La Rosa de Versalles
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Última versión de 09:53 4 feb 2018
Fue la escena en un baile de Versalles,
los nobles de la corte disfrutaban
la suprema caricia del ambiente,
de oro, de luz, de ritmo y de fragancias
que ofrecía la fiesta y esplendor de galas.
Ilusiones, amores y deseos
como invisibles átomos flotaban.
Un grupo de servibles cortesanos
en torno al rey solícitos giraban,
como gira un satélite buscando
luz en los astro para reflejarla.
No lejos veíase un hidalgo
de buen aspecto, de gentiles trazas,
ataviado a la clásica manera
de un noble de la corte castellana.
Era su gesto altivo y su persona
de fina distinción, pero su talla,
no quiso Dios que fuese desmedida,
y resultó pequeña y desmedrada.
Quizá por divertir al soberano,
un caballero de los que allí estaban,
comentó con donaire de mal gusto,
la estatura, en verdad harto menguada
del hidalgo español y, deseando
de su ingenio ante todos hacer gala,
se puso a contemplar una rosa colorada
en medio de otras flores que tejían
sobre un viejo tapiz una guirnalda,
y después, con gesto de ironía,
se volvió al español y en son de chanza,
le dijo así: “Mirad aquella rosa;
si pudiera, con gusto la cortara
para obsequiar a la mujer más linda
de cuantas hoy en el palacio se hallan:
pero como el adorno está muy alto,
ni vos ni yo podemos alcanzarla”.
Comprendió el castellano la indirecta,
y mirando al francés con mucha calma,
desenvainó el acero, y con la punta
de su limpia tizona toledana,
cortó la rosa y, con respeto luego,
poniéndose delante de la dama
le dijo: “permitidme que os ofrezca
esta linda flor que, por estar muy alta,
creyeron que jamás alcanzaría,
sin pensar que los hombres de mi raza,
llegan a lo más alto cuando quieren,
porque aprendieron todos en España,
que donde no se llega con la mano,
se llega con la punta de la espada.