Cervera y Topete, Pascual5

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Mientras en Madrid las cosas se dispararon, ya que el Diputado señor Moret, propuso en las Cortes, la: «La Ley de asociaciones» y la «Ley del servicio obligatorio» lo que obligó entre otros ministros al de Marina a dejar su cargo y por carta le comunica a don Pascual: «Caso de cesar en el cargo con que S. M. me honra, reitero a V. E. la expresión de mi profunda gratitud por su eficacísima cooperación», así entre los meses de diciembre y enero de 1907, hubieron palabras mayores en las Cortes, por que de nuevo el Gobierno en pleno dimitió y a finales del mismo mes entraron los nuevos, ocupando la presidencia don Antonio Maura y en la cartera de Marina el contralmirante Ferrándiz.

(No vamos a inclinar la balanza por ninguno de los dos «Cervera — Ferrándiz», ya que la historia ha puesto en su lugar a ambos, pero en vida a pesar de que los dos miraban por el bien de la Corporación, sus vías eran distintas y de ahí los abordajes que tuvieron; para dejar las cosas en su sitio solo añadiremos documentos que por sí solos hablan y que cada lector saque sus propias conclusiones, no está en nuestro ánimo crear separaciones, no son buenas ni en nada contribuyen a construir, que es de lo que se trata en esta Web.)

El día veintitrés de enero del año de 1907 falleció el Almirante de la Armada (cargo igual al anterior de Capitán General de la Armada) don José Beránger. Don Pascual que era el vicealmirante más antiguo en activo y basándose en que la Ley no había sido modificada y el puesto era obligado cubrirlo, le escribió al Ministro, pero éste no hizo el menor caso, así don Pascual pasado un tiempo volvió a insistir y Ferrándiz con fecha del día uno de abril le contesto, que el Gobierno no estaba por cubrir esa plaza.

Ante esta respuesta don Pascual le escribió una nueva carta en la que dice: «Ciertamente que la cuestión de la provisión de la vacante del Almirantazgo no será motivo de disgusto entre nosotros; si en mí hay disgusto, no es contra su persona de usted en que veo siempre al amigo antiguo, sino contra el Gobierno, que en el caso presente creo que falta a más de una ley, que, si lo hiciera un rey absoluto, le llamaríamos déspota y tirano. Si matar esa aspiración de un Cuerpo respetable lo juzga el Gobierno necesario para poder gobernar, hubiéralo hecho por una Ley; pero, mientras exista la vigente, debe cumplirla, como la han cumplido todos los anteriores.»

(La realidad se demuestra posteriormente, pues estuvo vacante la plaza justo hasta dos meses después de fallecer don Pascual, que siendo el señor Canalejas el Presidente la cubrió con el vicealmirante más antiguo, siendo el nuevo Almirante don Juan Bautista Viniegra, ya que durante el tiempo en que no estuvo ocupada ninguna Ley se promulgo en su contra. Saque el lector conclusiones.)

El mismo almirante Viniegra, en contestación por la felicitación de su ascenso del hijo de don Pascual, le escribe diciéndole: «En esta ocasión se une a esta satisfacción mía el desconsuelo de pensar que, si tu buen padre hubiera vivido algo más, hubiera quedado el cargo mucho mejor cubierto por las dotes de bondad, carácter y prestigio que reunía.» Aún mucho más tarde, en el año de 1910 un hijo de don Pascual escribió felicitando por su ascenso a vicealmirante a don Ramón Auñón, y éste le escribe dándole las gracias y diciéndole: «No olvido que, si su buen padre hubiera vivido, sería hoy nuestro Almirante.»

El otro caso sonado, fue el tener que contratar a unos calafates para el Arsenal, ya que estaba en seco el Reina Regente, de cuyo trabajo y su coste lo había calculado el ingeniero Jefe don Cayo Puga, de la que se extraía que los necesarios eran de veinte, que tendrían que trabajar doscientos ochenta y cinco días, ya que estaba esperando el mismo repaso la Vitoria, pero el trabajo se complicó y fue necesario contratar más calafates. Había una Real orden del día quince de marzo anterior prohibiendo que se diera entrada a más obreros en los Arsenales, por lo que una vez planteado el problema al Capitán General del Departamento, este escribió al Ministro, pero no contestaba y los días iban pasando actuando en contra de la Armada, ya que el trabajo no se hacía y era de necesidad perentoria. (Hay muchas cartas y telegramas cruzados, entre la Junta del Arsenal y el Capitán General y de éste al Ministro, pero las acortamos para mejor entendimiento.)

Por la tardanza en contestar el Ministro se da entrada a cuatro obreros que después de un examen son considerados capaces, de entre veintitrés presentados, el penúltimo correo cifrado del Ministro dice: «Aparte de las razones expuestas por la Junta administrativa de ese Arsenal en 25 del actual, que podrán ser todo razones atendibles que se quieran, el Gobierno de S. M. no puede admitir que, no siendo en caso de suma urgencia y gravedad, que no dé tiempo a consultas, se deje de cumplir o se haga lo contrario de lo que de Real orden se dispone. Ordene, pues, V. E. que se dé cumplimiento a la del 15 de marzo, en tanto que se estudia y resuelve lo que proceda.»

