Hoces y Cordova, Lope de Biografia

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Biografía de don Lope de Hoces y Córdova


Capitán general de Mar y Guerra.[1]

Caballero de la Orden de Santiago.

Miembro del Consejo de Guerra e Indias de S.M.

Señor de la Villa de Hornachuelos.

Contenido

Orígenes

Debió de venir al mundo en el último cuarto del siglo XVI, por otra parte se desconoce la ciudad o población de su nacimiento.

Hoja de Servicios

Se empieza a saber de él, al igual que muchos de sus contemporáneos, al ser nombrado General de una escuadra en 1619.

Zarpando de la bahía de Cádiz el 26 de junio del mismo año, con rumbo a Tierra Firme, arribando al puerto de Cartagena de Indias, donde descargó los azogues, zarpando de nuevo con rumbo al puerto de Veracruz, donde se le cargó de situado, volviendo a dar la vela con rumbo a la Habana, donde también se le cargó el situado y de este puerto ya con rumbo de arribada al de Sanlúcar, lanzando las anclas de este tornaviaje el 18 de septiembre de 1620.

A su regresó y por ausencia del propietario de la Armada del Océano, en esos momentos era don Fadrique Álvarez de Toledo, se le entrego en 1621 el mando interino de ella.

En 1626 se vuelve a saber de él, combatiendo a los holandeses en las aguas de Brasil.

A las órdenes de capitán general de los galeones marqués de Cadereyta y en unión de la escuadra de Nicolás de Masibradi, reuniendo en total cincuenta y cinco naves, atacaron a los holandeses para desalojarlos de la isla de San Martín, corría el año de 1633, cuando los enemigos se habían apropiado de ella y en el mismo año se les obligó a abandonarla.

Se le ordenó ponerse al frente de las tropas desembarcadas, que consistía en unos mil trecientos hombres y dos piezas de artillería, después de una honrosa defensa por parte del gobernador holandés, se concertó entablar conversaciones para la retirada de estos, llegando incluso al terminar la reunión con un buen acuerdo, teniendo el detalle el gobernador holandés de brindar en nombre del Rey de España.

Pero estos a pesar de su cortesía no hacían dejación de sus deseos de apoderarse de algo, aunque sólo fuera un trozo de tierra, por lo que en 1635 de nuevo se tuvo que enfrentar a los holandeses, quienes se refugiaron en el puerto de Pernambuco y a pesar de desembarcar tropas, el poco calado de la entrada a éste puerto impidió el llevar a buen termino la reconquista del puerto y población, ya que los galeones españoles no pudieron pasar a su interior.

En las costas de Brasil, se encontraba de nuevo en 1636, al mando de una pequeña división, pues la componía la Capitana, Almiranta y un patache de aviso, pero aún así entre los días 19 y 20 de febrero, se enfrentó a una escuadra holandesa de ocho grandes galeones, pero su maestría y valor se puso de manifiesto, consiguiendo que los holandeses abandonaran las aguas, por tener a todos sus buques maltratados, lo que les impedía proseguir el combate, así quedaron dueños de estás por el pabellón español.

Regresó a la península en otro viaje cargado de azogues y al mando de la división.

Estando en la ciudad de Cádiz, en 1637, se decidió el envió de refuerzos a Flandes, para lo que se organizó una escuadra en la Coruña, pero se vio truncada por la presencia de la escuadra holandesa, que impedía el paso a la española; enterado de esto Hoces demandó del Rey el privilegio de ponerse al frente de su escuadra, para combatir a la enemiga y así conseguir el paso franco del convoy, por ello S. M. don Felipe IV, le envío orden con fecha del 28 de agosto, de incorporarse a las escuadras del Cantábrico con base en la Coruña.

Así zarpó de la bahía de Cádiz con ocho galeones, con la orden de que llegado a las aguas de Cantábrico, se hiciera arribar al puerto de Santoña, donde se encontraba la escuadra del general don Juan de Hoyos, compuesta de otros doce galeones, por ello primero hizo arribada al puerto de la Coruña, para renovar vituallas, agua, municiones y pólvora.

Zarpó de Coruña el 30 de agosto, arribando a Santoña el 2 de septiembre, donde entre el 13 á 15, se le incorporaron algunos galeones de los de Hoces que estaban en Pasajes, pero en el Cantábrico se desató una fuerte tormenta, lo que le obligó a zarpar el 16 con tan solo trece galeones.

