Cervera y Topete, Pascual Biografia

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Biografía de don Pascual Cervera y Topete


 Retrato de don Pascual Cervera, guardado en el Museo Naval. Madrid.
Pascual Cervera y Topete.
Cortesía del Museo Naval de Madrid.


Vicealmirante de la Real Armada Española.

Ministro de Marina.

Senador Vitalicio.

Orígenes

Vino al mundo en la población de Medina Sidonia el 18 de febrero de 1839, siendo su padre don Juan Bautista Cervera y Ferreras, militar ya retirado y su madre doña Rosario Topete y Peñalver, siendo bautizado al día siguiente en la parroquia de Santa María la Coronada.

Hoja de Servicios

Sentó plaza de Aspirante en el Colegio Naval de San Fernando, el 30 de julio de 1852, con tan solo catorce años de edad, habiendo pasado el examen previo con notable calificación, que mereció el beneplácito de los propios profesores. Ya tenía una esmerada formación y sus formas en el Colegio, tan serio, ayudando a los compañeros menos preparados, obedeciendo las órdenes con prontitud y un muy minucioso cumplidor del Reglamento, que unos meses después de ingresar y con apenas quince años, se ganó que fuera llamado por todos «Don Pascual». Permaneciendo en el Colegio hasta el 9 de julio de 1855 por recibir la Carta-Orden de guardiamarina. Expediente número 4.232.

 Foto del navío Reina Doña Isabel II.
Navío Reina Doña Isabel II. Colección de don José Lledó Calabuig.

Pero por esa muestra de conocimiento pasó al poco tiempo destinado a bordo para ir aprendiendo las ciencias de la mar, aunque más que ser destinado, fue una trashumancia ya que embarcó en el vapor de ruedas Velasco, pero solo estuvo dos días, de éste recibió la orden de trasbordar al Castilla, donde también estuvo dos días, pasó después al Lepanto, es este estuvo más tiempo, ya que su comandante recibió la orden de navegar a Barcelona, pero al regresar pasados veinticuatro días de su embarque, trasbordó al Santa Isabel, en el que estuvo tres días, recibiendo la orden de nuevo trasbordo a la fragata Villa de Bilbao, en la que ya tuvo un descanso de traslados, pues permaneció en ella catorce meses, con instrucción náutica y salidas a la mar en todo tiempo, con sol o sin él, más tarde se le ordenó trasbordar a la Bailén, en la que estuvo ocho meses, transcurridos estos embarcó en el navío Reina Doña Isabel II, con el que por primera vez cruzó el océano en un tornaviaje a la Habana, permaneciendo a su bordo seis meses y veintiún días, encontrándose en este buque preparó el examen para pasar a Guardiamarina de 1ª, del cual salió con una nota de «Muy aprovechado» lo que es igual a un «Sobresaliente», llevando el documento la fecha del 6 de febrero de 1858.

En este viaje sufrió el ataque del «vómito negro», lo que le llevó a estar al borde de la muerte, siendo ingresado en una casa de salud conocida por «Quinta Garcini» y solo la pudo superar gracias a los buenos cuidados que realizaron los dueños, quedando una entrañable amistad entre ellos y Pascual Cervera, que duró el resto de sus vidas.

Al recuperarse, se incorporó de nuevo siendo destinado al Habanero, en el que permaneció cinco días, pasando por un solo día al vapor Isabel II, regresando al Habanero por tres días más, siendo trasbordado a la fragata Berenguela, en la que estuvo nueve días, para pasar de nuevo al vapor Isabel II, en el que permaneció otros veintisiete, ordenándole trasbordar al vapor Don Juan de Austria, en el que ya parecía que lo iban a dejar algo tranquilo, pues estuvo a su bordo seis meses y tres días, al término de este tiempo pasó al Hernán Cortés, donde estuvo otros siete meses y trece días, ocupando ya plaza de oficial habilitado, pasando a la Santa Cilia, en la que permaneció dos meses y veintinueve días, realizando con ella el viaje de regreso a la Península, arribando a Vigo el 25 de julio de 1859, para pasar en su Lazareto la debida cuarentena como todos los provenientes de la isla, así que en algo menos de cuatro años había pasado por quince trasbordos, un buen comienzo.

En estos momentos estaba en plena efervescencia la guerra de África, por ello se le destinó primero a la fragata Princesa de Asturias, para trasbordar después al vapor Vasco Núñez, permaneciendo en las aguas norteafricanas, aunque no siempre pues aún le quedaba el último examen para ser oficial, se le permitió acogerse a la Gracia establecida de adelantar seis meses este examen, por haber sacado en todos los anteriores la calificación de «Muy Aprovechado», así el 30 de enero de 1860 pasó la prueba a bordo de la fragata Perla.

Fue la nota tan alta, que los compañeros le obsequiaron con un banquete, al que no sólo se unieron éstos, sino todos los comandantes y jefes de estudios, había conseguido su grado de alférez de navío con veintiún años de edad y lo que hoy sería el primero de su promoción.

No queriendo quedarse atrás, pidió como destino ir a Manila, para ello se le dio puesto en la goleta Valiente que junto a la Animosa iban a viajar para incorporarse a las fuerzas navales del archipiélago. Hacía poco que se habían comprado y a pesar de ser unas goletas de quinientas toneladas con casco de hierro a nadie le gustaba cómo navegaban, siendo tachadas de «mezquinas» formando parte de la compra otras dos iguales, siendo los primeros buques con casco de hierro de este tipo que tuvo España, pero no eran nada marineras y al parecer muy ‹pesadas› para el buen navegar.

Zarparon de la bahía de Cádiz, con rumbo a las islas de cabo Verde, después de avituallarse volvieron zarpar y poco después de cruzar la línea equinoccial repentinamente el comandante del buque falleció, no hubo más remedio que lanzar el cuerpo de Croquer al océano, ya que el puerto más cercano distaba a treinta días de navegación, fue un duro golpe para todos y la primera sepultura en la mar que muchos presenciaban entre ellos el joven Cervera.

Los tres oficiales que quedaban eran de la misma graduación, pero como es lógico (la antigüedad siempre es un grado) se hizo cargo del mando el alférez de navío Carrasco por ser el más antiguo, continuó el viaje y arribaron a Río de Janeiro, para de nuevo cruzar el océano y arribar a ciudad El Cabo, desde donde zarparon después de reponer víveres y agua con rumbo a doblar el cabo de Buena Esperanza, al pasarlo pusieron rumbo a Batavia arribando después a Zamboanga y de aquí por fin a Manila, habían transcurrido seis duros meses de trabajo y más de cuatro mil millas recorridas, eso sin contar lo duro y mal que lo pasaron al doblar el cabo de Buena Esperanza, ya que a pesar de navegar en conserva y no más lejos de un cable entre ambas goletas, no se veían nada más que al coincidir las dos en una cresta de las enormes olas, esto añadido a lo mal que aguantaban la mar este tipo de buques, los marcó a todos obligando a recordar a sus tripulaciones la experiencia vivida el resto de sus vidas.

Fue destinado al pequeño Arsenal de la Isabela de Basilán, donde había un pequeño muelle en el población de Pollock que solo admitía a cañoneros, situado al Sur del archipiélago.

Llegaron noticias al capitán general del archipiélago, el general Urbiztondo de la presencia de buques con pabellón holandés, que al parecer estaban esperando algún despiste de los españoles para apoderarse de algunas islas, a lo que se añadió la confidencia de que estos estaban prestando apoyo a los piratas de las islas de Joló y Mindanao, lo que comento con el jefe de las fuerzas navales del Sur don Casto Méndez Núñez, nadie va a poner en duda el carácter resolutivo de éste, entonces oficial, así que en combinación con el jefe militar de la isla de Mindanao don José Ferrater y coronel de Estado Mayor, se decidió efectuar una operación de castigo sobre el mayor reducto de los moros en estas islas, que era la cotta de Pagalugán.

Este era un fuerte con terraplén de siete metros de altura, con artillería ligera y en un difícil acceso, tanto por mar como por tierra, ya que por esta parte estaba en terreno cenagoso por lo que era casi impracticable, muy complicado y lento para moverse, sin contar el sufrimiento y peligro de mover piezas de artillería, además estaba protegido por un foso de quince metros de ancho, que cubría todo el perímetro de la estaca y por el acceso de la mar, que daba al río estaba cerrado con una talanquera o lo que es lo mismo, con gruesos troncos entrelazados y anudados impidiendo el paso a los cañoneros, únicos buques que por su calado podían aventurarse a atacar por esa zona.

Se formó una columna de quinientos hombres del ejército que fueron reuniéndose en Cottabato y don Casto consiguió reunir las dos goletas: Constancia y Valiente, cuatro cañoneros: Arayat, Pampamga, Luzón y Taal, acompañados de algunas falúas a remo y los tres transportes a vela (no llevaban todavía motor) San Vicente, Soledad y Scipion.

