Laya y Cabex o de la Cabeza, Mateo de Biografia

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Mateo de Laya y Cabex o de la Cabeza Biografía



Retrato de don Mateo Laya y Cabex o de la Cabeza. Almirante General de la Real Armada
Mateo Laya y Cabex o de la Cabeza.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.
Considerado aprócrifo.



Almirante general.


Caballero de la Militar Orden de Santiago.


Orígenes

Vino al mundo en la población de Pasajes en 1630. Hijo de un marino, quien falleció en el combate de las Dunas a las órdenes de don Antonio de Oquendo.

Hoja de Servicios

Fue admitido como paje en 1642, embarcando en el galeón Almiranta de la Armada Real del Océano el Santísima Trinidad, con tan solo doce años por encontrarse en Pasajes, comenzando así una carrera en la que sus principios eran velar por los relojes de arena, cantar las oraciones y barrer la cubierta, sin dejar de obedecer a cualquiera de a bordo, pero prestando gran atención a todos sus cometidos y sin perder ocasión de aprender, comenzó a escalar puestos, ascendiendo sucesivamente a gaviero, alguacil de agua, guardián y contramaestre, estando en todo los diez primeros años de su vida de marino. Los generales de los que aprendió fueron Mencos, Díaz Pimienta y Bañuelos.

Una de sus experiencias fue en el año 1646, cuando la escuadra del Océano al mando del general Pimienta, pasó al Mediterráneo en ayuda de las escuadra de galeras de España, Nápoles, Sicilia, Cerdeña y Génova, pero por la división de mandos al pasar del Océano, el mando de toda escuadra estaba al general de las Galeras de España, a la sazón el Conde de Linares que no era hombre decidido, lo que provocó una desorganización que solo el Marqués del Viso y el Duque de Arcos, sin las debida autorización lograron salvar la situación, a pesar de ello y enterado de lo ocurrido S. M. ordenó exonerar a todos los mandos de las escuadras congregadas, pasando todos a prisión. Vio de cerca las consecuencias de no tener iniciativa.

Tuvo su primera aventura, pues la escuadra de galeones retornó al Océano y seguido al Cantábrico, para pasar al sitio de Blaya, cuando estaban acercándose su buque chocó con un escollo del Gironda, siendo batidos desde la fortaleza y desde tierra, lo que obligó a su capitán a rendirse y con ellos Laya paso a prisión. Tuvo suerte y estuvieron poco tiempo, el justo para al darles la libertad, pasar a componer la dotación de la Almiranta de España con el que participó en el combate de la Rochela.

Este combate tuvo lugar en el año de 1652, contra una escuadra francesa, por su gran valor demostrado y avalado por su general, se le otorgó el ascenso más complicado de conseguir, pasando a ser ya un capitán de mar al mando de una pequeña fragata. Con ella pronto saltó a la fama, pues dedicado al control del mar realizó varias presas, que le granjearon el aprecio de sus superiores, entre ellas las más notables, fue el apresamiento de una fragata con pabellón francés del porte de 20 cañones y al mando de un Caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén, poco tiempo después apresó otra turca del porte de 22 cañones, como siempre estos costaron más de vencer por llevar mucha más gente y no darse por vencidos. En estos cometidos permaneció entre los años de 1655 á 1659.

El mismo nos narra:

«En el año de 1662, pasando del puerto de los Pasajes á Cádiz con una nao de un particular, á la vista de Cádiz encontré dos fragatas de Argel, las cuales me abordaron y maltrataron, y viendo que no me podía defender, teniendo en mi navío más de doscientos cincuenta turcos, le pequé fuego, y escapé muy mal herido y baldado de la mano izquierda sobre un cuartel del navío, yo y otros cinco, que no escapamos más de los ochenta y cinco que éramos, y un navío que pasó me trajo á Cadiz, adonde el general D. Manuel Bañuelos me mandó asistir de cirujanos y médicos, que me curaron.»

Fue el mismo general el que dio a conocer la noticia, pero en la que es visible la sencillez del relato, pues lo más importante y lo que más valoró el mismo Rey, fue que primero arrió la bandera y con ella se lanzó al agua, evitando así que el pabellón Real cayera en manos de los turcos que a buen seguro la hubieran lucido a placer.

Este hecho de armas demostrando tanto valor, llamó la atención de la Compañía de provisión de esclavos negros en las Indias, quienes le ofrecieron el mando de uno de sus buques, para ello debía de obtener el permiso Real, pero como S. M. estaba falto de numerario se lo concedió, ya que era una forma de asegurar algún ingreso para la Real Hacienda.