Estando ya en aguas libre se convirtió en un verdadero temporal, provocando que uno de los galeones quedara desarbolado, pero no pudiendo esperarle, continuó viaje con diez galeones y dos fragatas, aunque esta última definición la da él en un escrito, pero no podemos acoplarla a ningún tipo de buque exactamente, ya que las fragatas no existían aún, como después se hicieron famosas.

El rumbo puesto les llevaba a la Rochele y estando sobre sus aguas el 20, capturó a un buque francés. El 21 se encontraron de vuelta encontrada con una división de cinco buques holandeses, quedando todos apresado y rendidos; pero este día se perdió de vista sin saber las causas uno de los galeones, lo que disminuyó su fuerza, que ya era pobre.

Siendo conocedor de que en la isla de San Miguel, se encontraban muchos galeones franceses y holandeses, puso rumbo a ella, pero utilizando la bandera holandesa, este ardid no le sirvió de nada, pues fueron reconocidos por la diferencia de construcción y formas de los galeones, así que los treinta que en ella se encontraban como buen nido de piratas y corsarios, aprovecharon la nocturnidad para salir a aguas libres y escapar, a pesar de ser tres contra uno.

Pero el gran marino estaba a la espera, pues conocía la forma de escabullirse de estos elementos de la mar, así que al notar el movimiento de los escurridizos, ordenó perseguirlos así consiguió en combates parciales, quemar a nueve y apresar a seis, mientras el resto por tener mayor velocidad consiguieron huir, con rumbo a un fuerte que está situado en la punta de la isla, pero por las premuras algunos de ellos encallaron en la entrada, así que la victoria fue prácticamente total.

Todo esto hizo ponerse en alerta a todas las zonas costeras, y sabedor de que en la Rochele se encontraba una gran escuadra enemiga, decidió no jugar más con la suerte y ordenó poner rumbo a la Coruña, pero para ello fue costeando, propiciándole que al amanecer del siguiente día, todavía se encontrará con otros dos buques franceses los cuales fueron apresados, prosiguió su navegación ya sin sobresaltos hasta su arribada a la Coruña, fondeando en ella el 28 del mismo mes de septiembre, entrando en el puerto con las presas que eran buques de entre 200 y 350 toneladas, estando todos ellos en muy buen estado de forros y costillajes, más su carga nada despreciable de grasa de ballena, sal, aguardiente y vino.

A pesar de todo este bloqueo ejercido por los holandeses, en diciembre de 1637, cruzó el canal de la Mancha transportando efectivos del ejército, para reforzar a los estacionados en Flandes y sin miedo a nada, aún realizó la captura de otros dos buques holandeses, pues no perdía ocasión de hacer daño, como suele ocurrir en cualquier guerra.

Zarpó de los países bajos y se unió a la escuadra de Dunkerque, ya que era la orden recibida, por lo que se le estaba ya esperando, quedando por un tiempo incorporado a ella, pero nada ocurrió digno de mención. Lo que si resultó casi un desastre, fue el viaje de regreso a la Coruña, ya que se levantaron vientos contrarios, lo que le obligaba a arribar a las costas de Inglaterra y ese si que era un gran peligro, pero demostrando otra vez su pericia marinera, consiguió no sin esfuerzo y trabajo duro, arribar a su puerto de destino sin sufrir ninguna pérdida.

En ese momento Francia declaró la guerra a España, y en poco tiempo su ejército compuesto por unos veinte mil hombres a las órdenes del príncipe de Condé, atravesando el Bidasoa el 1 de junio de 1638 invadiendo casi inmediatamente Guipuzcoa, haciendo hincapié especial en Fuenterrabía a la que por sus defensas, fue sitiada por tierra y por mar con una escuadra de sesenta y cuatro buques, al mando del arzobispo de Burdeos, el famoso marino francés Henri Escoubleau de Sourdis.

La escuadra bloqueadora estaba compuesta por 44 galeones gruesos, de ellos el principal e insignia de ella, La Couronne de dos mil toneladas siendo prácticamente el mayor construido y otro de los grandes era el Le Vaisseau du Roy de mil; a parte de dos pataches, cuatro urcas, doce buques de transporte y otros doce brulotes. En palabras del mismo don Antonio de Oquendo, al ver sobre todo a los más grandes dijo: «nunca me había visto así en la mar»

Dada la situación, se recibieron órdenes en la Coruña de hacerse a la mar, por lo que Hoces cumplió la orden y navegando pegado a la costa, con el permiso Real, se iban incorporando otros buques a su escuadra, para poder arribar a Guetaria y establecer en ella la base de operaciones de la escuadra.

