Peral y Caballero, Isaac Biografia

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Biografía de don Isaac Peral y Caballero


Retrato al óleo de don Isaac Peral y Caballero. Teniente de navío de la Real Armada Española.
Isaac Peral y Caballero.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.


Teniente de navío de la Real Armada Española.


Inventor del submarino torpedero eléctrico.

Orígenes

Vino al mundo, en el callejón de Zorrilla, esquina a la calle de San Francisco, de la ciudad departamental de Cartagena, el día uno de junio del año de 1851; siendo sus padres, don Juan Manuel Peral y Torres y de su esposa, doña Isabel Caballero.

Del matrimonio nacieron tres hijos, don Pedro Peral, que nació en el año de 1849, perteneció como todos sus hermanos a la Real Armada, falleciendo de capitán de fragata, en el año de 1897; Isaac, nuestro biografiado y don Manuel Peral, que nació en el año de 1862, y que también fue marino, pero tuvo la desgracia de estar al mando del cañonero Leite, en el combate de Cavite en el año de 1898, por lo que al ser entregado sin presentar combate a los norteamericanos, se le formó consejo de guerra, falleciendo unos años más tarde, con el grado de teniente de navío.

Como su padre y como norma de los marinos, siempre estaba destinado en algún punto de los territorios españoles, su madre doña Isabel no se arredró, y como los salarios no daban para mucho, envió una solicitud a la soberana Isabel II, ésta con fecha del día nueve de enero del año de 1860, le concedió a Isaac el título de aspirante de marina y a utilizar el uniforme de la corporación, con tan solo ocho años de edad, con el compromiso firme de ingresar en la Escuela Naval, en cuanto alcanzara la edad pertinente.

Hoja de Servicios

Sucedió esto el día el día uno de julio de 1865, pues pasó el examen de acceso al Colegio Naval Militar de San Fernando, donde comenzó sus estudios, aplicándose por entero a la aritmética de Serret; la geografía de Rouche y Camberouse y al álgebra de Briot.

Por su gran facilidad para aprender estas materias, el día veintiséis de diciembre del año de 1866, se le dio el grado de guardiamarina de segunda clase, de hecho sus compañeros llegaron a apodarlo como «el profundo Isaac»

A parte de las mencionadas materias, se empapó como si de un papel secante se tratara su cerebro, de otras materias más propias de la náutica, como, la construcción naval, maniobra de los buques, pilotaje, astronomía, historia naval, historia de España, mecánica, física y máquinas de vapor; como se podrá ver, no había materia que se le escapara a su conocimiento.

Por lo que el día veintiuno de enero del año de 1867, fue a embarcar por orden superior, en la corbeta Villa de Bilbao, con la que realizó varios viajes y evoluciones como correspondía al buque que como escuela flotante funcionaba.

Pero al embarcar se llevó la gran sorpresa de su vida, pues en las cercanías de la corbeta, se encontraba fondeada después de dar la primera vuelta al mundo de un buque acorazado, la fragata Numancia, que había arribado a la bahía, el día veinte de septiembre anterior después de novecientos sesenta días de ausencia de la Península.

El día veintitrés de abril del año de 1867, zarpó la corbeta, arribando el día veintiséis al puerto de Málaga, zarpando de este puerto y visitando los de Santa Pola, Alicante, Rosas, Barcelona, Palma de Mallorca, Mahón y Cartagena, al arribar a éste último, se les enseñó el Arsenal, defensas y fortificaciones.

También coincidió, con la oportunidad de poder visitar al último navío español, el Reina doña Isabel II, que permanecía de pontón en el arsenal y la maravillosa vista, de ver fondeadas a las fragatas acorazadas, que por casualidad se había reunido, siendo las Numancia, Zaragoza y Gerona, zarpó la corbeta de esta Arsenal con rumbo al de Cádiz, arribando el día veintiocho, por lo que había permanecido en su navegación y visitas, cincuenta días.

A los pocos días, todos los guardiamarinas recibieron la orden de trasbordar a la urca Santa María, que estaba preparada para las largas navegaciones de altura, que a pesar de ser un buque muy viejo, sus robusta construcción le permitía el realizar ese tipo de navegaciones.

