Requesens y Zuniga, Luis de Biografia
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Revisión de 09:35 5 oct 2018
General de Mar y Guerra.
Caballero de la Real y Militar Orden de Santiago.
Comendador mayor de Castilla.
Político y Diplomático.
Gobernador del estado de Milán.
Gobernador de los Países Bajos.Orígenes
Nació en la casa de sus padres el antiguo Palacio Menor de los Reyes de Aragón llamado el Palau en la ciudad de Barcelona, el día veinticinco de agosto del año de 1528, en la cámara rica del « parament », siendo bautizado el día veintiocho, en la parroquia del mismo palacio.
Por unas capitulaciones matrimoniales, siempre se vió obligado a utilizar el apellido materno de doña Estefanía de Requesens, de la rica y noble familia de esta ciudad, siendo señora de la Villa de Molíns de Rey, de la Villa y Baronía de Martorell, con los lugares de Sasroviras, Castellbisbal y Castelví de Rosanes, en lugar del de don Juan de Zúñiga y Avellaneda, segundo hijo del Conde de Miranda, que era el de su padre, para respetar y perpetuar, el apellido materno, que estaba emparentado a la Casa de los Cardona.
Se crío como muy delicado y enfermizo; en una ocasión casi se le dio por fallecido, pero su madre lo llevo al altar de Nuestra Señora en Monserrat, donde al poco tiempo comenzó a recobrar la salud perdida. Se le nombró preceptor a don Juan de Arteaga y Avendaño, que había sido uno de los primeros discípulos de San Ignacio, cuando éste comenzó a incorporarlos.
Al ser nombrado su padre ayo del Príncipe don Felipe a principios del año de 1535, él fue nombrado paje del mismo, por lo que recibieron la misma educación, fue designado para llevar el guión del Príncipe, durante todo el tiempo en que permanecieron juntos.
Ya en el año de 1537, el rey Carlos I, le hizo la merced de pertenecer y por ello llevar, el hábito de Caballero de la Real y Militar Orden de Santiago. Entre otros juegos, corría la sortija y justaba con el Príncipe y sus pajes, consiguiendo con ello que su carácter irritable y áspero se fuera dulcificando. En el año de 1543, fue de los designados para acompañar al Príncipe, en su primera boda con doña María de Portugal, permaneciendo junto a los desposados durante todo el tiempo, ocupándose de su administración y custodia.
Al fallecer doña María de Portugal, por sobreparto el día doce de julio del año de 1545, el Príncipe muy dolorido por la pérdida, se retiró por un tiempo al Monasterio del Abrojo, donde don Luis le acompañó durante todo el tiempo, como amigo y compañero de sufrimientos, ocupándose al mismo tiempo de que nada le faltara, para aliviar los malos tiempos por los que pasaba.
El día veintisiete de junio del año de 1546, falleció su padre, por lo que otra vez el rey don Carlos I, le concedió la encomienda Mayor de Castilla, la cual había sido de su padre y ostentada hasta su muerte.
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En 1547, fue una vez más designado para acompañar al Príncipe a Monzón, pero en este viaje iba ya con capa y espada; este viaje lo pudo realizar al haber salido de una más de sus muchas enfermedades sufridas, a parte de haber recibido una grave herida.
El cuerpo de su padre, fue trasladado desde Madrid a Barcelona, por lo que viajó hasta ésta ciudad, para estar presente en su enterramiento, que se realizo en la Capilla del Palau, que por la ayuda de su madre y esposa del finado, en forma de supervisión de las obras, se había llevado a buen término.
Su madre le sugirió, que para pasar mejor esa mala temporada, se fuera a la Corte del rey Carlos I, que en esos momentos se encontraba en sus dominios de Emperador en el Sacro Imperio, por lo que partió de la ciudad de Barcelona el día once de diciembre del año de 1547, llegando a Augusta donde en esos instantes se encontraba Carlos I, donde éste le recibió con todos lo honores.
El Rey tenía que desplazarse a sus territorios de Flandes, por lo que le designó para acompañarle. A la llegada del Rey, a sus dominios en los que hallaba su hermana la Reina de Francia doña Leonor, entre los regalos que se prodigaron, fue una serie de fiestas y torneos, entre los diferentes caballeros.
