Peral y Caballero, Isaac1

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El día treinta de octubre, sobre las 14:30 horas, y como a unas dieciocho millas de tierra, la corbeta divisó una estela de humo, que puso en sobre aviso al comandante y éste a la tripulación, pues navegaba con rumbo al primer cuadrante, la Tornado puso rumbo para cortarle la proa, pero el pirata al estar ya a menos distancia, se apercibió a su vez de que había sido descubierto, por lo que viró con rumbo Sudsudeste.

Al distinguir esta maniobra desde la corbeta su comandante, el capitán de fragata don Dionisio Castillo, le hizo sospechar más todavía, pues dejaba muy claro que el buque que se venía encima, no quería el ser descubierto.

Esto le llevó a dar la orden de forzar máquinas al máximo, por lo que las distancias se fueron acortando, cuando ya se encontraban como a unas cinco millas, comenzó a oscurecer, pero precisamente era un día de luna llena, lo que permitió el seguir el rumbo y viendo cada vez más cerca al pirata.

Al verse casi alcanzado, el fugitivo, forzó máquinas a su vez, para intentar el llegar a Punta Moronte, situada en el extremo de la isla de Jamaica, que por ser posesión del Reino Unido, impediría al español entrar en sus aguas.

Pero a pesar de ese esfuerzo, la Tornado aún era algo más rápida y sobre las 21:30 horas, desde la corbeta se le hicieron cinco disparos con el cañón de colisa, que al levantarse los piques tan cerca del pirata, éste se apercibió de que no le querían hundir, pero si no obedecía si que lo harían, así que convencido de no tener escapatoria, paró sus máquinas.

Se colocó la corbeta a barlovento, para evitar el mucho oleaje a los dos botes que se arriaron, al mando de los alféreces de navío don Enrique Pardo y don Ángel Ortiz, que abordaron al buque pirata y lo declararon presa de guerra por parte de la Armada española.

Se procedió a trasbordar a toda la tripulación del capturado, a nuestra corbeta, pasando a su vez la dotación de presa, para marinarlo hasta el puerto de La Habana.

Por lo que al día siguiente, diez de noviembre sobre las 17:00 horas, hacían su entrada en el puerto la corbeta Tornado y el apresado Virginius, que fondearon casi juntos.

El comandante de la corbeta, dio su parte al capitán general de la isla, con estas sucintas palabras: «A mi llegada he dado cuenta a las autoridades del hecho y entregado a los prisioneros a la acción de la Justicia. — Dionisio Castillo»

Esta descripción se conoce, con esa exactitud, porque Peral, recibió una carta de su hermano Pedro, que con el grado de alférez de navío, estaba a bordo de la corbeta Tornado, encontrándose este documento entre la multitud de ellos a la muerte de Peral.

Se formó el consiguiente Consejo de Guerra, para juzgar los actos de los piratas, que como a tales se les denominó, pues el buque apresado, no llevaba bandera, pero si transportaba armamento y municiones para los insurrectos, lo que dejaba muy claro cuales eran sus intenciones.

El Consejo se aprovechó para ser juzgados otros detenidos, que estaban pendientes de sentencia judicial, por lo que a parte de los treinta y seis tripulantes del buque y su capitán Mr. J. Free, que en su defensa solo pudo decir, lo que ya sabían todos, que era ciudadano norteamericano, aparte de estos, se juzgó a Bernabé Varona, Céspedes, Jesús del Sol y O’Rian, conocidos cabecillas de varios de los grupos rebeldes y a Franchi Alfaro, que se auto denominaba Ministro de la República de Cuba, más otros que estaban en las celdas, rebeldes también.

Por lo que en total, se juzgó a sesenta y cinco personas, que no pudieron escapar a la acción de la justicia, ya que el dictamen de ésta, fue la muerte por fusilamiento, por lo que a la mañana siguiente fueron llevados a la playa, y ante el pelotón de ejecución, formado por marineros de los buques surtos en el puerto, se cumplió la sentencia.

