Cervera y Topete, Pascual2

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Pero en su diario de toda su vida entre otras cosas de este día anota: «…tanta organización teatral, que podría darnos un disgusto el día del combate…» Pudo hurtar tiempo a la visita para escribir una carta a S. M., que no era otra cosa que su dimisión, en la que entre otras cosas dice: «No es éste, Señora, un medio que emplea el recurrente para acusar indirectamente a nadie; sólo a sí mismo acusa; y, si no funda su solicitud en razones de salud, es porque no hablaría con verdad, y eso es contrario a mi carácter». Como es natural se la entregó al almirante de la escuadra y éste no se sabe muy bien la razón, simplemente cursó la instancia como cualquier otro documento, sólo apostilló: «Sí se concedía aquel retiro, se reunieran en uno los dos cargos de Mayor General y de Comandante del Pelayo como medio de evitar disgustos.»

Cuando la noticia se extendió comenzó a recibir cartas de casi toda la Corporación, pero hay una que nos parece que tiene mucho que ver con los acontecimientos posteriores. Se la envía el capitán de navío retirado don Rafael Pardo de Figueroa y entre los puntos que contiene, este es digno de ser conocido: «Medina, 19 septiembre de 1889. — Querido Pascual: Te felicito por la gallarda resolución, que has tomado, de pedir tu retiro, para no ser cómplice ni responsable en primer término, ante las conciencias honradas, de esa farsa. Tu resolución no es heroica, pues estás en actitud de poder retirarte; pero es digna, honrada y patriótica. No hay, sin embargo, en toda la Marina quien firme tu retiro, y a regañadientes se hará lo que se debe de hacer, no sin que conserves odios y rencores para mucho tiempo…» (Cuánto se lee este último apartado de lo mucho que aún le quedaba por pasar a don Pascual y por extensión de la incompetencia de los zorroclocos a España y los españoles incluidos algunos compañeros, es porque ya se sabía que en la primera ocasión que se presentará, sería el cabeza visible de todo el problema, es algo que empezó en Filipinas y le siguió toda su carrera, hay que recordar que quien se lo dice es también un marino.)

El almirante don Juan Bautista Antequera, le remitió otra fechada el día veinte desde Vitoria: «Muy apreciable amigo: Mayor fue aún el disgusto que la sorpresa, que me causó su última; pues no creí que se resolviera a pedir el retiro y sí a pedir su relevo, por cualquier motivo, pues la notoriedad de la cosa, no dejaría a nadie duda sobre la causa verdadera de la protesta. De todos modos, a usted ha tocado en esta ocasión manifestar el disgusto de toda la corporación, en la única forma en que pueden manifestarlo los militares, y ha tenido el valor de llevarla hasta sus últimos límites. El servicio se ha prestado ya con su actitud, y usted no debe insistir en el retiro, dándose, como se le han de dar, todas las satisfacciones posibles. Precisamente, en el paseo del Destructor, en que Su Majestad me dispensó el honor de acompañarla, habló sobre usted conmigo, en el sentido en que usted se merece……»

Recibió otra, que también extractamos para no alargar en demasía ésta. Se la remite su tío don Ramón Topete:

«Capitanía General del Departamento de Ferrol 16 de septiembre de 1889. — Señor don Pascual Cervera…Sería ajeno a mi sinceridad el que tratará de disminuir la gravedad de los precedentes que te arrastran a tal extremo, por el contrario, aunque esos te afectan directamente e influyen por consiguiente más fatalmente en tu espíritu, el mal, sin embargo, es más hondo y transcendental, porque hunde la Marina hasta un estado, cuyo descrédito no tiene límites, Tú podrás apreciarlos, en parte, por los casos de que eres víctima; pero yo aquí, al frente de este Departamento, donde puedo abarcar más extenso campo de desdichas, el desbarajuste, el caos y la indiferencia con todas sus consecuencias se presenta a la vista como un triste panorama del presente y del porvenir.
Ya ves que no me hago ilusiones; por el contrario, he perdido toda esperanza de remedio, y tengo el convencimiento de que en esta época, y con la impotencia de los que estamos a la cabeza del cuerpo para regir la Marina, aquel no se aplicará.»
Foto de la fragata Gerona. Colección de don José Lledó Calabuig.
Fragata Gerona. Colección don José Lledó Calabuig.

Pero recibió una primera Real Orden, indicándole: «que se amplíe el recurso» Una segunda con fecha del día veintidós de octubre del año de 1889, en la que se le notifica: «que S. M. el Rey, y en su nombre la Reina Regente del Reino, se ha servido no acceder a la petición del Capitán de Navío don Pascual Cervera» y una tercera, que era lo que realmente sí le gustó a don Pascual: «que el Pelayo pasase a Tolón para montar su artillería gruesa y terminar su armamento.» Así se pasó la insignia del almirante a la fragata Gerona, que se encontraba fondeada en la bahía de Cádiz. Mientras el Pelayo con su Comandante a bordo se puso a rumbo, teniendo la mala suerte de coger en la ruta un duro huracán, donde se pudo ver palpablemente la capacidad del buque para soportarlo y el buen manejo que le imprimió su comandante, consiguiendo arribar sin mayores dilaciones al arsenal francés.

Estando en él acudió a visitar el buque el Presidente de la República francesa, Carnot, quien fue recibido con los honores de ordenanza e invitado a bordo con un excelente convite, antes de abandonar el buque, le dio las gracias por el esmerado trato recibido y tuvo a bien conceder a Cervera, la Encomienda de la Legión de Honor y al segundo comandante señor Camargo, la Cruz de la Legión de Honor. La entrega fue publicada en el Le Petit Journal del día veinticinco de abril y dice:

«Nuestra población ha acogido con grande alegría la elevación a la dignidad de Comendador de la Legión de Honor al Capitán de Navío Cervera, Comandante del acorazado español Pelayo» Pero esto no sirvió de nada ya que el buque seguía con sus retrasos de entrega y justo cuando ya casi todo estaba asegurado para una fecha, le llegó una Real Orden con fecha del día veintinueve de septiembre del año de 1890, por la que se le ordenaba entregar el mando al capitán de navío don Luis Pastor y pasar al Departamento de Cádiz. Antes de abandonar el buque realizo una pormenorizada ‹Memoria› de todo cuanto había sucedido durante su construcción y después ya en la mar, para dejar informado a su relevo y que nada se le pudiera escapar.

Al presentarse en Cádiz lo volvieron a destinar a Eventualidades del Servicio, pero S. M. la Reina Regente enterada de su casi separación del servicio activo, no tuvo inconveniente en crear un nuevo cargo en la Corte, por lo que don Pascual recibió una Real Orden con fecha del día tres de mayo del año de 1891, por la que se le nombraba Ayudante de Órdenes, del cuarto Militar del Rey. En palacio la vida era monótona y a un hombre como Cervera la inactividad no era su forma preferida de vivir, como contra le sirvió para relajarse y recuperar fuerzas perdidas a los largo de toda su vida de marino, él mismo lo define: «Era el palacio real en aquella época, en que lo perfumaba el aroma de virtud que todos los actos de la augusta Reina despedían, una especie de casa señorial, en donde reinaba la austeridad de costumbres más edificante, unida al más fino trato de corte. Se habían armonizado, afectuosa y franca, en el trato común de las personas que pertenecían a la servidumbre real».

Lobo de mar metido a palaciego, le llevaba de cabeza la etiqueta a seguir, tanto que pidió auxilio a una dama de la Corte que lo era de la Reina, siendo la Duquesa de la Conquista y condesa de Cumbres Altas, pero ni siquiera a ella sabía cómo pedirle la ayuda, así que en un descuido la abordó «Condesa, yo comprendo la importancia que en un sitio como este tiene la etiqueta pero, como ve, yo soy hombre de mar, y mi rudeza necesita algunas lecciones de cortesía» le respondió: «No, Cervera, nada de eso: todos admiramos su trato, sencillo, sí, pero galante.» él replicó «No, Condesa, voy a serle franco. En mi profesión, cuando no se conocen bien los parajes por donde uno tiene que entrar, se toma un práctico para no perderse. ¿Quiere usted ser mi práctico, hasta que pueda yo navegar por la corte en franquicia?», le respondió: «Trato hecho, don Pascual, yo le serviré de práctico en este mar de la corte. A ver si saco un buen marino».

El acuerdo no hubiera tenido mayor importancia, pero la Duquesa lo comentó con la Reina y ésta le dijo: «Vamos, que no se despacha mal, surcando los mares de palacio. Enhorabuena por las lecciones de practicaje.» Acompañó a la Corte a San Sebastián y como Ayudante del Rey siempre estaba cerca de él por si le necesitaba, de vuelta a palacio siguió perfeccionándose en estos mares, hasta que recibió la Real Orden del 22 de noviembre de 1891, por la que se le comunicaba su ascenso a capitán de navío de primera clase. (Equivalente al actual grado de contralmirante) La Reina escribió una laudatoria nota a los superiores de don Pascual, en la que le dejaba muy alto y con una gran estima.