La división zarpó el 15 de noviembre de 1861, al arribar a la vista de Cottabato que distaba tres millas se unieron los transportes, sobre las nueve horas de la mañana se presentaron delante del fuerte, al aproximarse los moros rompieron el fuego, pero los buques aún estaba fuera de su alcance, por lo que don Casto a bordo de la goleta Constancia izó la señal de «Fondear, conservando la línea» así al menos las tropas quedaban fuera de tiro, se intentó ver la posibilidad de desembarcar pero el terreno ya mencionado impidió poder avanzar, por lo que las dos compañías que habían desembarcado retornaron a los trasportes y por mar, se arriaron los botes de las dos goletas, con ellos se acercaron a inspeccionar el acceso del río, pero efectivamente era imposible romper aquella defensas, no siendo atacados por pensar los joloanos que iban en son de paz, pero a pesar de esto no se fiaron mucho regresando lo antes posible.

Una vez informado don Casto mandó llamar a Consejo de Guerra a los oficiales, oídas todas las posibilidades que les restaban y la forma de actuar, todos dieron el visto bueno porque por encima de todo estaba el honor de España y había que demostrar a las potencias del momento, Reino Unido, Francia y Holanda que España no iba a quedarse de brazos cruzados, así que todos de acuerdo se ultimaron los detalles y se dieron las órdenes a cumplir, para atacar al día amanecer del día siguiente.

Para que el lector se haga una idea de lo difícil de la situación, ni durmieron los joloanos ni lo hicieron los españoles, ya que los primeros llevaron a cabo varios ataques con sus canoas a lo largo de toda la noche, para intentar abordar y capturar algún buque español, lo que implicó estar de guardia a todos toda la noche, pero esta defensa a ultranza de su territorio demuestra la astucia con la que los joloanos defendían el territorio.

 Foto del cañonero Arayat. Colección de don José Lledó Calabuig.
Cañonero Arayat. Colección don José Lledó Calabuig.

Sobre las tres de la mañana hora en que comenzó a amanecer, fueron trasbordando tres compañías del ejército a las órdenes de Malcampo para desembarcar, siéndole destinados los cañoneros Arayat y Pampanga con la orden de prestar todo su apoyo artillero, para obligar a los joloanos a mantenerse a cubierto y que no pudieran realizar fuego contra los hombres, estos a su vez se les había provisto de unas escalas de siete metros y sesenta centímetros para que pudieran asaltar la estacada. Pero no dejaba de ser un peso más a transportar.

Por otra parte, los cañoneros Luzón y Taal, fueron cargados con tropas para en cuanto hicieran algún hueco las primeras desembarcadas estas pasaran a formar su retaguardia. Después de una larga espera y fuego cruzado Malcampo consiguió encontrar un sitio donde poner pie en tierra, incluso pudo desembarca las dos piezas de artillería que transportaba, por lo que sobre las 0430 horas comenzó de verdad el asalto, al mismo tiempo que las dos goletas rompían el fuego sobre la fortaleza y los cañoneros Arayat y Pampanga que llevaban a remolque a dos de los transportes, se fueron directos contra la talanquera que daba protección al acceso del río, los cañoneros a toda máquina abordaron las defensas consiguiendo partir los troncos y penetrar en el río unos treinta metros, eso sí, pagando los cañoneros su esfuerzo a costa de sus proas deshechas así como parte de sus obras vivas, pero al llegar a esta posición comenzaron un vivo fuego que causó muchos heridos y muertos a los joloanos.

Mientras, las fuerzas de Malcampo en la que estaba Cervera, lograron a brazo transportar las dos piezas de artillería y situarlas a unos veinte metros del foso, pero no había forma de avanzar más, ya que los moros no daban nada por perdido, e igual salían de improviso de entre la maleza y disparaban a boca de jarro, o bien lo hacían a pecho descubierto sin temor a morir. Así se estuvo casi tres largas horas, pero en esos momentos llegó a la Constancia con los botes que hacían de ambulancia, entre otros muchos el comandante García Carrillo, que era el jefe de las tropas del ejército y don Casto no se lo pensó, saltó al bote y dio orden de que le llevaran a tierra.

Desembarcó y se entrevisto con Malcampo, Francisco Moscoso y Cervera. Malcampo de espetó: «la gente no avanza» y don Casto le dijo: «Ya lo veo; es preciso tomar una decisión extrema, y vengo a dar órdenes: cuando mi barco adelante hacía la orilla, avancen ustedes también» No dijo nada más, regresó al bote y de éste a la Constancia, reunió a la tripulación y la arengó, al terminar se dirigió a los contramaestres y les ordenó afirmar bien las crucetas, vergas y bauprés, una vez concluido este trabajo, don Casto dio la orden de levar el ancla y al instante avante a toda, así la Constancia fue conducida al encuentro directo con la espesura de la fortaleza, aprovechando el hueco dejado por los cañoneros en el río.

(Los españoles fueron diestros en los abordajes hasta la aparición del cañón a bordo, pero ahora que esa táctica ya no era viable en la mayor parte de los casos, se inventaba el abordaje a posiciones en tierra firme desde la mar, todo un reto para buscar una solución a un grave problema que estaba causando ya demasiadas bajas. Don Casto Méndez Núñez su inventor)

Para dejar más clara constancia del combate, nos remitimos al parte que de él don Casto redactó para el Gobierno: «Difícil me sería asegurar quiénes fueron los primeros que saltaron sobre el muro de la fortaleza enemiga. La marinería y las tropas del ejército se lanzaron sobre él con el mayor entusiasmo, todos a la vez, sin distinción de clases ni personas, haciéndolo por el bauprés, botalón del buque y algunas tablas, que en el acto se pusieron desde la amura, cada uno lo más pronto que pudo»

Sigue el parte diciendo: «El alférez de navío don Pascual Cervera, que mandaba la marinería de la Valiente, quedó a la cabeza de todo el trozo, después de la herida de su Comandante don José Malcampo; con él la marinería europea, y el teniente Alcoberro y varios sargentos se tiraron al interior de la cota, después de asaltado el muro» Siguiendo el informe con las bajas: «Los cañoneros Arayat y Pampanga, que se batieron a tiro de pistola, tuvieron todas sus dotaciones fuera de combate: ocho muertos y veinticinco heridos, contándose entre éstos el valiente comandante del Arayat, alférez de navío don Basilio Torres-Linares. El cañonero Taal, un muerto y cinco heridos. La Valiente seis heridos, entre ellos don José Malcampo, atravesado el pecho gravemente por una bala. La Constancia, un muerto, el teniente don Manuel Orive, que se hallaba en el bauprés en el momento de la embestida, dispuesto a saltar el primero, y seis heridos, y las fuerzas desembarcadas un oficial, dos sargentos y cinco soldados muertos, y cuarenta y siete heridos. Casi todos los heridos lo fueron de gravedad» En total: dieciocho muertos y noventa y siete heridos, de los que muchos fallecieron tiempo después a causa de las heridas.

En el caso de Cervera, combatió denodadamente tanto que se le terminó la munición de su pistola y tuvo que ofender, y defenderse con su sable, dando golpes por todas partes, ya que al ser un oficial los joloanos lo tenían rodeado y querían matarlo por ser un gran mérito para el que lo consiguiera, en uno de los lances por estar el suelo cenagoso resbaló y cayó al suelo, cuando ya era hombre muerto, acudió en su ayuda un marinero de Medina Sidonia por nombre don Sebastián Llanos, que son su bayoneta atravesó al agresor, malhumorado por su suerte comenzó a perseguir a los joloanos que ya empezaban a abandonar el reducto por donde podían, llegando un momento que en su loca carrera se encontró sólo, pero divisó a uno que portaba una bandera enemiga, se fue hacía él y lo atravesó con el sable, le cogió la bandera y sujetando el sable con los dientes se la anudó a la cintura. En ese momento el resto de tropas españolas le dieron alcance y continuaron persiguiendo a los enemigos, hasta que estos que no dejaron de hacer cara a los españoles, se fueron desperdigando por las montañas y sus bosques.

Como anécdota: Cervera se retiró como el resto de tropas al punto de partida y al fuerte recién tomado, solo se le distinguía la gran faja que llevaba, ya que su uniforme blanco, era más bien de colores desconocidos, llevando en él catorce cortes de machete y de esta guisa se presentó a don Casto, que había desembarcado para reforzar con la marinería el avance de la desembarcada para el ataque así como los hombres del ejército. Al Jefe le llamó la atención la gran faja que llevaba y le pregunto que era, Cervera le contestó, que una bandera del enemigo y que se la quería quedar como recuerdo de su primer combate o bautismo de fuego; a lo que don Cosme le dijo, que no podía quedársela ya que era un trofeo de guerra y sería enviada a la Península. Todo esto sin ser consciente que el arrebatar una bandera al enemigo, es un acto calificado en el código militar de «heroico», así que con gran disgusto se la desató y entregó a don Casto, quien a su vez la hizo llegar a la Península, permaneciendo durante muchos años en el Museo Naval, hasta que el tiempo la descompuso por completo.

