Oquendo y Zandategui, Antonio de Biografia

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Mariana, Padre.: Historia General de España. Imprenta y Librería de Gaspar y Roig. Madrid, 1849-1851. Miniana fue el continuador de Mariana.
Mariana, Padre.: Historia General de España. Imprenta y Librería de Gaspar y Roig. Madrid, 1849-1851. Miniana fue el continuador de Mariana.
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Martínez de Isasti, Lope.: Compendio Historial de Guipúzcoa. Editorial La Gran Enciclopedia Vasca. Bilbao, 1972. Facsímil de la de 1850. Facsímil de la edición príncipe del año de 1625.
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Martínez de Isasti, Lope.: Compendio Historial de Guipúzcoa. Editorial La Gran Enciclopedia Vasca. Bilbao, 1972. Facsímil de la edición príncipe de 1625.
San Juan, Víctor.: La batalla de las Dunas. La Holanda comercial contra la España del Siglo de Oro. Silex. Madrid, 2007.
San Juan, Víctor.: La batalla de las Dunas. La Holanda comercial contra la España del Siglo de Oro. Silex. Madrid, 2007.

Revisión de 17:02 14 jun 2016


Biografía de don Antonio de Oquendo y Zandategui


Óleo del busto de don Antonio de Oquendo
Antonio de Oquendo y Zandategui.
Cortesía del Museo Naval de Madrid.


Almirante general de la Armada del Mar Océano.
Caballero de la Militar Orden de Santiago.
Comendador de Auñon y Berlinche.
Vocal del Consejo de Guerra de S. M.
Señor de la Casa de Lezcano, por su mujer, la Ilustre señora D.ª María de Lezcano.

Orígenes

Vino al mundo en ciudad de San Sebastián en el mes de octubre del año de 1577. Era hijo de Miguel de Oquendo, capitán general de la armada de Guipúzcoa y de su esposa, doña María de Zandategui Señora de la Torre de Lasarte.

Hoja de Servicios

A los dieciséis años en el de 1593, con la plaza de caballero entretenido, ingresó en las galeras de Nápoles con sueldo de veinte escudos, estando al mando de don Pedro de Toledo, distinguiéndose en seguida «por su bella índole y gran fondo de talento militar»

Hacía el año de 1594 pasó a la armada del Océano, cuyo general era entonces don Luis Fajardo, con un aumento de diez escudos. Viendo don Luis lo bien que se manejaba no quiso cortar tan prometedora carrera, para ello aprovechó que había un corsario inglés que con dos galeones grandes atacaba y exigía contribuciones a los pueblos de Andalucía, Galicia y Portugal encargándole su búsqueda y destrucción para ello le entregó el mando de dos pequeños galeones, siendo los Delfín de Escocia y la Dobladilla, pertenecientes a dicha armada, zarpando del puerto de Lisboa el día quince de julio del año de 1604.

El día siete de agosto al amanecer, encontró a su enemigo en el Saco de Cádiz; el corsario le abordó, consiguiendo meterle a cien hombres en su buque, pero Oquendo, al cabo de dos horas de combate de muchas bajas y sangre, dejó su cubierta sin enemigos esparcidos sus cuerpos con gran mortandad por ambas partes, al ver esto el jefe enemigo trató de desaferrarse para huir, pero entonces fue Oquendo con su gente quien le entró y estos si le vencieron y capturaron.

El otro buque, más sabiamente se había mantenido batiéndose al cañón con la Dobladilla, al ver la captura de su compañero cazó viento (le daba igual de donde viniera) huyendo a toda fuerza de vela y no pudo ser alcanzado, a pesar de ser seguido durante más de tres horas.

