Nino, Pero Biografia

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Pero Niño Biografía

Marino castellano a las órdenes del rey Enrique III.

Conde de Buelna.

Orígenes

Vino al mundo en los primeros meses del año de 1378, en las cercanías de la actual ciudad de Valladolid, en la fortaleza de su padre, ya famoso almirante, don Juan Niño, su madre doña Inés Lasso, que ya provenía de la descendencia de la Casa de la Vega y según dicen hija de Carci Lasso II, por lo que fue elegida ama del primer príncipe de Asturias, la fortaleza en la que habitaban era conocida como la Torres de la Aguilera, estando en una posición privilegiada, en la altiplanicie de San Felices de Buelma y que desde el fallecimiento de Pero Niño, se la conoce por la Torre de su nombre.

El príncipe que cuido su madre, fue después el que vino a reinar con el nombre y dictado de don Enrique III el Doliente, por la consideración y el afecto de don Juan I a la familia, se crio en palacio, recibiendo educación con arreglo a las prácticas de su tiempo, en que regía la sentencia «…el que ha de aprender a usar arte de caballería non conviene despender luengo tiempo en escuela de letras».

Debió a las prendas personales, la fortuna, la posición y la fama, que le proclaman como una de las figuras insignes de la marina.

Hoja de Servicios

Comenzó a esgrimir su arte al declararle mayor de edad su hermano de leche don Enrique, con el que participó en el cerco a Gijón del año de 1394, demostrando, no tanto valor, que a todo caballero debe suponerse, como seriedad o sangre fría en los momentos más críticos.

Se le destino, después a que sirviera en compañía del condestable Ruy López Dávalos, con el que rompió lanzas, en el revuelto berenjenal de Castilla, hasta que, pidiendo remedio las fechorías de los corsarios berberiscos, el Rey le nombró marino.

En la escuadra al mando del almirante mayor de Castilla, don Diego Hurtado de Mendoza, estando embarcado, sostuvo varios combates contra los portugueses, embarcado en una nao cántabra al mando de don Pero Sánchez de Laredo, quien era un buen marino.

En el año 1403, contando con veinticinco años de edad, se le encomendó el mando de la escuadra de Castilla, llevando de patrón al genovés Nicolás Bonel y el cómitre Juan Bueno de la ciudad de Sevilla, se hicieron a la vela desde este puerto, se realizaron cruceros en busca de corsarios berberiscos y moros, a los que fueron cazando, por el mar Mediterráneo.

Uno de los primeros en caer fue Juan Castrillo, uno de los corsarios que tenía el encargo de buscar (de éste corsario se trata en la «Crónica de Enrique III, año de 1392, capítulo III»), que andaba por la costa de la Provenza, navegando en conserva de otro apodado Amaymar, y por ser más práctico se les fueron de las manos en derrota de Cerdeña.

Allí vió encalladas tres naos de otro corsario del mar, Diego de Barrasa, que había escapado con la gente a tierra.

Así fue como comenzó su fama, de ser uno de los guerreros más audaces y prácticos en el arte de navegar, pero no solo lo hacía en la mar, pues en tierra, con la ocasión de llegar a la ciudad de Sevilla, en rey Enrique III en el año de 1395, lidió y dio muerte, tanto a pie como a caballo a varios toros, lo que produjo en el Rey, la grata impresión de ser uno de sus mejores vasallos, por su demostrada destreza y valor, en todos los menesteres en que estas virtudes debían sobresalir.

Corsarios no faltaban en aquellas islas inmediatas a los puertos de la península itálica, siendo proclamado entre los de más fama un tal Nicolás Jiménez, que era gaditano y protegido de los aragoneses, como si compañero de fortuna se trataran.

A pesar de ello, rescató por la fuerza de las armas a una nao castellana, que tenían apresada en el puerto de Oristán.

En 1404 puso rumbo a Túnez y atacó resueltamente a una galera, cuya aprehensión no es tanto de notar, como la respuesta que dio a las observaciones del cómitre, porque es como el sello de su carácter e indicación, de la rapidez con que adoptó durante toda su vida las resoluciones: «Señor, (decía el patrón), si aferramos con ella, por ventura vendrán otras galeras sobre nos, e querremos desaferrar e non podremos» a lo que repuso:«agora non vemos sino esta; aferrad con ella, que cuando las otras vinieren, si a Dios pluguiere ternemos nos ya esta».