En una de los torneos, saco por su cuenta a dos cuadrillas, una en la que él encabezaba el grupo, rodeado de caballeros amigos y deudos de él, pero montando caballos ligeros para escaramuzar, mientras que la otra cuadrilla estaba compuesta por criados vestidos a la húngara, lo que no dejó de ser una gran sorpresa para todos y muy aplaudida.
Siempre su modestia le distinguió, pues al llegar el príncipe don Felipe y a pesar de tener el apoyo incondicional del Rey, don Luis no consintió que se le nombrara, hombre de cámara de su Príncipe.
Las fiestas continuaron a la llegada de la Corte a Bruselas, el Príncipe quiso justar con don Luis, éste accedió pero por ser la primera vez que se enfrentaba a su Alteza, en el momento del choque alzó la caña, por lo que el Príncipe no le alcanzó ni él tampoco.
Pero unos momentos después, le volvieron a retar, don Luis no sabía con quién lo hacía, así que esta vez no levanto la caña, pero le alcanzó en la celada al contrario, el cual fue desmontado y del golpe que recibió al caer en tierra se quedo adormecido, al quitarle el yelmo, se dio cuenta que había sido engañado, pues no era otro el que yacía en tierra que su querido Príncipe.
Justo al siguiente día del encuentro con el Príncipe, le llegó la noticia de que el 25 de abril de 1549, su querida madre había fallecido en la ciudad de Barcelona, por lo que inmediatamente y con la aquiescencia del Rey se puso en camino hacía esta ciudad.
Estando en esta ciudad, el 12 de julio de 1551, fue a recibir al Príncipe que llegaba embarcado, al cual acompañaba el príncipe del Piamonte don Manuel Filiberto de Saboya, por lo que don Luis puso a disposición del príncipe Piamontés su casa, el Palau, donde éste permaneció todo el tiempo en que estuvieron en la ciudad.
Se comenzó a tratar entonces de su matrimonio, cuya principal escogida era la hija del Maestro Racional de Barcelona, pero la hija doña Jerómina, no estaba muy de acuerdo y el padre don Francisco Gralla y Desplá tampoco, no así la esposa doña Guiomar de Estalrich y aunque intervino el Príncipe, hubo tal disputa familiar, que una vez más la humildad de don Luis se puso de manifiesto, pues abandonó la ciudad de Barcelona y se puso en camino a Madrid.
Por lo que casi obligó a que el Príncipe se pusiera igual que él en camino a Madrid, con la excusa de que ya el Rey había llegado a la capital, donde se convocó Capítulo General de la Orden de Santiago; en ella y por intermediación del propio monarca, fue elegido como una de los trece caballeros de ella y sólo contaba con veintitrés años de edad.
En este capítulo de la Orden, se resolvió que el Rey entregaría cuatro galeras a ella y ésta debía mantenerlas durante tres años, en perfecto estado de entrar en combate y si todo funcionaba bien, se haría que la resolución continuase.
Se realizó el asiento, con la firma del Rey y con la del Príncipe como Gobernador de España, por lo que fue propuesto por todo el capítulo para el cargo de capitán general de ellas, al Comendador Mayor de Castilla, por lo que el Príncipe le proveyó luego de todo lo necesario.
El aceptó por dos razones, la primera: porque había sido toda la Orden la que se lo demandó y la segunda: porque al dejar la casa del Príncipe, quería cambiar de ambiente y conocimientos, por lo que la mar no era una mala elección.
Por varios y diferente motivos, en mayo de 1552, aún estaban sin formarse los aprestos de las cuatro galeras, por lo que los de la Orden, le rogaron al Comendador que marchase a Sacro Imperio, donde se encontraba el Rey y pusiera en su conocimiento lo que estaba ocurriendo.
Por lo que partió de Madrid con dirección a la Corte el 12 de junio de 1552, haciendo parada para embarcar en la ciudad de Barcelona, aquí se encontró con doña Jerónima, que lo convenció no sin usar todas sus dotes, de que se desposara con ella, lo que le valió en realidad a ella fue que las galeras ya habían partido y solo una fragata quedaba dispuesta en el puerto para zarpar con ella, así que a media noche se realizaron los capítulos matrimoniales y poco antes del amanecer contrajo el matrimonio, pero una hora después embarcaba en el buque dispuesto, que debía trasportarlo al puerto de Génova.
