Cervera y Topete, Pascual1

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Según el diario de don Pascual, por todas las informaciones recogidas calcula de esta forma la población de la isla de Joló:

Comillas izq 1.png «Nadie sabe ni podría decir la población actual, que tiene Joló con sus islas adyacentes; autor hay que, solo a la primera, es decir a Joló, le asigna 200.000 habitantes; mientras que otros no lo hacen llegar sino a 40.000. Mi opinión es que todos han exagerado y, como estimo mi deber expresarla aquí, diré que calculo a Joló comprendiendo entre los 60 y 100.000 habitantes; sin bajar ni exceder de esta cifra; Balanguingui tendrá de 15 a 20.000, todo lo más; las Sámales, de 8 a 10.000; los grupos de Siassy y Tapul de 10 a 15.000 y el de Tawi-Tawi de 20 a 30.000 » Porque lo cierto, era la cantidad de guerreros que podían poner como máximo en combate: « Joló, catorce mil quinientos; Balanguingui, dos mil quinientos; Tapul, mil quinientos y Tawi-Tawi y Pagutaran, tres mil quinientos» Comillas der 1.png


El 18 de junio embarcó en el cañonero Calamianes, con el que le llevaron a su corbeta. Al arribar otros espías le informaron que existían dos vaporcillos que eran veloces como el rayo, tanto que estando uno de los cañoneros españoles casi abarloándose a ellos, dieron toda la máquina y no les dio tiempo ni a verlos. Así planteado el problema, era impensable intentar capturarlos en la mar, por lo que no había otra que cogerlos desprevenidos en una operación de carga y descarga; como se le indicó que uno de ellos se encontraba en el estero de Baucanán oculto entre la maleza en esos momentos, dio orden de levar a su tripulación y zarpar con rumbo al lugar.

Arribaron y todos los oficiales mirando con los prismáticos y nada se veía, pero don Pascual les indicaba que seguro que estaba pues se fiaba de sus informadores, así que mirasen despacio y con mucha atención y transcurridos unos minutos, uno de los oficiales de dijo: «¡Allí, comandante, allí está el vapor!» Cervera miró atentamente y efectivamente, sólo por la diferencia del color de la pintura de la línea de flotación se le pudo distinguir y no toda se veía, pues incluso le habían quitado los palos y tapado con ramas hasta ocultar casi por completo el buque. No esperó más y dio orden de avanzar al lugar, al verse descubiertos los moros comenzaron a abrir fuego, pero los españoles no querían dañar el buque, así que tiraban con fusilería y por arriba lo antes posible a lo que se suponía la obra muerta del vapor, arribaron y dando un golpe de timón se abarloaron saltando inmediatamente los marinos e infantes, consiguiendo en muy poco tiempo hacerse con el buque. El cual se llamaba Sultana.

Pero don Pascual no descansaba, pues constantemente a bordo de su corbeta estaba cruzando por la isla de Joló recogiendo más y más información, pero esta tensión le volvió a pasar factura, cayendo enfermo y postrado en su cámara, pensando hasta el médico que se les iba, de hecho se conserva en la familia una copia de un carta que dirigió al Gobernador, donde entre otras muchas cosas le dice: «…que, a mi muerte, me nombren un sucesor, que tome con cariño la obra, porque es la única preocupación de mi espíritu» De nuevo su robusta complexión le devolvió la vida y a pesar de los malos augurios de los facultativos salió adelante, pero muy pocos días después de ser notificado don José Malcampo de la recuperación de Cervera, por haber llamado a su despacho al jefe de la división del Sur e informado de la mejoría, se le otorgó el mando interino de ella.

Había zarpado en busca de más información, cuando se levantó un fuerte viento del sudoeste que obligó a buscar refugio a la división en el puerto de Malamavi, al lado del de Zamboanga, estaba entrando la corbeta insignia de la división, cuando don Pascual se apercibe de que el vapor correo de Balabac no estaba en la rada, mandó llamar a los oficiales y les preguntó que sabían, pero nadie le pudo aclarar nada, por lo que les informó que no era normal y que seguro algo había pasado, así que dio la orden de que embarcara la tripulación de otra corbeta y zarparan las dos juntas a ver lo ocurrido, pero el comandante (cuyo nombre no se cita para no dañar susceptibilidades) se negó a salir con aquel viento, dando por excusa que naufragarían las dos antes de arribar al lugar.

Don Pascual no le miro tan siquiera y se dirigió a su buque, lo abordó y dio orden de zarpar, cruzó el mar de Mindanao y arribó a la colonia de Balabac, nada más arribar un grupo de los moros nativos se acercó a la corbeta e informaron que habían sufrido un ataque de piratas, habiendo sido pasados a cuchillo todos los europeos, aparte de saquear todas las propiedades; preguntó si todavía estaban en la isla y le dijeron que sí, no lo dudo, mandó organizar una columna mixta con los marineros y los infantes, la puso al mando de su segundo el señor Parga y que desembarcaran, una vez en tierra no debía dejar con vida a ninguno de los piratas, quedándose Cervera en la corbeta con solo treinta hombres.

Pasada como una hora se vieron venir a tres ‹pancos› pero curiosamente no se veía a nadie, la corbeta que había fondeado, Cervera dio la orden de levar y meter presión a la caldera, así se mantuvo a la máquina hasta que uno de los pancos se acercó a la voz, entonces para evitar errores, don Pascual les gritó «¡Muchachos! ¡A levar y a fuera!», pero como no obtuvo respuesta, cogió personalmente el timón y pidiendo velocidad se fue proa a uno de los pancos, al llegar le dio un giro al timón y les gritó: «Ven a bordo, ven y hablaremos» pero además en su lengua, el arráez le contestó: «Ven tú, español, que yo no tengo bote», Cervera le contestó: «Pues ven a nado o disparo contra el panco» y el volvió a contestar: «No sé nadar»; viendo que aquello no llevaba a ningún sitio, volvió a girar el timón y al mismo tiempo dio la orden de ¡fuego!, con un cañón cargado de metralla.

Entonces fue cuando verdaderamente comenzó la acción, ya que los pancos sufrieron inmediatamente un resurgir de vida, pues su cubierta se cubrió de cuerpos humanos y cogiendo con rabia, y mucha fuerza los remos se pusieron a rumbo de ataque contra la corbeta, en los pancos iban cientos de guerreros que eran de los que habían salido a buscar más presas, don Pascual viraba y viraba de una borda a la otra, siempre evitando ponerse a tiro de los piratas, pareciendo aquello un culebrear intenso y rápido, hasta que en uno de los virajes vio que podía partir el panco grande y efectivamente lo paso por ojo, al ver esto el otro intentó escapar, pero la mayor velocidad de la corbeta le permitió a Cervera pasarlo por ojo también, pero no se había terminado, ya que la ferocidad de los piratas era tanta que a nado intentaban subir por los costados de la corbeta, así que no hubo más remedio que seguir disparando hasta que la mar quedó en total tranquilidad y sin verse cuerpo alguno en la superficie.

Al terminar esta acción, puso la proa al muelle de Balabac para que abordara el buque la columna de desembarco, que a su vez había cumplido su misión a la perfección, siendo despedidos por los nativos con mucha alegría al verse vengados, ya todos a bordo zarpó con rumbo a Zamboanga, al arribar el viento seguía en las mismas condiciones por lo que continuó a Malamavi, allí al verla llegar salieron todos los oficiales a recibirle en olor de multitud, pero Cervera ante el desprecio a su orden no les hizo mucho caso y como ratificación de esto, está el comentario de don Víctor Concas, que era un segundo comandante de uno de los oficiales que se habían negado a zarpar, diciendo: «¡Claro! ¡Cervera, tuvo que ir a buscarlos! ¡A nosotros nos hubiese sido necesario que nos los presentaran ya asados a la mesa, si querían que diésemos fin de ellos!»

El 6 de diciembre de 1875, se le ordenó desembarcar de su corbeta para dedicarse por entero al plan de desembarco de cuerpo expedicionario y concluir con la toma de la isla de Joló. Presentó su plan a Malcampo para que fuera autorizado por el Estado Mayor de las islas, sea por las razones que fueren no se le autorizó, creando el propio Estado Mayor el suyo, que fue el que se llevó a cabo.

 Foto de la fragata Carmen. Colección de don José Lledó Calabuig.
Fragata Carmen. Colección don José Lledó Calabuig.

Las fuerzas navales al mando del contralmirante Pezuela eran: la fragata Carmen, seis goletas y doce cañoneros, estos repartidos en dos divisiones, una al mando de don Carlos García de la Torre y la otra al mando de Cervera, en la que estaban los cañoneros Mindoro, Filipino, Calamianes, Arayat y Pampanga. Las tropas a transportar en total eran: los regimientos de Infantería números, 1, 4, 6, 7; una compañía de artillería de montaña; el 2º batallón del Regimiento de Artillería Peninsular y una compañía de artillería montada; una compañía de obreros ingenieros; Planas Mayores de Artillería, Ingenieros, Sanidad y Administración y dos compañías de la Guardia Civil para mantener el orden después de la conquista. A lo que se sumaba, la marinería de los buques que fueron puestas al mando del capitán de fragata don Vicente Montojo. Por parte del ejército el Capitán General don José Malcampo, formado el cuerpo en tres brigadas se puso al mando de cada una a los coroneles, Paulín, Bremón y Márquez, como jefe de ingenieros el señor Villalón y de la artillería el coronel Ordoñez, el jefe del Estado Mayor era el brigadier Sanchís, principal opositor al plan de desembarco de Cervera. El total de hombres era de siete mil ochocientos. Todos los disponibles tanto en hombres como en buques que había en esos momentos en el Archipiélago Filipino.

