Escano y Garcia Garro de Caceres, Antonio de Biografia

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Biografía de don Antonio de Escaño y García Garro de Cáceres


 Retrato de don Antonio de Escaño y García Garro de Cáceres. Teniente General de la Real Armada Española. Caballero profeso de la Militar Orden de Santiago. En 1800. Regente del Reino. Ministro de Marina.
Antonio de Escaño y García Garro de Cáceres.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.


Teniente General de la Real Armada Española.

Caballero profeso de la Militar Orden de Santiago. En 1800.

Regente del Reino.

Ministro de Marina.

Orígenes

Vino al mundo el 5 de noviembre de 1752 en Cartagena; fueron sus padres, don Martín de Escaño y de Arizmendi y doña María Cristina García Garro de Cáceres y Fernández de Santo Domingo.

Hoja de Servicios

Sentó plaza de guardiamarina el 8 de julio de 1767, en la Compañía del Departamento de Cádiz, cuando era su capitán don Jorge Juan. Expediente Nº 1.013.

Terminados sus estudios embarcó en el navío Terrible, cruzando en sus navegaciones entre los cabos San Vicente y Santa María, en los típicos cruceros de protección del tráfico marítimo proveniente de ultramar.

En mayo de 1769 recibió su bautismo de fuego, embarcado en el jabeque Vigilante, apresando a dos escampavías argelinas en aguas de la ciudad Condal.

En octubre asistió al apresamiento de dos jabeques, uno el Las de 24 cañones y el otro el Sain de 36, los dos de la regencia de Argel.

Por esta senda de hechos de armas fue distinguiéndose Escaño que no es poco merecimiento.

En una de estas navegaciones demostró sus conocimientos náuticos y de construcción, pues habiendo sufrido el buque un violento temporal que le rindió el bauprés, trabajó en su reparación con el valor y destreza de un veterano hombre de mar.

El buque arribó a Cartagena para ser reparado, siendo Escaño destinado a los famosos jabeques que don Antonio Barceló en el Mediterráneo haría célebres, prosiguiendo en su misión de vigilancia contra el corso de las regencias norteafricanas.

Por ello continuó navegando y participando en diferentes hechos de armas en los que fue distinguiéndose, su valor le hizo ser recomendado por su comandante, el teniente de navío Osorno, siendo habilitado de oficial el 6 de febrero de 1770.

El 21 de agosto ascendió a alférez de fragata, embarcando en el navío Vencedor, de la escuadra del marqués de Casa Tilly, pero su misma recomendación anterior le llevó de nuevo a los jabeques, donde se necesitaban oficiales más valerosos.

Escaño fue destinado al jabeque Atrevido al mando de don Francisco Usatorres; hizo una campaña en este buque repitiendo sus pruebas de valor y desempeñando una arriesgada misión cuando formaba parte de la división de Vicente Doz.

Desarmados estos jabeques, fue destinado a la fragata Santa Clara el día 8 de octubre, y después al navío Astuto a petición de su comandante don Miguel Gastón.

En abril de 1774 ascendió a alférez de navío y embarcó en el Santo Domingo, con destino a Montevideo.

Desempeñó destinos en tierra: de ayudante del cuerpo de artillería, de subteniente en el 8º batallón de marina y de teniente en el 4º.

Estando en Buenos Aires, en el campo, en compañía de unos amigos y de una señora principal, ésta por encontrarse en compañía de europeos fue ofendida por un jinete del país, Escaño echó mano a la espada pero el jinete hizo que el caballo diera una coz recibiendola en el pecho, quedando tendido en el suelo presa de un vómito de sangre.

Pasada la gravedad fue a Montevideo y seguidamente, creyéndose estar útil para el servicio, regresó a la península embarcando en el Nuestra Señora de la Misericordia.

Al desembarcar en Cádiz, supo había sido ascendido a teniente de fragata; pasó a Cartagena al lado de su familia para terminar de reponerse, dedicándose con intensidad al estudio de la historia y de los códigos militares.

