la península.

En la noche del 2 de febrero, estando en la mar se desató un fuerte temporal del NO., obligando al bergantín a soportar aquella mar sin muchas defensas, el comandante ordenó poner las capas para correrlo, pero a pesar de esta medida con los masteleros secos aún obligaban al casco a tomar fuertes balanceos, visto esto el comandante ordeno calarlos ya entrada la noche, por su peligrosidad solo lo realizó el gaviero mayor, por nombre Jaime Mons, quien por un golpe de mar fue catapultado al mar; Armero estaba de guardia, al oír los gritos de don Jaime le siguió con la mirada hasta fijar el punto de caída a la mar, las olas eran muy altas y se perdió de vista enseguida, no lo dudó un instante gritando: ‹¡sígame el que quiera!› en pocos segundo cuatro marineros no menos arriesgados que él estaba en la mar con un pequeño bote.

Se avisó al comandante de lo sucedido y éste salió a cubierta, ordenando colocar como se pudiera todos los faroles disponibles, así al menos ellos serían vistos pues pocas decenas de metros, era noche cerrada y sin posibilidad de hacer nada, el timón iba a la vía y solo se le movía para ir a buscarlos cuando la mar lo permitía con pequeñas arribadas, así pasaron dos largas horas sin que desde el bergantín pudieran saber de verdad si estaban vivos o habían sido tragados por la mar, dándoseles por perdidos; unos segundos después se pudo distinguir que un bote intentaba llegar a ellos, al estar a distancia con posibilidades de rescate comenzaron a lanzarle guías, quienes consiguieron afirmar una de ellas y ganando de ella llegar al cabo, que a su vez fue afirmado, así entre los remos del bote y la fuerza de los que tiraban del cabo desde el bergantín, el bote despacio, pero fue acortando distancias, la odisea no había terminado, pues al estar muy cerca de la amura del bergantín, un golpe de mar estrelló el bote contra ella quedando tan deshecho que todos fueron de nuevo hombres al agua, pero los cabos lanzados por decenas para que a alguno se pudieran agarrar tuvo su efecto y poco tiempo después los seis estaban a bordo.

Solo al estar a salvo en el buque fue cuando se dio cuenta de lo que había hecho, ya en presencia del comandante don Jaime, el gaviero mayor, se arrodilló delante de Armero llorando y le decía que era ‹el ángel de sus hijos› sin parar y repitiéndose. (Hay decisiones en la vida, que uno no tiene tiempo de pensar en sí mismo y de ahí nace la heroicidad, por ser precisamente un acto reflejo, para favorecer a otros a costa de nuestra propia vida. Por eso los héroes nacen, no se hacen)

El hecho llegó a conocimiento del Rey y a parte de pedir un informe de lo ocurrido, les entregó la Cruz de la Marina de Diadema Real y una campaña de abono a los cinco integrantes del rescate, pero aparte, pasó una Real orden con fecha del 27 de septiembre de 1831, la cual estaba dirigida al Mayor General de la Armada y de la Junta Superior de Gobierno, en la que entre otras cosas dice: ‹…se tengan presente los servicios de este oficial para sus adelantos en la carrera, y que se estampasen en su asiento las notas de arrojado y valiente

Por otra parte, el informe que entregó el Director General de la Armada de lo ocurrido para buen conocimiento del Rey, entre otras cosas dice:

Comillas izq 1.png «Excmo. Señor: Por conducto extrajudicial llegó á noticia que el alférez de navío D. Francisco Armero había ejecutado en 2 de Febrero del año anterior una acción en que manifestó sus elevados rasgos de humanidad y bizarria, poco ó nunca vistos, salvando la vida á un marinero que fue arrojado violentamente al mar. Previne al Comandante del bergantín Guadalete me detalle tan extraordinaria ocurrencia, y lo verificó manifestando: que hallándose al O del cabo de San Vicente con viento duro y chubascoso del NO, acompañado de gruesa mar, fue arrojado á ella el gaviero mayor Jaime Mons por el empuje de la coz del mastelero de juanete, en la maniobra que se hacía para echarlos abajo, y aunque se trató de tirarle un cuartel de escotilla amarrado con un cabo de maniobra, para que hiciese el uso de guindola, la gruesa mar sotaventeó el buque, é hizo infructuoso aquel recurso. Mandó al instante echar al agua el segundo bote, aunque dudaba del buen éxito de esta maniobra por ser muy gruesa y elevada la mar, y no bien llegó al agua, aunque con alguna avería por haber chocado con la lancha al suspenderlo, cuando al instante se precipitó á él denodadamente el expresado oficial Armero, y tan noble decisión fue seguida por el cabo de mar José María López, y los marineros Juan Pelegrin, Juan Simo y Jaime Miralles.

El bote hacía agua á la sazón y la mar oponía obstáculos insuperables á su manejo; pero nada arredró á aquellos valientes. A los 8 ó 10 minutos se perdió de vista el bote desde las crucetas, y maniobrando en su busca, tuvo á las dos horas la inexplicable satisfacción de encontrarlo por el través, anegado hasta los bancos, con la doble alegría de que hubieran salvado al gaviero que conducían con el cuartel que le había sostenido. Al trasladarme el mayor General esta comunicación observa que el denodado arrojo del oficial Armero es tanto mayor cuanto que mirada la imposibilidad de que el segundo bote pudiere navegar en la mar tan elevada y borrascosa, no detuvo el tan inminente peligro de que fuesen todos victimas antes de conseguir la salvación del gaviero, y despreciando su vida dio el ejemplo de las virtudes más apreciables de su grandeza de espíritu, bizarría, con exceso y amor decidido por sus semejantes.

Observar también, que lejos de vociferar Armero esta proeza, guardó silencio manifestando así que no ambicionaba más premio que las pruebas de gratitud que le tributaban su libertado, cuya modestia da más brillo á su heroicidad, y á fin de que no quede oscurecida la temeraria empresa del oficial Armero y demás individuos que le siguieron, es de parecer el expresado Mayor se le pudiera premiar con la cruz de marina, recomendándole para sus ascensos y el que sirva por una campaña entera de mar con la anotación á todos en sus asiento de esta gracia con el lema de ‹por arrojado y valiente› á los marineros citados, cuyo premio, obtenido sin mediar pretensión alguna, será un fuerte estímulo para que se repitan tan humanas como valientes decisiones.

Lo que tengo el honor de trasladar á V. E. conforme en un todo con la opinión del referido Mayor General á fin de que V. E. si lo tiene á bien, se sirva dar cuenta al Rey nuestro Señor por si se dignase conceder á Armero y á los demás que lo acompañaron en la acción bizarra que se dice, las gracias para que se les propone. — Dios. etc. — Madrid 4 de agosto de 1831. — Excmo. Señor. — Firmado. — El Conde de Salazar» Comillas der 1.png


El bergantín que tan bravamente se había comportado en esta odisea, en otro temporal el comandante intentó arribar al puerto de Santoña, pero tuvo la mala suerte de dar con el timón en la barra, perdiéndolo, siendo necesario ser ayudado y llevado posteriormente a reparar, al terminar los arreglos regresó a la bahía de Cádiz, donde nada más desembarcar se le envió al arsenal de Cartagena. Al llegar por tierra, se presentó y coincidió ser destinado a la goleta Mahonesa, de la que era comandante su gran amigo y compañero don Joaquín Gutiérrez de Rubalcava. Así por la amistad y el buen conocimiento de ambos, se hicieron a la mar a combatir a los corsarios berberiscos, obteniendo varias victorias y apresamientos, alcanzando en sus cruceros las costas de la península itálica, permaneciendo en el puesto hasta el 15 de febrero de 1833, por pasar la goleta a desarme.

