Magallanes, Fernando de1

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Siendo sabedor de esto don Carlos, consultó con el Obispo de Burgos (Fonseca), que éste si era uno de los más entusiasta de la empresa, pero para ser más objetivo, pidió informes a dos personas que formaban parte del Consejo de Indias.

Los cuales enviaron al Rey un documento, en el que le decían su opinión al respecto, entre otras cosas, que si el descubrimiento de ese paso se efectuaba y las tierras a descubrir realmente pertenecían a Castilla, si se interrumpía la expedición, eso redundaría en beneficio del reino de Portugal y por lo tanto en mengua del de España, así su parecer era, que nada se debía alterar de todo lo ya dispuesto para mayor grandeza de Su Majestad y sus descendientes.

Don Carlos, al recibir estas opiniones de personas muy entendidas en la materia y los buenos consejos del Obispo de Burgos, que le indicaba que era lo mejor para todos, el Rey se reafirmo totalmente en proteger la empresa como cosa propia, por lo que hizo llamar al embajador y le dijo: «que nada ni nadie osara interponerse en su Real decisión.»

Así que el fracasado embajador no tuvo más remedio, que poner en conocimiento de su Rey la situación, en el escrito, le decía que la decisión de don Carlos era irrevocable y que lo único que se le ocurría, era que don Manuel, llamara a Magallanes a su presencia y le otorgara todo lo que él demandara sin límites, para prestar así un buen servicio a Portugal; pero al mismo tiempo, que desestimase el hacer lo mismo con Falero, pues por lo hablado con él, le parecía que no estaba en sus cabales.

Al llegar estas noticias a Portugal, se dividieron las opiniones, mientras unos apoyaban el retorno con todos los parabienes, los otros lo rehusaban, para que no sirviera de ejemplo y muchos más siguieran su camino, para ganar prebendas inmerecidas y de llevarse a efecto, el Rey estaría en un grave aprieto y eso no era conveniente, ni para Su Majestad ni para Portugal.

Se sabe, que entre las múltiples opiniones de los cortesanos de don Manuel, hay una que deja pocas dudas a la forma de hacer ciertas cosas y que se transcribe en la obra de Faria «Europa portuguesa», en la que tratando el tema de Magallanes dice:

«Hallábase aun entonces en Zaragoza el embajador don Álvaro de Costa, que tuvo disuadido al Magallanes de estas pláticas, creyendo que avisado el Rey le restituiría a su gracia, y ni esto fue bastante. Sólo el obispo de Lamego, don Fernando de Vasconcelos, votó que el Rey o le hiciese merced o le hiciese matar, porque era peligrosísimo para el reino lo que intentaba.»

(Luego los malos son los que obedecen. En todas partes se trataban las cosas igual, así que ni somos los más malos, pero tampoco los más buenos, aunque en el fondo, más de lo último que de lo anterior. También resaltar la firmeza de carácter de don Carlos, por la forma en que le contesta al embajador.)

Pero estas noticias llegaron a Zaragoza, por lo que nos cuenta Herrera: que al estar amenazados 'Magallanes y Falero de muerte:

«…andaban entrambos a sombras de tejado, y cuando les tomaba la noche en casa del obispo de Burgos, enviaba sus criados que le acompañasen.»

Llegado a conocimiento de don Carlos estas noticias, ordenó el inmediato traslado de Magallanes y Falero, a Sevilla; pero para que no creyesen que su intención era el deshacerse de ellos, le mandó llamar y en audiencia pública, en presencia de todo su Consejo, les otorgó el título de:

«Caballeros de la Orden de Santiago, los confirmó en sus cargos de capitanes de la expedición y aceptó en su totalidad, las cláusulas estipuladas en el documento firmado en Valladolid a 22 de marzo de aquel año.»

Recibida la orden y por su seguridad partieron camino a Sevilla, a su llegada y primeras entrevistas con los oficiales de la Casa de contratación, se dieron cuenta que estos no les apreciaban mucho, ya que se encontraban molestos por el gran recibimiento que se les dio en su primera estancia en la ciudad; además se les comunicó que estaban esperando la confirmación Real para proceder a formalizar la escuadra.

De hecho, los mencionados oficiales habían escrito al Rey, explicándole lo complicado de la empresa, aparte de no disponer de fondos para el apresto de ella.