Esto provocó de inmediato la declaración de guerra de los Estados Unidos a España.

Al mismo tiempo, que en la Península, se declaraba la guerra de los Cantonales en el departamento y Arsenal de Cartagena, por lo que una vez más en su Historia, España tenía que atender varios frentes al mismo tiempo.

Mientras en la Península, había llegado el nuevo rey Alfonso XII, Peral el día uno de febrero del año de 1874, por orden dejó el cañonero Dardo, incorporándose a La Habana, trasladándose a bordo del Saratoga.

Y a su llegada el día tres, pasó directamente a embarcarse en la fragata Gerona, con la misión de cruzar y vigilar la costa, entre el cabo de San Antonio y la ciudad de Cárdenas.

Pocos meses después, trasbordó al vapor Gloria, realizando la misma misión, pero entre Cienfuegos, Casilda, Las Tunas, Santa Cruz, Manzanillo y Santiago de Cuba, que a parte de su misión principal, siempre iba cargado de tropas y vituallas, para abastecer a las distintas poblaciones, para mantenerlas lo mejor abastecidas posible.

Un tiempo más tarde, y sin parar, recibió la orden de trasbordar al vapor Churruca, que a su vez volvía a repetirse la historia, pues su misión no era otra, que la de proteger las poblaciones y abastecerlas, por lo que se dedicó a cruzar esta vez, entre Guantánamo, Cabo Cruz y Nuevitas, siendo esta vez muy pesada, ya que durante setenta y dos días, ni siquiera desembarcaron, pues se carga al vapor de combustible y a la mar de nuevo.

Ya comenzaba a dar muestras de flaqueza, por su endeble constitución física, y a nadie se le escapa, que tanto navegar y sin descanso, acaba con el más fuerte, pero aún así prosiguió, hasta que le llegó la orden de trasladarse a La Habana, realizando el viaje en el vapor correo Niágara.

Aún así pasó al vapor San Francisco de Borja, pero ya las fiebres lo tenían en su camarote, así que el comandante, decidió el arribar de nuevo a La Habana y desembarcarlo, por lo que se le ingresó en el hospital, donde los médicos le diagnosticaron, que le quedaba muy poco tiempo de vida, dictamen que fue comunicado al capitán general del Apostadero, lo que le llevó a decidir, el pasaportarlo a Cádiz, para ello se le subió en camilla al vapor correo Méndez Núñez, con el que realizó el viaje de vuelta a la Península.

A su salida de La Habana, debió pensar muchas cosas, pues unos años antes, en esta tierra había perdido a su padre y él ahora, casi le cuesta la suya, por lo que la abandonaba con ganas de hacerlo, pero al mismo tiempo con cierta añoranza.

Al llegar al hospital de Cádiz, los médicos le dieron dos meses de permiso, por lo que se trasladó a su casa, con su madre que estaba en la misma ciudad, ya que hacía años que la mujer se había residenciado en ella, para tener a sus hijos algo más cerca, pues por Cartagena solo pasaban de visita.

Con los cuidados de su madre mejoró bastante rápido, lo que le permitió en poco tiempo regresar a su verdadera formación, pues comenzó a leer en alemán, ya que en ningún otro idioma había información sobre la electricidad, ya que ni en francés ni en inglés se conocía nada.

Y lo bueno fue, que no tenía ni idea del idioma teutón, por lo que para aprenderlo, hizo amistad con un contrabandista, de los muchos que pululaban por el Peñón, que fue quién le enseño a leer y escribir en ese idioma, por eso pudo aplicarse en la lectura de los libros e ir descubriendo las nueva aplicación y funcionamiento de ese fluido.

Porque en los años de 1874 y 1875, toda la definición sobre la electricidad, consistía en decir: «que era un fluido desconocido, que quemaba y no podía ser ponderado», así que el desconocimiento era total sobre las posibilidades de ella.