Se desplazó por tierra a su Departamento de destino, siendo nombrado Ayudante de la Mayoría General del mismo. Pero sobrevino el fallecimiento de don Fernando VII, declarándose inmediatamente la primera guerra civil llamada carlista, al saber esto permutó su destino con un compañero, embarcando el 30 de abril seguido en la goleta Nueva María, zarpando el buque para reunirse a las fuerzas navales al mando de don José del Río Eligio, destinadas con base en Vigo.

Pocos días después de su arribada a la mar en misión de cruzar e intentar cortar la ayuda extranjera a los levantados contra la Reina niña, en uno de ellos divisaron una vela por ello arrumbaron de vuelta encontrada, después de un corto enfrentamiento fue capturada, era una goleta británica por nombre Elizabeth Anna transportando a personas importantes para ayudar al ejército del pretendiente don Carlos.

De aquí fue destinado su buque al bloqueo de la ciudad de Bilbao, no era tan fácil como la vez anterior, pues por las cortas distancias hasta los tiros de fusil les alcanzaban, a pesar de ello lograron cortar las comunicaciones y al atacar el ejército realista, consiguió desalojar a los carlistas de la ciudad. A los pocos días su nombre salió en la Gaceta Oficial como de los más distinguidos, a pesar de haber pasado enfermo unos días por la falta de alimento y agua.

Informada la Reina Regente, le fue concedido por Real orden del 16 de noviembre su primer mando a flote, siendo el del cañonero Leopoldino y el mando del apostadero de Castro. Pero las circunstancias no le permitieron estar mucho tiempo, pues de nuevo los carlistas estaban bloqueando la ciudad de Bilbao, zarpó con su buque y realizó varios bombardeos sobre las defensas carlistas, así como otros tantos desembarcos en guerrilla, pero sobre todo fue muy notorio el bombardeo llevado a cabo el 6 de enero de 1836, en el que su buque desmanteló por completo una zona, siendo precisamente la posterior puerta de entrada del ejército.

Fue tan espectacular el hecho de armas que sus superiores lo recomendaron para la Cruz de San Fernando, siéndole concedida un tiempo después y para notorio el favor Real, con fecha del 29 de abril siguiente, se le entregó una Real orden con la notificación de su ascenso al grado de teniente de navío.

Era necesario llevar una comunicación a los asediados en la ciudad de Bilbao, como la misión era muy peligrosa el jefe de las fuerzas navales del Norte, se limitó a pedir voluntarios, a ello todos los oficiales presentes se ofrecieron, pero el general eligió a Armero. La situación era complicada y muy peligrosa, pues el ejército carlista dominaba las alturas de la ría, impidiendo por completo la posibilidad de pasar desapercibido el cañonero, pero Armero dispuso unas defensas en los costados para proteger a sus hombres, treinta en total, pudieran responder al fuego y estar algo protegidos.

Al arribar a Portugalete y aproar la ría, ésta al parecer venía cargada de más agua de lo normal, disminuyendo la velocidad de avance del cañonero por efecto de la corriente contraria, pero consiguió llegar el 1 de noviembre, con solo un muerto y dos heridos. Los carlistas avisados ahora que debía regresar al mar, reforzaron sus medios de ataque sobre todo con más artillería, desatracó y regresó a la ría, al principio no sucedió nada anormal de lo esperado, pero al estar a medio camino se vio rodeado de fuego por todas partes, sobre todo al pasar por la cordelería de Olaveaga, pues los parapetos no estaban previstos para fuego de artillería, fueron cayendo sus hombres, incluso su hermano herido, además por los nervios de la situación tuvo la mala fortuna al disparar el cañón, éste en su retroceso le fracturó una pierna, pero Armero solo decía ‹¡Avante y fuego!› a pesar de todo consiguió pasar y llegar a la zona de Portugalete quedando fuera del alcance del fuego enemigo, pero este segundo viaje fue más duro en bajas y a costa de dos terceras partes de la dotación fuera de combate.

Enterada la Corte, se le remitió una Real orden con fecha del 8 de noviembre, por la que se le daban la Reales Gracias por su ‹denuedo y bizarría› con fecha del 27 seguido otra Real orden con su acenso a capitán de fragata ‹en calidad de supernumerario por el término de tres años›

El cuartel general del ejército isabelino estaba en el mismo Portugalete, así su jefe siendo conocedor de las especiales acciones de Armero, lo comisionaba para trabajos delicados o secretos, lo que nos impide conocer muchas de sus acciones. (Estamos seguros que son secretas para nosotros, pero no para quienes le podía favorecer por su derroche constante de valor, de ahí su fulgurante carrera militar, pero no por razones distintas a su verdadero sentido del servicio a su Reina y España)

Transcurrió el tiempo y llegó el 24 de diciembre de 1836, cuando todas las fuerzas del Norte estaban preparadas, Armero con su cañonero por tener demasiado calado no podía acercarse a la playa, no se lo pensó y lanzó su pequeño bote al agua, siendo abordado por dos marineros y cinco cazadores del regimiento de Zaragoza, al hacer pie salieron corriendo en dirección a los parapetos, a pesar del fuego, con las prisas a Armero se le había olvidado llevar hasta su sable, por ello solo llevaba en las manos el anteojo del buque, pero nada les paró a todos ellos, siendo los primeros en llegar y desarticular la batería de la falda del monte Cabras, soportando el fuego enemigo hasta que el ejército fue tomando posiciones. En el ataque fue herido en el muslo izquierdo por un proyectil de fusil y por su valor demostrado, el mismo General en Jefe del ejército ante todos sus hombres le impuso los galones de coronel del ejército. Al mismo tiempo lo recomendaba por escrito del 27, para la Cruz Laureada de San Fernando.

El Gobierno estuvo de acuerdo y actuó como fiscal en el juicio contradictorio que manda la ordenanza de la Orden el jefe de Estado Mayor Oráa, pero no se crea que eso era rápido, pues la orden de concesión está fechada el 11 de abril de 1838, mientras que la acción tuvo lugar el 24 de diciembre de 1836, siendo la Cruz Laureada de 2ª clase, (la otorgada a oficiales y jefes) como figura en (AGM. SF, legajo 1770/1; y AGMAB, legajo 620/82)

Pero no quedó aquí su gran conquista, pues se le entregó también un tiempo antes la Cruz del Tercer Sitio de Bilbao, aunque para él lo más importante fue que reunidas las Cortes Constituyentes declararon a los miembros de la Armada y del Ejército que actuaron en esta campaña, como ‹Beneméritos de la Patria›, éste quizás fue el momento de olvidar un triste Trafalgar.

Por orden del General en Jefe del Ejército se creó un nuevo apostadero en la desembocadura del Nervión a principios de 1837 y se le entregó el mando a Armero, quien disponía de muy pocas fuerzas, pues a pesar de la guerra los medios navales no crecían ni para soportar las necesidades de la Armada.

Recibió la orden Armero que el General en Jefe había dispuesto transportar al ejército de Portugalete a San Sebastián por mar, pero en la base de Portugalete no había ningún medio para efectuar la carga de todo lo necesario para el ejército, se traslado a Laredo y Castrourdiales, y por su orden reunió cuarenta lanchas que facilitaran el embarque.