En definitiva, a pesar del poder absoluto del Rey, siempre había una forma sutil de retrasar las cosas a pesar de las órdenes manifestadas favorablemente, como ya se ha dicho, pero los pagos a cuenta del retraso del Rey de Portugal tenían su efecto.

Por lo que el Rey otra vez pidió informes a sus consejeros, vistos estos les envió una Real cédula que dice así:

«En nombre de Su Majestad y desde Zaragoza, se envía esta carta que firma don Francisco de los Cobos; tomados los convenientes informes, es su voluntad que se efectúe el consabido viaje, conforme al memorial que se les envía firmado del Obispo de Burgos (Fonseca); y que de los cinco mil pesos de oro que habían llegado para S. M. de la isla Fernandina, gastasen hasta seis mil ducados o lo que fuese necesario conforme a dicho memorial, a vista, contentamiento y parecer de los mismos Magallanes y Falero; que algunas cosas se hallarían mejores y más baratas en Vizcaya, y que se había mandado al capitán Nicolás de Artieta que las comprase allí; que las que se hubieren de traer de Flandes se traigan; luego, que las demás se compren y aparejen con prontitud, y que todo se abone y pague en la forma que se expresa.»

Mientras tanto en la ciudad de Zaragoza, se había concluido el tratado de matrimonio entre la infanta de España y el Rey de Portugal.

Por las premuras del embajador portugués, a los pocos días de formalizarse los documentos del enlace matrimonial, quiso ponerse a su labor de estropear la expedición con todas sus fuerzas, mientras tanto partió la comitiva Real con todo su fastuoso acompañamiento el día 13 de julio.

Don Carlos, pensó que era un buen momento para entregar un mensaje para el Rey de Portugal, que ahora era su cuñado, expresándole que lo de Magallanes no iba en contra suya en ningún momento y que en nada afectaría a sus buenas relaciones, ya que no se perjudicaba al reino en, ni bajo ningún concepto.

Pero el embajador no se quedo muy satisfecho del escrito, haciendo entrega de él a un alto cargo de la comitiva Real; quedándose él en la ciudad de Barcelona, ya que era conocedor de que la empresa seguía adelante y cada vez tenía menos tiempo para interferir en ella.

Desde su llegada a Sevilla, Magallanes no dejaba de estar presente en todas las decisiones que se tomaban al respecto, pues era conocedor de las presiones que podía ejercer el pago de “regalos”, que el Rey de Portugal podía estar haciendo a los miembros de la Casa de Contratación, ya que las voluntades son muchas, pero las monedas de oro podían lograr muchas cosas en su contra.

De hecho cada dos o tres días, le enviaba una carta al Rey y otra a su protector el obispo de Burgos, que al recibo de estas desde ellos emanaban órdenes a la Casa de Contratación, para que se acelerara el apresto de las naves, pero a pesar de todo esto, hubo que poner dineros de los que estaban a favor de la empresa, como el propio tesorero don Alonso Gutiérrez y don Cristóbal de Haro, que de su peculio particular estaba pagando materiales, que debía de estar pagándolos la Casa de Contratación.

Pero los enemigos estaban por todas parte y lo peor, como siempre a escondidas y ocultos, pues no paraba de recibir ofrecimientos y dádivas, para que desistiera de su empresa, más recomendaciones de que regresase a Portugal, donde el Rey seguro, que le atendería como a su honor y privilegios le correspondía; a lo que Magallanes hacía oídos sordo.

Como queda dicho, el dinero mueve muchas voluntades, por ello sucedió que al ir a lanzar al agua la nao capitana, bajo la advocación de la Santísima Trinidad, el día 22 de octubre del año de 1588, Magallanes se presentó en el lugar muy temprano, y se entretuvo en ir mirando todos los aparejos y cabrestantes, que debían entrar en juego para el buen funcionamiento del evento.

Pero sucedió que los trabajadores, izaron cuatro banderas de las armas de Magallanes, dejando espacio y lugar apropiado para izar las del Rey, pero los maldicientes comenzaron a correr la voz de que esas eran las banderas del Rey de Portugal, por lo que pronto se armó una buena refriega.

Esto provocó que hiciera acto de presencia un alcalde de la mar, quien ordenó al populacho, que subieran a la nao las arrancaran y rompieran, a lo que tuvo que intervenir Magallanes, diciendo que no eran las armas del Rey de Portugal sino la suyas y que mientras él estuviera allí, ningún pabellón se izaría que no fuera el de su benefactor el Rey de España, de quién era vasallo; esto calmó un poco los ánimos y se continuó trabajando.

