Peral y Caballero, Isaac2

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Su eslora era de 21 metros, la manga y puntal en la cuaderna maestra, que lo era circular, de 2,74 metros; lo que le daba un desplazamiento, en superficie de 70 toneladas y sumergido de 87; con una velocidad máxima, en superficie de 11 nudos y 10 sumergido; los motores movidos por 613 acumuladores; su casco todo de acero; y un radio de acción de 355 millas en superficie y 326 sumergido.
Su eslora era de 21 metros, la manga y puntal en la cuaderna maestra, que lo era circular, de 2,74 metros; lo que le daba un desplazamiento, en superficie de 70 toneladas y sumergido de 87; con una velocidad máxima, en superficie de 11 nudos y 10 sumergido; los motores movidos por 613 acumuladores; su casco todo de acero; y un radio de acción de 355 millas en superficie y 326 sumergido.
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Al interior se accedía por dos escotillas, situadas a ambos lados de la pequeña torre de mando, formando un camaranchón de acero, que al mismo tiempo, hacía de cuarto de derrota y de mando; En él una mesa, para trabajos de derrota, en la cual se reflejaba a deforma parecida a una cámara fotográfica, el exterior que rodeaba al buque, pero en gran extensión, acción que producía, un espejo circular de acero, al que Peral lo denominaba como el '''« anteojo marino »''', sirviendo este mismo tubo, al sacarlo del agua en inmersión, como un periscopio, que recogía todo lo que se encontraba a cuatro millas de él.
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Al interior se accedía por dos escotillas, situadas a ambos lados de la pequeña torre de mando, formando un camaranchón de acero, que al mismo tiempo, hacía de cuarto de derrota y de mando; En él una mesa, para trabajos de derrota, en la cual se reflejaba a deforma parecida a una cámara fotográfica, el exterior que rodeaba al buque, pero en gran extensión, acción que producía, un espejo circular de acero, al que Peral lo denominaba como el '''«anteojo marino»''', sirviendo este mismo tubo, al sacarlo del agua en inmersión, como un periscopio, que recogía todo lo que se encontraba a cuatro millas de él.
Detrás de esta mesa, se encontraba un taburete, donde se sentaba Peral y detrás de él, algo más elevado el timonel, que atendía a las órdenes verbalmente. En este mismo lugar y a la vista de Peral, se encontraba la corredera de velocidad, manómetros, compás, aparato de timones verticales, telémetro, medidor de distancias, aneroides, manómetros que indicaban la profundidad a la que se navegaba, conmutadores de luz y fuerza, un péndulo para indicar la inclinación, etc. etc., en definitiva, una especie de laboratorio de física, que daban constantemente, los datos precisos al comandante, para tomar sus decisiones, a parte de los clásicos tubos acústicos, para dar las ordenes precisas al resto de la tripulación.
Detrás de esta mesa, se encontraba un taburete, donde se sentaba Peral y detrás de él, algo más elevado el timonel, que atendía a las órdenes verbalmente. En este mismo lugar y a la vista de Peral, se encontraba la corredera de velocidad, manómetros, compás, aparato de timones verticales, telémetro, medidor de distancias, aneroides, manómetros que indicaban la profundidad a la que se navegaba, conmutadores de luz y fuerza, un péndulo para indicar la inclinación, etc. etc., en definitiva, una especie de laboratorio de física, que daban constantemente, los datos precisos al comandante, para tomar sus decisiones, a parte de los clásicos tubos acústicos, para dar las ordenes precisas al resto de la tripulación.

Revisión de 09:37 25 may 2020

Pero el peso de España, aún se dejaba notar y como los dos países eran católicos, se dejó la decisión al laudo que dictara el Papa, el cual convino, en que los dos países llegaran a un acuerdo amistoso y así ocurrió.

Por ello se evitó una nueva guerra, para la que España no estaba preparada, pero eso como siempre, solo lo sabían los profesionales de la Corporación, por lo que estos, incluidos sus jefes convencieron a Peral, el dirigir un escrito al ministro de Marina vicealmirante Pezuela, el cual le contestó con gran ilusión de poder contar con ese nuevo tipo de buque.

Lo que hizo que su secreto, se divulgara a los treinta y dos vientos de la Rosa de los Mares, y con ello alcanzó la popularidad.