Don Pascual no da crédito a lo que ha recibido, ya que eran cuatro empleados y el Gobierno se gastaba sus sueldos nada más levantarse de la cama, en cambio para el servicio le los buques, que en sí son la Armada no se podía conceder un mínimo como lo que realmente representaban esos cuatro sueldos. Así que dicta el siguiente telegrama: «Al admitir temporalmente los calafates, que difícilmente podrán encontrarse más tarde, no me ha guiado otra idea que el mejor servicio; despedirles, me pareció y sigue pareciéndome perjudicial y, como por telegrama cifrado de V. E., que traslado al Arsenal para su conocimiento, veo que no sé interpretar bien el pensamiento del Gobierno, ruego a V. E. aconseje a S. M. nombre a otro de su confianza.»

Pero al parecer esto era lo que se estaba esperando, porque le fue admitida la dimisión y salió de la capitanía el día treinta y uno de mayo. Lo prueba, que para ocupar su puesto fue nombrado el Marqués de Arellano, éste vio lo mismo que don Pascual, pero a él no le pusieron trabas, pues no solo se quedaron los cuatro calafates, sino que se admitieron en total a cincuenta y siete. Por lo que unos meses después en un folleto que publicó don Pascual con el título de: ‹Observaciones al Proyecto de Ley…› entre otras muchas cosas dice: «…Lo que por sí solo demostraría (lo concedido a su sustituto en el cargo de Ferrol) que lo desaprobado no fue la admisión sino la iniciativa

Ya don Pascual en su casa de Puerto Real, quedó para recuperarse de su sempiterna dolencia, mientras en Madrid el Ministro Ferrándiz comenzaba a presentar su plan de escuadra, por la gran cantidad de amigos que bien por una vía bien por otra le llegaba toda información sobre ella, la cual estudió y como en toda obra notó fallos, pero bien estaba en su conjunto si por fin las Cortes consideraban que ya era hora de empezar a formar la nueva escuadra de España. Pero el Ministro no se olvidaba de Cervera, ya que el día veinticinco de enero del año de 1908, lo pasa de su estado de ‹cuartel› al de ‹eventualidades› por lo que en cualquier momento podía ser llamado para ponerlo al frente de lo que el Ministro considerará, acción que no gusto a don Pascual, más que nada porque su enfermedad prácticamente no le dejaba moverse y si ocurría el hecho, tendría forzosamente que pedir una licencia o abandonar la Corporación. Pero la duda como siempre era, si se la admitirían.

Una vez aprobada por el Senado que fue mucho más exigente que el Congreso, robando partes del programa que quitaban sobre todo sueldos a las clases inferiores, decisión que tampoco gustó a don Pascual. Al mismo tiempo y para que nadie de la Corporación interviniera en la Ley, cerró por Real Decreto el Ministro: «no admitiendo ni permitiendo replica alguna al respecto.», por eso en el diario de don Pascual se puede leer al respecto: «…no contentos con injuriarnos se nos amordaza…»

El día uno de enero del año de 1908 siguiendo su curso la Ley fue aprobada, el 21 de abril fueron publicadas las bases generales de concurso, centrando la construcción en los Arsenales de Cartagena y Ferrol, pero esto fue el detonante, ya que aquí es donde entraba a mandar el Oro, por lo que comenzaron a llover concursantes, pero el responsable final de aceptarlas era el Almirante Viniegra, íntimo amigo de don Pascual durante toda la carrera de ambos. Así que le llegaron al final solo cuatro concursantes, pero el pastel era muy grande, así ‹entre bastidores› había sus más y sus menos para decir a quien se le daba el contrato, por lo que el Almirante Viniegra estuvo un tiempo soportando el mal humor del Ministro y los enfrentamientos con el Presidente de la Junta, a tanto llegó la presión que Viniegra decidió presentar la dimisión irrevocable.

Pero Viniegra lo hizo con todo el conocimiento del mundo, ya que sin la firma del Almirante según Ley, no se podía hacer nada ni avanzar ni retroceder, lo que obviamente al Ministro le sentó muy mal, pero por una vez quizás en toda la historia del siglo XIX era un marino el que ponía firmes a un Ministro, que no era poco avanzar. Así que como por un acto reflejo, todos pensaron en ese vicealmirante despreciado y casi olvidado que estaba de ‹eventualidades› en su casa de Puerto Real, ya que una vez más no había nadie ni en Madrid para sustituir a Viniegra.

Inmediatamente el Ministro telegrafió a don Pascual con fecha del día nueve de septiembre, quien en primera instancia advirtió, por ser éste mes de otoño muy malo para su enfermedad y después venía el invierno en Madrid, lo que le podría resultar fatal para su vida. A pesar de eso y mirando siempre al mismo sitio el Ministro le remitió inmediatamente otro, diciéndole que no se trataba de pasar el invierno en Madrid, pues solo se le iba a encomendar dictar a quien se le daba la contrata y que cuando estuviera terminado el trabajo, se iría a donde él quisiera sin restricciones.

Don Pascual otra vez obediente a las necesidades de España, ya que retrasar la operación solo perjudicaba a la Armada, ‹porque ésta necesitaba barcos›, se puso en camino llegando a Madrid el 13 y el mismo día se le nombró por Real orden Jefe de la Jurisdicción Central de la Armada y Presidente de la Junta de Adjudicación de la Escuadra. (¿Con que las cosas de Palacio van despacio? ¡Depende para qué y para quién!)

Al ser nombrado lo primero que hizo fue buscar a un ayudante que entendiera del tema, por lo que le pidió al Ministro que fuera nombrado como Secretario y Ayudante, el capitán de corbeta e ingeniero naval don Eliseo Sanchiz, ya que tenía grandes referencias de éste oficial y así no perder tiempo en buscar más ayuda, lo que a buen seguro traería más controversias. Al presentársele lo eximió de todo otro servicio y no solo le entregó los documentos oficiales, sino los que sus amigos le habían hecho llegar con referencia al caso, por lo que Sanchiz disponía de una información que ni siquiera el Ministro tenía. Pero de nuevo, como en todo político hay actos incomprensibles.

