Perez de Grandallana y Sierra, Domingo Biografia

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Domingo Pérez de Grandallana y Sierra Biografía


Retrato al oleo de don Domingo Pérez de Grandallana y Sierra.
Domingo Pérez de Grandallana y Sierra.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.



Teniente general de la Real Armada.



Ministro de Marina.

Caballero de la Orden Militar de Santiago.

Gran Cruz de Real la Muy Distinguida Orden Española de Carlos III.

Orígenes

Vino al mundo en la población de Jerez de la Frontera, a lo largo del año de 1753. Fueron sus padres, don Francisco Pérez de Grandallana y su esposa doña María de Sierra.

Hoja de Servicios

El día 13 de octubre del año de 1766, sentó plaza de guardiamarina en la Compañía del Departamento de Cádiz, sólo tenía trece años, razón por la que se le concedió la Real dispensa de edad por no tener la reglamentaria. Expediente de pureza de sangre N.º 1.467.

Pasó su examen teórico y pronto se le destinó a una fragata, siendo su estreno la prueba de resistencia más eficaz, en la que aprendió sobre la mar y no poco en este su primer viaje, pues zarpó de la bahía de Cádiz con rumbo al puerto Soledad, donde se preparó el buque para doblar el cabo de Hornos, consiguiéndolo y arribando al Callao de Lima, de donde volvió a zarpar con rumbo a Manila y de allí de regreso a la Península, de forma que cruzó las cuatro veces reglamentarias el Ecuador para ser considerada una vuelta al mundo y efectuando casi la misma ruta que el primero que circunnavegó el planeta.

Al arribar se le dio una licencia para recuperarse de lo navegado y las grandes penalidades sufridas, al presentarse de nuevo en la Compañía se le examinó y aprobó, siéndole entregado el despacho de oficial como alférez de fragata el día veintiuno de agosto del año de 1770. Como había demostrado un gran conocimiento, se le otorgó el mando de la balandra San Juan Nepomuceno a pesar de su juventud y grado.

Se le pierde la pista, hasta aproximadamente el año de 1777, en que ya lleva los galones de teniente de navío, se le dio el mando primero del jabeque Mallorquín y al poco tiempo el del Gamo, con ambos sostuvo varios combates contra buques del mismo tipo berberiscos, mereciendo una laudatoria del mismísimo y célebre general don Antonio Barceló, quien precisamente en este tipo de combate era inigualable.

Pero aún se ratificó demostrando su valor, cuando el día veinticuatro de mayo del año de 1779, al mando del jabeque Gamo perteneciente a una división de ellos al mando del capitán de navío don Juan de Araoz, manteniendo un combate contra varios jabeques pertenecientes a la regencia de Argel, en el duro encuentro, le dio fuego a uno enemigo, apresó a otro y al ver esto los compañeros se dieron a la fuga, a los que no pudo seguir por no abandonar y perder la presa.

Por la victoria anterior por Real Orden del día veinticuatro de mayo del mismo año de 1779, fue ascendido al grado de capitán de fragata, pasando a tomar el mando de la Santa Cecilia, la cual estaba incorporada a la escuadra del general don Juan de Lángara, concurriendo con ella al combate que se mantuvo contra la escuadra británica del almirante Rodney, el día dieciséis de enero del año de 1780, fue tal su demostración de valor y acertadas órdenes, que fue propuesto por su general para su ascenso a capitán de navío, siéndole entregada la Real Orden del día tres de febrero siguiente, por la que se le confirmaba el merecido ascenso, consiguiendo con ello que en tan solo catorce años de servicio en la Real Armada, alcanzará este grado.

Con este empleo y posteriormente con el de brigadier, que se le otorgó dos años más tarde, estuvo al mando de los navíos San Francisco de Paula, Magnánimo, San Agustín, San Eugenio, San Leandro y Mejicano; con los que participó en los más importantes combates: en la expedición contra el Brasil, con la toma de la isla de Santa Catalina, a las órdenes del marqués de casa Tilly; en el socorro a la plaza de Melilla; al bloqueo de Gibraltar y ataque de las baterías flotantes, combate en el que por primera vez fue herido, casi seguido y sin tiempo de recuperar, participó en el combate de cabo Espartel contra la escuadra británica del almirante Howe, en el mes de octubre del año de 1782, a las órdenes del general don Luís de Córdova.

