Mendez Nunez, Casto1

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 Foto goleta Covadonga.
Goleta Covadonga.
Colección de don José Lledó Calabuig.

La Esmeralda, era una corbeta de hélice de batería corrida; según las declaraciones que obran en el proceso, su artillado estaba compuesto por 18 cañones de á 32 y dos más de bronce, de cuyo calibres nada se dice; la dotación entre trescientos a trescientos cincuenta y su velocidad máxima, entre siete y ocho nudos por hora, estando al mando el capitán de navío don Juan Williams Rebolledo.

El día veintiséis de noviembre del año de 1865, comenzó el combate al avistar la Esmeralda a la Covadonga, poniendo rumbo de caza, por su mayor velocidad se le fue acercando, los españoles vieron que enarbolaba la bandera del Reino Unido, y con los tapabocas de los cañones colocados, pero aún y así el comandante don Luis Fery intuyó la trampa, por lo que se dispuso dando las órdenes oportunas a entablar combate, la chilena sobrepasó a la española y se alejo unos cabos de distancia invirtió el rumbo dirigiéndose de vuelta encontrada, al llegar al costado de la goleta, le disparo una andanada por estribor dirigida a la popa, entonces cambió su bandera, colocando en su lugar la de la estrella solitaria, Fery intentó enredar la hélice de su enemigo lanzando previamente un cabo, pero no tuvo esa suerte, la española sólo pudo efectuar tres disparos, en los momentos en que el buque enemigo entraba en su sector de tiro, el combate duro cincuenta y cinco minutos, la española arboló bandera blanca, previamente Fery había dado la orden de abrir las válvulas de inundación de la goleta, pero como el primer maquinista era británico, obedeció pero no en su totalidad (era una costumbre de la época, el llevar a maquinistas de esa nacionalidad, aunque éste hecho provoco la inmediata orden en la Armada española, para que fueran relevados de sus funciones inmediatamente, orden que muy pronto siguieron otros países).

Pues sólo abrió los grifos a medias, lo que unido al rápido asalto de los chilenos y su más rápida intervención, aunque con mucha agua ya en las calderas, pero los grifos del condensador aún no estaban abiertos, se estaba trabajando en el otro grifo de seguridad, que no llegó a abrirse, lo que les permitió ir cerrándolos; a pesar de ello estuvieron dos días intentando controlar el agua, que amenazaba con hundir el buque, los españoles fueron hechos prisioneros y llevados a Santiago de Chile, mientras la goleta pasó a formar parte de la escuadra chilena conservando su nombre.

Al general Pareja, le comunicó el desenlace el cónsul de los Estados Unidos el día veintiocho de noviembre, al recibir la noticia el general no se inmutó ante el diplomático sajón, le despidió con afabilidad; se pregunta si se habrá perdido también la Vencedora; se retira a su cámara. Come. Se fuma un cigarro. Vuelve a su alojamiento. Suena un disparo de revólver, se turba la tranquilidad de la cubierta. Nadie pudo suponer nada dado su cerebral mutismo de la decisión tomada. El general se ha suicidado. En un mueble de su camareta, una nota de una definitoria parquedad dirigida a su secretario:

«Perico: te estoy agradecido, abraza en mi nombre a toda la familia cuando la veas. No me entierren en aguas chilenas. Que se porten todos con honor.»

Como es lógico se respetó su malograda insignia y en la fragata Villa de Madrid, el buque más marinero de todos, aquel del cual su comandante Alvargonzález decía, que para ser perfecta le sobraba la máquina, el general Pareja realizó su última travesía. Dos millas mar a dentro de las aguas territoriales de Chile se procedió a dar sepultura a su cuerpo en la mar, envuelto en marineras velas y con férreas balas de cañón como lastre a sus pies.

En el pensamiento de muchos, tanto de entonces como de ahora, se piensa que llevó demasiado lejos su pundonor y sentido del honor.