Pasó destinado como mayor General del Departamento de Cádiz, pero ya en su ambiente volvió a la carga, pues viendo lo que pasaba escribió un ‹Informe› sobre el «Código Penal de la Marina de Guerra» dejando bien claro que no estaba a la altura de la época, surtió su efecto, pero permaneció muy poco tiempo en su puesto, ya que el nuevo Ministro Beránger lo quería a su lado y después de varios escritos tomo posesión el día trece de mayo como Vocal del Consejo Supremo de Guerra y Marina, pero al regresar el Ministro de la entrevista con su antecesor en el cargo sólo estuvo un día, siendo nombrado por Real Orden el día catorce de mayo Director Técnico-Administrativo de los Astilleros del Nervión. Pero esto no era ningún regalo, puesto que su trabajo era en realidad de director de la empresa, pero como un simple funcionario detrás de una gran mesa y con un gran sillón; así que le vinieron a la memoria sus tiempos de aspirante, ya que en dos días cambio de destino tres veces.

Todo porque por la Ley de Escuadra del año de 1885, la cual no proporcionó ni la tercera parte de lo que en ella se pedía, revitalizó los Astilleros de Ferrol y Cádiz, además de la creación del de Bilbao, llamado del Nervión, con una sociedad formada con la razón social de: Martínez Rivas-Palmers, en la que el español ponía el dinero y el británico ponía sus conocimientos y organización del personal.

Así se consiguió ganar el concurso de la construcción de los tres cruceros, todo guiado por la mano del Ministro de Marina almirante don Rodríguez Arias, pero no obstante el buen pedido, Martínez Rivas se dio cuenta que salía más dinero de sus cuentas del que entraba, razón suficiente para llamar la atención a su socio, el cual se enfadó porque según él hacía todo lo que le era posible para ahorrar, razón por la que el español planteó formar una Sociedad Anónima al cincuenta por ciento, salvando el contrato de la Armada y el Mr. Palmers accedió a ello, pero todo esto dejó muy mal sabor de boca en todas partes, y el problema no se soluciona ya que Martínez seguía aportando grandes cantidades, mientras que Mr. Palmers se las gastaba sin dar cuentas, lo que inevitablemente llevó a la suspensión de pagos, lo que obligó a dejar a todos los trabajadores en la calle y los cruceros parados y a medio construir. De pronto el Ministro se encontró en la situación de tener que exigir o el contrato que era la terminación de los buques o que le fuera devuelto el dinero ya pagado, a lo que la Sociedad se negó, y el Gobierno se vio obligado a la incautación de todos los bienes de la sociedad, lo que causó un mal estar general en la ciudad, que en parte vivía en esos momentos de la construcción de estos buques.

El Ministro Arias se encontró sin nada en las manos, pero los buques ya tenían forma, se había adelantado mucho dinero para impedir su suspensión de pagos y no era hora de tirar todo por la borda, pero mientras hubo uno más de los cambios de Gobierno y asumió la cartera de Marina de nuevo el señor Beránger, lo que provocó que Rodríguez Arias viéndose ya desbordado cayera enfermo. Dado por desahuciado por los médicos pidió que Beránger acudiera a su lecho de muerte, para pedirle que pusiera al frente de la sociedad incautada, a la que nadie le veía salida a Cervera, ya que era el único que podría darle forma a todo. Así como se ve, solo se le llamaba para solucionar asuntos que otros con más años, más graduación y por tanto con mayor experiencia no sabían hacer frente a un determinado problema.

Beránger le comentó a don Pascual que lo había nombrado el anterior Ministro, así que se fue a su casa a visitarlo y el almirante Arías le dijo: «Créame, Cervera, muero contento, porque le veo ir a Bilbao, y estoy seguro de que se acabarán de construir por fin esos barcos», don Pascual le estrechó la mano con fuerza y sin nada más que unas breves informaciones de la situación ese mismo día tomo el ferrocarril que le llevó a Bilbao, ni siquiera llevaba maleta con ropa.

Eso sí, el Gobierno en pleno le había dado prácticamente todo el poder de tomar cualquier medida que fuera en bien para que los cruceros fueran una realidad, pero poco después de llegar y revisar los almacenes, que en vez de ser algo parecido a esto, era un cúmulo de planchas y aceros sin clasificar echados por toda la extensión de la nave, por lo que más parecía un arrecife repleto de agujas que el nombre que se le daba, por el que era muy complicado navegar: recibió una Real Carta de S. M. la Reina Regente, en la que se alegraba de que estuviera él al frente y al mismo tiempo le pedía la tuviera al día de los problemas que pudieran surgir.

En un punto el secretario de la Reina, fuera del contexto de la Real Carta, le comunica de motu propio que: «Tiene en ello tanto más empeño, cuanto que sólo a su iniciativa se debe el haber sido usted nombrado para esta comisión, en la absoluta seguridad de que la llenará cumplidamente y a entera satisfacción de Su Majestad. Como la augusta Señora será muy probable que lea sus cartas, se lo advierto, por si quiere echar el resto en la parte caligráfica, pues tengo observado que, por lo común, al llegar ustedes a Generales, ni las mismas firmas se entienden. Consérvese bueno…»

Lo primero que hizo, porque si no se trabajaba no se podrían terminar nunca los buques, fue hablar con el ingeniero británico Palmers, este muy desinteresadamente le contestó a todas sus preguntas: ‹que si le entregaba doce mil duros en el acto, se quedarían todos los empleados británicos› don Pascual no lo dudo un instante y le extendió un pagaré del Reino de España, con esto cortó el paro causado y el abandono de los profesionales británicos, quedándole ahora los españoles, a quienes con sus finos modales consiguió convencer, realizando el pago del tiempo que estaban en paro, pero con la condición de que como debía firmar todos los pagarés, al presentarse al día siguiente a trabajar como si nada hubiera pasado les serían entregado.

Pero ciertas manos ocultas que se veían salir a la superficie, continuaban intentando sacar tajada de los retrasos, así que un día un maestro obrero de máquinas estropeó una herramienta imprescindible, por lo que informado don Pascual fue despedido y a los pocos minutos se le presentó algo así como un comité de huelga, que si no era readmitido irían a ella paralizando las obras, don Pascual intentó hacerles ver que no era la primera vez, que además esa herramienta había que pedirla de nuevo al Reino Unido, y no le parecía tan exagerado el castigo, porque reiterativamente había demostrado su mala fe. Los representantes no cedieron un ápice en su afirmación, así las cosas el Director se dejó caer sobre el respaldo de su sillón sin decir palabra, al ver está actitud, a su vez se callaron los obreros y entonces don Pascual les dijo: «Podéis hacer lo que os plazca, pero tened entendido que, si vais a la huelga, todo obrero que abandone el trabajo será obrero que no se volverá a admitir, aunque tenga que cerrarse el Astillero.»

Sabedores, porque no lo había ocultado, de que su palabra era la palabra de la Reina, agacharon las cabezas y regresaron a sus puestos de trabajo, ¡la huelga se había terminado! Pero como don Pascual era un padre de familia, sabía el daño que le estaba haciendo al maestro obrero que además era de los buenos, así que pasados unos días lo llamó, le dio el trabajo pero en la herrería de ribera, consiguiendo de esta forma que volviera a cobrar, pero separándolo de la construcción de los cruceros. No hubo bajo su mando más intervenciones de comités.

Otra anécdota, que afirma la fuerza de carácter de don Pascual, fue que un día el señor Palmers se le presentó en su despacho, diciéndole que si no se pagaba a la Casa Brown de Sheffield, que era la encargada de la fabricación del blindaje, de las calderas y hornos suspenderían el envío de lo que faltaba. Cervera se quedó de piedra, pero el británico se fue dejándolo en el mayor de los desasosiegos, de nuevo salió la fineza de su comportamiento y decidió no decir nada a nadie, quedando a la espera de acontecimientos. Llevándose la sorpresa que un tiempo después, recibió un telegrama de la Casa Brown, en el que le comunicaba que habían salido para Bilbao, los últimos dieciséis hornos que completaban el pedido. Cayendo en la cuenta, que todo había sido una maniobra del señor Palmers, por su cuenta y riesgo sacando más dinero para su propio bien estar.

Recibió un telegrama el día veinte de julio, del señor Revuelta en el que le comunicaba que: «S. M. la Reina me encarga diga a V. E. ha tenido a bien concederle la Gran Cruz Blanca del Mérito Naval, como justa recompensa a sus distinguidos servicios» dos días más tarde recibió una carta del ayudante de la Reina, en la que le dice: «Al proponerle ella (la Reina) a V. para la Gran Cruz, trató de oponerse Beránger, alegando que acaba V. de ascender y lo juzgaba prematuro, por lo que ella insistió, alegando lo satisfecha que estaba de sus servicios.» Por documentación de la familia se sabe que después de insistir S. M. sobre la gratificación de condecoración en varias ocasiones al Ministro, pues le había ido dando largar al asunto, Beránger le dijo: «Repare vuestra majestad en que no es costumbre conceder semejante distinción a generales tan modernos.» y S. M le contestó: «Bien, bien, ya lo sabía; pero sus servicios le han hecho antiguo en el empleo.» frase que repetiría la Reina Regente en varias ocasiones cuando le llegaban noticias de que alguien tenía animadversión contra don Pascual.