Al declarase la guerra contra la República Francesa del año de 1793, fue incorporado a la escuadra del general Borja, participando en la conquista de las islas de San Pedro y de San Antíoco; en el apresamiento de la fragata Hèléne y su compañera la Richmond, que su capitán no quiso que fuera apresada y le pegó fuego, siguiendo con las operaciones de apoyo a los ejércitos napolitano y piamontés en su avance sobre las riveras del Var.

En el navío Reina Luisa, que a la sazón era el insignia del general don Juan de Lángara, con el que zarpó del Arsenal de Cartagena a con rumbo a Tolón, uniéndose los dieciocho navíos y dos fragatas españolas a la escuadra británica del almirante Hood y a la española del mando del general don Francisco de Borja, que por su ancianidad fue relevado del puesto por el recién llegado, quedando de Comandante en Jefe de la española, arribaron a la base francesa y el día veintisiete de agosto desembarcó la tropa y tomó el puerto, arsenal, fortalezas y plaza. De la escuadra británica entraron en él veintiún navío, de la española diecisiete y en su fondeadero se encontraban veintiuno de Francia, más los que estaban en grada construyéndose.

La plaza fue contraatacada por el ejército revolucionario francés, estando al mando del general Dugommier y entre sus jefes un joven comandante de Artillería llamado Napoleón Bonaparte, quienes atacaron con tantas unidades y fuerza, por medio de la artillería en tierra que inutilizó la de los buques, siendo tomados los fuertes de Faraón, Malburque, Artiga y otros, lo que obligó al ejército aliado a reembarcar, siendo dirigida esta maniobra con el mayor de los aciertos por el Mayor General de la Escuadra española, el general don Ignacio María de Álava estando Cañas como su ayudante, siendo de los últimos en embarcar y lograron hacerlo en la fragata Florentina, con la que pudieron ponerse a salvo los últimos defensores.

Estando en las operaciones de la defensa de Tolón, fue ascendido a jefe de escuadra, arbolando su insignia en el navío Mejicano y nombrado como segundo del general Lángara hasta la evacuación de la plaza, pero a pesar del grado estuvo en primera línea de fuego, ayudando a retroceder a los aliados siendo herido por segunda vez el general Grandallana.

Al regresar al arsenal de Cartagena, trasbordo su insignia al navío Vencedor, siendo comisionado para arribar a Liorna y embarcar al serenísimo Príncipe de Parma, para transportarlo a la Ciudad Condal, al llegar se incorporó su escuadra a la del general don Federico Gravina, en calidad de segundo jefe, concurriendo a la defensa de la plaza de Rosas, que estaba siendo atacada por los republicanos franceses.

Durante las operaciones se le entregó el mando de cuatro navíos, para operar con total independencia, efectuando ataques sobre Santa Margarita, Tolón y las islas Hyères, permaneciendo en estas misiones hasta que se firmó la paz de Basilea el día veintidós de julio del año de 1795, 4 thermidor, año tercero de la República Francesa. — Domingo de Iriarte. — Francisco Barthelemy.

Regresando a Cartagena, y como costumbre de la época la escuadra pasó a desarme, obligándole a arriar su insignia quedando sin mando a flote en el mismo Arsenal. Se encontraba allí cuando le llegó la Real Orden del año de 1796, por la que se comunicaba su ascenso a teniente general.

Como no podía estar parado, movió hilos y se le entregó en principio el mando de la Compañía de Guardiamarinas del Departamento, pero interinamente, pasando al poco tiempo a la de Ferrol en propiedad, dejando su huella en los guardiamarinas que tuvieron la suerte de recibir sus clases.

Al sufrir la escuadra del Océano el desafortunado combate del cabo de San Vicente, encontrándose al mando del general don José de Córdova, contra la británica al mando del almirante Jervis el día 14 de febrero del año 1797, el general español fue destituido del mando y nombrado en su lugar el general don José de Mazarredo, quien llamó a don Domingo para hacerse cargo de la tercera escuadra y como su mismo jefe de la escuadra del Océano, al llegar a la bahía de Cádiz se estaba reorganizado la escuadra y se le entregó como su buque insignia el navío de tres puentes Santa Ana y 112 cañones.

Sufrió los bombardeos de la escuadra británica que realizaba el bloqueo, pero estos fueron rechazados por las fuerzas de lanchas cañoneras y bombarderas, teniendo el propio comodoro Nelson, que estaba al frente de la escuadra enemiga, tener que ceder ante la pujanza de las pequeñas embarcaciones, abandonando el bloqueo del puerto de Cádiz, que algo enfadado por no conseguir su objetivo, puso rumbo a la islas Canarias, donde también le esperaba una desagradable experiencia.