Don Casto estaba en El Callao, pero vio salir el día tres de diciembre a los buques Apurimac y Amazonas, lo que le indujo a pensar que Perú se había unido a Chile contra España, por ello y estando las fragatas casi solas, tomó la decisión de tomar a remolque al Marqués de la Victoria (por el mal estado de su máquina) pero muy importante ya que era el único que aún llevaba carbón para la escuadra, así la Numancia hizo de remolcador del transporte llegando a Caldera el día doce de diciembre, donde se encontraban las fragatas Villa de Madrid y Berenguela, siéndole notificado el fallecimiento de Pareja, por el capitán de navío más antiguo don Manuel de la Pezuela y Lobo que interinamente había tomado el mando de la escuadra, y comandante de la Berenguela, don Casto pasó su insignia a la Villa de Madrid, dejando al mando de la Numancia al capitán de fragata don Juan Bautista Antequera.

Méndez Núñez, fue capitán de navío a los treinta y siete años de ellos veintitrés de servicio, se le entregó el mando de la Numancia y nadie dijo nada, por su viaje al Pacífico se le asciende a brigadier, donde tampoco era el más antiguo, pero tomó el mando de la escuadra española, donde había esforzados capitanes, pero ninguno de ellos con ser de los mejores, se opuso a su nombramiento y menos aun en su contra, lo que nos dice que en el fondo todos ellos, lo consideraban el más capaz en estos momentos.

Pero supo ganarse a sus comandantes, pues nada más se hizo cargo de la Escuadra, izó la señal de «llamada» a Consejo de Oficiales, para hacernos una idea de quienes eran, Pezuela comandante de la Berenguela era capitán de navío más antiguo que don Casto, pues llevaba ya treinta y un años de servicio, Alvargonzález de igual grado y comandante de la Villa de Madrid, llevaba veintinueve años, Antequera, comandante de la Numancia, a pesar de ser capitán de fragata, llevaba veintiséis años en la Armada, no llegando a los dos años más que don Casto, a quienes dejó atrás al ser ascendido a brigadier y el mismo Mayor General de la escuadra, el capitán de navío don Miguel Lobo y Malagamba, era el único más joven, pero llevaba casi veintinueve años en la Corporación, por lo que en realidad eran todos casi de los mismos años, solo que don Casto por sus méritos los fue pasando a todos. Con este acto de consulta se los ganó, aunque en el fondo se hizo lo que don Casto tenía previsto.

Prado, triunfalmente instalado en el sillón presidencial de la república del Perú, la Covadonga apresada en Chile, un bloqueo costoso y además no muy eficaz, el suicidio del general, la flota desperdigada y falta de recursos, tal era la herencia que don Casto Méndez Núñez recoge con su nuevo cargo de comandante general de la Escuadra de Su Majestad Católica en el Pacífico. Como se temía don Casto llegaron a un acuerdo las repúblicas de Perú y Chile, firmando una alianza para declarar la guerra a España.

Foto fragata de 1ª clase Villa de Madrid.
Fragata de 1.ª clase Villa de Madrid.
Colección de don José Lledó Calabuig.

Mientras llegaban a este acuerdo guiado por su instinto al terminar el Consejo de Oficiales, zarpó el mismo día con la Villa de Madrid con rumbo a Coquimbo donde se unió a la Blanca, las dos en conserva se hicieron a la mar el día dieciocho arribando a Valparaíso al día siguiente, donde se unieron a éstas, la Resolución y la corbeta Vencedora, de esta forma quedó reunida la escuadra, que era así muy superior a la de los dos países aliados, sólo que ya no contaba con el posible aviso de donde se encontraban, lo que obligaba a navegar constantemente, pero para ahorrar combustible se hacía a vela.