En 1778, sabedor el Gobierno de sus progresos, le ascendió a teniente de navío, disponiéndose que, si su estado de salud lo permitía, pasase destinado a la escuadra de don Luis de Córdova.

Así lo hizo y estuvo embarcado en los navíos Fénix y Santísima Trinidad, después de encargado del detall para el armamento del navío San Nicolás, en cuyo destino se distinguió tanto que su comandante le recomendó para ayudante de la mayoría y de este modo empezó a poner en práctica los conocimientos que había adquirido durante su licencia.

Sirvió con los mejores generales, don Juan Tomaseo, don Buenaventura Moreno y por último, con el que había de ser su gran maestro, don José de Mazarredo, quien pronto reconoció la capacidad de su ayudante.

Se impusieron la tarea de formar la mejor escuadra de la época. Así lo reconocieron los franceses en el canal, e incluso los mismos británicos, enemigos. En cabo Espartel se admiraron de la pronta formación de la línea de combate, de la rápida colocación del navío insignia en el centro de la fuerza y del cierre de distancia de la retaguardia al grueso.

Mazarredo, con modestia, decía que la razón del éxito era la prontitud y acierto con que Escaño hizo obedecer sus órdenes.

Ascendió en 1782 al grado de capitán de fragata; siéndole otorgado el mando de una división, compuesta por la fragata Colón, los bergantines Infante y Vivo, más dos balandras, destinada a realizar un crucero por el Mediterráneo.

El 13 de julio de 1783, zarpó la escuadra al mando de don Antonio Barceló con rumbo a Argel, compuesta por los navíos: Terrible, San Lorenzo, San Juan Bautista y San Pascual, las fragatas: Carmen, Rosa, Juno y Rufina, bergantines. Infante, de su mando, Vivo y Fincaster, balandras: Tártaro, 2ª Resolución y 1ª Resolución, jabeques: Catalán, Lebrel, Pilar, San Luis, San Antonio, Gamo, Mallorquín y Murciano, dos galeones, cuatro brulotes, cuatro transportes, diecinueve lanchas cañoneras, veinte bombarderas, diez de abordaje, un falucho y una escampavía, por saltar vientos contrarios y a pesar de la insistencia de su general les fue imposible si quiera poder abrir fuego sobre la capital de la regencia, regresando a Cartagena de donde había zarpado el día 16 de agosto siguiente.

En agosto de 1783 fue nombrado primer ayudante del subinspector del Arsenal de Cartagena, aprovechando este destino para ampliar en gran manera sus conocimientos de construcción de buques y carenas, así como de los armamentos, administración de los almacenes generales y de los de exclusivo; permaneció en este destino catorce meses.

En 1784 pasó a mandar la fragata Santa Casilda, incorporándose a una división de jabeques a las órdenes del capitán de navío don Joaquín de Zayas, reanudando el incesante cruzar contra los moros y berberiscos; con esta división pasó a Mahón y allí tomó el mando de los buques surtos en él.

Formó parte, después de la división encargada de realizar el estudio comparativo de las construcciones inglesa y francesa; Mazarredo mandaba la división y al propio tiempo el San Ildefonso. Realizó la campaña de pruebas con los navíos San Ildefonso, San Juan Nepomuceno y las fragatas Santa Brígida y Santa Casilda, terminando las pruebas el día 11 de noviembre del año 1785.

Da idea del carácter entero y disciplinado de Escaño, el siguiente incidente: Para comparar la ligereza del navío capitana y de la fragata Santa Casilda, mandó el general que se largase toda la vela; al arreciar el viento el navío lo aguantó perfectamente y partió a toda velocidad, no así la fragata que se escoró a punto de zozobrar; todos instaban a Escaño acortar la vela; éste, con mesura, repuso «Al general le toca mandarlo; él lo ha dispuesto y nos mira» Continuó hasta que se rindió el mastelero mayor y con esta avería terminó la prueba, adrizándose inmediatamente el buque.

Terminado este crucero pasó Mazarredo a efectuar una reforma de las ordenanzas, pidiendo como auxiliar a Escaño.