Los problemas comenzaron antes de desembarcar las tropas, ya que el plan del Estado Mayor, seguramente al ver lo fácil que lo planteaba Cervera debió pensar que aquello era algo parecido a un desfile, ya que nadie llevaba un simple machete para cortar la maleza, iban con sus mochilas como si con eso se permitiera un mejor avance en la espesura del bosque, los medicamentos, se colocaron en un lugar inaccesible en el vapor León, por lo que no se pudieron sacar hasta que la empresa terminó, menos mal que por orden de Cervera se fueron acumulando las que portaban todos los buques en sus enfermerías; para el desembarco se eligieron unos buques llamados ‹cascos› que sí tenían más capacidad, pues llegaron a embarcarse a doscientos hombres en cada uno, pero su calado era enorme para esa misión, por lo que los sufridos soldados tuvieron que nadar hasta llegar a hacer pie en el fondo y como remate, no se les dotó de los utensilios lógicos para hacer las comidas en marcha, pero por el contrario sí que había unos grandes calderos que para nada servían en aquellas circunstancias y para terminar de arreglar el embrollo, no se efectuó el desembarco en la parte Sur de la isla de Panticolo donde había señalado Cervera, sino que se hizo en la zona contraria, o sea en el Norte.

Por lo que don Vicente Montojo dio la orden de embarcar a la tropa en sus cañoneros y con ellos fue desembarcando a la tropa, en el primer asalto colocó a cuatrocientos en la playa, desechando por completo las embarcaciones destinadas a ello por irracionales y fuera de toda lógica. Pero menos mal que los enemigos no disponían de artillería, de haber sido así hubiera resultado todo un fracaso rotundo, al llegar a tierra se vieron rodeados de maleza y grandes árboles, por lo que nadie se movió viendo la imposibilidad de hacerlo, lo que causó un atasco de las mismas tropas ya que nadie sabía por dónde desalojar la zona de desembarco.

Pero surgió el carácter español y algunos oficiales sin miedo decidieron avanzar entre aquellos bosques sin guías, planos ni nada que les pudiera orientar hacia dónde dirigirse, avanzaron durante treinta horas sin encontrar enemigos, pero la sed, el hambre y el cansancio se convirtió en la pérdida de varios hombres, lo que decidió a los mismos mandos a regresar al punto de partida. Al llegar se encontraron que no cabían en la playa elegida todos los hombres, esto lo vio perfectamente don José Malcampo e inmediatamente dio orden de reembarcar y utilizar el primitivo plan de Cervera.

Por ello se navegó con rumbo al Sur de la isla y allí por orden de Pezuela, Cervera practicó una descubierta, la cual nada más ver a su buque comenzó a recibir fuego enemigo, obligándole a virar para ponerse fuera de alcance, pero con los prismáticos fue verificando y tomando nota de por donde era posible conseguirlo, al regresar a informar a Pezuela, éste rodeado de todo el Estado Mayor en un plan algo irónico le preguntó: «¿Ha podido verlo bien todo…todo?»; Cervera le contestó: «¡Todo, mi General, y muy bien», a lo que replicó Pezuela: «¡Es que…me parece que se puso usted…algo lejillos!» A esto Cervera no le respondió porque sujetó su lengua, aunque no se le iba a olvidar.

El 27 de febrero de 1876, ya con todas las tropas desembarcadas se dio la orden de avanzar. Al mando de la vanguardia iba el coronel Villalón, quien viendo el fracaso anterior le pidió a Cervera que le apoyará con la artillería de sus cañoneros la retirada, a lo que no se negó y dándose un apretón de manos el coronel se puso al frente de su brigada, comenzando a introducirse en el bosque. Efectivamente el coronel de adentro y cuando ya estaban todas sus tropas rodeadas de todo tipo de obstáculos, fueron atacados por los joloanos, que en su forma de combatir eran como una gran guerrilla pero simultánea, ya que ahora era por un lado y se escondían, al poco por otro y lo mismo, así los fueron arrastrando hasta llegar a las cercanías del fuerte Daniel.

Cervera estaba oyendo los disparos pero por la altura de los árboles y la espesura de la selva, le era imposible saber exactamente donde se encontraba Villalón, fijándose más pudo intuir que ya estaban en las cercanías del fuerte, mientras las tropas habían ido llegando a una ciénaga, donde quedaban clavados hasta la rodilla lo que hacía inmanejable la artillería, porque no se podía dejar en tierra y había que transportarla a brazo, lo que a su vez impedía disparar a los artilleros, que ahora eran porteadores y defender adecuadamente el avance, a su vez éste era muy lento dada la dificultad del terreno, a lo que se añadía no existir ningún refugio, lo que facilitaba a los joloanos del fuerte causar muchas bajas, razón por la que en poco tiempo se les daba por muertos a todos.

Y de nuevo Cervera acertó, ordenó arrumbar al fuerte por la parte del mar, se aproximó tanto a él que desde los botalones con los hombres a horcajadas sobre él hacían fuego sobre los enemigos, pero estaba tan próximo a la empalizada del castillo, que impedía a estos hacer fuego con la artillería sobre sus buques por no tener más depresión, en cambio los cañoneros cada disparo que efectuaban a pesar de ser de menor calibre, era un nuevo boquete en la fortaleza, viendo aquel ardor con que se batían los españoles, el padre Font de la compañía de los Agustinos, pidió un Remington y se puso a disparar a los enemigos de la Fé.

Este peligro tan cercano obligó a los defensores a cuidarse de él, así abandonaron el lado por el que intentaban avanzar las tropas de Villalón, quien a pesar de tener que dejar allí tres piezas de artillería pudo sacar a todos sus hombres. Cervera vio la posibilidad de poder saltar a tierra y tomar el fuerte, pero había sido tan vivo el fuego que se había quedado casi sin munición, por lo que hizo señales a la Carmen para que se las llevaran, pero Pezuela le dio la orden de retirarse y al mismo tiempo a la otra división de cañoneros para que ocupara su lugar.

Cuando fue relevado por la otra división se puso a rumbo de la escuadra, pero entonces desde el buque insignia se izó la señal de que presentarse a bordo, abarloó su cañonero y abordó la fragata, presentándose a Pezuela y este le dijo: «¡Muy bien, Cervera, acaba de darnos a todos los barcos una lección de valor; pero creo que la prudencia no andaba a su lado. No puede tener idea de lo que me ha hecho sufrir, al verle tan pegado a la playa! ¿Porqué se arrimó usted tanto? ¡Llegué a temer que nos perdiese algún barco!» Don Pascual que estaba esperando la ocasión, le contestó: «¡Lo hice porque creí que ahora hacía falta acercarse a la playa lo más posible, y no mantenerme tan…lejillos!» Pezuela se dio por enterado y lo primero que hizo fue sonreírle añadiendo: «Don Pascual, jamás he creído yo que usted sea un cobarde; aquello fue una broma; aunque veo que, en puntos de honor, no las admite usted ni de Pezuela.» A lo que Cervera le contestó: «Algo delicado es ese punto para que se juegue con él, mi General; el cristal se mancha hasta con el aliento.» Pezuela no pudo por más que reconocer que sí es un punto delicado en un militar que se precie, así que decidió: «¡Bien, quédese hoy a comer conmigo!»

El caso es que todo no estaba funcionando como debiera, ya que en la jungla en la que realmente estaban nada se podía conseguir si no era a base de vidas y está decisión costó de tomar, pero al ir alargándose el problema el resultado era parecido, porque no eran de golpe, pero sí un goteo continuo; convencido Malcampo dio orden de organizar un ataque general en toda la isla y desde todos los puntos.

Era el 29 de febrero, los buques distribuidos para prestar su apoyo a las diferentes columnas y sobre las doce horas, todos ya preparados se efectuó un disparo desde la fragata insignia, siendo la señal de avance general, al efectuarlo así los moros no tenían lugar donde esconderse, pues huyendo de unos se ponían a tiro de la columna de al lado, así se comenzó tomando una a una todas las cotas, en un día agotador y con muchas bajas, pero si se veía el avance y sus resultados, ya que los buques iban rematando el trabajo cuando grupos de enemigos intentaban huir en sus canoas, manteniéndose en combate sin cesar hasta comenzar a anochecer, el combate duró siete largas horas, pero al ir a ponerse el Sol ya estaba en lo alto de la última cota enarbolada la bandera de España.