Es curioso el dato, de que por la decidida y valiente actuación de don Pascual Cervera y Topete y don Patricio Montojo y Pasarón, los dos fueran ascendidos a los pocos días por sus grandes méritos en el combate, por don Casto Méndez Núñez, siendo muy casual que los dos muchos años más tarde estarían al frente de sus respectivas escuadras y perdiendo ambos los últimos territorios de España fuera de su peninsularidad. El destino los unió para la gloria en Pagalugán y los volvió a unir para la pérdida total de nuestras posesiones, la vida es así de incomprensible a veces, pero las casualidades no existen. En el mismo 1861 se le ascendió al grado de teniente de navío. Siendo a su vez los dos últimos ascensos que se dieron, ya que al poco tiempo se implantó el «escalafón cerrado» impidiendo los ascensos por méritos de guerra.

La escuadrilla continuó la limpieza de la isla y pasaron a las islas Célebes, para continuar con esta misión que era harto escabrosa, ya que el conocimiento del terreno de los moros, les obligaban a estar de guardia las veinticuatro horas y todo el tiempo en tensión de guerra, lo que indudablemente agotaba al más templado, pero así eran nuestras islas Filipinas.

A primero de marzo de 1862, se encontraba Pascual en su camastro de la Valiente, cuando de pronto recibió la visita de un emisario con una carta del jefe de la división, en la que le comunicaba que por enfermedad del comandante del cañonero Taal, debía de tomar el mando interinamente lo antes posible, por lo que tal cual se encontraba, solo recogió todas sus ropas y libros personales, los arrojó sobre la sábana la recogió de las cuatro puntas y hecho el fardo, se embarcó en el bote del emisario, quien lo trasladó a donde se encontraba fondeado el cañonero, lo abordó y tomó el mando.

Permaneció realizando su misión en la zona de demarcación establecida para el buque, que era en la isla de Mindanao al Sur del archipiélago y como todo él de alto riesgo; en este caso lo marcaba la desembocadura del río Grande, que en su camino iba acumulando grandes “islas” formadas por todo tipo de ramajes entre mezclados con la tierra de aluvión, significando que si tropezara su buque con alguna de estas lo podía enviar al fondo, siendo que un día ya de noche y estando vigilantes, al atravesar la zona no pudieron evitar por la velocidad con la que eran arrojados al mar por la fuerte corriente, que el cañonero se viera envuelto con una de estas islas, tal fue el golpe que dejó al cañonero sin gobierno, a pesar de ello todos se pusieron a trabajar para intentar zafarse de aquello que los arrastraba al garete, y después de dos horas de lucha consiguieron deshacerse de él, pero no se fue de vacío, ya que media obra muerta, un bote y hasta la chimenea fue arrancada en la lucha por desasirse de aquello que flotaba.

Como consecuencia de este fortuito combate tuvo que arribar al apostadero de Pollock y pasar a dique para ser reparado, al quedar sin buque a finales de diciembre del mismo año fue elegido por don Claudio Montero, para abordar el vapor Reina de Castilla con el que estaba realizando la obra hidrográfica de las más de dos mil islas, era tan regular y efectivo en su trabajo, que se le otorgó el mando del cañonero Prueba que estaba asignado a la comisión, permaneciendo en este trabajo hasta el mes agosto del año de 1863, por haber cumplido su periodo de estancia en el archipiélago y regresar a la Península, lo que hizo de transporte en un buque de vapor de la Compañía Inglesa Peninsular y Oriental.

A su regreso se encontró con el reciente fallecimiento de su padre, al mismo tiempo la política estaba muy revuelta y nada parecía estar en su sitio, pero tuvo la suerte de ser destinado como profesor de guardiamarinas, que en esos momentos se impartían a bordo del destartalado navío Rey Don Francisco de Asís, donde pudo centrarse en las clases y olvidarse un poco del trauma nacional, corría 1865 y aprovechó el descanso para contraer matrimonio, (esto le sucede a la mayor parte de marinos aún hoy día, casi se tienen que casar a escondidas, ya que no hay tiempo en la Corporación para ello) siendo el 19 de marzo, con doña Ana Jácome Pareja, pocos días después se le comunicó que había sido elegido para ser oficial de la recientemente incorporada fragata acorazada Numancia, la cual zarpaba con rumbo a los mares del Sur, pero al saber el nuevo estado y tan reciente de Cervera, don Casto Méndez Núñez comandante del buque tuvo la amabilidad de borrarlo de su lista, para no molestarle también en estos momentos tan íntimos.

Poco después pasó con los guardiamarinas a la corbeta de vela Villa de Bilbao, donde a parte del cargo de Instructor de Guardiamarinas era el segundo comandante del buque, y más tarde fueron destinados al vapor Isabel II, donde se le confió el cargo de oficial de Derrota; con este buque navegaron de instrucción al puerto de Civita Vechia, para pasar al Vaticano a ser saludados por el Papa Pío IX, que les brindo un gran recibimiento, entregando a don Pascual una medalla conmemorativa del encuentro e impartiendo una bendición especial para él y todos los Guardiamarinas, después de visitar la ciudad embarcaron y regresaron a la Península, pero en estos momentos ya estaba en 1868.

Cuando el 18 de septiembre la escuadra fondeada en la bahía de Cádiz, salieron de sus cañones las veintiuna salvas anunciando a Cádiz, España y el Mundo que el trono de España ya no estaba ocupado por doña Isabel II, hubo como es lógico una convulsión nacional.

Don Pascual a pesar de ser pariente de Topete que junto a Prim fueron los cabezas visibles del golpe de estado, no tomó partido y simplemente esperó a recibir órdenes de sus superiores y estas fueron, que habiendo designado Topete al capitán de navío de primera Mac-Chrohon como Capitán General del Departamento de Cádiz, éste eligió a Cervera para el puesto de Mayor General y Oficial de Órdenes del Departamento, un cargo totalmente fuera de lugar, ya que éste venía siendo ocupado por un general del Cuerpo y no por un teniente de navío tan joven, pero Topete ya nombrado Ministro del ramo, consintió, después de sospesar mucho que se le confirmara.

Como en toda revolución y la del 68 a pesar de recibir el sobrenombre de la ‹Gloriosa›, se cometieron actos de barbarie, estando entre ellas la quema de iglesias y varios asesinatos, pero llegó a conocimiento de Cervera, que una turba se había puesto en camino sin razón ninguna para asesinar y destruir, el Colegio y noviciado de los Padres Jesuitas en la población del Puerto de Santa María, no se lo pensó y salió con su pistola y sable, en el recorrido del cuartel se encontró con su cuñado Jácome y éste comenzó a dar órdenes pero sin dejar de andar rápido, consiguiendo en muy poco tiempo juntar a un buen grupo, que se pusieron en camino al lugar logrando llegar momentos antes de que el desastre pudiera ocurrir, evitando así una masacre innecesaria por ruin.

En estos casos, siempre hay manos ocultas que muy sabiamente sin saber ni poder averiguar nadie quienes son, se aprovechan del propio pueblo al que dicen defender, para que cometan por ellos los más desgraciados y tristes por luctuosos acontecimientos de la historia.

Hay que decir, que la Compañía de Jesús en el Puerto de Santa María disponía de dos casas, una la Victoria, que era el noviciado encontrándose en esos momentos en su interior ochenta novicios con sus profesores y en el otro, que era el conocido como el Colegio, con doscientos niños internos y veinticuatro profesores. De haber llegado la turba la tragedia hubiera sido escandalosa por injusta y las proporciones por la cantidad de vidas allí encerradas, no era para menos la decidida acción de don Pascual y su cuñado. La acción de Cervera, fue seguida por su tío el Ministro, que no cejó en el empeño de que los religiosos y sus novicios hasta que fueron trasladados a Gibraltar, para que realmente estuvieran a salvo de las mafias españolas.

Continuó en el cargo y en ocasiones suplía a su general, dándose el caso de encontrase solo en todo el Departamento por la salida de los hombres a combatir en tierra, transcurridos tres meses recibió la noticia de haber sido ascendido por méritos de guerra a teniente de navío de primera, cargo creado recientemente y con ella, la orden de ser trasladado a la Habana. Con esto su tío lo quitaba del medio y verdaderamente lo ponía en el lugar que le correspondía, pues así si fracasaba la Revolución nadie podría decir que había tomado partido, quitándole toda responsabilidad política a la que Cervera no había cedido, demostrando al mismo tiempo que solo cumplió como toda su vida hizo, una orden más.