De esta ciudad pasó a Milán, poniéndose en camino siguiendo al Rey, al que dio alcance al pararse éste para reunir al ejército que debía, de combatir a los rebeldes del Sacro Imperio. Con el Rey pasó a Metz y posteriormente a Lorena a mediados de octubre, donde al Rey le entraron sus dolores de la gota, por lo que dejó de capitán general del ejército al Duque de Alba, al que el Comendador de Castilla siguió en todas las escaramuzas y combates que hubo en el lugar.
En este cerco se declaró una epidemia, que produjo graves pérdidas, y el mismo día de Navidad, al acabar de comulgar don Luis, junto a los Caballeros de la Orden, le sobrevinieron unas fiebres, que los facultativos le llegaron a desahuciar.
Pero antes de estar totalmente restablecido, se dio fin al asedio de Metz, ello le obligo a realizar un penoso camino hasta llegar de nuevo a Bruselas, en donde ya se encontraba el Rey, con el que aprovecho para tratar los temas de la Orden; volviendo a partir el 3 de abril de 1553 de Bruselas, llegando a Génova, donde abordó una de las galeras del Duque de Alba y con la que llegaron de nuevo a la ciudad de Barcelona. Al día siguiente de su llegada, se consumó el matrimonio.
Posteriormente vinieron una serie de herencia que le convirtieron en un hombre realmente rico, pues por azares de la vida le fueron lloviendo éstas, por darse en él una serie de circunstancias que a los que les tocaban no las habían cumplido, entre ellas estuvo la herencia de la duquesa de Calabria, que para hacerse con ella se vió obligado a mantener una serie de juicios, en los que su contrincante era el Conde de Saldaña hijo mayor del Duque del Infantado; también gano el pleito contra el cuarto marques de Oliva, por lo que finalmente fue él también el heredero.
Al finalizar el Capítulo de la Orden de Santiago el Príncipe embarco en Coruña, para llegar al reino de Inglaterra y contraer matrimonio, por lo que don Luis, regresó a Barcelona para terminar de poner a punto sus galeras.
Hubo un hecho, en el que se abordó a su galera, por parte del capitán general de las de España, este hecho provocó por primera vez en su vida la ira, por lo que aclarado el tema por el propio Rey renunció a su mando.
Se encontraba en Valladolid, cuando recibió de don Juan de Vega, a la sazón Presidente del Consejo Real, que S. M. don Felipe II, le había nombrado Asistente de Sevilla, aunque el cargo era de mucha honra y autoridad, don Luis aún resentido por la actuación del general de las Galeras de España, se negó en redondo a aceptarlo.
El 27 de septiembre de 1557, venía al mundo su primera hija, a la que le puso el nombre de Mencía de Mendoza, que era el mismo del de la Duquesa de Calabria, de quién por designio de don Luis, sería la heredera de su fortuna y título.
El 19 de abril de 1559, vino al mundo su único hijo, al que se le impuso el nombre de Juan de Zúñiga, que era lo estipulado en las conciliaciones de una de las otras herencias.
La Corte de nuevo se puso en marcha con dirección a la Villa y Corte, por lo que como Comendador Mayor de Castilla tuvo que seguirla.
En el mes de diciembre de 1561, recibió la visita de fray Bernaldo de Freneda, de la orden franciscana y confesor del Rey, quién le puso en conocimiento, de haber sido nombrado por el monarca Embajador de España ante la Santa Sede, en cuyo solio pontifico se sentaba el Papa Pío IV.
Siendo informado al mismo tiempo que el sueldo que se le asignaba era de 8.000 ducados de oro anuales, más otros 10.000 por una sola vez, para cubrir los gastos del viaje; pero otra vez demostró su dulzura de carácter, pues no dio su conformidad hasta que no obtuvo el consentimiento, previa consulta a su mujer y su hermano. Unos días después volvió a caer gravemente enfermo.
Por lo que hasta que no estuvo restablecido, no pudo partir de la capital, realizando la salida el 22 de diciembre de 1562 con dirección al Villarejo, en esta localidad permaneció hasta la pascua, al terminar ésta se puso en camino hacía la ciudad de Valencia y de aquí a la de Barcelona.