Joló ya era española, pero la de enfrente y al lado no estaban conquistadas, así que Malcampo quería dejar el terreno libre de enemigos, pero en vez debía hacerse cómo Cervera le indicaba ir de isla a isla, el General quería enemistar al díscolo Hassín, con su propio Sultán, ofreciéndole ni más ni menos que la corona de la isla de Joló, pero se decidió combinar las dos formas. Se le ordenó a Cervera, que con su división de cañoneros embarcara aparte y el resto en sus canoas con los quinientos zamboangueños que eran fieles, zarpó de Joló con rumbo a Maybung, donde realizó una escaramuza pegando fuego al poblado, poniendo a continuación rumbo a Baucanán, haciendo el mismo trabajo, de aquí pasó a Tapul, pero ya enterados de lo que estaba ocurriendo, le quisieron frenar oponiéndose a su fuego, lo que le causó varias bajas, pasando entonces al ataque con mayor fuerza siendo tan feroz que arrasó media isla, de aquí zarpó con rumbo a Sámales, dando orden a uno de sus cañoneros de que se acercara a la costa y entregara las dos cartas que llevaba para Hassín, una era la de Malcampo y la otra suya.

Cervera se mantuvo a la espera de una respuesta, la cual le llegó unas horas después, puso rumbo a Joló y se la entregó a Malcampo, éste vio que el escrito era solo para alargar el tema, por lo que le dio la orden a don Pascual de seguir con su plan, a lo que Cervera no puso ninguna objeción, a la mañana siguiente embarcó y zarpó con rumbo a Patean, el lugar de la famosa cueva en el centro de la isla, donde desembarcó y realizó una gran acción de limpieza; prosiguió con su trabajo hasta el día diez de marzo, por recibir la orden de Malcampo de regresar a Joló. La razón, se había formado otra expedición para terminar con los problemas de las islas de Joló, y esta vez le tocaba el turno por ser las más complicadas por sus gentes a las islas de Parang y Maybung, para lo que se había reunido un ejército de siete mil hombres, fueron transportados y desembarcaron, tomando a sangre y fuego la dos islas; dando así por finalizada la pacificación de las islas de Joló.

El Gobernador General de las islas Filipinas, tomó una decisión que la elevó a Decreto con fecha del 3 de abril de 1876, por la que era nombrado primer Gobernador de la isla de Joló don Pascual Cervera, con la comisión de formar un Gobierno con los caciques de las mismas islas, siendo elegidos la mayor parte de ellos porque con casi todos se llevaba muy bien y tenían su confiaba.

Esta es una etapa de su vida que dice mucho de su forma de ser. Lo primero que ordenó hacer fue reparar las cotas y fuertes para dotarlos de más artillería, al mismo tiempo para mejor poder desplazarse se abrieron caminos entre aquellos intrincados bosques, así se formaron unas plazas que estaban bien guarnecidas, no así las cotas y fuertes, pero siempre se podía llevar auxilio al que lo necesitase al tener los accesos más fáciles. Formó el Gobierno con los Dattos de la isla con la apreciación de que cada uno debía de guardar en su territorio el debido orden.

Es curioso observar, que estos hombres eran de religión musulmana, por lo que debieron llegar al poco de fundarse esta religión, ya que don Miguel de Legazpi se los encuentra en las islas en su viaje de colonización, pero lo grave, es que estos a su vez a los naturales de las islas, lo cuidaban mucho ya que eran su mano de obra y parte de los guerreros, pero como esclavos, a tanto había llegado el convencimiento de estos, que don Pascual le tomó aprecio a uno por una serie de favores que le hizo, así que le dijo que era libre, pero paso que daba Cervera paso que daba él como si fuera su sombra, ya cansado de que le siguiera a todas partes, le dijo que se fuera a su isla, pero se cruzó de brazos y le dijo: «¡Bien, mi amo, ¿qué quieres que haga?», así que no había forma de quitárselo de encima pues no entendía el significado de ser libre.

Consiguió que le llevaran a Panigayan, una aldea cerca de la Isabela de Basilán; unos días después le llegaron noticias de que el Datto Sapindín que era de los más ricos, en el juego había perdido todo lo que poseía y como resto, añadió por treinta pesos a su mejor esclavo, que lógicamente era Guilil, por lo que Cervera se puso en camino para frenar aquella venta, pero la sorpresa fue que nadie quería que interviniera, aun así hizo llamar Guilil y le preguntó, si no quería ser libre, a lo que contestó «¡De uno a otro…este amo es mejor que el anterior!» Así que no había forma de hacerle entender el significado de la palabra, libertad.

Después de una serie de combates parciales, don Pascual cayó de nuevo enfermo y según el certificado médico fechado el 22 de octubre de 1876, firmado por los médicos Domecq y Martín dice: «Cuenta seis meses de residencia en esta localidad, se halla, hace tiempo, bajo influencia de una endemo-epidemia de fiebre palúdicas, que en mayo último atacaron a nuestro enfermo, adoptando la forma de congestivo cerebral y pulmonar; poniendo en grave peligro su vida, y haciendo necesaria la administración del sulfato de quinina en altas dosis…»

Los problemas surgían por todas partes, le comunicaron que un pailebote con pabellón alemán por nombre Muina, su capitán se dedicaba a comprar madreperlas, mandó a un cañonero a que apresara al buque y llevaran al capitán a su presencia, sin saber muy bien si la acción tomada iba o no a perjudicar a las islas ya que los Dattos tenían sus “negocios” con el alemán, pero no se arredró y al tenerlo delante le dijo: «Tiene dos opciones, o somete a las condiciones que él le señale para la pesca, o no volver a surcar los mares joloanos, so pena de ser hundido por el primer cañonero español que le aviste.»

El capitán se fue, pero don Pascual se quedó con la duda de haber actuado en defensa de los intereses de todos, pero pronto le llegó la solución, ya que el Gobernador General de las islas Filipinas le envió una comunicación:

«Por la comunicación de V. S. del 2 del actual, me he enterado de las instrucciones que ha creído conveniente dictar, expresando las obligaciones que ha de contraer el Capitán del pailebote Muina, en el caso que, como V. S. cree, pretenda de ese Gobierno de su digno cargo permiso para pescar concha en Tawi-Tawi. Con la redacción de dichas instrucciones, ha dado V. S. una prueba de su tacto, previsión y celo en el desempeño de su cargo…» Pero a esta nota oficial, se añadía una personal del general Malcampo de su puño y letra, lo que no dejaba duda de no haberla mandado escribir a nadie y por lo tanto totalmente secreta entre ambos, dice: «Respecto al caso concreto del Muina y análogos, y en general, mientras no reciba usted respuesta a sus instrucciones, obre discrecionalmente, bajo el concepto de que, cualquier determinación que tome, no sólo le será aprobada, sino que, en el mero hecho de tomarla, puede considerarla para sus efectos como emanada de este Gobierno General.»

Unos días después apareció en escena el cañonero alemán Iltis, (algunos autores presuponen que por aviso del capitán del pailebote) y el buque comenzó a dar vueltas a la isla, desaparecía y unos días más tarde volvía a aparecer repitiendo la misma acción, hasta que se apercibió de que ya era casi a diario las apariciones del buque, por lo que don Pascual volvió a utilizar a sus informadores, estos le comunicaron que estaba tan presente porque estaba pagando a unos y otros tanto al Sultán como a los Dattos de Tawi-Tawi, para que se levantaran en contra de España.

Así que ya conocedor del problema debía de actuar, pero las condiciones no eran como para enfrentarse, ya que por esa época la Marina Imperial Alemana estaba rearmándose al máximo y España no disponía de fuerzas para enfrentarse al poderoso naciente país. Por lo que jugó sus cartas con gran astucia.

Esperó a que regresará de uno de sus múltiples viajes a la isla y en cuanto apareciese, que fuera invitado su capitán a su presencia, al anunciarle que ya iba en camino, se preparó un gran convite y con todos los oficiales (a falta de enseñar buques) lo sentó a la mesa donde comieron con gran jolgorio por parte de todos, al llegar a los postres, el mismo Cervera se lo llevó al mismo tiempo que le decía: «Amigo mío, una nación que cuenta con hombres como Bismarck, Molke y otros, debía de sentirse poco honrada al emplear el dolo y la astucia para con otra nación, como la nuestra, de quien nada tiene que temer.»

El capitán sorprendido le quiso explicar su presencia, pero don Pascual le iba diciendo a quien y cuanto había pagado, esto dejó mudo al capitán pues a nada podía rebatir y vio que el Gobernador de Joló estaba en total conocimiento de todos sus pasos, al llegar a este punto, Cervera cambió de conversación, como no dando importancia a lo anterior, pero que era conocedor de sus artimañas, continuó la fiesta y al final se despidieron con un fuerte apretón de manos, dos días después el Iltis zarpó de Joló y nunca más volvió. Pero según autores, esto fue el principio de lo que posteriormente conseguiría hacer este mismo capitán y su buque causando el problema en el archipiélago de las Carolinas.

La isla por culpa de la epidemia tenía constantes bajas, a lo que se sumaba la falta de alimentos, lo que indudablemente empeoraba la situación, pero como siempre don Pascual sabía que los alimentos eran al menos suficientes, así que algo estaba pasando y no daba que pensar bien. Como su forma de actuar solo era directa en combate, en una de las típicas reuniones de los oficiales, comentó lo de aumentar las raciones de la tropa y los indígenas, mientras hablaba se dio cuenta que un alférez no dejaba de realizar gestos con la boca como si estuviera a punto de soltar una carcajada pero trataba de borrarla de su cara, así que muy distraídamente le dijo: «Verdad, alférez, que están bien comidos?», éste le dijo: «¡Psh! La ración de vino y de carne…¡bien! Pero la de grasa es poquita cosa», «¿Poquita cosa? ¿No se les dan 75 gramos de tocino? ¿Quiere más?» El alférez ya no pudo controlar la risa y soltó una carcajada, diciendo: «Eso es la teoría; pero ¡porque no descuenta lo que de eso roban los sargentos?.» Don Pascual se tuvo que contener para no darle allí mismo un correctivo, porque con esa respuesta estaba dando a conocer que era consciente de que los suboficiales estaban robando y él como oficial nada hacía para evitarlo, salido de sí Cervera le dijo: «¡Retírese ahora mismo de mi presencia, y no se me vuelva a presentar delante, hasta que sepa que tengo ya atribuciones para fusilar a un Oficial, sin formación de causa!.»