Don Pascual zarpó de la bahía de Cádiz el 15 de febrero de 1869, con rumbo a la Habana, a donde al arribar se encontró con que el jefe del apostadero, que era su anterior jefe en Filipinas, don José Malcampo, quien como es lógico lo recibió en persona y no estando su buque en él le dio un permiso para que se recuperara del viaje.

El 22 de marzo Malcampo había recibido noticias de que una incursión filibustera intentaría en las próximas horas desembarcar en la isla, pero no disponía de ningún buque, como consolación a su pena llamó a don Pascual para contarle lo que estaba ocurriendo, el joven Cervera le pidió le otorgara todo mando y él se encargaría de solucionar el problema, Malcampo se lo concedió, sin pérdida de tiempo se fue al muelle y visito la bahía, se encontró con un vapor con el nombre de El Comercio de Cárdenas, pero le faltaba de todo, ya que sus máquinas no funcionaban y estaba medio desguazado, pero lo embargó en nombre del jefe del apostadero ordenando al mismo tiempo que fuera remolcado al muelle, allí había ya reunido a los trabajadores de la maestranza, a quienes hizo trabajar toda la tarde y noche, el trabajo no fue en balde pues a la mañana siguiente estaba listo para zarpar con ellos mismos de tripulantes. Se le había instalado un pequeño cañón y con él se hizo a la mar, consiguiendo llegar a tiempo de impedir el desembarco de los filibusteros, que ante el fuego del cañón del vapor se dieron por vencidos y pusieron aguas por medio, arribando de nuevo a la Habana el 10 de abril.

El 18 siguiente por fin arribó al puerto su buque, que era la goleta Guadiana, la que pasó a reabastecerse y cumplimentado este trabajo se hizo a la mar, para permanecer cruzando e impedir el paso de todo tipo de abastecimientos militares para los insurrectos, ya que estos para impedir ser molestados por los buques españoles, siempre hacían el transporte protegidos por la bandera norteamericana, después de varias misiones su goleta debía de pasar a repasar fondos, por lo que la llevó al carenero y allí mismo tomó el 6 de febrero de 1870 el mando del cañonero Centinela, uno de los recién incorporados a la isla.

Por esta época estaban en pleno apogeo la guerra franco prusiana y se dio el combate entre el cañonero francés Bouvet y la goleta alemana Meteor, pero se interpuso el Centinela para obligarles a combatir fuera de las aguas territoriales de España, así cortaron el combate y navegaron los dos contendientes hasta estar más allá de una milla de las aguas territoriales españolas, al alcanzar el punto de nuevo comenzaron a batirse, todo como si fuera un lance medieval pero en la mar, manteniéndose el cañonero español en el límite de las aguas españolas, para que en ningún momento fuera quebrada la fina línea de la neutralidad, sucediendo que al darse por terminado el enfrentamiento, ambos buques regresaron a la Habana a reparar sus daños y enterrar a sus muertos. España siempre acogió a los que la necesitaban.

Terminó de repararse su goleta el 19 de noviembre, tomando de nuevo el mando y después de avituallarse, se hizo a la mar de nuevo, permaneció en esta misión casi dos años más y poco antes de terminarla se le dio el caso de tener que salvar a los vapores Pinedo y Concha, por lo arriesgada de la acción recibió la felicitación del General en jefe de la isla, quien lo propuso y se le concedió la cruz al Mérito Naval con distintivo blanco y como colofón antes de abandonar la isla, por sus largos y meritorios enfrentamientos en todo el tiempo que estuvo en ella, la cruz del Mérito Naval con distintivo rojo.

Regresó a la Península continuando siempre en cargos de mayor responsabilidad a su grado, siendo el 1 de julio cuando se le ordenó tomar el mando interino de la fragata Lealtad, pero este tuvo que dejarlo pronto por caer enfermo y serle concedida una licencia para recuperarse, no fue muy larga ya que el 21 de julio se le destinó al Arsenal de La Carraca, en el puesto de Auxiliar de armamento, siendo por ello el encargado de controlar el del cañonero Pelícano. Pasado un tiempo se le ordenó tomar interinamente la Ayudantía Mayor del Arsenal y jefe del militar de la Carraca.

En esta época y sólo por apuntes personales de don Pascual, sabemos que hubo un intento de revolución en el Arsenal, enterado de ello lo puso en conocimiento de sus superiores y el asunto quedó abortado, tanto que no figura en ninguna historia el momento exacto del suceso, pero enterado el Gobierno y buen fin que se le dio al asunto, en agradecimiento lo volvió a condecorar con otra cruz al Mérito Naval con distintivo blanco. El hecho debió de ser en 1872.

Ya que al poco tiempo pasó a Madrid a formar parte del Tribunal de exámenes en las pruebas de los Aspirantes a la Corporación, pero esto solo fue unos meses, regresando al cargo anterior de la Ayudantía del Arsenal; de aquí fue destinado otros meses para hacerse cargo de la Dirección de los Guardiamarinas que estaban entonces a bordo de la fragata Villa de Bilbao, y ya con exactitud, con fecha del 9 de abril de 1873 se le asciende a capitán de fragata y con fecha del 2 de julio siguiente y se le destina de nuevo a las islas Filipinas.

Pero en estos momentos España estaba convulsionada por la proclamación de la 1ª República, tanto que don Antonio Risco en la biografía de don Pascual Cervera dice:

Comillas izq 1.png «Siembra vientos y recogerás tempestades, dice el refrán castellano. Los vientos sembrados en 1868, habían empezado a dar abundantísimas cosechas, más de lo que desearan los sembradores.

Había rodado por el suelo el trono de España; se había ofrecido a pública almoneda la venerada corona, que ciñeron frentes tan augustas como la de Isabel de Castilla, Carlos de Austria y Felipe el Prudente, y aquella diadema, manchada por el hálito de la hidra revolucionaria, afeada por el lodo de la intriga, no pudo sostenerse tampoco sobre las sienes del duque de Aosta, del caballeroso Príncipe don Amadeo de Saboya.

Devuelta otra vez a las manos de los que se la ofrecieron, por medio de su abdicación, que era para España la más amarga de las reconvenciones que pudieran hacérsele, motejando su estado de anarquía y de inseguridad política, los padres de la patria tuvieron a bien arrinconar la milenaria joya y coronarse ellos mismos como árbitros de los destinos de una pobre nación, que recibía sin cesar, los azotes que la misma revolución, coronada ahora, estaba descargando sobre sus espaldas» Comillas der 1.png


Don Pascual ante el desorden decidió no zarpar a su destino, quedándose en el Arsenal de La Carraca para emplearse en su defensa. Por ello lo primero que hizo, fue ir a su casa y con mucha rapidez embalar las cosas más necesarias, trasladando a su esposa e hijos a la estación del tren, de donde los vio partir con destino a Madrid. Solventado esto se puso en camino de nuevo al Arsenal decidido, a no dejar pasar a la turba para que se pudiera apoderar de todo el armamento allí existente; como no había abandonado su destino, seguía en posesión de la Ayudantía Mayor de la Carraca, cargo parecido al de Gobernador de una plaza, en ella se encontró que había quien quería entregarla a los cantonales, pero desde el primer momento los Infantes de Marina a las órdenes del general Rivera se pusieron a sus órdenes, les ordenó se hicieran cargo de la defensa en principio tanto del exterior como del interior, mientras aclaraba la situación del Arsenal.

Pero el 20, el capitán general del departamento ordenó que Rivera y sus infantes salieran de la Población de San Carlos, ya que habían sido incorporados a los cantonales, pero como parte de su unidad se encontraba ya en el Arsenal, desoyó la orden por ir en contra del Gobierno, así que esa misma noche que pasó a la historia como la ‹noche aciaga› se trasladaron todos a escondidas al Arsenal, siendo San Carlos casi arrasada a la mañana siguiente por los cantonales, abandonando por incapacidad física de ser transportados quinientos fusiles Berdan, que sirvieron para aumentar el poder de los enemigos de España.

Pero les quedaba una duda a los que estaban en el Arsenal, que no era otra que la decisión que tomaría la escuadra surta en la bahía, ya que era la segunda en fuerza después de la de Cartagena que ya había caído en manos de los cantonales y estaba compuesta por los buques siguientes: las corbetas, Villa de Bilbao y María de Molina; las goletas, Diana y Concordia; y los vapores Ciudad de Cádiz, Colón, Liniers, Álava y Piles. Don Pascual comentó con Montojo el ir los dos cada uno a unos buques distintos y ver la forma de saber o intentar convencerles de que se unieran a ellos, la idea era descabellada pero solo ellos como marinos podían hacerlo, aunque las posibilidades eran ínfimas.

