Fernandez de la Cueva y Enriquez de Cabrera, Melchor Biografia

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Melchor Fernández de la Cueva y Enríquez de Cabrera Biografía


Escudo de Armas De la Cueva.


Capitán general de la Armada del Mar Océano.

Grande de España.

IX Duque de Alburquerque.

VII Marqués de Cuéllar.

IX Conde de Huelma y de Ledesma.

Señor de Mombeltrán, Pedro Bernardo y La Codosera.

Caballero de la Soberana y Militar Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén de Rodas y de Malta.

Consejero de Estado de Guerra y Junta de Armada.

Gentilhombre de Cámara del Rey don Carlos II.

Contenido

Orígenes

Vino al mundo en la ciudad de Madrid, sin saberse fecha exacta, pero fue bautizado el día dos de marzo del año de 1625 en la iglesia de San Martín, era segundo hijo del VII duque de Alburquerque, don Francisco Fernández de la Cueva, y de su esposa, doña Ana Enríquez de Cabrera y Colonna, hija de los IV duques de Medina de Rioseco.

Hermano de don Francisco Fernández de la Cueva, VIII Duque de Alburquerque, quien al morir sin descendencia en el año de 1676 le heredó don Melchor el título y casa, convirtiéndose así en el IX duque de Alburquerque.

Hoja de Servicios

No sabemos nada de sus primeros años, pero por su alta alcurnia debió de tener una buena preparación en todos los campos, por esta razón ya lo encontramos en el año de 1653 embarcado a las órdenes del marqués de Santa Cruz, al mando de su Tercio de Infantería.

La armada al mando del marqués de Santa Cruz había llegado al canal de Blaye, cuando el día catorce de octubre vieron entrar ocho bergantines y tres galeras, le dio orden a don Luis de Guzmán para que reconociera el canal, informando que era de muy poco calado y en las bajamares los galeones quedarían encallados, decidió el marqués tomarlos por tierra, para ello el día veinte siguiente a las tres de la madrugada desembarcaron los tercios de don Melchor de la Cueva, duque de Veragua y don Francisco de Meneses, dividiéndose entre las dos orillas del canal.

Encontraron a los buques fondeados al pie de la fortaleza, que estaba guardada por franceses y escoceses, más en un pueblo cercano se encontraba una unidad de caballería, que al ver a los españoles se situó en la falda de un montículo, los españoles formaron el cuadro y se mantuvieron firmes hasta las 17 horas, siendo en ésta cuando se producía la pleamar, aprovechando el momento unos se mantuvieron en el cuadro y el resto sacaron por el caño las tres galeras y siete bergantines; el resto por no poderlos poner a flote le dieron fuego a dos fragatas, dos bergantines y quince gabarras, habiendo previamente saqueado todo lo posible y cargado en los buques que se sacaron incorporándose a la escuadra, sobre todo fueron víveres frescos que supusieron un alivio para las dotaciones.

Al día siguiente se bombardeó el lugar llamado Montaña o Mertaña, pero aquí quien desembarcó al frente de mil seiscientos hombres fue el mismo marqués, el cual saqueó igualmente la zona volviendo a reunir un buen botín de armas y víveres.

Al concluir la campaña e ir echándose encima el invierno decidió el marqués regresar haciéndolo sobre Pasajes, al llegar a la Corte la noticia, le supuso al marqués por segunda vez su ingreso en prisión, mientras que Bañuelos cumplía la condena en Vélez, y eso que aun estaban a la espera de la sentencia sobre el combate de Orbetello, pero dio la casualidad que el Capitán general de las Galeras de España don Francisco Fernández de la Cueva y Enríquez de Cabrera, VIII duque de Alburquerque, en el año de 1653 se le había enviado de Virrey, Capitán General y Presidente de la Real Audiencia y Cancillería a Nueva España, por lo que se le levantó el castigo al marqués de Santa Cruz y de nuevo se le entregó el mando de la escuadra de Galeras de España.