Se presentó el ejército compuesto por treinta batallones de infantería, con dos mil ochocientos caballos y mulas, su artillería, parques y materiales de toda índole necesarios para su mantenimiento y con la orden de Armero de hacerlo rápido, se consiguió estuvieran todos a bordo de los mercantes en muy poco tiempo, por ello el mismo General en Jefe, escribió al Gobierno: ‹para ascenso ó condecoración que creía corresponderle›

Se mantuvo en su puesto de comandante del apostadero del Nervión, sosteniendo algunos combates con las tropas carlistas, sobre todo en Algorta y Somorrostro.

Mientras el Comandante General de la Marina del Norte, seguía insistiendo en que le fueran otorgados otros galardones. En una carta fechada el 28 de noviembre de 1837 a la Junta del Almirantazgo entre otras cosas dice: ‹…encareciendo las sobresalientes cualidades de que estaba dotado el Comandante del apostadero; sus conocimientos, actividad incansable, celo, amor al servicio, arrojo y valor á toda prueba y decisión sin límites á favor de los sagrados derechos de la Reina doña Isabel II› la Junta del Almirantazgo le responde con una Real orden del 25 de enero de 1838, confirmando el ascenso sin antigüedad al grado de capitán de navío.

Se convocaron elecciones a Cortes y sin él saberlo se le presentó por Sevilla, resultando elegido obligándole a viajar a Madrid para jurar su nuevo cargo, pero esta legislatura duro poco, aunque sí quedó plasmado su carácter y fuerza en la defensa de la Armada, por añadir algo que no era normal en el ámbito político, siendo tan notable su franqueza y al hablar de temas por él dominados, los demás parlamentarios no tenían fuerzas para contradecirle.

Al terminar la legislatura regresó a su puesto, pero al llegar a ocuparlo el General de la Fuerzas navales del Norte, le nombró Comandante en Jefe de las fuerzas Navales de Cantabria, mientras había pasado el tiempo y se le dio en propiedad, y con su antigüedad el grado que ya venía ostentando de capitán de navío.

A partir de aquí sus contactos eran altos, el jefe del ejército el duque de la Victoria lo llamó para planificar operaciones en la costa, las cuales se llevaron a efecto y como resultado de ellas cayó en manos de los realistas la población de Bermeo, así como otros puntos de menor importancia, pero con ello se aseguraba la costa. En una acción que efectuó personalmente solo con el vapor Isabel II, entró en el puerto de Mundaca y consiguió sacar a remolque a una goleta y cinco trincaduras carlistas a remolque.

Como se puede comprobar no dejaba ocasión de ganar algo, con alto riesgo siempre de su vida y esa actitud en época de guerra es precisamente la que granjea las más altas confianzas, por todo ello recibió una Real orden del 25 de enero de 1840 que dice:

Comillas izq 1.png «En consideración á los conocimientos, capacidad y bizarría del capitán de navío D. Francisco Armero y Peñaranda, y á los relevantes servicios que le han granjeado tanta gloria en la presente lucha, ha tenido a bien S. M. concederle el empleo de Brigadier de la Armada nacional, digno galardón que ofrecerá un generoso estímulo para los que en la carrera ilustre de las armas desean alcanzar los honores que tan liberalmente dispensa S. M. al valor, á la lealtad y al patriotismo. — Dígolo á V. S. de Real Orden para conocimiento de esa Junta y fines correspondiente. — Dios, etc. — Madrid 25 de Enero de 1840. — Manuel Montes de Oca. — Al Secretario de la Junta de Almirantazgo» Comillas der 1.png

Con ella se le destina como Comandante General de las fuerzas navales en las costas de Cataluña.

Tomó el mando de su nuevo cargo y responsabilidad el 21 de febrero siguiente, se puso sobre la mesa y comenzó a diseñar un plan, el cual bien ejecutado dio como resultado la toma de Tortosa y Amposta. Conseguido esto pasó directamente a embarcarse y con los buques a su mando penetró por el río Ebro, destruyó toda fortificación construida con muros o estacadas, dejando la orilla derecha del cauce limpia de enemigos, pues estos estaban bloqueando desde casi el principio de la guerra al paso de los realistas. Pero no se paró, prosiguió su avance por el caudaloso río arribando al fuerte de Bordis, en cuyo lugar desembarcó para perseguir a los carlistas, los desalojó de él y dejó fuerzas en el mismo.

Retornó al mar y realizó otros desembarcos en diferentes puntos de la costa quedando en manos de los realistas, pero era tan fácil para él ganar que casi le cuesta la vida, pues llegó a confiarse y estando de viaje con muy poca escolta, fue sorprendido y atacado con saña, logrando parapetarse tras el muro de una casa y desde éste lugar respondió de la misma forma, pero al parecer su fuego era más letal que el de sus enemigos dejando en el suelo a muchos de ellos y en muy poco tiempo, esto les convenció no era presa fácil y abandonaron el lugar.

Como resultado de todas sus operaciones anteriores, fueron todas aprobados por varias Reales órdenes, con fechas del 27 y 28 del mes de abril, la de los días 15 y 26 de mayo y la del 19 de junio, en la que entre otras cosas dice: ‹…y deseando S. M. darle una prueba de lo satisfecha que se hallaba de su buen desempeño en el mando, se sirvió concederle el uso de la insignia de preferencia [2] desde el cabo de Palos al de Creus y en las islas Baleares›

A partir de aquí su vida cambia por completo, pues comienzan los movimientos políticos, como la entrada en la ciudad de Barcelona del duque de la Victoria, donde se encontraba la Reina Gobernadora, obligándola a sancionar la ley municipal, pero reacciona doña María Cristina y obliga al duque a dimitir de todos sus cargos, pero Espartero le responde declarando la ciudad de Barcelona en estado de sitio, comienza la Reina a reaccionar ante las exigencias del duque y para ello nombra un Gobierno que preside don Antonio González y como ministro interino de Gobernación y Marina nombra a Armero.

Con quien pasa la familia Real a la ciudad de Valencia arribando el 22 de agosto, con la escuadra de Armero dándole escolta. Desembarcada la Reina, nombra un Gobierno progresista, por ello Armero con fecha del 11 de septiembre queda en situación de disponible y le ruega a la Reina le conceda licencia para acercarse a su casa, tanto en Bilbao ciudad de sus sueños y lo mucho que se había dejado en ella, como con sus padres en la población de Fuentes de Andalucía. Realmente Armero no había hecho nada más que cumplir las órdenes de la Reina y todo lo que le vendría encima sería de rebote.

Encontrándose todavía en Bilbao, el 12 de noviembre recibe una orden superior siéndole anulada la licencia y al mismo tiempo se le ordena presentarse inmediatamente en el Departamento de destino, Cádiz, pero pidió se le concediera permanecer en su casa paterna por la proximidad, así fue hecho y él se dedicó a cultivar sus tierras con ello pasaba el tiempo. Hasta el 19 de octubre de 1841, cuando se presenta en su casa una guardia del ejército, le incautan todos sus papeles y es llevado al castillo de San Sebastián en la ciudad de Cádiz donde es encarcelado.