Embarcaron en distintos botes y cada uno se fue a los que le habían tocado. En la reunión previa a tomar la resolución estaban algunos de los comandantes de los buques y a alguno de ellos no hacía falta abordarlos por estar ya de acuerdo sus oficiales, entre los que le tocó a Cervera estaba la corbeta María de Molina, siendo su dotación más revolucionaria de todas, al llegar a su costado pidió permiso para abordarla, al ver el vigía que era el Mayor del Arsenal se lo concedió, subió y preguntó por los oficiales, estos se habían recluido para su defensa en la cámara del comandante, les hizo llamar, subieron a cubierta y se saludaron, pero todos llevaban sus pistolas y sables, Cervera comenzó a hablar a la dotación reunida, pero no había forma de convencerlos, pasados unos quince minutos de conversación y arengas, se oyó desde tierra: «¡Ese barco, la Navas de Tolosa, que obedezca las órdenes, que se le están comunicando, o se le hace fuego!» La jugada tuvo su inmediato efecto, era el oficial Castellani que por medio de una bocina gritó aquellas palabras, consiguiendo inmediatamente que la tripulación dejaran las armas. Cervera les había ya comunicado, que todos los que estuvieran de acuerdo con la revolución podía abandonar el buque sin ningún tipo de represalia y los pocos que así pensaban desembarcaron pasando a tierra.

Por haberse hecho todo de noche los cantonales no habían visto nada y a la mañana siguiente se presentaron ante la puerta del Arsenal para parlamentar, Cervera les contestó que le dejaran hasta el día siguiente para exponerlo a sus hombres. Solo intentaba ganar tiempo, pues se sabía que el general Pavía estaba ya cerca de la ciudad de Cádiz.

Foto de la fragata Navas de Tolosa. Colección de don José Lledó Calabuig.
Fragata Navas de Tolosa. Colección don José Lledó Calabuig.

La mañana del 22 de julio se presentaron de nuevo los cantonalistas convencidos de recibir un sí aplastante, pero se encontraron con la respuesta siguiente: «La marina está dispuesta a cumplir con su deber de lealtad al país, y rechaza, en absoluto, todas las ignominiosas pretensiones, que le hace el mal llamado Comité de Salud Pública» pero ya en previsión de esto a pesar de su convencimiento interno, al regresar a su línea comenzó el ataque, fueron respondidos de inmediato desde el Arsenal, pero no contaban con el apoyo que iban a recibir los encerrados en el Arsenal de los buques, siendo la Navas de Tolosa la que rompió el fuego, la cual al cogerlos de enfilada los hizo retroceder.

El 4 de agosto, se habían producido muchas bajas en el Arsenal, ya que la artillería de los cantonales estaba muy próxima, por lo que sus destrozos eran efectivos, pero vino a rebajar un poco el valor de los cantonales, cuando un tal Mota, uno de los principales cabecillas al parecer tenía una máxima: «a más pólvora más destrozos» y cargó en exceso una pieza personalmente, la cual y como resultado de ser muy poco conocedor del uso de las armas, al efectuar el disparo la mucha carga de pólvora reventó la pieza y un trozo de ella le arrancó la cabeza, la reacción fue la lógica pues los que las tenían que disparar a partir de ese momento restaron precisamente cantidad de pólvora, disminuyendo de esta forma el poder ofensivo de éstas.

(Deberíamos añadir aquí, que a ‹menos conocimientos menos pólvora› para no salir perjudicado; los ideales están bien pero no mejoran la eficacia de los materiales, su desconocimiento quizás, solo consiguen más pérdidas humanas y acumular derrotas. Como es el caso)

Ese mismo día, los oficiales de artillería que habían sido dados de baja por haberse disuelto el regimiento de artillería a pie, ya que sus jefes se habían pasado a los cantonales, comenzaron a hablar con los suboficiales y estos a su vez con los artilleros que andaban desperdigados por la ciudad, a los que se fueron uniendo personas de bien, pasando a su cuartel a coger las pocas piezas que quedaban y al mando de todos ellos se pusieron dos capitanes don Leopoldo Español y don Francisco de la Rocha; bajo su dirección fueron reconquistando partes de la ciudad y conforme avanzaban se le unían más ciudadanos, de forma que a la mañana siguiente acudieron en masa al Comité de Salud Pública, éste sorprendido por la reacción popular les entregó el mando de la ciudad y ese mismo 5 de agosto, entraba sin problemas las tropas al mando del general Pavía, dando por finalizada la revolución cantonalista en Andalucía.

Pero al mismo tiempo, un hombre solo (y a pesar de no ser de él la biografía hay que reseñar su gran valor, decisión y alto honor por el bien de España) que no era otro que el contralmirante don Miguel Lobo Malagamba, que se encontraba en su residencia de Chiclana retirado de todo servicio, al llegarle la noticia del famoso cañonazo hecho desde la fortaleza de Galeras en Cartagena, que proclamaba el Cantón Murciano o Cartagenero, se puso su uniforme, sable y pistola saliendo de su casa camino de Gibraltar, donde se habían refugiado unos buques españoles por ser afines al Gobierno, quienes le dieron la noticia de la resistencia en el Arsenal de la Carraca, se puso de nuevo en camino a él, pero en el trayecto le comunicaron que se iba a realizar el nombramiento de los Cónsules de la República Independiente de Cádiz reunidos en su salón del Ayuntamiento, a pesar de seguir solo se encaminó al edificio, nadie se le interpuso ni le pidió nada llegando a las puertas cerradas del salón, las abrió con tanta fuerza a pesar de su edad y estado, que estás volvieron a cerrase, se dirigió a la mesa presidencial y al mismo tiempo que avanzaba por el pasillo central grito «¡Alto la Farándula! ¡Tomo posesión de la ciudad en nombre del Gobierno!» al decir esta última palabra la acompañó por haber llegado, con un fuerte golpe sobre la mesa presidencial dado con el pomo (o monterilla) de su sable.

Los ediles se quedaron atónitos y mirándose unos a otros (como se nota el valor de los políticos), uno algo más decidido le preguntó: «Bien, señor, pero…su merced…su señoría…en fin…¿qué tratamiento se le tiene que dar?…porque no sé…» ‹El Lobo de mar se le giró y espetó «¡¡De tú; pero pronto!! Y al que chiste, le rajo de una cuchillada, so…» Ante esto los reunidos en asamblea se disolvieron y por esta razón Cádiz que había comenzado su resistencia con el desplante de don Pascual, seguido de los dos capitanes y el mismo día el contralmirante don Miguel Lobo toma el ayuntamiento sólo, consiguieron hacerse con la ciudad a pesar de haber muchos partícipes que desaparecieron para no dejar ni rastro, de esta forma don Miguel Lobo entregó el mando de la ciudad al general Pavía al día siguiente cuando entró en ella sin ninguna resistencia.

Fueron tantos los plácemes que recibió don Pascual por su abnegada decisión, valor demostrado y poder de resolución, que fue alabado por el mismo general Pavía en un folleto que escribió a cerca de la pacificación de Andalucía, que al llegar a la explicación de lo sucedido en Cádiz dice: ‹la actuación de don Pascual Cervera debe de ser calificada como heroica y digna de pasar a la Historia, sin su ejemplo no hubiera resultado tan fácil el dar la Paz a la ciudad de Cádiz› Como confirmación de esto, el día once de agosto del mismo año de 1873 las Cortes aprobaron un decreto por el que don Pascual fue declarado «Benemérito de la Patria» y un ciudadano leal a los defensores del Arsenal, hizo acuñar una medalla conmemorativa del hecho, enviándole una a Cervera quien solo la lucía en su uniforme de gala, siendo una de las que quedó sepultada al ser hundido el crucero Infanta María Teresa el 3 de julio de 1898.

El entonces Presidente de la República y quien había autorizado los cantones, el señor Pi y Margall, se encontraba con que todo lo que había hecho o dicho se le echaba en cara y de hecho sin ninguna necesidad había provocado una pequeña guerra civil, ya que el cantón de Cartagena se había auto proclamado como Gobierno Federal Independiente, pero lo peor eran las grandes defensas de la ciudad, ya que contaba con ocho mil hombres, con seis piezas de artillería de montaña, diez de batalla y las quinientas treinta y tres que ya tenía la plaza como defensa, a lo que se unía la escuadra compuesta por: las fragatas acorazadas, Numancia, Vitoria, Tetuán y Méndez Núñez, la de 1ª clase Almansa, los transportes Fernando el Católico y Vigilante más otros buques menores.

Y el señor Presidente, para quitar la razón a los cantonales, no se le ocurrió otro disparate, que decretar a los buques allí fondeados como «piratas», lo que supuso basándose en la lógica, que habiendo zarpado la Victoria y la Almansa con rumbo a Málaga, para intentar que les siguieran en su locura y facilitar con su presencia que se produjera el levantamiento de esta capital, se encontraron con la escuadra británica del almirante Yervelton que informado de la pérdida de nacionalidad había zarpado de Gibraltar y como es costumbre en ellos no desperdiciaron la ocasión, siendo capturadas las dos fragatas sin disparar un tiro, siendo marinadas hasta el interior del fondeadero del Peñón.

