Ibarra y Barresi, Carlos de Biografia

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Biografía de don Carlos de Ibarra y Barresi


Almirante de las Flotas de Tierra Firme.
Caballero de la Real y Militar Orden de Alcántara. 1610.
Caballero de la Real y Militar Orden de Santiago. 1626.
I Marqués de Taracena.
I Vizconde de Centena.
Señor de Villaflores y Valdefuentes.
Consejero Real de Guerra.

Orígenes

Se sabe que vino al mundo en la población de Eibar, pero se desconoce el año, aunque debió de ser a principios del último tercio del siglo XVI.

Fueron sus padres don Diego de Ibarra y Vargas, Comendador de Villahermosa y su esposa doña Leonor Isabel Barresi, natural de Palermo, hermana del Príncipe de Butera, hija de Carlos Barresi (Marqués de Militello, Príncipe de Petrapercia), ya que su padre, Caballero de Santiago, entre los muchos altos cargos que ocupó, fue Veedor general del Reino de Sicilia, donde al parecer conoció a su esposa.

Hoja de Servicios

Comenzó como todos navegando en buques de amigos y compañeros de su padre, estando a las órdenes del don Fadrique Álvarez de Toledo pasando después a las del marqués de Caldereyta, con los que terminó de aprender el arte de navegar, de hecho ya en el año de 1616 tuvo su primer mando de una Flota de Indias.

En el año de 1638, los bátavos se habían establecido en Brasil, en Pernambuco, desde aquí les era mucho más fácil atacar en corso a las Flotas de Indias, a las que abastecían con buques ligeros para mantener sus escuadras en aquella plaza, ya el año anterior se había nombrado a Corneille Joll, el más hábil de sus marinos para atacar a los españoles, entre estos se le llamaba Houtbeen, que se traducía por Pie de Palo.

La Flota de Indias después de hacer el recorrido típico, de la Guaira, Cartagena de Indias, Veracruz y la Habana de aquí solía salir reforzada por una escolta de galeones con rumbo a la Península, pero en este año de 1638 unos pesqueros habían divisado a una gran escuadra holandesa, compuesta de catorce galeones, la mitad de gran tamaño.

Para cerciorarse de ello, de la Habana zarpó un patache que navegó en busca de la escuadra enemiga, su capitán con un valor extraordinario la divisó, fácil de hacer por enarbolar el pabellón naranja propio de los bátavos, así que se acercó para contarlos, lo que fue visto por los enemigos que enviaron cinco buques en su caza, aun se mantuvo hasta contar las velas y luego puso rumbo a la Habana, donde llegó sin problemas por su mayor velocidad.

El Gobernador de Cuba ordenó salieran buques ligeros a avisar a todos los puertos, lo que efectivamente se hizo, pero en ese intermedio don Carlos Ibarra zarpaba con siete galeones de la Escuadra, dando escolta a la Flota de Indias, siendo desconocedor de lo que se encontraba en la mar, pues cuando llegó el aviso él ya estaba en plena navegación, de forma que solo se enteró de su presencia el día treinta de agosto, cuando doblaba a la altura del Pan de Cabañas, viendo la escuadra enemiga compuesta por diecisiete galeones.

En sus galeones llevaba el situado que sumaba treinta millones de pesos amonedados y en lingotes, al divisarla ordenó formar la línea, ciñendo el viento con trinquete, gavia y cebadera, no hubo tiempo para más dado que la distancia de avistamiento era muy pequeña, la almiranta bátava del porte de 54 cañones junto a tres más, se fueron a buscar a la capitana, otros tres contra la almiranta española, el resto se repartió en dos o tres contra uno, pero el capitán Sancho de Urdanivia para desviar la atención hacía él y que dejaran a la capitana, se le ocurrió enarbolar dos gallardetes en su galeón Carmen, como si él fuera el jefe.

Los holandeses fueron directos al abordaje, la almiranta de Pie de Palo metió su bauprés por la jarcia de trinquete, mientras que ya sus hombres estaban en el mismo palo y jarcia dispuestos a abordar a la capitana española, al mismo tiempo por el tercio de cuadra llegaron dos más, pero don Carlos había dado la orden de no abrir fuego hasta que no estuvieran casi abarloados, lo que se hizo a su orden a la voz, la descarga de la artillería sumada a la de los arcabuces y mosquetes, causo tal estrago, que inmediatamente picaron cables los bátavos y se alejaron, manteniéndose a distancia de un tiro de cañón.

La capitana quedó mal tratada, ya que igualmente había recibido muchos proyectiles y algunos a flor de agua, habían muerto veintitrés personas y cincuenta heridos, entre ellos el propio don Carlos, al intentar devolver una granada de las que arrojaron para prender fuego al galeón, le había caído a los pies pero no exploto, así que la recogió y al intentar tirarla al mar, cuando solo había hecho que despegarse de sus manos explotó, siendo herido por los cascotes en el brazo, muslos y cara, aunque no se retiró y continúo dando las órdenes. Por estos artefactos en cinco ocasiones se le prendió fuego al galeón durante el combate, pero pudieron ser controlados.

El combate duró ocho horas, la almiranta quedó desarbolada, el resto con más o menos averías, menos el de Urdanivia que lógicamente había conseguido su propósito de llamar la atención, por lo que estaba sin bauprés y la mayor parte de la gente herida o muerta.

