Lopez de Legazpi Gurruchategui, Miguel Biografia

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Esta va a ser la historia que se repetía en cuantos lugares encontraban, pues llegan a Camiguin y ocurrió lo mismo, al parecer aquellos grandes buques, jamás vistos por aquellos seres les causaban pánico y no querían ni ser vistos; a tanto llegó el pavor de las gentes, que en una embarcación indígena, que iba cargada con mercancías, al tropezarse con la escuadra, se lanzan al mar sus tripulantes y a nado alcanzan la orilla, pero abandonan todo lo que a bordo de su nave trasportaban.
Esta va a ser la historia que se repetía en cuantos lugares encontraban, pues llegan a Camiguin y ocurrió lo mismo, al parecer aquellos grandes buques, jamás vistos por aquellos seres les causaban pánico y no querían ni ser vistos; a tanto llegó el pavor de las gentes, que en una embarcación indígena, que iba cargada con mercancías, al tropezarse con la escuadra, se lanzan al mar sus tripulantes y a nado alcanzan la orilla, pero abandonan todo lo que a bordo de su nave trasportaban.
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[[Image:1565-FilipiLegazUrdan1.jpg|frame|right|alt= Lienzo representando la llegada de la expedición de Legazpi a Filipinas.|<center>'''Llegada a Filipinas. Óleo de Telesforo Sucgang, 1893.''' <br> '''Museo Oriental. Valladolid. España.'''</center>]]
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[[Image:1565-FilipiLegazUrdan1.jpg|frame|right|alt=Lienzo representando la llegada de la expedición de Legazpi a Filipinas.|<center>'''Llegada a Filipinas. Óleo de Telesforo Sucgang, 1893.''' <br> '''Museo Oriental. Valladolid. España.'''</center>]]
En vista de esto se hacen a la mar, pero por los vientos contrarios arriban a Bohol, pero al arribar a esta isla, uno de los pilotos de Borney amigo de los españoles, pide permiso para desembarcar, pues era amigo del jefe de Bohol por nombre Cicatuna, para ver si le puede convencer de que atienda a los españoles.
En vista de esto se hacen a la mar, pero por los vientos contrarios arriban a Bohol, pero al arribar a esta isla, uno de los pilotos de Borney amigo de los españoles, pide permiso para desembarcar, pues era amigo del jefe de Bohol por nombre Cicatuna, para ver si le puede convencer de que atienda a los españoles.
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Al hacerlo la mayoría de las cabañas estaban en llamas, así que solo entraban en las que se podía, entonces fue cuando surgió la sorpresa, ya que un soldado vizcaíno por nombre Juan Camus, halló entre los objetos que se guardaban en una de las chozas, una caja anudada con cuerda de cáñamo, lo que dejaba clara su procedencia, pues ese material no existía en la zona y solo podía ser española, por curiosidad la abrió y se encontró con una imagen del Niño Jesús, este hallazgo fue como muy bien recibido por los españoles y como signo de que todo iba a ir perfecto.
Al hacerlo la mayoría de las cabañas estaban en llamas, así que solo entraban en las que se podía, entonces fue cuando surgió la sorpresa, ya que un soldado vizcaíno por nombre Juan Camus, halló entre los objetos que se guardaban en una de las chozas, una caja anudada con cuerda de cáñamo, lo que dejaba clara su procedencia, pues ese material no existía en la zona y solo podía ser española, por curiosidad la abrió y se encontró con una imagen del Niño Jesús, este hallazgo fue como muy bien recibido por los españoles y como signo de que todo iba a ir perfecto.
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[[Image:1521StoNiCebúPig1.jpg|frame|left|alt= Fotografía del Santo Niño de Cebú.|<center>'''Santo Niño de Cebú.''' <br /> ''Regalo de Pigaffeta. <br /> Basílica de Cebú, Filipinas.''</center>]]
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[[Image:1521StoNiCebúPig1.jpg|frame|left|alt= Fotografía del Santo Niño de Cebú.|<center>'''Santo Niño de Cebú.''' <br> '''Regalo de Pigaffeta.'' <br> Basílica de Cebú, Filipinas.'''</center>]]
Lo cierto es que esta escultura, había sido regalada por [[Pigafetta,_Francesco_Antonio_Biografia|'''Antonio Pigafetta''']], el cronista de la expedición de [[Magallanes,_Fernando_de_Biografia|'''Magallanes''']], en el año de 1521, cuando fue visitada la isla y con motivo de abrazar los reyes de Cebú la Fé Católica, siendo entregada a la reina, que era la esposa de cristianizado rey Carlos Hamabar, para que supliera a todos sus ídolos hasta entonces venerados como a dioses; el mismo Pigafetta nos dice:
Lo cierto es que esta escultura, había sido regalada por [[Pigafetta,_Francesco_Antonio_Biografia|'''Antonio Pigafetta''']], el cronista de la expedición de [[Magallanes,_Fernando_de_Biografia|'''Magallanes''']], en el año de 1521, cuando fue visitada la isla y con motivo de abrazar los reyes de Cebú la Fé Católica, siendo entregada a la reina, que era la esposa de cristianizado rey Carlos Hamabar, para que supliera a todos sus ídolos hasta entonces venerados como a dioses; el mismo Pigafetta nos dice:
:'''«Yo feci vedere alla Regina un immagine di Nostra Signora, statuetta di legno representante il Bambin Gesú ed una ocre … La Regina mi chiese il Bambino, por  tenerlo en luogo de suci idoli … e a lei le diedi.»'''
:'''«Yo feci vedere alla Regina un immagine di Nostra Signora, statuetta di legno representante il Bambin Gesú ed una ocre … La Regina mi chiese il Bambino, por  tenerlo en luogo de suci idoli … e a lei le diedi.»'''

