Bazán y Guzmán, Álvaro de4

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Por esta razón Marco Antonio Colonna no quiso continuar la persecución, aparte de que las galeras enemigas navegaba cada una a su mejor saber y entender, por lo que era más peligroso al poderse producir que varias de las enemigas dieran caza a una de la venecianas. Pero don Álvaro que nunca dio nada por perdido, mantuvo la boga y cazando el viento pudo llegar muy fuerte sobre la retaguardia enemiga, siendo la última de ellas la de su jefe Mahamud-Bey, con una hábil le dio alcance y casi sobrepasándola enfilo la suya momento que por tenerla de través primero le lanzó una andanada de artillería, para virar luego a su rumbo arribando, maniobra que le dejó algo retrasado, pero como continuaba ganándole aguas, le cortó todos los remos de una banda, momento que aprovechó la infantería para abordar a la enemiga, pasando el propio don Álvaro, quien se fue a buscar al jefe enemigo, trás un breve combate lo mató y se adueñó de la galera con su estandarte, metió al remo a Mustafá, jefe militar de los jenízaros y libertó a doscientos veinte cristianos. Siendo Mahamud-Bey un nieto del famoso Barbarroja. Y la galera se incorporó a su escuadra con el nombre de La Presa.

Lo atrevido de este ataque del Marqués, es que a su vez dio la orden a sus cuatralbos de no entrar a apoyarle y permanecieran atendiendo los movimientos de los enemigo, ya que solo había al principio una galera de distancia entre la atacada y la que iba a su proa, más todas las demás que iban delante unas más cerca que otras, pero al ver la formación de la galeras cristianas no se atrevieron a acudir en apoyo de su jefe y ya Uluch-Alí estaba por la proa a varias millas de distancia, quedando solos Mahamud-Bey contra don Álvaro y la experiencia de éste quedo manifiesta, a pesar de ser Mahamud-Bey el jefe de los jenízaros.

Pero a su vez el resto de las cristianas fueron formando una línea de frente, con la intención de estar a la vista de lo que sucedía en el combate, pues estaban en el conocimiento de que las galeras del mando del Marqués ya le prestaban suficiente apoyo, así que nadie intervino y en conjunto podrían haber como doscientas galeras que podían entrar en combate, pero la huida de los turcos fue tan franca, que prefirieron perder una y no cien. Mientras las cristianas de espectadoras de la hazaña del valeroso don Álvaro. Y es que no dejaba pasar ocasión.

Todo un año en alistar la gran cantidad de galeras y permanecer en la mar desde la primavera al otoño y todo lo que se había ganado era una galera enemiga gracias a don Álvaro. Don Juan dio la orden de reagruparse y seguir a rumbo, pero el mal tiempo comenzó a hacer de las suyas, lo que llevó a don Juan a dar la orden de variar rumbo a Gumeniza, donde arribaron el 23 de octubre se encontró con don Juan Andrea Doria y el duque de Sesa, con trece galeras que venían para unirse a la escuadra, al amainar el temporal dio la orden de zarpar con rumbo a Messina, navegando al completo la escuadra.

Al cruzar cerca de Nápoles don Álvaro se reintegró a su base, donde volvió a dar de baja a la gente que no necesitaba para pasar la invernada y recibiendo una carta de don Felipe II, que le pedía construyera otras quince galeras para la campaña del año venidero.

Al arribar don Juan a Messina, se encontró con una carta de su hermanastro el Rey, en la que le decía:

«Illmo. Don Juan de Austria, muy caro y amado hermano nuestro. Capitán General de la Mar. Porque teniendo respecto a Don Alvaro de Baçan, Marqués de Santa Cruz, nuestro Capitán General de la Galeras de Nápoles, nos ha servido, especialmente el día que nuestro Señor fue servido de darnos victoria contra la Armada Turquesa y lo bien que en la dicha batalla se señaló, así con las Galera Capitana que llevaba como con las demás de su cargo, y siendo el dicho Don Alvaro Caballero de la Orden de Santiago, he tenido por bien atento a lo susodicho de hazelle merced de la encomienda de Alhambra y de la de Solana, dexando la que tiene de Villamayor al qual lo dyreis para que lo tenga entendido y la voluntad con que lo he hecho que es la mesma con que mandaré favorecer lo demás que le tocare y Guarde Nuestro Señor vuestra Ilustrísima persona. Madrid a 5 de junio de 1572.— Yo el Rey.— Martín de Gaztelu»

La carta por su fecha, sabemos que llegó cuando la escuadra ya había zarpado, como no era urgente no se le hizo llegar, pero ahora Don Juan ante el agradecimiento del Rey hacía don Álvaro, sí que se la envío en cuanto la leyó, recibiendo el Marqués una gran alegría, que casi había truncado la carta que abrió al llegar a Nápoles, pidiéndole la construcción de más galeras, pero ahora comprendía el porqué de esa petición, ya que las dos nuevas encomiendas sí que le daban suficiente dinero para correr con los gastos de la construcción de ellas.