El ministro, le ordenó que viajara a la capital, para enseñarle sus planos y sus decisiones al respecto, que al verlos el Ministro se quedó maravillado de que aquello era posible, por lo que nombró una Junta Técnica, para que examinara el proyecto y que dictara, si era factible o no el poderlo llevar a cabo.

El dictamen de la Junta, fue de total aprobación, pero como siempre, sucedió que el Ministro fue depuesto, por un nuevo cambio de Gobierno, al mismo tiempo, que se producía el fallecimiento del rey don Alfonso XII, lo que movilizó a todos los políticos, en asegurar según ellos la gobernabilidad de España, lo que motivó que el proyecto de Peral, quedara abandonado y olvidado, en algún cajón de alguna mesa del ministerio.

Pasado casi un año, Peral regresó a Madrid, para reclamar la ayuda económica de la que él no disponía y que la Junta había aprobado, pero el Ministerio estaba en franca economía de medios, por lo que después de mucho rogar y demandar, se le dieron dos mil pesetas, que un tiempo después se ampliaron a cinco mil.

Con ellas compró una dinamo, se desplazó con ella a la Escuela de Ampliación, donde daba las clases y ni corto ni perezoso la convirtió en taller, donde construyó un «aparato de profundidades», que en esos momentos era el máximo secreto, para todo aquel que intentara el construir un buque submarino.

Todo esto le llevó un año de trabajo, siempre ayudado por sus incondicionales amigos Díez, Mercader y Cubells, por lo que una vez terminadas las obras, se pusieron a realizar prácticas sobre los acumuladores, que no había otra forma de aprender.

Lo que le llevó a mejorar los acumuladores, pero estos no se utilizaron en su proyecto, pues estaban más pensados para la vida civil y para otros menesteres, pero había conseguido el mejorar algo difícil en aquella época, y lo más importante, ¡funcionaba!.

Al ver que todo estaba en su lugar, se le comunicó al capitán general del departamento, quién realizó una visita para mostrarle cómo funcionaba, quedando satisfecho de ello, lo conminó a que viajara a Madrid de nuevo y ante la Junta Técnica, se manifestara que todo estaba a su favor, en estos momentos corría el mes de marzo del año de 1887.

La reina Regente, doña María Cristina, estaba siempre muy pendiente de todo lo relacionado con la Real Armada, por lo que al enterarse del proyecto de Peral, demandó la documentación, la cual la leyó y estaba tan preparada como la propia Junta, entonces pidió al Ministro, que llamara a Peral a su presencia.

Por lo que acudió a la audiencia con la Reina, acompañado del Ministro, en la conversación Peral ponía tal alegría en su proyecto, como única solución para mejorar a bajo costo la capacidad ofensiva-defensiva de la Armada, que su majestad se quedo muy agradecida y ello le llevó a tomarle un gran aprecio.

Esto produjo, que se firmara por la soberana, una Real Orden, con fecha del día veinte de abril, por la que se le dotaba con trescientas mil pesetas, para poder llevar a cabo su invento y posterior demostración de su uso militar.

Por ello y ya con el aval de la Real Hacienda, viajó el día veinticinco a Cádiz, pero estuvo poco tiempo, pues viajó a Londres, Paris, Bruselas y Berlín, para ir comprando materiales para su buque.

Ya que en Cádiz en esos momentos no había posibilidad alguna de comprar nada, pues se carecía hasta de los necesarios cables eléctricos, pero en su viaje fue acompañado por Díez, que se encargó personalmente de comprobar las calidades y efectuar la compra, para después transportarlos a Cádiz.

Mientras Peral, tenía que subsistir con los cuarenta y cinco duros de su sueldo, para dar de comer a su familia, que ya tenia a cinco hijos, y permanecía en la Escuela dando sus clases.

En uno de sus innumerables viajes, en búsqueda de materiales, paró en Madrid y visito, al eminente marino y escritor, don Pedro Novo y Colson, que ya se había declarado un ferviente seguidor de la idea de Peral, así que se propuso el darle un buen empujón, y para ello llamó a varios de sus amigos.

Se reunieron en la noche del día diecisiete, en casa de don Pedro, una gran representación de la Armada, las ciencias y las letras, para que así no hubiera cabida a mal entendidos.

