Martinez de Leyva, Alonso Biografia

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Biografía de don Alonso Martínez de Leyva


retrato de don Alonso Martínez de Leyva, capitan de mar y guerra español del siglo XVI.
Alonso Martínez de Leyva.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.


Capitán de Mar y Guerra español del siglo XVI.
Capitán General de la caballería de Milán.

Orígenes

Era hijo de don Sancho quien había sido virrey de Nápoles; era Señor de la Casa de Leyva en La Rioja. Debió de venir al mundo por 1554, pues se le calculan treinta y cuatro, al hacerse cargo de su buque en la Jornada contra Inglaterra.

Hoja de Servicios

Siguió los pasos de su padre, participando aún siendo muy joven en la guerra contra los moriscos levantados en las Alpujarras.

Paso al Milanesado donde obtuvo unos grandes éxitos en sus combates, por su valor y forma de mando granjeándose el apoyo Real.

Nombrado Capitán General de la Caballería del Milanesado, volvió a demostrar su valor y pericia, por ello fue expresamente llamado por el Rey don Felipe II, para formar parte de la Gran Armada contra Inglaterra.

Fue nombrado por don Felipe II, el segundo jefe de la escuadra en caso de que algo le pasara al duque de Medina Sidonia, a su vez era uno de jefes más popular y apreciado, de la Gran Armada contra Inglaterra o Empresa de Inglaterra (como la denomina en sus documentos el rey Felipe II) de 1588, con el propósito de llevar a cabo la invasión de éste reino no católico.

En la escuadra que formó la expedición Leyva iba al mando de la nao Rata Encoronada, formando parte de la división de vanguardia, correspondiente a la escuadra de Levante, buques muy poco marineros para los mares del Norte, desplazaba 820 toneladas, armada con 25 cañones y cuatrocientos diecinueve hombres a su bordo, contando a los miembros de la dotación más infantes.

Siendo un hombre con gran carisma se le unieron varios nobles, pues se suponía que si algo pasaba sería el jefe de la Jornada, por ello pidieron acompañarle; Alonso Ladrón de Guevara, Rodrigo Manrique de Lara, Gaspar de Sandoval, Manuel Paleólogo, Luis Ponce de León, Ramón Ladrón de Mendoza, Tomás Granvela (sobrino del famoso cardenal del mismo apellido), Jerónimo Magno, Bartolomé López de Silva, Conde de Paredes y otros.

Lo que puso en aprieto a Leyva, pues como todos estos nobles estaban acompañados por soldados de su peculio más personal para su servicio, todos ellos sumaban algo más de doscientos siendo sobrecargada la nao, eso la hizo un poco ingobernable.

No tenía rango de almirante en la escuadra a la que pertenecía, pero su jefe don Martín de Bertendona no movía un buque sin consultar con él, pues sí pertenecía a la Mayoría (Estado Mayor) de ella y en varias ocasiones, se tuvo la sensación de ser Leyva el verdadero jefe dado que sus opiniones se convertían en órdenes para todos.

En la escuadra ocupaba el ala derecha, siendo la que más sufrió en el cruce del canal pues participó en todos los aconteceres, aunque fueron pocos los dado que los ingleses no se acercaban si el buque no quedaba aislado de la formación, a pesar de que su nao no era un buque puro de combate se batió como la mejor, todo por el influjo de quien estaba al mando.

Fue muy distinguido en los combates, en uno de ellos estuvo a punto de poder abordar a una de las capitanas inglesas, pero en el enfrentamiento fue herido en una pierna.

Pero los elementos siguieron castigando al buque, sobre todo al doblar el cabo de Duncansby y proseguir rumbo a Irlanda, llegando a comentar los pilotos, parecía milagroso que la nao pudiera todavía aguantar, logrando arribar a las costas de Irlanda el 10 de septiembre, desde donde pusieron rumbo a la bahía de Blacksod en el condado de Mayo.

Todo esto fue posible, porque en la nao viajaban varios irlandeses, de los católicos obligados a abandonar su país buscando refugio en España, entre ellos se encontraba Maurice Fitzgerald, uno de los alzados en Desmond en 1584 donde perdió la vida a su padre. Pero las heridas sufridas en los combates, más el mal estado de la mar fueron minado la salud del ilustre irlandés quien falleció el 14 de septiembre, pero Leyva se negó a lanzar su cuerpo al mar hasta no llegar a sus aguas natales, por los vientos contrarios y persistencia de los temporales, tardaron cuatro interminables días para estar a la vista de Donegal, fue cuando con todos los honores y el ceremonial católico se le arrojó a la mar.