Unos días más tarde decidió solo bloquear Caldera y Valparaíso, mantenido de nuevo la escuadra dividida en dos. Todos sabían la mala situación de la escuadra incluidos los enemigos, por lo que pensaban que si aguantaban un tiempo, las presiones de otros países y la falta de casi todo a la escuadra española le obligaría a abandonar sus aguas. Pero no era solo este el problema, ya que lo peor sucedía en España, pues la prensa siempre al día en este tipo de sucesos, cometió varias indiscreciones que empeoraban la situación de la escuadra, de hecho le llegaron a don Casto, por lo que escribió al Gobierno la siguiente nota:

«El Gobierno de Chile conoce la escasez de nuestros recursos y no cederá en nada a nuestras exigencias, teniendo parte no pequeña en ello el convencimiento en que está de que la Hacienda de España se halla en tal estado que no le permite sostener una campaña tan costosa como sería preciso, convencimiento que viene a fortalecer la Prensa española de todos, absolutamente de todos los partidos. Cuando hace la oposición, se ocupa de este asunto de una manera que coloca a nuestro crédito por los suelos, y en términos que no pueden dejar lugar a duda.»

Poco antes de terminar el año de 1865, vuelve a enviar casi un telegrama al Gobierno, dando su parecer para actuar y no alargar innecesariamente la campaña:

«Perú y las demás Repúblicas americanas del Pacífico nos declararán la guerra de un momento a otro; Chile, sintiéndose asistido, no dará explicaciones, seguro de que la presión e injerencia de otros países nos obligarán a alejarnos de aquí; el bloqueo de su costa es pura ficción, porque la Escuadra no puede mantenerlo; lo interesante para nosotros es salvar el honor de la bandera; se impone, por consiguiente, que destruyamos las fuerzas navales de Chile, primer objetivo de toda guerra naval, y que causemos al país el daño que podamos, en concepto de represalia.»

Poco después le llegan las instrucciones del Gobierno, de las que extraemos: «…continuar con su Escuadra en el Pacífico hasta alcanzar la paz, bien por medio de las armas, o por avenencia del Gobierno de Chile a otorgar las demandadas satisfacciones.»

Al recibir estas instrucciones, don Casto ordena levantar el bloqueo de Caldera y que se reúna toda la escuadra en Valparaíso, pero al abandonar el bloqueo anterior, en él se encontraban varias presas realizadas a los enemigos, pero ni tenía dotaciones para marinarlas, ni podía llevarlas a remolque de los buques de guerra, tampoco era posible su venta por estar toda la costa prácticamente en guerra con España, lo que le llevó a decidir pegarles fuego (práctica por otra parte normal en estas ocasiones en todas las guerras y en todos los países) al llegar a conocimiento del Ministro de Marina el señor marqués de Sierra Bullones, se permitió el lujo no solo de quejarse por ese acto, sino que lo consumo con una «Amonestación oficial a don Casto» ¿Quién era el ministro para saber la verdadera situación de la escuadra a diez mil millas de Madrid y sancionar a don Casto, sin pleno conocimiento de causa, en manos de quién estaba la Escuadra? ¿En qué cabeza cabe, que don Casto lo hiciera por gusto, cuando era el más necesitado de todo tipo de apoyos que no se le enviaban?

Con el comienzo del año de 1866 se llevó una alegría, pues arribó procedente de Montevideo la fragata Guardián, con víveres y carbón que le estaba ya haciendo mucha falta, unos días después le llegó una nota del cónsul francés en Panamá, en la que le daba la noticia del envío de varios buques cargados con alimentos y más carbón. Por contra, también se le notificó justo el mismo día, trece de enero, la ratificación de la alianza de Chile y Perú, pero se añadió al día siguiente, la declaración de guerra a España de las Repúblicas de Bolivia y Ecuador, de forma que la escuadra quedó aislada por completo a lo largo de toda la costa del Pacífico, y lo peor, no poder cruzar a Argentina, Uruguay o Paraguay para mejorar la comunicaciones con España.