Por lo que acudieron los marinos Valderrama, Rodríguez de Rivero, Ariza, Torres, Moreno, Gil de Borja, Hacar, Matéu, Spottorno, Gálvez, Castaño Y Pastorín y de civiles, José Echegaray, Fernández Flórez, marqués de Valdeiglesias, Eduardo del Palacio, Javier de Burgos, Ortega Munilla, Laserna y Gasset, por lo que se encontraba lo mejor de esos momentos.

Peral, comenzó a hablar y los dejó con la boca abierta, siendo Echegaray, el que más preguntas le hizo sobre los problemas físicos y matemáticos del proyecto, pero los razonamientos de Peral, de obligaron a exclamar: «Después de estas explicaciones, puedo decir, señores, que la navegación submarina está descubierta»

Por lo que ya convencidos todos ellos se levantaron y se fueron, Peral a la mañana siguiente viajó a Cádiz.

Por consejo de los anteriores, se le indicó el nombre del ingeniero naval, que mejor se acoplaba para su proyecto, que no fue otro que don José Castellote, quien como Peral no había construido buques, se puso a trabajar sobre los planos, los examinó, corrigió y adicionó, por lo terminado esto, se puso la quilla del torpedero submarino, en el dique número 3.

Se encontraba en la Academia de Ingenieros Navales, como profesor un valenciano, que era Castellote, quién ya había proyectado los seis cruceros acorazados, los tres Infanta Maria Teresa y los tres Princesa de Asturias, que era conocido del suegro de Peral, y por quién sentía gran admiración nuestro inventor, pues había quedado maravillado de lo recio de sus diseños.

Así que se fue a visitarlo, pero claro, lo que quería Peral para su buque, en si no era más que una boya, que navegara, pues no tenía proa ni popa, ni cubierta ni quilla, pero que acabara en punta, para poder instalar el tubo lanzatorpedos, lo que no dejaba de ser una innovación total, comparado con todo lo que navegaba entonces.

Por lo que se puso a trabajar, y de ahí salieron los planos del torpedero submarino, en cuanto a estructuras, que cuando se comenzó a colocar en la grada, los mismos trabajadores, viendo aquella quilla curva, con cuadernas circulares, pensaban que aquello como mucho solo se aguantaría para flotar.

 Sumergible Isaac Peral « el Puro», después de una prueba de inmersión en el dique N.º 3 de La Carraca, Cádiz en el que fue construido.
El Puro en La Carraca

A todo esto y a pesar de que la construcción iba a buen ritmo, a Peral acudía todo, incluido los comunicados que se le reclamaban desde el Ministerio en Madrid, por lo que se tenía que multiplicar, para estar en todas partes, y no dejar nada al azar.

El «cacharro», como lo denominaba el propio Peral, pasó a ser célebre por otro seudónimo, pues su forma fusiforme, se hizo popular con el nombre de «El Puro», por ser muy parecida su forma del casco, al de este cigarro puro, pero mucho más grande.

El día ocho de septiembre, se hizo la botadura del casco, bueno mejor dicho la prueba de estanqueidad de su casco, ya que a pesar de ser de hierro aún se calafateaban los cascos, así se averiguaría si no había ninguna plancha mal colocada o encajada.

Se realizó la prueba en el mismo dique N.º 3 procediendo a su inundación, se verifico durante unas horas, confirmando que efectivamente estaba todo correcto, convencidos se desalojó el agua para proseguir con los trabajos.

Dándose el caso, que por la afluencia de público, se dio orden de que no se pudiera visitar, pues muchos mirones tomaban notas, lo que llamó la atención, incluso, sufrió un ataque, pues entre los obreros se introdujo un individuo, que armado con un gran martillo, comenzó a propinar golpes al codaste, consiguiendo el romper las dos hélices y si no lo paran los demás trabajadores, es muy posible que hubiera destrozado el codaste, que al ser todo de una pieza, hubiera retrasado el proyecto mucho tiempo.

Pero como el hacer la denuncia, representaba el que los jueces fueran a visitar los daños, y todo este tipo de burocracia, lo cual redundaría en un aplazamiento de la construcción sin plazo fijo, Peral ordenó dejar en libertad al enajenado destructor del buque, pero con el compromiso de que se pusiera vigilancia armada en rededor del casco, así consiguió el proseguir sus trabajos que no era otra su razón.