Revisión de 12:36 12 sep 2022



Miguel López de Legazpi Gurruchategui Biografía



 Representación en carboncillo de Miguel López de Legazpi
Miguel López de Legazpi.


Navegante español del siglo XVI.


Conquistador de las islas Filipinas, siendo nombrado Adelantado, Gobernador y Capitán General de ellas.


Pero con el nombre que se les dio al principio de Virreinato de Nueva Castilla.

Orígenes

Vino al mundo en la población de Zumárraga de la actual provincia de Guipúzcoa, pero en su época era un vizcaíno de los muchos que contribuyeron a conquistar y mantener el Gran Reino de España. Su padre fue don Juan Martínez de Legazpi y su madre doña Elvira de Gurruchategui.

Su fecha de nacimiento no se sabe con exactitud, pero debió de ser por 1508.

Era hidalgo por los cuatro costados y de familia acomodada, lo que le llevó a realizar sus estudios, llegando a alcanzar la licenciatura en Derecho, adquiriendo un alto grado de conocimientos.

Hoja de Servicios

Pero como muchos otros en esa época, lo dejó todo y se trasladó al virreinato de Nueva España, cruzando el océano Atlántico en 1528.

Al llegar a la capital de Nueva España, Méjico, le resultó fácil dada su preparación, el ser nombrado escribano de la Audiencia, y alcanzando poco después, el nombramiento de Alcalde de la ciudad.

Hay que recordar, que esta ciudad era la privilegiada de todos los territorios españoles, ya que se había convertido en el centro de casi todos ellos y donde quizás, lo español echo más hondas raíces.

Por ello, fue la primera en recibir una imprenta, por las década de los cincuenta del quinientos, introducida por don Antonio de Mendoza y unos años antes, por las influencias y poder, de fray Juan de Zumárraga, se construyó la primera Universidad de América, todo ello contribuía eficazmente, a que no dejara de ser el centro cultural y comercial de todo el continente.

Ya estaban construidos los palacios del Virrey y de la Audiencia, así como los robustos muros de su Catedral, lo que llevó a que tuviera ya en esos momentos un definido trazado urbanístico, pues las casas eran a forma de fortalezas, con gruesos muros, pocas ventanas, almenas en las azoteas y todas ellas guarnecidas de hierros, lo que les daba un aspecto más guerrero que de viviendas particulares.

A lo que se sumaba, la cantidad sobresaliente de Conventos, de todas las Ordenes Religiosas, que desde ellos partían para cumplir con su misión evangelizadora.

Sin dejar de estar rodeada, por multitud de cultivos, que proveían no solo a la ciudad, sino de las islas de las Antillas y la zona del Darién, con quienes se mantenía un activo comercio.