Muy alterado el Gobernador se fue a la cama y esa noche sufrió una fuerte subida de fiebre de la que llegó a delirar. Unos días más tarde el alférez de navío don José Romero Guerrero le comunicó desde Zamboanga, que había adquirido una partida de garbanzos más baratos que en España y se los había vendido un chino llamado Hilario. Esta simple nota le hizo caer en la cuenta, ¿cómo era posible que un chino vendiera los garbanzos más baratos que en España?, así se puso en marcha, mandó que le enviara el oficial Romero una muestra de los que había comprado, al recibirla en compañía de otros oficiales se fue a compararla con la que se guardaba en los almacenes, llegando todos a la conclusión de que era de la misma partida.

Sabía que el chino tenía un pailebote llamado Estrella y hacía comercio entre Zamboanga y Joló, por lo que esperó la ocasión. Está llegó cuando el pailebote Estrella arribó a Joló, el arráez o capitán del buque cargaba y descargaba sin control, pero el permiso de salida de Joló debía de firmarlo don Pascual, así que no tuvo prisa y a la noche siguiente estando cenando con los oficiales llegó el arráez para que le firmara el roll, Cervera le pregunto que cuando salía, le contestó que: «por la mañana con la marea», Cervera le dijo: «que se lo firmaría más tarde para que se le entregara y pudiera salir a su hora.»

Continuó la cena y al despedirse le hizo una señal al teniente de navío de 1ª Clase don Eduardo Trigueros, comandante de la goleta Animosa para que se quedara disimuladamente, entendiendo la orden se fue a mirar en la cocina, cuando el resto de compañeros se habían alejado, salió para ver qué pasaba, Cervera le entregó dos documentos, uno el roll donde debía de estar toda la carga del buque y otro con la existencia de esa misma mañana en el almacén, con la orden expresa de que antes de amanecer se pusiera a revisar y compara el roll con la carga, si algo faltaba o sobraba que lo comprobara con la del almacén.

Unos minutos después de haberse levantado don Pascual ya estaba Trigueros ante él, con el moro atado de manos, porque en el fondo de la bodega del buque habían varios sacos de garbanzos, que lógicamente eran los que vendía a tan bajo precio, ya que nada le costaban así el negocio era redondo y para él. Comenzó un interrogatorio que el moro al principio supo soportar pero la presión y el juego de palabras que ejercía sobre las preguntas, y en su propio idioma hechas por Cervera, al final se le escaparon varios nombres que coincidían con los que ya pensaba don Pascual.

Tuvo enfrentamiento con algunos oficiales, que a pesar de todo seguían sin darle importancia al asunto, razón por la cual don Pascual se salió de sus casillas y afeó públicamente a estos, al mismo tiempo que daba orden de arrestar a los suboficiales. Esa noche no descansó bien, pasándosela pensando que forma sería la más propia de actuar si por su cuenta y riesgo dando un ejemplar castigo en forma de calabozo, o la otra, presentar una denuncia por la vía judicial y que fueran llevados para ello a Manila.

Al fin al levantarse había tomado la decisión de no intervenir directamente para no ser considerado un mando vengativo. Dio la orden de ser trasladados a Manila con todos los cargos bien documentados. Se formó el proceso, no se sabe de dónde salió un chino en la defensa, que juró mil veces que los garbanzos eran de él, al mismo tiempo, los propios oficiales de Joló se dividieron entre partidarios de una parte y de la otra, así que el asunto se fue complicando más y más, hasta tal punto, que tuvo que intervenir el Gobernador General de las islas, pero no para defender o atacar al arráez, los suboficiales y el oficial, sino para impedir que se encausara al mismo Cervera como criminal por calumniar a personas honradas en la presentación de la causa. (Sin comentarios)

Pero esto llevó a otro punto, que fue el intento fraguado por los Dattos, con ciertos tintes de ser utilizados por algunos oficiales y suboficiales, no siendo otro que asesinar a Cervera. Como siempre una casualidad le hizo poderse zafar, ya que en la isla de Tawi-Tawi, un moro habló con otro y le comentó que cinco Dattos se estaban reuniendo todos los días para ver cómo podían asesinar al Gobernador de Joló, pero el moro llamado Leandro que recibió la información era un hombre agradecido a Cervera, así que en cuanto su amigo se fue, cogió unos pocos alimentos abordó su vinta y a remo recorrió la distancia que separa a ambas islas que es de noventa millas, avisó a don Pascual y éste en agradecimiento le entregó unas monedas, pero el moro le pregunto: ¿Qué es esto, padre? Cervera, le contestó que dinero para que se comprara un buen gallo de pelea, pero Leandro le dijo: «No; lo que he hecho por ti no merece plata para comprar gallitos; lo he hecho porque tú has sido bueno conmigo.»

Don Pascual no podía dejar las cosas así, decidido a todo esa misma noche acompañado de su moro guardián (uno que no le dejaba ni a sol ni a sombra y siempre detrás de él, llamado Raimundo) y un soldado español que él mismo eligió, se puso a caminar hacia el lugar donde le había indicado su amigo que se reunían los Dattos, llegaron a hurtadillas y consiguió ver a través de una ranura que efectivamente allí estaban los cinco Dattos con cinco hombres más, pero conforme iba de humor ni si quiera dejó entrar a los dos acompañantes, derribó la puerta de una fuerte patada y ya con el revólver en la mano, diciendo que se dieran por presos, fue tan inesperada su aparición que se quedaron tan descompuestos que no opusieron resistencia, entonces entraron sus dos compañeros y les ataron las manos; a los otros cinco como no los conocía les dijo: «Vosotros podéis volveros a vuestras casas; y decidle a los amigos lo que acaba de hacer el gobernador español.»

Foto de la corbeta Wad-Ras. Colección de don José Lledó Calabuig
Corbeta Wad-Ras. Colección don José Lledó Calabuig.

Volvió a caer en la cama y como era casi diario, comenzó uno más de los combates parciales que se daban, esto le obligó a ponerse al frente de las unidades navales para seguir en la lucha contra los contrabandistas en la isla de Tawi-Tawi, abordó su corbeta Wad-Rás, la goleta Santa Filomena y los cañoneros Mindoro y Samar, con tropas para desembarcar bajo la protección de la artillería de los buques, arribaron al poblado de Buan que disponía de cotta o fuerte muy bien pertrechado, sobre él descargó la artillería un fuerte bombardeo, consiguiendo enmudecer a la enemiga, don Pascual entonces dio la orden de desembarcar, en esta acción y posterior avance y conquista del baluarte se sufrieron varias bajas, entre ellos el alférez de navío don José Gómez de Barreda, el cabo de mar don Eliseo Gestona y el marinero don Pablo Villana, que fueron las bajas mortales, esta acción tuvo lugar el 1 de septiembre.

Acabando con este baluarte continuó barajando la costa pasando por un poblado que había fue sometido, continuando hasta alcanzar el día tres el de Bamlimbím, que también estaba protegido por una cotta y los moros no tenían en mente rendirse, ya que nadie sabe de dónde habían conseguido tener tan potente artillería y las mejores defensas que nunca se habían visto entre estas tribus, a lo que había que añadir que no existía playa donde poder realizar el desembarco, así que una vez conseguido que sus cañones no pudieran ofender igual que al principio, se les dio la orden de a ¡Tierra! y los hombres saltaron desde la corbeta Wad-Rás, pero tuvieron que poner los brazos en alto ya que el agua les cubría la cabeza y solo respiraban dando pequeños saltos para coger aire, así avanzaron hasta que pudieron salir de aquel agujero que significaba la indefensión total, ya que los moros sí que estaban haciendo un buen fuego, en el avance cayeron muertos el marinero don Ramón Calefe y don Julio Romero, sólo en el trayecto de intentar llegar a tierra, pero a partir de aquí las cosas fueron más fáciles y se tradujeron en un rápido asalto a la cotta terminando su conquista y la pacificación total de la isla de Tawi-Tawi. El 4 de septiembre regresaban a la capital de Joló. Esta victoria tenía un doble efecto, ya que sus habitantes eran tenidos por el resto de los indígenas como invencibles, al ser vencidos lo eran los españoles y esto hizo que cambiaran mucho las cosas en todas las islas de Joló.