Al parecer las malas lenguas (que siempre están donde no debieran y no entendemos muy bien, pero nunca para hacer el bien, sino todo lo contrario) por la acusación de estar implicado en los levantamientos ocurridos en Madrid, Pamplona y Vitoria, de hecho se le juzgó junto a los generales Sanz y Palarea. En cuanto se le permitió ponerse en contacto con el exterior, se dirigió al Ministro del ramo, por las vejaciones y sufrimientos recibidos sin tener causa ni razón en lo que se le atribuía. Recibieron las autoridades que le custodiaban, la orden de dejarlo en libertad, solo con la condición de no abandonar la ciudad de Cádiz.

Se le juzgó y como era de esperar nada se encontró en su contra, así por Real orden del 15 de marzo de 1842, firmada por el Ministro se le comunica entre otras cosas: «sobreseer en la causa, sin que lo actuado pudiera perjudicar á su opinión, fama y carrera» corroborando de esta forma su lealtad a la Corona y resguardando el alto valor de su nombre en la Corporación, en cuanto pudo se puso en camino a la Villa y Corte, pues no se daba por satisfecho de la actuación recibida en su contra, llegó al Ministerio y presentó una denuncia, con la intención de aclarar de una vez por todas sus actuaciones y decisiones considerándose inocente, se abrieron nuevas diligencias para quedar libre de sospecha por cualquier otro motivo.

Copiamos el escrito porque pensamos no tiene desperdicio ninguno, el cual dice así:

Comillas izq 1.png «Sermo. Sr.: D. Francisco Armero y Peñaranda, Jefe de escuadra de la Armada á V. A. con la consideración debida hace presente: Que habiendo sido preso y separado de sus Jefes naturales por las Autoridades del ejército el 19 de Octubre del año anterior, en virtud de órden comunicada por el Sr. Ministro de la Guerra, en forma y modo que espresa en el parte que dio al ministro de Marina, y está marcado con el núm. 1.º ha sufrido más de cinco meses de prisión, dos de ellos incomunicado y tres y medio en un calabozo del castillo de San Sebastián, sin habérsele tomado declaración hasta los veinticuatro días de su arresto y sin manifestarle antes ni después la causa de su prisión y acusación que la motivó. El exponente conoce las responsabilidad de un Gobierno y sabe respetar sus determinaciones; por lo mismo, durante su larga prisión no ha querido dirigir una queja ni pedir el cumplimiento de las leyes holladas con escándalo en su persona; aguardaba con resignación que la justicia obrase y concluyese sus minuciosas y detenidas pesquisas; pero cuando parecía que nada debía quedar que averiguar acerca de su proceder en las ocurrencias de Octubre, recibe la comunicación en que V. A. se digna mandar se le ponga en plena y entera libertad, sin que lo actuado le perjudique en su opinión, fama y carrera. El exponente enmudecería ofreciendo en aras de la patria este nuevo sacrificio, si no descubriese en la misma órden una desconfianza de su proceder, aplazando la prosecución de la causa, para si acaso en nuevas pesquisas ó en voluntad de un vil delator aparecen pruebas contra él. Es muy duro para un militar que ha dedicado su vida á la defensa de su Reina y de su patria, sin haber engañado jamás al Gobierno que ha servido, verse atropellado, perseguido y espuesto á la venganza de pasiones innobles, que á falta de pruebas legales, empleen para mancillar una vida y honor sin mancha, reticencias que las leyes proscriben y nuestras instituciones reprueban.

Por esto y respecto á que en los documentos adjuntos se espresa haberse procedido contra el exponente en virtud de una acusación, pide a V. A. se digne mandar que el tanto de la causa que le corresponde en lo actuado, pase á su cuerpo; que en él se mande practicar nuevas y más eficaces diligencias; que el delator se presente á sostener su acusación, y que la ley lo juzgue en Consejo de guerra. Este es el único modo de que un jefe de Armada pueda sin avergonzarse al lado de sus compañeros, vestir con dignidad las insignias que su Reina le ha dado, y recuperar el concepto que con las tropelías y arbitrariedades mandadas ejecutar por el Sr. Ministro de la Guerra, ha perdido para con la nación y para con el cuerpo á que tienen el honor de pertenecer. — Es gracia, etc. — Cádiz 28 de marzo de 1842 — Serenísimo Señor. — Francisco Armero» Comillas der 1.png


Este documento llegó al Supremo Tribunal de Guerra y Marina, pasando al Regente, quien de su puño y letra, contesta que: ‹…estimando muy propio de la delicadeza del General Armero su deseo, opino debía servirle de completa satisfacción› de esta forma sin más trámite el Regente daba por concluido el tema y Armero, solo hizo que esperar.

Para ello regresó a su casa materna y vio pasar los acontecimientos, el levantamiento contra el Regente, y sobre todo el grito en el Congreso de «¡Dios salve á la Reina!» momento en el que comenzaron a hablar las armas, ante esto ya no pudo soportar más y seguía sin haber una escuadra, se puso a las órdenes del Capitán General de Andalucía, participando en el sitio de la ciudad de Sevilla, las tropas se fueron por mil caminos acudiendo los buenos a la población de Utrera donde se quedaron y allí fue enviado Armero, para poner en orden aquello que no parecía un ejército y como dice el General don Francisco Serrano en su carta al Ministro de la Guerra, para que se la pase al Ministro de Marina:

Comillas izq 1.png «…la mayor parte del ejército que había sido enemigo se pronunciaron en Utrera, precediendo una grande deserción y otros actos disolventes. Entonces envié al General Armero para que conociese el estado de aquellas tropas, tomase interinamente su mando, contuviese la indisciplina, restableciera el órden y me propusiera cuanto creyese conveniente, todo lo cual ejecutó con el tino propio de su talento, prestando en ello á la patria un servicio utilísimo» Comillas der 1.png


Al promulgarse el Gobierno Provisional con fecha del día 2 de agosto, se le nombra comandante General del Departamento de Cartagena por el nuevo Ministro de Marina con fecha del 13 de agosto y con fecha del 24 de diciembre el de Guerra, ambos le conceden la Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica. (Lo que ignoramos es si llevaba las dos o solo una, quedando demostrado lo organizados que estaban), pero en el intermedio entre las dos fechas anteriores, está la del 27 de septiembre, en la que por Decreto se le nombra Capitán General de Andalucía y tan deseoso estaba el Ejército de tenerlo en sus filas que por Real decreto del 2 de febrero de 1844 se le asciende al grado de teniente general del ejército.

Mientras ocurría todo esto, el general Armero tuvo tiempo de contraer matrimonio, (la pregunta sería ¿cómo le dio tiempo a encontrar novia?) siendo el día 8 de noviembre 1843 el acontecimiento, desposándose con doña Josefa Díaz y Armero, como su apellido indica, era una prima hermana, por eso le resultó algo más fácil. ¡La debía de tener muy cerca!

Por segunda vez el 3 de mayo de 1844 se le llama para que jure el cargo de Ministro de Marina, Comercio y Gobernación de Ultramar, y por Real orden del 11 siguiente, la Armada le asciende al grado que ya venía disfrutando en el Ejército, siendo ascendido al grado de teniente general.

Pero el estado en que se encontró a la Armada y las continuas guerras habían deshecho el Erario, acumulándose la imposibilidad de mejorar los medios de la Armada, prácticamente comenzó de cero. Para mejor saber qué hacer, manda se realice un recuento de unidades navales y su estado, en el informe se citan:

Comillas izq 1.png «…de los buques armados entre grandes y pequeños, hay unos veinticinco, de ellos cinco solo son vapores pequeños, ya que montan máquinas de entre 70 á 90 caballos, de ellos solo dos construidos a petición de la Armada, el resto comprados de ocasión, pero muy mal artillados y todos ya pasados tecnológicamente.