Con fecha del 10 de noviembre escribe don Pascual al Gobierno: «Me han asegurado que Palmers y Martínez Rivas han sido demandados ante los tribunales ingleses por varios acreedores» con fecha del 29 del mismo mes vuelve a escribir y comunica: «Positivamente sé que Palmers ha sido demandado por la Darlingthon Forge Company» y añade: «Los señores Martínez Rivas tienen verdadero deseo de entrar en componendas con el Gobierno, para poder utilizar los elementos de trabajo que están parados y los que se irán parando.» Comentario veraz y quizás irónico, ya que conforme avanzaban las obras había ya mucha herramienta que no se utilizaba.

Cuando ya todo estaba en marcha y funcionando, comenzó en junio de 1892 a recibir cartas sondeándole por si se le podía nombrar Ministro, pero las evasivas de don Pascual dejaban pocas dudas, así el encargado de hacer este trabajo don Ramón Auñón, por orden de don Práxedes Mateo Sagasta, la cosa se le ponía difícil, continuó la “persecución” a lo que siempre Cervera les contestaba que los cruceros no estaban en el agua y que su intención no era entrar en política.

En su archivo particular se encuentran todas las cartas que se cruzaron, pero extraemos unos puntos de algunas de ellas que dejan clara su posición, como:

«Dirección Técnico-Administrativa. — Astilleros del Nervión. — Particular. — Bilbao 9 de julio de 1892. Sr. D. Ramón Auñón. — Mi querido amigo: Contesto su favorecida del 7…Usted tiene títulos para dirigirse a mí en la forma que quiera y hacerme las preguntas que guste, que yo tengo por un deber el contestarle, siempre que pueda…le diré que agradezco en el alma que hayan pensado en mí para Ministro de Marina; pero tengo la convicción de que yo sería un mal Ministro…absolutamente decidido a no ser Ministro nunca con ningún partido ni cediendo a ninguna presión…Tampoco convendría a ningún Gobierno tenerme a mí de Ministro, de modo que el interés de todos, Patria, Marina y Gobierno es que yo no salga de mi modesto papel de Oficial de Marina, en el que podré prestar mejores servicios mandando Escuadras, Departamentos o cualquier destino, que no tenga carácter político……Creo haber contestado con claridad y, repitiendo mil y mil gracias a quien tanto me distingue sin motivo y a Ud. por la molestia que se ha tomado, quedo affmº… — Pascual Cervera.»

Pero en diciembre se produjo la turbonada que acabó con el Gobierno de don Antonio Cánovas del Castillo, siendo llamado a formar gobierno don Práxedes Mateo Sagasta, quien sin ampararse a nadie realizó la lista de los nuevos componentes y para el ramo de Marina nombró a don Pascual, recibiendo un telegrama del nuevo Presidente, en el que le indica: «Deseando conferenciar con V. E. sobre asuntos de Marina, venga inmediatamente a la Corte.», ante esto ya no podía decir nada, pero de nuevo una anécdota nos pone en el momento histórico del suceso y nos dice perfectamente lo que se decía entre la familia en casa de don Pascual con respecto a la política.

Cuando ya estaba preparado para salir hacía Madrid, de pronto su hija pequeña Anita se puso a llorar desconsolada, su madre doña Ana Jácome se le acerco y le preguntó: «¿Pero, que tienes tontuela?» y la niña le contesta «¡Que a papa se lo llevan a Madrid para hacerle Gobierno!» Se podrá dudar de todo, pero lo que entendía la niña por ‹Gobierno› no era nada bueno, dejando constancia fehaciente por la sinceridad e inocencia de los niños, que Anita no estaba muy conforme y no es posible pensar que fuera de su interior, sino influida por las múltiples conversaciones de don Pascual ante su negativa de ocupar ‹Gobierno›

Llegó a Madrid y le esperaba el coche del Ministerio, así que se sentó en él y le llevó directamente a la entrevista con el Presidente, en toda ella don Pascual siempre añadía algo que decía ¡no! pero el señor Sagasta proseguía, por lo que Cervera se dio cuenta que de allí no salía sin ser Ministro, así que buscó una forma casi segura de no estar mucho tiempo, con sus excelentes formas obligó al Presidente a darle su palabra de honor de que: «no se tocaría para nada la cifra total del presupuesto de Marina», cuando se le confirmó, aceptó el Ministerio.

Su primera actuación como a tal, fue darse cuenta que el Capitán General de la Armada a la sazón don Guillermo Chacón, acudía todos los días al Ministerio donde tenía su despacho, siendo como era un anciano que le costaba dar los pasos y lo más grave, que la mayor parte de los días no tenía nada que hacer, decidió dictar una Real Orden, por la que el Presidente del Centro Consultivo de la Armada, sólo debía presentarse en su despacho para realizar Junta si era necesario, quedando libre el resto del tiempo. Al enterarse el señor Chacón se molestó, ya que entendía que el nuevo Ministro quería deshacerse de él, una mala interpretación que al saberlo don Pascual tomo el problema por los pitones.

Al día siguiente acudió al despacho del Presidente del Centro Consultivo. Don Pascual entró y don Guillermo se asustó, ya que la norma era que él acudiera a la llamada del Ministro: «¡Don Pascual, por Dios! ¿Por qué no me ha llamado a su despacho?; ¿Para qué llamarle, mi General, si soy yo quien debe venir a su oficina?; ¡Vamos Cervera, veo que no se da cuenta del cargo que tiene!: ¡Por eso precisamente lo hago, por saber cuál es mi cargo. Es cierto que yo estoy al frente de la Marina; pero, dentro de ella, usted es mi Jefe Superior, a quien yo debo todo género de consideraciones, aunque en el gobierno exterior ocupe el primer puesto!.»

Se sentó en la parte exterior de la mesa como si fuera un subordinado más y compartieron una agradable conversación en la que don Pascual le explicó las verdaderas razones de su Real Decreto. Lo entendió perfectamente don Guillermo y desaparecieron todas las suspicacias. Fue el que llevado por aunar esfuerzos y ahorrar dinero a la Hacienda, dictó una Real Orden, por la que se reorganizaba la Administración del Ministerio de Marina; a su vez creó los Estados Mayores Departamentales, uniendo en estos las antiguas Mayorías y Secretarías.

A una reunión del Consejo de Ministros, llevó unas cuartillas en la que estaba escrito la reorganización de los obreros de los Arsenales, para evitar que siguieran siendo las «casa de beneficencia» que el pueblo así les llamaba, al intentar dar la explicación le saltaron sus compañeros de gabinete como tigres, oyéndose: «¡Qué barbaridad! Señor Cervera ¿y eso va a lanzar usted al público en vísperas de elecciones?» Don Pascual se dirigió al compañero y le dijo: «¡Pero, señor! ¿No lo están pidiendo los mismos Departamentos, los particulares, los…? » Le cortó: «¡Que nos agua las elecciones, General!» Así que visto el éxito de opinión decidió guardarse las cuartillas.

En la reorganización del Ministerio, creó la Subsecretaría para a forma de segundo Comandante, se encargara de atender los problemas internos, dejando así tiempo y espacio para que el Ministro se dedicara a comprobar el funcionamiento exterior a éste. Lo que significó con el tiempo una de las mejores soluciones en ahorro de dinero y tiempo.

Se enfrentó a algo que fue mucho más complicado. El hecho era que el Ministerio estaba al parecer subscrito a todos los diarios del país, pero en cambio no llegaban nada más que dos diarios al edificio; comprendiendo que el gasto era innecesario y subía varios miles de pesetas, decidió cortar por lo sano y solo se quedaron las suscripciones de los que llegaba. Esto provocó todo tipo de reacciones, empezando por tener que recibir a todos los directores afectados y todos más o menos con la misma cantinela: «Fíjese, señor general, que mi periódico ha estado siempre a la devoción del Ministro y …Y es que, si me priva de esa subvención, me veré obligado a cambiar de táctica.» A todos contestó lo mismo como si fuera una letanía: «Haga lo que guste; pero la Armada necesita ese dinero para comprar barcos que defiendan a la Patria. Así que si no desea más…»

Pero esto fue parte del fin, ya que de pronto todos los diarios del país se pusieron en contra del Ministro. Pero él prosiguió su trabajo como si nada pasara. En el mes de febrero organizó el Centro Consultivo de la Armada, reorganizó al Real Cuerpo de Infantería de Marina, el cuerpo de Archiveros (que había sufrido muy pocos cambios a lo largo de su existencia), el cuerpo de Vigías y el de subalternos. Con la reorganización del Real Cuerpo de Infantería de Marina, hubo un gran revuelo por incomprensión de la medida, pero en realidad aumentaba su efectividad como luego se demostró. Lo que no le evitó por amor propio presentar por segunda vez su dimisión al Presidente, pero el señor Sagasta le volvió a contestar: ‹todo se arreglará›

La carta de dimisión fue esta:

Comillas izq 1.png «Madrid, Febrero 1 de 1893.— Excmo. Sr. D. Práxedes Mateo de Sagasta.— Mi querido amigo y respetable Jefe Sabe Ud. Bien todo lo que vacilé antes de aceptar la cartera de Marina, y entonces manifesté a Ud. Que mis vacilaciones reconocían por causa el temor que abrigaba de hacerlo mal en el Ministerio por lo diferente que es mandar buques y administrar la Marina. Estos temores, que nunca me han abandonado, se han convertido en la más patente realidad de que mis ideas, que creo y sigo creyendo sanas, no son de oportuna aplicación en los momentos actuales. Yo, que no soy político, he venido aquí sin compromiso, empujado por corriente, que no son ni viene del Parlamento ni de Comités de ningún género, y esas corrientes me faltan; tengo las pruebas más evidentes de ello. Faltándome esa fuerza, y no contando con otra, quedo completamente a merced de que las circunstancias me lleven, sin norte ni guía, y mi administración sea desastrosa. Como yo no puedo honradamente continuar así, ni al Gobierno le conviene tener un hombre con el prestigio perdido al frente de un Departamento, creo que lo prudente es que yo me vaya. Aún no está firmada ninguna reforma, más que la fusión de la Mayorías y Secretarias de los Departamentos, Apostaderos y Escuadras, que ha sido bien recibida. El Ministro, que me suceda, podrá desarrollar su plan sin contradicciones, y yo, convencido de mi poca disposición para este puesto, volveré a mi vida oscura, no ya a un Departamento, donde no quepo, sino de cuartel a esta su casa.