A su vez don Álvaro que no era precisamente muy docto en las letras pero si sabía utilizarlas, escribió dándole las gracias a don Felipe II, al mismo tiempo que le contaba el apresamiento de la galera. El Rey muy complacido le responde con fecha del día 30 de noviembre del mismo año de 1572:

«Marqués Pariente, nuestro Capitán General de las Galeras de Nápoles: Vuestra carta de 20 pasado recibí, y aunque el Ilustrísimo Don Juan, mi hermano, me ha escrito lo bien que lo hicisteis en la toma de aquella galera, he holgado mucho de entenderlo por vuestra carta, y así os doy muchas gracias por el valor y ánimo con que en aquello os mostrásteis y os mostráis en todo lo demás que os ofrece del servicio de Dios y mío. En lo demás que me escribís de la infantería que ibades a echar en cabo Otranto, no hay que decir sino que habrá sido muy bien que así se haya hecho, y el Cardenal de Granvela me la escrito como había proveído de dinero para pagarles y de comisarios para que los condujesen a sus alojamientos. Por otrase os escribe lo que veréis sobre el armar diez ú once galeras en el Reino de Nápoles, yo os encargo mucho que uséis en ello de vuestra buena diligencia y de la que soléis en todo lo que toca a mi servicio.»

Como siempre suele ocurrir los enemigos siempre están más dentro que fuera, por ello el Dux atendía la correspondencia de don Felipe, pero mientras como su comercio estaba cortado por la guerra, llegó a un acuerdo con el Sultán de la Sublime Puerta, llegando a figurar en el documento firmado por ambas partes, que Venecia no era un aliado de la victoria de Lepanto, sino todo lo contrario, pues habían sido vencidos y sufrido muchas pérdidas. Esto fue conocido de primera mano por don Juan de Austria por haberse trasladado a Venecia para comprobar las nuevas construcciones, que se habían acordado entre el Rey de España y la República, pasando a informar del acuerdo a don Felipe II, quien ya en conocimiento de esta actitud dio la orden de apartar a Venecia de la coalición cristiana, por alta traición.

Esto trajo consigo la pérdida de buques en la coalición, ya que don Felipe calculaba poder contar con un mínimo de trescientas para volver a por los turcos, pues a buen seguro que en la invernada anterior se había construido más galeras, pero la realidad era que ahora juntas las de España, el Papa, Génova y Malta, no se llegaba a las ciento cincuenta lo que no permitía ir contra ellos a sus propias aguas, que esa era la intención, dejando al buen hacer de don Juan que se realizara lo que se decidiera en Consejo de Guerra de Generales, pero no había que dejar pasar la ocasión de la reunión de los demás países y había que aprovecharla.

Como siempre que se unían en Consejo cada uno se quería aprovechar de los demás, por ello Marco Antonio Colonna, general de las galeras del Papa, estaba decidido a ir a por los enemigos a sus aguas. Lo mismo pensaban los Caballeros de San Juan de Malta (estos con más lógica) ya que su isla no dejaba de estar en la vanguardia de la Cristiandad en el Mediterráneo y la primera que sufría siempre los primeros ataques. Pero don Andrea Doria general de las de Génova y don Álvaro, pensaban que lo mejor era asegurar el Mediterráneo occidental, así de paso se dejaba a Venecia a sus propias fuerzas y a ver cuánto tiempo aguantaba, ya que bajo ningún punto de vista recibiría apoyo de ningunos de los países presentes, proponiendo don Álvaro atacar Argel, para una vez tomado dejar asegurada la costa con ésta, más Orán y Mazalquivir, mientras que Doria apoyaba el ataque a Túnez.

Don Juan de Austria sin fijarse en demasía en los beneficios para España de la propuesta de don Álvaro, se inclinó por la de Doria y con esta decisión escribió a don Felipe II. Éste le contestó después de un tiempo, que era necesario pensar con cautela la propuesta y por toda respuesta de momento le dijo: «…que debían de ser tomadas Túnez y Bizerta pero se debía de posponerse la expedición hasta el mes de septiembre de 1573, porque ‹…sin un solo real y con muchos centenares de millones de ducados de deuda› necesitaba tiempo para conseguir nuevos empréstitos»

Así decidido se fueron preparando los aprestos, pero sin prisa y conforme el dinero iba llegando, ya a principios del mes citado y previsto por el Rey, las cosas estaban casi preparadas, pero faltaba que todos acudieran al puerto de reunión, habiendo sido designado el de Palermo, al estar todos reunidos la expedición se componía de: ciento cuatro galeras, cuarenta y cuatro navíos grandes, veinticinco fragatas, veintidós falúas y doce buque especiales para la carga. El ejército lo componían veinte mil hombres de los Tercios de Mar y Tierra, setecientos cuarenta gastadores, cuatrocientos caballos ligeros, artillería de sitio, cantidad suficiente de munición y víveres; ya todo embarcado y listo se hicieron a la mar el 24 de septiembre.