Los Arsenales, no disponían ni de un taco de madera, incluso por falta de pago a los contratistas, algunos de ellos se habían adueñado de edificios en los mismos. Así que se comenzó por levantar nuevos edificios, un varadero en Ferrol, se compró toda la madera disponible en la Península, con lo que se puso en marcha el poder carenar a los buques existentes y destinarlos al río de la Plata, así como al Golfo de Guinea, para que pudieran al menos guardar las rutas marítimas de la Península. Al mismo tiempo, se puso la quilla de una corbeta de mucho porte y un vapor, a construir a medias entre Ferrol y Cádiz, siendo a su vez el que mandó construir los edificios para la marinería, así se instruía y podían desembarcar durmiendo en lugares adecuados.

En la Carraca se comenzaron a construir buques aljibes, tanto de vela como a remo los más pequeños; compró la maquinaria a los mismos asentistas, que antes dominaban la situación en la Armada y nada se podía hacer sin ellos, pasando el Gobierno a fabricar las jarcias en el mismo Arsenal de la Carraca y los tejidos los primeros en la ciudad de Granada, pero al comprarles las máquinas, les consideró pagados, por lo que fueron evacuados de los edificios de los Arsenales, quedando así dueño de la situación y no depender de gentes, que ganaban mucho dinero y cuando el país los necesitaba, se quedaba la Armada sin sus necesarios medios; cortando así de raíz los ‹intermediarios›, creó la escuela de condestables, para que se comenzase en serio a disponer de artilleros. Creó a su vez en San Fernando el Colegio Naval Militar, que fue inaugurado en enero del año de 1845. Y reafirmó que el Observatorio de la Armada situado también en San Fernando, se formara como depósito de los demás, para poder abastecer a la Armada y a los marinos, con módicos precios de materiales de su uso.

De forma, que al final de su mandato, aparte de haberse reactivado la mayor parte de los buques, se había comprado catorce vapores, de ellos muchos entres los 200 y 350 caballos de fuerza, y algo inaudito, se había comenzado la construcción de uno en el Arsenal de la Carraca.» Comillas der 1.png


En el intermedio de su cargo, como su voz pesaba en el gabinete, realizó trabajos a parte de los correspondientes a su Ministerio, de los cuales salieron del Gobierno unas nuevas leyes, entre ellas las de los Ayuntamientos, las Diputaciones provinciales, una gran reforma en el sistema tributario, la de las Universidades, la de dotación del Culto y el Clero, y así un etcétera muy largo pues nada de lo que se decía en el gabinete se le pasaba por alto y siempre dispuesto a aligerar de peso a sus compañeros, como bien venía haciendo desde el principio de su carrera militar.

A tanto llegaron sus muestras de fidelidad que por Real orden del 13 de mayo de 1844 se le nombró capitán general de Madrid, pero con retención del cargo de Ministro de Marina, por ello en las ausencias de los Reyes era el máximo poder en toda España, casi una especie de valido. Por Real decreto del 24 de agosto de 1845, fue nombrado Senador Vitalicio.

La reina doña Isabel II le concedió la Gran Cruz Laureada de San Fernando por Real Orden del 22 de agosto de 1845, pero por considerar el general don Francisco Armero que la gran condecoración de España perdía valor al no ser ganada en buena lid, se la devolvió a la Reina, explicándole que se lo agradecía, pero este acto iba en contra de la norma de la concesión y al mismo tiempo muchos compañeros con más méritos podía sentirse ofendidos. A pesar de eso, se mantiene la Orden y figura como entregada el 19 de noviembre de 1845, siendo desde su implantación, (ya que la primera la ostentó como maestre de la Orden don Fernando VII) con el número 194 de las Grandes Cruces. (Pensamos que más honrado imposible ¿Cuántos quisieran tenerla, aunque fuera por Real Orden sin mérito ninguno? y él no la aceptó)

Como siempre los vaivenes de la política obligaron a dimitir al Gobierno, justo dos años exactos después, pues fue el 2 de febrero de 1846 cuando abandonó el Ministerio. Pero por su alto grado pasó a ocupar un puesto en la Junta de Dirección de la Armada y por Gracia Real, y su correspondiente Real decreto con fecha del 18 de marzo del mismo año se le entregó, la Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III. Pero no le dejaron descansar, el nuevo Gobierno lo volvió a elegir para el mismo Ministerio e interinamente el de la Guerra, jurando el cargo el 6 de abril siguiente.

En este nuevo mandato, le sobrevino el problema de la revolución en Galicia, en la que al final y a costumbre española, hasta no correr la sangre no hubo nadie que tomara determinaciones al respecto. (Triste, muy triste es que este pueblo siempre solucione sus problemas, regando constantemente la tierra con su sangre y aparentemente no se ha cambiado mucho, más bien nada, por desgracia.)

También se encontró el Gobierno con el problema del casamiento de doña Isabel II, llegó a tanto la situación que media Europa estaba enfrentada con la otra media quedando la Reina y España en el centro del tablero, cuando España no era ni sombra de lo que había sido, pero al parecer siempre hay alguien que nos quiere arreglar los problemas a su gusto, no al de los españoles. (Son paradojas que nos llevan a pensar, si realmente España sin ningún tipo de potencial militar, pesaba tanto en el gran juego de la política, como para preocuparse de una simple boda el resto de Europa. ¿No será que siempre hemos pesado más de lo que otras lenguas nos han hecho creer a lo largo de nuestra Historia?)

Para que nadie se ofendiera, se optó por una solución salomónica, siendo el casarla con otro español, así no habría compromisos con otros países y no se rompía el ‹equilibro› de Europa, confirmándose el enlace el 10 de octubre de 1846. El Gobierno continuó al frente hasta el 28 de enero de 1847, en que el general Armero por encontrase enfermo, se le otorgó licencia para pasar a restablecerse a la población de Écija.

La tranquilidad de no estar en ningún sillón, ni al frente de responsabilidades de Gobierno, consiguió, no en su totalidad, pero lo suficiente para presentarse de nuevo en la Corte. Por Real orden del 2 de marzo de 1848, se le destina como Comandante General del Apostadero de la Habana, pero no pudo partir lo rápido que él quería, pues el Gobierno le encomendó por Real orden del 26 de marzo, sofocar el movimiento promovido por los socialistas en la misma capital. Al terminar con esta misión saltó una insurrección en Sevilla el 13 de mayo, y de nuevo, se le encargó terminar con ella, al tener las misiones cumplimentadas prosiguió viaje a la ciudad de Cádiz.

Embarcó de transporte en la corbeta Colón y desembarcó en la Habana el 30 de junio siguiente, en cuanto pasó revista a todas las instalaciones y cuarteles a su mando, dispuso una ordenanza por la que se rectificaba la forma de operar de los buques y el Arsenal. Por su experiencia e inflexible ante la indisciplina la cual ni de lejos la soportaba, consiguió un dinero para dotar de uniformes a todo el personal del Arsenal y marinería, regularizó el servicio, porque cada cual andaba por donde quería, así todo el personal tenía algo que hacer y debía cumplir escrupulosamente los horarios marcados, de esto se encargó personalmente de comprobar su cumplimiento, pues se presentaba en cualquier lugar y dentro de las veinticuatro horas del día, traduciéndose en una obediencia ciega, pues como corresponde, no sancionaba a los marineros sino a sus mandos y estos a su vez a los incumplidores, pero con la advertencia, de si volvía a suceder serían devueltos a la península y pasaría a ser una nota en su Hoja de Servicios.