Así pasó los dos meses, al terminar el plazo de permiso y estar restablecido, se tuvo que incorporar al servicio, por lo que al presentarse, le ordenó el embarcar en la fragata de hélice Concepción, pero estuvo poco tiempo, pues se le ordenó el trasbordar a la goleta Sirena, por tener su comandante una difícil misión que cumplir, por eso se le eligió para que formara parte de la oficialidad el buque.

Por lo que el día veintiséis de enero, zarpo de la bahía de Cádiz, llevando a remolque una lancha de vapor armada en cañonero, con destino al puerto de Los Alfaques, donde se había propuesto el Gobierno, el formar una flotilla de buques sutiles, para apoyar a los realistas y ofender a los carlistas.

Su primera arribada fue en el puerto de Algeciras, zarpando al día siguiente y arribando al del Arsenal de Cartagena, donde se le añadieron dos lanchas más a remolque, por lo que en si se había formado un extraño convoy, de lenta velocidad y no fácil manejo, a parte del obligado esmero en el cuidado de la navegación, como comandante de una de las lanchas iba Peral.

Consiguieron alcanzar el puerto de Valencia, donde permanecieron de descanso solo veinticuatro horas, al cabo de las cuales se volvieron a hacer a la mar, consiguiendo arribar el día seis de febrero, la desembocadura del río Ebro, donde se dejaron las lanchas sin novedad.

La goleta, ya libre de su responsabilidad, se dirigió al norte, con rumbo al puerto de Barcelona, pues esa eran las órdenes, donde al arribar, le embarcaron a unos presos, para a su vez ser transportados a la ciudad de Tarragona.

Estando en este puerto, recibió la orden de regresar a Los Alfaques, porque una de las lanchas se había estropeado su máquina, y debía devolverla al Arsenal de Cartagena, comisión que se cumplió sin problemas.

Después vino una mala época, pues se le destinó a la goleta a hacer de correo, por lo que con la mar que fuera y los vientos que hubieran, se dedicó a viajar entre Valencia, Cartagena, Cádiz, Sanlúcar, Huelva, y así hasta que hizo por fin escala final en la bahía de Cádiz.

Pero no por se hubiera terminado, sino que se le encomendó otra nueva comisión, pues se acaba de entregar por los astillero de la Seyne, el monitor Puigcerdá.

El monitor no estaba pensado para navegar en mar abierto, por su baja obra muerta, y su poco calado, que lo hacía muy mal marinero, pues se balanceaba mucho y cabeceaba más, lo que llevó a considerar al Gobierno, que lo mejor era el que viajara hasta el Ferrol, para que se utilizara como defensa de las rías y del propio Arsenal.

Ya tenemos a Peral, haciendo navegaciones con buques, que eran una experiencia totalmente nueva para la Real Armada; de sus diario se extraen comentarios, en los que dice: «Le crujían los hierros al navegar…al doblar el cabo de San Vicente, creímos que se iba a pique», esto da muestras, de lo pesado e intranquilos que iban todos, en esa navegación.

Hay que añadir, que además, solo se podía navegar de día, por lo que al acercarse la noche, debían buscar un refugio, para ambos buques, y cualquier lugar era válido, con tal de que la fuerza de la mar, no los arrastrara contra las rocas.

En este lento navegar, consiguieron arribar a Lagos, donde descansaron unos días, se volvieron a hacer a la mar, y consiguieron arribar al puerto de Lisboa, donde permanecieron poco tiempo, de aquí a Cascaes, después arribaron al puerto de Oporto, al que le siguió el de Vigo, luego ya el de Muros y por fin el Ferrol, donde se le volvió a montar la artillería, que había sido desmontada en Cádiz, para evitar pesos altos y facilitar así la navegación, lo que puede ser que le salvará de irse a pique.

Así el día ocho de julio, la goleta fue asignada a las fuerzas del Cantábrico, por lo que se hizo a la mar, para unirse a la escuadra, que se encontraba en operaciones frente a Ondárroa.