Arribaron a la Goleta (Halk-el-Uad) el 7 de octubre por la noche, comenzando el desembarco el 8 al amanecer estando todas las tropas, artillería y pertrechos ya en tierra al día siguiente, uno de los primero en hacerlo fue don Álvaro, pues como segundo de la escuadra, don Juan le confió estar al frente de todo y así lo hizo, desembarcando los primeros soldados del Tercio elegido por el Marqués, que eran dos mil quinientos hombres todos veteranos en combates y junto a él todos los capitanes que también había seleccionado, (como hecho casi anecdótico, entre los soldados se encontraba don Miguel de Cervantes Saavedra), el desembarco se hizo justo donde aún se conservaban las ruinas de la ciudad de Cartago, cuando todos sus hombres estaban ya en tierra se puso en marcha, presentándose ante los muros de la fortaleza de Túnez.

Fue tan rápido todo, que los habitantes no se apercibieron de nada y cuando lo hicieron ya estaba hasta la artillería de sitio en posición, pero optaron por no hacer frente a semejante fuerza, decidiendo por ir abriendo las puertas y darles paso franco, don Álvaro siempre perspicaz se puso al frente, pero dividió sus fuerzas para que entraran al mismo tiempo por todas ellas, así si había combate en el interior al menos estarían todos los españoles dentro y por todas partes, pero nada ocurrió y fue tomada sin disparar un solo arcabuz. Pudieron admirar que aún había muchas construcciones en pie de las realizadas por los españoles en la anterior toma en el año de 1535. Afianzada la conquista don Álvaro envío emisario a don Juan con la buena nueva, quien entró en la ciudad el día 11 siguiente.

Según un cronista nos dice de esta ocasión: «…que el silencio, el orden en la formación, la colocación de la tropa y el intrépido despejo con que se hizo el reconocimiento, sorprendió al enemigo, que apoderado del miedo, se figuró un repentino asalto, y sin considerar las ventajas de su posición, abandonó la plaza y buscó en la fuga su seguridad» Estos nos indica, que a pesar de la medidas de don Álvaro, los habitantes abrieron la puerta principal primero, pero ya por el resto estaban en franca huida, por eso al entrar no había nadie y no hizo falta gastar pólvora.

Al entrar don Juan, en vez de ordenar destruir toda la fortaleza como era costumbre, hizo todo lo contrario, ya que en muy poco tiempo se levantaron nuevos alojamientos para ocho mil hombres, que eran los destinados de guarnición de la ciudad. Estando en esto, llegó el alcaide acompañado de otros gobernantes de Bizerta, para firmar la paz y prestar obediencia al Rey don Felipe II, por lo que tampoco hubo razón de utilizar la fuerza contra ellos. Enterado el Rey, envío emisarios a Muley Hamet, para que acudiera a retomar el mando de la ciudad de Túnez, ya que había demostrado ser un buen vasallo de don Felipe II.

La escuadra seguía fondeada en la Goleta, pero allí si se levantaban los vientos del primer cuadrante podría arruinarla, por lo que don Juan dio la orden de regresar a todas las galeras aliadas, quedándose solo las españolas. Don Álvaro al comprobar que toda la fortaleza estaba en orden de defensa, decidió también salvar sus galeras y zarpar acompañando a don Juan, pues éste tuvo que esperar la llegada de Muley Hamet, para hacerle entrega del mando de la ciudad, siendo entonces cuando don Juan salir de ella.

Abandonaron la ciudad los dos juntos con varios de sus hombres, embarcaron zarpando inmediatamente con rumbo a Sicilia, pero los vientos se levantaron y zarandearon a las frágiles galeras de tal forma que les obligaba a buscar un refugio y rápido, por lo que el Marqués decidió hacer una arribada forzosa a Trápana, en espera de poder hacerse a la mar lo que realizó a pesar de no haber amainado del todo el temporal, consiguiendo con mucho trabajo arribar a Palermo. Don Juan, que había salido su escuadra un poco después, pudo arribar al puerto de Farina, donde se esperó a que amainara el fuerte temporal. El Marqués arribó a su base de destino, Nápoles el 2 de noviembre, poniendo a toda su gente a recuperar las naves, que se encontraban en muy mal estado por el temporal sufrido.

A la amanecida de 1574, nada se podía hacer pues las arcas de España ya no soportaban más llevar todo el peso, razón por la que no se formó expedición. Pero avanzado el año se recibieron noticias, de que los turcos habían pasado el estrecho de Sicilia con una gran flota, amenazando con tomar La Goleta, Túnez y Bizerta.