A tanto había llegado el desasosiego, que hizo acto de presencia el doctor Sancho de Matienzo, quién tuvo que intervenir pues el alcalde de la mar, prosiguió dando la orden de que se arrancaran, por lo que don Sancho para evitar males mayores le pidió a Magallanes que quitara sus banderas y viendo que cada vez se reunía más gente, optó por hacer caso y así se calmó la tormenta.

Pero entre tanto, al parecer un enviado del Rey de Portugal, aprovechó ese instante, para acercarse a Magallanes, diciéndole; que eso no le hubiera pasado en su tierra y que debería de regresar, pues allí se le quería mucho. (Qué casualidad que estuviera tan a mano ¿no?)

Aun continuó el problema, pues el alcalde mandó llamar al teniente de almirante, para que fuera consecuente con la causa que se defendía; por lo que llegado el teniente de almirante acompañado de varias personas más, las cuales querían aprehender a Magallanes, llegando incluso a amenazar de muerte al doctor Matienzo, quien reaccionó diciendo: «tal comportamiento con persona que goza del privilegio Real traería muy malas consecuencias.»

Habiendo aumentado considerablemente el gentío, Magallanes decidió irse y que lanzaran al agua los trabajadores la nao, pero esta actitud significaba que el vaso se podría perder, por alguna negligencia por no estar él presente, ello llevó de nuevo a intervenir al doctor Matienzo, para que no se ausentará pues podía muy bien pasar cualquier cosa, que echara por tierra todo el trabajo realizado hasta ese momento, consintiendo Magallanes estar presente, pero que se agilizara el trabajo y así se hizo.

La indignación de Magallanes se puso de manifiesto, pues escribió a don Carlos, para informarle de todo lo que se estaba tramando con la única intención de impedir el apresto de la expedición.

Mientras el doctor Matienzo hizo lo propio, para que Su Majestad no pudiera pensar que era una letanía de Magallanes, refrendando así los hechos y el peligro en que estuvieron sus vidas.

Al poco tiempo recibieron ambos un correo Real; don Carlos se lamentaba de lo sucedido y le daba las gracias al doctor Matienzo por tratar de evitar lo que parecía ya imposible de parar. Pero en el mismo correo, se adjuntaba otro para la Casa de la Contratación, en el que se reprendía enérgicamente al asistente de la ciudad y a la propia ciudad, por no haber intervenido en contra del alcalde del almirante, ordenando al mismo tiempo a los oficiales de la Casa de la Contratación, a que investigaran el asunto, informaran al Rey y que se decidiría el castigo a recibir por los insubordinados a su persona.

Pegado como una lapa seguía el embajador portugués a la Corte, ya que a principios del año de 1519, ésta salió de Zaragoza con dirección a Lérida, llegando a Barcelona el día 15 de febrero, y el personaje en cuestión no cejó en su empeño.

Pues era conocedor, que don Carlos se mantenía muy bien informado, tanto por los correos de Magallanes, como por los del obispo Fonseca de Burgos; pero S. M. consideró que ya era hora de dar comienzo en serio a la expedición, nombrando a las personas adecuadas para ir formándola.

El día 30 de marzo, escribió la primera de las órdenes, en la que se nombraba tesorero de ella a don Luis de Mendoza; veedor general y capitán de la tercera nao, a don Juan de Cartagena, ya que el mando de las dos primeras se reservaba para Magallanes y Falero, quienes ya estaban nombrados.

Aquí viene a colación el documento de esta orden, para ratificar algo que muchos historiadores olvidan y que queda reflejado plenamente en él.

Y no es otra cosa, que todo un Emperador del Sacro Imperio, Rey de España, Flandes, medía península itálica y casi toda la América conocida, siempre que su real mano firmaba un documento, con referencia ó como rey de Castilla, anteponía a su nombre y persona, el de su madre la reina doña Juana I, esa que todos la llaman «La Loca», ya que ella era en realidad la Reina de Castilla, proclamada por las cortes de este reino y como muestra de ello, ahora se transcribirán los dichos documentos, pues en todos está igual, pero no vamos a relacionarlos en su totalidad, pues haría innecesaria la confirmación mencionada y además a buen seguro que cansaría al posible lector.