Así ocurrió: la galera berberisca fue rendida antes que la alarma cundiera, y se animó su gente para abordar a la galeaza del Sultán, que se encontraba más a dentro en el puerto.

El buque de Pero Niño embistió a la galeaza, él fue el primero en saltar, pero de pronto se encontró sólo, pues por el encontronazo su buque se había separado y no pudieron los suyos apoyarle y aunque parezca prodigio, se pasó la noche dando y recibiendo golpes, «cosa muy dura de creer, salvo aquellos que lo vieron», pero «llamó a Sancta María que le ayudase, e fizo alli voto solemne; e fue a ellos como va el león a la presa, firiendo e matando en ellos, llevándolos por la galera adelante, horrada ya toda fasta la proa. Allí fue ferido Pero Niño de grandes feridas».

No pudiendo conservar las presas, las quemó, sacando antes de ellas lo que era útil, con el trofeo de dos pendones de oro y seda.

La nao de Laredo tomó en tanto un Cárabo con cargamento «de paños de oro y seda, y muchos alquiceres, y dátiles y tinajas de manteca, y trigo, y cebada y muchas cosas», lo aprehendido lo distribuyó estando ya en el puerto de Cartagena, separada la parte del Rey en cautivos y efectos.

Se trató de cortarle un pie que no le sanaba, pero él no lo consintió: mando calentar un hierro al rojo vivo y él mismo se lo introdujo en la herida, con lo que al poco tiempo comenzó a mejorar conocidamente y conservó el miembro.

En el año de 1405, estaba al mando de tres galeras, que se acababan de armar de las que Pero Niño mandaba una, hizo patrón de una a su primo Fernando Niño y la restante Gonzalo Gutiérrez Calleja, buen caballero montañés, también de su deudo, con ellas se unieron a una escuadra de cuarenta naos, estando al mando de la escuadra don Martín Ruiz de Avendaño.

Al concluir la misión encomendada, Pero Niño, le pidió a Avendaño, que le acompañara en la expedición que él tenía encomendada desde este momento, que no era otra que atacar a los buques de la isla de Albión, pero Avendaño se negó en redondo, por lo que Pero Niño, se puso en marcha sólo con sus galeras, a realizar su campaña, a la que añadió una de las frases más conocidas de él: «Los homes deben acometer sus fechos con la ayuda de Dios e con buena ordenanza; ca el que de todas las cosas ha de recelarse mejor le fuera non salir de su casa».

Al llegar a la Rochelle, se propuso Niño comenzar allí mismo las hostilidades, con acto impotente como fue el de remontar el río, de noche, con las galeras, en conserva de dos chalupas muy ligeras, bien armadas de ballesteros y flecheros.

Al alba llegó a las casas de Burdeos, al verlos dieron la alarma a la ciudad, creyendo se avecinaba mayor escuadra, detrás de aquellas embarcaciones; se pusieron inmediatamente todos los buques a la vela y río arriba huyeron, por lo que realizó un desembarco con la gente de armas, y le dio fuego a la carrera a unas cuantas casas y no sin trabajo, regresó a la Rochelle, cumplido el plan de hacer sonar su nombre entre amigos y enemigos, con empresa que cimentara la impresión moral.

En la Rochelle, se le unió el caballero francés Charles de Savoisy, que había mandado construir en Marsella dos galeras «…las mejor guarnecidas e fermosas que nunca en nuestro tiempo hombre vio que los pendones dellas valian tanto como la fornicion de alguna galera……E plogo a Mosen Charles de guardar capitanía a Pero Niño, e díjole cortés, que el mandase acender farón en su galera a costumbre de capitan de mar, e que el le seguiria asi como las otras sus galeras».

Ya reunidas todas sus fuerzas, las de Niño y Savoisy, se dirigieron al puerto de Cherburgo, pueblos de unos trescientos vecinos, cuyas casas llegan a la misma agua, en aquella época en manos de los ingleses, por lo que atacaron a los intrusos invasores, los ingleses opusieron feroz resistencia, pero con poco éxito, pues se le consiguió derrotar a toda la guarnición, la lucha duro sobre tres horas, pero le pegaron fuego a todo el pueblo, llevándose todo de cuanto algo de valor tenía, entre ellos a dos naves que allí se encontraban.