Suplico a Ud. Piense sobre el contenido de esta carta, que nadie conoce, y mande a su affmoº., que queda esperando sus órdenes.— Pascual Cervera» Comillas der 1.png


Pero pronto llegó la puntilla. El señor Sagasta, le pidió que afinará el presupuesto de Marina que en el ejercicio anterior había sido de veintisiete millones de pesetas, quedando reducido por Cervera a veintitrés millones setecientas mil pesetas, los recortes se aplicaron solo a gastos superfluos, con ello se tiró encima a la prensa y otras lindezas que consideró que eran más para políticos que para mejor administrar a la Armada, pero se sumó a esto que la palabra de honor dada del señor Sagasta como buen político, valía lo que valía, ya que se le comunicó una rebaja al presentado por Cervera de otro millón novecientas doce mil trescientas diecinueve pesetas.

A esto siguieron una serie de entrevistas entre el Ministro de hacienda don Germán Gamazo y don Pascual, intentando entre los dos dejar el presupuesto como mandaba el Ministro de Hacienda, así pasó el consejo de ministros del 12 de marzo, pero el 21 se volvía a reunir y comenzó hablando el señor Gamazo: «Con el consentimiento de todo el Gabinete, se ha decidió mantener las 400.000 para la limpieza de los Caños de la Carraca en el presupuesto de marina.»; le interrumpió Cervera: «¡Eso no puede ser. Hemos quedado en que formarían parte de las economías del Presupuesto!.» Le afirmó Gamazo; «Lo siento mucho, General, pero no pueden suprimirse.» Prosiguió; «Hemos quedado también en que la cifra total del presupuesto ha de ser reducida en un seis por ciento, lo que supone en Marina una reducción de un millón cuatrocientas mil pesetas, que han de ser efectivas, es decir, hechas por supresión o reducción de servicios.» Ante esto don Pascual ya no soportó más la política, así que de un golpe se levantó retirando su sillón y diciendo: «Perfectamente, señores. Y como yo no puedo hacer esas economías en el ministerio de mi ramo, presento mi dimisión con carácter irrevocable y … tan amigos como antes.»

Así abandonó el Ministerio en el que había permaneció tres meses, pero hay que decir que en el año de 1892, fueron Ministros interinamente don Manuel de Azcárraga; por quinta vez, don José María de Beránger; Interinamente don José López Domínguez y don Pascual Cervera y Topete, que se mantuvo hasta el día veintiuno de marzo, habiendo entrado efectivo el día diecisiete de diciembre anterior. A su salida solo un diario defendió a Cervera, este fue el «Tiempo», que unos días antes el 17 de marzo, había publicado: «Es inútil querer resolver esta clase de asuntos en los Consejos de Ministros por medio de conferencias y de componendas. La cuestión planteada hoy está. ¿Se quiere tener Marina o se quiere destruir aún la que tenemos.? Querer tener barcos con presupuestos que no los pueden sostener, y querer construir barcos, para dejarlos perder luego por falta de cuidado, eso es un absurdo.»

Una pequeña comparativa para averiguar las razones del estado de la Armada las dan estas frías cifras: «En 1799 disponía la Marina española de un presupuesto de 75.036.514 pesetas. En 1887 a 88, se había disminuido a pesetas 44.572.322. Al estallar la guerra con los americanos, el presupuesto de ese año era de 28.344.971 pesetas. El de Italia en el mismo año era de 96.899.646 más un extraordinario de 4.275.000 liras. Chile, con tres millones de habitantes en 1899 dispuso de 42.734.919 pesetas. Argentina con 58.131.593 pesetas y Brasil, con 132.196.232 pesetas.»

Estas y no otras fueron las razones de la perdida posterior de nuestros territorios ultramarinos, ya que una Marina sobre todo, es imposible activarla si antes no se han construido los buques. Un buque de guerra no se puede construir en quince días, como muy bien saben todos los miembros de la Corporación, o se tienen o no se tienen. Y el mítico combate entre David y Goliat, solo se pudo dar y vencer el pequeño al grande, porque aquel utilizó un arma arrojadiza, si hubiera sido a base de fuerza contra fuerza no lo hubiera ganado.

Fue sustituido por el contralmirante don Manuel Pasquín y de Juan, quien sí realizó los ajustes que pedía el Ministro de Hacienda señor Gamazo. Pero don Pascual hizo una sola declaración al poder leer los nuevos presupuestos aprobados;

«Si bien no estará demás decir que en las partidas suprimidas hay la de 250.000 pesetas para el Hospital de Ferrol; se han suprimido 312.000 pesetas, destinadas a adquisición de fusiles Mauser, que son tan necesarios, como que el ejército nos tuvo que prestar 500 el año pasado para hacer frente a las posibles contingencias del 1º de mayo; no hay consignado tampoco nada para pólvora en el proyecto, llevado a cabo con la rebaja del millón de pesetas; y otras mil cosas para que contaba yo con las economías que me produjeran las reformas y la venta de material inútil.»

(Aquí viene muy a cuento el estado de España y es el dato del número de ministros del ramo que hubo entre el año de 1799 y 1899, que fueron solo 104 eso sin contar los interinos, que entre cambio de Gobierno o dimisión de uno, siempre había otro en el medio hasta nombrar y jurar oficialmente el cargo el propietario. Pensamos que es una cifra aleccionadora de lo que en sí significó el siglo XIX español, al que definimos muy modestamente, en vez de cómo se le conoce como el ‹Romántico›, pero a nuestro entender fue el ‹Destructor› (que por cierto en él nació de la mano de un español) ya que las intrigas internas, Trafalgar, la guerra de Independencia, el regreso de don Fernando VII, su regreso al absolutismo, la emancipación de todos nuestro virreinatos americanos, las guerras Carlistas (civiles), África, la Revolución del 68, expulsión de doña Isabel II, entrada y salida de don Amadeo I, el sistema de la 1ª República con el problema de los Cantones, regreso de los Borbones con don Alfonso XII, Conchinchina, Filipinas, Carolinas y Cuba además de otros lamentables acontecimientos ocurridos en él, todo ello junto y revuelto dejó a España anclada y con poco fondo, lo que impidió seguir el rumbo del resto de Europa perdiendo el vapor de la industrialización, que se ha venido arrastrando…¡Qué sabe nadie!)

Don Pascual sí que aprendió y como él ya suponía, eso de la política como que no estaba hecho para él, sino para personas hechas de otra pasta, menos rígida y por tanto más voluble a la opinión de los demás que la de uno mismo. También tuvo muy claro, que con esa política no se llegaba a ningún buen puerto, bueno a uno sí, a dejar de ser un país independiente ya que era inevitable la bancarrota y si algún otro nos ayudaba algo pediría a cambio, ya que la independencia no es solo unas líneas de demarcación de fronteras, una bandera y un himno, es algo más profundo y solo se nota su falta cuando el mal aparece. Como había ocupado la cartera, ahora no podía estar en la Administración, a su vez su grado no era precisamente el mejor para ocupar puestos y Escuadra no había, así que eligió permanecer en la situación de cuartel e intentar recuperarse de lo “bien” que se lo había pasado «jugando a político»

 Foto de la fragata acorazada Arapiles. Colección de don José Lledó Calabuig.
Fragata acorazada Arapiles. Colección don José Lledó Calabuig.

Pero como siempre no le dejaron descansar mucho, ya que por Real Orden de fecha del día catorce de septiembre del año de 1893 se le destinó como Jefe de la Comisión de Marina de Londres. Este destino sí que era de su agrado ya que este país sí estaba a la cabeza de la industrialización y podría conocer de cerca todo cuanto de nuevo había o se proyectaba. Pero se encontró con el afecto de los ingleses; a los pocos días de estar al frente de la Comisión la Casa Green, constructora de la fragata acorazada Arapiles, reclamó el aval de fianza por la firma del contrato, pero cuarenta años más tarde, cuando ya ni el buque figuraba en la Armada, buscó y buscó, se puso en contacto con Madrid y al final se pudo demostrar que sí habían cobrado el aval. (Una más de nuestros amigos de siempre.)