Recibió una notificación del Ministro, que con fecha del día catorce de diciembre, le llamaba a Madrid para concertar el programa de pruebas, por lo que tuvo que abandonar a su “hijo” y viajar hasta la capital.

Aquí se le recibió como a un héroe, y trato del Ministro, le llevo a hospedarse en el hotel de Embajadores, por lo que desde aquí se traslado al Ministerio de Marina y se entrevistó con el ministro Rodríguez Arias, siendo a la salida de esta reunión, cuando pronunció unas palabras, que fueron casi un augurio de lo que le ocurriría, pues en contestación a un pregunta de un periodista de El Imparcial, le dijo: «Si consigo resolver la navegación submarina, como creo, me importa poco morirme al día siguiente»

Dos días mar tarde se puso en camino a Cádiz, donde le esperará otra manifestación como las ocurridas en Madrid, que quizás fueron el detonante, de sus amarguras posteriores, pues las envidias nunca trabajan para el bien de nadie.

En esto momentos cruciales de su vida, tenía treinta y siete años, seguía con su estatura media y con su inseparable barba y pelo negro, más el deje típico andaluz, que le hacía ser agradable en sus explicaciones, así que nada había cambiado en él desde la anterior descripción, solo la edad, que ya comenzaba a ser mucho más madura, aunque en nada le afectaba para su propósito de terminar el «torpedero submarino»

El buque quedó listo para las pruebas, en el mes de enero del año de 1889, por lo que se comenzó por las de inmersión, que al principio se realizaron en el propio dique grande del Arsenal, al ver el buen comportamiento del submarino, ya se pasó a realizarlas en mar abierto.

Pero poco acompañó las noticias de esos años, pues a pesar de estar todo el país con los ojos puestos en el submarino, sucedió que la fragata Carmen, con guardiamarinas a bordo, estuvo a punto de irse a pique en un temporal en las aguas de la isla de Cerdeña, pues su pésima conservación, la había llevado al límite de lo que podía soportar, un buque de la década de los sesenta, con casco de madera.

La salida de varios buques para poder devolverla a España, volvió a conmover corazones, pues el buque se salvó de puro milagro, a lo que se sumaba, que pocos meses antes se había perdido, el vapor de guerra Pizarro, estando a la vista de las islas Bermudas, mientras que el vapor Malaspina, lo había hecho a su vez en el mar de China, sin dejar ni siquiera a un superviviente, todo ello provocó que se tomaran medidas, pero justo las contrarias de las necesarias, que debían de haber comenzado por impulsar nuevas construcciones, pero justo se actuó, de forma que cada vez la cantidad asignada de dinero era menor para el Ministerio de Marina, por que se consideraba, que la Armada no estaba cumpliendo con su deber.

Mientras el torpedero submarino, estaba casi terminado, pues solo le faltaba la instalación eléctrica interior y la colocación de los acumuladores, más el importante aparato diseñado por Peral para marcar las profundidades.

Aquí viene una curiosidad, pues muchos años después otros lo han hecho, pareciendo así que ellos son los descubridores de algo, cosa que no es fácil enseñar a España, que otrora enseño a muchos incluso a navegar, el dato es que por orden de Peral, el torpedero submarino, se pintó de gris por fuera, pero blanco por dentro, para facilitar la visión aún en penumbra, se colocó un cartel que decía «Se prohíben las visitas» y así quedó en el dique, con su guardia personal.

El día veintiocho de enero, se probaron los compartimentos estancos, que eran los que debían dejar entrar el agua, para aumentar su desplazamiento y así sumergirse, los cuales resultaron de un gran éxito, pues se realizó toda la maniobra de inundación, como de expulsión, con los medios de abordo.

Ya confirmado todo esto, se dispuso lo más difícil, que consistía en la instalación de los acumuladores, la cual se consiguió sin mayores problemas, una vez ya en su sitio, se pusieron tres locomóviles de vapor, que actuaban como dínamos que a través de seis cables, fueron cargando los seiscientos acumuladores introducidos en el casco, los cuales y conforme se pensaba que ya estaban cargados, y uno a uno, Peral fue comprobando su carga con su galvanómetro.