Éste, al calcular lo larga que sería la permanencia en la Corte, frecuentó los centros de cultura más importantes, cursando estudios de historia antigua y moderna, química y botánica, aprovechando los ratos libre de su trabajo de redacción de la nueva ordenanza.

No habían terminado aún la recopilación en cuestión, cuando Mazarredo y Escaño recibieron la orden de embarcar, en la escuadra del marqués del Socorro, aquél como segundo jefe de ella y Escaño como Mayor suyo; ambos trasbordaron al navío San Hermenegildo; al fin, viéndose que la escuadra permanecía fondeada, fueron enviados a Madrid a reanudar su trabajo; terminadas las ordenanzas, a mediados del año 1793, y declarada la guerra a Francia, se le dio a Escaño el mando del navío San Fulgencio, para el armamento del cual tuvo que luchar mucho en Cartagena por la falta de materiales de todo tipo, viéndose obligado a dotarlo de personal nada preparado, siendo la mayoría procedente de las últimas levas.

Una vez pudo obrar por sí implantó a bordo la nueva ordenanza, demostrando a los escépticos cuán buenos eran los frutos que era capaz de dar aquella.

Existe cierta carta particular de un general de marina, (no dice el nombre) inserta en el « Elogio de Escaño » de Francisco de Paula Quadrado, quien retrata muy bien sus cualidades en el marco de su mando del San Fulgencio, diciendo:

«Entonces vimos de cerca el grado de aptitud, amor al trabajo, celo imponderable por el servicio del Rey, y subordinacion ejemplar que anima á este digno capitán de navío. El ejercicio continuo de la tropa, y la formalidad en sus funciones de á bordo, como en la guarnicion mas descansada; organizar la marinería para que conociese el órden y la union de la milicia; su desvelo por el bienestar de ambas clases, siguiéndolos desde la despensa hasta el mismo rancho, para eludir todo linage de fraude que se tolera en los buques, con el pobre alimento de la gente. He sabido, que sin mengua de la gravedad y mesura de su porte, tiene con los cabos de mar una afabilidad y modales, que unidos á estarles siempre enseñando, sin mendigar el resultado de su experiencia, le hacen querer y respetar. Todos los oficiales repiten, que sin degradarse en lo mas minimo, los trata con un cariño y fraternidad tal, que todos son sus amigos sin traspasar el respeto de súbditos, dejándoles lucir en sus funciones sin usurparles la voz de mando, y sí ayudándolos á obrar acierto, y obligándoles á cuidarse y tomar el debido reposo cuando es esto solamente no les dá ejemplo, porque en su cama desde el momento de dar la vela solo yacen sus instrumentos. Nunca mandando se desnuda D. Antonio de Escaño, y un sueño corto y cien veces interrumpido, es lo que concede á su conservacion. El ensayo de su plan de combate, maduro fruto de muchas meditaciones, de experimentos prolijos, como el de medir hasta los segundos para acelerar los fuegos, para economizar la gente y arreglar sus acciones, produce la combinacion de todo, habituando á colocarse a cada uno en su puesto sin tropelia, por medio de la confusion y el humo de un combate naval; á correr con sosiego del cañon á la maniobra, del alcázar á los entrepuentes; á sostener y rechazar un abordaje, y abordar en regla. Plan de combate muy digno, que perpetuará la memoria del que lo ha coordinado y ha sido el primero á ponerlo en práctica.»

Ya en la bahía de Rosas, este buque quedó incorporado a las fuerzas del general Ricardos en su campaña del Rosellón. Reforzando la dotación de su navío con parte de los veteranos de los jabeques, mantuvo un arriesgado y constante crucero cerca de la costa, hasta la llegada de la escuadra del general Lángara.

En este servicio pronto vio utilidad de sus estudios de química, en la lucha que tuvo que entablar contra las calenturas pútridas, uno de los azotes de aquella campaña.