Se abastecieron los buques con lo recién llegado y muy esperado, dando comienzo a las operaciones ya previstas, la primera intervención militar, fue buscar donde podían haber dejado a la presa española, la goleta Covadonga, en primer lugar por una información navegaron a la isla de Juan Fernández, pero no se halló, por otra información, se registró el Puerto Inglés, se encuentra a un vapor sin documentación y desde tierra se hostiga con fuego de fusilería al bote, que a pesar de ello registra al vapor, éste pertenecía a la fragata Berenguela, al ver su comandante que se le hace fuego responde, al comprobar que el bote se había alejado, primero hunde al vapor, después eleva su artillería comenzando a batir las alturas desde donde se continuaba haciendo fuego al bote, poniéndolos en franca huida, cesando su acción al dejar de disparar los atrincherados en los montes.

A su vez se unen las escuadras de Chile y Perú, quedando compuesta por las fragatas, Amazonas, de 40 cañones y Apurimac, de 40; corbetas, América, 16, Unión, 16, Esmeralda, 22 y Maipú, 3, más la goleta apresada Covandonga, 3, a la cual no le cambiaron el nombre, pero si aumentaron con un cañón su poder ofensivo, junto con el vapor peruano Lersundi, con 2 cañones.

Reunida la Junta de Oficiales, se resuelve emprender la búsqueda de la flota combinada chileno-peruana, que se supone está estacionada en el laberinto de Chiloé.

Constituyen la más meridional de las provincias en que está dividida la República de Chile, una pequeña parte del continente, el archipiélago de Chiloé, entre los 41º y 44º de latitud Sur y el de Chonos, situado entre el anterior y la península de tres Montes, perteneciente a la Patagonia, está compuesto por más de sesenta islas, de las que no todas están habitadas y de multitud de islotes de reducida extensión, rodeadas a su vez por muchos bajíos que no figuraban en la carta de navegación británica de la que disponían.

Para esta misión son escogidas solo las fragatas Villa de Madrid y Blanca, primero reconocen de nuevo la isla de Juan Fernández, al no encontrar rastro de la escuadra enemiga, prosiguen hasta el archipiélago de Chiloé, llegando el día cuatro de febrero del año de 1866, fondean en Puerto Oscuro el día seis, al siguiente día la Blanca descubre a la fragata peruana Amazonas varada y totalmente pérdida; lo que puede dar una idea de las dificultades con las que se encontraban los buques españoles, pues si los propios habían perdido uno de sus mejores buques, en aquel laberinto de escollos e islas, que no les podía pasar a ellos que ni si quiera llevaban un práctico de la zona; se les acerca un bote con naturales de la región quienes informan de la situación y fuerza de la escuadra aliada; esto ocurre por que los indígenas de esas islas aún reconocían al Rey de España y ellos como sus súbditos, a tanto llego el aprecio demostrado, que se les entregaron unos retratos de la reina Isabel II, haciéndoles ver que no había Rey sino Reina en España en esos momentos.

Estudiado el estero se decide por desconocimiento de los fondos e inexistencia de cartas de navegación fiable, efectuar pasadas en línea de fila, sondando y disparando progresivamente en andanadas cortas contra la escuadra enemiga.

Ésta, avisada también de la presencia de parte de la escuadra española, forma su defensa en arco en un fondeadero natural y cubre los bordes del mismo desde las alturas en tierra, con los cañones rescatados de la varada Amazonas. El intercambio artillero, a unos mil quinientos metros de distancia, no tiene consecuencias especiales, salvo pequeñas averías que son subsanadas con presteza.

Sobre las 17:30 horas, el comandante de la Villa de Madrid, puso término al combate, porque apenas quedaba luz suficiente para salir de aquel dédalo de arrecifes, donde no era posible pasar la noche sin arriesgar la pérdida de las fragatas.

La Blanca se había atracado un momento a la costa de Abtao para taponar un balazo a flor de agua, que había recibido en la aleta de estribor, estando en este trabajo, apareció la Covadonga, que había navegado rumbo al Sur del estero, descargó sus cañones contra ella por encima de la isla, que en aquella parte era muy baja, la Blanca le respondió con toda su batería y la goleta averiada se dirigió apresuradamente a su fondeadero, consiguieron salir de aquel laberinto con las debidas precauciones, cruzando entre los arrecifes de Carva y Lami.