Sabedor de la superioridad de los franceses, y que de seguir sería a una perdida total de la escuadra, decidió convocar consejo de capitanes en su galeón, pero todos decidieron que había que cumplir las órdenes Reales, por lo que oídos a todos ellos, se decidió ir a buscar el combate sin ningún miedo; fue informado de que Pasajes había quedado limpia de enemigos, lo que le decidió intentar arribar a este puerto para estar más ceca del enemigo y de su base, pero una vez más en nuestra historia el Dios Eolo no lo consintió.

Lo que provocó, el encontrarse en la mar, sin resguardo y sin poder navegar a donde él quería, para poder al menos jugar sus bazas, que eran pocas pero no sería tan fácil para los enemigos derrotarle. Así la situación le forzó a tomar la decisión de acercarse lo más posible a la costa, formado a su escuadra «en fortaleza», o sea que los buques lanzaron sus anclas y se abarloaron; se desembarcó artillería de la que quedaba «ciega» y se posicionó en la costa, para así proteger sus alas.

Viéndose tan apurado, envío emisarios al capitán general del ejército, para ver si le podía enviar tropas y artillería que reforzara a la suya, pero no pudieron llegar a tiempo.

Informado el príncipe francés de la situación y composición de la escuadra española, decidió ir a combatirla, así se presentaron el 20 de junio, trece de los galeones más grandes de su escuadra, quienes viendo la disposición de la española, se colocaron a tiro de cañón y fondearon también.

Así comenzó el combate, pero dada la superioridad artillera de los galos, estos iban causando grandes daños en los españoles, porque además prácticamente no se desperdiciaba disparo ninguno, por la formación adoptada para la defensa y a pesar de los cañones instalados en tierra, que efectuaban mucho fuego y certero, no se podía de ninguna manera compensar el fuego recibido.

Cuando ya los franceses vieron que casi ni recibían fuego y para terminar de arreglarlo se levanto una brisa del ENE, lo que les daba la ventaja de poder lanzar sus brulotes, ocasión que no desperdiciaron, por lo que los pusieron en movimiento contra la formación española, los cuales intentaron desasirse de su posición picando los cables de las anclas, a parte de crear una gran confusión que impidió pudieran mover, pero es que el viento los arrastraba contra la costa, siendo que la mayoría fue a parar a ella, estando ya en esta posición y varada contra las rocas la Capitana fue alcanzada por uno de los navíos incendiarios, provocando de inmediato un incendió que devoró a la nave en poco tiempo, así como al resto de galeones, logrando salvarse solo el Santiago y unos mil hombres, quienes consiguieron nadando alcanzar las rocas.

Así terminó está desafortunada jornada, que si bien el enemigo era superior tampoco era la primera vez que se combatía en estas condiciones, pero las circunstancias y el destino quiso que en esta ocasión, no fuera una más de las muchas victorias españolas conseguidas sobre las olas y en inferioridad numérica.

El galeón Santiago a pesar de estar maltrecho, pudo arribar al puerto de la Coruña unos días después, llevando así la mala noticia, que fue causa de que posteriormente a Hoces, ciertos historiadores lo maltrataran de mala manera, entre ellos el Padre Moret y un tal Bernal O’Reilly.

Al producirse el incendio de la Capitana, Hoces verificó la salida de todos sus hombre incluidos los heridos, pues al estar varado sobre las rocas, permitía el descender a los compañeros que no podían hacerlo por su propio pie, al terminar ellos y ya casi yéndose a pique la nave, fue cuando saltó Hoces a las rocas, ascendiendo por ellas y salvándose así de aquella hoguera en que se había convertido su hermoso galeón.

A los pocos días aparecieron los refuerzos demandados, que sólo pudieron hacer la labor de ayudar a sus compañeros a recuperarse y trasladar los heridos a las carretas para ser transportados a lugares más seguros y tranquilos, al mismo tiempo que Hoces con unos cuantos de sus oficiales y gente de mar, en caballos y carretas, se trasladaron hasta el puerto y ciudad de la Coruña.