Los ingleses siempre aprovechando la pluma, difundieron en Lisboa que el galeón de don Antonio había quedado destrozado y obligado a arribar a Cádiz, por lo que don Luis Fajardo pensó que no había podido vencer dada la diferencia de buques y gente. El galeón de Oquendo quedó muy mal, razón por la arrumbó a Cascaes donde fue reparado lo justo para continuar viaje a Lisboa, al verlo entrar en el mar de la Paja llevando a remolque al enemigo, todas las dudas y malas lenguas tuvieron que callar, ya que el alboroto del pueblo era incontestable por la alegría desbordada al ver al enemigo capturado, pero los que más le demostraron su aprecio fueron los comerciantes, al verse libres del enemigo que les impedía negociar.

Fue recibido triunfalmente en Lisboa, felicitado por el rey don Felipe III de quien recibió una carta laudatoria y el reconocimiento de su general don Luis Fajardo, por la sencilla razón que él era quien había confiado en Oquendo entregándole el mando de los dos buques y ahora no solo estaba satisfecho por la solución del problema, sino porque él no se había equivocado.

A principios del año de 1607 por fallecimiento del general Martín Bertendona, el rey don Felipe III le otorga el mando de la escuadra del desaparecido general que era la del Señorío de Vizcaya, con el título de Gobernador, para conocimiento de todos y principalmente de Oquendo, le envía la siguiente Real Cédula:

«Siendo yo informado de los buenos principios de vos D. Antonio de Oquendo; por la satisfacción que habeis dado en algunas ocasiones, en que el mi capitán general de la armada del océano os ha encomendado navíos de ella para salir á buscar los enemigos, con quienes habeis peleado y rendídolos con valor, y echados otros á pique, á imitación de Miguel Oquendo vuestro padre, capitan general que fué de la escuadra de la provincia de Guipúzcoa, y confiando que cada dia iréis procurando semejarle mas en las obras; he resuelto hacer elección de vuestra persona para que goberneis y tengais á vuestro cargo la escuadra de Vizcaya, etc.»

Con esta armada guardaba las costas, ante las amenazas de los holandeses, siendo en una ocasión en la que venían dispuestos a incendiar los buques españoles, que se encontraban en los puertos bajo su mando; ante la noticia de la salida de la armada de Vizcaya y de quien iba al mando, se retiraron a aguas más seguras.

Hacía el mes de julio del año de 1607 fueron puestas también a las órdenes de Oquendo las escuadras de Guipúzcoa y Cuatro Villas, que junto con la de Vizcaya compusieron la escuadra llamada del Cantábrico o Mar de Poniente.

Con estas fuerzas zarpó en multitud de ocasiones, bien al completo como por escuadras para cubrir más mar, durante todos estos cruceros consiguió muchas capturas y afrentó a los enemigos. En ocasiones arrumbaba a las Terceras y allí siempre daba con algún corsario enemigo, el cual resultaba inexorablemente apresado o hundido. Lo que fue haciendo crecer su fama de invencible.

Al mismo tiempo y pérdida de su mando, se le nombró general de la Flota de Nueva España, con ella continuó realizando varios viajes a Tierra Firme, Veracruz y la Habana retornando a la Península, permaneciendo así varios años, en los cuales nunca le pudieron sorprender los enemigos (que eran todos) no perdiendo ningún navío y si causando daños irreparables en los contrarios.

Habiendo sido arrestado por orden del Consejo de Su Majestad el almirante general de la armada del Océano don Juan Fajardo, a quien se le había confiado la guarda del estrecho en el año de 1619, por haberse retirado a su casa, se nombró a Oquendo para sustituirle, pero éste se excusó diciendo que estaba dedicado al alistamiento de su escuadra y a la construcción de un navío que había de servirle de capitana; al mismo tiempo señalaba la inconveniencia de tal sustitución, comunicando al secretario Arostegui: «que el no ir a servir no era falta de voluntad, sino que por no lo hacer con honra, es mejor excusarlo»

Molestos los miembros del Consejo contra el que se atrevía de este modo a darles lecciones, propusieron al Rey que fuera exonerado Oquendo del mando a Oquendo y fuese encerrado en el castillo de Fuenterrabía.