Concluida la guerra en las islas de Joló, don Pascual retornó a su puesto de Gobernador, pero cada día que pasaba se sentía peor, tanto por el tema de la sumaria que no se le había hecho ningún caso, como por, según palabras del médico que le atendía don Ricardo Aranguren, quien ya por la confianza le dijo: «…porqué sino, pronto dejará usted de ser don Pascual», llegando a comentar con sus compañeros: «no había en Joló un enfermo más grave que don Pascual», estaba agotado moral y físicamente. Dejó pasar unos días para tomar la decisión y como su médico le había dicho que los tres que estaban en la isla firmarán un certificado dando la explicación de su gravedad, con esto sería suficiente para ser transportado a la Península. Don Pascual al fin aceptó y los tres médicos, don Ricardo Aranguren, don Agustín Domecq y don Pedro Martín así lo hicieron, el parte lo enviaron a Manila y el gobernador Malcampo con fecha del 13 de noviembre de 1876 firmó la dimisión de Cervera como Gobernador de Joló.

Recibió una carta de don Antonio Martínez, en la que entre otras cosas le dice:

«Más, para llegar a ésta, se necesita mucho tacto y prudencia de nuestra parte, lo que me permito dudar tengamos tan pronto deje usted ese mando. Dios le dé a usted toda la salud, habilidad y paciencia para salir bien de ese berenjenal. Las ideas estrambóticas, que ciertos hombres tienen del deber, o, mejor dicho, manifiestan tener, y que usted, desgraciadamente, observa en algunos de los que tiene a sus órdenes, no son ideas, sino sistema, muy estudiado bajo la dirección del catedrático, llamado Sin Vergüenza, sin otro fin que el de evadir el bulto a la contingencia, como dicen los cubanos. Para destruir ese sistema, tan perjudicialísimo a los buenos, es preciso mandar como yo lo hacía y usted le extrañaba tanto. Tengo entendido que el coronel Bremón está autorizado para sustituir a usted, en caso que lo necesite, por motivos de salud. Mucho sentiré que llegue a tener lugar la sustitución, primero por usted, y segundo por…lo demás. Adiós, amigo mío…»

Al enterarse todos de la salida de don Pascual lo sintieron mucho, hubo nativo que le indicaba que lo que le pasaba era que estaba sólo, y le ofreció escoger entre las más lindas indígenas para que se casara a su forma y le hicieran feliz, todo para que no se marchara, Cervera tuvo que hacerle entender, que él ya estaba casado y que su religión no le permitía tener más de una mujer, cosa que el moro no llegó a entender muy bien. Otros que le agasajaron fueron los chinos, entre ellos el más rico de todos ellos, Tiana, le dijo: «Mira, don Pascual, mientras fuiste Gobernador, no te quise hacer regalo ninguno, porque sé que no lo hubieses recibido; hoy no eres más que un amigo, y no puedes rechazar este pequeño recuerdo, que es curioso, aunque no vale nada, Don Pascual…vale mucho más.» El regalo consistía en unas conchas que tenían adheridas caprichosas y finas perlas, que don Pascual no quiso aceptar pero la insistencia y por no hacer el feo, consintió.

El 30 de diciembre embarcó en el vapor Aurrerá, arribando a la Península muy enfermo, tanto que se tuvo que alquilar un tiro de caballos, para que le pudiera llevar a su casa, yendo ya con él su esposa e hijos. Como siempre el Gobierno no se lució mucho con el marino español. Con fecha del de enero de 1877, la Gaceta de Madrid publicó un decreto por el que S. M. estaba muy satisfecho del tiempo que había estado como Gobernador de la isla de Joló. El día veintidós de marzo del año de 1878, otro Real Decreto del Ministerio de Ultramar, se le daban las gracias por el buen desempeño de su tiempo de Gobernador de Joló, y esto porque Malcampo lo envió, pero no se sabe la fecha en que lo escribió y cuanto tardó el Gobierno en hacerlo público. (Hay que hacer notar que la diferencia entre ambos decretos, es de más de catorce meses)

A su regreso ya había un nuevo Rey de la casa de Borbón, el hijo de la destronada doña Isabel II, don Alfonso XII, había terminado la guerra civil del Norte y estaba como Presidente del Gobierno don Antonio Cánovas del Castillo, que al haberse concluido la guerra que precisamente quitó fondos a la Comisión Hidrográfica de Filipinas, con el consiguiente enfado de don Pascual, al enterarse el Presidente quiso tomar el pulso al momento en que estaban aquellos territorios y dado que le habían sido entregados los trabajos de Cervera no dudo en llamarlo a Madrid para saber de primera mano la situación.

Mientras llegaba a la Corte don Pascual, Cánovas quiso saber más sobre él ordenando se le entregara todo lo que estuviera disponible para saber con quién iba a hablar; pudo apreciar que era una persona firme, pero muy amable, lo que le dio confianza para creer en sus palabras, se presentó Cervera' y mantuvieron largas conversaciones, que el mismo don Antonio para que fueran de dominio público, al concluir todas ellas le dijo que las publicara, de aquí surgió una obra: «Memoria sobre el Estado del Archipiélago Joloano» así todo el país pudo saber en primera persona cómo se encontraban aquellos territorios, ya que don Pascual no se cortaba al escribir.

La obra después de explicar al lector los vericuetos de lo complicado de su composición, lo necesario de mantener una fuerza naval suficiente para poder transportar a los efectivos militares, lo va poniendo en situación del alto riesgo que significa no tener esa fuerza, al mismo tiempo que da una buena nota de las distintas razas de los habitantes y una buena dosis de los distintos que son a los españoles, pero al final de la obra llega a una conclusión y es que hay dos problemas básicos, uno: «El Sultán y sus magnates quedan hostiles a nosotros y entregados en cuerpo y alma a los extranjeros, no por amor a ellos, sino por odio a nosotros y por su propio interés» y el segundo: «El pueblo joloano, que nos odia, como todos los moros, queda en situación expectante, sin querer renunciar al lucro que les proporciona nuestro establecimiento», la obra la escribió al darle el permiso el Presidente y estando descansando de su enfermedad en su casa de Tablanes muy cerca de la ciudad de Sevilla.

Al terminar de recuperarse, don Antonio Cánovas quiso tenerle cerca como asesor sobre Filipinas, para lo que le pidió al Almirante Antequera, Ministro de Marina a la sazón que le diera un puesto en el Ministerio. Hay aquí que decir, que don Pascual llegó a la Península tan desmoralizado por todo, que estaba pensando después de entrevistarse y poner las cartas sobre la mesa con el Presidente, pedir el retiro dedicándose por entero a atender a sus hijos y esposa, así como a la casa que había heredado de la que podía seguir viviendo sin grandes lujos, pero sin necesidad de verse envuelto en asuntos que estaban fuera de su alcance solucionarlos. Pero su responsabilidad de marino, hombre y español le afectaba muy hondamente todo lo que estaba ocurriendo en el archipiélago, por eso al ofrecerle un puesto en el Ministerio incrédulamente pensó, que algo podía todavía servir a España y tan cerca del verdadero poder, aunque no muy convencido, ya que se lo pensó más de dos meses, pudo más su amor a su Patria, que el desasosiego que le producía el saber lo que ocurriría y la esperanza de poner fin a aquel "juego" que sólo a unos pocos les hacía ganar algo, a costa del desprestigio de los militares y por extensión de todos los españoles.

Era un hombre de anécdotas continuas, pues siempre tenía la fina palabra justa en el momento oportuno. Cierto día en el Ministerio un general se le acerca y le dice: «Ya ves, Pascual, esto es insufrible; los militares no podemos vivir; mis gastos me agobian; vivo tan lleno de privaciones, que me he resignado a no ir más que una sola vez por semana al Real», don Pascual le contestó lo mismo pero en positivo y le dijo: «Entonces, yo creo que eres injusto con tu Patria. Si puedes darte ese regalo, deberías decir más bien; mira cuan retribuidos estamos los militares, que, después de cubrir todos mis gastos, aún me queda para ir al Real una vez por semana.» (Que diferente se ve la Historia, cuando uno está en primera línea de fuego y otro lo está en la primera línea del Ministerio)

El Ministro lo puso al frente del Negociado de Clases Subalternas, llevado por la preocupación de estas clases que a bordo de los buques eran el alma de ellos, sabía que no estaban bien pagados, por lo que intentó un mejora en sus haberes, la cual no era un regalo sino lo que en realidad les correspondía, pero se lo impidieron los de siempre y años más tarde, esta clase se sublevó para ser atendidos como lo que realmente representaban.

Formó parte de la Comisión que puso los cimientos de la Escuela de Torpedos. Pero como su cargo estaba unido al de Justicia y Recompensas, aquí fue donde tropezó en más de una ocasión para rectificar ciertas prebendas que no habían sido ganadas en buena lid, como el caso de cierto político que solicitó ni más ni menos la Gran Cruz del Mérito Naval, cuando como mucho había visto la mar en las pinturas del Museo Naval, además de ser una condecoración solo reservada a los general de la corporación. Pero don Pascual escribió y leyó su intervención ante la Junta, como si fuera el abogado del diablo, consiguiendo que no le fuera entregada por la Junta Superior de la Armada, lo que inmediatamente se tradujo en una persecución a su persona, solo por cumplir con su deber, razón que fue siempre la primera mira en su comportamiento como marino.