Fueron distribuidos por todo la urca, designando su comandante; un viejo marino hecho en la mar, a Peral como «gaviero de la seca ó verga mayor del mesana», lo que le vino muy mal, dado su físico endeble.

Se embarcaron todo tipo de alimentos y pertrechos, preparando así a la urca para su larga navegación, por lo que una vez alistada se hizo a la mar, el día veinte de noviembre, no sin antes saludar al buque insignia, la fragata Almansa que se encontraba en la bahía, y enarbolaba el gallardete del Almirante de la flota, realizando por las ordenanzas, las salvas pertinentes.

Una vez salió a alta mar, se arrumbó el buque con destino a las Isla Canarias, pero por unos vientos contrarios les fue muy penosa la navegación, ya que estuvieron casi todo el viaje dando bordadas, para coger el respectivo viento y seguir el marcado rumbo, lo que les hizo fondear en Santa Cruz de Tenerife, el día veintiséis con mucho retraso.

Zarparon de este puerto, con rumbo al Sur, por lo que cruzaron por primera vez la línea del Ecuador, recibiendo así el tradicional saludo de Neptuno, prosiguiendo con su rumbo, que al igual que la vez anterior, los vientos parecían ir en contra de la urca, y cuando no, éstos dejaban de soplar, por lo que se encontraban con calmas arduas de soportar, en tan pequeño cascarón.

Peral que no dejaba para nada su diario, pues lo comenzó el mismo día que se le aceptó en la Corporación, fue en este viaje tomando notas de todo cuanto se encontraba, así como hallando posiciones tanto diurnas como nocturnas, por lo que en ningún momento se encontró sin trabajo.

Así continuó el viaje, que al principio transcurrió por las costas africanas, vieron cerca el peñón de Santa Elena, continuando su andar lento pero seguro, hasta cruzar al continente americano, y por sus costas, doblar el cabo de Buena Esperanza.

Desde aquí se puso rumbo hasta arribar al fondeadero de Java, el día veintiséis de abril del año de 1868.

Mientras tanto, los jóvenes guardiamarinas, habían descubierto todo el hemisferio Sur, la Cruz del Sur, la lumínica Alción, el alfa de Centauro y más, así y poco a poco, fueron familiarizándose con aquel grupo de estrellas, que desde siempre habían sido las guías de los rumbos, pues solo se encontraba en el horizonte, mar y más mar.

Descansaron escasas cuarenta y ocho oras, pues el día veintiocho volvieron a hacerse a la mar, con rumbo a las isla Filipinas, a las que arribaron y dejaron caer las anclas, en el fondeadero de Manila, el día catorce de junio del mismo año.

Por lo que consiguieron realizar todo el viaje, desde su salida de la bahía de Cádiz, hasta su llegada al fondeadero de Manila, en doscientos un días de navegación, que no estaba nada mal para un guardiamarina.

La urca llegó en tan mal estado, que hubo que ponerla en seco en el arsenal de Cavite, donde le fueron reparadas y repasadas, todas sus estructuras, tiempo que aprovechó Peral, para dar unos paseos por las islas y aprender de la convivencia que allí era lo normal, pero que en algunos aspectos, difería sobremanera de la conocida en la península.

Alistada de nuevo la urca, se volvió a hacer a la mar, en viaje de retorno a la Península, no teniendo más remedio que regresar por donde habían llegado, ya que el canal de Suez, aún estaba en esos momentos en construcción.

Pero de nuevo, la navegación se hizo muy dura, pues el buque era duro de mantener el rumbo, los vientos contrarios y la mar agitada, lo que la convertía en una trabajosa experiencia, que Peral no desaprovechó, pues continuó trabajando en su diario, pero era tal el retraso, que no se hizo escala hasta haber doblado el cabo de Buena Esperanza, y arribando al peñón de Santa Elena, el día veinte de junio del año de 1869.

Zarpando desde ésta y arribando a la bahía de Cádiz el día veintidós de octubre del año de 1869.

A su llegada, España estaba con un gobierno provisional, pues hacía casi un año que se había producido el levantamiento del General Prim, y del almirante de la flota, Juan Bautista Topete, con el que se provocó la salida de España de la reina doña Isabel II, siendo la situación muy comprometida, así que permaneció en el arsenal.