Por ello se supone que la feliz arribada a esta difícil bahía por su enrevesado acceso, Blacksod, fue obra de alguno de los pilotos nativos que viajan en la nao y al ser de la tierra eran conocedores de las dificultades, pero a su vez serían unos buenos representantes para que los habitantes les pudieran prestar alguna ayuda.

Eran conocedores que en aquella misma bahía, se encontraba también la urca de la escuadra de Andalucía Duquesa Santa Ana, del porte de 23 cañones, con novecientas toneladas más trescientos cincuenta y siete hombres, quienes buscaban agua y alimentos como ellos, pero el lugar era posiblemente de los más desolados de Irlanda.

Leyva ordenó desembarcar al capitán Giovanni Avancini, junto a catorce hombres para comprobar si los habitantes les podían ayudar, pero fueron hechos prisioneros, por un cabecilla de un clan llamado Burke, siendo un personaje veleta, pues igual estaba a favor de los ingleses que les presentaba combate.

Les desarmaron y los desnudaron, dado que las ropas para ellos eran más valiosas que el dinero, pues con él no podían comprar ropas tan dignas, y después se los entregaron al jefe inglés de la zona un tal Bingham, éste era de los más temidos por todos los de sus cercanías, suponiéndose que los españoles murieron en las mazmorras de la cárcel de Galway ó fueron asesinados.

Don Alonso continuó esperando a la patrulla, pero ya al ir haciéndose de noche, decidió enviar a unos hombres quienes nadando consiguieron recuperar el bote, así estaban un poco a salvo de sufrir un ataque nocturno.

Al amanecer del 22 se comprobó que la nao ya no aguantaba más, estando en la preocupación que de un momento a otro se podía ir al fondo, oído esto, Leyva dio orden de recoger todas las pertenencias posibles y armas, para desembarcar a continuación, pero antes de abandonarla se le pegó fuego.

Este acto no paso desapercibido a los ingleses, pues como siempre pensaban que en cada buque español iban grandes cantidades de dinero y artillería, más buenos alimentos, por ello acudieron raudos a ver si podían rescatar algo, pero al llegar el buque estaba prácticamente hundido.

Leyva había ordenado no separarse y nada más desembarcar, buscaron un refugio, pues también era conocedor que la columna de humo llamaría a la rapiña rápidamente, como así fue.

Permanecieron en el mismo lugar hasta el 24, al no ser descubiertos pudieron descansar lo que no vino nada mal, al ver su mejor estado ganó confianza pues la totalidad de sus hombres aún era respetable, alcanzando las quinientas personas. Se pusieron en camino en búsqueda de la urca Duquesa Santa Ana, pues aún sabiendo estaba cerca de ellos lo intrincado del terreno no se le veía, para ello fueron recorriendo la costa hasta dar con ella y sus supervivientes.

En su camino se encontraron con el castillo de Doona, el cual estaba abandonado, pero a ellos les servía muy bien como zona fortificada para su protección y allí pasaron la noche.

Bingham era conocedor de la estancia de las tropas españolas, y quizás muy a gusto hubiera ido a combatirles, pero la falta de efectivos se lo impidió, contemplando a escondidas el paseo de los españoles, pero al realizar éste les permitió ir consiguiendo comida a cambio de dinero, armas y alguna que otra prenda.

Decidió Leyva ir al encuentro de los compañeros que también había naufragado, pudo contratar a un guía local quien los condujo por los senderos de las abruptas montañas que rodeaban la bahía durante cuarenta kilómetros, llevándolos a ellos al reunirse la fuerza bajo su mando amento a unos ochocientos hombres en total.

A su vez Bingham fue informado por uno de sus espías, llamado Comerford, que: «Seiscientos españoles que estaban en Bellynay han llegado al castillo de Torane, un lugar muy fuerte y se han unido a otros ochocientos procedentes de un barco anclado en la bahía de Elly» Como se ve las cifras las engrosan a su parecer, así la victoria final es más sabrosa.