Y como siempre o casi siempre ocurre, cuando todo estaba comprobado, pues se habían embarcado tres torpedos, más ocho coys para descansar la dotación, se desató un temporal de Levante, y al concluir éste y a renglón seguido uno de Poniente, por lo que la mar estaba en muy malas condiciones, ello supuso el suspender las pruebas, y para terminarlo de arreglar, al ir calmándose el temporal de Poniente, Peral enfermó, por lo que definitivamente se aplazaron.

Parecía que todo estaba en contra de él y de su gran proyecto.

Mientras se recupera Peral, nosotros damos las características del torpedero submarino y así nos hacemos una idea aproximada, de lo que era ese «trasto», como Peral lo denominó.

Su eslora era de 21 metros, la manga y puntal en la cuaderna maestra, que lo era circular, de 2,74 metros; lo que le daba un desplazamiento, en superficie de 70 toneladas y sumergido de 87; con una velocidad máxima, en superficie de 11 nudos y 10 sumergido; los motores movidos por 613 acumuladores; su casco todo de acero; y un radio de acción de 355 millas en superficie y 326 sumergido.

Al interior se accedía por dos escotillas, situadas a ambos lados de la pequeña torre de mando, formando un camaranchón de acero, que al mismo tiempo, hacía de cuarto de derrota y de mando; En él una mesa, para trabajos de derrota, en la cual se reflejaba a deforma parecida a una cámara fotográfica, el exterior que rodeaba al buque, pero en gran extensión, acción que producía, un espejo circular de acero, al que Peral lo denominaba como el «anteojo marino», sirviendo este mismo tubo, al sacarlo del agua en inmersión, como un periscopio, que recogía todo lo que se encontraba a cuatro millas de él.

Detrás de esta mesa, se encontraba un taburete, donde se sentaba Peral y detrás de él, algo más elevado el timonel, que atendía a las órdenes verbalmente. En este mismo lugar y a la vista de Peral, se encontraba la corredera de velocidad, manómetros, compás, aparato de timones verticales, telémetro, medidor de distancias, aneroides, manómetros que indicaban la profundidad a la que se navegaba, conmutadores de luz y fuerza, un péndulo para indicar la inclinación, etc. etc., en definitiva, una especie de laboratorio de física, que daban constantemente, los datos precisos al comandante, para tomar sus decisiones, a parte de los clásicos tubos acústicos, para dar las ordenes precisas al resto de la tripulación.

El torpedero submarino, llevaba siete inventos principales de Peral; un compás o brújula marina, aislado de todo elemento eléctrico y paredes de acero, para que pudiera funcionar correctamente, para destacar las puntas de la aguja, una parte iba pintada de rojo y la otra de azul, y que a su vez iba compensado con imanes, siendo una creación anterior a la Thomson de bolas, que se mantuvo hasta muy avanzado el siglo XX.

El periscopio o anteojo marino y los espejos, que reflejaban el exterior sobre la mesa de derrota.

Reflectores eléctricos de arco, de los que se desprendía una luz, que recogida por lentes y espejos, conseguía iluminar, hasta unos ciento cincuenta metros de largo, alrededor del submarino, lo que facilitaba su manejo debajo del agua.

El silbato eléctrico, hasta entonces desconocida.

La corredera eléctrica, que sigue en uso.

La bomba de aire comprimido, que conseguía el sacar al exterior el viciado del interior, acompañado de unas válvulas, que poco a poco, dejaban salir el aire puro acumulado, en los depósitos de reserva.

El aparato de profundidades, que era de vital importancia para la navegación submarina.

Los limpia portas, ya que son lo mismo que hoy se usan en los vehículos, para los cristales delantero y trasero.

Y un cuadro de distribución de la energía, cuya misión principal era, avisar cuando algún acumulador fallaba, vital como todo lo inventado por Peral, para poder acudir al lugar e intentar repararlo.

Desde este cuarto o sala de mando, por una escalera metálica, se descendía a un pasillo central que recorría todo el buque.

Dato curioso; todas las paredes interiores, estaban pintadas en color blanco esmaltado, para aumentar así la visión, pues el esmalte hacía a su vez de espejo, y todo el lugar con múltiples bombillas incandescentes. (Ya se que hoy eso no se llama así, pero como está sacado del diario de Peral, en su época las bombillas eran “incandescentes”).

Por medio de cajas de madera de caoba, que recorrían por paredes y techo, se había realizado por el interior de ellas toda la instalación eléctrica, para evitar los incendios por cortocircuitos.