Ya en mar abierto se aguantaron toda la noche con poca máquina, esperando al enemigo y disparando de vez en cuando algunos cañonazos para que salieran, pero no lo hicieron, de nada servía invitarlos al combate.

A la mañana siguiente volvieron a presentarse a su vista, pero los enemigos sabiéndose a salvo en aquella situación inexpugnable, hicieron caso omiso de las pretensiones de llamada al combate por parte de los españoles, éstos viendo la inutilidad de lo acontecido el día anterior, tampoco volvieron a realizar ninguna acometida, por lo que decidieron abandonar el archipiélago saliendo por el Sur de Chiloé, fondeando en el puerto de Valparaíso el día catorce.

El resultado de éste combate fue que la Villa de Madrid recibió siete balazos en el casco y cuatro en la arboladura, ninguno de importancia, no tuvo más que cuatro heridos, entre ellos el guardiamarina don Enrique Godines y tres contusos; por su parte la Blanca recibió ocho balazos en el casco y otros tantos en la arboladura y jarcia, pero con sólo dos hombres heridos.

El mayor efectos de los disparos de los buques enemigos, fueron de las corbetas América y Unión, que iban artilladas con cañones rayados de dieciséis centímetros de calibre, siendo iguales a los que montaba la Villa de Madrid en la batería del alcázar, por lo que quedó demostrado la superioridad de la artillería rayada para el combate a distancia.

En cuanto a los enemigos, de momento no se supo nada del resultado, pero poco después, porque no lo pudieron ocultar llegó la noticia de que la Ampurimac, había sufrido bastante daño en sus máquinas, y la América, salió con averías de mucha consideración, al punto de dudarse si quedaría útil, habiendo sufrido algunos muertos y mayor número de heridos; al mando de la escuadra combinada estaba el capitán de navío peruano señor Villar, comandante de la Ampurimac, por la ausencia del jefe de la división, que era el comandante de la Esmeralda, señor Williams Rebolledo.

En el parte que le pasó Villar a Rebolledo de lo sucedido en el combate, le decía con tono de cuya intención no se le ocultó a nadie «que esperaba tener el honor de combatir a sus ordenes, si se presentaba un nuevo encuentro con el enemigo». Esto que a simple vista parece una cortesía, era casi un desafío, pues informado Rebolledo que con su buque estaba en San Carlos, sólo envió una lancha con un oficial para dar ánimos porque «él estaba muy ocupado con la contabilidad». Lo que produjo un menoscabo en la reputación de los chilenos y originó graves disensiones entre las dos marinas.

Al arribar a Valparaíso las dos fragatas españolas, sus comandantes informaron a don Casto de la imposibilidad física de forzar la entrada de la rada, en la que está escondida la flota combinada. Éste resuelve hacer un nuevo intento, en contra de la opinión de sus comandantes, pues piensa realizar el ataque arriesgando a la fragata Numancia, acompañada por la Blanca, todo por su constante forma de entender el honor de España, siendo más importante que disponer de buques sin utilizarlos debidamente.

Al mismo tiempo que se alistan los buques, don Casto escribe al Gobierno en estos términos: «Reconozco las dificultades de la empresa y sus peligros, que es muy probable que no encontremos al enemigo, o que éste se haya situado en punto donde no lleguen los fuegos de las fragatas, pero creo de mi deber poner todos los medios para destruirlos. Si al intentarlo perdiese un buque, aunque éste fuese la Numancia, juzgo que esta consideración no debe hacerme vacilar cuando se trata de la honra de nuestro país y su Marina».

Foto fragata acorazada Numancia.
Fragata acorazada Numancia.
Colección de don José Lledó Calabuig.