En este cometido permaneció tres años, realizando los viajes con destino a Cartagena de Indias y Veracruz, en los que nunca tuvo un mal encuentro, en uno de ellos arribó a la Habana donde se encontraba el general Bañuelos al mando de la escuadra, para dar resguardo a la Flota de Indias, pero Laya se dio cuenta que faltaban mandos, por lo que sin pensárselo se ofreció al general y éste le dio el mando del patache, dejando así un lucrativo beneficio y pasando de nuevo a no cobrar el sueldo. Continuó en el servicio varios años, siempre como aviso de la escuadra cruzando en varias ocasiones el océano.

En el año de 1669, mando construir una fragata de su propiedad, con la que se dedicó a realizar el comercio con las Indias, realizando muchos tornaviajes, pero él seguía en su servicio a la Armada, hasta que un tiempo después y por la falta de buques, le fue embargado por el Rey su buque, pero sin darle un real por él.

En el año de 1675, al regreso de uno de sus viajes, se le asciende a capitán de mar y guerra y se le entrega el mando del navío Nuestra Señora del Rosario, del porte de 50 cañones y con trescientos hombres de tripulación. Fue integrado en la escuadra con la que el almirante holandés De Ruyter había llegado con veinticuatro navíos, zarpó de Barcelona el día veintinueve de noviembre con rumbo a la isla de Sicilia y combatió contra la francesa del almirante Duquesne, pero de los seis buques prometidos fue el único español que se incorporo a la escuadra bátava. Poco después en el mes de diciembre se pudo alistar al Santa Cruz que al mando del general don Pedro Corbete se unió también. Encontrándose ya en el Faro de Messina el día seis cruzó el navío Rosario y las galeras.

El combate llamado de Strómboli tuvo lugar el 8 de enero de 1676, en el que los primeros disparos fueron realizados por el Rosario, el resultado del enfrentamiento quedo igualado a pesar de la superioridad francesa sobre todo en el porte de sus navíos, puesto que la escuadra del almirante Duquesne se componía de: uno de 80 cañones, insignia; cuatro, de 72 á 74; cinco, de 60 á 64; siete, de 54 á 56; tres, de 50 y seis brulotes, de hecho y a pesar de recibir refuerzos ambos almirantes decidieron no volver a enfrentarse, pero la francesa quiso bojear la isla de Sicilia, arribó y dobló el cabo Passaro con rumbo a Messina, al estar frente a Siracusa sufrió una caída del viento, lo que aprovechó la escuadra de galeras al mando del marqués de Orani, don Isidro de Silva y Mendoza, que inmediatamente se hizo a la mar a pesar del alto riesgo decidió abordar al último y separado del resto, siendo el capitán de infantería don Antonio Samaniego, quien saltó el primero al abordaje desde la entena de la galera, por la que le siguieron muchos más consiguiendo ganar el buque y a remolque meterlo de nuevo en Siracusa, llevándose la doble alegría porque el buque era la Maddona del Popolo, que había sido ganado a su vez por los franceses a don Melchor de la Cueva el día once de febrero anterior, quedando incorporado de nuevo a su escuadra. Solo la Capitana Real de España, Nuestra Señora del Pilar, estaba algo mejor.

Al año siguiente de 1677 se terminaba el contrato de alquiler de la escuadra holandesa, razón por la que De Ruyter dejó el mando de la combinada y puso rumbo a Nápoles a esperar órdenes del príncipe de Orange, quedando al mando de la española el príncipe de Montesarchio, quien no tuvo problema de dirigirse al Rey, solicitándole la incorporación inmediata de dieciocho buques más y que fueran bien artillados, puesto que: «El navío Rosario, de Mateo Laya, la lleva de á 18, 6, 3 y 2 libras, por lo que traen artillería más para espantar que para ofender.» En conjunto el estado de la Armada era deplorable, porque faltaba de todo, desde dotaciones para las galeras que se estaban pudriendo en Nápoles, hasta todo tipo de cabos e incluso faltos de pólvora, por lo que le era imposible mantenerse en esas condiciones y menos enfrentarse a enemigo tan preparado.

Pero además, precisamente a Laya con su galeón se le ordenó, ir de un lado para otro para aprovisionar a los presidios norteafricanos y a las diferentes escuadras, por esta razón no pudo estar en el siguiente combate de Agosta, en el que De Ruyter cayó mal herido, falleciendo a los pocos días.