Don Pascual llegó el 15 a tomar posesión de su cargo y comenzar a trabajar, cuando dos días después el Jefe de Estado Mayor Central don Federico Estrán, preparaba una reunión con don Pascual con todos sus oficiales solo de amigo a amigo y presentarles todos sus respetos con un simple apretón de manos. (Las envidias como siempre alguien informó al Ministro de lo que se proponían) Ferrándiz viendo en aquel gesto, una desaprobación a su proceder con respecto a la persona del vicealmirante Cervera, pensó que era un acto en su contra, (el que teme algo debe) por lo que le envío un oficio a Estrán prohibiéndole tal reunión.

Don Pascual enterado del acto del Ministro no pudo más que sonreír, ya que otra cosa no cabía, pues él nunca había utilizado tan tajantemente ese ‹ordeno y mando› sin razón ninguna, dejó pasar un par de días y fue a visitar a Estrán para que no intentara de nuevo ir contra el Ministro, ya que eso solo iría en contra de todos; pero Estrán le contestó, ya que en general no podían ir y como un gesto de amistad, lo harían en grupos pequeños, pero que no era él el que tenía la iniciativa total, sino más bien empujado por sus oficiales, ya que muchos habían oído hablar del don Pascual, pero no habían tenido la oportunidad de saludarlo personalmente y no querían dejar pasar la ocasión.

Ese mismo día don Pascual pensando que el Ministro ya estaría más tranquilo y con la intención de que comprendiera las razones del intento de visitarlo los oficiales, aparte de que le parecía de justicia y legalidad, que los que nunca le habían podido saludar lo hicieran ahora, le envío un oficio en el que entre otras cosas le dice: «El Gobierno de S. M. no ha cubierto aún la vacante de Almirante, y como esa dignidad tenía facultades propias, se dispuso en Real Orden de 4 de abril de 1907 que esas facultades pasasen al Jefe de la Jurisdicción de Marina, y ahora reside en mí ese cargo. Entre esas facultades está la de poner: ‹Cúmplase lo que Su Majestad manda› que se estampa en las patentes, y esto constituye al Jefe de la Jurisdicción en Jefe de todo el personal de la Armada en orden constitutivo. Parece, pues, lógico y de la más elemental disciplina que ese personal venga en cuerpo, de un modo oficial, a rendir ese tributo de cortesía a su Jefe, sin que esto afecte a nada en los ejecutivo del mando…»

(Obsérvese, que sí se cambia la Ley para que el Jefe de la Jurisdicción de Marina al mando de un Vicealmirante quede autorizado con los mismos poderes que el Almirante ó Capitán General de la Armada, pero todo por no nombrar a quien tocaba, que era el mismo don Pascual, para evitar que figurase en la Historia de la Corporación y de la Real Armada, como el trigésimo segundo Capitán General de ella, o más bien por fallecer en 1909 y cambiar la Ley en 1912, hubiera sido el octavo Almirante.)

Esto surtió su efecto, ya que con fecha del día veintiuno se publica una Real orden que dice: «La voluntad de S. M. es que, en atención a los elevados cargos que desempeña el Vicealmirante Jefe de la Jurisdicción Central, y habiendo recaído en él las atribuciones concedidas al Almirante, sea obligatoria la presentación a dicha Autoridad de todo el personal que se halle en esta capital…Y es asimismo la soberana voluntad que, al hacerse cargo un Vicealmirante de dicha Jurisdicción, los Inspectores Generales y los Jefes de los distintos servicios de este Ministerio, al presentarse a dicha Autoridad, le pedirán día y hora en que deben pasar a cumplimentarle con los Jefes y Oficiales a sus órdenes.»

(Como se verá en todo momento estaba con la Ley bajo el brazo, con ella repartía a diestra y siniestra incluso a compañeros, que por ocupar un puesto político parece que olvidaban muy alegremente sus propias Ordenanzas, pero ahí estaba don Pascual para con su fineza y firmeza, volverles a recordar que eran y porque estaban donde estaban.)

Al mismo tiempo esta toma de decisión no era una cuestión baladí, ya que al parecer el Gobierno estaba por dar el contrato a la casa Vickers, y en caso de que la Junta no se la concediera, darla por desierta. Mientras don Pascual se mantenía con los preparados de los boticarios que llevaba siempre su hijo don Juan Cervera Jácome y que en esta etapa de la vida de su padre, no lo dejaba ni a sol ni a sombra, ya que los ataques cada vez eran más fuertes y persistentes, lo que a veces le impedía seguir con una reunión y esto era vital para poder llegar a un buen acuerdo. Porque no en balde había enviado a los departamentos a Vocales de la Junta, Jefes de Construcciones Navales, de Artillería, Intendencia, al Asesor General y al Jefe del Estado Mayor Central, para que cada uno revisará la parte correspondiente de la contrata, así se aunarían esfuerzos y por expertos en cada materia, lo que casi aseguraba un buen éxito al proyecto.

A su vez no había día que no permaneciera en su despacho doce o catorce horas, entre conversaciones, aclaraciones y demás pormenores del proyecto. A esto se sumaba que don Pascual pedía consejo a sus mejores y más competentes hombres de la Corporación, lo que también le quitaba un tiempo tremendo, pero que lo daba por bueno con tal de que su decisión no fuera errónea, y no por su prestigio por el cual nunca había mirado, sino por no hacerlo bien por España y su Real Armada.