Las primeras galeras que zarparon de este puerto, fueron las de la Órden de San Juan de Jerusalén junto a las del Duque de Florencia. Se embarcó en la capitana de las de San Juan, a cuyo mando estaba el capitán general don Juan Vicente de Gonzaga, el que más tarde sería el cardenal Gonzaga, llegaron a Civitavecchia, de donde se dirigieron a Bracciano, en donde su hija cayó enferma, por lo que su mujer se quedó al cuidado de la niña y prosiguió viaje, realizando el 25 de septiembre de 1563 la solemne entrada, que estaba estipulada para el representante del Rey Católico, que era la máxima, en la ciudad de Roma.
La principal controversia que tuvo que sortear, fue la de la preeminencia en los lugares sagrados, que debían de ocupar el representante francés y el español, después de varios enfrentamientos, el Papa dio la preferencia al francés, lo que don Luis puso en conocimiento del Rey, éste en señal de la más enérgica protesta, ordenó al Embajador Español, que abandonara Roma, pero al mismo tiempo que comunicara al Sumo Pontífice, que la revocación no era ante la Santa Sede, sino ante su persona.
Pero Felipe II, por orden privada le comunicaba, que bajo ningún concepto debía abandonar los Estados Pontificios, por lo que debía de ir entreteniéndose todo lo que pudiera, pues estaba en la Fé de que Su Santidad no iba a durar mucho, y debía estar presente para la elección del nuevo Papa y para ello no debía de estar muy lejos.
Don Luis fue haciendo el camino muy lentamente, pero aún así logró llegar a Génova, estando ya en esta ciudad envió a su esposa a los baños de Luca, donde llegó a punto de morir. Precisamente por esta dolencia de la que era conocedor, había pedido en repetidas ocasiones al Rey su licencia, para regresar a España y justo le llegó la autorización, estando en Luca.
Al mismo tiempo también recibió la noticia esperada de que el Papa estaba enfermo, por lo que con gran discreción se encaminó hacía Roma, pero fue acercándose tan lentamente que a su llegada, el cónclave ya se había cerrado, para elegir al nuevo sustituto en el solio pontificio de Pío IV. Pero no se dio por vencido, por lo que se puso a trabajar y se demostraron sus grandes dotes diplomáticas, llegando a ser el que más influyó en la elección del Papa Pío V, que sería a la postre el impulsor de la Santa Liga contra el Turco.
El contento del Rey fue tan enorme por este nuevo nombramiento, que lo confirmó como Embajador de España ante la Santa Sede, logrando bajo su estancia en Roma, que las cosas se discutieran pero siempre con un buen fin, por lo que tanto el Rey como el Papa, estaban a su entera satisfacción con él.
De todas las misiones encomendadas, la que más difícil le resultó fue que el cardenal-arzobispo de Toledo, fray Bartolomé Carranza, fue procesado por la Santa Inquisición. Se decidió a que este problema lo resolviera el Papa por ser de su incumbencia, pero para ello tenía que sacarlo de la vigilancia de su Rey, lo cual no era de su total agrado, por la confianza depositada en él por don Felipe II, lo logró con la promesa de que el Papa lo tendría preso hasta que se resolviera el proceso, con el voto decisivo de Su Santidad, pero con la admisión por los votos consultivos que el Rey enviase al Papa.
Por este tiempo hizo su llegada a Madrid el Capitán general de la mar y virrey de Nápoles, don García de Toledo, al que su majestad lo vió ya con poca salud, lo que le llevó a decidir relevarlo de sus funciones, para tratar de que se recuperase.
Por ello nombró a su hermanastro el príncipe don Juan de Austria como su sucesor en los cargos, pero al ser muy joven, le puso a don Luis como a su ayudante, por ser persona de su entera confianza y conocedor de las cosas de la mar, lo cual puso en su conocimiento un documento con la firma Real, fechado en Madrid el 22 de marzo de 1568. En este documento se le dan los más amplios poderes. Mientras en la Embajada era sustituido por su hermano don Juan de Zúñiga.
Por sus grandes dotes y capacidad de mando, así como sus habilidades marineras, le supusieron su ascenso y nombramiento, como Capitán General de la Mar, con el que utilizando su poder, consiguió organizar unas fuerzas navales, que lograron impedir los constantes saqueos a que los hermanos Barbarroja, sometían a las costas del Levante español e islas de Baleares.