Realizó los exámenes pertinentes, sobre la práctica de navegación y otros estudios, por que sacó una buena nota, llegándole la orden de su ascenso a guardiamarina de primera, el día treinta y uno de enero del año de 1870.

El día trece de junio, recibió la orden de embarcarse en la recién incorporada fragata acorazada Vitoria y como caballero guardiamarina, por primera vez pudo ocupar su propio camarote, en tan espléndido buque.

Esta unidad naval, estaba incorporada a la escuadra de instrucción, por ello el día veinte de junio zarpó con la escuadra, en uno de sus cruceros de su nombre, poniendo rumbo a Vigo y Ferrol, regresando después al mar Mediterráneo, donde realizaron escalas en los puertos de Mahón y Cartagena.

Por iniciativa del general Prim, se eligió por las Cortes como nuevo monarca, a don Amadeo de Saboya, que sería en España, don Amadeo I.

Para traerlo a su Reino, zarpó la escuadra, entre las que se encontraban la Vitoria que junto a la Numancia, componían por aquél entonces la escuadra más poderosa del Mediterráneo, realizando su salida el día diecinueve de diciembre, con rumbo a Génova y desde aquí se arribó el día veinticuatro a la Spezzia.

A la llegada a éste puerto, se le dio orden a Peral de que formara parte de la comitiva, como guardia de honor al nuevo monarca, por lo que trasbordó a la Numancia, ya que en ella iba a viajar el Rey; zarpó la escuadra el día veintiséis y el día treinta de diciembre del año de 1870 arribaban a Cartagena, donde al monarca se le recibió con todos los honores, correspondientes a su cargo.

Pero comenzaba muy mal su reinado, pues recibió la mala y funesta noticia, de que su principal valedor para alcanzar el trono de España, el general don Juan Prim Prat, había fallecido victima de un atentado, siendo el encargado de comunicárselo, el almirante don Juan Bautista Topete.

Recibió orden de trasbordar a la Vitoria, pero poco tiempo después, se le volvió a embarcar en la Arapiles, cuando abordó la fragata acorazada, el día uno de febrero del año de 1871, le estaba esperando su comandante, pues el rey Amadeo I, le había otorgado la Cruz de Caballero de la Corona de Italia, por haber estado a bordo del buque que lo transportó a España, al mismo tiempo, se de otorgó la medalla conmemorativa del mismo acontecimiento.

Como embarcado en esta fragata, realizó varios cruceros de instrucción, entre las comisiones que realizó el buque, se volvió a encontrar entre los que fueron de nuevo a Italia, para transportar a la Reina, que venía acompañada de toda su familia.

Prosiguió embarcado y realizando cruceros, y comisiones, que le llevaron a visitar, Tánger y Barcelona, en esta ciudad se le dio orden de desembarcar, de transporte en el vapor Vinuesa (mercante civil), zarpó con rumbo a Valencia, Málaga, y Cádiz, donde al llegar se le ordenó embarcar en la corbeta Consuelo, buque que precisamente había visto y seguido su construcción en el arsenal de La Carraca.

Con la corbeta, realizó nuevas navegaciones, sobre todo viajes a las diferentes islas del archipiélago de las Canarias, pues servía como transporte, llevando víveres, municiones y tropas, de éstas últimas tanto en los de ida, como de regreso.

En uno de estos viajes enfermó en la islas, por lo que fue transportado en el vapor correo América, hasta el la bahía de Cádiz, donde después de una corta estancia en el hospital, se recuperó de su endeble salud.

Al salir de él y ya vuelto al servicio, embarcó de transporte en el vapor Vasco-Andaluz, con rumbo al arsenal del Ferrol, pero realizando las propias escalas de los vapores de pasajeros, primero en Vigo y después en Carril, por fin a la Coruña y desde aquí se incorporó al Arsenal.

En este Arsenal, se le dio orden de embarcar en la corbeta Ferrolana, con la que regresó a la mar, en misión de aprendizaje y ampliación de conocimientos, realizando varios cruceros por el océano.

A su regreso, se le examinó, dando ejemplo muy claro de todo lo aprendido, pues sacó las mejores notas, por ello con fecha del día veintiuno de marzo, siéndole dada la gracia, de tener un mes de permiso, por lo que al acabar este plazo se reincorporó, en el Arsenal de Cádiz.