El proyecto del Gobierno no estaba muy claro, ya que de su archivo personal se extrae una parte de un escrito que dice:

«Hay un gran trust de corazas, en que cada uno tiene su radio de acción, habiéndose repartido entre sí las naciones en donde no hay fábricas, en cuyo reparto se quedó Krupp con España. Así, pues, Vickers, Armstrong y Beardmore, que son del trust; ni pueden hacer corazas ni darlas si Krupp no se las da. Y ahí va lo gordo. Estrán me ha dicho, luego es cierto, que hay una carta de Krupp, quien, con la excusa de que no pudo reunir capital, aconsejaba no diésemos a Inglaterra las bases de operaciones. Es decir, que la cuestión se ha convertido en política y es evidente que la carta es del Emperador (Kaise), que no consiente en que se den corazas; luego las proposiciones Vickers y Toca son nulas……Yo no dudo que Krupp hoy les daría corazas (a Vickers) y lo mismo a Creuzot, que también es del trust, pues lo consentiría el Kaiser y aun quizás ayude a los italianos (Ansaldo); pero toda solución inglesa está por completo descartada, y de ahí los grandes trabajos que hace una semana están haciendo para declarar desierto el concurso…»

(Pero hay que observar, que el Gobierno estaba por la empresa Vickers, que no estaba ni entraba en el trust, ¿entonces porque querían a esta empresa? Recordemos la forma de trabajar de las empresas británicas y sus descuentos a posteriori por compras, ¿Dónde irían a parar en esta ocasión?.)

Este destino con sus graves problemas, propiciaron que don Pascual fuera perdiendo la poca salud que le quedaba a pasos agigantados, de hecho donde más se nota es la firmeza de su letra, la cual era de un trazó firme incluso en su prisión de Annapolis, pero a partir de octubre sus documentos casi se vuelven ilegibles, por la cantidad de temblores en la mano al escribir. Él ya había advertido al Ministro que si aquello duraba mucho perdería su vida y no se equivocó un ápice, pero no se daba por rendido, incluso su familia para estar más cerca estaba alojada en una fonda de Madrid, donde casi ni se podían mover y le instaban a regresar a su casa, que dejará ya de mirar por algo que iba a terminar con su vida y que al final se haría lo que dijesen los políticos, pero él contra viento y marea seguía sin hacer caso, hasta que el día veintiocho de octubre hizo un tremendo frío en la capital, le acometió otro de sus ataques, pero con tal virulencia que el médico de dijo; ‹que o salía inmediatamente a climas más templados o lo haría dentro de una caja de madera.›

Esto parece que le hizo efecto y escribió al Ministro, recordándole su anterior carta y que el invierno se estaba adelantando y el trabajo parecía no tener fin, por lo que le rogaba que lo pasara a situación de cuartel, para poder regresar a su casa. El Ministro parecía que lo estaba esperando, ya que el 4 de noviembre entregó el mando de la Jurisdicción Central de Marina al vicealmirante Sostoa.

Sentado aún en su despacho redactó una nota de despedida para todos su compañeros, la cual dice:

«Señores, tengo el sentimiento de despedirme de ustedes por cesar en el destino que dejo hoy al digno general Sostoa. Mi sentimiento al dejarles a ustedes es profundo; primero, porque dejo de tener a mis órdenes a Jefes y Oficiales tan distinguidos y cumplidores de su deber; segundo, porque siento mucho dejar este puesto en las circunstancias actuales; y tercero, porque tengo la convicción de que les dejo a ustedes, mis buenos amigos, para siempre; que ya no les volveré a ver más, y que me separo de una vez de lo que ha sido mi vida de cincuenta y seis años. Pero ustedes lo ven, no puedo más.»

El Ministro se despidió de él por carta, en cambio personalidades de la política y de otros estamentos del Estado, fueron a despedirlo a la estación, donde subió al ferrocarril que lo devolvería a su casa, siendo acompañado por su médico el señor Bernal, quien al llegar a Puerto Real vio con satisfacción que su mejoría era notable, llegando a afirmar: «tenemos hombre para muchos años», pero don Pascual separado del servicio, sencillamente no era feliz, llegando a comentar con su familia «ya he dado todo lo que tenía que dar» demostrando con esta frase que su estado anímico no era el mejor para llevar adelante la enfermedad.

Se unió que ese invierno fue duro de los de verdad en toda España, pues se llegó a sentir incluso en las zonas marítimas, lo que no suele ser muy normal, por lo que el conjunto no le daba muchas alegrías. Así se decidió a dar por finalizada su carrera marítimo-militar y elevó escrito suplicando su pase definitivo a la reserva. En uno de los párrafos de la suplica dice: «…mi afán de ser útil a Vuestra Majestad y a la Patria me ha tenido en el servicio activo mientras creí que podía servir, a pesar de mi deseo de descanso, como lo prueba el hecho de haber solicitado pasar a la situación de reserva el año 1899.»

Este documento lo escribió estando su amigo y compañero don Víctor Concas, que al conocer la noticia de que pedía el pase a la reserva se desplazó hasta su casa y él mismo hizo de correo, pues se lo entregó al Ministro, quien le dijo que sentía lo sucedido y le daría curso lo antes posible, pero don Víctor no se paró aquí pidió poder ver y hablar con el Rey, a quien le comunicó todo lo que estaba ocurriendo y por ser: «un infatigable paladín de la honra española y en el extranjero se apreciaban sus cualidades de manera ponderativa» se debía de hacer algo que fuera conocido por todo el pueblo español, aparte de que el Monarca pensó concederle el Collar de la Real y Muy Distinguida Orden de Carlos III. Siendo firmado por el Rey el Real decreto de su pase a la situación de reserva, con fecha del día diecisiete de diciembre del año de 1908.