También se enteró allí, de que existía una costumbre, ésta era que del importe de las sucesivas compras la casa vendedora realizaba un cheque para el comisionado o comprador por el importe del 5% del total del pedido, el cual iba sin nombre a donde ingresarlo. Se compraron unas anclas para el crucero Castilla, al abonar la cantidad le adjuntaron un cheque por treinta libras, al verlo don Pascual simplemente se limitó a escribir a la Casa Green la carta siguiente: «Entiendo que esas 30 libras son una rebaja que ustedes hacen al pedido que se les hizo, por lo que les doy las gracias, y he ordenado que lo ingresen en los caudales del Estado. Como estas rebajas a posteriori perturban nuestra contabilidad, les ruego que en adelante, si quieren hacernos ese obsequio, nos avisen antes de cerrar las cuentas.» ¡Sin palabras!

Otro caso con el que tropezó, fue con la Casa Withwort de Manchester, a la que se le habían encargado las torres, los carapachos y los tubos de conducción de munición para los cruceros del Nervión. Le indicaron desde Bilbao que no estaban listos y hacían falta, así que escribió a la empresa y acudió un representante a darle explicaciones, estás eran burdas como esta: «Señor Cervera, sepa que aquí, además de los suyos, tenemos otros trabajos para nuestra Marina inglesa, y primero es nuestra marina que la suya.» Don Pascual no se lo pensó y le contestó: «Le concedo a ustedes esa primacía; pero sepan que la Marina española tiene firmado con ustedes un contrato a plazo fijo, y en ese plazo han de cumplir ustedes ese compromiso como personas de honor o, de lo contrario, les citaré a los tribunales para que se les imponga la multa estipulada.»

El británico abandonó el despacho ‹algo malhumorado› pero continuó con su preferencia, por lo que ya puesto al día don Pascual, al pasar un tiempo prudencial de la primera fecha límite, comenzó a poner denuncias por medio del abogado del estado, al final resultó, que solo se retrasaron un par de meses, pero ahorró dieciséis mil libras del valor de la compra. Y alguien quería darle lecciones de ahorro.(¡Solo con no robar ni permitir que le robasen, era más que suficiente!)

El desgraciado día 10 de marzo de 1895, se dio por hundido el crucero Reina Regente, la prensa como siempre pidió explicaciones al Gobierno, que en esos momentos estaba presidido por don Práxedes Mateo Sagasta, pero el Gobierno no pudo dar explicación alguna en la cámara, por lo que el día veinticuatro siguiente presentó la dimisión al completo, subiendo a la presidencia don Antonio Cánovas del Castillo y con él por sexta vez como Ministro del ramo el Almirante Beránger, que no era precisamente un amigo de don Pascual.

Parece mentira pero es así, el Ministro quiso encontrar culpables, por lo que movió cielo y tierra para encontrar a uno sobre quien descargar el peso de la desgracia que se había expandido por toda la Península, pero no encontró a nadie ya que solo se hubiera podido saber algo de poder sacar a flote al crucero, pero esto estaba fuera de toda posibilidad técnica en la época. Por lo que ni corto ni perezoso, ya que continuaba el huracán molestando al Gobierno, dirigió una carta a don Pascual, para que viera la posibilidad de que tanto el Lloyd y empresas expertas británicas pudiera darle alguna luz, a lo que Cervera le escribió diciendo que no era conveniente mover el asunto más, el buque se había perdido y lo mejor para todos sería tratar de olvidar, ya que nadie podía dar informaciones, que por desgracia quienes pudieran darlas se habían ido con el buque al fondo de la mar. Pero el Ministro ordenó que se le obedeciera, a lo que don Pascual contestó presentando su dimisión, la cual al llegar a Madrid (como siempre) nadie la firmó ni aceptó, por lo que el Ministro tuvo que desistir de saber algo sobre el asunto.

(Al parecer la mano de la Reina Regente, era más grande y poderosa que la del señor Ministro)

Don Pascual estaba obligado a desplazarse, lo que significa que habían unos gastos, pero todo esto se llevaba en la contabilidad de la Comisión, de la que se enviaba un resumen mensual al Ministerio, pero no contento y demostrando su inquina hacía don Pascual, el Ministro Beránger le envío un escrito, en el que entre otras cosas le dice: «…en los sucesivo, todo efecto, por pequeño que fuera, sufriese un reconocimiento individual…» Don Pascual hombre siempre a las órdenes de sus superiores, se puede leer en uno de los resúmenes: «gastos de la Comisión, compra de unos candeleros, bombillas y pantallas, 8 libras; gastos de viaje, desde Glasgow a Liverpool para reconocer personalmente su calidad, 5 libras y media; total 13 libras y media» Como para quitarle trabajo al Ministro.

En estos momentos estamos en la segunda mitad de 1895, cuando ya ha comenzado la guerra de Cuba, ya que el día veinticinco de marzo desde la isla de Santo Domingo, los cabecillas de la revolución Martí y Gómez (apellidos muy cubanos) divulgaron el «Manifiesto de Montecristi» que no era otra cosa que el grito de ¡a la guerra! Como siempre a España le pilló de sorpresa, ya que nuestros políticos estaban y seguían estando más preocupados por la poltrona que por los asuntos de Estado. Así que el Presidente señor Cánovas solo pensó en proveer a la Armada de una serie de cañoneros y de lanchas para combatir el contrabando.

Aquí vuelve a entrar don Pascual, ya que las noticias del otro extremo del planeta también estaban pidiendo buques, por lo que consiguió la rápida construcción del transporte General Álava, que tuvo un coste de dieciséis mil trescientas libras, encargado en la casa Mac-Millán de Dumbartón, al mismo tiempo que en diferentes astilleros contrató unos pequeños cañoneros para Mindanao y una flotilla de diecinueve unidades de cañoneros y lanchas para Cuba, que por su gestión a los cuarenta y tres días de firmado el contrato ya estaba en el agua el primero de ellos. Citamos textualmente: «…verdaderos gritos de dolor de un alma que se parte en pedazos al tocar las heridas abiertas en las entrañas mismas de su madre Patria, que son sus gobernantes, y al verse, por otro lado, impotente para sanarlas.» [1] Esto es parte de una de las múltiples cartas que escribió don Pascual, al intuir lo que se le venía encima a su pobre País. (Pensamos que en menos no se pude decir más.)

No nos vamos a alargar con el desarrollo de la guerra, ya que la mayor parte no incumbe al marino, pero por lo escrito hasta aquí queda muy claro que don Pascual no fue culpable de esta guerra, como no suelen serlo nunca los militares, ya que por desgracia para ellos, saben el poder de las armas mejor que nadie y lo que es seguro, es que si hay guerra ellos son los primeros en ir y si encima añadimos la incomprensión de la ciudadanía por regla general, por ser desconocedores de la realidad, significa ya una bajada de moral demasiado importante para alguien, sea quien sea, que también tiene familia y sabe que puede perfectamente no volver.

En una de las cartas que escribió al Presidente, le explicaba lo que había que hacer, entre otras cosas le dice: «…porque Cavite nos va a dar un susto en la primera guerra que tengamos en Filipinas» y añade: «…el Arsenal de Cavite, no solo no es un apoyo para la escuadra, sino que lo creo un peligro en tiempo de guerra, y una carga en tiempo de paz.» en una contestación de Cánovas, (estamos en 1895) le dice: «La carta de Ud. Me ha servido de gran estímulo para emprender todo eso que Ud. dice, y que yo le aseguro que no quedará por mi parte en meras palabras.»

Pero la realidad fue que tres años después todo estaba igual o mejor dicho, tres años más viejos. Y no era esta una opinión solitaria, porque ya en el año de 1800, cuando visitó el Arsenal el general don Ignacio María de Álava, hizo la siguiente apreciación al Gobierno: «No siendo Cavite susceptible de hacerse intomable, no sólo no puede servir de refugio, sino que, no es posible que haya Escuadra en Filipinas, mientras Cavite sea Arsenal.» Así que casi cien años después, no se había solucionado el problema.

Cumplido el tiempo de estancia en la Comisión regresó a España, a su llegada el Ministro Beránger le nombró Vocal del Centro Consultivo de Madrid, pero don Pascual se negó a aceptarlo y formar parte como un títere de lo que ordenase el Ministro.

Foto del crucero Sánchez Barcáiztegui. Colección de don José Lledó Calabuig.
Crucero Sánchez Barcáiztegui. Colección don José Lledó Calabuig.

Por estas fechas fue cuando el Ministro recibió el telegrama de que el crucero Sánchez Barcáiztegui se había ido a pique, la reacción del Ministro no pudo ser más acertada, ya que en esos momentos también había recibido la comunicación de que los cañoneros estaban listos para ser transportados a Cuba, pero ante el hecho de lo sucedido con el crucero, no dudó un instante en pedir a las autoridades británicas que los mandaran sus propios oficiales, porque sencillamente no se fiaba de los españoles, siendo depuestos todos los comandantes españoles ya nombrados para ellos, ocupándose de marinarlos la Casa Constructora británica Thomson.