«Extracto del nombramiento de tesorero de la armada a Luis de Mendoza. (Archivo de Indias en Sevilla, Registro de reales cédulas, legajo 2º)

Cédula de los señores Reyes doña Juana y dos Carlos, su hijo, nombrando tesorero de la armada del descubrimiento de la Especiería a Luis de Mendoza para que tomase y recibiese todo lo perteneciente a SS. AA., ya de rescates, ya de otras cosas, tanto en la mar como en la tierra, según la instrucción que se daba, firmada por el Rey y conforme a la capitulación y asiento hecho con Rui Falero y Fernando de Magallanes; mandando a estos mismos y a Juan de Cartagena, veedor general de la armada, y demás oficiales de ella, lo tengan por tal tesorero, y que no puedan rescatar cosa alguna de lo que fuere en ella sin que se halle presente con los mismos capitanes y el veedor general; señalándosele por este empleo 60.000 maravedís de salario anual durante el viaje.»

«Extracto del título de veedor general de la armada a Juan de Cartagena. (Archivo de Indias, de Sevilla, Registro de reales cédulas, legajo 2º)

Cédula expedida por los señores Reyes doña Juana y su hijo, nombrando veedor general de la armada al descubrimiento de la Especiería a Juan de Cartagena, y que use dicho oficio conforme a la instrucción que se le dio firmada por el Rey; debiendo presenciar los rescates y presas que por la mar como en tierra, todo conforme a la capitulación concluida con Fernando de Magallanes y Rui Falero, y que antes de partir la armada tome cuenta de todo lo que en ella fuere; señalándosele por vía de salario 70.000 maravedís desde el día que partiese la armada hasta su regreso a España.»

«Extracto del título de capitán de la tercera nao de la armada a Juan de Cartagena. (Archivo de Indias, de Sevilla, Registro de reales cédulas, legajo 2º)

Cédula de los señores Reyes doña Juana y su hijo, nombrando a Juan de Cartagena por capitán de la tercera nao de la armada de Fernando Magallanes y Rui Falero, con condición de que escogidos por ambos los navíos que habían de mandar, le diesen a él el tercero, llevando de salario anual el de 40.000 maravedís, que deberían correr hasta su vuelta a España de regreso del descubrimiento de la Especiería.»

Como se verá en las tres cédulas de nombramiento, que están firmadas el mismo día 30 de marzo del año de 1519, se antepone el nombre de la Reina doña Juana I, consideramos que no hace falta más, pues la lista sería interminable, y como dice el refrán: con un botón para muestra, basta.

Con fecha del día 5 de mayo, se recibió en la Casa de Contratación, otra cédula, que ordenaba lo siguiente:

«1º Que no fuesen en la armada más de 235 hombres conforme se asentó; antes, si ser pudiese y sin hacer falta, se disminuyese su número, pero siempre su recibo o admisión fuese con parecer o a juicio de Magallanes ‹por cuanto tiene de esto más experiencia› 2º Que él y Falero declarasen por escrito la derrota que se hubiera de llevar, y según ella y con su acuerdo se formase la instrucción con todos los regimientos de altura que dieren, mostrándola a los pilotos que han de ir y entregando a cada uno un traslado autorizado para su observancia. 3º Que la pólvora, municiones, armas y otras cosas que sobraren y no fueren necesarias las reciban y conserven para emplearlas cuando convenga, pagando a dichos capitanes lo que les hubieren costado, en la inteligencia que S. A. recibirá agradable servicio de que en todo sean asistidos a su satisfacción y de que mediante el trabajo y diligencia de los mismos oficiales saliese la armada para el tiempo que se mandaba o antes si ser pudiere.»

Todo esto como se podrá advertir, consta en un documento, que se encuentra en el ya mencionado Archivo de Indias, Registro de reales cédulas, legajo 2º. Pero que fue enviado por el Rey, para ya no dejar cabo suelto y confirmar a los oficiales de la Casa de Contratación, que su real decisión era inalterable y que se evitara a toda costa, malos entendidos que retrasasen la partida de la escuadra.

Sólo en el encabezamiento del mencionado documento, dice así: «El Rey. == Nuestros oficiales de la Casa de Contratación de las Indias que residís en la ciudad de Sevilla: Ya sabéis como conforme al asiento que mandé tomar con Fernando de Magallanes e Rui Falero, caballeros de la Orden de Santiago, nuestros capitanes de la armada que mandamos facer para descubrir, han de ir en la dicha armada…» (Queda bien claro, que el Rey no iba a consentir ningún retraso más, y si se producía, quedaban advertidos de cuáles eran sus reales deseos.)