En una de estas casas fortaleza, la cual contenía una espesa arboleda vivía el Alcalde, que por las tardes se dedicaba a cuidar de sus hijos, pues solo eran nueve y había enviudado de su esposa doña Isabel Garcés, a los que se unían sus nietos Felipe y Juan de Salcedo, de ilustre linaje.

En la casa, vivían varios sirvientes, por lo que prácticamente Legazpi, no movía un dedo, ya que sus rentas y sueldo, le permitían el vivir muy cómodamente, por lo que la casa siempre estaba llena de familiares o amigos.

Cierta noche, se le comunica a Legazpi, la visita inesperada de un fraile, por lo que ordena que se le haga pasar a su despacho, a los pocos minutos de alcanzarlo Legazpi, entra resuelto un fraile Agustino, que inmediatamente es reconocido y a quién saluda, el Alcalde con estas palabras: «¡Querido padre Urdaneta, qué alegría me causa ver por mi casa a vuestra reverencia», al mismo tiempo que le indicaba tomar asiento, en uno de aquellos sillones de la época, construidos con las caobas de aquellas tierras.

Aquí viene una conversación entre ambos, pero que lógicamente tiene unos antecedentes que por su importancia, los relacionamos a continuación, para luego proseguir con esta charla, ya que es decisoria, en el devenir de las vidas de los dos protagonistas y para el de España, que no fue cuestión baladí.

Las constantes noticias, de los fracasos del retorno por el océano Pacífico, desde las islas orientales cuando llegaban a Méjico, a Urdaneta le confería una gran desilusión, pues él estaba convencido de que había una ruta para su regreso y rápido, desde aquellas islas a Nueva España, referencia que nos deja el padre Esteban de Salazar, que fue uno de sus mejores compañeros en la ciudad de Méjico y nos dice en su obra «Discursos sobre el Credo» publicada en Barcelona por Jaime Cendrat, en 1591, en 8º: «Pero el religiosísimo P. fray Andrés de Urdaneta, de la misma orden del Bienaventurado San Agustín (de cuya religión y santidad no se puede decir en breve, que de su valor y hazañas militares libro anda particular, uno de los que descubrieron y pasaron el estrecho de Magallanes y dieron la vuelta al mundo) prometía con tanta deliberación la vuelta desde las Filipinas a la Nueva-España, que, con ser hombre medidísimo en hablar, solía decir, que él haría volver, no una nave sino una carreta, como con efecto lo hizo. Al fin, como en el arte náutica hiciese ventaja á cuantos á la sazón Vivian, y se le diese tanto crédito por su cualidad, virtud, erudición é ingenio, que fue tanto que añadió aquel viento á la aguja, que con vocablo indiano los marineros llaman “huracán”; los cuales creen, cuando él sopla, que soplan todos los treinta y dos vientos de la aguja, no corriendo mas de uno solo, cuyo rumbo va haciendo el caracol de polo á polo, y por eso sopla de todas partes, y es tan violento haciendo remolino.»

Por lo que para demostrarlo, suscitó el promover otra expedición, por lo que se entrevista con Velasco, Virrey a sazón de Nueva España, se conviene en realizar una junta de expertos, pero Urdaneta en ésta los convence a todos de que es posible.

Velasco que como Virrey tiene potestad para enviar la expedición, pero al ser de gran importancia la decisión a tomar, prefiere comunicarlo al rey Felipe II y para ello calca en su escrito, todas las referencias dadas por Urdaneta en la reunión y al mismo tiempo, le explica que sea Su Majestad, quién le escriba a Urdaneta específicamente, pues él ha dado todos los datos pero por ser fraile, no quiere embarcarse.

Don Felipe II, al comprobar con expertos en España la viabilidad del proyecto, no se detiene ni un instante en dar el visto bueno, a pesar de ser el rey “Prudente” y con la confirmación de poderes a Velasco le acompaña unas líneas personalmente en las que le dice: «Lo principal que en esta jornada se pretende es saber la vuelta, pues la ida se sabe que se hace en breve tiempo.»

Entre otras cartas enviadas por el virrey Velasco al Rey, se encuentra otra en la que pondera de forma firme su convencimiento de que Urdaneta es el único capaz de lograr el empeño y entre otras cosas dice: «Fray Andrés de Urdaneta es el más experto y experimentado en la navegación que se debe hacer, de los que se conocen en España la vieja y la nueva.»