Todo un alarde de españolidad en un Ministro de Marina de España. Pero no conforme con esta decisión, escribió primero a Beránger, quien se salió por la tangente, visto esto, le escribió al Presidente don Antonio Cánovas, éste todavía más viejo zorro de la política, ni siquiera le contestó. Así que el malestar en la Corporación subió varios decibelios. A pesar de no estar de acuerdo el Ministro ni el Presidente del Gobierno, se vio de nuevo la mano de la Reina Regente, que no dejaba sin amparo a su protegido, por lo que firmó una Real Orden con fecha del día veintiséis de febrero del año de 1896, por la que don Pascual alcanzaba el grado de contralmirante (actual de vicealmirante), siendo destinado como segundo del Comandante General del Arsenal de la Carraca, por ser su jefe el vicealmirante Carranza.

La situación del Arsenal era desastrosa y el principal problema consistía en la cantidad innecesaria de trabajadores que en él había sin tener trabajo, pero cobrando el suelo como si lo realizaran. Don Pascual acababa de intentar hacer malabarismos para mantenerse dentro de un presupuesto, enterándose en este instante de donde no se podía quitar ya que se necesitaba el voto de los trabajadores.

Enfadado por el proceder de los gobernantes de España, como era su obligación y por conducto reglamentario escribe tres cartas al capitán general del Departamento poniéndolo al día de la solución; una fechada el 6 de mayo y la siguiente el 7 de julio, las dos de 1896, la tercera del día 8 de febrero de 1897, en esta última Cervera ya sabía la causa, pues existía un ‹convenio› y lo pone en conocimiento del Capitán General y entre muchas otras cosas dice: «…existía un acuerdo de la Junta del Arsenal de 20 de septiembre de 1887, por el cual no se podía ni admitir ni despedir obreros.» a lo que se añade un fleco: «…obligación de pagarles, aún no prestasen servicio alguno…», pero como no se le contestaba pidió al Jefe de Ingenieros una explicación, el cual por escrito del 28 de diciembre de 1897, entre otras le dice: «que el arsenal viene sosteniendo a 1.028 operarios (año 1887), pero que para el trabajo ejecutado pudo haberse hecho con 680…» para que los números salgan añade Cervera de su puño y letra, a parte de la contestación del Jefe de Ingenieros: «Entonces se construían cuatro buques, que pudieron hacerse con el trabajo de 680 obreros; hoy sólo se construye el Princesa de Asturias, y para esta obra se sostienen a 1.304» (Quedando claro que los astilleros del Estado solo eran una casa de Caridad, bien entendida en beneficio del voto de los políticos.)

En una carta de las muchas que conserva su familia, dice: «Por fin, en noviembre de 1896 se verificó la botadura del Princesa de Asturias, cuya peligrosa situación le llegó a preocupar tanto a Cervera, que puedo asegurar que el día en que el barco entró, por fin, en el agua, sin contratiempo, se puso tan alegre como si le hubieran dado un ascenso, aquel día nos obsequió con un té, en el que rebosó el buen humor…».

Aquí conviene aclarar, que el crucero se botó oficialmente en el mes de septiembre, pero ante el asombro de todos, gobierno, invitados e ingenieros se negó a deslizarse hasta el agua, así que todo el mundo se quedó sin poder celebrar la ceremonia. Ya sin nadie presente excepto unos remolcados y personal del Arsenal se intentó arrastrar al agua en octubre, pero el resultado fue peor, ya que quedó la popa apoyada en el agua y la proa en la grada, por lo que fue moteado como el ‹arrastrao› pero su situación podía causar la quebradura del casco y de aquí la preocupación de Cervera, que era más que justificada, pero el día diecisiete de noviembre sin que nadie lo tocara se deslizó solo hasta quedar en su situación natural, sin haber sufrido daños y por ello se le cambió el mote por el ‹espontáneo›

Pero lo malo no fue esto, sino que estando ya la guerra avanzada en Cuba, la prensa muy bien informada del tipo de buque que acababa de caer al agua, comenzó a llamarlo el ‹acorazado› pero el Ministro como esto le daba más publicidad y ‹fuerza› a su gestión no desmintió el engaño, aparte de que la misma lo daba como puesto en servicio para seis meses después y en cambio en la corporación sabían, que le faltaban de dos a dos años y medio para ser alistado, y al menos otro más para estar listo para el combate, pero como ninguna voz autorizada se levantó para deshacer el entuerto ya que era bueno para las urnas, el pueblo español siguió pensando que estaría pronto listo y de que era un ‹acorazado› (De hecho el crucero después de múltiples peripecias en su construcción fue alistado definitivamente en la Armada a finales de 1908).

Por otra parte la guerra en Filipinas se declara y la de Cuba bajo el mando del general don Valeriano Weyler, se iba poco a poco sojuzgando, pero el 8 de agosto de 1897, cuando el Presidente del Gobierno don Antonio Cánovas del Castillo se encontraba veraneando en el balneario de Santa Águeda, fue vilmente asesinado. Don Pascual estaba en el Arsenal y pocos días antes había fallecido repentinamente el capitán general del Departamento el almirante Carranza, así que Cervera pidió una licencia por estar enfermo, a pesar de ello se mantuvo en el puesto de interino del Departamento y en el suyo de jefe del Arsenal, hasta que llegó el vicealmirante don Domingo de Castro como nuevo Capitán General y le entregó el mando.

Al saber de su licencia los diarios, lo dieron como probable para ocupar la Comandancia del Apostadero de la Habana. Se le comunicó a él y a pesar de estar realmente enfermo solo comentó; que lo que quisiera el señor Ministro. Efectivamente el Ministro señor Beránger le llamó para consultarle si era posible, pero ya con la orden de destino firmada. Acudió don Pascual y solo quiso que se le aclarara la situación, a la que además ponía una serie de condiciones: «no quiero ir al Apostadero de la Habana, como un maniquí, sino como un Jefe de carne y hueso.»

Sus condiciones no fueron aceptadas por el Ministro y se terminó la conversación, Cervera que conocía el percal del Ministro, salió de la entrevista ‹esbozando una ligera sonrisa›, no en balde llevaba ya muchos años siendo comisionado a misiones que ningún otro en la Corporación quería aceptar. Regresó a su lugar de descanso en Vichi, pero hubo un nuevo cambio de Gobierno, llegando de nuevo como Presidente el señor Sagasta y Ministro de marina don Segismundo Bermejo, así el 11 de octubre de 1897 recibió un telegrama del Presidente, quien le llamaba urgentemente a su presencia en Madrid.

Aquí empezaba el calvario del hombre, porque era conocedor de que ya las presiones norteamericanas eran muy fuertes y la guerra antes o después estallaría contra un país mucho mejor preparado para ella que España, y aunque no estaba seguro, sospechaba cual era esa premura para que se presentase. Se puso en camino, llegó, y se le comunicó que con fecha del día veinte había sido nombrado Comandante General de la Escuadra, para lavarle la cara el 25 se le concede la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo y el 30 del mismo mes llega al Departamento de Cádiz a tomar el mando que se le había designado.

Aunque no sea el lugar cronológico correspondiente, en una carta fechada en 1903, don Antonio Maura le dirige unas letras, que dicen muy bien en qué ambiente y forma se le otorgó el mando: «…camino del calvario, por donde va a hacerle subir la madre Patria, echando sobre sus fuertes hombros la cruz de las imprevisiones y desaciertos, de largo tiempo atrás cometidos…»

(En este espacio de tiempo, que va desde su nombramiento como Comandante General de la Escuadra, (a la que hay que decir que mejor llamarla división, ya que los principales buques de ella no estaban disponibles y de los que se pusieron bajo su mando, uno no llevaba su artillería principal) iremos solo dando algunos apuntes, para ir situando al lector, ya que el combate y antecedentes están impresos en muchas obras y por mejores plumas que la nuestra, no es que lo queramos obviar, pero como esto es Historia, no es posible cambiarla en absoluto y no pretendemos dar nuestra opinión al respecto, por la mucha polémica que viene arrastrando desde que se supo que la división fue destruida y hundida, por lo que solo daremos aquellas referencias dignas de mención.)

Un buen ejemplo de la preparación de las dotaciones, incluidas las de sus mandos (contra los que en ninguna forma se intenta ir en su contra, bastante hicieron con cumplir con su deber), es que el 27 de noviembre de 1897, después de varios escritos con el Ministro se resuelve que la división realice unas maniobras con fuego real, pero con la salvedad del Ministro de: «no gastar mucho, no consumir carbón y ahorrar disparos…» y el día mencionado zarparon del puerto de Cádiz, el crucero Vizcaya, insignia, Oquendo, María Teresa y Colón, con rumbo al Mediterráneo a aguas de Santa Pola, siendo así los primero ejercicios de fuego real desde el problema con Alemania, por las islas Carolinas en 1884. (Solo hay que pensar lo bien instruidas que estarían las dotaciones en fuego real, como el que iban a recibir.)