Al llegar, se le ordenó embarcar en la goleta Sirena, con la que realizó un breve periodo de practicas, al termino de él, se le ordenó en mayo trasbordar al vapor Vulcano, con el que volvió a realizar viajes, cruceros y comisiones, que de nuevo le llevaron a visitar, Marruecos, y entre sus ciudades, las de Tánger, Larache, Rabat, Safi y Mogador, desde esta última se puso rumbo al arsenal de Cádiz.

Como ya era oficial, pues tenía su camareta, en la que prácticamente era imposible el entrar, por la cantidad de libros, que estaban por todas partes, pues no por ser ya oficial dejó de aprender y de firme, pues cuando no estaba en sus obligaciones, se le encontraba allí con un libro en la mano y con papel y lápiz, sacando notas y apuntes.

España volvía a pasar por una de esas época tan normales en ella, pues por una parte, se estaba en guerra civil en el Norte y Cataluña, escaramuzas en el norte de África y para terminar de situarnos, con graves problemas en la Perla del Caribe, nuestra siempre querida isla de Cuba.

Así que le tocó el viajar de trasporte, en el vapor correo Comillas, con destino a la isla de Cuba, situación que si cabe le agrado mucho, pues hasta ese momento no había ido en un viaje tan largo y sin obligaciones a bordo, lo cual aprovechó para tomar más notas y aprender el tipo de mar que era el océano, aunque no le era totalmente desconocido, pero si como viajero.

El vapor, hizo escala en la isla de Puerto Rico, arribando al puerto de La Habana, el día catorce de octubre, donde desembarcó y se presentó a su comandante.

La Armada española en la isla, se limitaba a la protección de la costa, para evitar el contrabando que tan fácilmente proporcionaban los yanquis, a los González, Martínez, Fernández, Gómez, Pérez, García, Gil, López, pues no eran otros los que intentaban para su medro personal, la independencia de la isla.

Le ocurrió un suceso, que por la importancia en la vida de Peral traemos a estas líneas, pues demuestran en profundidad lo que es capaz de hacer un hombre, al que se le insulta y se ríen de él, además de dejar clara constancia, del valor y a veces la temeridad de nuestro biografiado.

La isla en aquellos momentos estaba en ebullición al completo de ella, no existía casi orden y los cubanos, solían llevar siempre un arma blanca, tanto para defenderse como para ofender.

Peral el sexto día de su estancia en la isla y por lo tanto desconocedor de todo cuanto ocurría, decidió el tomar una tartana, que realizaba el viaje desde Guanabacoa, donde acostumbraba a estar la flotilla de guardacostas, hasta la plaza de Armas de La Habana.

Al subir a ella se apercibió de que los cubanos que iban ya en ella, comenzaron a hablar mal de España, él intentó por estar en franca inferioridad el ignorarlos, pero estos viendo que sus amenazas y gritos, no hacían mella en él, comenzaron a insultarlo directamente, por lo que movido por su amor propio, se abalanzó sobre los de enfrente, comenzando una pelea.

Al enterarse por el bullicio el conductor se percató de lo que ocurría, por eso paró a las caballerías y bajaron a tierra, donde prosiguió el combate, hasta que se acerco un oficial de voluntarios, y la pelea terminó, pero uno de los cubanos le entregó una tarjeta de visita, para concertar un duelo de Caballero.

Peral la rompió en varios trozos y la arrojó al suelo, pero le advirtieron que le esperarían, en el «campo del honor» Él era en esos momentos un hombre de veintiún años de edad, serio, barba, bigote y ojos muy vivos, así como un valiente y sereno oficial, pero no de mucha altura y delgado, pero todo el un puro nervio.

Al llegar a su cuartel, comentó con los compañeros lo que le había ocurrido, estos le dijeron que había caído en la trampa, pues habían unos cuantos expertos espadachines, que se dedicaban precisamente a esa labor, pues así y sin miedo a la justicia, lograban matar a muchos oficiales de las tropas españolas allí estacionadas, cubriéndose las espaldas con la misma justicia.