Hasta aquí los antecedentes y retomamos, la conversación entre don Miguel López de Legazpi y fray Andrés de Urdaneta.

Comenzó la conversación Urdaneta diciéndole:

«Voy a explicaros el motivo que aquí me trae, acaso de gran trascendencia para el imperio hispano y mejor servicio de Dios Nuestro Señor»

Legazpi: «Decir pronto de que se trata, fray Andrés, pues estoy impaciente por saber en lo que puedo serviros»

Urdaneta: «Pronto vais a saberlo. A instancia mía, pues ya sabéis que antes de vestir estos hábitos fui capitán de la infortunada expedición que Loaysa hizo al Maluco, el rey Felipe II, que acaba de suceder en el trono de las Españas al poderoso emperador Carlos V, su padre, recluido voluntariamente en el monasterio de Yuste, y estimulado por el noble afán de extender la civilización cristiana a las remotas islas occidentales, cuya riqueza y barbarie le ponderé, acaba de ordenar al virrey don Luis de Velasco que prepare una nueva expedición para llevar a cabo sus reales proyectos, que yo no me canso de alabar.»

Legazpi: «¡Magnifica idea y digna en todo de tan ilustre cosmógrafo como vuestra paternidad! Pero decidme, ¿en qué os puede mi humildad servir?.»

Urdaneta: «Tened calma y leed este escrito que acabo de recibir de Su Majestad.» Y le extendió un pergamino, ornado con el sello real.

Legazpi leyó el siguiente escrito: «Devoto padre fray Andrés de Urdaneta, de la Orden de San Agustín: Yo he sido informado que vos, siendo seglar, fuisteis en la Armada Loaysa y pasasteis el estrecho de Magallanes y a la Espeziería, donde estuvisteis ocho años en nuestro servicio. Y por agora Nos habemos encargado de don Luis de Velasco, nuestro visorrey de esa Nueva España, que envía dos navíos al descubrimiento de las islas del Poniente, hacia Malucos, y les ordene qué han de hazer, conforme a la instrucción que se le ha imbiado, y porque, según la mucha noticia que diz que tenéis de las cosas de aquella tierra, y entender como entendéis bien la navegación della y ser buen cosmógrafo, sería de gran efecto que vos fuérades en los dichos navíos, así para lo que toca a la dicha navegación como para el servicio de Dios Nuestro Señor y Nuestro: Yo vos ruego y encargo que vais en los dichos navíos, y hagáis lo que por el dicho virrey os fuere mandado, que, de más del servicio que haréis a Nuestro Señor. Yo seré servido y mandaré tener cuenta con ello para que recibías merced en lo que hubiere lugar. De Valladolid a 24 de septiembre---Yo el Rey»

Al terminar, Legazpi le preguntó: «Y bien padre Urdaneta ¿qué piensa contestar al rey, vuestra merced?.»

Urdaneta: «Que, aunque retirado del mundo y siendo ya un anciano de sesenta y dos años, estoy presto a cumplir la orden real que acabáis de leer, si con ello Su Majestad entiende que puede haber beneficio para España y la Religión. Ahora bien, le voy a proponer al rey que vos, noble hidalgo y querido paisano mío, que gozáis justa fama de valiente capitán, buen navegante y hábil colonizador, seáis el almirante de la Escuadra y general de las fuerzas expedicionarias que van a conquistar las remotas y misteriosas islas de Poniente, tierras y mares en que fracasaron varias expediciones anteriores. ¿Qué me decís de ello?»