Todo lo demás tubos, ruedas, chumaceras de empuje, engranajes, motores, iban pintados en color ocre claro.

En Popa se encontraban los motores, protegidos a su vez por un mamparo, estando su interior alumbrado por diez lámparas de ciento cincuenta bujías. (Como se ve, sigue la descripción de la época)

El sollado, estaba ocupado todo él, por las seiscientos trece acumuladores, que se protegían con una lona, a forma de cortina, así y al mismo tiempo, hacían la vez de lastre, de eso tan inestable como un « puro »

En la proa, se encontraba el tubo lanzatorpedos, ya cargado con uno de ellos, mientras que en las paredes cercanas, se hallaban uno a cada lado de los tres que en total llevaba el buque; al mismo tiempo que, el tubo, llevaba dos diafragmas, que cuando se abría para cargar, el del interior, el del exterior se cerraba y viceversa cuando se disparaba, así se evitaba el que entrara el agua al buque, tanto en las maniobras de carga como de lanzamiento.

A proa y en popa, se encontraban los dos grandes depósitos de aire comprimido, que consistían en cámaras de bronce sulfurado, que por las válvulas irían dejando escapar el aire automáticamente, mientras que a su vez, una bomba iba extrayendo el viciado y lo impulsaba al exterior.

Todo el buque estaba con una alfombra de goma, para mantener lo máximo posible a tripulación, sin sobresaltos por la gran cantidad de energía eléctrica acumulada en tan pequeño espacio.

Mientras que todos los tripulantes, ya iban uniformados, con batas y guantes de goma, por la misma razón. (Que no es poco prevenir en la época)

Para terminar de mantener al buque, en su estado natural vertical, en un doble fondo, entre el casco exterior y la plataforma donde se hallaban los acumuladores, se encontraba un depósito de agua, para alojar ocho toneladas de ella como lastre.

La tripulación del buque estaba compuesto por: Peral como comandante; Iribarren y Moya, oficiales a cargo del sistema de lanzamiento de torpedos; García Gutiérrez y Pedro Mercader, de la electricidad y sus complejos sistemas; Cubells, como Oficial; Antonio Noé López, encargado de los motores, por eso se le apodó «el del Arca»; y como complemento solo se autorizo a un contramaestre, para que pudiera ayudar en las labores de maniobra.

Todos los tripulantes, menos Antonio Noé, era tenientes de navío, a su vez especialistas en las distintas misiones a desempeñar y escogidos por Peral, quienes a su vez sentían una admiración, que hacía que Peral fuera como un auténtico superior, a pesar de tener la misma graduación.

Para las pruebas, se tuvo que autorizar a dos personas más, una por el gran interés demostrado por la Reina, que era su ayudante, señor Armero y al contralmirante Arrebol, pero como los pesos y desplazamiento del buque eran tan justos, más sirvieron de lastre que de ayuda, pero las órdenes son eso.

Como dato final, añadiremos la justificación de las cuentas, que Peral elevó al Ministro cuando éste le demandó el saber qué y como se había utilizado el dinero, así que esta es la lista de ello:

Baterías y acumuladores. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75.000

Tres dínamos, a 8.500 pesetas. . . . . . . . . . . . . . . . 25.500

Tres locomóviles, a 10.000 pesetas. . . . . . . . . . . . 30.000

Dos motores de 30 CV. a 6.000 pesetas. . . . . . . . 12.000

Tres motores, a 1.500 pesetas. . . . . . . . . . . . . . . . . .4.500

El tubo de lanzar torpedos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .20.000

Casco del buque. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .7.500

Jornales y varios. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .125.500


Total. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .300.000

Al poco tiempo, regresó el buen tiempo y Peral de recuperó de su enfermedad, por lo que se volvieron a intentar las pruebas.

Pero ya la cosa se había salido, pues Cádiz y San Fernando, estaban repletas de gentes llegadas de todas partes del país y algunos extraños extranjeros; corriéndose la voz, de que el submarino, a parte de su misión de guerrear, era capaz de sacar los tesoros hundidos del pasado, lo que si cabe, aún aumento la expectativa del invento.