No estaban seguros, pero sabían que el daño recibido por los holandeses no era poco, lo que vino a confirmarlo al separarse unas tres millas y el almirante arrió el estandarte y disparó, para que acudieran los capitanes, así se supo que habían muerto el vicealmirante Abraham Rosendal, el contralmirante Juan Mast, el auditor Antonio Muys, más cincuenta hombres y otros ciento cincuenta heridos y la llamada fue porque Joll no estaba contento con su actuación, pues siendo el doble o triple no habían conseguido nada.

Al separarse las dos escuadras, los españoles se dedicaron a reparar las averías sufridas aprovechando la oscuridad de la noche, para conseguir al menos tener maniobrabilidad y poder gobernar los galeones, lo que significaba no poder descansar, pero suponiendo que volverían al ataque, lo que no sucedió hasta el día tres de septiembre, tiempo en que los holandeses también repararon las suyas, pero en este segundo ataque ya eran solo trece enemigos, a lo que se sumó que ya no abordaron y se limitaron a un duelo artillero, eso sí, a tiro de mosquete, lo que producía daños pero no de mucha consideración.

Al ir anocheciendo se retiraron los holandeses, sacando los partes, el español que más había sufrido era de nuevo el Carmen, ya que se quedó rezagado y fue el blanco preferido de los bátavos, solo lo dejaron algo más tranquilo al verlo don Carlos que estaba en situación apurada y virando se fue en su ayuda, a pesar de ello al separase los enemigo el buques estaba muy mal, con todos los palos partidos, haciendo mucha agua y con poca gente para hacer trabajar las bombas. En el resto de la escuadra, habían muerto otros cincuenta hombres y heridos ciento cincuenta más. Para intentar salvar al galeón don Carlos dio orden de que pasaran todos los calafates y carpintero de la escuadra, pero era tal su estado que poco pudieron hacer.

Por su parte los holandeses había perdido a su capitán Juan Verdist, pero lo peor fue, que Corneille Joll demandaba hacer un tercer intento, no opinaba igual su gente pues se negó rotundamente, no pudiendo convencerlos ni pasando por las armas a algunos.

Al mismo tiempo don Carlos convocó Consejo de capitanes, por el mal estado del galeón Carmen, ya que era uno de los cargados con plata, así que decidieron acercarse a Bahía Honda y allí se fueron depositando los fardos de añil, al mismo tiempo que se desembarcaron los cañones, de forma que se montó una especie de fortaleza con la misma dotación del galeón. Pero la escuadra ahora contaba con la mitad de buques, celebrándose otro Consejo, en el que la solución final era no dejar bajo ningún concepto que el situado cayera en manos enemigas, aunque no fuera para nadie hundiendo los galeones, pero el día cinco de septiembre les sacó de la duda la llegada de una escuadra de grandes urcas bátavas, aumentando el número a veinticuatro, esto les decidió a dar la vela y salir con rumbo a Veracruz, para unirse a la Flota de Nueva España e invernar , aprovechando para reparar los buques, pero nadie sabe porque, el día seis la mar estaba despejada de enemigos.

Al parecer la derrota fue casi total, ya que las pérdidas que dieron los mismos holandeses fue de veinticuatro buques y a cambio solo pudieron apresar a una fragata con algún situado que el primer día de combate se separó del convoy. Tanta desgracia fue acusada en Holanda, porque ya daban por segura la presa de la Flota. Solo como represalia antes de abandonar las aguas bombardearon la población de Sisal, en la que dieron fuego a alguna cabaña de paja. Mientras don Carlos se hizo a la mar y arribó a Veracruz el día veinticuatro de septiembre sin ningún contratiempo, solo cruzarse con algún corsario que a su vista salía huyendo.

En vista de esto, desde Veracruz zarparon buques ligeros con rumbo a la península, avisando de la situación de la Flota, así se ordenó armar ocho galeones para incorporarlos a la escuadra de don Carlos, al mismo tiempo que zarpaban estos, se ponía en movimiento la Escuadra del Océano con rumbo a las Terceras, pero todo esto no sirvió de nada, dada la astucia de los mandos de las dos Flotas, ya que en época no ajustada y por derrotas desconocidas realizaron el viaje, de hecho ni se hizo escala en la Habana por si habían espías, por todas estas previsiones la Flota arribó a la bahía de Cádiz el día quince de julio del año de 1639.

En agradecimiento el rey don Felipe IV firmó la Real Orden del 31 de octubre de 1639, por la que elevó uno de sus Señoríos a Marquesado, así se le otorgó el título de Marqués de Taracena.

Los Reyes y Real familia sí fueron al santuario de la Virgen de Atocha a dar gracias, pero como contrapartida, don Carlos recibió la orden de unir sus galeones tal cual estaban a la escuadra del duque de Maqueda, con el cargo de almirante de ella. Todo porque el Rey había dado su palabra de llevar auxilios a los venecianos y para ello se estaba usando casi todos los buques disponibles.

Lo peor fue que al entrar en el Mediterráneo y sobre aguas de Almería, se desató un duro temporal del SO., según los vecinos que los vieron pensaron que tres galeones se habían ido al fondo, pero lograron llegar a Barcelona, en uno de ellos iba don Carlos.

Sobreviniéndole el óbito en la ciudad de Barcelona el 22 de noviembre de 1639, al parecer por las heridas que le produjo la granada.

Bibliografía:

Enciclopedia General del Mar. Garriga, 1957. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Enciclopedia Universal Ilustrada. Espasa. Tomo 28 Primera parte, 1925, página 812.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895—1903.

VV. AA.: Historia General de España y América. Ediciones Rialp. Madrid, 1985-1987. 19 tomos en 25 volúmenes.

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