(Como se ve, los cortesanos administraban más que el Rey, viéndose éste obligado a desdecirse constantemente, pues los hombres sobre los que se vertía todo tipo de vejaciones, al final eran los únicos que podían sacar a España de sus apuros militares, de ahí que se tardara tanto tiempo en tomar una resolución cuando el afectado era un hombre importante y valeroso, mientras que el resto se mantenía en sus poltronas. No hay nada nuevo bajo el Sol)

En el año de 1654 una escuadra francesa al mando Mr. Paúl compuesta de veinticinco navíos y otros muchos buques que transportaban un ejército de siete mil infantes y ciento cincuenta caballos, zarpó de Tolón el día cinco de octubre con rumbo a Cerdeña y la Faviniana, donde al llegar cometieron varios saqueos, contando con que el pueblo se alzarían en contra de los españoles, pero al atacar Guisa y oír el pueblo que Mr. Paúl se proclamaba como nuevo Virrey se lazaron contra ellos, razón por lo que salieron al campo las tropas españolas al mando de Carlo de la Gatta y el marqués de Torrecuso, que los pusieron en franca huida, tanto que por las prisas encalló un navío del porte de 40 cañones y cinco tartanas en la playa, donde las galeras al mando del cuatralbo don Fernando Carrillo las espoloneó de forma que se fueron al fondo.

Al suceder esto pensaron que lo próximo a atacar sería la ciudad de Barcelona, por lo que entrado el año de 1655 se llamó para que pasaran al Mediterráneo las escuadras que se encontraban en Pasajes en total trece buques, al mando del duque de Veragua y de don Melchor de la Cueva, doblando el cabo de San Vicente, cruzando el Estrecho arribaron a la Ciudad Condal sobre el mes de mayo, donde fondearon y descansaron, al poco tiempo llegó la escuadra de galeras de Nápoles que se unió a la escuadra.

Por documento fechado el día veintiocho de septiembre del año de 1658, sobre un tema de encender faroles, ya se cita a don Melchor de la Cueva como Capitán General de las Galeras de España. [1]

Por otro documento dice:

«El Rey. — Por cuanto el Marqués de Bayona, mi Capitan General de las galeras de Nápoles, con ocasión de su llegada á las costas de estos Reinos, escribió pidiendo se le declarase la forma en que se habia de gobernar en la Capitana de mi escuadra de España, caso de concurrir juntas, y sobre el punto de lugares escribieron tambien el año de 1658 el Duque de Tursi, Capitan General de la escuadra de Génova, y D. Melchor de la Cueva y Enriquez, á cuyo cargo está el gobierno de la de España, asistiendo ambos en Barcelona, habiéndome dado cuenta de ellos por el mi Consejo de Estado, y Guerra y Pleno, y de lo que en la materia se ofrecia, y ejemplares de concurrir la Capitana de España, con Gobernador, con las de Nápoles, Sicilia y Génova, estando en ellas los Generales propietarios, he resuelto declarar, como en virtud de la presente declaro, que en cualquier concurso de escuadras de galeras, que ahora y en lo de adelante se ofrezca, donde se halláre la Capitana de España, ha de tener ésta el primer lugar por la representación del Estandarte Real de estos Reinos que en ella se arbola, aunque en las otras se halle embarcado General propietario, y no le haya en las de España, sino Gobernador ú otro cualquier Cabo, si bien ha de gobernar el general cuanto á las órdenes; pero las faenas han de empezar en virtud de ella por la Capitana de España, que debe y ha de tener, como va dicho, el primer lugar. Por tanto, en virtud de la presente, mando que así se ejecute por todos los Capitanes Generales de la escuadra de Italia y Gobernador o Cabo de las España, sin dar lugar á controversias, por lo cual se tomará razón de la presente en los libros de Veeduría y Contaduría de las dichas galeras de España, que harán notoria esta declaracion en los casos que convenga, y por lo que toca á las otras galeras de Italia, he mandado que por vía de Estado se den las órdenes convenientes para que tengan ejecucion lo resuelto en lo que va referido. — Dado en Madrid á 15 de Noviembre de 1660. Yo El Rey. — Por mandato del Rey nuestro señor, D. Diego de la Torre y Arana» [2]

Para terminar de aclarar el orden entre las escuadras de Galeras, transcribimos parte de un documento que dice:

«La Reina Gobernadora. — Por cuanto por cédula de 18 de Febrero de 1647, expedida sobre la consulta del Consejo de Guerra pleno, mandó declarar el Rey mi señor (que santa gloria haya) que las graduacion y preferencia de las escuadras de galeras hay de ser y se entienda desde entónces para adelante, subordinándose la de Nápoles á la de España, la de Sicilia á la de Nápoles, la de Cerdeña á la de Sicilia, la de Génova á la de Cerdeña, y que cuando concurriesen en los puertos acaso para otros fines, se hubiese de seguir la costumbre en cuanto á salvas y estandartes… Dada en Madrid á 20 de Enero de 1666. — Yo La Reina. — Por mandato de S. M., D. Pedro de Medrano» [3]

No se equivocaron, pues mediado el verano se presentó la escuadra francesa al mando de Vendôme compuesta por diecisiete buques y cuatro brulotes, mientras la españolas contaba con seis galeones, seis navíos de Masebradi, cuatro fragatas de Dunquerque al mando de don Luis Fernández de Córdoba, experto navegante de la Carrera de Indias, que al tener el aviso de la presencia de la enemiga zarparon, al amanecer del día veintinueve de septiembre se avistaron las escuadras.

La francesa mantenía el barlovento, lo que aprovecho para atacar a la vanguardia española, logrando cortar a cinco buques que eran las fragatas de Córdova, a las cuales maltrató, pero su defensa fue tal que al final no se sabe quien hizo más daño a quien, por otra parte, quedó desarbolado el galeón San Martín y parcialmente la capitana de Dunquerque, viéndolos los enemigos casi inmóviles les lanzaron dos brulotes, pero ya sabido los botes estaban en la mar logrando desviarlos perdiéndose consumidos por su propio fuego, se hizo de noche y las escuadras se separaron, pero al día siguiente treinta no se divisó a la francesa, dando la orden a la española de regresar al puerto de Barcelona, de donde salieron seis galeras de las escuadras del marqués de Bayona, don Flores Dávila y Joanetín Doria que continuaron la vigilancia, mientras los participantes en el combate se dedicaron a reparar las averías.

El día uno de octubre se volvieron a encontrar, el almirante francés volvió a hacer el mismo ataque, razón por la que solo cinco de los españoles entraron en combate, pero con la excepcional situación que la capitana de Dunquerque se encontró sola contra seis enemigos, a pesar de su mayor número no intentaron en ningún momento abordarla al igual que el combate anterior le lanzaron un brulote, corriendo la misma suerte que sus compañeros, pero en ese momento el viento calmó, pasando inmediatamente las galeras a remolcar a los puntos más débiles y reforzarlos, pero visto esto por el almirante Vendôme decidió virar y regresar a Tolón a pasar el invierno.

Permaneció en la escuadra y por muchos años; teniendo lugar en el año de 1673, por disponer de buques suficientes la Armada los franceses bloquearon Barcelona, para dejar el mar libre arribó el almirante holandés Tromp con una de sesenta navíos, que al divisarla la francesa desapareció, aunque no hacía falta en su ayuda zarpó la Armada del Océano de la bahía de Cádiz con los veintiún navíos que tenía la Armada española, estando los primeros doce buques al mando general don Melchor de la Cueva y Enríquez, los nueve restantes a las órdenes del almirante don José Centeno.

Por los méritos contraídos con fecha del día veinte de febrero del año de 1674, se le otorgó el mando de la Armada Real del Mar Océano, siendo nombrado su Capitán General, y como Almirante don José Centeno, la escuadra en esos momentos, estaba compuesta por veintiún buques, con un total de once mil ochocientas toneladas, montando 874 cañones y dotada por seis mil quinientos hombres de mar y tierra, la Capitana de don Melchor era un navío de mil doscientas cincuenta toneladas, con 70 cañones y ochocientos noventa y dos tripulantes, y las fragatas de Dunquerque, buques de 450 á 550 tn. montando entre 40 y 50 cañones.