Al poco tiempo se volvieron a resentir las relaciones entre el Rey y el Papa, esto decidió a Felipe II, a hacer regresar a don Luis a Roma, quién en poco tiempo, resolvió las diferencias retornando la tranquilidad, entre los dos poderes encontrados. Al terminar este asunto, el Rey le volvió a ordenar que regresase junto a su hermano en la mar, pero antes de que las galeras pudieran estar listas, se produjo el levantamiento de los moriscos del reino de Granada. Por sus demostradas dotes fue elegido por el rey Felipe II, como consejero de su hermanastro don Juan de Austria, en la guerra contra los moriscos en las Alpujarras.
Para ello, también recibió la orden de que fueran trasladados desde Nápoles y Milán, varios tercios de la infantería, por lo que tuvo que volver a dejar a su mujer gravemente enferma; saliendo de Roma el 23 de marzo de 1569, y embarcándose en la escuadra en el puerto de Civitavecchia, mientras en Liorna se alistaba parte de la escuadra, formada por las galeras del Duque de Florencia, que estaban a sueldo del Rey de España y desde Génova partieron las que se pudieron juntar, que pertenecían a varios acaudalados particulares.
Al llegar a Marsella, se le reprodujeron unas fiebres, que otra vez a punto estuvieron de acabar con su vida, por lo que no desembarcaron tan siquiera y reanudaron viaje el día dieciocho de abril. En este viaje les sorprendió un tremendo temporal, que logró dividir a la escuadra, por lo que su galera llegó al puerto de Mahón, el resto llegaron a Cerdeña, pero dos de ellas se fueron a pique antes de poder llegar, más otras cuatro la mar las viró y les dio de través, mientras el resto pudieron ir llegando, pero en muy malas condiciones.
El 28 de abril llegó a Palamós y de allí pasó a Barcelona, volvió a embarcar y costeando llegaron a Vélez Málaga el día tres de junio, al llegar ordenó a su primo don Miguel de Moncada a ponerse a las órdenes del Príncipe don Juan, que se encontraba en la ciudad de Granada. Durante toda la campaña de la Alpujarras, don Juan de Austria tuvo como mentor y cuyos consejos debía seguir sin apartarse de ellos, al Comendador Mayor de Castilla, por expresa decisión del rey don Felipe II.
Al terminar esta campaña regresaron al mar, donde don Luis le siguió como lugarteniente general y con las mismas amplias facultades, por lo que fue al que se le encomendó la preparación de la escuadra y ejército españoles, que debían unirse a la Santa Liga, siendo formada esta expedición en el puerto y ciudad de Barcelona.
Durante los años de 1571 y 1572, fue el brazo derecho de don Juan de Austria, aunque en realidad y por carta firmada por el rey Felipe II, lo que ejercía era de segundo jefe de la Armada y como tutor del Príncipe, por instrucciones secretas se le comunicaba que « por sus cualidades reunían, la prudencia, buen juicio, virtudes diplomáticas, experiencia marinera en este mar y una respetada condición nobiliar »
El padre March ya describe, con todo el acierto, la misión encomendada por el Rey a don Luis, pues se recibe un nuevo documento en el mes de junio de 1571, el cual ratificaba las del 1568, lo cual era muy sintomático, ésta reafirmación en las recomendaciones, las cuales fijaban con toda claridad sus responsabilidades para la expedición de la Santa Liga contra los Turcos, en la que se volvía a decirle «…todo lo que hubiera de despacharse por escrito, debía llevar la firma tanto del capitán general como la suya » y aún insistía más al decirle en esa instrucción reservada adjunta «…todo lo que ordenare e hiciese debía ser de acuerdo, sin poder don Juan apartarse de él de ninguna manera y en caso de que se apartara alguna vez de su parecer, le facultaba para hacer discretamente las diligencias que creyera convenientes, para acudir a su regia autoridad, todo ello, sin demostraciones públicas y guardando la consideración que al príncipe se debía…»
Lo termina por afirmar la real confianza depositada en don Luis es que por otra carta del mes de junio seguido, se le designa como una de las tres personas, junto a don Álvaro de Bazán y don Juan Andrea Doria, como los que tienen que prestar su consentimiento a la decisión de presentar el combate, pero al mismo tiempo se mantiene la orden, de que el «…capitán general, no podía expedir ni firmar disposición ninguna sin la previa revisión y aquiescencia de don Luis »
En el combate naval de Lepanto, combatió como no podía ser menos, con un gran vigor y sus muy acertadas disposiciones, por lo que su ayuda contribuyó enormemente al triunfo final; pero guardando tal discreción y tacto, que por ello su efectividad lo dejó como era su pretensión en un segundo plano, tanto por seguir las recomendaciones de su Rey, como por el cariño y afecto que profesaba a su Príncipe.