Así que Peral se encontró en una encrucijada, pues no podía dejar de asistir, pero a su vez era un inexperto en el manejo del sable. Aun así se decidió a perder la vida si era necesario, por lo que escogió a dos compañeros como padrinos, al alférez de navío don Adolfo Solá, de gran altura y corpulencia y el del mismo grado don José Díez, que físicamente, se parecía más a Peral.

Su contrincante no era otro que el más famoso de los espadachines de la isla, Pancho Pozas, que según cuentan, manejaba la espada como cualquier malabarista unos aros, pues era tal su rapidez y tan gran tirador de esgrima, que nadie osaba el dirigirle la palabra por si se enfadaba.

Así las cosas, a la mañana siguiente, salieron a pie con dirección a la playa de la Cabaña y a las nueve horas, se encontraban en ese lugar conocido por tantos españoles que habían perdido la vida, en este tipo de ejecución, pues no se actuaba a justicia, si no valiéndose de ella.

Pozas y los suyos, llegaron con gran algarabía en una tarantas, las típicas tartanas de la isla, de la cual descendieron entre risas y festejos, siendo portadores de varias botellas, para poder celebrar el desenlace del duelo, a completa satisfacción.

Ya reunidos, Peral dijo: «¡Señores! Después de este duelo suscribiremos un acta en que hagamos constar lo que ocurrió y al final pondremos un ¡Viva España!. Es condición que impongo. Pues si no se es español, no puede batirse en esta tierra española, y como no hemos venido a una mojiganga, los padrinos seguiremos el combate cuando caiga nuestro apadrinado.»

Los cubanos se rieron del hecho, pero dijeron que de acuerdo, por lo que ya escogidas las espadas, Solá abrazó a Peral y dio la una palmada para que comenzara el duelo.

Pozas se movía como si fuera un bailarín, al mismo tiempo, que para disfrutar del momento, señaló en muchas ocasiones, pero con el sable en plano, por lo que no dejaba herida a Peral, pero lo iba subiendo su voluntad, así las cosas permanecieron como unos quince minutos, pues Peral solo sabía defenderse a duras penas, por lo que ya estaba sudando y medio cansado.

Pero las constantes risas de Pozas y el jolgorio de los suyos, a cada golpe de su apadrinado, aumentaron el coraje de Peral, que ya se veía más muerto que vivo, pero de pronto, dejó de defenderse, olvidó todos los grandes consejos que le habían dado y pletórico de fuerzas, se abalanzo sobre Pozas, que se vió desbordado por momentos, ya que Peral, daba golpes por todas partes y su contrario, no sabía a donde acudir, se le borró la sonrisa de los labios, ante la inesperada reacción de Peral.

El inexperto, se había convertido en un ariete, en definitiva, una especie de huracán que se le comía el terreno, esto propició, que Peral consiguiera el herirle en la cabeza, Pozas intento cubrirse esta parte, pues se quedó medio aturdido, ocasión que vió Peral, que le lanzó otro golpe al mismo lugar, pero amagando el golpe, y con el pecho al descubierto de Pozas, le propinó una estocada, que introdujo el sable en el pecho hasta la empuñadura, ello hizo que la hoja asomara por la espalda, por la rapidez, velocidad y fuerza, con que lo dio.

Pozas cayó al suelo, y Peral se abrazo a Solá, que en ese momento había avanzado al ver el resultado del envite; lo que a su vez produjo una gran decepción en los acompañantes de Pozas, pues éste era un profesional de estos lances, mientras que Peral era un perfecto desconocedor del arte de la esgrima.

Los cubanos pretendieron irse sin más, pero Solá de nuevo se interpuso y les obligó a firmar el documento con el resultado, para que nadie pudiera acusar a Peral de asesino, lo que realizaron contra su propia voluntad, pero lo firmaron; después volvieron al lugar donde yacía Pozas y lo cargaron en su taranta, abandonando el «campo del honor», donde al parecer y por esta vez, no lo hicieron tan contentos como en ocasiones anteriores.

Regresaron al cuartel y esa misma noche, se le entregó la orden, firmada por el comandante general del Apostadero, de que se embarcara al día siguiente, veinticuatro de octubre, en el cañonero Cuba, por lo que se puso en camino hacía Nuevitas, lugar de atraque del buque.