A lo que se sumó que por estar en pleito por el tema de la artillería principal de crucero Colón, éste tuvo que arribar a Cartagena, donde posteriormente se presentó don Pascual y sabiendo que los entregados por la casa Ansaldo eran los números 325 y 313, y estos no estaban en condiciones, les pidió que aunque fueran de menor calibre que se le instalaran, ya que era una cuestión de vital importancia a nivel de Estado que el buque pudiera entrar en combate en condiciones, incluso que si no se hallaba ninguno se le instalaran los defectuosos. (Más valía malo que ninguno)

Así que tenemos a un país a punto de entrar en guerra y que no se dispare mucho, no hay cañones, los servomotores de las piezas grandes no tenían fuerza, los cierres de la artillería de 14 ctm. eran no inseguros, sino peligrosos; los casquillos eran de muy mala calidad y no le daban confianza, tanto que en las maniobras esta artillería por considerarla principal en caso de combate, ni siquiera se utilizó, mientras que la gruesa solo se efectuaron dos disparos por pieza. Y lo comentado sobre las dotaciones, eran tanto el despiste que muchos oficiales tenían que indicar personalmente como debían de hacerse los movimientos y donde se encontraban las herramientas para casos de urgencia.

Don Pascual en una nota de su diario dice de Bermejo con gran dolor: «…me aconsejó ahincadamente la necesidad de restringir lo más posible el uso de los cañones…» Para cualquier persona que medio sepa algo sobre lo que significa tener y mantener una escuadra, no hay que explicarle que las condiciones en que se le puso al contralmirante Cervera, eran harto indeseables para cualquier mando, por eso no se le dio a otro, solo al que sabían por experiencia que al menos intentaría lo mejor por y para España.

El 25 de enero de 1898 arribó al puerto de la Habana el acorazado de segunda Maine de pabellón norteamericano y el 5 de febrero, lo hacía el crucero Montgomery al puerto de Matanzas siendo de la misma nacionalidad. En compensación a estas visitas de cortesía, se dio orden al comandante Eulate que tenía el mando del crucero Vizcaya, de partir rumbo a Nueva York para devolver la visita, pero el crucero estaba a punto de entrar en carena para limpieza de fondos, recorrer sus máquinas, limpiar los condensadores, verificar el funcionamiento de la artillería de 14, afirmar su servomotor, proteger los grifos de la tuberías contraincendios, cargar víveres y entregarle dinero para gastos o pagar a la dotación, o si surgía algún inconveniente. Nada de todo esto se efectuó. Pero para comprobar el gran sacrificio y buena organización de los marinos, a pesar de ser una orden del Ministro e imprevista, se pudo localizar a todos los miembros de la dotación en la intrincadas tierras de Galicia, ya que la mayoría eran de ella y al prever una varada de algunos días de duración se les había dado permiso a todos ellos, pero ninguno faltó a la cita.

Hay innumerables cartas cruzadas entre don Pascual y el Ministro, en todas la ‹confianza› del político es rayana en la inconsciencia, por infravalorar el poder de los norteamericanos y sobrevalorar el de nuestros buques, cuando precisamente los dos más poderosos él acorazado Pelayo y el crucero acorazado Emperador Carlos V no pudieron aprestarse a tiempo, y como arreglo a toda la locura, le indica Bermejo, que; «…no ve correcto que un contralmirante español lleve su insignia con solo tres buques, por lo que en cuanto pueda le incorporara al Colón con o sin cañones…» esto a buen seguro tranquilizó a Cervera, sobre todo viniendo del Ministro.

Para arreglar el tema, curiosamente el 15 de febrero a las 21:40 horas se oyó un explosión que levantó una llamarada en el fondeadero de la Habana, era el acorazado de segunda clase norteamericano Maine que había volado, yéndose al fondo en contados minutos pero como había poco calado de más, quedó media estructura por encima del nivel del agua. A partir de este momento comenzaron todas las formas habidas y por haber, utilizadas por la prensa norteamericana encabezadas por las publicaciones de Pulitzer y Hearst para llevar a su país a la guerra contra España para apoderarse de la isla de Cuba, en la que los grandes magnates de la naciente potencia tenían demasiados intereses como para dejar pasar la oportunidad de anexionársela.

 Foto del cazatorpedero Destructor. Colección de don José Lledó Calabuig.
Cazatorpedero Destructor. Colección don José Lledó Calabuig.

Con las ausencias de los buques asignados a otros cometidos, el día veintinueve de marzo zarpó don Pascual del puerto de Cartagena, dando ya por perdido el poder montar algún tipo de artillería en el Cristóbal Colón, así que éste, el Infanta María Teresa y el contratorpedero Destructor formando la ‹escuadra›, con rumbo al puerto de Cádiz para unirse con los destructores de la escuadrilla de Villaamil, que debían zarpar con rumbo a la isla de Puerto Rico según órdenes del Gobierno. Pero todo estaba tan a punto, en su sitio y bien revisado, que a las pocas horas de zarpar de Cartagena el Cristóbal Colón sufrió el reventón de una caldera, por sus efectos varios fogoneros salieron despedidos y chamuscados, no quedó aquí el problema ya que al doblar el cabo de Gata, la mar gruesa de Poniente obligó a buscar refugio en el puerto de Almería al Destructor, pues le era imposible navegar entre aquellas olas, arribando a la bahía de Cádiz el día treinta de marzo, con toda su escuadra, compuesta por el Colón averiado y el Infanta María Teresa que enarbolaba su insignia, aquí fue donde les pintaron los cascos de negro a los buques, (vistiéndolos de luto antes de hora) y donde cargó la única remesa de los proyectiles de 14 centímetros que si iban a servir y mucho.

El 4 de abril de 1898, la situación de la escuadra era la siguiente, las negociaciones con los Estados Unidos estaban ya en punto de declaración de guerra, la escuadrilla de Villaamil intentando arribar a su destino, sabiendo que los buques norteamericanos Brooklyn, Columbia y Minneapolis estaban bloqueando a Puerto Rico, el Vizcaya y el Oquendo ya habían arribado a la Habana, y el Comandante de la escuadra en Cádiz, sin que el gobierno le hubiera indicado lo más mínimo que hacer, pero en cambio sí que le quitaban buques para cumplir comisiones diplomáticas, cuando la guerra estaba como solía decir él; «encima como un tren expreso.»

Don Pascual no se le ocurre otra cosa que escribir al Ministro Bermejo el mismo día cuatro de abril: «Al Ministro Bermejo.— Creo es muy peligroso que continúe su viaje escuadrilla de torpederos.»

«Como no tengo instrucciones, es conveniente que vaya a Madrid para recibirlas y formar plan de campaña, Me preocupan las Canarias, que están en situación peligrosa. Si durante mi ausencia fuese necesario que la escuadra saliera, podría verificarlo por segundo Jefe.» El Ministro no tardó en contestar, ya que esa misma tarde le llegó su carta que decía: «Ministro Bermejo al almirante Cervera. Recibido su telegrama cifrado. En estos momentos de crisis internacional no se puede formular de una manera precisa nada concreto.», Así que don Pascual se quedó paseando por la toldilla del Infanta y alguien le oyó decir en voz alta: «¡Pero Señor! ¡O yo me he vuelto loco o el mundo se ha vuelto del revés! ¡De modo que estamos a dos pasos de una guerra; vemos que el enemigo ha concretado ya sus planes reduciendo la lucha al mar, porque la guerra ha de ser exclusivamente por mar, y …precisamente por eso, no es hora de pensar en planes determinados, fijos y precisos!.»

En cambio continuó la correspondencia, en la que el Ministro insistía en la rápida salida de la escuadra y don Pascual en recibir instrucciones precisas del Gobierno, así que viendo que nada se podía sacar en claro, escribió: «Cádiz, 7 de abril. Almirante al Ministro: Mañana por la tarde efectuaré salida para Cabo Verde, donde la escuadrilla de torpederos quedarán a mis órdenes. Como desconozco los planes del Gobierno y no se me dice qué he de hacer después, esperaré sus instrucciones cubriendo Canarias.»

Unas pocas horas después el Ministro le contesta: «La premura de la salida impide por el momento darle conocer plan que solicita; pero lo tendrá con todos sus detalles a los pocos días de su llegada a Cabo Verde, pues seguirá sus aguas un vapor abarrotado de carbón.» El 8 de abril Cervera envía un telegrama al Ministro: «Son las cinco de la tarde y estoy saliendo con el Teresa y Colón.— Cervera.» El 14 arribó a San Vicente de Cabo Verde, encontrándose con la escuadrilla de torpederos y su comandante el capitán de navío Villaamil, con los destructores; Terror, Furor y Plutón, más los torpederos; Ariete, Halcón y Rayo, a los que acompañaba el transatlántico Ciudad de Cádiz.

Previsor como siempre Cervera ordena comprar carbón, pero Villaamil le dice que en las isla no les venden, ya que en Cardiff están de huelga y si se alarga no tendrán ni para los propios buques, además de que su precio se ha disparado a cincuenta y un chelines la tonelada, así que sigue a la espera del vapor con el carbón y las instrucciones. A pesar de esto, si que consigue hacer una buena carga de víveres, aunque casi acabó con las existencias de la zona. Por carta del Ministro se le indica que a pesar de no haberse declarado la guerra, le han comunicado que los buques; Massachusetts, New York, Texas, Columbia y Minneapolis, que era la escuadra volante norteamericana habían zarpado el día trece con rumbo a Cuba.