Estando ya en la preparación de la escuadra de Galicia, para que su escuadra quedará al mando de don Antonio de Oquendo, que ya venía desde la bahía de Cádiz con la suya, el 8 de junio de 1639, aparecieron sobre la entrada del puerto de la Coruña, la escuadra francesa al mando del arzobispo de Burdeos, quien estableció un bloqueo total al acceso de la ría, estando a muy corta distancia de ella y retando a Hoces, para que se enfrentara a él.

La escuadra francesa estaba compuesta por unos 60 buques, entre ellos los navíos incendiarios ó brulotes, que ya se habían convertido en algo habitual en esta escuadra, mientras que la de Hoces solo contaba con unos treinta buques en total, pero Hoces no se arredró y mando colocar una gruesa cadena en la entrada de la ría, una vez hecho esto, puso en movimiento a sus galeones y al llegar a la cadena se lanzaron las anclas al igual que la vez anterior, pero en ésta la cadena impedía utilizar a los brulotes, lo que contrarió y puso muy furioso al arzobispo.

Pero Hoces no cejó en su empeño de devolverle, sino todo lo que había recibido si parte, así que una vez llegó el ocaso, y por orden suya ya estaban preparadas cuatro fragatas de la escuadra de Dunkerque, que al mando de don Miguel de Horna se hicieron a la mar, consiguiendo el acercarse lo suficiente para comenzar un juego mortal, pues empezó por abrir fuego a los navíos más poderosos, pero las fragatas iban en línea y voltejeando a los inamovibles galeones, quienes en poco tiempo se apercibieron de que estaban recibiendo un buen castigo, ya que entre ellos no se podía abrir fuego para no dañarse entre si, lo que casi les daba impunidad total a las fragatas. Viendo que nada podían hacer picaron los cables y largando velas, se pusieron por fin en movimiento, mientras las fragatas regresaban a puerto a salvo y sin bajas, por ello a la mañana siguiente ya estaban fuera del alcance de la vista todas las velas, consiguiendo de esta forma hacerles huir.

De esta forma se granjeó una nueva fama, que por serle adversa una vez tan sólo, ya todo eran críticas y ningún halago. Así paso el tiempo, hasta que arribo la escuadra del mando de Antonio de Oquendo. Entonces surgió un problema, que consistía en nombrar capitán general de la escuadra, por lo que Hoces tuvo unas palabras con Oquendo, y mientras éste no contaba con casi ningún apoyo de los diferentes capitanes, Hoces contaba con mayoría para serle otorgado el cargo, pero como vio que era perjudicial para el buen fin de la empresa, zanjó la discusión diciendo: «…que aunque tenía la mayoría de votos del consejo de guerra, no era su pretensión el mantener un mando en la escuadra»

Esto decidió a Oquendo a nombrar como segundo a Andrés de Castro y por el apoyo de Hoces se lo agradeció entregándole el mando de la escuadra de Portugal, que era de las más fuertes y enarbolar su insignia en el galeón Santa Teresa, a su vez por la escasez de buenas tripulaciones (sempiterno problema de España), comenzó un trasiego de tripulaciones y capitanes, para acomodar lo mejor posible a todos y mejorar en su conjunto la escuadra.

Así levaron anclas y largaron velas haciéndose a la mar en septiembre de 1639, siguiendo la ruta de barajar la costa del Cantábrico, para posteriormente con un rumbo más al Norte, la costa francesa lo que permitió constatar, que ante esta flota reunida el arzobispo de Burdeos ya no era tan retador, por lo que ni siquiera zarpó detrás de ella, así pasaron frente a toda su escuadra sin ser molestados.

El 15 de septiembre los vigías divisaron unas velas, al ir acercándose de dieron cuenta que era holandesas, así Oquendo viendo que no eran muchas intentó entablar combate, pero los holandeses lo rehuyeron, porque a su vez estaban esperando refuerzos, conforme estos se fueron incorporando, se decidieron ir al encuentro de los españoles, comenzando una serie de combates, en los que los enemigos siempre se mantenían a tiro de cañón, lo que impedía que entrara en juego la infantería española, que a su vez era la misión que llevaba encomendada la escuadra, consistiendo ésta en llevar refuerzos a los Tercios de Flandes.