Después de reparar bien las averías sufridas, la Blanca y la Numancia se hacen a la mar a las órdenes directas de don Casto, abandonando el fondeadero el día diecisiete de febrero, yendo la Blanca de guía, se efectúa un completo registro de Chiloé; Hecho honroso escasamente conocido es el que a continuación se referiré. «Méndez Núñez se determina a librar combate con la huidiza flota combinada chileno-peruana y acude en su busca con la Numancia y la Blanca. La primera la acorazada, estaba provista de una torre acorazada para uso del comandante durante el combate. Méndez Núñez manifestó al comandante Antequera que él afrontaría la presumible acción desde el puente. Esta resolución sería más que suficiente para honrar la memoria de un marino que, poco después, en razón al (ordenado por el Gobierno) bombardeo de Valparaíso, sería ignorante e ignominiosamente acusado de cobarde y salvaje.»

Unos días después vuelve a escribir al Gobierno: «Si así fuese (poder entablar combate), nuestra retirada de estas aguas sería honrosa, pues cualquiera que fuese el resultado, se vería buscábamos al enemigo; pero si aquel carbón no llega y no tengo que dar a la Numancia del que hoy tienen las fragatas, ya no veo Excelentísimo Señor, qué operación pueda emprenderse, pues el bombardeo de Valparaíso sería un acto que reprobarían todas las naciones, y ocasionaría a España compromisos de tal magnitud, que dudo pudiese resolverse a ello sin una orden expresa de V. E.»

El resto de la escuadra se quedó bloqueando el puerto de Valparaíso al mando de don Manuel de la Pezuela y Lobo.

Los dos buques recorren incansablemente todos los canalizos y hallan a los aliados en Huito protegidos, pues solo tenía un canal de acceso que además había sido obstruido, al serle imposible forzar la entrada, don Casto resuelve no arriesgar en balde a sus buques y regresar a Valparaíso, en este viaje cerca de Lota se avista a un vapor de ruedas y la Blanca, pone rumbo de caza comenzando su persecución, el vapor iza la bandera británica y huye a su máxima velocidad, pero la fragata efectúa varios disparos de aviso, al ver que le caen muy cerca decide parar máquinas y permite ser abordada por una dotación de presa, siendo incorporado a la escuadrilla española, al igual que posteriormente se apresa al Paquete del Maule, que transportaba a ciento veintiséis soldados y seis oficiales, que en un principio se hicieron pasar por súbditos británicos, pero un oficial español de pronto les grita «¡De dos en fondo y alineación por la derecha!», orden que los simpáticos supuestos civiles cumplen con total rigurosidad, quedando al descubierto su pertenencia militar y que entendían el español, siendo una más de las muchas ironías de esta guerra.

Al llegar al puerto de Valparaíso, se encuentra con que está fondeada una división naval norteamericana y otra británica, la primera al mando del comodoro Rodgers, compuesta por cuatro vapores y un monitor de dos torres y la otra al mando de lord Denman, con dos fragatas acorazadas y un vapor.

Le llega una carta del ministro de Estado señor Bermúdez de Castro, en la que entre otras cosas le dice: «…Confiando a Dios, a la virtud de nuestro derecho y al honor y bravura de nuestras Armada el triunfo de nuestra causa, en la firme inteligencia de que más vale sucumbir con gloria en mares enemigos que volver a España sin honra ni vergüenza» Documento que llegó muy tarde, pues está fechado en Madrid el día veintiséis de enero.

Pero don Casto le contesta inmediatamente, estando su carta fechada el día veinticuatro de marzo de 1866, en la que le dice: «Si desgraciadamente no consiguiese una paz honrosa para España, cumpliré las órdenes de V. E., destruyendo la ciudad de Valparaíso, aunque sea necesario para ello combatir antes con las escuadras inglesa y americana, aquí reunidas, y la de Su Majestad se hundirá en estas aguas antes que volver a España deshonrada, cumpliendo así lo que Su Majestad, su Gobierno y el país desean; esto es; Primero honra sin barcos, que Marina sin honra».