El Rey era conocedor de la situación como refleja el escrito siguiente:

«Con ocasión de haber entendido S. M. el miserable estado en que se hallan los bajeles de la armada Real que están en la recuperación de Mesina, y las abandonadas máximas de los oficiales que los mandan, faltando en algunos buena dirección, á otros gente, á muchos cables y cordaje, y en caso de refriega con el enemigo, hasta pólvora, y que el equipaje, provisión de raciones y cuanto depende de esto se hará con toda flojedad y poco celo al servicio de S. M. ha sido servido de resolver en consulta del Consejo de Estado de 7 del corriente, que se den órdenes muy precisas para que se aplique el gran remedio que pide lo notorio del daño tan excesivo y digno de una gran demostración, haciendo un castigo ejemplar en los que resultasen culpados, de que aviso á V. S. para que se sirva de mandar se den las órdenes necesarias á la Junta de Armada para que por aquélla se tenga presente y ejecute lo resuelto por S. M. Dios guarde á V. S. muchos años como deseo. Madrid, 22 de Mayo de 1676. — Don Pedro Colona. — Señor Marqués de Mejorada.»

Al mando del Rosario, tuvo que acudir al canal de Piombino, por el naufragio del general Roco de Castilla, a pesar de estar su buque peor que el naufragado, pero a nada se negaba aunque en ello le pudiera ir la vida. Po esta razón al tomar el mando de la escuadra del Océano el marqués de Villafiel, le llamó para que se hiciera cargo del galeón San Bernardo, un buque viejo y peor mantenido, a lo que se sumaba una dotación experta, pero nada a gusto de estar en semejante buque causa de que la disciplina no fuera la mínima exigible, pero se hizo cargo y con su sola presencia casi se solucionó el problema de la dotación, el otro no estaba en sus manos, ya que lo único que demandó a S. M. fue:

«…se le debían dieciocho meses de paga, habiendo consumido todo su peculio y su familia comenzaba a pasar hambre.»

Pidió licencia para ir a solucionar asuntos a su casa, siéndole concedida por S. M. en esos momentos él tenía pedida por sus múltiples servicios ser nombrado caballero de Santiago y justo en su ausencia de la mar se trata el tema en la Orden, al pedir el Consejo de la Orden su presencia se le comunica que no estaba en su puesto, así se le comunica al Rey, quien se encoge de hombros y se nombra a otro en su puesto de mar, al mismo tiempo que se le niega pertenecer a la Orden, aunque posteriormente en el año de 1683 se le concedió.

Malhumorado por la reacción de S. M. decide sentar plaza de soldado llevando a su vez a sus dos hijos, para ello escribe al ministro que era el duque de Medinaceli y acompaña la certificación de enganche, con una nota de todos sus anteriores méritos y entre los escrito dice:

«Siempre fué mi ánimo servir al Rey por vida, ya que no tenga el puesto de capitán de mar, tomo el que está á mi alcance.»

El Duque comunicó al Rey lo que había recibido, actuando en consecuencia con el envío de una Real Cédula por la que se le nombra Almirante Real «ad honorem», entregándole el mando de una escuadra que se estaba preparando en Pasajes, y al hijo mayor, le concede el empleo de alférez con doscientos ducados de sueldo, acompañando a todo esto una carta ológrafa de S. M. para demostrarle su gran aprecio.

No terminaron aquí las prebendas, ya que en cuatro meses sin ningún tipo de petición por parte de Laya, el Rey lo asciende a Almirante Real, en agradecimiento a su actuación en el combate de Strómboli y un tiempo después se le nombra Almirante General interino, pero con toda la autoridad, jurisdicción, sueldo de los propietarios, más otras mercedes sobre todo económicas.

En estos años los franceses estaban utilizando el sistema de tener paz con España, pero no dejaban de apoyar y socorrer a los norteafricanos para que hostilizasen a los españoles en sus presidios, por lo que en poco tiempo fueron atacadas Larache, Ceuta, la Mámora, Melilla y sobre todo Orán, que casi se dio por perdida, pero allí estaba Laya con su escuadra llevando socorros, rompiendo bloqueos y burlando a los enemigos, logrando que los ataques fueran cediendo y regresar a la tranquilidad, esa tranquilidad intranquila que siempre nos ha dado esa costa a través de los siglos.