Aquí se ve y palpa el sentimiento de don Álvaro por su patria. Mando a su mujer que vendiera todas las joyas y sacara todo el dinero que tenía disponible, reuniendo en total en torno a los ochenta y cinco mil ducados, con los cuales ya en su poder pagó a las dotaciones y Tercios y haciéndose a la mar con rumbo a Messina, donde se reunieron de nuevo don Juan con sus galeras, Andrea Doria con las de Génova y don Álvaro con las de Nápoles.

De nuevo comenzaron los Consejos de Guerra de Generales y a pesar de ser tan solo tres cada uno tenía unas preferencias, provocando que se fueran dilatando las conversaciones en el tiempo tan estérilmente, tanto, que aún estando en ellas llegó la noticia de la caída en poder de los turcos de las tres posiciones. Dinero perdido cuando se tomaron las fortalezas y miles de vidas se habían perdido esperando la llegada del debido socorro, que ya nunca llegaría. Y don Álvaro casi sin un real.

(Éste es el gran agradecimiento de algunos Reyes a sus más fieles vasallos. ¿Qué sería de los que no se portaban así?

Así que para no perderlo todo se retiró a Nápoles, donde de las cuarenta galeras puestas en armas, se quedó con la mitad y con ellas cruzó las aguas de su responsabilidad sin hacer más caso a nadie. De hecho en la invernada de 1574 a 1575, recibió la orden de hacerse llegar a la Corte viajando con don Juan de Austria, que había sido también llamado. Después de la audiencia con el Monarca, de nuevo los dos, don Juan y don Álvaro regresaron a Messina y Nápoles donde el Marqués continuó al mando de las galeras de Nápoles.

Ambos solos se unieron en la primavera del mismo año de 1575, zarpando con rumbo a Bizerta, donde don Álvaro desembarcó al frente de dos mil infantes y dio un golpe de mano, tal fue la sorpresa de los enemigos que no les dio tiempo a reaccionar, pero regresó a sus galeras con un rico botín en monedas de oro y plata, así como algunas joyas. Todo para demostrarle a los turcos que no estaban tan seguros como pensaban.

1576 lo pasó don Álvaro al mando de sus galeras, vigilando sus costas y acudiendo donde hacía más falta, por ello realizó un ataque a la isla de los Querquenes capturando a mil doscientos enemigos en breve combate, posteriormente acudió en socorro del Peñón de Gibraltar, por haber desembarcado unos moros he intentado capturarlo, por ello muy enfadado por tal atrevimiento (no hay que olvidar que era su Gobernador), los arrojó al mar sin contemplaciones, zarpando inmediatamente con rumbo a Ceuta, donde de nuevo volvió a desembarcar y dar una buena lección a los moros (estaba molesto); estando en esto recibió noticia de que en Melilla habían bandas sueltas que estaban interrumpiendo mucho el tráfico marítimo, apretado por la necesidad concluyó rápidamente con el problema en Ceuta, embarcó y puso rumbo a Melilla, aquí no tuvo ni que desembarcar, pues solo al ver su pabellón los moros se perdieron de vista. Esta era la fama del Marqués de Santa Cruz entre la morisca, que algunos no querían ni verlo.

En una de sus arribadas a su base, le fue comunicado que don Juan había sido llamado de nuevo a la Corte y nombrado Gobernador de los Países Bajos. Al mismo tiempo unos meses después recibió la noticia de haber sido nombrado con el más alto cargo de la Armada en aquella época, ya que le llegó la Real Cédula por la que era nombrado Capitán General de las Galeras de España a finales del mismo año, pero por la razón de estar ocupado con los enemigos de España y de la Cristiandad, y no haberse nombrado sustituto, no pudo hacer su entrada como a tal hasta mayo de 1578, arribando con diez galeras a su mando al puerto de la ciudad Condal.

Al arribar y desembarcar, recibió la noticia de presentarse en la Corte, todo estaba provocado por el retraso sufrido en la toma del mando de las galeras de España y don Felipe II, quería saber de primera mano las razones, pero no debió de ser muy duro el Monarca o las razones del Marqués fueron de mucho peso, ya que solo le ordenó regresar a la base de la galeras en la Península, siendo desde el principio el puerto de Cartagena, donde al llegar y ver su estado comenzó a dar órdenes; que el puerto estuviera más limpio, verificó la construcción del muelle, contramuelle y nuevos aljibes en el peñón de Gibraltar y como no, la puesta en seco de las galeras para darles un buen repaso a sus obras vivas, siendo calafateadas y embreadas para soportar mejor el calor del verano y estar listas para entrar en combate.