Según los planes de don Miguel Lobo, esto le venía muy bien pues en algo igualaba las fuerzas, ya que estaba pendiente de la arribada a Cádiz proveniente de la Habana de la fragata acorazada Zaragoza, pero para terminar de equilibrar las fuerzas era necesario a toda costa que fueran devueltas por los británicos las dos apresadas y esto era más complicado, pues como siempre faltaba gente para dotarlas y ésta era la razón que argüían los británicos, ya que si no se podían defender por la falta de personal, podían caer de nuevo en manos de los cantonales. (Algo fútil el planteamiento, pero siendo como son conocedores de los españoles, era suficiente para no devolverlas)

Don Pascual había sido nombrado segundo comandante de la Navas de Tolosa, al día siguiente de terminar el cerco de La Carraca, pero a los cuatro días se le ordenó trasbordar al vapor Colón, con la orden de unirse a la escuadra del mando de don Miguel Lobo, pero éste al verle llegar le hizo llamar a su buque insignia que lo era la fragata Carmen, se dirigió a abordar el buque y se le hizo pasar a la cámara, donde don Miguel le planteo el problema, que pasaba por hacer un viaje a Madrid y añadió: «que no quería que se comportara como un cabo cartero» para evitarlo le dio una lección de gramática parda: «cuando llegue a Madrid, verá como el Ministro le comienza a pronunciar un discurso sobre política, sobre sus deberes y sus compromisos de partido… etc. etc.; pues bien; va a prometerme ahora que, cuando salga él por el registro, le contestará de parte mía, ha de ser de parte mía, pero con todas sus letras, que yo me……en toda la política»

Don Miguel acompañó a Cervera hasta la meseta del portalón, se esperó a que estuviera a bordo del bote, entonces le volvió a decir: «Con que la frasecita ¿eh? Que no se le olvide. Eso es un discurso de dos horas, compendiado en una frase española»

Viajó a la capital don Pascual y ya en el Ministerio el señor Ministro Oreyro le hizo esperar unas largas horas, ni siquiera lo recibió, sino que salió el ministro y le dijo que ya estaba todo aclarado, que debía informar a don Miguel que el Gobierno había nombrado a un ministro plenipotenciario el señor Millán y Caro, al que ya se le había informado de todo y lo encontraría en la ciudad de Alicante o en la población de Santa Pola. Don Pascual se despidió del Ministro y se puso en camino a la ciudad de Cádiz para informar al don Miguel y éste le concretó que el tal Millán lo encontraría en Santa Pola, allí acudió Cervera se entrevistó con el señor Millán y se pusieron en camino a Alicante.

Cervera comenzó a tramar el plan de hacer llegar al señor Millán a entrevistarse con el almirante británico Yelverton, que se encontraba a bordo de su buque insignia en la misma entrada al puerto de Cartagena, por lo que de alguna manera estaba ya ayudando al Gobierno español, pues con su presencia impedía que los buques cantonales salieran a intentar ganar adeptos, pero al estar en esa situación y sin poderse comunicar con él se convertía la misión en algo muy arriesgado, ya que un buque con bandera española debía llegar a él, para ello barajó varias posibilidades, pero se decidieron por una, mientras estudiaban las forma de hacerlo, pues una era salir con algún buque y enarbolando bandera británica llegar al buque del almirante, pero esta acción fue desechada por el señor Millán, ya que le parecía indecorosa, pero en esos instantes arribaba al puerto la goleta Prosperidad y entonces Cervera pensó en la forma de llevarlo a buen término, con mucho riesgo pero viable.

Cervera se puso en contacto con el Comandante de Marina del puerto y este accedió a que fuera el buque a utilizar, se le puso al corriente de la aventura y por ello solo se avitualló al buque, el comandante de marina lo presentó al comandante de la goleta, todo listo zarpó en la tarde del día treinta y uno de agosto, con rumbo a Cartagena pero el fatal andar de este tipo de goletas, le hizo pensar a qué velocidad se podía llegar dentro de la lentitud del buque, para arribar a la zona en la anochecida lo que se puso en práctica.

Quiso informar de su plan a los dos oficiales, así que les llamó acudiendo el comandante interino señor Navarro y el alférez de navío don Ramón López de Cepeda, entraron en la cámara y les comunicó la misión, los dos se quedaron perplejos y al ver sus caras, le añadió que él había diseñado el plan y no había marcha atrás. Por lo que le pidió le dejara el mando del buque ya que podían ocurrir errores de apreciación y así se evitarían, el señor Navarro no puso objeción y tomo el mando Cervera.

Pero le faltaba una cosa por hacer, que era informar a la tripulación, así que salieron los tres y fueron llamados todos, ya presentes Cervera les espetó: «Muchachos, no hay que asustarse ¿sabéis a donde vamos?…Pues vamos a Cartagena», todos se quedaron paralizados, por lo que prosiguió: «Ahora, valientes, sólo os pido dos cosas; una, como jefe, y la otra, como amigo. Como jefe, os pido obediencia ciega. ¿La tendréis?,: todos contestaron que sí. La segunda, es un ruego de un amigo; yo sé lo mucho que os va a costar. Os suplico un silencio sepulcral. Todos estáis muertos. ¿Lo oís, muchachos? y como los muertos ni hablan ni fuman, pues…»

 foto de la fragata acorazada Méndez Núñez. Colección de don José Lledó Calabuig
Fragata acorazada Méndez Núñez. Colección de don José Lledó Calabuig.

Entre Alicante y Cartagena solo distan sesenta y cinco millas, pero la velocidad de la goleta no daba más de seis y a veces ni llegaba, pero don Pascual tampoco quiso que se forzara, para así llegar en plena noche, por lo que sobre las dos de la madrugada estaban delante del puerto, donde se encontraron con la Numancia que estaba fondeada fuera y la Méndez Núñez a corta distancia, las dos con las calderas encendidas, pero para llegar a donde se encontraba el buque británico había que pasar entre ellas, con mucho silencio como había pedido Cervera, se consiguió pasar por las cercanías de la Numancia sin ser detectados, pero conocedor de las aguas, sobre salía un escollo que le obligó a virar yéndose casi de proa contra la Méndez Núñez, sorteado el obstáculo pero casi tocando con el botalón la estructura de la blindada, que pudo rectificar con un golpe de timón pasando a tocapenoles con ella, aquí sí se dieron cuenta algunos marineros del paso de la goleta, pero estaban tan ebrios que realmente no se apercibieron de nada o al menos no eran conscientes de lo que estaba pasando.

Unos minutos después fondearon para lanzar el bote y trasladar al señor Millán al buque británico, pero en eso se apercibieron que un bote de guerra “volaba” más que navegar hacía ellos, Cervera dio orden de que sacaran los pañuelos los tripulantes y en cuanto abordaran la goleta lo primero era taparles la boca, pero no hubo necesidad de ello, ya que los del bote eran los británicos que habían confundido a la goleta por una de nacionalidad francesa y venía un oficial con su uniforme de gala a presentar sus respetos.

Pero el que se llevó la gran sorpresa fue el oficial británico, al hablarle Cervera y ver que eran españoles, por lo que exclamó: ‹!Oh! ¡Ustedes son unos valientes!› Informado el oficial, el señor Millán se despidió con gran cariño de los tres oficiales y pasó al bote, que lo trasladó hasta el almirante británico. Cuando don Pascual perdió de vista la pequeña lucecita del bote, se giró y dio orden de levar, se puso en marcha y salvando ahora las distancias con las dos fragatas se fue alejando, pero la velocidad de la goleta no había cambiado y al amanecer del 1 de septiembre todavía estaba a la vista de las fragatas y de la artillería de los fuertes de la plaza, justo en ese instante se vio venir a un falucho que se le echaba encima por ir dando bordadas para coger mejor el viento, se apartó de su rumbo y ordenó desplegar una gran bandera francesa y al mismo tiempo hizo una salva para afirmar su pabellón, así los vigías se dieron por satisfechos y Cervera más.

Arribó a Almería y atracó a la espera del delegado del Gobierno, así el 26 de septiembre arribaban al puerto las fragatas Victoria y Almansa, donde fue arriada la bandera británica y enarbolada la española, con ellas llegaba don Miguel Lobo quien al desembarcar abrazó a Cervera por lo mucho que había hecho, ya que el señor Millán que también le acompañaba le había contado la peripecia para dejarlo a bordo del buque insignia británico.