Al terminar el combate, dirigió la recuperación de todos los bajeles posibles, mandando a continuación su reparación, para con ellos comenzar de nuevo la expedición sobre las costas del norte de África, que se efectuó al año siguiente.
La efectividad de su mando queda reflejada en la carta que cuatro días después del combate, don Juan dirigía a su Rey, en la que entre otras cosas le decía «…que honraba al Comendador Mayor pero que vivía muy desgraciado, por el exceso de celo y demasía severidad con que a su juicio ejercía su papel, pues los dos trataban las infinitas materias, que no resuelvo sin él y que ya no podía hacer más para darle gusto, sino dejarle todo el cargo »
De carácter afable pero firme, le acompañaba como gran virtud su gran modestia, la cual y sus sentimientos hacía don Juan de Austria, al que consideraba el mejor de sus amigos y el más grande jefe que nunca tuvo España, le llevaron incluso a ocultar sus extraordinarios servicios prestados, dándole siempre el buen hacer de ellos a su buen Príncipe.
Después del combate de Lepanto, donde la victoria fue una demostración de sabiduría y fuerza de las armas, contra la de los turcos, por expresa decisión del rey don Felipe II, se le nombró Gobernador del estado de Milán en 1572.
En 1573 se le encomendó el Gobierno de los Países Bajos, que estaban sufriendo unos continuos ataques, relevando en el mando al Duque de Alba, pero todos sus buenos oficios no pudieron evitar la prosecución de la lucha, por la enconada posición de las partes enfrentadas que no se venían a ninguna conveniencia, para encontrar un camino de paz y prosperidad para entre ambas.
Tal cúmulo de desgracias y su ya manifestada debilidad corporal, le llevaron a fallecer en la ciudad de Bruselas el 5 de marzo 5 de 1576, haciéndolo como era costumbre y por sentimiento propio, como un verdadero y ferviente católico, asistido por varios facultativos y clérigos.
Él fue sustituido en el Gobierno de Flandes, por su Príncipe, don Juan de Austria.
Su cuerpo fue trasladado a su ciudad natal, Barcelona, siendo enterrado en el panteón familiar, de la capilla anexa al Palau, en el que cuarenta y siete años antes había venido al mundo.
Se dice, que fue muy importante, casi totalmente decisiva su intervención, para que la imagen del Santísimo Cristo de Lepanto y varias de las banderas de aquella memorable jornada, fueran llevadas a la ciudad de Barcelona.
Este es uno de esos marinos y hombres de estado, que no ha quedado en el olvido, pero a nuestro juicio, si un poco infravalorado todo cuanto realizó, a pesar de estar durante toda su vida enfermo, lo que dice más aún de él y de la fortaleza de su carácter.
Bibliografía:
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Carrero Blanco, Luis.: La Victoria del Cristo de Lepanto. Editora Nacional. Madrid, 1948.
Carrero Blanco, Luis.: Lepanto (1571-1871). Salvat. 1971. Edición especial de R. T. V.
Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.
Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895—1903.
March, José Mª.: El Comendador Mayor de Castilla. Don Luis de Requeséns, en el Gobierno de Milán, 1571-1573. Ministerio de Asuntos Exteriores. 1943. Madrid.
March, José Mª.: La Batalla de Lepanto y Don Luis de Requeséns. Lugarteniente General de la Mar. Ministerio de Asuntos Exteriores. 1944. Madrid.
Revista General de Marina. Noviembre de 2006. Arturo Cajal Valero, páginas 601 a 608.
Rosell, Cayetano.: Historia del Combate Naval de Lepanto. Y juicio de la importancia y consecuencias de aquel suceso. Real Academia de la Historia. Madrid, 1853. Obra premiada por unanimidad en el concurso del mismo y Academia.
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