Los datos son claros, la urca Duquesa Santa Ana, al mando del capitán don Pedro Mares, del porte de 900 toneladas y 23 cañones con una tripulación de trescientos cincuenta y siete hombres, y por las enfermedades, combate y temporales, no sobrepasaban de los trescientos. En la misma bahía de Elly Bay, Leyva distribuyó las fuerzas entres dos fuertes abandonados de las inmediaciones, mientras los dos capitanes quedaron de acuerdo para intentar reparar la urca, trabajo que inmediatamente se pusieron a realizar los carpinteros.

Decidiendo que si se lograba poner hábil para la navegación, tomarían el rumbo para volver a Escocia, pues seguía siendo libre y neutral, donde seguro sería bien recibidos.

Fue reparado el timón, se repararon algunas juntas y colocado un aparejo de fortuna, suficiente para retornar a España, por ello revisada la galeaza se hicieron a la mar, tuvieron que sortear los peligrosos pasos de Rossan Point y Foyle Lough, pero esa navegación a vela es muy dura y difícil, como lo vientos no dejaban de soplar por un fuerte golpe de mar les volvió a inutilizar el timón, provocando la pérdida de control ser arrastrados a la península de Lough Erris una zona rocosa donde fondearon, pero la fuerza del nuevo temporal zafó los cables de las anclas y la urca se deshizo contra las rocas, no teniendo más remedio que regresara tierra, pero esta sin buque posible para regresar.

Se sumó a la desgracia que, se partió el trinquete justo cuando desembarcaba Leyva, una gran astilla le golpeo en una pierna y se la partió, sus hombres le hicieron rápidamente una litera y lo desembarcaron, pero continuó dando las órdenes para que todos se pudieran poner a salvo, incluidos los heridos y algunos de los materiales, para mejor poder soportar la obligada estancia.

Al estar en tierra todos Leyva dispuso construir una pequeña fortificación, siendo reforzada por alguna de las piezas de artillería ligeras, así estaba todos algo más protegidos.

Pero los ingleses magnificaron el riesgo pues en la isla estaba el clan de los M’Sweeney, declarados enemigos de ellos, por ello se informó a «lord-deputy» Fitzwilliams, del riesgo de rebelión si los españoles se unían a ellos, pero Martínez de Recalde y Aramburu no estaban por la labor de comenzar una guerra, para la que no estaban autorizados por su Rey.

Si entablaron conversación y amistad, pues fueron atendidos los españoles y se les dio comida, pero aún fue a más, pues el jefe del clan informó a Leyva que en el puerto de Killyberg, al norte de la bahía de Donegal había otros tres buques españoles.

Pero agotados los españoles, permanecieron en aquel lugar durante nueve días, pues la mar iba arrojando sobre las playas partes del buque y enseres, los cuales no quisieron perder.

Al estar algo más fuertes y cargados con sus cosas, se pusieron en camino para alcanzar el puerto de Killyberg, el cual se concluyó sin sorpresas y Leyva trasladado sobre los hombros de sus hombres en la litera, pero al llegar vieron solo a uno, por haber sido tragados por la mar los otros dos.

Quedaba a flote la galeaza Girona una embarcación de setecientas toneladas, con 50 cañones y cuatrocientos veinte hombres a bordo de los que trescientos eran forzados, perteneciente a la escuadra de Nápoles, al mando del fallecido don Hugo de Moncada, quien se había batido muy heroicamente contra la escuadra inglesa. Ahora eran casi mil trescientos hombres, corría la primera semana de octubre y estaban al norte de la isla y país de Irlanda.

En esa parte de la isla el control pertenecía al clan de O’Donnell, estos al contrario que el anterior quien no había dicho nada al respecto, aquí por mediación de la cabeza del clan, siendo una mujer por nombre Ineen Dolh, sí intentó poner a los españoles a su servicio para combatir al enemigo común, pues su hijo se encontraba en poder de los ingleses en el castillo de Dublín y pretendía a toda costa rescatarlo.

Pero como queda dicho, ni Leyva ni ningún jefe español tenían órdenes al respecto, pero sí una muy clara, regresar a España lo antes posible, en esta disyuntiva decidió dar la orden tajante de reparar con prontitud la galeaza y hacerse a la mar lo antes posible, para evitar tener más enemigos.