Como la goleta era tan maniobrera, y se podía introducir por los sitios más difíciles, siempre le encargaban las comisiones más complicadas.

Desde este punto, cruzó a Santander y posteriormente a Santoña, el día veintinueve, después de una conveniente señal a la población civil de Elanchove, para que desalojara el lugar, y por encontrarse ocupada por los carlistas, procedió a su bombardeo, el cual fue respondido desde tierra, con fuego de fusilería y artillería, consiguiendo no obstante, el producir graves daños a las defensas de ellos, así como desmontar la artillería que le hostigaba.

El día tres de julio, ante Bermeo, procedió a bombardear las posiciones de los carlistas, pero estos en esta población contaban con tres baterías de artillería, pero ocultas entre los frondosos bosques que la rodean, por lo que la goleta y gracias a su maniobrabilidad, consiguió el hacer frente a formidable enemigo, pues permaneció todo el día en su luz, frente a esta posición y salió ilesa por completo.

Que si hubiera recibido algún impacto, el buque se habría quedado en una muy mala situación, pero la pericia de su comandante y la virtudes del buque lo impidieron.

De nuevo el día veintitrés de agosto, volvió a Bermeo y Elanchove, donde realizó el pertinente bombardeo, pero al final se tuvo que retirar, pues los carlistas habían reforzado sus piezas de artillería, con lo que el riesgo aumentó considerablemente.

Pero el mando, quería a toda costa el que se prosiguiera con los bombardeos, así el día veinticinco de agosto regresó frente a Bermeo, donde a su vez, los carlistas habían mejorado sus protecciones y fuegos, pero la goleta cumplió con su deber, hasta que un proyectil, a pesar de estar calado el mastelero en el palo trinquete, para ofrecer menos blanco, se lo arrancó totalmente.

Esto produjo en Peral, una gran impresión, porque segundos antes había estado de observador en ese palo, para dirigir los fuegos de la goleta, por lo que dijo: «En salvando un bajo, lo mismo es por un pelo que por una milla», lo que demuestra su gran ánimo y valor.

El día veintidós de octubre, recibió orden de incorporarse al Arsenal de Ferrol, por lo que abandonó la goleta y se embarcó de pasaje, en el vapor Nicasio Pérez, que lo transporto hasta el Arsenal, donde se le dio la orden de embarcarse en la fragata Blanca, con el cargo de instructor de guardiamarinas.

La fragata se hizo a la mar en crucero de instrucción, poniendo rumbo al Mediterráneo, en su viaje, ya para que los guardiamarinas fueran conociendo las costas y puestos, se tocaron los puertos de Vigo, Cádiz, Tánger, Santa Pola y desde aquí la conocida derrota, con la visita a los principales puertos peninsulares de este mar, incluidas las islas Baleares.

En este buque y realizando las mismas comisiones, permaneció hasta el año de 1877, en que fue reclamado, para embarcar en la fragata Numancia, como ayudante de derrota e instructor de guardiamarinas.

Solo que con este buque, por ser acorazado sus principales visitas fueron en el mar Cantábrico, como las de Santander, San Juan de Luz y otras varias localidades, para instrucción de los guardiamarinas.

Al término de este crucero, se le ordenó el trasbordar de nuevo a la Blanca, con la que realizó otras comisiones, como las anteriores, pero comenzó a sentirse mal otra vez, así que desembarcó y visitó el hospital del Ferrol, donde se le diagnosticó su agotamiento, por los que los facultativos recomendaron, el darle un mes de recuperación y descanso.

Lo cual aprovechó para desplazarse a la ciudad de Cádiz, que tantas veces le había servido de sana recuperación, por lo que reanudó sus lecturas sobre los nuevos inventos aportados por la ciencia, así que otra vez entre libros, y papeles, con notas y cálculos matemáticos, el envolvían por completo.