Siguió pidiendo dinero y consiguió poner en la mar a todos los buques allí disponibles, a los que montaban artillería antigua se les cambió por más moderna, ordenó realizar los ejercicios ya previstos en su reforma de la escuadra, se mantuvo la vigilancia constante de los contrabandistas, y lo más curioso pero muy útil, fue la orden de si algún buque no tenía una comisión de destino, el comandante del apostadero le ordenara hacerse a la mar a navegar por las Antillas, significando con su presencia la autoridad de España, en pocas palabras, enseñar bandera para calmar a los contrabandistas y de pasó visitar los principales puertos de las Repúblicas del seno mejicano y de los Estados Unidos.

Esto dio como resultado que en el mes de septiembre de 1849, los americanos llamados anexionistas, contrataron dos buques cargados con hombres y armas, siendo puestos al mando del general emigrado don Narciso López. Pero el Presidente de los EE. UU., fue informado de lo que estaba ocurriendo y ordenó incautar los buques, siendo juzgados todos los que se encontraban a bordo.

Poco tiempo después, el mismo López con quinientos hombres y el vapor Criollo, logró desembarcar en el puerto de Cárdenas el 19 de mayo de 1850, pues con toda la fuerza que encontró para impedírselo fueron los diecisiete soldados de un destacamento, destinados a combatir el contrabando, no pudiendo impedir el atropello por la diferencia abismal del número, por esta razón pudieron conseguir su fin de pisar tierra en la isla.

Le llegó la noticia a Armero, abordó el vapor Pizarro, al mando de don Manuel Sivila, siendo mal informado navegó en dirección contraria a la verdadera, pero eso no evitó encontrarse de vuelta encontrada con dos mercantes que llevaban los refuerzos a López, lo cuales fueron apresados y marinados a puertos de la isla, por estos supo la verdadera posición del cabecilla, conocida dio la orden de virar dieciséis cuadras y a toda la máquina que daba el vapor puso rumbo a Cárdenas; al arribar, se le dio la novedad de haber llegado más tropas y conseguido hacerles reembarcar, por ello no estaban allí y se suponían navegaban con rumbo al puerto de salida.

Armero no cejó en su empeño, y puso otra vez al máximo a su vapor con rumbo a Florida, al cabo de unas horas comenzaron a divisar una humareda en el horizonte, continuó dando la orden de dar más vapor, el buque seguramente ya no soportaba más pero comenzaron a ver los palos, luego la chimenea y por último se le distinguía la popa, pero esto con varias horas de diferencia restando la seguridad de darle alcance antes de entrar en aguas territoriales norteamericanas. A ello se sumó que el buque pirata era de menor calado y penetró por los arrecifes de los Cayos, pero el Pizarro por ahí no les podía seguir, obligándole cuando casi estaba al alcance de la mano, a variar el rumbo y dar un rodeo para sortear los peligrosos arrecifes, viendo con alguna rabia que el Criollo entraba en el puerto de Cayo Hueso, pero no le importó, pues una hora después entraba en el mismo puerto.

No podía hacerles nada, pero llamó al cónsul español y éste se puso en contacto con las autoridades, sabedores del hecho y el general Armero con su buque en el puerto, no quedaba ninguna duda de la veracidad de los hechos, por ello el Gobernador ordenó el embargo del vapor y dio su promesa al general, que los piratas serian al menos encerrados una larga temporada.

Algo más satisfecho regresó a la Habana, pero aquí no cejaba un instante en mejorar todo lo que le fuera posible, por ello un tiempo después se volvían a notar sus cambios, se ampliaron los talleres y obradores, con la vigilancia estricta consiguió se trabajase más y mejor, dando pronto resultados positivos y lo casi inexplicable, ¡beneficios! por ello ordenó se construyeran bombas, fogones y otros materiales necesarios, pero no para la Habana, sino para enviarlos a la península, desde donde recibió las gracias de todos los generales al mando de ellos. Con el corte de madera pensó que también lo mejor era enviarla a la península la sobrante, así llegaron embarcados ciento cincuenta mil codos cúbicos de las mejores y como encima le sobraba dinero, planteó que con la madera y el envío de fondos económicos, se construyera una fragata de 50 cañones en los astilleros de la península.

Gracias a sus aportaciones, tanto de madera como económica, se construyó en el Arsenal de la Carraca el navío Reina Doña Isabel II, del porte de 84 cañones y siendo botado el 10 de octubre de 1852.

Se cumplió el plazo de tres años de mando en la isla, pero se le rogó se quedara para proseguir en la mejoría ya notada en la península, respondiendo no se encontraba muy bien de salud otra vez y por ello elevó a S. M. una súplica para ser relevado, para mejor poder seguir sirviendo a la Reina cuando se recuperara. Recibió una Real orden con fecha del 2 de junio de 1851, por la que se le relevaba del mando del Apostadero de la Habana, pero al mismo tiempo y por Gracia de S. M. pasaba a ocupar por tercera vez el Ministerio de Marina, como muestra del aprecio que sentía la Reina por su persona.

Para poder regresar antes a la península, embarcó en la Habana con rumbo a los Estados Unidos arribando al Reino Unido y desde aquí a la península, donde juró su cargo el 9 de septiembre. Lo primero que hizo fue algo parecido a lo comprobado que funcionaba en la isla, le entregó el mando al brigadier don Joaquín Gutiérrez de Rubalcava de una división, con la orden de cruzar sobre las islas Baleares y las costas de Cataluña, realizando sin parar ejercicios de formación naval y servicios de escuadra.

Dos acontecimientos vinieron a dar la cara y la cruz de la vida, el 20 de diciembre de 1851 vino al mundo la Princesa de Asturias, pero el 2 de febrero de 1852 la Reina sufrió un atentado, la forma en que al parecer se llevó a cabo la búsqueda de los regicidas y sus consecuencias, no fueron del agrado del general Armero, por ello presentó la dimisión el 3 de marzo, en repulsa a la forma de actuar del Gobierno y él no quería verse involucrado por sus consecuencias.

En la legislatura de 1852 a 1853, fue elegido y nombrado como primer Vicepresidente del Senado. Al jurar el nuevo Gobierno, lo primero que se realizó fue rectificar las formas anteriores de comportamiento y creó la Junta Consultiva de Ultramar por Real orden del 27 de septiembre. En esos momentos estaban los Estados Unidos muy alterados por el comportamiento de España, en el caso del vapor Blach Warrior. Por ello el Gobierno nombró por Real orden del 9 de octubre al general Armero para ocupar el puesto de presidente de la nueva Junta, pero no aceptó el alto nombramiento, con una frase que lo dice todo: ‹Declino esta honra›

Calmadas las aguas, se le volvió a nombrar para el mismo cargo por Real orden del 23 de agosto de 1855. No estuvo mucho tiempo, pues con fecha del 13 de febrero de 1856 y por rigurosa antigüedad, se le promovió a la más alta dignidad de la Real Armada, Capitán General de ella. Pasando inmediatamente a presidir el Almirantazgo, pero fue disuelto como tantas otras veces y de nuevo se volvió a constituir su equivalente, la Dirección General de la Armada siendo activada por Real orden del 7 de noviembre seguido. Al mismo tiempo y por tenerlo cumplido, se le condecoró con la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo.