Al estar Tolón en poder de la escuadra anglo-española, se ordenó a Escaño, llevase a la plaza refuerzos del ejército al mando del general Ricardos; tardó solamente veinticuatro horas, desde Rosas, pasó a Génova a hacerse cargo de un convoy de veintidós velas, con el que se remedió mucho la situación.

Al llegar a Tolón recibió orden de acoderar su navío cerca del arsenal para contribuir a la defensa, pero pronto salió en comisión urgente para Génova en busca de trigo, por hacer mucha falta a pesar del fuerte temporal que se avecinaba no fue obstáculo para la salida; le cogió al estar en el banco de las Casas y dio balances tan grandes que en uno de ellos pereció el capellán del navío, golpeado de una amura a otra; Escaño también cayó en el alcázar, siendo arrastrado por un chillerón de municiones; el segundo comandante, ante la perspectiva de una fatal consecuencia, aconsejado por el práctico decidió arribar a San Eustaquio.

Viendo que no era de confianza el fondeadero, Escaño, quien había ordenado lo llevasen a cubierta, ordenó dar la vela y con gran presencia de ánimo ordenó mantener el rumbo, pasando el buque rascando la restinga de Oristan, a la que le aconchaba el viento.

Cuando acudieron a él para hacerle ver el peligro, dijo sonriendo: «En semejantes cartas se sitúan los bajos más afuera, porque sus autores quieren dar resguardo a su pereza en practicar los medios de construirlas con exactitud; sigamos navegando», consiguiendo pasar ratificando su apreciación pues no estaban donde la carta marcaba, una muestra más de sus grandes conocimientos sobre náutica.

Grandes dificultades se presentaron en Caller (Cerdeña) para obtener las veinte mil fanegas de trigo requeridas. Cuando vio que no eran eficaces los emisarios decidió ir en persona presentándose ante el Virrey, por seguir postrado lo hizo en una camilla que portaban sus Infantes de Marina. Ante el espectáculo de un Comandante pidiendo el trigo con tales argumentos y en tal situación, el Virrey no resistió más ordenando le entregaran el trigo demandado, siendo transportado y embarcado.

Aún no repuesto de sus lesiones y ya en Tolón, se le encargó recorriera las líneas de defensa y diese un informe detallado. Dicho informe no gustó por lo poco prometedor de asegurar el éxito, a la vista de él se le ordenó transportar a Mahón el trigo traído de Cerdeña.

En este puerto ordenó alistar socorros para la llegada de los buques de Tolón cuya retirada había augurado, cosa que no tardó en suceder, pues al empezar el año 1794, llegó a Menorca la escuadra española con los rescatados de aquella plaza. Y comenzó la tarea de trasladar a los emigrados a Cartagena.

Se le ascendió a brigadier y se le dio el mando del navío San Ildefonso, sintiendo mucho dejar el del San Fulgencio, el cual por sus instrucciones había puesto en un inmejorable estado de combate.

Llevó a Liorna a los emigrados y siguió a Gaeta, donde desembarcó tropa napolitana.

Regresó enfermo a España y después de reponer su salud, estuvo embarcado en diferentes buques.

El 5 de febrero de 1796 tomó posesión de la Mayoría General de la escuadra al mando del general Mazarredo, quien arboló su insignia en el navío Concepción.

Destinado Lángara a mandar el Departamento de Cádiz, fue nombrado Mazarredo para el de la escuadra del Mediterráneo.

Escaño, siguió de Mayor de todas las fuerzas, expuso a su general el mal estado de los buques a él confiados y éste lo elevó al Gobierno.

El general y su Mayor pusieron en vigor la ordenanza y con ella la disciplina que en esos momentos estaba algo relajada, consiguiendo en poco tiempo mejorar notablemente, porque nadie escapaba a su metódico quehacer diario.

El cambio de ministro malogró todos aquellos beneméritos esfuerzos; Pedro Varela, sucesor del bailío Valdés, pidió nuevos informes sobre el estado de los buques, Mazarredo se olió la jugada sabiendo que esta nueva petición serviría para acusar a su antecesor, por ello la respuesta entre otras cosas dice: «…los informes son los mismos que los anteriormente entregados.»