Pero no se paró aquí, pues al ser dado de alta en el servicio, pidió y se le otorgó plaza, en el Observatorio de Marina, de San Fernando, donde se preparó a fondo, con los estudios del Álgebra superior, Analítica y Descriptiva, Química, Dibujo Topográfico y así pasó un año, el de 1778.

En el de 1779, prosiguió sus estudios, con el Cálculo Infinitesimal, Física Experimental, Dibujo Lineal y otras materias.

Por lo que como se verá tenía muy altas miras, para luego poder llegar a cabo su gran invento, pero que no fuera algo inventado, sino algo serio científicamente demostrable.

En la escuela, coincidió con otro estudioso, y se hicieron tan amigos, que compartieron todos sus desvelos, siendo éste, don José Luis Díez y Pérez.

Pues los dos compartían los mismos pensamientos, de haber conocido una España que comenzaba a resurgir, y que de pronto, por mil causas, se estaba hundiendo y ellos solo pretendían el conseguir sacarla con sus estudios, llevados a la práctica, el devolverle al menos el pasado tan cercano y glorioso que se había casi terminado, ya que los nuevos acorazados, estaban dejando invalidas a nuestras fragatas acorazadas.

Díez, era otro sabio, pues era de los pocos en el mundo, que sabía el porqué del fluido eléctrico, llegando a asombrar al propio Peral, que en esta materia se convirtió en su mejor alumno.

Al mismo tiempo, que por estos meses, vio la luz su obra: «Tratado teórico-práctico sobre huracanes», que pasó sin pena ni gloria, pues a muy pocos les interesó el tema.

Por su parte, José Luis Díez, que se había especializado en el tema eléctrico, como queda dicho, fue el encargado de la instalación de ésta, en el Arsenal de la Carraca, llevándola a todos sus servicios, lo que le proporcionó una gran fama, pues en aquellos años, este fluido parecía mágico y que alguien pudiera conducirlo y aplicarlo, pues era un mago.

Pero Peral no desaprovechó en absoluto los conocimientos de su amigo, pues le seguía a todas partes y así iba aprendiendo, sobre algo tan novedoso, que asombraba a todos.

Consiguiendo Díez, su mayor reconocimiento, al provocar la explosión y con ella la voladura del vapor Pedreño, que dejó muy claro el poder de la electricidad.

El día veintiuno de julio, Peral recibió la comunicación de su ascenso a teniente de navío, y con ella, como era habitual, su nuevo destino, por lo que tuvo que abandonar la Escuela de Aplicación, e incorporarse a la escuadra de Instrucción.

Pero aquí estuvo poco tiempo, pues de nuevo se le destinó a las islas Filipinas, por lo que abordó el vapor Asía, que atravesando el mar mediterráneo y canal de Suez, prosiguió su viaje por el mar Rojo, atravesó el océano Índico, realizó escala en Singapur, ya a Manila y por último al Arsenal de Cavite.

Por estas fechas aproximadamente, nacía el torpedo, que tanto tendría que ver con Peral.

Ante esta temible nueva arma, España había pedido dos lanchas portadoras de estos ingenios, una a Francia en La Seyne y otra en Londres, al mismo tiempo que se construyó una de madera, en el Arsenal de La Carraca, a la que se bautizó con el nombre de Aire, mientras que las dos extranjeras, solo se le dio el nombre de primera y segunda.

Como el torpedo automóvil no estaba aún en servicio, estos buques estaban destinados a morir matando, pues el torpedo iba colocado en la proa de la lancha, de una quince toneladas de desplazamiento y mucha máquina, y todo el sistema consistía, en conseguir hacerlas llegar al costado del buque enemigo, para que al explotar el torpedo, ocasionara graves averías en el buque contrario.

El mayor problema de este sistema, era el que el pequeño buque consiguiera el llegar al costado del enemigo, pues ya las armas de calibre pequeño eran automáticas, lo que los hacía casi imposible el conseguir llegar al contacto directo.