Continuaron los arreglos en la Girona, se reparó el timón, frecuente avería en este tipo de naves, se recompuso el aparejo, se entablaron los agujeros de los proyectiles enemigos y se instalaron nuevas planchas en la cubierta, todo lo cual reforzó en parte al maltratado buque.

Pero el gran problema vino a continuación, pues eran como unos mil trescientos hombres a abordar, en él no había espacio para todos, por ello había que disminuir la fuerza a embarcara, los primeros en ofrecerse a quedarse en su tierra fueron los voluntarios irlandeses de los tres buques, después se decidió dejar con los O’Donnell a los heridos y los enfermos, pues seguro no aguantarían el viaje, pero al final aún quedaban demasiados, por ello se optó por hacerlo a sorteo, a los que les tocó quedarse lo aceptaron por el bien del resto, pero eran conocedores de no tener muchas posibilidades de sobrevivir en aquellas tierras, así que con dolor de unos y de otros, pero no había más solución y esas son las decisiones que pesan, pero hay que tomarlas.

Todo decidido el 26 de octubre zarpó la Girona de Killybergs, pero lo que todavía le quedaba por pasar al buque y tripulación no era poco, pues las tormentas continuaban, las aguas muy frías, el buque en no muy buenas condiciones, y por delante doscientas millas a recorrer, solo unos desesperados se hubieran atrevido a semejante aventura, pero los españoles no lo estaban, solo cumplían órdenes.

Solo unas horas después de la partida el timón volvió a dar muestras de no estar en condiciones, siendo avisado por los pilotos, pero ellos mismos le dieron como máximo una vida de tres o cuatro días, suficiente para arribar a Escocia.

El 27 uno de los pilotos informó a Leyva que con el «grato viento» que les empujaba, si cambiaba el rumbo se podría alcanzar España en siete días, lo cual le tentó y no poco de dar la orden, pero ser conocedor del estado de la galeaza no le permitiría aguantar tanto, prefirió ir a lo más seguro por ello se mantuvo el rumbo inicial.

El 28 el viento proveniente de N., comenzó a mover la mar transformándolo en temporal, con este repentino cambio lo casi imposible es que aguantara la galeaza, ocurriendo al poco tiempo, pues el timón se destrozo de un golpe de mar, dándose la orden de echar al mar los remos e intentar con ellos gobernar la nave, pero con las grandes olas era imposible mantener el rumbo, el destino quiso una vez más que con todos los elementos en contra, fuera arrastrada hasta encallar contra los arrecifes de Lacada Point, era una noche cerrada y estaban sobre las costas de Giant’s Gauseway.

Por ello el desastre fue casi total, dado que solo se salvaron nueve de los mil cien hombres de a bordo.

Perecieron más de setenta nobles, entre ellos y familiares, pues de los mencionados al principio fallecieron todos, pero posteriormente se sumaron, Fabricio Spínola, capitán de la Girona; Francisco Vidal, capitán de La Rata Encoronada; Pedro Mares, capitán de La Duquesa Santa Ana; Diego Martín de Leiva, hermano de don Alonso, más otros muchos, cuya relación sería casi exhaustiva.

La suerte de los nueve salvados fue mejorada por suceder el hundimiento en el territorio del clan de los McDonell, al igual que había ya realizado con otros españoles, consiguieron devolverlos a España.

El propio Rey estaba en constante preocupación por la suerte de su preferido capitán, don Alonso Martínez de Leyva, pues las noticias que iban llegando no dejaban dudas del trágico fin de su admirado capitán y amigo.

Efectivamente fue así, pues le fue notificado el triste fin, al recibir un documento firmado por el padre Juan de Victoria de la Orden de Predicadores diciendo:

«Dio don Alonso Martínez de Leyva al través en la costa de Irlanda en unos berrocales con su bajel en medio de una borrasca. En esta desventura don Alonso pereció con otros muchos caballeros, mayorazgos, capitanes, soldados viejos, y gente lúcida, como lo afirma unos pocos que se salvaron y han arribado a La Coruña al fin del año de 1588. Hace gran sentimiento al Reino la pérdida de tanta gente lúcida que hace terrible falta para las guerras que hay; que hay pocos tales. Era casado don Alonso con la hija del conde de La Coruña, de quien tiene hijos.»

Si dura fue la situación de muchos en aquella Jornada, no nos cabe la menor duda que lo sucedido a Leyva, fue de las más trágicas de toda la empresa, sino la más de ellas.