Desde este puerto zarpaba la escuadra llegando incluso en sus derrotas hasta el cabo de San Vicente, para dar resguardo a una Flota de Indias por estar avisado de la presencia de corsarios franceses. Demostrando en parte, que las frágiles galeras también podían llegar a aguas del océano y si era necesario combatir en ellas con los buques redondos lo haría.

A primeros de año don Felipe II recibió la noticia de que don Sebastián Rey de Portugal, iba a realizar una expedición al norte de África, de lo cual el Rey intentó convencerlo para que no la llevara a término, pero don Sebastián no le hizo caso, así que formó una gran escuadra y en ella transportó a diecisiete mil hombres, muchos de ellos caballeros de su reino y con ganas de ganar laureles. No obstante la obstinación del Rey portugués, don Felipe II ordenó que se embarcaran en sus naves dos mil soldados bien armados de los Tercios españoles. Pero llevaba en cambio muy poca artillería, pues solo se embarcaron doce piezas de sitio.

La escuadra zarpó de Lisboa a primeros de junio, arribaron a Arcila y desembarcó el ejército, para dirigirse a poner sitio a Larache, pero hubo dudas entre los mandos de volver a embarcar y hacerlo frente a la misma plaza o como ya estaban pie a tierra, proseguir por ella hasta el lugar (en tomar las decisiones se perdieron quince días vitales) porque fue el tiempo que necesitó el Sultán Abd-el-Melik para reunir sus fuerzas. Decidieron hacerlo por tierra y se pusieron en camino, pero mientras frente a Ksar-el-Kebir (Alcazarquivir) posicionó a su ejército el Sultán de Fez, compuesto por cuarenta mil jinetes y treinta mil infantes.

Cuando a los pocos días apareció el ejército cristiano frente a Ksar-el-Kebir, donde el 4 de agosto de 1578 se enfrentaron los dos ejércitos, la lucha fue muy dura y sangrienta, pues pocos eran los cristianos pero muy valerosos, no le iban a la zaga los moros que con su potente caballería consiguieron la victoria. Pereciendo el mismo don Sebastián con sus veintidós años de edad, pero lo grotesco es que nadie encontró su cuerpo (lo que se tradujo en una leyenda más) Al tener conocimiento don Felipe de lo sucedido, envió correo a don Álvaro, para que cargara con cuarenta mil ducados en sus galeras, para el rescate de los pocos que habían quedado vivos. A su vez, le ordenaba reforzara las plazas portuguesas en la costa norteafricana, especialmente la fortaleza de Ceuta y que se informase bien, de la posibilidad de tomar la fortaleza de Alarache aunque fuera de noche.

Al morir el Rey de Portugal ocupó el trono el anciano Cardenal don Enrique y por la sospecha de que fuera quien nombrara al Prior de Crato don Antonio como su sucesor, por estar éste muy apoyado por el Rey de Francia, esta fue la razón que decidió a don Felipe a actuar, no estando dispuesto a que se le colara por la puerta trasera un enemigo más y en su propia península, así que comenzó a disponer la toma del vecino Reino, para ello envió carta a don Álvaro para consultarle los medios necesarios para llevar la jornada a buen término. Una vez cumplidas todas sus misiones el Marqués se puso en camino a la Corte para hablar con el Monarca.

De las conversaciones se llegó al acuerdo de llamar a las galeras de los reinos de la península itálica, que eran en total veinticinco uniéndose a las sesenta y una que había en las costas de España. Al mismo tiempo se formó una escuadra con treinta galeones, fijando su base en Coruña para que realizara cruceros y vigilara para evitar que pudieran llegar refuerzo o cualquier ayuda a los puertos de las ciudades de Oporto o Lisboa. Y que don Álvaro viajara con sus galeras hasta la ciudad de Lisboa, para prestar su apoyo a don Enrique vigilando con astucia que no se firmara el documento de nombramiento de don Antonio.

El Marqués así lo hizo y costeando se adentró en el océano arribando a la capital de Portugal, allí comenzó su trabajo de ir pagando informaciones para estar al día de lo que ocurría en la Corte portuguesa. Como medida de diversión de su verdadera razón de estar allí zarpaba de vez en cuando con rumbo al cabo de San Vicente, desde donde daba protección a las Flotas provenientes de Tierra Firme. Estando en esto le llegó aviso de que el gobernador musulmán de Argel, estaba formando una expedición con cincuenta bajeles, transportando numerosas tropas turcas con la intención de desembarcar y tomar la fortaleza de Tetuán, por lo que intentó acudir a su protección pero ya lo adelantada de la estación otoñal de 1579 le impidió arriesgarse razón por la que no hubo movimiento.