Al considerársele partidario del ministro exonerado molestaba al nuevo, por ello se le quitó el mando a Mazarredo, siendo Escaño destinado en tierra al Departamento, pero no se cortó, elevó escrito de licencia por motivos de salud y se le concedió, pasando a los baños de Alhama de Murcia terminando en esta situación el año 1796 entregado de paso al estudio y redacción del «Diccionario de Marina» trabajo realizado unión de don Cosme Damián Churruca.

Al empezar 1797 se le confirió el mando del navío Príncipe de Asturias, asistiendo al combate del 14 de febrero sobre el cabo de San Vicente arbolando la insignia del general don Juan Joaquín Moreno.

Allí dio pruebas de su pericia marinera y supo honrar esa desgraciada jornada de nuestros anales navales. Con el navío de su mando atacó y maniobró contra la tercera parte de la escuadra enemiga que viraba por contramarcha. Con esta atrevida y oportuna maniobra, emprendida en el momento crítico del movimiento del enemigo, contuvo a la fuerza contraria que se dirigía a doblar la retaguardia de la escuadra española y contribuyó a salvar, con su hábil y arrojada resolución, los navíos Santísima Trinidad y Soberano, que sin su maniobra se hubieran encontrado sin defensa posible.

El Príncipe de Asturias se portó eficazmente en el combate, tanto que en el Consejo de Guerra de este desafortunado combate, por el que pasaron todos los mandos nadie mencionó nunca la actuación de Escaño, sólo se hizo alabar su conducta y reconocer que su buque se había batido de manera eficaz, valerosa y extraordinaria.

Nombrado para el mando de la escuadra el anciano general Borja, se consiguió que el Rey designase al fin a Mazarredo, y éste, como siempre, nombró a don Antonio de Escaño su Mayor General, encargándose de su cometido el 1 de abril de 1797 y pocos días después del mando del navío Concepción, insignia de la escuadra.

Escaño se dispuso a hacer de su navío un modelo, como había hecho de sus buques anteriores; se dedicó también a reorganizar la escuadra y a alistar las embarcaciones de la célebre fuerza sutil «las cañoneras», con las que Mazarredo defendió Cádiz del boqueo; éstas con sus ataques nocturnos ayudaron con su decisiva actuación a neutralizar con tan solo catorce navíos a los veintitrés británicos que era el número de los enemigos.

Se rechazaron los ataques, hundiéndose dos navíos y una fragata, consiguiéndose en alguna ocasión forzar el bloqueo. Hubo que vencer grandes dificultades y soportar un bloqueo de dos años, pero se logró hacer fracasar a nuestros enemigos de sus malas intenciones. A ello ayudo no poco un fuerte temporal que obligó a buscar refugio al comodoro Nelson.

El 13 de mayo de 1799, zarpó la escuadra rumbo a Cartagena determinándose que ésta emprendiese sola la expedición de Mahón y con ese objeto se hizo a la vela, más en el golfo de Vera le sorprendió un fuerte temporal que le obligó a entrar en Cartagena a reparar, solamente en un mes se pudo alistar gracias en gran parte a la tenacidad del Mayor General, quien no abandonaba el alcázar de su navío para verificar personalmente el buen hacer de la Maestranza.

La escuadra una vez recompuesta zarpó de Cartagena uniéndose a la francesa del almirante Eustache Bruix, con rumbo a la bahía de Cádiz y desde aquí al arsenal francés de Brest, puerto bloqueado por los vendeanos por tierra, mientras por la mar lo estaba por la escuadra británica, pero otra vez la superioridad aliada consiguiendo romper el bloqueo, fondearon ambas escuadra el día 8 de agosto seguido.

Tomó el mando de la escuadra el general Gravina y al fin, por la paz de Amiens se le mandó regresar a Cádiz, legando a los franceses dos hermosos navíos de 74 cañones, el Conquistador y el Pelayo, por ser los mejor dotados fueron elegidos por ellos.