El contralmirante Lobo zarpó con la escuadra rumbo a Cartagena y en pocos días cayó de la misma forma que se había proclamado, pero no olvidó a don Pascual, por ello al término de la campaña elevó al Gobierno la petición de la Cruz Laureada de San Fernando, pero para ser otorgada a parte de otros trámites, el galardonado debe de elevar su petición y para ello hay un plazo, por lo que Cervera lo dejó pasar para que no le fuera concedida, a pesar de estar todos de acuerdo ya en ello, entre otros el Negociado del Ministerio y la Junta Superior de la Armada, pero como él solía decir que no lo hizo por: ‹no alabar sus agujas› Pero molestados en los dos estamentos oficiales, le concedieron la Placa de la Cruz al Mérito Naval con distintivo Rojo.

Y se piensa que como castigo, se le otorgó el mando de la goleta Circe, que no tendría nada de particular a no ser que este buque estaba destinado en Manila. Cumpliendo la orden recibida el 1 de enero de 1874 embarcaba de transporte en el vapor Buenaventura, para ser trasladado a las islas Filipinas, en un segundo encuentro con ellas.

Arribó a Manila el 27 de febrero, al desembarcar se presentó al contralmirante don Juan Bautista Antequera que era el Comandante del Apostadero, éste le remitió a donde se encontraba la goleta, que era en Zamboanga, para llegar a esta localidad se embarcó en el vapor Pasig el 1 de marzo (aquí viene un anécdota que dice mucho del estado de aquellas islas y su organización) se presentó al comandante del apostadero y éste le comunicó que la goleta Circe había sido dada de baja, pasada la comunicación del hecho don Juan Bautista ordenó que se le diera interinamente el mando de la corbeta Santa Lucía, que era de lo mejor que había en todas las islas.

El 7 de marzo tomó el mando de ella, justo en el momento que se estaba alistando para zarpar y dirigirse a dar una lección a los piratas joloanos, bombardeando las rancherías de Simonor, Maatabum, Lataán, Sibulu y Lupabuán, a la corbeta le acompañaban los importantísimos cañoneros formando una pequeña división y por orden del contralmirante se le dio el mando de ella. Llegados a la zona cumplieron la orden que les llevó desde el 19 a 26 de marzo, arrasando todas las poblaciones mencionadas. Aunque bien es cierto que esto era matar moscas a cañonazos, ya que en cuanto desaparecían los buques españoles, volvían al lugar a montar de nuevo sus chozas y lo antes posible ya estaban pirateando de nuevo la zona, por lo que se convertía en un trabajo de destrozar, pero sin ganar un palmo de terreno, lo que casi afectaba más a la moral de los españoles que a los propios damnificados.

La operación fue vista por el propio Antequera que iba en la corbeta del mando de Cervera, por lo que al terminar la misma la división se incorporó al Sur del archipiélago al mando de la división naval del capitán de navío don José Carranza, mientras seguía rumbo a Manila el contralmirante, siéndole entregado a Cervera el mando de la división de los buques encargados del bloqueo de la isla de Joló, en la que permaneció ciento dos días, en los que no hubo descanso en absoluto, dándose el caso de entre las muchas acciones llevadas a buen término, dos de mención especial, la de la isla de Patean y la de Lagassán, aunque por ser muy parecidas en lo intrínseco, solo narraremos la primera.

Tuvo lugar en la isla mencionada el 5 de abril, cuando la escuadrilla de don Pascual, compuesta por la corbeta Santa Lucía y los cañoneros, Bulusán y Samar. Todo comenzó porque al acercarse a tierra, los moros comenzaron a abrir fuego sobre los buques y al mismo tiempo se embarcaban en sus vintas y a remo se iban tirando encima de ellos. Cervera ordenó al Samar ir a un punto intermedio entre la misma isla y un islote que cerraba las salida a las vintas, y al Bulusán hacer fuego defensivo para interrumpir el paso a las embarcaciones piratas, el fuego concentrado del buque y el de la marinería hizo verdaderos estragos entre los atacantes, lo que les llevó a dejar de pensar en tomar la corbeta y virar con rumbo a su isla.

Pero don Pascual ya viejo zorro de las artimañas de los piratas, dio orden de desembarcar a una columna, con la orden de exterminar todo lo que se les cruzara en el camino, pero después de largas horas regresaron sin haber podido ver a nadie. Como la noche ya se estaba tirando encima decidió esperar al día siguiente, así que ordenó fondear a cierta distancia de la costa para impedir un posible asalto y las guardias a bordo dobles. Aun así y como ya se imaginaba sufrieron varios ataques, si bien las armas de los buques siempre listas, en cuanto se le podía acertar por los reflejos de las luces de los propios buques, abrían fuego con los mismo resultados de cuando efectuaron el primer ataque, pero al mismo tiempo impedía dejar descansar a la gente.

Iba amaneciendo y todo a bordo se estaba preparando, así los botes de la corbeta fueron haciendo viajes de ida y regreso hasta poner en tierra una compañía. En esto fue capturado uno de los joloanos, que pasa salvar su vida indicó que si se esperaban al día siguiente él les llevaría a una cueva, que estaba en el centro de la isla y donde se guardaban todas las armas incluso los indígenas cuando era atacada la isla, don Pascual dejó pasar el día y a la mañana siguiente se sumaron todos los marineros no imprescindibles para maniobrar los buques, incluso se desembarcó algún cañón de las fuerzas de marinería, sobre las seis de la mañana ya estaban todos en tierra, entregando el mando de la columna al teniente de navío don Juan López de Mendoza, mientras ordenó situar dos baterías de artillería en tierra en la cumbre de dos lomas, una sobre las montañas de Este al mando del contador don Francisco Martín y otra al Norte a las órdenes del alférez de navío don José Chacón (futuro capitán general de la Armada)

Vista la protección que se les brindaba por si era una emboscada, Mendoza dio orden de separase en guerrilla a su columna, haciéndolo unas veces de pie y andando, otras corriendo para buscar resguardo, otras gateando, otras arrastrándose, todo dependiendo del tipo de terreno con el que se encontraban, siendo una avance lento y costoso en todos los sentidos, pero pasaron por un desfiladero y ante ellos se pudo ver la entrada cavada en la misma roca, así que se pararon unos instantes a tomar el aire e intentar entrar; pero de pronto salió un gran ruido del interior, a los pocos segundos comenzaron a salir negros, que lanzaban de todo sobre ellos, desde balas a flechas envenenadas, así que se vieron atacados de frente, a sus lados la costosas pendientes casi planas imposibles de ascender y retroceder dándoles la espalda era una locura, así que Mendoza vio que no había otra salida, se giró a su hombres y les dijo: «¡Al valle, muchachos, allí os espero!» y sin pensárselo avanzó un par de pasos y se lanzó por la temible pendiente, que le llevaría a la salvación o a la muerte. Pero sus hombres tampoco se pararon mucho a pensar, ya que en la caída por la rampa alguno le superó en velocidad y le sobrepasó.

Consiguieron reunirse en el valle entre la arboleda y se hizo recuento de personal, más de veinte hombres estaban heridos que era obligatorio transportarlos a los buques, el alférez de navío Serante, el médico don Estanislao García Loranca, el soldado Uget y otro no estaban por ningún sitio, decidiendo entre todos no abandonar la isla sin recuperar los cuerpos de sus compañeros. Por lo que se separaron y comenzó la búsqueda, a ellos se unieron varios marineros del cañonero Samar, que habían sido enviados como refuerzo y entre todos consiguieron recuperar todos los cuerpos menos el del médico.

Mientras los heridos comenzaron a llegar a la vista de Cervera que no cejó un instante en mirar a través de sus prismáticos como intentando atravesar la frondosidad del bosque y poder ver a sus hombres, lo peor fue la llegada de los primeros, que comenzaron a contar que la columna había sido atacada teniendo muchos muertos y los demás heridos buscando refugio y diseminados por la isla. Ante estas noticias Cervera dio orden de acercarse al primer estero y él mismo saltar a tierra, para ello dejó al mando de la corbeta al comandante del cañonero Samar, y en éste a un contramaestre, con el resto de gente saltó a tierra.

Pero cuál fue su gran sorpresa que al penetrar en la frondosidad del valle y comenzar a avanzar, se encontró con los hombres todos con una gran moral y empeñados en volver a subir para asestar un duro golpe a la cueva. Ante la tozudez de sus tropas don Pascual ascendió para verificar la posición de la cueva y se dio cuenta que con menos de quinientos hombre era imposible conseguir un éxito, por lo que ya no les pidió nada sino que les ordenó regresar a los buques, pero antes de hacerlo, en el mismo estero donde estaban fondeados los buques había un poblado, el cual fue destruido, se le pegó fuego a la cosecha, se llevaron un gran cantidad de cabezas de ganado y se apresaron cincuenta embarcaciones de diferentes tipos, al mismo tiempo que capturaron a dieciocho moros y dieron sepultura a unos cuarenta cadáveres.