Era tanta la confianza de don Felipe II con el Marqués, que al fallecer el Cardenal don Enrique el 31 de enero de 1580, recibió al poco tiempo una carta de S. M., en la que le indicaba regresara a la bahía de Cádiz con su escuadra, como así lo hizo, al arribar se encontró con otra carta del Rey por la que debía de hacerse llegar a la Corte para concertar la forma de tomar el país vecino. Una vez acordado con el Rey, éste le indicó se pusiera en contacto con el Capitán General del ejército, quien no era otro que el Duque de Alba, III de su título, don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, conversaciones que se realizaron en la población de Llerena, donde los dos concertaron con gran fijeza y puntualidad los objetivos a conquistar. Terminadas las conversaciones el Marqués se puso en camino a la bahía de Cádiz.

Don Álvaro zarpaba de la bahía de Cádiz el 8 de julio con cincuenta y seis galeras, y cuarenta y ocho barcones, chalupas y carabelas transportando en éstas todas la vituallas con rumbo a Setúbal, pero estando en rumbo pensó que mejor era asegurar la retaguardia, por lo que tenía que ganar primero todo el Algarve, desembarcó en Faro, que sin pelea se puso del lado del Rey de España, pasando a Lagos, donde ocurrió lo mismo, le siguió Portiman y al final Sagres, con esto conquistó todo el Algarve sin disparar un solo tiro, asegurando cada ciudad con una parte de sus tropas de guarnición en las distintas fortalezas.

Asegurado el regreso, continuó su rumbo a Setúbal, al arribar las tropas del ejército ya estaba sitiando la fortaleza y además tenían dos galeones de resguardo los San Mateo y San Antonio, al ver lo que les costaba a las tropas su conquista, enfiló sus galeras y abrió fuego sin cesar, esto desgastó la defensa de los portugueses, que se rindieron uniendo a su escuadra los dos galeones apresados, por lo que ya solo le quedaba Lisboa, zarpando el día 28 de julio. Pero como se había concertado entre ambos Generales, en las proximidades de la capital se embarcó a parte del ejército del Duque, zarpando ya definitivamente a la toma de la capital, arribando a las cercanías de Cascaes donde se desembarcó parte de las tropas, haciéndose a la mar de nuevo con rumbo directo a la desembocadura del río Tajo, o Mar de la Paja arribando el 25 de agosto.

Dando la orden de enfilar las galeras y bombardear la ciudad, por lo que la población se asustó comenzando salir de ella como podía, lo que estorbaba a los militares que casi no podían devolver el fuego, al mismo tiempo otras galeras bombardeaban las fortalezas que guardan la entrada, de forma que se desentendieron de las que bombardeaban la ciudad y le dieron la espalda a las tropas del ejército, momento que el Duque no desperdició y los ganó casi sin pérdidas, terminando de penetrar el resto de la escuadra, consiguiendo hacer sobre unas sesenta presas de buques, pues solo de urcas fueron treinta y dos, más otras como carabelas y galeones.

Fondearon las naves en el puerto y al ver que las tropas de don Sancho de Leiva estaban entrando a saco en la ciudad, desembarcó a las suyas para frenarlas, porque en su opinión: «…a que fin crear odios y enemigos con desafueros soldadescos cuando el reino se iba a anexionar al de España» Con esta acción se ve el buen criterio de don Álvaro, ya que era injusto criar enemigos en ese caso, en cambio no había cuartel cuando el enfrentamiento era con otros, que a su vez ya habían demostrado su forma de tratar a los españoles. A cada cual le aplicaba su mismo rasero.

Se tuvieron noticias de estar en navegación con rumbo a las islas Azores una escuadra de galeones que Portugal tenía acantonada en Brasil. Cuando don Álvaro supo de ello en el momento que tomó las ciudades del Algarve, destacó diez galeras al mando de su hermano don Alonso, para que protegiera la posible llegada de estas naves en ayuda de la capital.

Estando precisamente en la conquista de la ciudad de Lisboa tanto don Álvaro como el Duque de Alba, don Alonso divisó a los galeones con el pabellón portugués, como su desventaja en poder artillero era mucha, optó por maniobrar, primero de vuelta encontrada para poder descargar su artillería y posteriormente de enfilada por la popa por la misma razón, les hizo mucho daño y está forma de combatir les obligó a forzar de vela poniéndolos en franca huida, ya que era muy difícil poderlos apresar por ser buques de alto bordo, los navíos pusieron un rumbo alejado de la costa española para arribar al Sur de Francia, siendo ésta la última acción de esta conquista.

Se cuenta que don Antonio Prior de Crato, al ser tomada Lisboa se puso en camino al Norte, donde volvió a presentar combate a la altura de Oporto, pero fue más testimonial que efectivo, pues viéndose perdido fue protegido por una campesina que lo metió en su granero, cuando las tropas españolas pasaron de largo en persecución del ejército en desbandada, pudo ser embarcado en un pequeño buque y con él arribar a Calais. Lo peor es que la campesina fue denunciada y las tropas españolas la pasaron por las armas, acusada de traición.