Debían de haber seguido juntos, pero una discrepancia del lugar a donde llevar el ataque obligó a que se dividieran las fuerzas; al hacerlo Pero Niño replicó «que a los mercados cada uno va con su dicha……e que no facen la guerra broslados nin forraduras, nin cadena, nin firmalles, mas puños duros e omes denonados»}} los españoles querían haberlo realizado en Falmouth, pero los franceses lo llevaron a cabo contra Plymounth, donde por desgracia fueron rechazados, por la rociada de proyectiles de lombardas con mucho riesgo, «ca piedra ovo que paso mas alta que dos torres, e fue a la mar bien media legua», por lo que no pudieron realizar su misión, que consistía en pegarles fuego a todos los buques enemigos que se encontraran en éste puerto, viéndose obligados a regresar a sus naves y hacerse a la mar.

En el posterior ataque a Porland lograron hacer prisioneros yendo unidos, aunque mal avenidos, pero al atacar en Poole, surgieron de nuevo las diferencias entre los dos jefes, el español y el francés, llevando a efecto el desembarco sólo los españoles, por lo que en aquellas condiciones de inferioridad numérica, sólo podían hacer una cosa, que es la que realizaron, que consistió en arrasar, cosechas, pastos y animales, incluido el palacio en que se guardaban muchos pertrechos náuticos, y a todo ser viviente dejando una huella casi imperecedera, de esta invasión momentánea de la isla de Albión. Pues fueron llegando refuerzos del interior y cargando sobre los castellanos, hasta que los metieron de nuevo en sus galeras, ganándoles pie a pie el terreno: «Las flechas eran tan espesas que los que tenían jaques parecían asaetados. La bandera y el que la tenia eran llenos de flechas, sinon que le mamparaban las buenas armas que tenia, aunque en algunos lugares eran falsadas».

Desde aquí dirigieron sus proas los españoles a la desembocadura del río Támesis, con la intención de internarse en el cauce y continuar río arriba, por ser necesaria la recuperación de una carraca española, que los ingleses habían capturado, pero les llegó la noticia de que la propia tripulación se había hecho con el control del buque, por lo que ya metidos en el cauce, viraron y se dirigieron a la isla de Jersey donde realizaron la aguada y repusieron víveres, que consistieron en ganado y raciones, viviendo del país.

Pero Niño, pensaba que si en vez de las tres galeras hubieran puesto veinte a sus órdenes, o si las naos de Avendaño le hubieran seguido, acabara cosas maravillosas, idea que sin circunloquios comunicó al jefe vizcaíno diciéndole, que curaba poco del servicio del Rey. «Reqüestóle que no habia hecho como buen caballero, y que se lo faria conocer».

Para después dirigirse a pasar el invierno en Barfleur, donde la escuadra se vió reforzada por la llegada de tres buques balleneros armados, de procedencia francesa, siendo el capitán castellano agasajado, sobre todo del almirante francés, que lo tuvo por huésped en su casa cerca de Ruan; no todo fue satisfactorio, sin embargo, por la penuria del Tesoro de Francia, al nivel con el de otros estados. La escuadra no recibía su paga y andaba la gente escasa de recursos. Cuando llegó la primavera, se hicieron a la mar, en derrota del paso de Cale, en busca de enemigos a los que batir, pero los temporales y corrientes, de sustos y malas noches, y de ocurrencias de la mar a la que sacrificaron entenas rotas y velas rifadas, lo que les obligó en más de una ocasión a buscar refugio, ya fuese en el puerto flamenco de la Esclusa, o el algún otro de Picardía, les impidió emplearse en mejores y más provechosos menesteres.

En uno de esos encuentros, se trabó un combate con el corsario Harry Paye, llamado Arrypay; al que se le atribuyen los incendios de Finisterre y de Gijón, llevándose el crucifijo de Santa María de Finisterra, que era nombrado por el mas devoto de todas las partidas, pero la providencia quiso que la cosa no saliera bien, pues como ya había comentado Savoisy, que las galeras en aquellos mares son inapropiadas, por su bajo franco bordo, por lo que al levantarse un fuerte viento, las galeras nada pudieron hacer, pues bastante hacían con evitar no irse a pique, así que decidieron retirarse, pero Niño que no le tenía miedo a nada, llamó a consejo a su compañero y le dijo: «Allí son los ingleses, e la mar calma: vamos a ellos», le respondió Mosen Charles:«Monseñor; ellos son muchos navíos, e hay en ellos de los gruesos, e están muy lejos de tierra, e si el viento viene, el cual nunca mucho tarda en esta mar, seríamos en grand priesa con ellos».