Ahora sabemos, que si el proyecto de Peral se hubiera llevado a buen término, en su documento elevado a la superioridad en el año de 1885, se proponía la construcción nada más que de cuarenta de estos submarinos, que trasportados a las colonias y repartidos por todas nuestras islas y Península, haría casi inexpugnable la presencia de buques enemigos, en caso de declararse alguna guerra, incluida la todopoderosa Real Marina Británica, pues nada podrían oponer.

Al mismo tiempo, que proponía la creación de pequeñas bases para su mantenimiento y atraque, en las siguientes ciudades: Vigo, Ferrol, Pasajes, Bilbao, Mahón, Cartagena, Valencia, Barcelona, Cádiz, Ceuta, y alguna por definir en las islas Canarias.

Por lo que dotadas todas ellas de lo necesario, y con las vigilancia adecuada, más sus fortificaciones, y el coste de 300.000 pesetas por unidad, el gato total era de unos doce millones, lo que comparado con los cuarenta del precio de construcción del recientemente entregado acorazado Pelayo, resultaba a todas luces, mucho más económico, que una escuadra de éstos.

El día cinco de marzo, se probaron las máquinas, pero dentro del dique, con excelente resultado.

A las 14:00 horas Peral dio orden de volver a inundar el dique, unos veinte minutos después el torpedero submarino ya flotaba, por lo que lo dejaron así, ya que si esto funcionaba había un admirador de Peral, que había prometido un refrigerio, como siempre, con jamón, pan y manzanilla.

Al terminar este agasajo y siendo las 15:00 horas y a bordos todos, incluido el secretario de la Reina, Peral dio la orden de abrir por primera vez las compuertas del dique, por lo que les lanzaron un cabo desde un bote con seis remeros, que los sacó del dique y los remolcó a unos veinte metros de la construcción más cercana.

Se fondeo con amarras a un anclote que hacía las veces de “muerto” y se lanzó otra amarra, que se fijó a un noray y se volvió a probar las máquinas, posteriormente se acoplaron a las hélices, y todo funcionó perfectamente.

Visto el éxito, desembarcó Peral y varios más, quedando a bordo un maquinista y dos fogoneros, se reforzó la guardia con más miembros de la Real Infantería de Marina, pues se temían acciones, que pudieran dar al traste con el proyecto, revisó Peral todo y se puso en camino a San Fernando.

Al día siguiente, cuando aun se estaba levantando Peral de su cama, se presentó el ayudante del capitán general, lo cual produjo un sobresalto en toda la familia, el ayudante los tranquilizó, pero ya con Peral en la calle, le dijo que habían llegado rumores, de que “alguien”, estaba planeando echar a pique el buque de ahí la urgencia de que se presentará ante el general, para tomar las medidas oportunas para impedir tal desastre.

Al llegar al despacho del General, se le comunicó que la corbeta de guerra británica Curlew, del porte de 771 toneladas, había visitado sin razón alguna, el puerto de Málaga y que en su travesía hacía Gibraltar, se le había perdido un torpedo, por lo que pensaban que ese artefacto, estaba preparado para hundir al buque, pues nadie sabía dónde se encontraba.

Pero sobre el medio día llegó un cablegrama, que explicaba que el torpedo estaba descargado de su mortífera carga, por lo que volvió la tranquilidad.

Mientras en Madrid, se había reunido un grupo de marinos, que no eran partidarios del submarino, pues pensaban que no había nada igual que una buena coraza y una potente artillería para combatir, por lo que se comenzó la típica guerra interna en contra de Peral.

Al mismo tiempo, se había decido el salir a efectuar algunas pruebas, por lo que el General y Peral compartían conversación en la Carraca, mientras que muchos botes bien a remos y otros a vapor casi rodeaban al fenómeno naval, al mismo tiempo, que el bote a vapor de la fragata Carmen, con los guardiamarinas a bordo, permanecía de vigilancia, para que nadie se acercara más de lo debido al submarino.

Fueron embarcando todos los tripulantes, más los invitados, Armero, el ayudante de la Reina y Novo y Colson, siendo el último Peral, que se acercó a la torre del submarino, y en un hasta que se había colocado para la ocasión, le entregó Armero un paquete, el cual contenía una bandera de combate para la nueva unidad.