Por la rebelión en Messina, pasó al Mediterráneo, para impedir el paso de la escuadra francesa que iba a socorrer a los revolucionarios, pero los vientos no quisieron favorecer a los buques españoles, lo que les impidió evitar la arribada con los pertrechos de guerra y víveres, que conducían los franceses al mando de Valvelle, que estaban dispuestos a favorecer a la rebelión por el encono del Rey francés, con el español.

El almirante francés al regresar a sus costas, no tuvo ningún inconveniente en hacer saber, que el comportamiento de los españoles fue sencillamente ejemplar en esta ocasión.

Ante la vigilancia de los buques españoles, Valvelle se quedó en el puerto de Messina hasta que arribaran los refuerzos, porque ya se estaban preparando al mando de Vinvonne cuando él zarpó y no debían retrasarse mucho.

Pero de la don Melchor de la Cueva permanecía a la espera en la mar cruzando, así en la mañana del día once de febrero se divisaron velas en el horizonte, pensando que era la escuadra de refuerzo, dió orden de caza lanzándose a su encuentro a toda vela, pero al principio solo contaba con seis de sus buques redondos, entablando combate lo que dio tiempo a que las galeras hicieran llegar al lugar a catorce buques más a remolque, con todos ellos consiguió retrasar la arribada de la escuadra de Vinvonne, obligando así a los franceses a buscar refugio.

Pero el viento de pronto cayó y se quedaron inmóviles, ordenó que las galeras los remolcaran de nuevo, se lanzaron los cables y así se hizo para poder ser llevadas de nuevo al combate, pero el viento se levantó rolando esta vez de improviso del Sur, favoreciendo en esta ocasión a los franceses, lo que además permitió que la escuadra de Valvelle pudiera zarpar de Messina, esto provocó que al unirse las dos escuadras, los españoles se vieran en una complicada situación, pues quedaron entre las dos y recibiendo fuego por ambos costados.

Las pérdidas por parte francesa fueron pocas, por los españoles no se pudo evitar que cayera capturado el galeón Madonna del Popolo, del porte de 44 cañones, posteriormente se supo confirmado por fuentes francesas que: «en el buque no había un solo proyectil de cañón». A pesar de la manifiesta inferioridad el combate continuó hasta el anochecer, consiguiendo escapar el resto de buques españoles aunque con grades averías y el general don Melchor de la Cueva con varias heridas.

Los franceses utilizaron la pluma, el propio Vivonne no envió informe a su Gobierno del combate, pues en su opinión: «…convencido de no hubo en realidad batalla; bastó la presencia de la bandera de Francia para que, practicando los españoles la maniobra de la liebre ante los galgos, escaparan á todo trapo, sin más que soltar por fórmula alguna bala perdida.»

A esto se sumó una carta de Valbelle que dice: «Don Melchor de la Cueva y D. Josehp Sentina (sic) informaba en 6 de Mayo, están presos en el castillo de Baya; se les acusa de haber recibido tres mil pistolas del Rey nuestro señor en precio de dejarle socorrer á Mesina y no oponerse á la entrada de Mr. Vivonne en el Faro, y aun se dice que yo les he enviado el dinero. ¡Qué impostura; qué calumnia!.»

(En ambos documentos queda patente el desprecio hacia los españoles, vertiendo toda clase de falsedades e injurias, de las que se hicieron eco en el Gobierno de España dándolas por ciertas, pero no solo eso, ya que otros autores franceses la han ido vertiendo de tiempo en tiempo, para que nadie se olvidará de ellas, saliendo por esta razón sobre todo muy mal parado don Melchor, sobre el que pesa todavía la sin razón de la razón. Hora es de cambiar esto y se le haga el homenaje que realmente le corresponde, como hombre, marino y militar sin tacha)

El Gobierno español decidió destituir de sus cargos a todos los generales y almirantes, así pasó a prisión en Nápoles el marqués del Viso, por ser el general en Jefe ya que era el general de la Galeras de España; don Melchor de la Cueva y su segundo don José Centeno, quedaron en Sicilia presos en el castillo de la Baya, mientras en libertad pero sin mando y desterrado a Nápoles el marqués de Bayona, siendo sustituidos por el príncipe de Montesarchio como Gobernador de la armada, siendo su segundo el almirante don Francisco Pereira Freire de la Cerda.