Otro caso que nada le agradó, fue que un periodista atacó a los oficiales de la Armada desde su diario, como medio para solucionar el problema se unieron unos cuantos oficiales y lo retaron a un duelo, pero el oficial debía de salir de un sombrero, ya que se hicieron papeles que contenían el nombre de todos y cada uno de ellos, para que alguien sacara uno y ese debería de enfrentarse al periodista, al enterarse don Pascual, les dijo que él no iba a ser partícipe de un asesinato por lo que no se les ocurriera poner su nombre porque no acudiría. Así se quedó de momento, pero el día del “sorteo” él ya llevaba una carta de dimisión en el bolsillo por si no le habían hecho caso, pero no tuvo que utilizarlo, porque el columnista se retractó ese mismo día y se suspendió el “sorteo”.

Foto de la corbeta Ferrolana. Colección de don José Lledó Calabuig.
Corbeta Ferrolana. Colección don José Lledó Calabuig.

Porque él no soportaba aquella tensión por innecesaria e incoherente, pidió el cambio de destino al Ministro, así que tuvo la satisfacción de recibir con fecha del 25 de abril de 1879, el Real Decreto por el que se le otorgara el mando de la corbeta Ferrolana, que en esos momentos cumplía la misión de buque-escuela de Guardiamarinas, permaneciendo al mando hasta el 13 de noviembre de 1880, en cuyo espacio de tiempo se mantuvo lo máximo posible en la mar, dedicándose por completo a la buena formación de los futuros oficiales y así olvidarse de la política. Al terminar su periodo de mando se le dieron dos meses de licencia que los pasó junto a su familia en su casa en Andalucía.

Su faceta paternal y humana quedó plasmada evidentemente en una larguísima carta, fechada en 1881, con ocasión del ingreso en la Escuela Naval Flotante, sita en la fragata Asturias fondeada en el Ferrol, escrita a su hijo Juan Cervera Jácome. En ella le da una larga serie de consejos de todo tipo para su buena formación tanto como ser humano y como un buen profesional de la corporación. Siendo más un tratado de buena conducta y formas para poder alcanzar al menos su satisfacción personal, le fuera o no reconocida por otros que eso ya es más complicado. Hacemos casi una recensión de ella para tratar de explicarla, quedando con el contenido siguiente que comienza:

Comillas izq 1.png «Consejos que al separarse de sus padres, doy a mi queridísimo hijo Juan, los cuales le encargo lea cuando menos una vez al mes:

No olvides nunca, hijo mío, los deberes que tienes para con Dios... ni tampoco de rezar algo cada día, por muchas que sean tus ocupaciones.

Que la mentira, hijo mío, no manche tu labio. No descubras nunca al compañero, aunque te hubieran de imponer algún castigo inmerecido que, en llegando el caso, sufrirás con resignación. Sólo debe exceptuarse el caso en que la caridad lo exija, por ejemplo, para prevenir el daño de un inocente.

No dejes de escribir nunca a tu madre, siquiera una vez a la semana.

Estudia mucho, sin desanimarte porque encuentres alguna cosa difícil, pues no hay nada que no lo allane el trabajo.

Cuando dependa de ti la distribución del tiempo, hazlo con anticipación.

Sé muy respetuoso y obediente con tus superiores; para lo cual no es de ningún modo preciso que los adules.

Con tus compañeros, sé afable y cariñoso con todos; pero cuando aceptes un amigo, que sea religioso y de buenas costumbres.

Recibe con afabilidad todas las bromas que te den tus compañeros, y tú procura no darlas a nadie.

No frecuentes nunca el trato de gentes de malas costumbres.

Por ningún estilo entres nunca en ninguna casa de juego.

Las diversiones lícitas, que te permitan tus recursos, y no te quiten el tiempo que debes dedicar al estudio, no hay inconveniente en que las disfrutes.

No contraigas nunca deudas, ni aun pequeñas, sino que siempre has de vivir arreglándote a tus recursos.

No tengas prisas en tener novia. Dedícate a tus estudios, que ya tendrás tiempo de ello.

Procura no murmurar de nadie ni dar oído a tales murmuraciones, oyéndolas, cuando no puedas evitarlas, como quien oye llover. Procura no dejarte llevar de arrebatos de soberbia.

No tengas tampoco envidia de ningún compañero porque aproveche más que tú. No le niegues tus elogios, ni tampoco desmayes por eso.

Cumple siempre fielmente tus compromisos y sé muy leal en tus tratos, aun en las pequeñeces de la vida, sin que la pereza ni otra cosa te impida cumplir lo que una vez prometiste, en siendo bueno.

En cualquier asunto difícil, consulta personas de experiencia y buenas costumbres, y no te duela guiarte por sus consejos. Si crees tú que yo puedo darte algunos, consúltame; que nadie es tan buen amigo como un padre que, como yo, todo lo quiero para mis hijos.

Reflexiona también, que quien te da estos consejos soy yo, tu padre, que todo lo que quiero y a todo lo que aspiro, es a vuestro bien; por tanto, ninguna mira interesada puedo tener, y sólo deseo que pueda serviros de algo la experiencia que he adquirido rodando por el mundo desde hace treinta años.» Comillas der 1.png


Transcurrido este tiempo recibió la orden de pasar a Cartagena, por habérsele nombrado Comandante de Marina del Puerto. Este puesto era de los que más se rifaban, pero no precisamente el de Cartagena sino los puertos comerciales, ya que la misión de este cargo era la de ordenar el tráfico dentro de él, por lo tanto era en realidad como un jefe de los prácticos, quienes a todo buque que entraba o salía le ponían la mano y algo caía, a parte lógicamente de su sueldo, los más preciados por su movimiento eran los de Barcelona, Valencia, Sevilla y Bilbao, así como los insulares de la Habana y Santiago de Cuba en esta última y el de San Juan de Puerto Rico, los cuales estaban a su alcance, ya que sus dos tíos en la Armada don Juan y don Ramón Topete ocupaban altos cargos, pero nunca los utilizó para ascender.

Pero no había comenzado a sentarse cuando ya empezaron los problemas, aparte de no querer admitir un céntimo de lo que otros recogían, como ya se ha explicado, hubo un suceso digno de mención en la profesionalidad del marino, que por serlo le corresponde figurar aquí. Ocurrió justo la noche del día veinticuatro de diciembre, o sea Navidad, cuando estaba ya sentado y disfrutando de la familia, la cena y la gran noticia, ya que su hijo mayor había ingresado en la Escuela Naval aquel otoño lo que era un motivo de orgullo para él, cuando más animada estaba la noche y todos muy contentos, de pronto se oyeron unos fuertes golpes en la puerta, alguien muy asustado venía a casa del capitán del puerto, porque el moderno trasatlántico León XIII se había ido por la mucha mar contra la escollera y allí se había quedado embarrancado.

No lo dudó un instante, se cortó la fiesta salió corriendo a embarcar en un remolcador que ya le estaba esperando, pronto llegaron al costado de buque pero el lugar era muy complicado, ya que hacía el efecto de resaca por la mucha mar, lo que impedía conseguir acercarse los suficiente para que don Pascual saltara a la escala, así que le dio la orden al timonel de alejarse unos metros, meter la máquina al máximo y que aguantara el golpe, mientras él a pesar de que el remolcador se movía como un autentico cascaron de nuez, se situó en la proa para saltar antes que llegara a golpear, para evitar que del golpe se separara más y fuera hombre al agua, se realizó la maniobra y lo consiguió no sin esfuerzo, pero consiguió su objetivo aún a riesgo de su vida, pues si caía al mar podía ser aplastado entre la proa del remolcador y el costado del trasatlántico, ya a bordo lo primero que hizo fue verificar que no habían vías de agua, lo que realizó en pocos minutos, para subir al puente y hacerse con el timón, comenzó a jugar con la hélices y las velocidades. Como habían ocasiones que el buque embarrancado salía de esa posición pero el oleaje lo devolvía, ordenó dar toda la máquina y con el timón al rumbo, más el empuje de dos remolcadores después de dos largas horas de trabajo consiguió hacerlo entrar en el puerto y fondearlo.

Después reconoció que lo que más le costaba era tranquilizar al pasaje. El dueño del buque el marqués de Campos, intentó una y otra vez agradecerle lo que había hecho por su buque y don Pascual siempre le contestaba los mismo: «Lo que he hecho no merece recompensa; ha sido lisa y llanamente, cumplir con mi deber.» Negándose por completo a que de ninguna forma se le hiciera ningún “regalo”.

Recibió de una personalidad la petición de establecer en el puerto un pontón para almacén de carbón, que fue enviado por la Administración del Ministerio de Fomento al gobernador de Murcia y éste lo remitió a la Capitanía del Puerto, pero las prisas o los errores de los de “arriba” no se dieron cuenta, como sí cayó en ella don Pascual, que al tratarse de un pontón el trámite lo debía de realizar el Ministerio de Marina, por lo que devolvió el informe por no ser de su competencia, pero informó del hecho al Capitán General del Departamento, que era precisamente el general Pezuela, aquel de cuando en Joló le dijo a Cervera que se había puesto algo lejillos.

Pero no había llegado a su despacho, cuando ya tenía otro documento con la firma del conde de Foxá, dando mayor peso al expediente, a partir de aquí se fue complicando el asunto, pues llegó a conocimiento del marqués de Villamejor, que a la sazón era Senador del Reino, quien: «llamó la atención al Ministro de Marina sobre el hecho de que en la Capitanía del Puerto de Cartagena se detenían los expedientes y se evadía el dar informes pedido por Autoridades Civiles.»