Al producirse el incidente se investigó, demostrándose que la ausencia de Fajardo había sido sin la debida autorización; había pedido licencia y se le había negado, y sin embargo se fue. Se le arrestó en el castillo de Sanlúcar.

Poco después le fue conmutada a Oquendo, su prisión en el castillo de Fuenterrabía por la reclusión en el convento de San Telmo, de San Sebastián, con permiso para poder salir a inspeccionar su galeón. Intervino al fin su protector, el príncipe Filiberto, y pronto se dio un nuevo mando a Oquendo, el de los galeones de la carrera de Indias, con los que efectuó algunos viajes.

Muerto Felipe III el día treinta y uno de marzo del año de 1621, en los primeros tiempos del reinado de Felipe IV, Oquendo era consultado por su ministro el conde duque de Olivares sobre asuntos de Indias, servicio naval y comercio de Tierra Firme.

Sirvió también con sus fuerzas, en calidad de almirante, a las órdenes del príncipe Filiberto de Saboya, que ostentaba el título de príncipe de la Mar. Este príncipe hizo ante el Rey un caluroso elogio de Oquendo, y S. M. confirió a éste el hábito de Santiago y encargó a Rodrigo Calderón que de su mano y en representación de él, le armase caballero. Posteriormente se le entregó interinamente el mando de la Escuadra del Océano ya en el año de 1623.

En el año de 1624 estuvo procesado, acusado de irregularidades en su mando y favoritismo, admitiendo en la Flota buques inadecuados, por pertenecer a sus amigos. Los galeones Espíritu Santo y Santísima Trinidad, se habían ido a pique por ir en malas condiciones y se había perdido el tesoro de su carga. Y también de no permitir las necesarias reparaciones en los buques y de una injustificada invernada en la Habana. Pudo rebatir cumplidamente todos los cargos que se le habían hecho a impulso de la envidia de sus contrarios. Al cabo de año y medio se pronunció la sentencia: privación del mando de las Flotas de Indias durante cuatro años, «menos los que fuesen voluntad de Su Majestad, de su Consejo de Indias o de la gente de Indias, en su real nombre», más pagar a la Hacienda Real doce mil ducados de indemnización por lo perdido en los galeones.

Pasó a la bahía de Cádiz a tomar el mando de los galeones, en los que permaneció otros tres años dando escolta a las Flotas de Indias, en cuyo tiempo tampoco pudieron los enemigos hacerse con ninguna de valor, por ello de nuevo el Rey le otorgó en propiedad el mando de la Escuadra del Océano en el año de 1626 y el nombramiento de Almirante General.

Se encontraba en la bahía de Cádiz al regreso de uno de sus cruceros de protección corriendo el año de 1628, cuando llegó el aviso del gobernador de la Mamora don Diego de Escobedo, advirtiendo que si no se le socorría urgentemente se vería obligado a rendir la plaza, no se lo pensó, comenzó a alquilar buques, a buscar tropas permitiéndose el lujo de elegir a los mejores, los embarcó y ordenó zarpar, dando la casualidad que un buen viento de Levante le permitió hacerlo inmediatamente, arribando ante la plaza asediada, todo ocurrió tan rápido, que al aparecer la escuadra los moros comenzaron a salir huyendo, pues eran incrédulos de la rapidez con la que habían llegado los refuerzos, ya que en España existía una máxima: «no tengo órden de la corte» pero esto con el carácter de Oquendo no era posible, de ahí que desembarcaran las tropas y persiguieran a los enemigos, hasta dejarlos bien alejados de la plaza y reforzada ésta regresó a Cádiz.

Al llegar a conocimiento del Rey lo sucedido, no solo aplaudió la rapidez y seguridad con la que había actuado, sino que la carta en la que se dirige a Oquendo la mayor parte es autógrafa, en un punto y parte le dice: «quedo tan agradecido a este servicio que me habéis hecho, como él lo merece y os lo dirá esta demostración» lo que demuestra a las claras que el aprecio era sincero, ya que la mano Real se utilizaba para otras cosas de mayor rango.