La acusación a la que tenían que hacer frente era: «demora, omisión y negligencia» A esto contestaron don Enrique de Benavides y Bazán, conde de Chinchón, marqués del Viso, general de las galeras de España, con un escrito publicado de 56 folios, posteriormente con fecha del día quince de septiembre de 1675 con otro y el marqués de Bayona con fecha del día veinte de julio del mismo año con otro. A ello se une, la carta que escribió don Beltrán a su Jefe el marqués del Viso, cuando tuvo noticia de la salida de Tolón de la escuadra de Valbelle, en la que le notificaba el estado de sus galeones, en los cuales le faltaba de todo lo imprescindible y que llegado el momento del enfrentamiento no se podría hacer más de lo que materialmente se podía. Es obvio no poder transcribir todo la esta carta, pero de ello extractamos lo que es más significativo, aunque toda ella no tienen desperdicio.

«Por esta parte de Poniente están unos navíos á la vela y otros por la de Levante, y el resto aquí, á la vista de Mesina, guardando todas las dos entradas de aquel puerto; es necesario considerar si se han de mantener así al mismo fin, para que no queden desamparados, ó si conviene juntarlos, lo cual ha menester tiempo; los demás bajeles de la armada se hallan también muy faltos de gente de mar y infantería, porque sobre los soldados que se sacaron de ellos en Barcelona para las galeras, tienen menos los que saltaron en tierra para el socorro de la Escaleta, que tampoco me se han restituido; y á esto se añade haber un gran número de enfermos en todos, teniendo 80 la Capitana, y en la misma proporción en los demás navíos; y con esta noticia me prometo de vuestra amistad, y favores, se me restituirá la gente que dí para las galeras, así para que no pierda el Rey de conocido esta pequeña armada, encontrando á la de Francia, tan superior como dicen las noticias, como porque tampoco pierda yo el crédito. En medio de esto, de cualquier modo que se hallen, perderé hasta la última gota de sangre, á fin que se logre el servicio del Rey nuestro señor, que es á lo que todos debemos atender con vuestras direcciones, estando unas y otras fuerzas á vuestro cargo, esperando os deberá Su Majestad los buenos sucesos que le solicita vuestro gran celo.» Además: «De los navíos de la armada se había sacado artillería de la más gruesa para fortificar la torre del Faro y la del Caballo, más 10 piezas de á 12 para Piedegruta.»

Se formó el Consejo de Guerra, sin estar ninguno de los acusados presente, pero por sus representantes la cuestión se alargo solo más de tres años, para al final no encontrar culpables entre los mandos, pues quedaba clara la inferioridad en número de buques, de armamento y de dotaciones, en esas condiciones es pedir un milagro para trocar los sucedido, a lo que se unió el viento, que en sí fue el gran culpable, por todo ello solo se encontró culpable al almirante don Jacinto López Jijón, que se le sentenció a dos años de servicio en la armada del Océano, si haberes ni empleo.

Con fecha del 10 de agosto de 1680, S. M. lo nombró Consejero de Estado de Guerra y Junta de Armada, a lo que añadió el cargo de gentilhombre de Cámara.

Falleció en la Villa y Corte ocupando los cargos anteriores, el 21 de octubre de 1686, fue sepultado en el convento de los Descalzos Franciscanos de Paracuellos de Jarama tres días después. Pasados unos años sus restos fueron trasladados al Panteón familiar sito en el Monasterio de San Francisco de la villa de Cuéllar, actual provincia de Segovia.

Notas:

  1. Fernández Duro, Cesáreo.: Disquisiciones Náuticas. Tomo I, páginas 236 y 237.
  2. Fernández Duro, Cesáreo.: Disquisiciones Náuticas. Tomo III, páginas 65 y 66.
  3. Fernández Duro, Cesáreo.: Disquisiciones Náuticas. Tomo III, páginas 83 y 84.

Bibliografía:

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895—1903.

Fernández Duro, Cesáreo.: Disquisiciones Náuticas. Facsímil. Madrid, 1996. 6 Tomos.

González-Doria, Fernando.: Las Reinas de España. Editorial Cometa. Madrid 1981.

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