Tanto lord Denman como el comodoro Rodgers, hablan con don Casto ofreciéndose como mediadores, invitando al español a que haga un último intento, así que se puso a escribir:

«1.ª Declaración de Chile de que no pretendió ofendernos, de que respeta nuestra dignidad y desea mantener con nosotros relaciones cordiales, devolviéndonos, en prueba de buena fe, la goleta Covadonga, apresada, con su bandera, cañones y tripulación, presa igualmente.
2.ª España declarará que no aspira a conquistas, que reconoce la independencia y autonomía de Chile, y devolverá, como demostración, los buques apresados por su escuadra.
3.ª Hechas ambas declaraciones, cambiarán los dos países un saludo de 21 cañonazos, que iniciaran Chile, y devolverá, tiro por tiro, uno de los buques de la escuadra.
Si no se recibe del Gobierno chileno la nota a que se refiere la primera condición antes de las ocho de la mañana del día 27 del actual (marzo de 1866) daré un manifiesto al Cuerpo diplomático, en que señalaré un plazo fatal para el bombardeo de Valparaíso.»

Lo que casi nadie cuenta, es que por estos días recibió una carta de su madre, en la que entre otras cosas le dice: «Cumple con tu deber, ya sabes que antes quiero verte muerto que cobarde, y tu madre quedará en este mundo para pedir a Dios por ti.»

Ya durante la guerra de la Independencia se hizo famoso un casi cantar, que dice:

:«La madre mata a su amor,
y cuando calmado está,
grita al hijo que se va:
¡Pues que la Patria lo quiere,
lánzate al combate y muere,
tu madre te vengará…!»

En un claro ejemplo de superioridad, Rodgers visita a Méndez Núñez y le dice terminantemente que: «Él no puede permanecer impasible ante la destrucción de una ciudad indefensa, llena de extranjeros.» considerando que lord Denman será de su misma opinión. La digna y fulminante contestación al comodoro americano por parte del comandante general español, fue ésta:

«Sensible me sería romper con naciones amigas…pero ninguna consideración en el mundo me impedirá cumplir con las órdenes de mi Gobierno. Éste me dice que preferiría ver hundida su Escuadra en el Pacífico a verla deshonrada en España y yo estoy resuelto a cumplir fielmente su pensamiento, sea cual sea la oposición que encuentre.»

Ante ésta manifiesta determinación, Rodgers le expone:

«Si nos encontramos frente a frente en este asunto, crea Ud. siempre en mi amistad y aprecio.»

Mientras lord Denman le envía una nota en la que dice:

«Para evitar el bombardeo, tendría que adoptar medidas, cuya extensión no podía precisar.»

Recibiendo la respuesta de don Casto en estos términos:

«Cualquiera que sea la actitud que tomen las fuerzas navales surtas en la bahía, por poderosas que sean, no bastarán a detenerme en el cumplimiento de mi deber.»

Pero como no, faltaba el toque perfecto del Gobierno chileno, quien escribe una propuesta que envía al comodoro Rodgers y que dice así:

«S. E. el Presidente de la República ha juzgado conveniente quitar a ese acto de guerra bárbara el más débil pretexto que pudiera servir para excusarlo. Con este fin me ha dado instrucciones para ordenar a V. S. lo siguiente: V. S, se dirigirá al jefe enemigo, D. Casto Méndez Núñez, proponiéndole un combate entre las fuerzas náuticas de que hoy disponen Chile y el Perú, y las que tiene el jefe español bajo su mando. Como estas últimas fuerzas son, por ahora, incomparablemente superiores a las primeras, tanto por el número de cañones como por el blindaje y demás ventajas de la fragata acorazada Numancia, esta nave no deberá tomar parte en el combate, y los elementos de agresión que se empleen en él deberán igualarse por una y otra parte. Con el objeto de que las nieblas y canales de Chiloé no sean parte a rehusar esta proposición, la refriega deberá tener lugar a 10 millas de distancia de este puerto, punto al que se trasladará sin demora la flota chileno-peruana. Por lo demás, los pormenores del combate serán reglados por el señor comodoro de la Estación naval de los Estados Unidos en estas aguas, que se presta bondadosamente a ser juez de la contienda. El resultado de este combate importará la terminación de la presente guerra. Si España desea sinceramente la paz, si el espíritu denodado y caballeresco de que blasona no son vanas palabras, mal podrá el Sr. Méndez Núñez negarse a admitir un duelo internacional, que consulta juntamente la lealtad de la guerra civilizada, los intereses de la paz y la humanidad, y que le evitará la perpetración del acto odioso de que se prepara a ser instrumento bombardeando a Valparaíso.»