Como siempre, las envidias comenzaron a hacer de las suyas, consiguiendo que fuera exonerado del mando de la escuadra del Mar Océano y nombrado presidente de Panamá, al recibir el nombramiento don Antonio ante tal desfachatez se limitó a pedir su retiro de las armas y pasar a San Sebastián, ya que hacía muchos años que no visitaba su casa por estar al servicio del Rey constantemente y se encontraba cansado. De hecho en una carta de doña María a una amiga le dice: «Va para dieciseis años que no veo a don Antonio» por lo que en nada mentía.

La verdad fue saliendo a flote y el Rey no vio nada que se le pudiera imputar, a pesar de lo que le indicaban sus Consejeros, por lo que decidió devolverle el mando, realizando un viaje a América, al estar de regreso se desató un fuerte temporal, como consecuencia de él una de las carracas se separó de la escuadra, no cejó en el empeño de localizarla y así fue, en el justo momento que ocho galeones bátavos intentaban darle caza, los cuales al ver las velas de la escuadra del Océano y el estandarte de don Antonio de Oquendo, optaron por la huída más vergonzosa, antes que enfrentarse a él.

Se asegura que su éxito en operaciones militares era debido a lo bien organizados, que estaban sus buques y a la férrea disciplina que en ellos imperaba. De hecho hay unos autores que llegan a decir: « Hasta cien combates se refieren que sostuvo después Oquendo en diferentes ocasiones, sin perder en ninguna barco, que él mandase; pero solo harémos mencion de dos batallas navales de las mas sangrientas que se han visto en el teatro de la mar, é inmortalizáron el nombre de nuestro ilustre guipuzcoano » y otro añade casi seguido: «Que cualquiera de ellas puede formar un héroe. La primera ejecutada el año 31 y la última en el 39»

Se recibió en la Corte la petición de socorro de las costas de Brasil, sobre todo de la plazas de Pernambuco y Todos los Santos, por encontrase cruzando una escuadra holandesa fuerte, que impedía todo tráfico comercial, a lo que se sumaba la falta de buques españoles para protegerlo, por ello don Felipe IV ordenó que don Antonio se hiciera a la mar para llevar la ayuda demandada.

Componían la escuadra dieciséis naos; cinco de ellas no llegaban a las trescientas toneladas y a reunir cuarenta hombres de guarnición, cinco solo llevaban la mitad de la infantería que le correspondía y quedaban seis que eran mejores, pero también iban faltas de elementos y de dotación, parte de ella eran nuevos enrolados sin experiencia de mar; arbolaba don Antonio su insignia en el galeón Santiago.

Salió de Lisboa el día cinco de mayo del año de 1631 convoyando una flota de buques mercantes portugueses compuesta de doce carabelas, éstas eran de tres palos con velas latinas, transportando a tres mil hombres al mando del conde de Bayolo, destinadas a reforzar las guarniciones de las plazas brasileñas.

Llegó a la bahía de Todos los Santos después de sesenta y ocho días de travesía y desembarcó parte de las tropas que reforzaron la guarnición, siguiendo a Pernambuco con veinte naos mercantes de particulares cargadas con azúcar, palo y otros productos de la tierra que se agregaron al convoy.

El doce de septiembre fue avistada una armada holandesa que, mandada por Adrien Hans-Pater, acababa de saquear la isla de Santa María, almirante que había sustituido a Lonk.

El almirante holandés tuvo el gallardo pero presuntuoso gesto de ordenar que sólo atacasen a los españoles dieciséis de sus buques, cuando su escuadra estaba compuesta de treinta y tres, porque era conocedor del poder de la escuadra de Oquendo, en la que solo ocho buques eran galeones que no llegaban al nivel de los suyos, como el resto eran mucho más pequeños, pensó que solo combatirían sus dieciséis escogidos de entre los mejores, contra los ocho españoles más importantes, a pesar de no enviar a toda su escuadra el enfrentamiento estaba a su favor, puesto que lo harían dos contra uno.