A lo que Pero Niño le replicó: «Agora calma face, e non hay viento: en tanto que dura la calma, e tenemos tiempo, fagamos lo que debemos. Bien sabedes cuanto mal rescebides dellos, e cuantos daños facen cada día en Castilla e en Francia. Si agora los dexamos, nunca tal tiempo avremos con ellos; e el mayor mal que será, que si los dexamos verán que con miedo lo facemos, e de aquí adelante farán mas mal, ca andarán mas sin temor. E si así lo avemos a dexar, nunca uo oviese venido a Francia, nin oviese conocido los Franceses», a lo que Mosen Charles le contestó: «Fagamos como mandardes».

Los enemigos habían agrupado sus navíos en orden y recibió el ataque con rociadas de saetas, dardos, truenos y piedras; los castellanos les lanzaban viratones con alquitrán y estopa encendida contra las velas, y metieron entre el convoy un batel preparado con semejante artificio de fuego; se embarazó con un buque enemigo, se levantó el viento, todo lo cual a la vez lo hubiera pasado muy mal, si un ballenero francés no hubiera acudido en su auxilio, realizándolo de manera tan hábil y eficiente, pues embistió al corsario inglés tan enérgicamente, que desembarazó a los dos buques del golpe que les propino.

Llegado el momento de que los víveres se estaban agotando, Niño decidió tomárselos a los enemigos, por lo que de nuevo atacaron la isla de Jersey, pero en esta ocasión estaba mucho mejor defendida y preparada, pero como siempre no le importó arremetió contra ellos, realizó el desembarco en una alborada, encontrando prevenidos a los defensores: «Dexadas las lanzas, pusieron mano a las hachas e a las espadas, e volviose un torneo muy grande. Allí podria ome ver a uno soltar las corazas e los bazineters, e desguarnecer brazales e musequies; e a otros caer las espadas e las hachas de las manos e venir a los brazos e a las dagas; alli caer a unos e a otros levantar, e correr mucha por muchos lugares. La pelea era tan fuerte, e la priesa tanta, que el que mejor iba tenia asaz trabajo; e tan buenos eran de amas partes, e tan a voluntad lo habian, que si non por un seso que Pero Niño tomó, en poco de hora se acabaran todos unos a otros, que muy pocos quedaran vivos» consiguiendo vencerles, se apodero de su estandarte, llenaron sus bodegas a tope de víveres y agua, pero no se conformó con ello, dando la orden de saquear la población, de la que lograron sacar un rico botín.

Recibió Niño una orden del Rey de regresar a Castilla, por lo que ordenó poner proa a la península, pero no se podía imaginar las peripecias que le reservaba la mar.

En Saint Malo puso a las galeras en graves aprieto un temporal; en Mont Saint Michel se vieron en seco entre escollos, sacándolas a fuerza de brazos; entre Burdeos y Bayona corrieron otra trinquetada: «Alli eran las olas muy altas e la tormenta tan grande que enbestian las olas fasta media galera. Lanzaron toda la gente abajo, e cerraron las escotillas, e alli facian los omes con el miedo de la muerte votos e prometimientos; unos a Sancta Maria de Guadalupe, otros a Santiago de Galicia, otros a Sancta Maria de Finisterra, otros a fray Pedro Gonzalez de Tuy e otros a San Vicente del Cabo, e fallaron la mar mansa e non tanto viento». Por fin, a fuerza de brazos y plegarias llegaron en salvo a Santander, acabando así la jornada contra Inglaterra.

Llegado a la Corte, el Rey le mandó ir a Granada, en esta ciudad el día treinta de mayo del año de 1431, siendo la víspera de un gran enfrentamiento, en la ya larga reconquista de España y habiendo llegado el rey don Juan II de Castilla, lo colmó de parabienes, le armó caballero, le concedió el título de conde de Buelma, al mismo tiempo que le nombraba Señor del valle, en el cual habitaban trescientos vasallos, haciéndole entrega además de una esposa, que no era otra que la infanta Beatriz, hija del infante don Juan.

Pero él ya era viudo, de doña Constanza de Guevara, siendo conocido por los lugareños como ‹El Almirante Mazuzo›, por la ya dicha demostración de su valor y coraje, en cuantas ocasiones tuvo de poderlo poner a prueba.