En el Arsenal de Cavite, donde otrora se habían construido hasta navíos, ahora solo se realizaban carenas y se construían pequeños cañoneros y otros buques ligeros; eso después de que el Gobierno decidiera el que se realizaran unas obras, para por lo menos poder mantener a los buques destinados en aquellas aguas y no tuvieran, que ser transportados a la Península.

Como hacía poco de este cambio, pues aún se estaba con el aprendizaje de convertir a los carpinteros de ribera, en herreros, por lo que la labor era ardua y complicada.

Por estas razones y siendo conocedores sus superiores de sus grandes dotes, lo destinaron al Detall de Ingenieros del Arsenal, donde se familiarizó, con los ingenieros y con ellos compartió, los conocimientos sobre la materia de la construcción naval, que aunque básicos, eran suficientes para que después él pudiera aplicarlos a su invento.

Como se verá, no desaprovechaba ocasión de aprender, por eso después obtuvo un arma revolucionaria, que hoy en día sigue siendo la columna vertebral de las Armadas que se precien.

Permaneció por unos meses en el Arsenal, hasta que el capitán general llevado por la necesidad de oficiales, se le ordenó embarcara en unas falúas, que fueron reunidas para formar una Comisión Hidrográfica, para levantar los planos y cartas náuticas de las islas, tiempo en el que se ocupó de conocer lo más a fondo posible, aquellas islas, ríos y ensenadas, que en ellas habían.

Hasta que el día quince de noviembre, se le ordenó embarcar en el cañonero de hélice Caviteño, un cascaron de madera, construido en el mismo Arsenal, de 44 toneladas de desplazamiento, seis nudo de velocidad máxima, armado con un cañón de bronce rayado de 120 m/m y treinta hombres de tripulación, con el que como era su nombre, estaba dedicado a navegaciones cortas y costeras, en protección del contrabando de las islas.

Por los que los derroteros del buque, fueron en su lugar de vigilancia, que comprendía las poblaciones de Zamboanga, Isabela y posteriormente se le extendió hasta la isla de Joló.

En esta última isla, en una ocasión tuvo que representar a España y acudir a una reunión, con el Sultán de ella, en la que puso de manifiesto sus dotes de buen dialogador, consiguiendo evitar una nueva guerra contra los Joloanos.

Después hubo otras muchas comisiones y acciones de guerra, entre estas últimas, la que se llevo a efecto, contra los busilanes y contra los piratas chinos que infestaban las aguas del archipiélago, aunque con estos últimos, era casi habitual.

Por lo que también sufrieron, los temidos huracanes y tornados, propios de esa tierra, al mismo tiempo, que los importantes bajíos que en ellas se encuentra, y que pueden deshacer los bajos de cualquier buque, con algo más de calado que el cañonero.

Cuando no estaba en estas misiones, se reunía con la Comisión Hidrográfica, por lo que en una ocasión, se encontraba en el canal de Limanalé el cañonero Paragua, que estaba realizando estos trabajos, arribando el Caviteño al mando de Peral, que tomó el mando de la comisión, añadiéndose unos días después, el cañonero Calamianes, que era mucho mayor, pues tenía un desplazamiento de 83 toneladas, así reunidos los tres, el trabajo se repartió y resultó lago más sencillo.

Por lo que se realizaron, los prolijos trabajos de sondeo, triangulación y señalamiento por balizas de los puntos más peligros para la libre navegación.

Pero de nuevo le sucedió algo, que pasados los años le ocasionó la muerte, y fue una simple y mala sombra que le acompañó hasta que se desató la enfermedad.

Peral contaba con treinta años y una espléndida barba, por lo que al acabar los trabajos de la Comisión Hidrográfica, del canal de Limanalé, hicieron una arribada a un poblado, para que le cortaran el pelo y le arreglaran la barba, el barbero de nacionalidad china, le hizo un leve corte, en la sien al cual no se le dio mayor importancia, pues sangró un poco y se cortó, cerrándose posteriormente la herida, pero por las anomalías de enfermedades tropicales y la cantidad de diferentes bacterias e infecciones, parece ser que aquí fue donde después se le declararía el sarcoma, que le llevó a la tumba, a pesar de los esfuerzos de los médicos.