Pero al mismo tiempo, volvió a dirigir una nueva cédula a la Casa de Contratación, pues al parecer aún seguía habiendo retrasos, arguyendo la falta de materiales y pertrechos, para completar el armamento de la escuadra, y en este documento deja ya zanjada la cuestión.

Pone en conocimiento de los oficiales de la Casa de Contratación, que por sus deseos se hará cargo de buscar los pertrechos pertinentes el Obispo de Burgos, agregando, que todos aquellos mercaderes que se avinieran a prestar su apoyo, primero serían pagados con los márgenes propios para sus beneficios, pero que además, y si se descubría en camino a la Especiería, tendrían el privilegio de ser los primeros en las tres siguientes expediciones, para así recompensarles de las posibles pérdidas del primer viaje.

Esta actitud del Rey y lo bien que se enfrentó al problema el obispo de Burgos, dio muy buenos resultados, pues sobre mediados del mes de abril, Fonseca comunicaba al Rey, que ya casi estaba todo en camino hacía Sevilla, dándose así por concluida la totalidad de las necesidades, demandadas por los capitanes Magallanes y Falero.

Al mismo tiempo don Carlos, manda, que a don Francisco Falero, hermano de Rui, se le asignara un sueldo de treinta y cinco mil maravedís, para que fuera el intermediario directo entre los capitanes de la armada y la Casa de Contratación y que se le abonara este dinero, mientras estuviera la expedición en la mar y hasta su regreso.

Proseguía, con la orden de que al piloto don Juan Rodríguez Mafra, que iría con Magallanes, se le aumentase el sueldo en seis mil maravedís, para quedar igualado al resto de los de su mando y saber.

Ofrecía a los pilotos y maestres, que si se comportaban como a lo que eran y cumplían sabiamente sus menesteres, a su vuelta y previo informe, para saber a quién se debía favorecer y a quién no, se les otorgarían mercedes y nombramientos en las Órdenes de Caballería.

No dejaba nada al azar, pues ordenaba, que los cincuenta mil maravedís que debía recibir el capitán Magallanes y mientras durase el viaje, se deberían entregar a su esposa doña Beatriz de Barbosa.

Todas estas cédulas y órdenes, fueron firmadas en la ciudad de Barcelona, pero hay una providencia especial para Magallanes y Falero, en la que se deja constancia de todos sus poderes a cerca del viaje y sus responsabilidades, así como todo lo que deben de tener en cuenta y como actuar, ante diferentes incidentes si estos se producían.

El documento es larguísimo, pues contiene solo 74 puntos, con un apéndice final, en el que queda reflejados todos y cada uno de los valores que cada responsable se podía traer, sin pago a la Real Hacienda y sin reparto para el Monarca.

Instrucción que dio el Rey a Magallanes y a Falero para el viaje al descubrimiento de las islas del Maluco (Archivo de Indias, Sevilla, papeles del maluco, legajo 1º de 1519 a 1547) Firmada por el Rey el día 8 de mayo del año de 1519.

«Yo Joan de Samano, escribano de SS. MM. y oficial de los libros y despachos de las Indias y tierra firme de SS. MM. doy fe: Que en los libros dichos está asentada una Instrucción firmada del Emperador y Rey nuestro señor, y señalada de algunos del su Consejo, su tenor de la cual es este que se sigue:

El Rey. == Lo que vos, Hernando de Magallanes e Rui Falero, caballeros de la Orden de Santiago, habéis de hacer en el cargo que ahora lleváis de nuestros capitanes generales de la armada que mandamos hacer en la ciudad de Sevilla para el descubrimiento que con la gracia de Dios e su ayuda habéis de hacer, e la manera que en el dicho viaje habéis de tener, es la siguiente:

1º La principal cosa que vos mandamos y encargamos es, que en ninguna manera no consintáis que se toque ni descubra tierra, ni otra ninguna cosa, dentro en los límites del serenísimo Rey de Portugal, mi muy caro e muy amado tío y hermano, ni en su perjuicio, porque mi voluntad es que lo capitulado e asentado entre la corona real de Castilla y la de Portugal se guarde y cumpla muy enteramente, así como está capitulado»

He trascrito solo el primer punto, porque de él ya se puede extraer la forma y lo minucioso que se le dictan las provisiones para cualquier evento susceptible que pudiera ocurrir; el resto es igual de explicito, concreto y exhaustivo.