Legazpi: «Primero, carísimo fray Andrés, daros las gracias de todo corazón y después haceros ver que nada valgo para llevar a buen fin tan temeraria empresa en la cual fracasaron hombres como Magallanes, Loaysa, Saavedra y Bernardo de la Torre. Ved que no soy un mozo impulsivo, ambicioso y sin familia, sino un hombre de más de cincuenta años, rodeado de deudos cariñosos y gozando de fortuna. Pero si vos vais en la flota y el rey acepta vuestra generosa propuesta lo dejaré todo, venderé mis heredades y vaciaré mis arcas para armar la Escuadra, y renunciando a todo sin temor a los riesgos, me pondré al servicio de Dios y de la Corona de España»

Urdaneta le contestó: «¡Nobles palabras las vuestras, hijo mío!. Estad seguro que con vuestra aventurada expedición, que será guiada por Dios Nuestro Señor la llevará a buen puerto, desarraigaremos el espanto que hoy pone en el ánimo de los más intrépidos navegantes la sola idea de tener que bogar por aquellos macabros y misteriosos derroteros del Archipiélago»

Dada por terminada la larga charla, se despidieron, quedando de acuerdo, que fray Andrés escribiría al Rey en aquellas condiciones.

(Esta conversación está extraída, de las notas que fray Urdaneta guardaba siempre se sus conversaciones con las autoridades pertinentes. No hay que olvidar la gran memoria de él, pues a su regreso de la expedición de Loaysa, a su llegada a Lisboa le fue requisada toda la documentación de la expedición, pero la rehízo en tres meses, y eso que fueron casi diez años de su vida, siendo la que entregó al Tribunal para esclarecer los hechos acaecidos en ella, por ello pensamos que una conversación que pudo transcribir unas horas después merecen todo nuestro crédito).

La peligrosidad de esta expediciones, queda patente en la carta que dirige, Juan Pablo Carrión al Rey, donde se pone de manifiesto que la edad para aquella época siempre era un detrimento, de cara a los jóvenes que pretendían encontrar la fama y la fortuna, con la lucha generacional de siempre: «El Padre Fray Andrés de Urdaneta es uno de los que se embarcaron en la Coruña en la Armada de Comendador Loaysa, el cual pasó por el Estrecho de Magallanes y llegó a Maluco desembocando el Estrecho, estuvo ciertos años en dicho Maluco con los demás que allí aportaron de la dicha Armada, y como se desbarató vino en compañía de los Portugueses a la India y de la India a Lisboa, y de España al año de treinta y ocho vino a esta tierra con el Adelantado que fue de Guatimala Don Pedro de Alvarado y en esta tierra se metió Frayle en la orden de los Agustinos, será hombre de edad de más de sesenta años.» = C. R. M. = A vuestra Real Majestad, humilde vasallo. = Juan Pablo Carrión.

En los primeros días del año de 1561, Velasco comunicaba al Rey, la decisión de elección del jefe de la expedición, que no era otro que el que había elegido Urdaneta, esta carta dice: «Miguel López de Legazpi, natural de la provincia de Lepúzcua (Guipúzcoa), hijodalgo notorio de la casa de Lezcano, de edad de cincuenta años, y más de veintinueve que está en esta Nueva España; y de los cargos que ha tenido y negocios de importancia que se le han encomendado ha dado buena cuenta, y a lo que de su cristiandad y bondad hasta ahora se entiende, no se ha podido elegir persona más conveniente y más a contento de Fray Andrés de Urdaneta, que es el que ha de gobernar y guiar la jornada; porque son de una tierra y deudos y amigos, y conforme han.»

(Una vez más en la Historia se repite el proceso; Legazpi era de familia muy rica, y él personalmente era muy generoso y acomodado, por su propio esfuerzo, era padre de familia y con muchas responsabilidades civiles y familiares, pero a la llamada del Rey, actúa con un desprendimiento que no es fácil de admitir por una persona, que no tuviera sus principios muy firmes de lealtad y desde luego incompresible, para quién no los tenga.)

Decidido a apoyar al Rey su Señor y a la demanda de fray Andrés de Urdaneta, comienza a realizar la venta de sus bienes, para reunir el suficiente dinero, con la única misión de construir los buques, para la expedición, y llevar a buen término la ansiada búsqueda, conquista y colonización de aquél archipiélago.

Y nos encontramos con un hombre, que lo abandona todo, para poder servir mejor a España, pues pone a la venta todos sus bienes, dejando solo dos casas de las mas pequeñas, para que sirvieran de alojamiento a sus hijos y nietos, por no dejarlos en la miseria total, lo cual no esta de más, ya que el mismo partía a jugarse la vida, por lo que no estaba seguro de poder volver a ver a los suyos. Pienso honradamente que más no se le pudo pedir.