Mientras no salió a la luz pública una carta que don Pascual escribió al conde de Foxá, nadie sabe el motivo de ese "olvido". {{Cita|«Cartagena 8 de julio de 1882.—Sr. Conde de Foxá.— Muy señor mío y de mi más distinguida consideración: La instancia, a que se refiere su favorecida del 5 corriente, hace ya tiempo vino a mi poder, remitida por el señor Gobernador de esta provincia, a cuya Autoridad la devolví sin informe, con oficio, en que fundaba el motivo de no darlo. De todo di cuenta al General de este Departamento, que, a su vez, elevó el asunto al Gobierno de Su Majestad, con cartas oficiales, números 36 y 723 de 9 de febrero y 15 de marzo último, a cuyos documentos puede Ud. acudir, si desea más pormenores. Por lo demás, debo hacer presente a Ud. que, a pesar de lo que se ha permitido decir de mí en el Senado un Señor Senador, nada tengo detenido nunca, y, por tanto, es inútil toda excitación a una brevedad en el despacho que siempre empleo, como sería completamente ineficaz cualquier presión, que se tratara de ejercer sobre mí para determinar que un acto mío se lleve a cabo en tal o cual sentido, porque mi carácter independiente y la conciencia que tengo de mi deber, hace que no tuerza mi camino, venga de donde venga la presión: Por lo demás, no digo a Ud., cuya posición autoriza para el paso que ha dado, sino cualquiera, por pobre e infeliz que sea, me honro en dar toda clase de satisfacciones. Con este motivo… — Pascual Cervera — (Rubricado)»

Al final de todo un proceso de conversaciones, el Ministro contestó al señor marqués de Villamejor, después de responder con toda una serie de aclaraciones le añadió: «…por consiguiente, se ve que el señor Marqués de Villamejor fue mal informado, y que el Comandante de Marina de Cartagena ha quedado como corresponde a un Oficial de la Armada tan distinguido y de tan honrosos antecedentes.» cuando oyó todo el discurso del Ministro el Marqués asintió con la cabeza que había sido engañado, lo que dejó claro que don Pascual no era un inepto y el equivocado era él.

No siempre eran estas cuestiones, habían otras muchas diferentes, pero ocurrió una que le toco el honor y ante esto se movió a la velocidad de la Luz, era el día veinticuatro de noviembre del año de 1882, estaba el carguero británico Tangier atracado en el muelle Alfonso XII y como estaba descargando tablones de pino, para hacer el trabajo más rápido los dejaba caer de una altura nada normal, así abreviaba el tiempo, pero dañó el muelle, se apercibe de ello el oficial de guardia y mando abordar el buque a un práctico, pero éste fue casi arrojado a tierra por orden del capitán, el oficial corrió a avisar al Capitán del puerto y acudió al muelle don Pascual, en el momento que desoyendo toda indicación el buque comenzaba a separase del muelle, solo había un cañonero en el puerto, el Gaditano, pero se encontraba tan alejado que no pudo evitar que el buque británico consiguiera salir del puerto a pesar de los disparos que se le hicieron desde tierra, todos se quedaron mirando a don Pascual que estaba viendo salir el mercante, pero sin hacer ningún gesto ni moverse, lo cual y para su carácter llamó la atención de sus subordinados.

Sabía perfectamente que debía hacer, nada se supo en Cartagena hasta que pasados unos días cuando el buque regresó, lo que volvió a llamar la atención de todos. Don Pascual por el libro de bitácora sabía el destino posterior, por ello se puso en contacto con el capitán del puerto de Valencia, al que notificó todo lo que había ocurrido, se presentó el Cónsul británico de la ciudad en el puerto y le dio orden de regresar a donde era requerido. Por eso estaba de nuevo en Cartagena, el juicio duró veinte días y la sentencia acatada por el Embajador que se desplazó desde Madrid y Cónsul de Cartagena, fue la de pagar todos los daños ocasionados y otra que le imponía el mismo Embajador personal al capitán por desobediencia a las autoridades españolas.

Arribó al puerto de Cartagena el acorazado de bandera italiana Caio Duilio y don Pascual quiso ir a presentar sus respetos al comandante, para ello debía ir en un buque de guerra español, de lo poco que había le asignaron el cañonero Toledo, que era de la serie de los construidos para la guerra civil del Norte que tenían un prominente espolón (conocidos en la Armada como los ‹narigudos›) y lógicamente al mando de un joven oficial; eran buques para río de poco calado por ello muy poco marineros, por lo que toda su seguridad consistía en lo esplendidos cierres de las portas y escotillas para impedir la entrada de agua, que si bien era lo necesario no eran nada elegantes, pensando en esto y no en la importancia de ellos, el nuevo comandante los había cambiado por unas carrozas doradas, que efectivamente lo hacían más vistoso pero nada eficaz. Don Pascual se fijó inmediatamente en el detalle pero no abrió la boca, al parecer el comandante ya había recibido algún beneplácito comentario al respecto y quiso saber la opinión del Capitán del Puerto, por lo que le preguntó si le gustaba el cambio realizado, a lo que le contestó: «Me parece que lo único bueno que tenía el barco, para luchar en la mar, se lo ha quitado usted para ponerle esos primores, que de nada práctico sirven.»

El 1 de diciembre de 1882 llegó su sustituto para ponerse al mando de la Capitanía del Puerto, entregó el mando y al día siguiente zarpó de Cartagena a bordo del vapor Valencia con rumbo a la bahía de Cádiz, al hacer su entrada en la bahía se llevó la sorpresa de que todos los muelles estaban llenos de gente, entre ellos los armadores, consignatarios y los descargadores de muelles, ya que todos de una u otra forma durante su tiempo en Cartagena había recibido, tanto agradecimientos como llamadas de atención por parte de don Pascual, el vapor Valencia pertenecía a la compañía de marqués de Campos, el dueño también del León XIII que él había salvado, así que subió a bordo el Consignatario y saludó a don Pascual en nombre del señor marqués y se quedó atrás, al ir a pagar don Pascual el pasaje, el consignatario hizo una señal al cajero y éste le dijo que no podía cobrarle, Cervera se apercibió de la mirada del cobrador y se giró a su espalda, entonces el consignatario le dijo:

Comillas izq 1.png «Señor Cervera, hemos estado esperando un año entero para saldar, por orden del señor Marqués, una cuenta pendiente, que con usted tenemos. Por no herir su delicadeza no quiso el señor Marqués hacerle ninguna demostración de afecto, cuando su hermosa acción con el León XIII, y eso por consejo mío: pero ahora ya no es usted capitán del Puerto, y no va a hacernos un desaire, cuando con tan buena voluntad queremos tener el honor de llevarle gratis en el barco.» Comillas der 1.png


Transportó todas sus pertenencias junto a su familia y al día siguiente se presentó en el Arsenal, donde se quedó sin destino y con plaza para cubrir la posible eventualidad que se diera. Pero no le dejaron de verdad sin trabajo, pues estuvo escribiendo estudios sobre materias de la Marina, tanto por iniciativa propia como por encargo del Ministro de turno, de uno de estos salió uno de mucha fuerza, ya que por fin ponía orden en el sistema de contratación de construcciones o eventualidades de buques por parte de la Armada, siendo su título: ‹Defectos del Sistema de contratación vigente y manera de subsanarlos›, con todo esto pasó el año supuestamente sin destino, hasta que recibió la Real Orden de fecha del día treinta de noviembre del año de 1883, por la que era nombrado Ayudante Mayor del Arsenal de la Carraca, donde como era su costumbre desempeño el cargo con total seriedad y dignidad, hasta que llegó un oficio de orden del Ministro de Marina, almirante Antequera, con fecha del día veintitrés de octubre del año de 1884, con el nombramiento de presidente de la comisión del control de la construcción del acorazado Pelayo, siendo acompañado por el teniente de navío de primera clase, don José Ferrándiz Niño, el ingeniero Jefe de segunda don Juan José Vélez y el contador de navío de primer clase, don Carlos Saralegui y Medina, que debían de asesorarle para el buen fin de su comisión.

El 11 de noviembre entregó su cargo de Ayudante del Arsenal y a media noche del 2 de diciembre se puso en camino a Madrid, al llegar ya notó lo que había dejado, que no era otra cosa que las formas en que algunos se sentían desposeídos por el almirante Antequera, por ser contrarios a la idea de construir acorazados, por lo que el ambiente estaba enrarecido y nada parecía que fuera a avanzar.

Se entrevistó con el Ministro para que le informará directamente de su cometido y responsabilidad, ya puesto al momento hizo llamar a sus ayudantes, quienes recibieron la comunicación con mucha alegría y total apoyo a la idea del almirante, así supo que su cargo era: Inspector de las Obras del Pelayo y Jefe del numeroso personal de Ingenieros, Maestros y Operarios, que viajaban al astillero francés Forges et Chantiers de la Mediterranèe, que era el encargado de realizar la obra, para que estuvieran a pie de ella y fueran adquiriendo la formación necesaria para el mantenimiento posterior en los Arsenales de España del buque, pero vista esta responsabilidad añadida, le hizo una petición de aumento de facultades al Ministro para poder mejor gobernar todo aquello, así que su propuesta como siempre era dura:

«1ª Poder enviar a España, sin consulta ni necesidad de sumaria, expediente u otra formalidad, a cualquier operario —inconveniente—; y esto, aunque no fuese por cuestión de disciplina o moralidad, de modo que el hecho no le sirviese de mala nota, a no aconsejar otra cosa las circunstancias. 2ª Poder enviar el personal de la Comisión a donde fuera necesario para el servicio de inspeccionar las obras, aun cuando fuese cambiando de domicilio. 3ª Que en las instrucciones se especificase el servicio que debía prestar los Ingenieros subalternos y que se le acompañara todo lo convenido sobre el trabajo de los operarios.»