Al llegar, subió a bordo e inmediatamente, se hizo a la mar, en su constante vigilancia de la costa; poco tiempo después, recibió la orden de trasbordar al cañonero Neptuno, con el que se dedicó a realizar la misma misión, ya que la isla era en sí un volcán, pues por todas partes brotaban sublevaciones, por lo que había que hacer al menos acto de presencia.

Poco tiempo después, se recibió la orden de que el cañonero, arribara a Puerto padre, para desde aquí y con una compañía de infantería, se le transportara al puerto de Nuevitas.

Estando en ese apostadero de fuerzas sutiles, y estando a punto de cumplir los veintidós años, se le nombró segundo comandante del cañonero Dardo; era uno de los más pequeños y casi sin importancia militar, pero como siempre, el valor de su tripulación lo hizo que se hiciera sentir, pues apresó a un par de mercantes mucho más grandes que él.

Llegando a navegar sin descanso, solo el preciso para recargar los depósitos, doscientos dos días, navegando entre Nuevitas, Puerto Padre, Gíbara, Guanaja, etc..

A pesar de ser un persona seria, no hay que olvidar que tenia veintidós años, por lo que al final un día junto a varios compañeros del ejército y la armada, se fueron a una fiesta típica de las que se montaban en la manigua cubana, se apercibió de que solo se les hacía beber, a lo que él después de dos vasos, dejó de hacerlo, comenzó a anochecer y canidazo de esperar a sus compañeros, más la dulce presión de las cubanas, decidió el poner se en camino hacía Nuevitas.

Se le hizo de noche y se encontró perdido, por lo que consiguió el encontrar un pequeño alto plano y allí apoyado en un fuerte tronco de árbol se durmió plácidamente, el fresco del amanecer le despertó, y se puso en camino hacia un bohío, donde al llegar se le recibió bien y se le indicó el camino a seguir, alcanzando a su buque sobre las nueve de la mañana.

Pero llegó descalzo, su traje blanco lleno de barro, sin gorra y lógicamente agotado, pero se aseó y se preparó para recibir órdenes.

Los jefes preguntaron donde se encontraban el resto de excursionistas, pero no supo responder, pues solo conocía su nombre, la Criolla, así que dejaron pasar tres días, al final de ellos, se puso en marcha una patrulla con unos cincuenta soldados, a los que se agregó Peral.

Consiguieron el localizar el lugar, que Peral reconoció, pero al ir acercándose, se apercibieron que varios de los excursionistas, estaban colgados por el cuello de los árboles cercanos, por lo que se prepararon para entrar en el lugar.

Al hacerlo, dentro no había nadie, a excepción del resto de excursionistas, que habían sido asesinados bárbaramente a machetazos y todos ellos castrados, y las partes mutiladas, introducidas entre los dientes. Más dantesco imposible, pero así de grave era el problema.

Para no tener que tocarlos y que nadie pudiera ver lo ocurrido, el jefe de la columna decidió el pegarle fuego al lugar, cosa que se realizó de inmediato.

Se pusieron en marcha y de pronto desde una arboleda cercana fueron atacados sonando los disparos desde varias direcciones, por efecto de los cuales cayeron varios de los soldados del pelotón. Inmediatamente se desplegaron y comenzaron a avanzar hacía el lugar, pero al llegar ya no había nadie en toda la manigua, esto tuvo lugar en el año de 1873 a primeros de año.

De nuevo volvió a la mar, a recorrer los innumerables, cayos canales e islotes que circundaban al apostadero de Nuevitas, a bordo de cañonero Dardo, pues los abastecimientos yanquis a los insurrectos cubanos, no cejaba ni un instante, por lo que el trabajo era de tensión constante y por lo tanto agotador.

Ya el día veinticuatro de junio, los mambises habían intentado el conquistar Nuevitas, pues los insurrectos necesitaban un puerto, para poder hacer sus desembarcos de material proporcionado por los yanquis, así que intentaron el apoderarse de él, pero fue impedido por los voluntarios y por la marinería, que al mando del teniente de navío don José Beraza, consiguió el ponerlos en fuga, persiguiéndolos hasta el desalojar a toda la población.