En el año de 1882, se declaró una epidemia de cólera morbo en las islas, los habitantes morían, con unos terribles dolores de tripas, vómitos, diarrea, estupefacción y la muerte sin remedio.

Al ser oficialmente declara, Peral regresó de la isla de Joló y por eso tuvo que permanecer en cuarentena, al arribar a Isabela, al término de este tiempo, se le dio orden de incorporarse al Arsenal de Cavite, por lo que se embarcó en su cañonero, pero en el transcurso del viaje, se perdieron a seis hombres por la enfermedad, para terminar de arreglar la situación, se les vino encima un tornado, que como consecuencia de él, la máquina del cañonero se averió, por lo que permanecieron al garete, durante unos días, tratando de evitar el que las corrientes los arrastraran contra las rocas, hasta que el tiempo amainó, y poco después en el horizonte se dibujó una vela, que por bendición no era otra que la corbeta Vencedora, la cual los tomó a remolque, hasta dejarlo a salvo en la ciudad de Manila.

Desembarcaron los tripulantes y el Caviteño, a remolque lo trasladaron a Cavite, para ponerlo otra vez en servicio.

Pero Cavite era casi un cementerio toda la ciudad, pues por todas la calles plazas y lugares de ella se encontraban cadáveres, que no daban tiempo a las autoridades a ser retirados, lo que por momentos agravaba la situación.

Peral en su cuidado personal, se limitó a beber agua hervida y huevos cocidos, lo que al alargarse la situación, le provocó el caer enfermo de cólera, por lo que de nuevo entró en un nuevo hospital, solo que esta vez era el Militar de Cavite, pero estando aquí, lo pasó muy mal, pues no paraba de sonar la campanilla del Viático, que se trasladaba de una sala a otra, para dar los últimos auxilios a los que agonizaban, así que no había forma de poder descansar.

Así las cosas, se demando de la Península auxilio, por ello arribó el vapor correo Barcelona, con más medicamentos y personal sanitario, y al mismo tiempo, los que menos enfermos estaban y podían soportar el largo viaje, fueron embarcados, entre ellos Peral, pero aún así la derrota del vapor, se hubiera podido seguir perfectamente, por la cantidad de enfermos de cólera, que fueron falleciendo en él y dándoles por sepultura, en el propio mar.

Por fin el vapor Barcelona, arribó a la bahía de Cádiz, y fueron desembarcados todo los enfermos, cuando Peral se encontró de nuevo en su amada ciudad, pareció casi revivir, a pesar de que en esos momentos, en toda Andalucía, se sufría la misma epidemia de cólera y muy grave, pero eso no le importaba, pues ya estaba en los lugares conocidos y siempre añorados, cuando uno abandona su tierra por un largo periodo de tiempo.

Se le publicó unos meses más tarde, su tratado de: «Geometría Elemental», que no consiguió el que se convirtiera en libro de texto de la Escuela Naval flotante, a bordo de la antigua fragata Princesa de Asturias, que ahora se le había borrado el título y se había quedado solo, con el nombre del principado de Asturias.

Y unos meses más tarde, se publicó otra obra de él: «Lecciones de Álgebra y Geometría», que no era otra cosa, que su saber en estas materias, pero que tampoco tuvo demasiado éxito, ya que al parecer, las inquietudes de la nación estaban fijas en otras materias.

Recibiendo en estas fechas, la Cruz al Mérito Naval con distintivo Blanco, por la publicación de la obra ya mencionada sobre los huracanes, que le fue otorgada por orden del Gobierno, así se le reconocía su valor, pero por averiguaciones, no existe ningún ejemplar, ni en la Biblioteca Nacional ni en la del Ministerio de Marina. ¿Por qué será?