Al terminar esta acción, Peral como si se tratara de un buque de cien metros de eslora, se dirigió a la tripulación y en voz muy alta, dijo:

« ¡Tripulantes del submarino Peral! Yo, como comandante, voy a abanderar el buque por orden del capitán general del Departamento. Esta bandera la han bordado y regalado las mujeres de Cádiz. Con ella iremos al combate para defender el honor de España »

Sus manos afirmaron las drizas, en cuyos extremos Moya había anudado la bandera y con lentitud parsimoniosa, fue izando el pabellón español, hasta llegar al tope y entonces una suave brisa se levantó, lo que consiguió que se desplegara al viento, quedando en todo su esplendor la bandera de España; eran las 13:05 horas.

Al desplegarse la seda con los colores de España, todos los buques prorrumpieron en vivas a España, y mientras los militares saludaban al cañón a la nueva unidad, los civiles hacían sonar sus sirenas, al mismo tiempo que desde tierra, se daba suelta a una gran cantidad de cohetes, acompañados por varias bandas de música.

Permitió Peral durante unos minutos aquella alegria desbordante, pero al ir calmándose el griterío y acallarse los truenos de las salvas, pasó a ser el comandante de su buque, por lo que comenzó a dar las pertinentes órdenes.

¡Listos! Todos a sus puestos…Preparados para zarpar, hizo una señal y se largaron las amarras. ¡Maquinas de estribor y babor! ¡A octavo de máquina! ¡Avante!.

Las hélices comenzaron a mover el buque, y este a deslizarse sobre el líquido elemento, detrás de él, le seguía la lancha de la Carmen, para que los restantes barquitos no se acercaran demasiado, y muy cerca, el remolcador del Arsenal a cuyo bordo enarbolaba su insignia el Capitán General del Departamento.

Detrás de ellos, iba la comitiva, con diferentes buques, las autoridades civiles y militares en vapores distintos, así como hasta el vapor Península, a cuyo bordo iban los corresponsales del diario El Imparcial, que habían invitado a la esposa de Peral, que allí se encontraba.

Logrando salir de la bahía, a pesar de la corriente en contra a cinco nudos de velocidad, lo que le llevó como a unas siete millas de la costa, sobre las 13:50, por culpa de la poca profundidad de la zona, pusieron con mucho mimo, rumbo a Puerto Real.

En este punto, ya se encontraba el remolcador con el capitán general y la Comisión, pues se había adelantado al comunicar a viva a voz al General a donde se dirigía, al llegar a su posición se produjo una avería, que inmediatamente Moya comunicó, que era una chumacera de empalme que se había recalentado; Peral mando parar la máquina.

Se encontraba estribor del remolcador, pero como la corriente lo empujaba hacía a fuera, fue a varar en un bajo fangoso, al darse cuenta de la situación, los guardiamarinas se acercaron e intentaron el sacarlo, pero no resultó, entonces fue cuando el vapor Península, se acercó, le largaron un cable y con una simple arrancada lo puso en franquicia.

Momento que aprovechó Peral, para demostrar sus dotes de marino, pues ordenó poner la máquina en funcionamiento, consiguiendo el virar en redondo con solo una hélice y puso rumbo al Arsenal, a tan solo cuatro nudos de velocidad, por lo que alcanzaron de nuevo el punto de atraque, sobre las 18:00 horas.

Al día siguiente, se vio de verdad la gravedad de la varía, por lo que no se pudieron hacer más pruebas hasta el día diez, pero al intentar salir de nuevo, volvió a fallar la máquina, igual que lo había hecho el día siete, y memorable para la historia de la navegación, por lo que regresó a su punto de atraque.

Al parecer, todo el problema consistía; según explicación del propio Peral, en que la protección de los cables, para que estos no se comunicaran, estaba defectuosa y que casualidad, la casa que los proveyó era de Londres.

Se podía haber solucionado con los típicos manitas de la Corporación, pero Peral decidió que eso era cuestión del fabricante, y aunque así se retrasaba el programa, ordenó a García Gutiérrez, que sin pérdida de tiempo se desplazara hasta la digna ciudad isleña, y reclamase lo que se había pagado y no lo que habían proveído.

Mientras esto sucedía, Peral se enfrentó a las consiguientes críticas de sus enemigos, el día dieciocho dio una conferencia en el Ateneo de Madrid, para defender su proyecto, pero don Juan de Madariaga, que no era un declaro enemigo suyo, le puso tantas pegas, que consiguió el dejar en entredicho a Peral.

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