Pero no quedaron contentos con esta acción, pues de nuevo el día catorce de julio y al mando del propio Máximo Gómez, volvieron a intentarlo, atacando por sorpresa la población y el puerto.

Como las fuerzas del ejército era pocas, se reclamó la presencia del cañonero Dardo, por lo que buque se puso a toda máquina con rumbo al apostadero, al llegar sin ni siquiera atracar, saltaron a tierra Peral y quince de los marineros, siendo destinada su fuerza, a cubrir las afueras de la población, donde sufrieron el fuego de la fusilería y de la artillería, pero no cedieron ni un centímetro, lo que llevó a convencer al jefe mambise, de que ante la resistencia ofrecida lo mejor era abandonar el lugar, por lo que dio la orden de retirarse.

Aquí hay que decir, que si bien la marinería se cubrió de gloria, los enfermos que estaban en el hospital de campaña, al oír los disparos, se levantaron y cogiendo sus fusiles, opusieron la misma resistencia, por lo tanto, no es solo el valor de la marinería, sino de todos lo que allí se encontraban, fuera la que fuera su situación.

Las fuerzas de Peral, sufrieron la pérdida de tres marineros, que fueron materialmente cosidos a bayonetazos, pero ante el apoyo de sus compañeros, los consiguieron poner en fuga.

Pero de nuevo, el día veinticuatro de agosto, repitieron la acción, eran ya las tres de la madrugada, cuando los rebeldes ya se creían dueños de la población y paseaban por sus calles, como a tales, pero al oír el griterío, Peral seguido de doce de sus hombres, desembarcó y comenzaron a recorrerlas, dando sablazos y disparando sus armas, fue tal la sorpresa de la reacción de los españoles, que los mambises abandonaron todos sus pertrechos de guerra en las mismas calles, por lo que se consiguió un gran botín de guerra.

Tanto era el descalabro producido, que “El Chino Viejo” mote de Máximo Gómez, se sintió tan herido en su orgullo, que puso precio a la cabeza de Peral, por lo que se convirtió en muy poco tiempo, un hombre perseguido hasta por su sombra.

Por cuarta vez, el día quince de octubre, volvieron a intentarlo, en esta ocasión Peral y sus quince hombres, volvieron a ocupar la misma posición que la vez anterior, pero como el ataque fue renovado y ya algo conocedores de las defensas de la población, no consiguieron desalojar a los mambises hasta transcurridas veinticinco horas de lucha, siendo uno de los momentos más duros de la vida de Peral, pero que de nuevo su firmeza de carácter, consiguió el objetivo de que los rebeldes se retiraran, sin conseguir hacerse con el dominio del puerto.

Toda esta actividad, le impidió el proseguir con sus lecturas y estudios, además de que los grandes esfuerzos pasan factura, por lo que de pronto se sintió mal y con mucha fiebre, ello le llevó a un hospital, pero no se estuvo quieto, pues en su estancia en él, y tranquilo de combates, terminó su obra, que posteriormente fue publica con el título: «Tratado teórico-práctico sobre huracanes» Como se verá nunca perdió el tiempo.

Al mismo tiempo, que el Gobierno (en estos momentos el de la efímera 1ª República) y por instancia de sus superiores, le concedió la ganada y muy bien, á más que merecida Cruz Roja del Mérito Naval de primera clase, por sus acciones en la defensa de la población y puerto de Nuevitas.

En estos días, tuvo lugar el acontecimiento que a la larga provocó la declaración de guerra de los Estados Unidos a España, en el año 1898.

No fue otra acto, que el apresamiento del vapor Virginius, que con bandera yanqui, proporcionaba a los insurrectos, todo tipo de armas y pertrechos de guerra, todo porque era uno de los más rápidos de la época, lo que le permitía el escapar siempre de la persecución de los patrulleros y cañoneros españoles destinados en aquellas aguas, por lo que era muy conocido por todos.

Estaba en esos momentos de Capitán General de la isla de Cuba, el general Pieltaín, quien consiguió el que se llevara a isla a la corbeta Tornado, que a su vez era el buque más rápido de cuantos contaba la Armada española, por lo que se le dio la orden a su comandante, de que se pusiera a cruzar, vigilando la costa desde el Cabo de Santa Cruz, hasta Santiago de Cuba.

(Continua)

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