Conforme iba avanzando el apresto, los agentes del rey de Portugal aumentaban su presión, llegando incluso a conocerse el nombre de uno de ellos, un tal Sebastián Álvarez, ya que se tiene conocimiento, de que escribió a su Rey con fecha del día 18 de julio del año de 1519, en el que comunica la llegada a Sevilla de Cristóbal de Haro, Juan de Cartagena, factor mayor y Juan Esteban, tesorero de la armada, por lo que nada escapaba a su conocimientos.

Así mismo indica, que los oficiales de la Casa de Contratación estaban en contra de Magallanes, llegando a levantar tan falsos testimonios que consiguió el enfrentamiento, entre los recién llegados y estos oficiales, para que a su vez se pusieran en contra de Magallanes y Falero.

Pero no se contentó con esto, pues visitó a Magallanes de nuevo en la posada donde habitaba, ofreciéndole de nuevo todos los parabienes de su Rey, al que estaba menospreciando y traicionando, pero que su amabilidad le perdonaba todo, con tal de que volviera a su país.

Incluso, manifestó que los españoles tenían órdenes de quitarle el mando de la escuadra, pero que solo lo harían cuando ya no pudiera volverse atrás, de lo que estaba enterado Falero, pero que por promesas nada había comentado con él, por miedo a no percibir lo prometido, y que todo lo había tramado el obispo de Burgos, que si bien por delante era su mejor amigo, estaba decidiendo su porvenir por detrás.

Como se puede observar, si importante era el armamento de la escuadra, no lo era menos la cantidad de veces, que los diferentes agentes portugueses intentaron estropear la buena marcha de la expedición y que mucho tuvieron que ver, en los sucesivos retrasos que se sufrieron, por la falta de algo y sobre todo al ver que ya nada podían interrumpir, recurrían a intentar el enfrentamiento entre los propios españoles y Magallanes y Falero.

Esto en parte tuvo su efecto, ya que Magallanes y Falero, se enfrentaron por el honor de portar el estandarte Real de Castilla, de resultas de estas nerviosas entrevistas, Falero cayó enfermo, así enterado el Rey le escribe un cédula a Magallanes desde Barcelona, fechada el día 26 de julio, en la que entre otras muchas cosas le comunica, que siendo sabedor del estado de salud de Falero, se quedase para no retrasar la partida de la escuadra y que viajaría en la escuadra que seguiría a la exploración, en cuanto se tuvieran noticias de ello.

Magallanes, contestó a don Carlos, que estaba de acuerdo, pero que en lugar de ir Ruy Falero, lo hiciera Juan de Cartagena «como su conjunta persona», cumpliendo así las reales provisiones con él firmadas en mejor servicio de Su Majestad; al mismo tiempo, que era conveniente, que Francisco Falero estuviera al mando de otra de las naos, con la intención de que Ruy, le confiase a su hermano el método de observar la longitud del Este-Oeste, con los cálculos y planos para ello que ya tenía diseñados Ruy, pues en ningún otro confiaría tan extraordinario trabajo, ya que sin ellos sería muy difícil conseguir encontrar el paso de los océanos.

Con respecto a lo que también dictaba el Monarca, que por los manejos de los portugueses, quedaba prohibido que estos formaran parte de la empresa, en buen resguardo de los malos vientos que podían suceder en el viaje, y que estos, con tal de malograr la empresa, se amotinaran ó perjudicaran los intereses de su Real Persona.

A lo que Magallanes le respondía, que como se había firmado, él era el responsable de; «…que la gente de mar que se tomase fuese a su contento, como persona que de ello tenía mucha experiencia», lo que también se extendió a venecianos, griegos, bretones, franceses, alemanes y genoveses, pues todos ellos formaban un buen cuerpo de marineros apropiados para el buen servicio de Su Majestad.

Y que la causa de todo esto no era otra, que los oficiales de la Casa de Contratación, no habían hecho pregonar la empresa como era su obligación, en lugares tan apropiados como Málaga, Cádiz y en el propio territorio de Sevilla, pero que si esto se hacía y se presentaban gentes capaces, él no tenía ningún inconveniente en cambiarlos por otros, ya que solo se había limitado a escoger lo mejor de los que se habían ido presentando.