En el año de 1798, se encontraba formando parte de la escuadra del general don José de Mazarredo, cuando salió con su navío el Santa Ana, en persecución de la británica que estaba bloqueando el departamento de Cádiz.

En el año de 1799, volvió a salir, poniendo rumbo a Cartagena, donde se unió a la francesa del almirante Bruix, zarpando de éste puerto para arribar al de Cádiz, cuando se dio la orden de zarpar con rumbo a Brest, tuvo la mala fortuna de varar su buque en las Puercas, de donde con mucho trabajo se pudo sacar y llevarlo al Arsenal de la Carraca donde entró en dique para su reparación. Esto le impidió poder realizar la expedición, quedando desembarcado forzosamente.

Al ser nombrado don Manuel Godoy, generalísimo, éste organizó un estado mayor de todas las armas, siendo destinado como representante de la Real Armada, don Domingo Pérez de Grandallana, por la consideración que de él tenía el Príncipe de la Paz, por su demostrado gran valor personal y grandes dotes de organizador. De hecho organizó su Estado Mayor con grata discreción y eligiendo a los mejores en cada ramo, de los muchos y variados que contiene en sí la organización de la Armada.

En el consejo de generales, se caracterizó su actitud por sus grandes conocimientos, no por ello dejaba de atender cualquier sugerencia de sus compañeros siempre con gran ilusión, a ello se unía su forma de presentar al Rey sus opiniones, pues a pesar de lo mucho que se le criticó en su momento, nunca expresaba su voluntad o preferencia por lo hecho, dejando siempre de esta forma que S. M. escogiera según su conocimiento o asesoramiento, manteniéndose en todo momento alejado de poder influenciarlo. Actitud que le honraba y nadie podía decir nada en contra de ella.

Una de sus mejores propuestas al gobierno y que éste aceptó fue, el entregar el mando de los buques del correo marítimo a los oficiales de la Armada, consiguiendo con ello que la mayor parte de los oficiales de los primeros grados, fueran obteniendo una gran formación náutica a parte del conocimiento del mar en cualquier estado y se aprovechaba de ello, para que en las épocas de paz continuaran navegando casi sin descanso, pues era la época en pronto se darían a conocer sus grandes servicios, por la excelente labor llevada a cabo cuando surgió el levantamiento de los virreinatos.

Por Real Decreto del día tres de abril del año de 1802, fue nombrado Secretario de Estado y del Despacho Universal de Marina, sirviendo en él hasta el día seis de febrero del año de 1805.

Durante su mandato, se caracterizó por su franqueza y lealtad al Rey, exponiéndole siempre la verdad sin disimulos; esta conducta le valió más de un disgusto, dado el alto grado de corrupción que existía en la Corte.

Los cuales aprovechando el momento crítico producido por el apresamiento de las cuatro fragatas al mando de Bustamante, sobre el cabo de Santa María ocurrido día cinco de octubre del año de 1804, las intrigas palaciegas influenciaron al Rey, quien para no hacer enfadar a sus “amigos” lo cesó en la Secretaría de Marina el día seis de febrero del año de 1805 y para que don Domingo no se sintiera ofendido, se le otorgó el mando de la escuadra del departamento del Ferrol.

Pero al llegar no estaban todos los buques alistados, su afán de vencer obstáculos en poco tiempo consiguió alistar una escuadra de diez navíos, con sus dotaciones al completo, aprovechando para zarpar para adiestrarlos durante el tiempo que se le permitió, no siendo mucho, a la escuadra le pudo añadir unas fragatas y otros buques menores, para cubrir las necesidades de descubierta, recibiendo la orden de incorporase con su escuadra a la del mando del general don Federico Gravina que se encontraba en la ría de Ares, donde estaba unida a la francesa al mando en jefe del almirante Villeneuve, arribando todos juntos a la bahía de Cádiz el día dieciséis de agosto.

A finales del propio mes, recibió la Real Orden por la que había sido nombrado Consejero de Estado, lo que le obligó a desembarcar y ordenar arriar su insignia del navío de tres puentes Príncipe de Asturias, dándose de nuevo el caso de no poder acudir a la cita de Trafalgar junto a sus compañeros, pues por postas tuvo que reincorporarse a la Corte. Pero si lo hizo su navío, al cual cambió su insignia el general don Federico Gravina.