Del diario inédito de Cervera, se lee: «Por fin, el 18 de abril tuvimos la alegría de ver entrar al San Francisco, que fondeó tan cerca de los buques como pudo y a barlovento, con objeto de aprovechar el tiempo, que nos urgía.» Por lo que el Contralmirante mandó inmediatamente un bote a recoger las ‹instrucciones› pero si algo le faltaba, al abrirlas lee escuetamente: «Salir para puerto Rico y defender la isla», pero la sorpresa fue mayor ya que las ‹instrucciones› llevaban fecha del 7, cuando él zarpó el 8 de Cádiz, lo que pone de manifiesto que el Ministro lo estaba engañando, al parecer todo estaba motivado porque el Gobierno así se evitaba tener que soportar al metódico Cervera, razón por la que lo habían despachado lo antes posible.

Ante esto el pensamiento de Cervera le lleva más lejos, «¿Por qué en vez de ir a Cabo Verde, no le dieron la orden de arribar a las Canarias ya que aquí hubiera llegado la división de Villaamil, en ellas no hubiera tenido ningún problema para cargar combustible y víveres, ahora de lo último si tenía, pero de lo primero no?» Y sigue sacando conclusiones: «¡queda claro que por la ceguera del Gobierno, por quitárseme de encima está poniendo en grave peligro a la escuadra y todos sus hombres! ¡O sea, que porque uno molesta, que lo paguen todos incluida España!» Una reflexión que el almirante no perdonaría jamás a los gobernantes.

El día diecinueve ya muy desalentado, ordena izar la señal ‹comandantes a la orden› por lo que inmediatamente fueron acudiendo todos los comandantes, pues la señal indicaba acudir a un Consejo de Guerra. Para mejor definir a los distintos jefes sacamos como siempre de su diario su opinión sobre todos ellos: «Concas representaba la técnica naval, acreditada por largos años de estudios y trabajos marítimos; Paredes, Eulate y Lazaga eran el prototipo de la caballerosa tradición española; Bustamante representaba la ciencia militar; Villaamil y Díaz Moreu, el ambiente de la época, la política, a la cual ambos, con bastante buen sentido habían colaborado.»

Ya reunidos a bordo del Teresa don Pascual les preguntó: «¿Conviene que esta escuadra vaya desde luego a América o que cubra más bien nuestras costas y Canarias, para desde allí acudir a cualquier contingencia?», después de conversar entre ellos se decidieron por una sola respuesta: «…teniendo en cuenta las deficiencias de nuestra escuadra, en relación con las del enemigo, y los escasísimos recursos que actualmente presentaban tanto Cuba como Puerto Rico para servir de base de operaciones, y no ocultándoseles los inconvenientes graves que a la nación reportaría un descalabro de nuestra escuadra en Cuba, por dejar entonces casi impune la venida del enemigo sobre la Península e islas adyacentes. Por lo que se acordaba por unanimidad proponer al Ministro les designase un puerto cualquiera de las islas Canarias, manteniéndose la escuadra lista a la espera de órdenes.»

Como contrapartida, el Ministro convocó una junta de generales de marina, la presidió Bermejo y estuvieron; el almirante Chacón, los vicealmirantes, Valcárcel, Beránger, Butler y Martínez, contralmirantes, Pasquín, Navarro, Rocha, Warleta, Mozo, Cámara, Reinoso y Guzmán, más los capitanes de navío de primera clase; Gómez Imaz, Terry, Lazaga, Cincúnegui y Auñón. El primer efecto y curioso por su organización fue, que los presentes se preguntaban para que habían sido llamados.

El Ministro les hizo una breve puesta al día. A lo que se sumó que el contralmirante Pasquín, le preguntó, si era una ‹junta de guerra› o una reunión ‹de amigos› Pero la chispa saltó al explicar el Ministro que la escuadra ya estaba en Cabo Verde, recibiendo una gran protesta de Beránger, Gómez Imaz y Mozo, pero al ser informados de que la pretensión era que llegara a Puerto Rico, las opiniones se dividieron, siendo Auñón el más partícipe de que fuera cumplida la orden, mientras Gómez Imaz, pedía que se esperaran en Cabo Verde, hasta que se les unieran el Pelayo y el Emperador Carlos V, y a pesar de esto, estaban en contra Butler, Lazaga y Mozo.

Pero la política es la política, por lo que el Ministro envío un telegrama a don Pascual en el que entre otras cosas le dice: «Oída la Junta de Generales de Marina, opina ésta que los cuatro acorazados y los tres destructores salgan urgentemente para las Antillas…; la derrota, recalada y casos y circunstancias en que V. E. debe empeñar o evitar combate, quedan a su más completa libertad de acción. En Londres tiene a su disposición 15.000 libras; los torpederos deben regresar a Canarias con los buques auxiliares…La bandera americana es enemiga.» y como se ve más arriba, la unanimidad no existió, ni siquiera la mayoría para emitir tal orden. (Pero obsérvese que insisten en denominar acorazados a los cruceros, incluso los profesionales.)

La división zarpó de Cabo Verde el día veintinueve de abril por la mañana, con rumbo al noroeste como si regresaran a Canarias, hasta que se perdieron de vista las islas por no dar pistas a posibles espías, virando entonces y dando remolque a los destructores, comenzando al principio a navegar sobre los diez nudos, pero al poco se vio que los destructores metían demasiado sus proas, así que se dio la orden de disminuirla a siete. A esto se añadía los constantes fallos de remolque, así como pequeñas averías en los destructores, que aún reducían la media a una velocidad totalmente insoportable para unos buques de guerra y en guerra.

Al respecto el autor americano Mahan dice: «…el 29 de abril abandonó Cabo Verde la escuadrilla de Cervera con rumbo desconocido, y desapareció durante catorce días a toda investigación de los Estados Unidos…sospechas lógicas nos inducían a creer que irían primero a Puerto Rico, para tomar al menos carbón y víveres, y si su destino final era el puerto de la Habana, tendrían que pasar irremisiblemente por el vigilado canal de Barlovento, entre Cuba y Haití…por esta razón se dio la orden al almirante Sampson de vigilar este canal con los buques; Yowa, Indiana y New York, dos monitores y un buque carbonero…lograron desorientarnos del todo.» A pesar de ello aún desplazaron a dos vapores rápidos de aviso los; Harward y San Luis, situados a ochenta millas al Este de las islas de la Martinica y Guadalupe, realizando cruceros de vuelta encontrada entre ellos en rumbo Norte-Sur.

Estando en las cercanías de las Antillas menores, don Pascual ordenó a Villaamil que con los destructores Terror y Furor, se acercara a la isla de la Martinica y a su capital de Fort de France, para recabar información sobre la escuadra americana. Todo porque el Ministro le había indicado que se informara en Martinica y en Curaçao encontraría a un buque carbonero con 5.000 tn. para abastecerse. Por esta razón el día diez de mayo a las diez de la mañana se separó Villaamil para cumplir su misión, quedando la división navegando a muy baja velocidad con rumbo al canal de Santa Lucia, para darle tiempo al comandante de la flotilla de destructores a poder regresar.

En esos momentos todavía la escuadra no sabía si se había declarado oficialmente la guerra. Al amanecer del día siguiente se vieron por el horizonte dos columnas de humo, lo que hizo pensar que la hora del combate había llegado, pero aquellas columnas se fueron acercando muy despacio y para acortar el tiempo la división viró de vuelta encontrada, pronto se distinguieron por medio de los prismáticos que eran nuestros destructores, pero el Furor remolcando al Terror, al estar ya relativamente cerca de pronto el Furor, zafó el cable de remolque y virando se alejó rápidamente, dejando al Terror, al que le habían reventado varias de las calderas, ya que con las prisas de hacerse a la mar los buques no fueron probados a navegar a toda máquina y al hacerlo las del Terror saltaron, dejando al buque casi sin propulsión, por lo tanto inútil para el combate, de hecho fue remolcado a Fort de France y fue el único buque de la división que regresó a España posteriormente. El Furor viró y se alejó dado que no había podido cumplir su misión.

Al anochecer del 11 de mayo se fue acercando la división a la isla de la Martinica, para evitar abordajes entre los mismos buques, solo se llevaba una tenue luz en la popa, como aviso de la cercanía de entre ellos. Como es de suponer las dotaciones ya llevaban dos días durmiendo y comiendo en sus puestos de combate, por lo que los nervios, añadido a no descansar bien empezaba a dar muestras de agotamiento entre ellos. Ya de madrugada cuando todos ya casi daban por perdido al Furor, se vio en la oscuridad de la noche el reflector que daba la señal convenida ya que se podía leer una —R— del alfabeto Morse, al verla desde el Infanta encendió el reflector que marcaba la letra —A— señal convenida para identificarse, así sobre las tres de la madrugada el capitán de navío Villaamil ascendía por la escala del Teresa.

Notas

  1. Alberto Risco, S. J.: Apuntes biográficos del Excmo. Sr. Almirante D. Pascual Cervera y Topete.

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