Estaba además la diferencia de artillería, mientras los bátavos contaban con piezas de entre á 12 y 48 (muy gruesas para la época y no usadas por nadie) contra las españolas que iban desde las de á 8 hasta las de á 22, lo que indudablemente le daba más poder real a su escuadra.

Antes de trabarse el combate pasó cerca de la capitana de Oquendo la carabela en que iba el conde de Bayolo, y al estar a la voz propuso a Oquendo reforzar los buques con sus soldados, don Antonio de Oquendo con tono humorístico, señalando las velas enemigas le dijo: «¡Son poca ropa!»; después negó el paso de los soldados, razonando que la orden era llevarlos a Pernambuco para refuerzo y que no quería, «por si ocurría cualquier accidente que impidiera volverlos a las carabelas»

Pero a cambio Oquendo le indicó que se pusiera al frente del convoy y pusieran rumbo a la costa, para estar alejados del combate y a sotafuego, si algo salía mal que hiciera lo posible por llegar a la plaza.

El encuentro tuvo lugar por los 18 grados de latitud Sur y a 240 millas al Este de los Abrojos.

La escuadra holandesa se encontraba a barlovento por ello avanzó a todo trapo, desplegada en arco; entonces, con hábil maniobra consiguió Oquendo aferrarse a la capitana enemiga por barlovento de tal modo que los fuegos y humos fuese hacía el holandés.

El primer contacto fue entre los galones Almirantes, entre los que se cruzó un duro fuego y a ellos se unieron sus buques de acompañamiento, el bátavo tuvo la mala suerte de recibir un impacto que se convirtió en fuego, el cual ya da la cercanía pasó a la almiranta española, la cual ya estaba muy mal y haciendo mucha agua, el almirante Vallecida herido, estando su cara y manos quemadas, viendo lo imposible de apagar el incendio, la gente comenzó a buscar la salvación lanzándose al mar, pero estos si sabían nadar y fueron recogidos por otras naves.

Se buscaron y encontraron las capitanas, dese la española se le lanzaron multitud de garfios para aferrarla, Hans-Pater trató de desasirse, mas no pudo pues el capitán don Juan Castillo abordó al buque holandés y a parte de los cables ya aferrados, lo aseguró con un calabrote que amarró a su palo. Pronto cayó muerto en la cubierta del buque enemigo, pero logró que no se pudiera desaferrar, la misma suerte corrieron quienes le acompañaron en el abordaje, pero el fuego que desde las cofas del Santiago se hizo, impidió a los holandeses desaferrarlo.

Pronto otro galeón holandés se colocó por la banda libre del Santiago, pero también acudieron los españoles y portugueses en auxilio de su general, equilibrando las fuerzas que resulto maniobra muy eficaz.

El combate había comenzado a las ocho de la mañana y aún estaba indeciso a las 1600. Los demás buques se mantenían a distancia de un tiro de cañón, ya que los bátavos sabían muy bien que si eran abordados ya no había solución, por esta razón se mantuvieron siempre a distancia y guardando el barlovento, para así se dueños de alejarse o acercarse, con ello consiguieron al tener mayor poder artillero hacer mucho daño sobre todo en los cascos.

El combate llevaba ya más de ocho horas de duración, las fuerzas empezaban a faltar y lo peor, que el día comenzaba a diluirse en la oscuridad de la noche, cuando ya Oquendo comenzaba a pensar en dejar el combate, desde la proa de su buque se efectuó un disparo, el cual al parecer el proyectil se llevó por delante el taco incendiado, lo que se tradujo en que fue alcanzada la santabárbara de la capitana bátava y la hizo saltar por los aires, al ver el comienzo del incendio, el almirante holandés se lazó al mar donde se ahogó, solo que otros muchos de su dotación le siguieron y todos acabaron igual.