Casi sin descanso de nuevo se presentó ante Cádiz una escuadra francesa al mando de Tourville compuesta de sesenta velas, pero en la bahía estaba fondeada la escuadra de Laya, aunque su armamento como ya se ha comentado no era precisamente el conveniente para enfrentarse, a pesar de ello ordenó fondear en fortaleza y esto paró al francés a pesar de su manifiesta superioridad, ya que además se tenía que enfrentar a las disposiciones artilleras de la plaza, que estaban al mando de capitán general conde de Aguilar y Frigiliana, que por su buena colocación y enfilada le iba a causar graves daños, aun así Tourville estuvo dos meses fondeado en Chipiona, pensando que hacer, al final decidió que no era conveniente por el alto riesgo de quedarse sin escuadra.

Pero Laya no podía estar en todas partes, por ello Tourville decidió poner rumbo a Alicante, ciudad a la que amenazó con bombardear si no pagaba un rescate, se negaron a ello las autoridades y la ciudad con su puerto fue bombardeado sufriendo graves daños y muchos miles de muertos y heridos, pero no contento por no poder pagar a los suyos, zarpó con rumbo a Barcelona, donde volvió a repetirse la historia, quizás en mayor cantidad de daños por ser la ciudad más grande, pero el francés no se llevo un real.

Por contra y tan dispar pero típica reacción de los Reyes, al ser amonestada la Institución por sus más leales, en vez de buscar solución al problema, ennoblecía más a sus hombres, cargándoles de responsabilidad lo que les obligaba a dar más sin tener con que o incluso menos que antes, por ello en el año de 1678 se le otorga a Laya el título de Almirante General, pasando a tomar el mando de la escuadra del Océano. (En la fuente pone que fue en el año de 1668, pero no es posible ya que si fue interino en el de 1676, no podía ser efectivo ocho años antes, por esta razón la damos en 1678, considerando que es un simple error de imprenta)

En estos momentos de relativa calma, se dedicó en cuerpo y alma a estar presente, con su exigua y maltrecha escuadra, cruzando entre los cabos de San Vicente y las islas Terceras, para asegurar la llegada de las tan necesitadas Flotas de Indias, la necesidades económicas eran muchas y no daban para todo, como ni siquiera dar un calafateo a sus buques, en los que llevaba por guardias a las bombas constantemente a una cuarta parte de la dotación.

En 1685, los franceses aprovechando su reciente invento (1682) las «galiotes a bombes» galeotas bomberas, por llevar unos morteros que lanzaban las granadas en tiro curvo, salvando así las defensas de las murallas y destrozando todo lo que se encontraba en su entorno de explosión, comenzaron a extorsionar a todos, empezando por Argel el mismo año de su invento y al siguiente, hasta que pagó la cantidad pedida, ya en el año de 1685 atacaron Trípoli, hasta sacar doscientas mil piastras, pasando a Túnez, donde sacaron una cantidad parecida, por ello pensando que la siguiente sería el Sur de España comenzó la preparación de una escuadra de treinta bajeles, de ellos se le dio el mando de doce a Laya para guardar el Estrecho a quien ayudaría el ejército de Milán.

El rey Luis XIV demandó del rey de España la cantidad de quinientos mil pesos en Oro, alegando las pérdidas y robos causados a sus buques en la Antillas, para apoyar esta demanda se presentó ante la bahía de Cádiz una escuadra proveniente de Levante al mando de Tourville con dieciocho navíos, a la que se unió la de D'Estreés con once buques más, fondeando en el placer de Rota, por estar de nuevo la escuadra de Laya y el conde de Aguilar a la altura de las Puercas fondeada en fortaleza, el Gobierno atemorizado consintió en el pago sin permitir a sus mandos navales la defensa de los interés de España. Una vez más el Rey Sol volvió a relucir, aunque el Gobierno español más bien no existía, causantes siempre de las desgracias colectivas de España, por no cuidar como otrora los grandes armamentos navales, vitales para la verdadera independencia del país.

Para aclarar la situación a la que había llegado la Armada, esta estaba compuesta en el año de 1686 por los buques siguientes: Armada del Océano: Galeones: Nuestra Señora de la Esperanza, capitana Real, 904 tn. 70 cañones y 598 hombres; Santa Rosa, almirante, 840 tn. 64 cañones y 570 hombres; San Diego de Alcalá, 937 tn. 70 cañones y 488 hombres; Tres Reyes, 902 tn. 70 cañones y 468 hombres; Nuestra Señora de Atocha, 798 tn. 60 cañones y 414 hombres; Santa Teresa de Jesús, 724 tn. 60 cañones y 376 hombres; San Ignacio, 610 tn. 50 cañones y 316 hombres; Fragatas: San Francisco de Asís, 600 tn. 50 cañones y 312 hombres; San Lorenzo, 600 tn. 50 cañones y 312 hombres; Santo Tomás de Aquino, 600 tn. 50 cañones y 312 hombres; Santa Teresa de Nápoles, 283 tn. 24 cañones y 146 hombres; Nuestra Señora del Populo, 400 tn. 42 cañones y 208 hombres y el patache de fuego, San Juan Bautista, 100 tn. 8 cañones y 24 hombres.