El Condado de Buelna tenía su escudo compuesto éste en campo de oro y sobre él a siete libes de azur, siendo los mismos que integran en la actualidad a los de los dos ayuntamientos del Valle de Buelna, como no podía ser menos, por ser en parte descendientes de sus vasallos; siendo el de San Felices igual, pero incorporando como nuevo símbolo la fortaleza medieval, mientras que el de Los Corrales le añade la estela céltica de Barros.

A don Pero Niño, Primer Conde de Buelna, según nos cuentan las crónicas nunca tuvo a bien preocuparle, si sus enemigos eran muchos o pocos, de estas, o aquellas tierras, con barcos o sin ellos, solo le preocupaba ganar, para contribuir en la medida de sus posibilidades que no eran pocas, el conseguir que su Rey y tierras fueran más grandes y extensas, por ello su vida así relatada parece más una leyenda al mejor estilo de la Grecia antigua, que a un castellano del siglo XV, pero lo bueno es que tiene grandes aportaciones históricas y por ello, a pesar de la forma escrita de sus cronistas, es una biografía y no una leyenda.

Se vió envuelto en torneos, gentilezas y amores, en intrigas de Corte, lides con moros y con cristianos, durante la minoría de edad de don Juan II y los arrebatos de don Álvaro de Luna, habiendo conocido en Castilla a cuatro Reyes, a través de continuados peligros, sufriendo heridas y porrazos sin cuento, consiguió llegar a los setenta y cinco años, siempre fuerte y siempre arrogante.

Se caso tres veces con damas de alta alcurnia; hizo primer testamento declarando su sucesión y la forma del enterramiento en esta cláusula: Mando que cuando a Dios pluguiere de me llevar desta presente vida, que mi cuerpo sea sepultado en el coro de la iglesia del apóstol Santiago de mi villa de Cigales en esta manera: que sean puestos los lucillos que yo he mandado poner y traer, segundo que está ordenado para mi y para la Condesa mi mujer, e que pongan en ellos delante y detrás mis armas: Siete flores de Lis en campo de oro y las de la condesa, y alrededor de las tumbas las letras aquí contenidas:

«Aquí yace don Pero Niño, Conde de Buelna, el cual por la misericordia de Dios, mediante la virgen sancta María su madre, fue siempre vencedor y nunca vencido por mar e por tierra, segund su historia cuente mas largamente: e la condesa dona Beatriz su mujer, fija de infantes, nieta de reyes de ambas partes e por si puede ser contada entre las muchas buenas. Y una red de hierro alrededor de las tumbas, que quede mas alta que las tumbas con palmas, e con sus hierros agudos arriba, y desviada una mano e yo metido en la una tumba vestido de falsopeto, y puesto el arnés de piernas, y los brazales y manoplas, el espada de armas puesta sobre mis pechos; y una caperuza de grana puesta en la cabeza».

El 19 de diciembre de 1453, otorgó segundo testamento con mandato más humilde: «Mando que mi cuerpo sea sepultado en la mi sepultura que está en el coro de la iglesia de Santiago de esta mi villa de Cigales, y me lleven en hábito del Señor San Francisco, e que los clérigos de la dicha iglesia me hagan la honra mayor segund costumbre». mando que el ‹libro de mi historia›, que lo hace Gutierre Díaz de Games, que lo tenga la condesa en su vida, y después que ella falleciese, que lo pongan en la sacristía mía de la iglesia de la mi villa de Cigales en el arca del tesoro de la dicha iglesia, y que no le saquen para ninguna parte; pero quien quisiere leer en él, mando que den lugar a ello».

Falleció a lo largo de 1453, en la población de Cigales, actual provincia de Valladolid.

Todos lo escrito entre las «comillas», provienen de la Crónica de Dies Games.