Pérez de Grandallana, escribió varias obras muy valiosas, donde quedan reflejados sus grandes conocimientos profesionales, pero la mayoría quedaron inéditas, entre ellas la titulada:

«Reflexiones sobre los defectos de la constitución militar y marinera de la Marina española, para el desempeño de los combates de sus escuadras, en el paralelo que hace ésta y las constituciones inglesa y francesa, en que se demuestra la equivocación de nuestros principios y la necesidad de reformarlos para volver a los de nuestra antigua ilustración y Pensamientos sueltos.»

Estando subdividida en:

«Introducción: Reflexiones sobre nuestra constitución militar y marinera: Artículos de la legislación inglesa: Artículos de las instrucciones de los generales ingleses: Artículos de la legislación francesa: Comento de ellos: Artículos de la legislación española: Comento de ellos y de su táctica, señales é instrucciones; Conclusión.»

En la que se contiene puntos tan importantes como:

«…la forma del ataque (San Vicente 14/X/1797) que los ingleses hicieron aquel día; esto es, que con toda su escuadra atacaban á nuestra retaguardia, y por consiguiente se entabló por unos la inacción en el errado concepto de que en el lugar en que se hallaban tendrían su turno de combate, y no se supo por todos maniobrar á defender el punto atacado, …y excita en este momento mi consideración por su desgracia y por la de sus desventurados compañeros, porque los considero como á víctimas sacrificadas al mal sistema sobre que se sostuvo la batalla, y cuya reforma es mi principal objeto. Nada menos que esto ha sucedido, y nada es más seguro, en mi concepto, sino el que se perderán todos los combates de escuadra, mientras estén apoyados en la formación y el orden de los combates.»

Un apartado en el que se trata:

«…señales de día y de noche, é hipótesis de ataque y defensas dispuesto por el Estado-Mayor de Marina (era su jefe entonces)» impreso en 1804. Y en 1802 se imprimió «Ordenanza naval, etc.»

Don Cesáreo Fernández Duro dice al respecto de esta obra, que sigue siendo un manuscrito y sin publicación ninguna, a pesar de contener solo trescientas una páginas:

«Al leerse este precioso manuscrito, no se sabe si merecen mayor admiración las profundas reflexiones que en él se escriben, que la valentía con que son expuestas. Su ilustre autor, despreciando detalles minuciosos, domina con una sola mirada el asunto que pone á su examen, y deduce que así nuestra antigua táctica como la francesa, ocasionan descalabros por la rigurosa prevención de esperar todo el mundo órdenes para moverse, sin que á nadie sea lícito atacar para el mutuo socorro, sino se le ordena por medio de señales, que con dificultad pueden ser distinguidas en medio de la función. Es uno de los manuscritos más importantes, como asunto histórico, que puede ofrecerse á la consideración de un hombre de estudio.» (Y sigue durmiendo en el sueño de los justos.)

Continuó en su alto puesto en la Villa y Corte, hasta que le sobrevenirle el óbito el día 10 de agosto del año de 1807, contaba con cincuenta y cuatro años de edad, de ellos cuarenta y uno al servicio de su Rey. Sus restos mortales fueron sepultados en la iglesia parroquial de San Martín, con todos los honores de ordenanza a su alto cargo y grado.

Bibliografía:

Cantillo, Alejandro del.: Tratados, Convenios y Declaraciones de Paz y de Comercio desde el año de 1700 hasta el día. Imprenta Alegría y Chalain. Madrid, 1843.

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Enciclopedia Universal Ilustrada. Espasa. Tomo 43. 1921. páginas 678 y 679.

Fernández de Navarrete, Martín.: Biblioteca Marítima Española. Obra póstuma. Imprenta de la Viuda de Calero. Madrid, 1851.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895—1903.

González de Canales, Fernando. Catalogo de Pinturas del Museo Naval. Tomo II. Ministerio de Defensa. Madrid, 2000.

Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid, 1873.

Rodríguez de Campomanes, Pedro. Conde de Campomanes.: Itinerario de las carreras de postas. Facsímil de la edición príncipe de 1761. Ministerio de Fomento. Madrid, 2002.

Válgoma, Dalmiro de la. Finestrat, Barón de.: Real Compañía de Guardia Marinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes. Instituto Histórico de Marina. Madrid, 1944 a 1956. 7 Tomos.

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