Naos de Vizcaya: Galeones: San Carlos, 900 tn. 60 cañones y 468 hombres y San Juan, 800 tn. 60 cañones y 416 hombres.

Escuadra de Flandes: Galeones: Carlos II, 903 tn. 70 cañones y 384 hombres; San Pedro Alcántara, 785 tn. 60 cañones y 368 hombres. Fragatas: San Jerónimo, 703 tn. 60 cañones y 294 hombres y Santo Domingo, 545 tn. 50 cañones y 231 hombres, más el patache de fuego, Castilla, 150 tn. 12 cañones y 67 hombres.

Buques en puertos: Fragata: Sacramento, 300 tn. 34 cañones y 156 hombres. Pingue: San Agustín, 350 tn. 20 cañones y 182 hombres y el Patache: San Gabriel, 113 tn. 8 cañones y veintiocho hombres.

En 1687 el dey de Argel, Hussein, alias «Mezzo Morto», promovió levantamientos en Berbería, logrando que fueran atacadas nuestras plazas de soberanía en el norte de África. Con este motivo, Laya con sus fuerzas fue enviado a prestar los socorros y auxilios, necesarios para que estas no cayeran en manos de los enemigos. En un combate contra la capitana de Argel, navío de 70 cañones y con quinientos hombres de tripulación, viéndose acosada e intentando huir de los nuestros, embarrancó en la costa del Algarbe.

En 1688 llevado al efecto el sitio de Orán por el dey de Argel «Mezzo Morto», con treinta mil infantes y cuatro mil quinientos caballos, socorrió la plaza desembarcando pólvora y gente de la escuadra, al ver el dey que no podía cortar los socorros por mar decidió levantar el sitio, dejando libre en pocos días el campo.

Después de promover todo el problema en el norte de África por el Rey francés, su embajador en Madrid Mr. de Rebenac escribe a Luis XIV: «Nada se sabe de Orán, y es grande la ansiedad pública; pues si perdieran los españoles esa plaza y algunas otras menos importantes que tienen en el Estrecho, podrían volver los moros con más facilidad que antes (en los tiempos de Muza) Está el país tan despoblado por aquella parte; hay tan poca disposición para resistir, que abrigan recelos hasta las personas más entendidas.» Carta con fecha del 7 de octubre de 1688.

En 1688 se dio una normativa para el cambio de saludos con buques franceses: «El Rey. — He resuelto que se procuren evitar los lances de los saludos; pero si en nuestros mares se le pidieren franceses al Almirante General Mate del Aya (que he determinado salga á reunir la flota con los seis bajeles que están prevenidos á este fin), ejecutará lo que está mandado por el Reglamento general, pues las diferencias de los estandartes ó cabos están consideradas en él. Y que en caso de pedir saludo á quien no deba hacérsele (no habiendo podido de antemano evitar el lance) se defienda y se resguarde en la forma que pudiere. De que estáreis advertido para dar la órden que convenga al cumplimiento de esta resolución, que ha de servir de regla general, y así se les participa por esta vía á los Generales de las demás escuadras de las galeras de España y Génova, y por donde toca á los de las de Italia y Cerdeña. De Madrid á 21 de Agosto de 1688. — Firmado S. M. — Refrendado de D. Gabriel Bernardo de Quiorós. — Señalado del Marqués de Valdeguerrero. — Al Conde de Aguilar.»

En 1689 Muley Ismael atacó Melilla y Larache, pero más centrado en ésta, se formó un estrecho tramo de tierra y sobre él se puso la artillería de forma que impedía los socorros por mar, a pesar de esto el almirante don Nicolás de Gregorio logró meter en la plaza veintiséis embarcaciones, en ellas iban cuatrocientos setenta soldados, ciento cincuenta quintales de pólvora y granadas, pero de nada sirvieron ya que un trozo de doscientas cuarenta y nueve brazas de muralla se derrumbó por el efecto de las minas, por donde entraban los moros sin que nadie les entorpeciera el paso, el Gobernador don Fernando Villorias por medio de un fraile conversó con Muley, quien solo permitió la salida del Gobernador y cien hombres que él eligiera, el resto hasta unos mil setecientos hombres heridos, mujeres, niños y ancianos pasaron a la esclavitud.