En el diario de la Correspondencia de España del día treinta y uno de julio del año de 1908, se dice: «Hace pocos días comenzó a circular entre la colonia española de la capital de Francia un rumor sensacional. Se decía que el vicealmirante de la Armada española don Pascual Cervera se encontraba en París, y que había visitado a muchas personalidades de la política francesa.» Se descubrió poco después por el seguimiento de la policía, que era un impostor que iba dando ‹sablazos› excusándose en que se encontraba allí, por ser perseguido por sus propios compañeros y el Ministro en su país, habiendo llegado de incógnito y con lo puesto. Le dio la noticia a don Pascual su amigo el conde de Torres Cabrera, quien después del peregrino cuento le dijo: «Desengáñese don Pascual, que, cuando el río suena, agua lleva; cuando para fingirse un Cervera y explotar su prestigio se toma como medio para explotarlo el contar las injusticias y desplantes de sus compatriotas, algo hay en la realidad.»

Al parecer don Pascual entró en un estado casi de dejadez, (suponemos que lo que hoy se llama una depresión), ya que de su diario se extrae una frase con la que él mismo se define, lo que nos hace pensar lo mal que se encontraba psíquicamente, pues decía: «soy un barco viejo borrado de la lista de la escuadra y convertido en pontón» además España no estaba en uno de sus mejores momentos; la Ley de escuadra paralizada; la reforma del personal de la Armada, igualmente; la Corporación atacada sin desmayo por la clase política y casi desprestigiada por culpa de ellos, en definitiva una España en una situación crítica por la crisis, a la que los políticos la habían llevado, significando la miseria y con ello la angustia diaria de muchos españoles, para dar de comer a sus hijos y poderlo hacer ellos mismos.

Este era el panorama de un país moral y económicamente deshecho. No era un cuadro para exponer en ningún sitio y mucho menos como él pensaba, para soportarlo un pueblo fiel muy dado a perder la vida por sus políticos, no por ellos, sino por defender a su patria, pero en cambio el pago era simplemente el olvido de los que seguían y seguían en la poltrona, disfrutando de poder ir al Teatro Real un día por semana y encima quejándose de no disponer de más medios económicos.

A él le quedaba su título de Senador Vitalicio, pero ni siquiera desde esa butaca por causa de su enfermedad podía defender a nada ni a nadie y esto para su forma de ser, no era precisamente una situación agradable ni soportable, porque como queda demostrado toda su vida la estuvo regalando por el bien de la Armada y de España, si no más bien insoportable por estar relegado por sus males a una vida que ya no tenía sentido y nada podía hacer para variar alguna cuarta el mal rumbo de su amado país.

Comenzó por dejar por primera vez en su vida, que sus hijos escribieran las cartas de respuesta a todos aquellos amigos que se preocupaban por su estado. Poco tiempo después comenzaron a salirle unas manchas rojas y con ellas una hinchazón en las piernas, por lo que acudió el doctor Bernal, dictaminando que eso era producido por falta de un buen riego sanguíneo y que por desgracia la ciencia y sus manos ya no podían hacer nada, siendo cuestión de la fortaleza de don Pascual, que durase más o menos tiempo.

Como buen católico no le faltaba el apoyo espiritual en la persona del párroco don Antonio Macías, quien diariamente iba a confesarle, aparte de conversar con él un rato con el que se entretenía y tranquilizaba. El día tres de marzo acudió como siempre su párroco, lo encontró más abatido de lo normal y le preguntó porqué estaba así, la razón era que no podía ayunar para tomar la comunión, acto que cumplía todos los días tres de cada mes desde lo ocurrido en Santiago de Cuba, llevando por ello ya dos meses sin poder comulgar, ante esto el sacerdote le comunicó, que el Santo Padre Pío X hacía unos días que había dictado poder llevar al Santísimo a casa de los que no pudieran acercarse a la iglesia, pero para ello debía de ser ya in extremis y por lo tanto debía primero llevar el Santo Viático, ante esta noticia a don Pascual se le encendió la cara y abrió una gran sonrisa, por lo que le indicó al sacerdote que si le era posible, mañana me trae el Santo Viático.

Pero al salir del dormitorio le acompañó su hijo don Juan Cervera, y el párroco le comunicó que, no solo era conveniente traer el Santo Viático sino también darle la Extrema Unción, porque le había visto muy mal y en contra de lo que piensa la gente, este Sacramento no es solo cuando ya no hay otra opción, sino que se debe de hacer cuando el enfermo ya se entiende que le queda poco tiempo, porque sirve y apoya, tanto a la limpieza de los posibles pecados, como de poder sanar si Dios está en ello. El cometario se hizo en la puerta del dormitorio de don Pascual, por lo que éste que aún estaba en su sano juicio, hizo un movimiento con la cabeza y su hijo acudió a ver que deseaba y don Pascual le dijo: «Sí, hijo mío, dile al párroco que desde luego; es más, que lo deseo.»