Viendo la imposibilidad de pasar por entre aquella masa de árboles, Oquendo dio la orden de refugiarse en el puerto de las Dunas, que está situado en Inglaterra, siendo la razón que como se estaba en paz con ellos no se corría riesgos innecesarios, quedando así internada la escuadra española, con la intención de reparar todas sus averías que no eran pocas.

Lo primero que hizo, fue ponerse en contacto con el embajador español en Inglaterra, para alquilar buques pequeños que por ser neutrales pudieran transportar a los tercios de infantería, hasta las costas de Flandes, consiguiendo el alquilar a cincuenta y dos naves con esas características, quienes realizaron el transporte sin problemas consiguiendo así el objetivo principal de la escuadra, que no era otro que el llevar a las tropas del ejército para reforzar a las ya estacionadas en aquellas tierras.

Así, entre estiras y aflojas se pasó un mes en que todavía todos los buques no estaban reparados, por la cantidad de problemas que se mantenían con las autoridades inglesas, más los problemas de encontrar a buenos carpinteros de ribera que supiesen hacer bien el trabajo, lo que obligo a Oquendo a tomar la decisión de salir al combate sin estar sus buques terminados por completo de sus necesarias reparaciones, mientras que en la bocana de salida le esperaba el almirante Van Tromp, con más de 110 buques, ya que había sido reforzada su escuadra inicial con varias más, lo que era totalmente desproporcionado pero ya no quedaba tiempo y se tuvo que zarpar, y entablar combate en inferioridad no tan sólo en el número, sino que el material tampoco estaba en buenas condiciones ni siquiera de navegabilidad.

El segundo galeón que salió del puerto el 21 de octubre (otro 21 de octubre) fue el de Hoces, quien seguía al insignia de Oquendo, a pesar de que su nave no era muy maniobrable por lo que pronto se vio rodeado, aun así consiguió evitar a dos brulotes, pues lanzados para este menester los botes de abordo del Santa Teresa, consiguieron no sin grandes esfuerzos el desviarlos.

Pero entonces se le vinieron encima varios galeones enemigos, de los que consiguió echar a pique a cuatro de ellos. Se encontraba Hoces animando a sus hombres en los sucesivos abordajes, cuando de pronto una bala de cañón le cerceno un brazo, aún así se mantuvo firme y continuó arengando a sus hombres, al poco tiempo otra vez un proyectil de cañón le arrancó una pierna, por lo que cayó sobre la cubierta, ya casi sin conocimiento yéndose junto a su galeón al fondo de la mar.

Pero aquí hay dos versiones; en una se dice: que fue un tercer brulote el que le prendió fuego al galeón; mientras que en otra dice: que se encontraba en la cubierta del último galeón abordado, cuando se apercibieron de que le habían pegado fuego su propia tripulación, por lo que de éste se pasó al Santa Teresa, que ardió por completo y con él arrastró a Hoces.

Ya sabemos la costumbre de los holandeses de pegarles fuego a sus propios buques, para evitar caer en poder de los enemigos, lo cual no es imposible que fuera ésta la versión autentica, pero lo que nos hace dudar es que Hoces sin una pierna y un brazo, se encontrara en la cubierta del buque enemigo.

Llegamos a la conclusión, de que la verdad es la segunda, pero que Hoces no estaba en la cubierta enemiga y por eso fue arrastrado al fondo del mar junto a su galeón. Pues por experiencia ya en esta materia y lo leído, con esta argucia al principio los holandeses consiguieron incluso volver a recuperar su buque, caso que se dio concretamente en las Antillas, pero la segunda vez que lo utilizaron, ya les salió el tiro por la culata, porque no hay mejor manera de aprender, que primero perder.

Falleció en la mar, en el combate de las Dunas, el 21 de octubre de 1639.

Fecha que se volvería a repetir en la Historia Naval de España y también fue un desastre. ¿Alguien cree en las casualidades?

Notas

  1. Capitán general de la armada de las dos coronas de Castilla y Portugal de S.M. don Felipe IV el Grande.

Bibliografía:

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana. Espasa. Tomo 28 1ª parte, 1925. Página 8.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» Madrid 1895-1903.

Fernández de Navarrete, Martín. Biblioteca Marítima Española. Obra póstuma. Madrid. Imprenta de la Viuda de Calero. 1851.

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