Un nuevo movimiento en la política obligó al Presidente del Consejo de Ministros, general Ramón María Narváez, duque de Valencia ó el ‹Espadón de Loja› (hasta éste momento casi intocable) a dimitir, siendo nombrado el 16 de octubre de 1857 don Francisco Armero para sustituirlo. Formó Gobierno y se reservó la cartera de Marina, sus formas eran conservadoras, teniendo lugar el nacimiento del Príncipe Alfonso el 28 de noviembre. Acontecimiento aprovechado para dar una amnistía, a otros el indulto y a otros las gracias, siempre con la intención de allanar mares.

Puso todo su saber en el bien de España, así regresaron respectivamente los Embajadores de la Santa Sede, para trabajar en un nuevo concordato, teniendo un buen fin, se consiguió también por medio de los Embajadores del Reino Unido y de España, un tratado postal para el intercambio del correo y se reclamaron a las regencias norteafricanas, dos buques españoles que habían sido capturados, siendo devueltos a sus propietarios.

Entre tanto estaba componiendo su programa de Gobierno, el cual presentó el 10 de enero de 1858 por ser la apertura de las Cámara. Él confiaba en que el partido Conservador le facilitaría su aprobación, pero ni siquiera llegó a plantearlo, pues la primera discusión era la de elegir Presidente del Congreso y aquí los conservadores le presentaron combate, a pesar de ello fue elegido por pocos votos de diferencia el propuesto por el Presidente, pero lo que le molestó más fue la pertinaz lucha contra los que pensaba iban a ser sus aliados, dándose cuenta que eso de la política es solo un juego de palabras y quien mejor las pronuncia ese gana, no teniéndose en cuenta para nada si lo decidido es o no bueno para España y con ella para sus ciudadanos, por ello en nada se valora la valía de una persona, solo valen los intereses de partido y como a tal están igual; partidos.

Al sentarse el Presidente del Congreso, don Francisco se levantó y pidió se suspendiera la sesión hasta el día siguiente, siendo aceptado por el Presidente. Era conocedor del favor de la Corona, pero se dio cuenta que era imposible navegar con tanto arrecife cerca, por ello no se lo pensó y en vez de disolver la Cámara, presentó su dimisión el mismo 10, siéndole aceptada al siguiente día. Éste mismo día se fue a su despacho de capitán general de la Armada y para él se había acabado la política. A tanto llegó su asco sobre ella que en 1862 se marchó a vivir a Sevilla, contra toda norma vigente, alejándose todavía más de los sinsabores que producía la cercanía a los Padres de la Patria.

Viviendo tranquilo en la citada ciudad, le llegó una Real orden con fecha del 22 de febrero de 1864, siéndole comunicado que: «…atendiendo á sus méritos y dilatados servicios se le concedía la Grandeza de España de primera Clase añadiendo el título de Marqués del Nervión»

Pero no le podían dejar en paz, pues recibió otra Real orden del 16 de septiembre, siendo nombrado Ministro de Marina por quinta vez. Lo aceptó por ser el gabinete llamado de las ‹notabilidades› llegó a Madrid y juró el cargo, una de sus primeras disposiciones, fue dar la orden para embarcar en las urcas Santa María y Niña, los setenta y dos guardiamarinas para realizar un viaje de instrucción a la islas Filipinas, (quizás también el precursor de los largos viajes de los guardiamarinas, para recibir una buena instrucción marinera) su principal preocupación en estos momentos era precisamente la buena formación de los futuros marinos.

Repartió órdenes a los comandantes generales de los Departamentos, para que no estuvieran tanto tiempo en la oficina y se pasearan por las zonas de su responsabilidad, evitando con su presencia ausencias injustificadas y ralentización en el cumplimiento del deber. Mandó efectuar cambios y estructuras en el Observatorio de San Fernando, al mismo tiempo creó una nueva escuela, ésta, la de maestranza en el Arsenal de la Carraca. Y una novedad en la Armada, pues atendió la propuesta de sus subordinados, ordenando mejorar la ración de la marinería y para ello se construyeron hornos que se instalaron en los buques, de esta forma dos veces por semana comían pan del día, dejando la famosa galleta algo más arrinconada. Y como nada se le pasaba, creó la ‹Comisión permanente de pesca›, a través de ella se viajó a los países más avanzados, informándose de las mejoras fueron copiados los sistemas y medios, mejorando al poco tiempo las capturas y facilitando con concesiones a quienes crearan empresas para su mejor desarrollo, al mismo tiempo de ésta época se conocen los primeros estudios sobre piscicultura y horticultura.

Viendo el problema planteado en el océano Pacifico, con las repúblicas de Chile y Perú, y la reciente incorporación de la nueva fragata acorazada Numancia el primer buque español de estas características, le entregó el mando de ella a don Casto Méndez Núñez, al que no le faltó de nada y todo conseguido a muy bajo precio, ordenándole viajar al pacífico para aumentar la fuerza naval allí desplegada, para su tranquilidad mando le acompañara en conserva el transporte Marqués de la Victoria.

El viaje sólo en sí era todo un reto, pues se debía de llegar a los mares del Sur, en las aguas de las repúblicas de Chile y Perú, hacía muy poco tiempo que un buque de parecidas características, el Captain británico, por falta de estabilidad por la distribución de los blindajes se había ido al fondo. Esta orden causó la sorpresa en todos los países europeos, pues de nuevo España se erigía en la descubridora aplicando las nuevas técnicas, restando miedos para un nuevo tipo de buque del que en otras Armadas se desconfiaba; además debía cruzar por el estrecho de Magallanes, para no arriesgar más doblando el cabo de Hornos, pero dado el tamaño no restaba por lo intricado del canal y sus muchos riesgos resultando altamente peligroso.

De nuevo la política hizo una más de las suyas y el 21 de junio de 1865, dejaba definitivamente el Ministerio, regresando a su casa de Sevilla. Y justo el día anterior, (aunque él no lo supo hasta pasado un tiempo) como consecuencia del suicidio del almirante Pareja, fuera nombrado Comandante en jefe de la escuadra del Pacífico, el capitán de navío de 1ª clase a quien él había nombrado al mando de la fragata acorazada, pero ascendido al grado de brigadier por haber llegado sin problemas al mar del Sur.

Por desgracia no pudo disfrutar mucho tiempo de su tranquilidad; desde hacía muchos años venía padeciendo de gota y a principios de 1866 le sobrevino un fuerte ataque, poniéndolo al borde de la muerte, pero con la ayuda de los cirujanos y sobre todo su fortaleza física, le mantuvieron en vida un tiempo.

Durante su convalecencia recibió una enorme cantidad de visitas, entre ellos S. A. R. el duque de Montpensier, quien como amigo y vecino se pasaba frecuentemente por su casa. S. M. la Reina en cuanto se enteró del estado del insigne defensor de su persona y de España, telegrafió preguntando por su estado de salud, ordenando se le comunicará diariamente cómo evolucionaba, a parte pero muy importante, la población de la ciudad se acercaba para saber de él, por la mucha cantidad de personas que acudían todos los días sólo se dejaba pasar a uno a saludarlo, por ello casi se convierte la cola de espera en una jungla de peleas por ver al General.