Al ser exonerado del mando el general don José de Mazarredo, también lo fue Escaño siendo destinado en el mismo Departamento de Cádiz, ni sus méritos anteriores ni su reconocida pericia impulsaron a que fuese destinado a servir en alguna de las honrosas expediciones marítimas que por entonces se realizaron, pero la historia a demostrado que tampoco le hacía falta.

Cesó en el Mediterráneo el magistrado Caballero y entró el general Grandallana, quedando éste muy sorprendido cuando Gravina, le pidió permiso para pedir audiencia ante S. M. y en su presencia le dijo:

«Señor, me creo obligado a hacer presente a un rey justo la injusticia que se ha cometido con el primer oficial de la marina española, postergándolo en una promoción que acaba de publicarse; y, sin nombrarlo, V. M. y su ministro conocerán hablo del brigadier Escaño, tan digno de ceñir la faja, por lo que postrado a los reales pies no pido gracia sino justicia.»

Dos días después era promovido al grado de jefe de escuadra, por Real orden del 5 de octubre de 1802, entregándole el mando de los tercios navales de Poniente en el Departamento de Ferrol.

Declarada nuevamente la guerra contra el Reino Unido el 12 de diciembre de 1804, causada por el ataque en tiempo de paz a la división de fragatas de Bustamante, producido el 5 de octubre próximo pasado en aguas del cabo de Santa María, pidió entrar en línea en los combates que debían ofrecerse; el gobierno le nombró Mayor General de la escuadra a las órdenes del general Gravina, quien exigió su nombramiento, Escaño empezó a ejercer sus funciones el 20 de marzo, embarcandose con éste jefe en el navío Argonauta.

El 9 de abril apareció Villeneuve con la escuadra que había salido de Tolón y se incorporaron a ella los seis mejores buques españoles, con un convoy que transportaba 2.000 hombres de todas las armas.

Zarparon a la campaña de la Martinica fondeando en Fort Royal atrayendo tras de sí a la escuadra británica, como estaba previsto; en aquel puerto debían reunirse los buques procedentes de Brest y Ferrol para poner rumbo al canal de la Mancha, con objeto de hacer posible el proyectado desembarco en el Reino Unido, por parte del Emperador de los franceses.

Conquistaron el islote con su fuerte del Diamante y apresaron un convoy cerca de la Barbada compuesto por dieciséis fragatas de trasportes o urcas, británicas.

Ante el seguimiento de la escuadra de Nelson, Villeneuve determinó el regreso a Europa.

Al amanecer del 22 de julio tuvo lugar el poco decisivo combate de Finisterre contra la escuadra del almirante británico Calder, le cupo buena parte de la gloria que adquirió la escuadra española en este combate, donde los nuestros se «batieron como leones» en boca del propio Napoleón

Ya en Cádiz la escuadra combinada, Gravina, una vez enterado del parecer de Escaño, sobre si atacar a los británicos o esperar el ataque de ellos en el fondeadero, le encargó el armamento de una fuerza sutil como la que había sido tan eficaz en 1797; más Napoleón había dispuesto las cosas de otro modo, y así la escuadra, después del borrascoso consejo de guerra a bordo del Bucentaure, zarpó a lo largo del 20 de octubre para combatir el fatídico 21 de octubre, en el combate de Trafalgar. (Fatídico, no por el resultado, sino por lo inoportuno de ordenar la salida cuando el temporal estaba anunciado para ese mismo día)

Arbolaba Gravina su insignia en el navío Príncipe de Asturias, un tres baterías y 120 cañones, a su bordo combatió heroicamente a su lado su Mayor General.

Gravina le dio la consigna en una frase dicha cariñosamente, estrechandole la mano: «Pelear hasta morir», Escaño le contestó con una sonrisa y ordenó arribar sobre los enemigos, presentando toda la banda para romper el fuego al completo. Al ser herido el general Gravina le dijo: «Continuar sin descanso la pelea», y así se hizo.