Esto leído sin más, da la sensación que don Casto cometió algo así como un asesinato al bombardear Valparaíso por orden del Gobierno de España, pero hay que leerlo despacio y se verá que todo era una trampa, en la que don Casto estuvo a punto de caer, pues se negaba la asistencia al combate de la Numancia, entre otros falsos razonamientos, pero era por una sola razón, ya que Chile estaba a punto de recibir a dos blindados, el Huáscar y la Independencia porque estos no podían con la Numancia, pero no estando ella la victoria chileno-peruana era segura, de ahí que se negara su asistencia al combate, puesto que los chilenos dispondrían de buques acorazados y España no.

De hecho era tan notable la trampa, que el mismo lord Denman, le dirigió una nota a don Casto en la que se expresaba así:

«Señor brigadier: Esta carta justifica por sí sola el acto que va usted a llevar a cabo; usted se ha conducido de la manera más digna, y su generosidad ha sido muy mal correspondida por el Gobierno de este país.»

El comandante general de la Escuadra del Pacífico, el día veinticuatro de marzo del año de 1866, comunica al Gobierno de Chile su decisión no siendo otra que la ordenada por el ministro de Estado señor Bermúdez de Castro, el día veintiséis de enero pasado.

Foto fragata de 3ª clase Berenguela.
Fragata de 3.ª clase Berenguela.
Colección de don José Lledó Calabuig.
El plazo otorgado se agota. Se remite el Manifiesto en el que se dice que los establecimientos diplomáticos sean vistos por su bandera desde la escuadra, así como señalar los restantes por su importancia como hospitales, iglesias y otros con banderas blancas, dándose un plazo de cuatro días para que la parte del pueblo que esté cercana a las zonas a bombardear, puedan abandonar la ciudad para evitar muertes que a nadie beneficiaban. Éste fue el comportamiento de don Casto, ante una orden que consideraba fuera de toda regla del honor y de la guerra.

Se informa a la población y ésta abandona la ciudad en número de unos cuarenta mil, se arbolan banderas blancas en los hospitales, casas de asilo, iglesias y demás edificios que son respetados en semejantes circunstancias; en los primeros días del plazo se observó gran cantidad de movimiento a todas horas del día y de la noche; luego se supo que los habitantes, impidieron a los extranjeros, que pudieran retirar todos los efectos de comercio depositados en los almacenes del puerto, como venganza por no interponerse las fuerzas neutrales al bombardeo de la ciudad.

Las dos divisiones británica y norteamericana incrementaron sus blindajes colocando las cadenas de las anclas de repuestos en sus costados y pintando éstos de negro, quitaron los tapabocas de los cañones y estos quedaron alistados, todo presagiaba un duelo total, por una parte contra las dos formaciones navales, y por la otra intentar cumplir la orden del Gobierno.

En medio de la violencia que lleva consigo un acto de esta naturaleza, es preciso confesar que no cabía mayor lenidad e indulgencia, y la historia no presenta seguramente otro ejemplo de bombardeo en que las miras humanitarias, hayan predominado a más alto punto en los jefes encargados de tan dolorosa misión.

Los buques del convoy, donde estaban los prisioneros chilenos, fueron conducidos al fondeadero de Viña del Mar, al Este de la bahía, bajo la custodia de la fragata Berenguela, donde fueron acompañados por los buques de las naciones neutrales, británicos y norteamericanos, que nada hicieron por impedir el bombardeo, sólo pintar sus buques y de negro, y enseñar sus dientes, pero se quitaron del ángulo de fuego para evitar que "algo" les cayera. Es casi seguro que lord Denman tuvo mucho que ver en esta forma de proceder.

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