El día cuatro sobre las once de la mañana don Juan se fue a por el párroco, ya de vuelta se fueron juntando al pequeño coche varias personas, llegando a la puerta de su casa donde se encontraba su esposa doña Ana Jácome, su hijo Pascual, un sobrino de don Pascual y habiendo sido avisados, la familia Cozar, otros amigos de ella y muy católicos, entró el Arcipreste con el Santo Viático, don Pascual no podía arrodillarse y lo recibió de pie firmes, como si estuviera saludando a un Rey o Jefe de Estado, se acercó a don Pascual y le hizo la pregunta de rigor en este Sacramento: «¿Perdona usted a sus enemigos?», don Pascual permaneció unos instantes repasando su vida, eran tantos y tantos todos ellos, que no quería contestar si no estaba seguro de ser sincero, pasados esos segundos que se hicieron eternos a todos con voz firme, como si estuviera en el puente de uno de los buques bajo su mando, dijo:

«Antes de recibir a su Divina Majestad, aquí presente, tengo que decir que siempre he vivido en la Fe católica, apostólica, romana, procurando ajustar mis actos a los que manda la Ley de Dios y dispone la Santa Madre Iglesia. Pido perdón al Señor de mis pecados, y me entrego en asistir a este acto, y a mis criados se las doy también por el cuidado y afecto con que me asisten. A mis enemigos o personas, que no me quieran bien, hace tiempo que las tengo perdonadas; pero aquí nuevamente lo declaro en esta solemne ocasión, y a mis amigos les doy las gracias por el interés que me demuestran, y les pido que me encomienden a Dios. Tengo también que declarar que no ha habido una sola vez en que haya hecho un llamamiento al honor y al deber de mis marineros, en que éstos no hayan respondido plenamente a mi apelación, y que, si alguna falta pudo haber, nunca fue de ellos, sino mía.»

Terminado este acto, le preguntó el Arcipreste si quería recibir la Extrema Unción y don Pascual respondió: «Sí, señor», lo descalzaron su hija Anita y su hijo Pascual, y se realizó la ceremonia, el Arcipreste salió de su casa y don Pascual se sentó en su despacho a leer, luego fueron entrando su esposa y todos sus hijos.

Al día siguiente llegó desde Vigo uno de los hijos, don Ángel Cervera, y el 8 los dos que vivían en Tuy, doña Rosario y don Luis llegaron al atardecer significando una gran alegría para todos verse reunidos, por las pocas veces que esto había ocurrido a lo largo de sus vidas. (Esto lo escribimos, porque quien no pertenece a una familia de marinos, sean de la marina que sean, no saben lo complicado y a veces imposible que resulta reunir a toda la familia. Es algo normal y cotidiano para los terrestres, pero para los dedicados a la mar en general, es algo como queda dicho por diversas circunstancias imposible y solo lo saben quienes los sufren.)

Tanta era la ilusión de don Pascual de tener a la familia reunida, que cuando anunciaron su llegada para el día ocho, él se pasó el día contando por donde estarían y en un determinado momento dijo; «ahora están en Madrid y seguro que le pilla el golfillo salado» y comenzó a contar una anécdota, que le sucedió en una de sus llegadas a Madrid «Al bajar yo del tren una vez en la estación del Mediodía de Madrid, le encargué a un mozo, joven y con cara de truhán, que me bajase una maleta. Al irle a pagar, le di un duro para que se cobrase, pero él se guardó el duro en el bolsillo, me dio las gracias con mucha zalamería, y se dispuso a marchar — Oye, ¿pero no me das la vuelta?— me contesto: ¿La…la?— ¡Sí, hombre la vuelta del duro! ¿No sobra nada?—le respondió: Sí, señor, sobra. Pero es que pasa una cosa; lo que tengo yo que devolverle, no le hace a usted gran falta y…¡si viera usted lo bien que me vendría a mí!, don Pascual le contestó: ¡Pues quédate con todo!.»

Continúo en estos días recibiendo toda clase de apoyos, entre los más destacados, la Reina doña María Cristina telegrafiaba todos los días para saber de él; los mayores diarios de los Estados Unidos, insertaban noticias de su estado de salud; la Escuela Española de Hamilton, hacía lo mismo recordando a su socio de Honor; el secretario de Defensa de los Estados Unidos, estuvo toda la enfermedad pidiendo al Ministro de Asuntos Exteriores de España noticias sobre su estado de salud; periódicos de Chile, Argentina y Cuba principalmente. Ahora en sus últimos momentos todos preocupados por el contralmirante que perdió los restos del Gran Reino de España. (Lo que demuestra, que como siempre, nadie es profeta en su tierra.)

La enfermedad seguía su curso destructor, fueron aumentando los ataques, en uno de ellos se le pudo escuchar: «¡Dios mío, dios mío! ¿Qué haría yo para no ahogarme?» El 3 de abril, era sábado y por lo tanto día de la Virgen, y además era el 3, el cual él siempre celebraba con una comunión. Se encontraba sentado y con los pies sobre una silla, cuando de pronto su hijo Ángel se dio cuenta que le entraban unos temblores, se acercó a él y le preguntó, pero don Pascual le contestó muy débilmente: «¡Nada, nada!» pero iban en aumento y llamó a sus hermanos, entre todos le llevaron a su lecho, avisaron al párroco, quien se desplazó inmediatamente y le dio la comunión, siguió aumentando el malestar del paciente y unos momentos después, un suave estertor y un ahogo, que en breves minutos le arrancó la vida. Eran las dos y cincuenta minutos del 3 de abril de 1909, cuando el ‹hombre al agua› de Santiago de Cuba dejó este amargo mundo.