La almiranta de Massibradi acudió y dio remolque al Santiago, apartándole del peligro de la explosión del holandés, que al fin sobrevino.

Oquendo sin tanto temor a la explosión abordó la capitana enemiga y se apoderó del estandarte de Holanda, el resto de la escuadra al ver lo ocurrido a su Almirante se puso en perfecta fuga, al enemigo se le quemaron tres de sus mejores galeones, siendo mil novecientos los hombres muertos. Entre ellos, a su propio almirante; perdiendo los españoles dos galeones que se fueron a pique por el efecto de la artillería, por ser de los más pequeños y consumido por el fuego el San Antonio la almiranta, más quinientos ochenta y cinco muertos y doscientos heridos.

La escuadra se unió a la Flota y entraron en Pernambuco, siendo recibidos con la mayor de las alegrías, se desembarco a la tropa y se rehabilitó el puerto de San Agustín, luego se paseó por las ciudades cercanas para dejar constancia de que estaba allí.

Cinco días después del combate y cuando la escuadra estaba de "visita" se avistaron de nuevo las escuadras bátava y española, pero el almirante Thys, que había tomado el mando, en sustitución del fallecido Hans-Pater, eludió el combate a pesar de contar con muchos más buques y mejores, pero al parecer debió de recordar que jamás hay que subestimar a un enemigo por pequeño que sea.

Tuvo la satisfacción Oquendo de saber que el galeón apresado por los holandeses, el Buenaventura, no pudo ser aprovechado, y que los españoles prisioneros se apoderaron de la carabela donde los llevaban y se fugaron.

El día veintiuno del mes de noviembre arribó a Lisboa, siendo objeto de entusiastas manifestaciones. Guipúzcoa le envió un caluroso mensaje de felicitación.

Después de esta campaña fue nombrado capitán general de la guarda de la Carrera de Indias y en calidad de tal efectuó otro viaje a América. Al regreso sufrió un duro temporal.

En el año de 1636 estuvo de nuevo Oquendo arrestado, por batirse en duelo en Madrid, provocado por un caballero italiano al que sin herir gravemente dio una fuerte lección.

En el año de 1637 recibió la orden de salir con sus buques para incorporarse a la escuadra de Nápoles; hizo presente en las malas condiciones de combatir se hallaban, sin gente y sin pólvora, considerando que esta salida sólo suponía ofrecer a las enemigas una fácil victoria.

Con esto recibió orden de invernar en Mahón, donde arribó el día diecisiete de marzo del citado año fondeaba en Alcudia con sus diecisiete buques, en la isla de Mallorca. Pasó el día veintinueve a Mahón en la isla de Menorca, siendo nombrado gobernador de la isla por el virrey don Alonso de Cardona, con residencia en la misma ciudad, aceptando el ofrecimiento de alojarse en la casa de don Jaime Vives, la cual años después fue también utilizada por el hijo natural de don Felipe IV, don Juan de Austria; efectuó grandes mejoras en las fortificaciones de la isla, dotándola de artillería procedente de Nápoles a donde viajó expresamente para conseguirla.

En el mes de agosto del año de 1639 se terminó de formar en Cádiz parte de la escuadra que había de acudir a operar contra Francia y Holanda; veintitrés buques con mil seiscientos setenta y nueve hombres de mar. El día veinte de julio, el secretario del rey, don Pedro Coloma, firmaba una carta en que se notificaba a Oquendo se le hacía merced del título de vizconde.

Tocó la armada en Coruña y allí se le reunió la escuadra de Dunkerque, que era la mejor dotada y adiestrada. Dictó unas Instrucciones, que dicen:

Comillas izq 1.png «Coruña 31 de Agosto de 1639

Todas las personas que están á su cargo confesarán y comulgaran antes de salir, y durante la navegación evitarán toda especie de pecados públicos, principalmente blasfemias y juramentos.