Esta conquista, es muy posible que sea a pesar de los problemas de comunicación de la época, la primera vez en la historia que un ejército desconectado de la Armada, actuando al unísono y apoyado por ésta estuvo tan perfectamente coordinado, evitando se alargara el conflicto, con el resultado provechoso que resulta del considerable ahorro de vidas y dinero, pues estos van unidos al tiempo que dure una guerra, en este caso los dos generales al mando fueron invencibles por su efectividad y velocidad en acabar con ella. Dejando demostrado que para los españoles de ese siglo, no había contrariedades que no fueran las propias del dios Eolo, todas las demás se salvaban con buenos mandos. Como no cabe duda que eran los dos, don Álvaro de Bazán y Guzmán en la mar y don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel en tierra. [1]

Una anécdota de don Álvaro, sucedió al estar reparando su galera en el puerto de Lisboa, ya que la ornamentación que llevaba la suya era muy distinguida en tallas y oro, lo que suponía un gran gasto dejarla como estaba antes de los combates, siendo visto esto por los oficiales reales, le dijeron: «…solo tenemos autorización para satisfacer nada más que los gastos indispensables» Don Álvaro les contestó: «Indispensables son los que yo he encargado; indispensables para el decoro del Rey y mio.» Ya que los pagaba de su peculio.

Pero se había quedado un territorio sin conquistar y donde al parecer el pretendiente al reino de Portugal, don Antonio Prior de Crato buscó refugio, que eran las actuales islas Azores, entonces más conocidas por las Terceras. A su vez a principios de 1581, llegaron a Lisboa unos emisarios de la isla de San Miguel, otorgando su acatamiento a don Felipe II y poniendo en su conocimiento la situación de la isla, esto provocó que fuera nombrado don Pedro de Valdés Capitán General de la Armada de las Azores, por Real cédula del Rey fechada en Roniges el 1 de marzo de 1581, para ponerse al frente de la Armada de Galicia compuesta de ocho buques e intentar conquistarlas, pero lo más importante en principio era que, llegaría en poco tiempo a ellas una Flota de Indias con caudales y debía de ser protegida de los corsarios franceses e ingleses, quienes aprovechando la situación aparte de ayudar al Prior de Crato intentaban hacerse con el botín de la Flota, de ahí las prisas en que fuera armada y zarpara con rumbo a ellas.

S. M. le envía una nueva carta fechada en Brante el 11 de marzo de 1581, por la que le apremia para armar la escuadra: «…que en ella deben de ir seiscientos hombres, que si no los encuentra lo suficientemente preparados se desplace al reyno de Galizia y reúna a los trescientos que quedaron en él de la anterior escuadra, al mismo tiempo que mire en sus puertos y si encuentra algún buque que le sirva que lo enrole, el número se puede aumentar a diez y sobre todo que no se olvide de reunir a la gente mareante de ese reyno, que es muy apropiada para la empresa a realizar» Los tipos de buques, eran en sí unos pequeños galeones de entre trescientas y cuatrocientas toneladas, buques apropiados para la mar tendida del océano y con los que ya España llevaba tiempo comprobando su buen servicio.

Se suceden las cartas reales, llegando a la fechada el 28 de mayo de 1581, en la que el Rey le advierte de varias cosas, una de ellas la más principal es que le ha llegado noticias de sus agentes en Francia e Inglaterra, que ambos se han unido para atacar a las flotas provenientes de las Indias. Como solo la isla Tercera es la que no está bajo su mando, debe de enviar a algún buque ligero para avisar a la flotas y que no se acerquen a la isla. Al mismo tiempo le exhorta a que las intente limpiar de corsarios.

Por carta fechada el 5 de julio de 1581, le notifica haber ordenado organizar una nueva escuadra al mando de don Galcerán Fenollet y como maestre de campo, nada más que a don Lope de Figueroa y su tercio de Mar y Tierra en el puerto de Lisboa, la escuadra está compuesta por dos galeones grandes y otros diez bajeles, que transportan a unos tres mil hombres, llevando al mismo tiempo artillería de batir. Pero al final de la carta es a nuestro parecer lo más importante, ya que el Rey le dice:

Comillas izq 1.png «Encargamos os mucho q. tengáis buena correspondencia, inteligencia y conformidad, así con el dho Don Lope de Figueroa como con el dho. Don Galceán, y les vais avisando y advirtiendo de todo lo q. combiniere a cada uno en lo que le tocare para que tanto mejor se haga en todo nro. servicio y el buen efecto de lo que hemos ordenado y agora ordenamos, que a ellos mandamos la tengan con vos, y os le vayan dando de lo que ellos entendieren y fuere necesario para lo q. vos aveis de hazer. De Lisboa, a V de julio de mil quinientos y ochenta y un años. Yo el Rey. Por mandado de su magd., Juan Delgado» Comillas der 1.png