Había otro problema relacionado con los criados que Magallanes había escogido, pues eran todos portugueses hijosdalgos y familiares, pero el Rey ordenaba que no fueran más de cinco por cada nao, a lo que le contestó, que si no había más remedio, él solo quería lo mejor para Su Majestad y que si su Real Persona consideraba que no era conveniente, limitaría el número al mencionado, para no estorbar más en la partida de la escuadra.

Pero los oficiales de la Casa de Contratación seguían haciendo de las suyas, por lo que llamaron a Magallanes y le dijeron que se habían recibido las órdenes del Rey (las arriba mencionadas) y que estaba todo dispuesto, así que ya quedaba en su mano el que bajasen las naos por el río, para llevarlas a un punto de la costa a esperar un buen viento y poder zarpar.

Ya que ellos habían ya cumplido con todo lo ordenado y que no sería culpa de ellos el retraso de la expedición, sino suyo, por no cumplir las órdenes de Su Majestad, ya que por diligencia se había concluido con todas las previsiones reales y las naos estaban listas.

Como se puede apreciar, hasta el último momento se veía clara la mano subrepticia del monarca portugués, pues ahora resultaba que por su “diligencia”, estaba todo concluido y que cualquier retraso sería solo de la responsabilidad de Magallanes.

A pesar de todo esto, aún se recibió una nueva Real cédula de S. M., en la que hacía unas mercedes, en las que se hacía referencia a que se le diese una pensión a doña Beatriz Barbosa esposa de Magallanes, a Francisco Falero, por dejar su casa y embarcarse, igualmente para su esposa y a Ruy, para que se encargase de ir armando una segunda expedición, para en cuanto se tuvieran noticias del descubrimiento de Magallanes, se pusiera al frente de ella y poder prestar el apoyo debido al descubridor.

Al mismo tiempo, que otorgaba otras mercedes, ya que se le daba la opción al veedor don Juan de Cartagena, de ser el primer alcaide de la primera fortaleza que se construyera en el paso descubierto, a los pilotos Esteban Gómez, Andrés de San Martín, Juan Rodríguez Mafra, Vasco Gallego y Juan López Carballo, se les concedía el privilegio, de no tener huéspedes en sus casas, aunque fuera la propia Corte la que los reclamara, así como algún privilegio más de pertenencia a Ordenes de Caballería, así como el adelanto del sueldo de un año, para que sus familias no estuvieran en la ruina y pudieran mantener el decoro, que les correspondía por su sacrificio y profesionalidad.

Pero en la misma cédula, por informes recibidos por don Carlos, prohibía la permanencia en la escuadra, a Martín Mezquina y Pedro de Abreu, por su grave comportamiento y ser díscolos, lo que podía perjudicar el buen fin de la expedición y a su real servicio y ya en el punto final, se aviene Su Majestad, a que Magallanes pueda embarcar como máximo a diez portugueses, pero en toda la armada.

Magallanes, buen marino y mejor previsor, en los últimos meses había estado trabajando en un código de señales y reglamento para los buques, que servían tanto de día como de noche, para asegurarse de que nada quedaba sin previsión, manteniéndose así el orden y la disciplina en toda ella. (No hay forma de averiguar cuáles eran, pues sería muy curioso saberlo y lo adelantado de su forma de pensar, unido a sus grandes conocimientos sobre el tema. Pero una vez más nos quedamos con la miel en la boca).

Al mismo tiempo, en la Real cédula, se emitía una orden que era esta:

«…para el asistente de Sevilla don Sancho Martínez de Leiva, para que entregase a Magallanes el estandarte Real en la Iglesia de Santa María de la Victoria, de Triana, recibiéndole bajo juramento y pleito de homenaje, según fuero y costumbre de Castilla, de que haría el viaje con toda fidelidad, como buen vasallo de S. M.; y que el mismo juramento y pleito homenaje hiciesen los capitanes y oficiales de la armada a Hernando de Magallanes, de que seguirían por su derrota y le obedecerían en todo; y formada la derrota que habían de seguir, se hizo con ella la instrucción, que los oficiales de la Casa de Contratación de Indias de Sevilla, entregaron firmada de sus nombres a los pilotos, encargando a los capitanes el no tocar en cosa de la demarcación del Rey de Portugal…»

Así ya todo completo, el día 19 de agosto del año de 1519, con todas las tripulaciones a bordo, ordenó Magallanes efectuar una salva, para anunciar a toda Sevilla, que la expedición zarpaba con rumbo a su descubrimiento.

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