Los cirujanos seguían probando remedios, pero no había mejoría notable y la enfermedad iba consiguiendo su objetivo, consciente de llegarle el final pidió le administraran los Santos Sacramentos, como para ello se habían reunido toda su familia, compañeros de la Armada, alcalde de la ciudad, altos mandos del Ejército y algún Diputado ó Senador, dejó muy claro no quería se le tributaran los honores correspondientes, que todo se realizase sin alardes de grandeza y a cambio, el importe no gastado ocasionado a la Hacienda fueran repartidos entre los pobres de su querida ciudad y solo pedía que unos pocos de sus compañeros le acompañaran a su última morada, para demostrar tan solo que eran los restos de un Marino.

Pocos días después le sobrevino el óbito, no se sabe con certeza el día, pues hay diferencias nimias, por no saberse la hora exacta, según unas fuentes la dan en la noche del 1, pero esa noche bien pudo ser a las dos de la madrugada y por lo tanto el 2 de julio de 1866.

Murió a una edad temprana, pues contaba con sesenta y dos años y dos meses, menos un día de edad, de los que cuarenta y seis, y algo más de dos meses, de excelentes servicios a España.

Hay que añadir que vino al mundo en 1803 [3], sentó plaza de guardiamarina en 1820, ascendió a alférez de navío en 1828, dejando la Compañía, lo que no es muy normal por estar ocho años en ella y sin grado, pero a partir de aquí y para no alargarnos, en 1838 (con diez de oficial) asciende a capitán de navío contando con treinta y cuatro años de edad, pero no se para, pues dos años más tarde, en 1840 se le asciende a brigadier y a jefe de escuadra con treinta y seis de edad y doce de servicio, pasando en 1844 a ser teniente general, con cuarenta años y dieciséis de servicio, alcanzando la máxima dignidad de la Real Armada, pero con antigüedad de 1856, con cincuenta y dos de edad, y treinta y ocho de servicios.

No estamos seguros, pero pensamos que nadie fuera tan rápido en sus ascensos a lo largo del siglo XVIII y XIX, y alcanzará la dignidad de Capitán General de la Real Armada, con tan grandes méritos sobre sus cuadernas. Confirmar que sólo don Federico Gravina fue más rápido, alcanzando el grado de Capitán General cuando contaba con cuarenta y nueve años de edad.

Entre otras condecoraciones ostentaba: Cruz de la Marina de Diadema Real; Cruz Laureada de 2ª clase; Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica; Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III; Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo; Gentil-Hombre de Cámara con ejercicio; Maestrante de la Real de Ronda y Cruz del Tercer Sitio de Bilbao.

La crónica de un diario de Sevilla, dice:

Comillas izq 1.png «Ayer fué conducido á la última morada el cadáver del Excelentísimo Sr. Capitán General de Marina D. Francisco Armero, para cuyo efecto vinieron á Sevilla los Generales Pery, Izquierdo, el segundo Jefe, oficialidad y fuerzas de marina del Departamento de San Fernando, y parte de la dotación del navío Reina Isabel II. El funeral se celebró á las nueve de la mañana en la iglesia parroquial de San Andrés, y terminado, se puso en marcha la comitiva: las calles de la carrera, desde la plaza de la citada parroquia hasta la puerta Real, estaban ocupadas por las tropas de la guarnición.

Rompía la marcha del cortejo fúnebre una sección de artillería rodada: detrás el Mayor de plaza; seguían secciones de los diferentes cuerpos de la guarnición, destinadas para hacer los honores de ordenanza; después los niños y pobres del Asilo, el clero, el cuerpo, que era conducido por soldados de marina y marineros alternativamente; sobre el féretro se distinguían las insignias del alto cargo que desempeñó el finado. Al cuerpo acompañaban, como escolta de honor, las fuerzas procedentes de San Fernando y una sección de infantería, con bandera enlutada y armas á la funerala, y después el duelo, á cuya cabeza iban el Excmo. Sr. Capitán General del distrito de Andalucía, el segundo Jefe del Departamento marítimo y otros. Cerraba la comitiva un regimiento de caballería y numerosos coches, siendo los primeros el del finado y uno de la casa Real.

Los señores Generales segundo Cabo, Teniente General Halcon, General Pery, y el Brigadier Comandante del tercio señor Osorio, llevaban las cintas del féretro, que correspondían por sus colores á las órdenes de San Hermenegildo, San Fernando, Carlos III é Isabel la Católica, con que estuvo condecorado el General Armero. El paño mortuorio lo conducían detrás dos oficiales de Estado Mayor de marina, uno del cuerpo administrativo y tres alféreces de navío, si no estamos equivocados, en representación de los distintos cuerpos de la Armada.

El cadáver fue conducido al cementerio de San Fernando, en donde se hicieron las últimas salvas y demás honores de ordenanza.

Esperamos que no sea esta la última morada del General Armero. La Armada, que por tantos títulos le debe reconocimiento, señalará, á no dudar, á sus cenizas lugar sagrado de reposo en el Panteón de Marinos Ilustres, para ejemplo y memoria de los jóvenes que en el edifico contiguo, por él fundado, reciben, con las gloriosas tradiciones del cuerpo, educación propia para continuarlas. No, no será nuestra humilde voz la única que reclame este último galardón que la posteridad juzgará merecido» Comillas der 1.png


Mausoleo de Francisco Armero y Fernández de Peñaranda.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.

Efectivamente por Real orden del 9 de agosto de seguido debían ser trasladados al Panteón de Marinos Ilustres, dándole lugar en la quinta capilla del Este, pero el traslado no se pudo efectuar hasta transcurrido el tiempo que marcaba la Ley.

En 1872 construido el magnífico mausoleo a costa de la familia, se instaló en el lugar predestinado y en el mes de noviembre seguido, cumpliendo la voluntad del general, se hizo el traslado sin ninguna pompa ni boato, con la asistencia sólo de la familia.

En el pie del mausoleo en su cara principal, hay una inscripción que dice:

Don Francisco Armero y Fernández de Peñaranda

Primer Marques del Nervión. Capitán General de la Armada.

Grande de España de primera clase. Senador del Reyno.

Nació el 3 de mayo de 1803 en fuentes de Andalucía

A su voluntad enérgica se debió en gran parte

el restablecimiento de la Marina de Guerra y nombradía

que ha recobrado entre propios y extraños.

Falleció el día 2 de julio de 1866 en Sevilla.

Su viuda e hijos al dedicarle este monumento

piden fervorosamente para el alma del ilustre marino

el reposo de los justos en el seno de Dios.

Según sus biógrafos, dicen, que por su labor al frente del Estado fue tan singular, prolongada y provechosa que es por lo tanto comparable a las de los insignes Patiño, Marqués de la Ensenada y Francisco Armero, cada uno en su época y momento, como es lógico.

Notas

  1. En todas las biografías se da como año de nacimiento el de 1804, pero en su mausoleo figura la de 1803. La misma que consta en su Asiento del Expediente de Guardiamarina. Ello nos lleva a pensar que el error está en las biografías, no se nos ocurre pensar que su viuda e hijos se equivocaran de año o fuera el escultor al gravar la fecha.
  2. Era el grado de Jefe de Escuadra, y al ser preferente, sería el primero en obtenerlo por ser situado en el mismo lugar del escalafón.
  3. En todas las biografías se da como año de nacimiento el de 1804, pero en su mausoleo figura la de 1803. La misma que consta en su Asiento del Expediente de Guardiamarina. Ello nos lleva a pensar que el error está en las biografías, no se nos ocurre pensar que su viuda e hijos se equivocaran de año o fuera el escultor al gravar la fecha.

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