Según notas de don Víctor Concas, dice: «En aquel entonces, la División del Sur de Filipinas estaba en un estado militar tan disciplinado, que era solo comparable con el de la escuadra que fue al Pacífico; así que, cuando quedó encargado Cervera, con alientos para utilizar el estado marcial de aquella flota, fue admirablemente recibido. La corbeta Santa Lucía llegó a ser un modelo de buque militar en todos los conceptos, y su Comandante encontró elementos con que poder desarrollar todas sus nobles iniciativas»

Al regresar de esta comisión se le ordenó incorporarse a la Comisión Hidrográfica que seguía imperturbable sus trabajos, ardua labor por la inmensa cantidad de canales y costas a revisar, pero como ahora le tocaba a la isla de Joló, no se movía de la división del Sur y lo mejor continuaba navegando. Estando en la Comisión, los anteriores mandos y oficiales le regalaron con un convite, en él se le nombró Coronel de Infantería de Marina, al mismo tiempo que por suscripción popular de los compañeros incluidos los marineros y clases, le regalaron las estrellas de oro, siéndole entregadas por el coronel señor Careaga y posteriormente el Gobierno le volvió a condecorar por toda su labor en Filipinas con otra Placa de la Cruz al Mérito Naval con Distintivo Rojo, ordenando colocarle los galones de Coronel en su uniforme de gala que siempre utilizó cuando echaba pie a tierra en misiones de combate.

El 5 de noviembre de 1875, se le entregó a parte de la Comisión Hidrográfica, tomar el mando de todas las unidades navales del bloqueo de la isla de Joló. Por ello realizó una expedición a la población de Buli-Buli en Basilán, para ello se unió su corbeta a cinco cañoneros, siendo tan honrosa su actuación, que informado el Gobierno, le envió el comunicado de hacerlo figurar en su Hoja de Servicios.

Al mismo tiempo con su buque insignia la corbeta Wad-Ras, continuaba realizando los trabajos hidrográficos, pero aquí volvió a salir la experiencia, pues se acordaba de cómo realizaba los planos su maestro don Claudio Montero y no comprendía cómo se llevaban tantos años en estos trabajos con lo fácil que él los hacía, así que comenzó a seguir los consejos aprendidos y a aplicarlos, para ello comenzó por explicar el sistema a sus ayudantes, pues él mismo «se avergonzaba de ver que en tantos siglos de dominación no hubiese podido España levantar planos completos de aquellas islas» así se pusieron a trabajar y en unos pocos meses se levantaron los planos que comprendían desde Basilán a Tawi-Tawi, pero por la rapidez el mando quiso comprobar si eran buenos, así que se contrastaron con los de varios hidrógrafos, incluidos los levantados por la corbeta británica Nassau, verificándose que eran más exactos que los de este buque.

Precisamente cuando ya más a gusto estaba enfrascado en su trabajo, de pronto le entregaron la orden del general Antequera, para que le entregara el mando de la Comisión a don Fabián Montojo y se presentará inmediatamente en Manila, al mismo tiempo el 10 de marzo entregó el mando de la corbeta a don Víctor Concas.

Todo estaba provocado porque el general Antequera le había nombrado Jefe de la Comisión Hidrográfica, pero Cervera no tenía el curso de «Estudios Mayores» y la decisión de Antequera, fue contestada por otros oficiales que sí los tenían y estaban en las isla, así que llegó al Gobierno al mismo tiempo, el nombramiento de don Pascual y la queja de sus compañeros, por lo que el Gobierno desestimó el nombramiento del general Antequera y ésta fue la razón de ser sustituido. (O sea, que como siempre las envidias se despiertan cuando hay favor. Mientras don Pascual se dejaba la piel en los levantamientos pero solo era un interino, nadie abrió la boca, al nombrarlo jefe, ya todos los que sí podían serlo se hicieron de notar. Bonito comportamiento. Por ésta razón y no herir susceptibilidades, omito los nombres de los que le sucedieron, aunque alguno de los nombrados reconoce no tener la misma práctica que él)

El que sí estaba enfadado con las formas era el general Antequera, así que decidió darle a Cervera el mando de la División del Norte, pasando a la isla de Cebú a tomar el mando el 13 de abril. Pero poco le duró pues los dos jefes de las islas el general Antequera y capitán general de ellas don José Malcampo, le llamaron con urgencia a Manila, al presentarse se le notificó que por orden de ellos pasaba de nuevo a ser el Jefe de la División Sur del Archipiélago, entregando el mando de la división de cañoneros del Norte a don Fernando Martínez, regresó a su buque insignia la corbeta Santa Lucía que se encontraba en las cercanías de la isla de Joló, donde llegó el 1 de junio y tomó el mando.

El problema en concreto de la isla de Joló no fue otro, que el tráfico de armas por parte de potencias extranjeras, que de esta forma mantenían a España ocupada y preocupada, aparte de tener que mantener una fuerza necesaria para combatirlo y por el fuego que siempre hacían los joloanos a cualquier buque con bandera española, lo que causaba constantes bajas y malestar, todo por no haberse cumplido el Tratado de 1851, al que no hay que culpar solo a los joloanos, sino a España, que no se preocuparon sus gobernantes de ordenar construir en la isla al menos en la cotta Daniel el fuerte necesario, dado que desde ésta se dominaba gran parte del movimiento del contrabando, ello llevó a la ruptura firme con los joloanos, pero mientras ellos sí habían aprovechado el tiempo y se habían ido fortificando en su isla, así que como siempre que falla la diplomacia y el mal gobierno, no les queda otra salida que rasgarse las vestiduras y declarar la guerra, a la que desde luego ellos no van.

Decidió el Gobierno enviar a don José Malcampo con el cargo de Gobernador General del Archipiélago. Su llegada al menos era acertada por el gran ascendiente que tenía sobre las tropas y sobre todo, por ser ya muy conocido entre los distintos Sultanes y Dattos, lo que facilitaba las buenas relaciones con el resto. Pero el general primero se dedicó a trabajarse a los demás Sultanes, así se evitaba tener enemigos a la espalda y hasta que no estuvo seguro de todos ellos no hizo ningún movimiento, pero mientras en el lado español se iba mermando la moral por la aparente inmovilidad de don José Malcampo, hasta que en marzo de 1875 escribió una carta al Sultán de Joló, en la que entre otras cosas le mencionaba la buena amistad que el padre de don José ya tuvo con el Sultán y que veía indigna su conducta, por lo que le rogaba si iba a aceptar el Tratado de 1851 y si era así, se echaba tierra encima a todo lo ocurrido en los últimos cuatro años. Pero el Sultán le contestó, que sí aceptaba el Tratado, pero si se volvía a rehacer, lo que significaba un no encubierto.

Así Malcampo llamó a Cervera conversaron y fueron concretando asuntos y objetivos, quedando en que don José podría tener lista la expedición entre finales de octubre y mediados de noviembre, mientras Cervera debía informarse todo lo posible de las fuerzas del Sultán y sus posibles enemigos entre su gente, para ello convinieron en utilizar a los chinos que traficaban con la isla, dejándoles hacer a cambio de información. El caso fue, que se designó al intérprete oficial para ayudar a Cervera en lo que le pudieran decir los chinos, pero don Pascual no se fiaba ni de uno ni de los otros, así que se puso en contacto con el padre Llausás de la Compañía de Jesús, quien llevaba muchos años en las islas y entendía perfectamente el idioma moro, para que le enseñara lo antes posible, llegando en poco más de tres meses a escribir, leer y hablar al menos lo imprescindible para entenderse directamente, valiéndose de un diccionario francés-español, al que le añadía los signos de la lengua joloana.

Ya con estos básicos conocimientos, zarpó con la Santa Lucía con rumbo a la División del Sur, al arribar se encontró con que el Jefe de la División don García de la Torre no tenía la menor información sobre los planes del Gobernador, lo que le llamó mucho la atención, pero don Pascual le explicó por encima lo que se había planeado y no tuvo ningún inconveniente en ponerse a las órdenes de Cervera, por lo que llamó al teniente de navío don Luis Angosto, para que fuera su ayudante ya que era un gran conocedor de la zona, tanto que se fue a buscar a un chino muy rico llamado Diva, al que se le amenazó con cortarle el tráfico que efectuaba a escondidas, éste convencido quedó para tres días después porque llevaría a un “amigo” que le podría dar toda la información.

Acudió don Pascual a la cita y efectivamente allí estaba con otro chino por nombre Dighi, los tres permanecieron tres horas de intercambio de información, de donde Cervera sacó toda la que necesitaba, terminó la entrevista y se marchó. Pero quiso confirmar las informaciones, embarcó en una lancha de los mismo joloanos y fue verificando los puntos concretos de que disponía, así estuvo varios días más hasta que concluyó la comprobación de toda la isla. Al regresar a Zamboanga, se encontró con que más “espías” moros, chinos, joloanos y malayos, le terminaron de informar del resto incluyendo trayectos interiores.

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