Arribó a la isla de San Miguel el 31 de junio, donde su Gobernador don Ambrosio de Aguilar, le comunica que los partidarios del Prior de Crato habían recibido auxilios y mantenían a dos o tres naves de las provenientes de Santo Domingo. En su trayecto apresó a una carabela, sus ocupantes le indicaron que en la isla Tercera no tenían ninguna fuerza y que sería fácil, por la cantidad de buques y gente que llevaba que la tomada tras breve combate. Guiado por el afán de servir bien a su Rey, hizo caso omiso a lo dicho por el Gobernador y se decidió a atacar para mayor gloria de S. M.

Desoyendo las órdenes dadas por el Rey, que le indicaban cruzara con rumbo al O. de las islas del Cuervo y Flores, don Pedro de Valdés lo invirtió arribando al puerto de Agra, para intentar averiguar de verdad la fuerza enemiga se envío en un bote a un parlamentario, pero fue rechazado a cañonazos, con la suerte de no recibir ninguno. Esto le debía de haber advertido del riesgo, pero enfadado por la descortesía el día del Patrón de España, 25 de julio, ordenó el desembarco de trescientos cincuenta hombres, dándole el mando en jefe a su hijo el capitán don Diego Valdés y como segundo al también capitán don Luís de Bazán, sobrino del marqués de Santa Cruz, no encontraron resistencia y pudieron subir a una loma donde clavaron tres piezas de artillería. Don Pedro les había indicado que si la conseguían dominar no se movieran de ella.

Pero el hijo viendo lo fácil que estaba resultando continuó por la misma cumbre que les llevó a la villa, pero de aquí salieron sus habitantes corriendo y las tropas persiguiéndoles sin advertir que los llevaban a una encerrona, pues los llevaron a un barranco el cual no tenía salida, intentaron subir por donde lo hacían los vecinos, pero estos sin armas y conocedores del terreno les era fácil hacerlo, a ellos en cambio con todas las armas y armaduras les resultó imposible, a su vez no tardaron mucho en aparecer en las alturas del lugar como unos dos mil hombres a pie y otros que a caballo les cerraban la salida por donde habían entrado, como buenos formaron un cuadro que hacía muy complicado conseguir ventaja a los enemigos, pero hete aquí una nueva forma de combatir.

Ya que un fraile con la ayuda de otros, pero idea suya, reunieron como a quinientos bueyes, que azuzados fueron espantados con dirección al barranco, los bueyes hicieron el trabajo de arroyar el cuadro y a todos sus hombres, quedando gran parte malheridos o muertos, momento que aprovecharon para asesinar a los caídos, consiguiendo salvarse solo unos pocos y de ellos unos treinta muy mal heridos, muriendo en la encerrona los dos capitanes.

Notas

  1. El ejército que acudió a esta conquista, estaba formado por: Capitán General el Duque de Alba, Maestre de Campo, don Sancho Dávila. Infantería española: Parte del Tercio de Nápoles, con mil ochocientos cuarenta y cuatro hombres; parte del Tercio de Lombardía, con mil trescientos treinta; Tercio de don Rodrigo Zapata, con mil quinientos setenta y seis; Tercio de don Martín Argote, con mil quinientos setenta y seis; Tercio de don Luís Enríquez, con dos mil ochocientos cinco; Tercio de don Antonio Moreno, con mil cuatrocientos noventa y siete; Tercio de don Niño de Zúñiga, con mil novecientos cuarenta; Tercio de don Pedro de Ayala, con dos mil y Tercio de don Francisco Valencia, con mil seiscientos sesenta y seis. De infantería de los reinos itálicos: Tercio de don Próspero Colonna, con mil novecientos hombres; Tercio de don Carlos Spinelli, con mil doscientos sesenta y Tercio de don Carlos Carafa, con mil. De infantería del Sacro Imperio: regimiento de don Gerónimo Lodron, con tres mil quinientos hombres. Caballería de línea, doce escuadrones de las Guardias viejas de Castilla, con ochocientas cuarenta y seis plazas. Caballería ligera: siete escuadrones, con cuatrocientas plazas. Y trescientas setenta plazas, de arcabuces a caballo, divididos en seis escuadrones. Artillería: seis piezas de sitio (grueso calibre); cuatro medios cañones; cuatro medias culebrinas; dieciséis falconetes y veintisiete esmeriles. Parque: nueve mil ciento ochenta y seis, carros; cincuenta, del tren de barcas; trescientas acémilas y dos mil quinientos cinco gastadores. Con unos totales de: Infantería, veintitrés mil catorce hombres. Caballería, mil seiscientos dieciséis. Artillería, cincuenta y siete piezas. El Parque ya está con sus totales.

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