Poco después recibió Escaño un balazo en una pierna que le obligó a sentarse, más sin perder la voz de mando ni dejar de atender a todo. Se advirtió la gran cantidad de sangre que estaba perdiendo, porque ésta comenzó a desbordar la caña de la bota, lo cual se le advirtió pero con entereza contestó: «No es nada» pero al instante cayó desmayado.

Hecha la primera cura, se hizo subir de nuevo al alcázar, donde volvió a perder el sentido, hasta que el ruido y un vaso de vino que le dió el cirujano le reanimaron; mezclando su sangre con la del jefe de la escuadra española.

Logró organizar la retirada de los buques que pudieron hurtarse al desastre, procurando salvar las reliquias de la escuadra.

Por Real orden del 9 de noviembre de 1805 fue ascendido al grado de teniente general, pero no fue un ascenso por méritos personales, fue por la promoción general para todos los participantes en el combate anterior, seguía sin ser destacado y olvidado por el Gobierno, quizás algo tuvo que ver el ser siempre el amigo inseparable de don José de Mazarredo.

Poco antes de morir el general don Federico Gravina en la ciudad de Cádiz, en los brazos de su Mayor General de resulta de sus heridas en el combate de Trafalgar, pronunciaba estas palabras: «Mi bastón de mando, aquel que nunca se ha separado de mi lado, se entregará, en cuanto fallezca, al dignísimo general Escaño, como prueba pública de haberlo empuñado bajo mi nombre»

El 20 de enero de 1806 fue nombrado ministro del Almirantazgo.

El 15 de marzo de 1807 era recibido como académico de la Historia.

El 2 de mayo de 1808 participó del entusiasmo general, uniéndose al levantamiento general de todos los españoles.

Rechazó los cargos que le ofrecía el gobierno intruso, uno de ellos el de una escuadra que había de llevar tropas de Ferrol al Plata, amenazado por una expedición británica.

Se resistió hasta obedecer las órdenes de su maestro y entrañable amigo Mazarredo, jefe de la marina del rey José, por considerar que no era su jefe natural.

Al ser abandonado Madrid por los franceses, la junta Central le nombró el 15 de octubre ministro de Marina.

En el desempeño del cargo dio pruebas de sus vastos conocimientos; acudió con infatigable actividad a todo, nada escapaba a su vigilante mirada y saber en lo que exigía la defensa de España.

Ordenó abrir los Arsenales para socorrer a los soldados del ejército y organizó la salida de navíos y fragatas en rápidos tornaviajes para traer los caudales de los virreinatos tan necesarios en esos momentos para la defensa de la misma península.

Es lástima que tomase las riendas de la Armada en ocasión en que ésta poco hacía, ya que los británicos se encargaron de la protección del comercio que antes atacaba.

Organizó Escaño nuevos batallones y brigadas de marinos al mando de jefes de la Armada, como los ya existentes, y esos cuerpos alcanzaron abundante cosecha de laureles, en los campos de combate de, Ciudad Real, Talavera, San Marcial, pasó del Bidasoa y Tolosa de Francia, etc. etc.

Deseando la Junta Central recompensar el celo del ministro de Marina, le nombró virrey y capitán general de Buenos Aires, negándose Escaño a aceptar tal cargo por hallarse la nación en peligro, poniéndose a las órdenes de la Junta para servir en el cometido que se le diese sin aspirar a mantenerse en el ministerio. Naturalmente, se le ratificó en él.

Dejó el ministerio de Marina el 31 de enero de 1810, nombrado miembro del Consejo de Regencia que reemplazó a la Junta Central, disuelta poco después del desgraciado combate de Ocaña.

A este Consejo se deben importantes medidas para la seguridad nacional y la reunión de las cortes.