A la mañana siguiente después de oír misa toda la familia y llegar a su casa, abrieron el testamento que estaba con fecha de cuando era capitán de navío y en él figuraba una cláusula por la que no quería ningún entierro con esplendores ni honores de ningún tipo ni forma, pero ante esto todos los compañeros de la Corporación se opusieron, pero la esposa y los hijos con firmeza, defendían los dictados de su esposo y padre, por ello la conversación duró varias horas hasta que la familia fue convencida y cedió en contra de su parecer y designios de don Pascual.

Se formó un convoy desde Madrid con diez vagones, en ellos todos los compañeros tanto de la Corporación como de Senadores y Diputados, llegó la columna de desembarco de la fragata Numancia, al mando de su tercer comandante señor Pérez Rendó, una Sección de artillería de mar con dos piezas al mando del teniente de navío señor García Velázquez y el primer batallón del Real Cuerpo de Infantería de Marina al mando de su teniente coronel don José Sevillano. A esto se unieron lanchas de particulares y de la Armada, éstas con todos los jefes del Departamento y Arsenal de Cádiz, a lo que se unieron todos los habitantes de Puerto Real, quienes abrieron sus casas para poder ofrecer a los visitantes una silla y un vaso de agua.

Sobre el féretro una corona con la cinta con los colores de la bandera de España y con la leyenda: «Al Vicealmirante Cervera, la Marina del Apostadero de Cádiz» del mismo féretro pendían ocho cintas, que eran portadas por; don Antonio Eulate, capitán de navío de primera clase; don Julián Sánchez Campos, brigadier de artillería de la Armada; don Pedro Biondi, intendente de Marina del Apostadero; don Miguel Rechea, inspector de segunda clase, don Eladio López, inspector de Sanidad, don Manuel Cerón, teniente coronel de Artillería de la Armada; don Pedro de la Calleja, fiscal de Marina del Apostadero y don Andrés Sevillano, teniente coronel de Infantería de Marina.

Al frente de la comitiva su amigo el vicealmirante don Juan Viniegra, a quien seguían todos los compañeros del Apostadero de Cádiz y en representación de la familia, el contralmirante de la Armada don Juan Jácome y Pareja, marqués del Real Tesoro, cuñado de don Pascual. En el itinerario se intentó hacer por dos veces la despedida del duelo, pero pasaban todos daban su pésame y al comenzar de nuevo a caminar la comitiva se volvían a juntar a ella, así que nadie abandonó a don Pascual hasta el mismo cementerio, siendo depositado en un nicho del mismo.

El 14 de abril siguiente, en el pleno de las sesiones del Senado, nada más comenzar el señor Moret pidió la palabra y dijo: «Lo que me ha movido hoy a pedir la palabra es algo que sin duda encontrará las simpatías de su señoría (dirigiendo la mirada al Ministro de Marina vicealmirante Ferrándiz), y de toda la Cámara, es a saber; el ruego de que se conceda la autorización para que el cadáver del Vicealmirante Cervera pueda recibir digna sepultura en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando. No hemos de hablar de las circunstancias pasadas; pero, por lo mismo que son tan tristes y tan desgraciadas, debemos honrar al vencido, a aquel hombre que cumplió tan notablemente con su deber, y que goza por ello en el extranjero de una reputación que debemos apreciar y aumentar aquellos que recibimos el honor de que se batiera por nosotros todos con tan heroico entusiasmo.» El Ministro vicealmirante Ferrándiz pidió la palabra y dijo: «Con mucho gusto acojo la petición, que se ha dignado dirigirme el señor Moret, respecto al que fue Almirante, don Pascual Cervera. La acojo además con simpatía, y creo que tendrá también la de todos los marineros, y prometo a su señoría que, en cuanto dependa de mis atribuciones y de mi celo, haré lo posible para que ese deseo se realice lo más pronto posible.»

Pero la verdad es que poco se movió, porque la noria volvió a girar y el 21 de octubre el Gobierno conservador de señor Maura cayó, siendo sustituido por el liberal Moret y como Ministro de Marina, don Víctor Concas, por lo que sólo dieciocho días después se publicó en el Diario Oficial del Ministerio de Marina del 9 de noviembre el Decreto que dice así:

«Señor: La historia del finado Vicealmirante Cervera es de la generación actual sobrado conocida para que sea pertinente y, mucho menos, necesario consignar los hechos gloriosos de su vida militar en honor y servicio de la Patria y de sus Instituciones, y que sirva de fundamento al Ministro que suscribe para proponer a V. M. sean trasladados sus restos al Panteón de Marinos Ilustres. Es este un honor que la Marina tributa a los que enriquecieron con labor austera en la guerra o en las ciencias sus timbres de nobleza, y consíguese con tal homenaje al que se fue, perpetuar su recuerdo en el espíritu del personal de la Armada, para que le sirva de ideal y de guía en el cumplimiento de sus arduos deberes militares. Creo, Señor, que entre la pléyade de nombres gloriosos que ilustraron la historia de la Marina, figurará en lo venidero y en posición relevante el del Vicealmirante Cervera, y por este motivo y los que antes quedan expresados, cumplo un deber sometido a la aprobación de V. M. el siguiente proyecto de R. D.— Madrid 6 de noviembre de 1909.»

Esta petición se hizo al Monarca el 6, pero el Rey lo firmó como Real Decreto el 9, por eso se publica ese día en el Diario Oficial del Ministerio de Marina, tanto la elevación del Ministro como el Real Decreto:

«Real Decreto.— A propuesta del Ministro de Marina, y de acuerdo con el Consejo de Ministros, vengo en decretar lo siguiente: Artículo 1.º Los restos mortales del Vicealmirante don Pascual Cervera y Topete, serán trasladados al Panteón de Marinos Ilustres.— Artículo 2.º Serán de cuenta del Estado todos los gastos que origine tanto la traslación como la erección del mausoleo.— Dado en Palacio…— Alfonso.»