Transcribimos literalmente, el retrato que en la Crónica definía Games a su capitán (contiene muchos errores gramaticales por estar medio depurado del castellano antiguo, para que pueda ser leído con algún atisbo de claridad y entendimiento):

«Este caballero era fermoso e blanco de cuerpo, non muy alto, nin otrosi pequeño, de buen talle, las espaldas anchas, los pechos altos, las arcas subidas, los lomos grandes e largos, e los brazos luengos e bien fechos, los nutres muy gruesos, las presas duras, las piernas muy bien talladas, los muslos gruesos e duros, e bien fecho en la cinta, delgado aquello que bien le estaba. Avia graciosa voz e alta; era muy donoso en sus decires. Traíase siempre bien e muy apostado e devisado en sus traeres, e adonábalos; mucho mejor le estaba a él una ropa de pobre que a otros las ropas ricas; sabia sacar los trajes nuevos mejor que ningun sastre ni jubetero, tanto que los que bien se traian tomaban del siempre de cualquier ropa quél traxese vestida. En las armas sabia mucho, e entendia mucho: él enseñaba a los armeros a facer otros talles mas fermosos e mas ligeros donde cumplian. En las dagas e espadas sabia mejor que otro ome. En las sillas de cabalgar non sopo ninguno en su tiempo tanto: él las facia dolar e añadir e menguar en los fustes, e en las guarniciones e en los atacares. En su casa se sacó primeramente la cinta partida que agora se usa. De las guarniciones del justar tenia mas que ninguno en Castilla. Conoscia caballos, buscábalos, e teníalos, facia mucho por ellos, non ovo en Castilla ninguno en su tiempo que tan buenos caballos oviese como él; cabalgábalos e facialos a su voluntad, los que eran para guerra, e los que eran para Córte, e para justa. Otrosi, cortaba mucho de una espada, e facia piques muy señalados y fuerters. Nunca dalló ome que con él cortase de una espada en su tiempo, nin que tales golpes ficiese. E en las otras ligerezas que facen los omes, e valentías, e lanzar lanza e dardo, esto facia él muy de ventaja. Lanzaba canto botado e rodeado muy reciamente, e piedra puñal.

Otrosi, era muy bracero; lanzaba barra muy de ventaja; a todas estas cosas pocos omes ovo que él non venciese de cuantos con él lanzaron.  Bien pudo aver algunos en su tiempo que especialmente ficieses bien algunas de aquellas cosas, unos unas e otros otras; mas un ome que generalmente ficiese tanto en todas las cosas, e un cuerpo de ome en quien todas las cosas oviese, e así las ficiese tan acabadamente, non le ovo en Castilla en su tiempo. Allende de esto armaba muy fuerte ballestas a cinto; era muy buen puntero, así de ballesta como de arco, e muy certero.  Era puntero maravilloso de juego de viras. Non era maravilla si este caballero llevaba tanta ventaja a los otros omes en todas estas cosas, porque allende del recio cuerpo, e muy gran fuerza que Dios le quiso dar, todo su estudio e cabdal non era en él si non su oficio de armas e arte de caballeria e de gentileza».

Pasados cuatro siglos le juzgaba Vargas Ponce, que era marino y bajo su punto de vista, de esta manera decía:

«Sus acciones más notables son sin duda las que ejecutó por la mar, y sin ellas no fuera tan singular su reputación. Muchos adalides como él ostentó su siglo: marino de su clase quizás no hay otro en su edad. En tierra obedeció las órdenes de otros: en la Mar Mandó en Jefe. Sus campañas terrestres en muchas ocasiones fueron contra sus conciudadanos; las marítimas siempre contra enemigos legítimos: muchas de aquellas quisiera el lector juicioso que nunca hubieran tenido lugar; así como no se siente apesarado cuando después de tan ilustres u gloriosas fatigas se ve a Pero Niño separarse del mar. Aquí su reputación es siempre limpia y sin mancilla; y para justificar sus pasos en tierra es fuerza buscar y amontonar disculpas. Sólo fue uno siempre su heroico valor, y en esto dignísimos de ser presentado a la juventud militar por modelo de virtuosos y constantes. A su valor debió tanto premio, que legitimaron sus hazañas, y le hizo merecer su buena suerte, y que se honren con tan gloriosos abuelos las más ilustres familias castellanas».

Bibliografía:

Díez de Games, Gutierre.: Crónica de don Pedro Niño. Conde de Buelna. Impt. Antonio de Sancha. Madrid 1782.

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Fernández Duro, Cesáreo. La Marina de Castilla, desde su origen y pugna con la de Inglaterra, hasta la refundición en la Armada Española. El Progreso Editorial. Madrid. 1894.

Laguillo García-Barcena, Paulino. Cronista del Valle de Buelna 27 de enero de 2005. Es parte de un artículo publicado en el Diario Montañés, el 21 de abril de 1996.

Rodríguez Dos Santos, José. El Códice 632. Roca editorial. 2006.

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