Haciéndose notar la perseverancia y el gran valor de tan insigne capitán, quien como otros muchos es un gran desconocido para nuestra Historia, pero demostró que el aprecio Real no era un capricho del Monarca, sino una serie continuada de éxitos que fueron truncados por los «elementos», se piense lo que se piense.

Su fama no pasó desapercibida para los mismos ingleses, pues uno de ellos Michael Lewis uno de los que más ha profundizado en esta jornada y publicado su «Spanish Armada», no deja de señalar que era la estampa de un caballero español, terminando por definirlo así: «Era joven, gallardo y desde luego, valiente. Pertenecía a la exclusiva hermandad del inglés Sydney y del francés Bayardo “Chevalier sans peur et sans tache”; era el ídolo de su patria y de su corte: un hombre de talento y de iniciativa.»

(No sabemos si creernos tanto elogio, pero como murió sin vencer en esta ocasión, ya estamos acostumbrados a la alabanza de nuestros “amigos”, pero solo cuando les sale bien.)

Mientras que James Machary, uno de los irlandeses que se quedó en su tierra, causa por la que se salvó y pudo escribirlo, nos lo describe así: «De elevada estatura, fina figura, blanca piel, cabello canosos, hablar bueno y liberal, conducta impecable y admirado no sólo por sus hombres, sino por todos los que le conocían.»

El duque de Medina Sidonia escribió a don Felipe II a su regreso dando un informe de todo lo ocurrido y con referencia a las buques de la escuadra de Levante una vez leído el mismo Rey dijo: «Bien veo que, como decís, las naves levantiscas son menos sueltas y más tormentosas para estos mares que las que se hacen por acá.»

Por ello falleció el 28 de octubre del año de Señor de 1588.

Para intentar destruir el mito de la gran derrota española por la armada inglesa, aportamos datos recientes que aclaran mucho la verdadera situación de las pérdidas: La escuadra que zarpó de Lisboa estaba compuesta por ciento veintisiete buques, al arribar a Ferrol y zarpar de nuevo quedaron en él las cuatro galeras y una nao de la escuadra de Vizcaya; por accidentes entre los mismo buques se perdieron tres; perdidos en combate, cuatro; por temporales, veintiocho, regresando a la Península en diferentes puertos noventa y dos, bien es cierto que los perdidos eran de los más grandes, significando el 39'20 % del tonelaje, regresando el restante 60'80 % a España. (No sabemos dónde está la tan cacareada victoria o derrota, si la comparamos con la visita de Vernon a Cartagena de Indias en 1741, habría para un libro y no pequeño.)

Para lo que otros nos cuentan hay una gran diferencia, pues realmente en combate solo se perdieron cuatro. Añadiendo que desde el principio fue una empresa casi imposible de salir bien, sobre todo que los Tercios de Alejandro Farnesio pudieran cruzar el canal, pues sus buques planos tenían que ser remolcados, impidiendo lanzar cabos a ellos desde los grandes galeones y buques, por no tener acceso dada la falta de profundidad o demasiado calado de los buques de guerra, por esta razón Farnesio nunca movió un dedo para conseguir el salto a la isla, puesto no quiso en ningún momento arriesgar el gran valor de esos Tercios. A ello se sumaba el problema de las comunicaciones pues siempre llegaban con días de retraso, convirtiendo casi en un milagro el intento de asaltar la isla. Fue sencillamente una gran demostración de poder que en definitiva no sirvió para nada. Pero tampoco la gran derrota que nos quieren hacer ver.

Bibliografía:

Casado Soto, José Luis: Barcos españoles del siglo XVI y la Gran Armada de 1588. Editorial San Martín, 1988. Premio Virgen del Carmen 1988.

Enciclopedia General del Mar. Garriga, 1957. Sin iníciales del compilador.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895-1903.

González-Arnao Conde-Luque, Mariano: Los náufragos de la Armada Invencible. Anjana Ediciones, S.A. 1988.

VV. AA.: La Armada Invencible. Círculo de Amigos de la Historia. Madrid, 1976.

VV. AA.: La Batalla del mar Océano. Ediciones Turner, 1988-1993, 5 tomos.

VV. AA.: La verdadera Historia de la Invencible. Extra de Historia 16. Agosto, 1988.

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