Esto provocó un soneto de autor desconocido, que dice:

«¿Qué importa, ni qué daño ha procedido

por haberse perdido la Mamora?

Y el Alarache se ha perdido ahora

¿Qué presagio fatal pueda haber sido?


Si Melilla se pierde, ¿qué hay perdido?

¿y si este mismo riesgo Ceuta llora,

si Orán también, que el Evangelio adora,

al Alcorán se viere reducido?


¿Qué importa que las playas andaluzas,

de la ley evangélica enemigos

inunden berberiscos tafetanes?


Que resuciten los valientes Muza,

y faltando Witizas y Rodrigos,

¿qué importa que haya sobra de Julianes?»


Al mismo tiempo estalló la revolución en Inglaterra, que privó a Francia de un aliado, pero a su vez al frente de Guillermo II se ponía en contra del Rey Sol y con ella Holanda; fallecía la reina María Luisa y de nuevo el 15 de abril Francia le declaraba la guerra a España, como consecuencia de la firma de la Liga de Augsburgo, pero a esto respondió la Dieta de Ratisbonda declarando a Luis XIV: «…enemigo de los príncipes cristianos y perturbador de la tranquilidad europea.»

A principios de 1692 dado su cargo y conocimientos, fue nombrado vocal del Consejo Supremo de Guerra y Junta de Armadas, que tenía la responsabilidad de asesorar al Rey en el tema de su nombre, como cualquier otro de los grandes Consejos (Indias) que habían para que S. M. pudiera tener una opinión y con ella tomar las decisiones que mejor le parecieran. En ellos solían estar precisamente los mejor preparados y no todos tenían el honor de ser llamados a ellos y menos pertenecer como vocales. Como todo el Consejo intentó mejorar el estado de la Armada, pero dadas las negativas por falta de reales, poco o nada se pudo lograr.

De todas formas poco tiempo estuvo en el cargo, pues falleció en Madrid en 1693.

Epílogo:

No es norma en este tipo de biografías compiladas, pero a nuestro juicio consideramos que es muy notable el último punto y aparte del discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia de don Cesáreo Fernández Duro, por ello nos permitimos el lujo (para que el lector disfrute de mucha mejor pluma) de transcribirlo porque que nos da una idea de cómo hay que escribir la Historia, siendo partícipes de su opinión no le encontramos razón como amantes de ella para omitirla, por ser una grata lección.

«La tarea ingrata que por elección me impuse fenece también, presentada la figura que hasta ahora ocultó el polvo de los archivos. Pensareis que en todo tiempo la honradez asociada con la bizarría y con la inteligencia ha franqueado camino á los hombres desde el origen humilde hasta los empleos más encumbrados, y que no era menester buscar ejemplo entre las sombras del cuadro que he procurado bosquejar…es cierto: mucho más grato hubiera sido describir, aunque á mi aceda manera, un episodio de nuestras glorias marítimas; amontonar laureles, tejer coronas y quemar incienso, siguiendo la tendencia natural y la ruta favorita del orgullo; si me separo de ella, es porque una profunda convicción, acaso errónea, pero que como convicción someto á vuestra tolerancia, me hace creer que si es bueno no dar al olvido que enseñamos al mundo del Mundo la figura y el arte de fabricar las naos y de navegarlas, con la idea de inquirir si persevera entre nosotros con la aptitud el espíritu infatigable de los pasados; si es laudable conmemorar con exultación los nombres de los héroes, porque oyéndolos se crezcan las voluntades y el corazón se esfuerce queriendo llegar á lo que otros hicieron, como decía el sabio autor de las Partidas, es provechoso discurrir sistemática y asiduamente sobre las causas que esterilizaron la heredad de la patria, tan lozana en sus tiempos.» A 16 de marzo de 1881.

Bibliografía:

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895—1903.

Fernández Duro, Cesáreo.: Disquisiciones Náuticas. Facsímil. Madrid, 1996. 6 Tomos.

Fernández Duro, Cesáreo.: Mateo de Laya. Discurso-biografía de ingreso en la Real Academia de la Historia. Publicado en la Revista General de Marina en su cuaderno de Abril en la sección de Bibliografía pág. 649 a 668. Madrid, 1881.

González de Canales, Fernando. Catálogo de Pinturas del Museo Naval. Tomo II. Ministerio de Defensa. 2000.

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