El conde Toreno dice de él:

«En el consejo de Regencia, atendía exclusivamente a su ramo, que era el de Marina, Don Antonio de Escaño, inteligente y práctico en esta materia y de buena índole»
«Esta Regencia fue la que convocó e instaló las Cortes que, a la vuelta de tantos años de un silencio sepulcral resucitan, para dar nueva vida pública a la nación oprimida por todos los despotismos a la vez; la libertad política había reconquistado una tribuna, de donde salieron por entonces las mágicas palabras de libertad y de resurrección, voz que si bien apagada en dos ocasiones y por períodos varios, había tenido tanto eco entre los españoles, que al fin hubo de triunfar.»

Los regentes cayeron en desgracia de estas mismas Cortes que habían convocado, siendo desterrados; Escaño, al reino de Murcia.

No obstante, se aplazó indefinidamente la ejecución de esta orden y continuó en Cádiz siguiendo de cerca el desarrollo de los acontecimientos.

En una ocasión dijo: «Todo mi consuelo y esperanza son las Cortes de quien he sufrido tanto desdén…»

Continuó sus estudios en su retiro.

Instalada la Regencia primera el 31 de enero. Cesó el 28 de octubre 1810. Las vicisitudes de los tiempos hacían muy azaroso el desempeño de la autoridad suprema.

Y bien debía figurar entre los más honradísimos el general quien al tratar sobre los informes reservados que se escribían sobre la conducta de los oficiales de Marina, siendo remitidos anualmente a los mandos superiores, los rechazaba por considerarlo un sistema poco propio tratándose de oficiales y con pundonorosa indignación dijo:

«Este sistema es un manantial fecundo de personalidades y de injusticia; un refinamiento del despotismo y de la tiranía; debe desaparecer para siempre de entre nosotros y se debe excogitar otro medio, para saber el mérito de los oficiales, sin ofender los derechos del hombre.»

En opinión del conde de Toreno dice:

«Si el general Escaño, tenía apego a todo lo antiguo, también sabía levantar su autorizada voz, contra las practicas más antiguas de la delación anónima y de los informes, tenebrosos e inquisitoriales con mengua de los derechos del hombre.»

Al salir de la Regencia, pasó a ocupar un puesto en el Consejo de Estado.

Conociendo su fin próximo, otorgó testamento, legando a sus herederos una hoja de servicio sin tacha; la rica colección de instrumentos náuticos fue repartida entre personas que los apreciasen y usasen, para evitar su pérdida inservible.

Al regreso del Rey don Fernando VII fue nombrado Comandante General del Departamento de Cartagena, destino que no llegó a desempeñar.

Lápida en el Panteón de Marinos Ilustres de don Antonio de Escaño y García Garro de Cáceres. Teniente General de la Real Armada Española. Caballero profeso de la Militar Orden de Santiago. En 1800. Regente del Reino. Ministro de Marina.
Antonio de Escaño y García Garro de Cáceres.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.

El 11 de julio de 1814, después de emplear la mañana en la lectura y dar un corto paseo, regresó a su casa y sentado a la mesa para almorzar, falleció de un ataque de apoplejía. Contaba con sesenta y dos años, ocho meses y seis días de edad, de ellos cuarenta y siete y cuatro días de inmejorables servicios a España.

El 13 de julio era enterrado, llevando su féretro por seis robustos Granaderos de Marina, aquellos de cuya instrucción tanto había cuidado a lo largo de su carrera; las cintas eran llevadas por Caballeros de Santiago e iba rodeado por veinticinco marineros y otros tantos artilleros de sus brigadas.

Incomprensiblemente sus restos pasaron al Panteón de Marinos Ilustres, en fecha tan tardía como el 20 de noviembre de 1979, o sea, 165 años, cuatro meses y nueve días, se tardó en darle el más que merecido lugar en la Historia de los Marinos Ilustres, al parecer siempre era el "último" en serle reconocidos sus más que indudables méritos.

En cuya lápida hay una somera inscripción que dice:

Aquí yace

D. Antonio de Escaño.

Teniente General

de Marina.

Fue regente del reino.

Por su valor y

afabilidad, ciencia

y rectitud y por

su perfecta hombría

de bien. Grato a todos

y dignísimo modelo.

Murió de 63 años

el de 1814.

R. I. P. A.

Bibliografía:

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