Todo esto se lo concedió el Ministro, para evitar que hubieran malos entendidos posteriormente se redactaron unas: «Instrucciones de los operarios Ingenieros, que vienen a esta Comisión, con objeto de perfeccionar su instrucción, con arreglo al art. 4º de las Instituciones de 24 de diciembre de 1884.» Por las premuras no le dio tiempo a escribirlas en España ya que él llegó a Marsella el 30 de diciembre de 1884, quedando formalmente establecida la comisión el 1 de enero de 1885 y las Instrucciones están fechadas el 17 de marzo de este año. Poco después, el 16 de abril recibió la Real Orden notificándole su ascenso al grado de capitán de navío.

Nada más empezar ya surgieron problemas con el blindaje, porque el Ministro lo había contratado con Schneider de Creusot, la cual lo iba a construir sin problemas, pero las pruebas de estas planchas había dos formas de hacerse, una era que se ponían varias planchas en el polígono y el ingeniero elegía una que era sobre la que se disparaba, la otra que la presentó el astillero por ser más barata, era que ellos le pondrían una plancha y sobre ella se hacían las pruebas de los disparos, pero don Pascual se negó en redondo a ello, a tanto se fue alargando este problema que fue la causa real del retraso de la entrega del buque.

Pero se encontró con una Real Orden fechada el 25 de agosto de 1886 firmada por el Ministro de Marina señor Beránger, por la que se le daba la razón a la Empresa y se le quitaba a él. Como era época de mucho movimiento en los Ministerios se esperó a que cambiara el Gobierno y en cuanto supo que ahora ocupaba la cartera el señor Rodríguez Arias se desplazó a Madrid a ‹visitar› al ex Ministro, la visita transcurrió como era de esperar con las evasivas del ex Ministro, ya que negaba haber firmado aquel documento y Cervera se lo puso delante con su firma, viéndose acorralado se salió por la tangente, ya que solo le contesto: «…que se había abusado de su buena fe…» Seguramente el señor Ministro sólo miraba por el bien del Erario Público, como la gran mayoría de todos ellos al ocupar el sillón.

Foto de la fragata Blanca. Colección de don José Lledó Calabuig
Fragata Blanca. Colección don José Lledó Calabuig.

Con problemas y todo se consiguió botar el buque el 5 de febrero de 1887. Entonces sí que acudieron todos a presenciar tan magna ocasión, no en balde era el primer acorazado de torres que iba a tener España, el primero en presentarse fue el nuevo Ministro señor Rodríguez Arias y de buques la vieja fragata ahora dedicada a buque-escuela, no siendo otra que la Blanca. Cuando terminó la ceremonia y ya el buque en el agua, fue remolcado a un atraque donde siguió su construcción a flote.

En septiembre don Pascual tuvo que viajar a la ciudad de San Sebastián, coincidiendo en que en ella se encontraba S. M. la Reina Regente doña María Cristina de Habsburgo, (a la que también se le daba el apellido de Austria) quien enterada de la presencia del comandante del nuevo acorazado lo quiso saludar, para ello envió al comandante del Destructor para avisarle de lo que S. M. demandaba, don Pascual quiso evadirse de tan augusta visita, aduciendo que no llevaba el uniforme ni traje adecuado para semejante visita, ya que solo había ido para solucionar unos problemas personales, pero la Reina Regente le hizo saber, que eso estando de vacaciones no era un inconveniente y que apreciaría mucho ser visitada por tan famoso marino. No pudo zafarse don Pascual y conducido por don Fernando Villaamil lo llevó a presencia de S. M. en la misma playa delante de su caseta de baño (más informal imposible), la Reina le preguntó sobre el Pelayo y don Pascual se explayó en las virtudes del buque así como con los graves problemas con los que se encontraba, pero que se irían solucionando poco a poco. Se despidió de S. M. pero la egregia dama se quedó con la franqueza de su interlocutor. (Muchos aseguran que esta fue la causa de que posteriormente fuera elegido como Ayudante de Órdenes del joven Rey don Alfonso XIII)

Regresó don Pascual a su lugar de pelea, pues no le quedaba por delante nada más que organizar el buque, para saber cómo distribuir la dotación y saber exactamente cuál era la necesaria en cualquier circunstancia, (cuestión nada baladí y quizás una de las más pesadas de un comandante de quilla), pero sobre todo se centró en el mando que es en definitiva el responsable máximo de todo cuanto suceda a bordo, entre otras muchas lecciones que da en su folleto hay una que destaca por su forma:

«No se trata solamente de que se sepa entrar y salir de un puerto con felicidad; el manejo de un buque de guerra exige más; exige saber apreciar rápidamente el espacio suficiente para ejecutar una evolución cualquiera. Para ellos, es preciso que el Comandante eduque la vista para apreciar a ojo, desde el lugar en donde está colocado, las distancias suficientes para la evolución; pues de poco le serviría el tener delante la tabla, que contuviera los radios de la curva de evolución en relación con los ángulos del timón y tiempo necesario para describirla, sin mucha práctica en la clase de buque que guía.
Para educar su ojo marinero deberá empezar por hacerse en la mar ancha, con la mar llana y viento calma o flojo, toda clase de evoluciones, dejando caer en la mar y evolucionar alrededor, hasta concluir por venir de lejos, poner las boyas desde abordo, sin necesidad de bote. Estas evoluciones han de ser de todas clases, y ejecutadas unas veces con las hélices avante; otras, una avante y otra atrás; ya parando la Máquina, etc. Y cuando se tenga éxito fijo en circunstancias favorables, podrá extenderse a evolucionar con viento fresco y mar; no olvidándose de observar el efecto que produce el ciar con ambas máquinas o con una sola y diversas circunstancias del mar y viento» (Es manifiesto, que don Pascual dejaba la marca de la buena forma, de saber dar las órdenes oportunas con el conocimiento suficiente de que lo ordenando y bien cumplido acabaría dando un buen fin)

Pero los problemas se amontonaban, de tal forma que por ser fabricados los cañones en España, pero los afustes, torres y sistemas hidráulico en Francia, pero no existiendo una gran comunicación entre ambas empresas, (llevando a pensar a muchos que lo intentado por los franceses era que se artillara con sus piezas), tuvo que escribir en varias ocasiones a los diferentes Ministros, que unos por otros el tema se estaba quedando endémico y no se veía el fin de la construcción, hasta que con fecha del 18 de mayo de 1889, el Gobierno dictó una Real Orden para que el acorazado, sin su artillería y sin sus redes Bullivant zarpara de Tolón con rumbo a Cartagena. A su entrada en el puerto se encontró con todos los muelles llenos de gente, para darle una bienvenida que no se olvidará, pero la verdad es que el acorazado venía sin sus colmillos.

(Un dato para no olvidar: A la llegada del buque todos quisieron verlo por dentro y lo que más llamó la atención fue la espectacular Cámara del Comandante, pensando algunos quien debía de estrenarla ya que Cervera no iba a ser su comandante, por ello se le ofreció al capitán de navío don Manuel Mozo, que estaba a bordo de la Numancia con dos cargos, pues era el Mayor General y Capitán de Banderas del buque, pero lo rechazó de lleno, aduciendo que: ‹no estaba terminado› sólo por esta razón continuó don Pascual al mando del Pelayo, ya que todos lo querían bien terminado, de lo contrario no era un buen buque para su mal entendido honor)

Las incongruencias prosiguieron, porque don Pascual recibió una Real Orden fechada del 1 de junio de 1889, en la que se le ordenaba «que el buque comenzase ya a satisfacer definitivamente las necesidades ordinarias del servicio de Escuadra» a lo que don Pascual con fecha del 15 seguido le escribe al señor García de Tudela, a sazón Director de Material en la que entre otras cosas le indica: «…que no había cañones en el barco, ni balas, ni pólvora ni nada, absolutamente nada de cuanto hace falta para hacer la vida de Capitana» ya no supo qué hacer cuando se presentó el 1 de julio el Comandante General de la Escuadra de Instrucción don José Carranza, para comenzar a zarpar y hacer las debidas maniobras, viajes y representaciones, quedando don Pascual como Capitán de Banderas del buque y dándole escolta dos cruceros (no mencionan cuales) pero que resultaban tan inofensivos como el mismo acorazado.

Sucedió que los rifeños hicieron fuego sobre el cañonero Cocodrilo, por lo que llegó una orden del 7 de septiembre de 1889, por la que la escuadra acudiera a pedir explicaciones a Tánger. Don Pascual se echó las manos a la cabeza, ya que el acorazado seguía igual, pero había que cumplir la orden y así se hizo, para poder saludar al cañón tuvo que pedirle al crucero Isla de Luzón que le pasara munición y con un cañón de los de desembarco de la marinería, pudo suplir la falta de materiales a bordo.

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