Para que el trámite fuera más rápido y como reconocimiento de todo el Gobierno y con él el de España a la vida de don Pascual, llevó personalmente el Presidente señor Moret a Palacio la súplica del Ministro de Marina. (Nuestra aportación es dejar patente, que el Ministro Ferrándiz tuvo por delante más de cinco meses y medio para hacer esto mismo. En cambio tanto el señor Moret como Concas, lo llevaron a buen término en tan solo dieciocho días. Cada lector que saque sus conclusiones, no tratamos de influenciar, ni a favor ni en contra, solo contrastamos los datos que nos da la Historia.)

Sepulcro de don Pascual Cervera y Topete. En el Panteón de Marinos Ilustres. Cortesía del Museo Naval. Madrid.
Sepulcro de don Pascual Cervera y Topete. En el Panteón de Marinos Ilustres. Cortesía del Museo Naval. Madrid.

Don Víctor Concas comunicó a la familia el acto a realizar, por lo que el primogénito de don Pascual, entonces teniente de navío don Juan Cervera Jácome se desplazó a Madrid, donde se le entregaron dos mil quinientas pesetas para sufragar los gastos para el trabajo de talla del mausoleo, la esposa doña Ana, los hijos y el gran amigo de don Pascual de la misma población donde vivía, don Francisco Díez, comenzaron a trabajar en su diseño básico, ya que se quería sencillo y honrado como en vida había sido don Pascual, ya definido se buscó a un escultor que tallara el mármol, siendo elegido el joven don Gabriel Borrás, que era el mejor discípulo de don Mariano Benlliure afamado escultor valenciano.

Se tuvo que esperar a que pasara el tiempo dictado por la Ley para poder hacer el traslado. Al mismo tiempo en el mes de abril el Ministro de Marina almirante Miranda dictó un Real Decreto, que firmó el Rey en el que se realizaba un presupuesto especial de cuatro mil pesetas para el pago de todo lo que se debía de realizar y una comisión de marinos para que planificaran todo el movimiento y los honores a recibir.

Ya todo preparado el 19 de junio de 1916, se trasladaron del cementerio de Puerto Real a San Fernando, donde al llegar ya con el sitio previsto se encontraba una caja que era la que al fin dejarían descansar a don Pascual. (Escribimos esto, por ser la primera vez que lo sabemos y desde luego es algo de mucho valor y sentimiento por parte de su familia, hacía el generoso y amado padre) Ya que de la caja donde se encontraban los restos del almirante, solo sus hijos los podían tocar, por lo que ellos fueron quienes realizaron el traslado hueso a hueso de su padre a la nueva caja. Como dato curioso citar que los presentes, a parte de su familia al completo, las numerosísimas autoridades, múltiples sobrevivientes del combate del tres de julio en Santiago de Cuba, trabajadores del arsenal de la Carraca y habitantes de San Fernando, en el cortejo fúnebre formaban parte los Aspirantes a oficiales de la Armada, figurando entre ellos su nieto Pascualito Cervera.

Foto de don Pascual publicada en color en la revista Nuevo Mundo, núm. 230. Año V. Madrid, 1 de junio de 1898. Biblioteca Nacional de España. Hemeroteca Digital.
Nuevo Mundo, núm. 230. Año V. Madrid, 1 de junio de 1898. Biblioteca Nacional de España. Hemeroteca Digital.

Fue depositada la caja en su lugar y allí quedó don Pascual, rodeado de Marinos Ilustres y quizás por primera vez, de verdad recibió de parte sobre todo del Gobierno lo que él tantas veces había dado: ¡Cumplir con su deber!

En la lápida superior está escrito:

Al Vicealmirante Cervera

Bizarro militar, entendido marino,
Esclavo fiel de su deber,
Modelo de abnegación, caballerosidad
Y virtudes cristianas
La Patria honra su memoria.

R. I. P. A.

18 febrero 18393 abril 1909

En la parte más baja que soporta la primera ya descrita, en sus lados figuran el lugar y el año de los combates en los que participó, siendo estos mirando desde los pies a la izquierda: Pagalungan, 1861 — Carraca, 1873 — Filipinas, 1874-76. A la derecha: África, 1859 — Cuba, 1869-70 — Cartagena, 1873 — Joló, 1876. Al pie: Santiago de Cuba, 1898.

Vivió setenta y tres años, de ellos permaneció en servicio activo, cincuenta y tres, cinco meses y ocho días. Entre otras condecoraciones estaba en posesión de: Gran Cruz del Mérito Naval, Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo; Cruz de Comendador de la Real Orden Americana de Isabel la Católica; Cruz y Placa de San Hermenegildo; Cruz de la Marina de la Diadema Real; Cruz al Mérito Naval de primera clase con distintivo Rojo; Cruz al Mérito Naval con distintivo Rojo de segunda clase; Cruz al Mérito Naval con distintivo Blanco; Cruz al Mérito naval con distintivo Blanco de segunda clase; Medalla de la Campaña de África; Medalla de la Carraca por su defensa en los cantonales; Medalla de Joló, Medalla de la Guerra Civil; Medalla de Cuba; Medalla de la Regencia y Medalla de la Coronación de don Alfonso XIII y las extranjeras: Gran Cruz de Santa Ana de Rusia y Encomienda de la Legión de Honor.

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