Peral, ya llevaba unos años casado y con hijos, por eso a su llegada a Cádiz, se encontró en su ambiente y por eso se recuperó con cierta facilidad.

Como ya había prestado, grandes trabajos a España y había realizado muchas navegaciones, a más de su delicada salud, sus superiores lo destinaron como profesor de la Escuela de Aplicación del Observatorio de San Fernando, lugar que no le era desconocido, por haber estado ya de alumno, y ahora, se dedicó a explicar la Física, Química e Idiomas.

Dándose la paradoja, de que ningún otro miembro de la Corporación, tenia el dominio del idioma alemán, lo que le convertía en persona única en España, apta para dar esta lengua y muy posiblemente, por ello viajara a este país, para encontrar mejoría a su enfermedad, pues entendía y escribía perfectamente el idioma, y no otras razones, que después se manipularon, por unos y otros.

En sus ratos libres, se dedicó de pleno a la lectura de Arquímedes y su principio, que con toda sencillez, describe, el por qué flotan los elementos: «Todo cuerpo sumergido en un fluido pierde de su peso tanto como el volumen de fluido que desaloja», aquí encontró lo que tanto buscaba, por lo que se puso a trabajar de firme en ello.

Por lo que aplicando de momento su gran facilidad para el dibujo, primero diseñó, un torpedero protegido, que en su apariencia era un monitor Puigcerdá, pero con menos desplazamiento y mucho más marinero, al que se le acoplaba un cañón neumático, que proyectase al torpedo, para no tener que entrar directamente al contacto con el propio buque.

Pero justo en esos días, se acababa de dar a conocer el torpedo Whitehead y su tubo para el lanzamiento a distancia, lo que obligó a Peral a su vez, a cambiar el rumbo de sus sueños.

Por lo que contacto con su amigo Díez, quién le puso en antecedentes, de que se había logrado el almacenar el fluido eléctrico, ese temible e incontrolable elemento, pues le comentó que el físico de nacionalidad francesa Planté, había conseguido en el año de 1860, las llamadas « Pilas eléctricas secundarias », que familiarmente se les denominaba como «acumuladores eléctricos», pero que se habían ido mejorando y ahora ya daban suficiente energía como para mover un motor durante un corto espacio de tiempo.

Pero que a su vez, se habían aplicado los conocimientos, sobre unos motores, que a su vez movían unas «dinamos», las cuales recargaban a los acumuladores, por lo que era factible el alcanzar ya, distancias apropiadas con esos motores y ese fluido.

Esto movió el alma de Peral, y como un poseso, se puso a dibujar lo que su imaginación le producía, así fue dedicando horas, días, meses, en su casa de la calle de Juan de Mariana, número 3, una típica casa andaluza, solo con el bajo y su patio de losas de mármol, donde fue dando forma a su sueño de construir un «Torpedero Submarino»

En este lugar con tanta armonía, consiguió el dar los últimos toques a su proyecto, por lo que ya terminado, revisó hasta el último detalle y ya con su visto bueno, se decidió a darlo a la publicidad de sus superiores, y con ello pasar de los planos, y el dibujo de su imaginación, a la acción directa de intentar conseguir su ansiado proyecto, en estos momentos corría el año de 1885.

Peral había escondido al máximo su proyecto, pues solo lo conocía Díez y algún otro compañero, que le ayudaba en las labores de investigación, pero de pronto saltó la noticia, que no fue directamente suya, sino por una circunstancia, en la que España de vió envuelta y fue nada más, que el problema de las isla Carolinas, en el océano Pacífico.

El día veinticinco de agosto de este año, el cañonero de pabellón alemán Itis, arribó a aquellas islas y enarboló la bandera de su país, lo que poco tiempo después, se conoció en España y se levantó una gran polémica, llegando el pueblo a pedir la guerra contra los germanos.

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