Los capitanes de los navíos han de tener advertencia de que, tan luego se aviste la escuadra enemiga, se ha de combatir abriendo camino hasta Dunquerque; y de no conseguirlo, volver á España, sirviendo de punto de reunión el puerto de Santander.

Cuidarán, en consecuencia, que desde la salida estén desembarazadas y dispuestos á la pelea, que durante ésta haya silencio; esté elegida gente para distribuir pólvora y municiones y para saltar al abordaje.

Item, de noche no perderán de vista el farol de la capitana.

Ningún navío combatirá con la capitana enemiga, que el General reserva para el suyo; si no pudiera acercarse, los más próximos la entretendrán hasta que llegue, pero todos tendrán libertad de pelar como puedan, en la inteligencia de ser necesario vencer ó morir.

La armada formará en media luna conforme á los puestos señalados.

Navegando á la bolina habrá mayor cuidado de no embarazarse, pena de la vida.

Si se avistaran velas, irán á reconocerlas los navíos de Dunquerque.

En casos imprevistos en que no sea posible enviar órdenes escritas, las dará el General de palabra.

Recomienda la unión en todas circunstancias.

Durante el combate estarán al lado de la capitana los pataches, San Antonio y San Agustín y la fragata Santa Ana.

El General confía en la capacidad de los jefes» Comillas der 1.png


El 5 de septiembre salió de éste puerto con todas sus fuerzas, yendo Oquendo en vanguardia, en su galeón Santiago, seguido por la dicha escuadra de Dunkerque.

En doce transportes ingleses iban tropas del ejército para reforzar a la de los Países Bajos. Los holandeses, según instrucciones del príncipe de Orange, habían dividido sus fuerzas en dos escuadra, una de cincuenta galeones y diez brulotes, mandada personalmente por Tromp, general en jefe y otra de cuarenta buques y diez brulotes, a las órdenes del almirante Evertsen.

El primer contacto lo tuvieron, españoles y holandeses, en las proximidades del paso de Calais y duró el combate los días dieciséis, diecisiete y dieciocho; fue un largo duelo artillero en el que quedaron sin municiones muchos de los buques de uno y otro lado, pero sin sufrir en ningún lado daños de consideración.

En este combate de las Dunas, la real de Oquendo se defendió tan bravamente que pudo alcanzar Mardique, siempre siendo reciamente acosado ya que llegaron a ser más de quince los buques que lo perseguían.

Cuando se reprochó al almirante holandés de no haberla apresado, respondió: «La capitana Real de España con don Antonio de Oquendo dentro, es invencible»

Echó ésta a pique a numerosos buques enemigos; cuando entró en puerto pudieron contarse en ella 1.700 balazos de cañón, de diferentes calibres; durante muchos días hubo que estar dando a las bombas de achique y tapando boquetes, pero al fin fue salvado el galeón Santiago.

La salud de Oquendo estaba profundamente quebrantada; llevaba más de cuarenta días sin desnudarse y alta fiebre le devoraba. No pudo recuperarse por completo. Dijo: «Ya no me falta más que morir, pues he traído a puerto con reputación la nave y el estandarte»

Volviendo a España en marzo del año de 1640, al estar cerca de Pasajes, donde tenía su casa, al verle tan enfermo le aconsejaron que entrase en el puerto y que se pusiese en cura. Contestó: «La orden que tengo es de volver a La Coruña; nunca podré mirar mejor por mí que cuando acredite mi obediencia con la muerte»

En La Coruña quedó postrado en el lecho y la enfermedad se fue agravando más y más.

Retrata el modo de ser de Oquendo, que estando devorado por la sed y no pudiendo satisfacerla bebiendo agua por prescripción facultativa, consiguió que ya cuando todo se viese perdido le diesen un vaso de agua. Al presentárselo lo derramó, ofreciendo a Dios el sacrificio de no beberlo.

Falleció el siete de junio. Sobrevino el fatal desenlace cuando rompía el fuego la artillería de los buques en salvas por la salida del Santísimo en la procesión del Corpus.

En escrito del sacerdote que le asistía, Padre Gabriel Henao, relata estos momentos y dice así: «…al mismo tiempo que comenzaba á salir de la iglesia la precesión solemne de esta fiesta oyó D. Antonio el estruendo de la artillería… y teniendo algo turbada la cabeza por la enfermedad, aprendió que se disparaba contra enemigos…Hizo esfuerzos para incorporarse en la cama, pronunciando remisamente ¡Enemigos, enemigos; déjenme ir á la capitana, para defender la armada y morir en ella!» Poco después fallecía con un crucifijo entre sus manos. Contaba con sesenta y tres años de edad.

Se vieron en la obligación de embalsamar su cuerpo para poderlo trasladar desde la Coruña a San Sebastián, al abrirlo se dieron cuenta que su corazón era mucho más grande de lo normal y de él salían tres cerdas. El padre Henao comentaba el hallazgo diciendo: «En héroe tan de primera magnitud qual Dn. Antonio de Oquendo, todo es para repararlo» Según la creencia las tres cerdas significaba: «Crédito, sin duda, de su valor»

Al ver el cuerpo sin vida de don Antonio, el almirante don Miguel de Horna dijo: «Un buen español que acaba de dejar este mundo» a esto replicó el padre Henao en voz baja:


«Yace aquí el hidalgo fuerte
que a tanto extremo llegó
de valiente, que se advierte
que la muerte no triunfó
de su vida con su muerte»


— Contraste, don Miguel: el caballero de la Triste Figura vivió loco y murió cuerdo; nuestro almirante vivió cuerdo y murió tras un ataque de locura.

Sí ¡sublimes locuras! Don Antonio de Oquendo luchó hasta la muerte. Su último gesto fué divina exaltación del cumplimiento del deber y amor patrio.

Escribió gran cantidad de cartas y partes a lo largo de toda su vida, para dejar constancia escrita de todo lo que iba sucediendo, siendo guardadas en el Palacio Real, por ser las dirigidas al Rey.

Otra: «Parecer que dio, en Madrid á 24 de mayo 1619, sobre el apresto de la armada que iba á las Filipina» En el Archivo de Indias de Sevilla.

Otra «Carta á D. Carlos de Ibarra con la noticia del suceso de su viaje de España á Cartagena de Indias, año 1632» Cód. de Mss., núm. 51.

Por noticia del año de 1850 que se encuentra en la Academia de la Historia: «Al desalojar la iglesia del extinto convento de Santo Domingo en la ciudad de San Sebastián, se extrajo, por órden de la Diputación, la caja que contenia los restos de este insigne general, depositándolos en la Casa de la Ciudad, donde continuan, por no haber acudido á recogerlos los descendientes, á pesar de habérseles invitado al efecto»

Bibliografía:

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Estrada, Rafael. El Almirante Don Antonio de Oquendo. Espasa-Calpe. Madrid, 1943.

Fernández de Navarrete, Martín.: Biblioteca Marítima Española. Obra póstuma. Imprenta de la Viuda de Calero. Madrid, 1851.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895—1903.

Fernández Duro, Cesáreo.: Disquisiciones Náuticas. Facsímil. Madrid, 1996. 6 Tomos.

Mariana, Padre.: Historia General de España. Imprenta y Librería de Gaspar y Roig. Madrid, 1849-1851. Miniana fue el continuador de Mariana.

Martínez de Isasti, Lope.: Compendio Historial de Guipúzcoa. Editorial La Gran Enciclopedia Vasca. Bilbao, 1972. Facsímil de la edición príncipe de 1625.

San Juan, Víctor.: La batalla de las Dunas. La Holanda comercial contra la España del Siglo de Oro. Silex. Madrid, 2007.

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