Mientras tanto, llega a manos del Rey el correo del virrey Velasco, por que ya de acuerdo todos, ordena se provea de todo lo necesario a la Casa de la Contratación de las Indias y que se sirva al virrey de la Nueva España, en todo lo que le fuere necesario.

Pero al mismo tiempo, don Felipe II tiene en mente que se aproveche este viaje, para la conquista de las isla Filipinas, pues según los cálculos hechos entraban en la parte correspondiente de las posesiones de España, por el famoso tratado de Tordesillas, que con la intervención del Papa Alejandro VI, el mundo se había partido en dos mitades; pero esto no se le comunica a Legazpi ni a Urdaneta.

Urdaneta al mismo tiempo no deja nada en el aire, pues sabe que tipo de nao necesita, donde se deben de construir, por eso tomó la decisión de construir los buques en el puerto de la Navidad, situado en las costas de Jalisco, que ya bañaban al propio Pacífico y era el mejor punto de partida, los alimentos que hay que transportar y la forma de convertir a un grupo de los aborígenes, en hombres de provecho para los españoles, pues se encarga de que en las dotaciones, figuren gente de oficio, como herreros, carpinteros, torneros, calafates, cordoneros y otros menesteres que fueran de servicio para las construcción de naves.

Llegando a dar la ruta a seguir, de esta forma: «…si la expedición zarpa por el mes de octubre o antes del día diez de noviembre, debe dirigirse directamente con rumbo a las islas, pero si lo hace pasado este mes, debe de poner rumbo al Sur y bajar hasta los 25º por debajo del Ecuador, para así alcanzar la Nueva Guinea y realizar así con rumbo Norte, el ascenso hasta las islas Filipinas, para iniciar el regreso desde éstas, pero si la partida de la expedición se demoraba hasta el mes de marzo, lo conveniente era navegar por el paralelo 44º Norte, hasta llegar a las islas del Japón y desde aquí el virar con rumbo al Sur, para alcanzar las isla Filipinas» (Como se verá ya se lo sabía de memoria).

Se comenzó por construir las gradas y allí iban llegando con cuenta gotas, los materiales que desde Sevilla se enviaban, ya que todo se debía llevar desde la Península, por falta de todo tipo de herramientas para poder cortar y ajustar las maderas, lo que al final debían de ser unos navíos, a lo que se añadía, que también todos los herrajes incluida la clavazón en sus diferentes tamaños y grosores, debían de ser también llevados.

Pero ante la tardanza en llegar, muchos de ellos se iban aportando a expensas de sus caudales, lo que casi lo dejó en la ruina, pero entre lo que se iba recibiendo y lo que aportaba él, se conseguía el ir avanzando en la construcción.

Pues Legazpi sabía a lo que se enfrentaba, por los comentarios que fray Urdaneta le hacía, de lo que le había ido contando, yendo en la expedición de Loaysa, don Juan Sebastián de Elcano, pues éste ya había visto a los indígenas de aquellas islas, en la expedición principiada por Magallanes.

Por ello, los buques no era solo su construcción, sino también su armamento, el cual pagó de su peculio particular, pues las naos fueron armadas con morteros y lombardas, a parte de que la tropa, fue armada como mandaban el reglamento, con trabucos, sacres y arcabuces, así como picas, rodelas, lanzas, puñales y espadas, fabricándose incluso los propios proyectiles, tanto los de plomo, hierro y piedra, con la suficiente cantidad, para que de nada faltara.

Sin olvidar, que el galeón destinado a ser la Capitana, el San Pedro, fue cuidadosamente toda su obra viva recubierta de una fina capa de plomo, para evitar en lo posible la broma, un caracol de forma cilíndrica cuyo nombre científico es «teredo navalis», pues se adhiere a la madera y la va taladrando, hasta que la final el buque tiene más agujeros que madera y lo descompone de tal manera, que termina yéndose a pique por su propio peso.

A pesar de toda la intervención Real, y las prisas que don Felipe II le daba la Casa de la Contratación la expedición no estuvo dispuesta hasta cinco años después, por lo que se confirma el dicho: ‹las cosas de palacio van despacio›

Aún así Urdaneta no era partidario de conquistar las Filipinas, por hallarse en la jurisdicción del reino de Portugal y como don Carlos I, había hecho cesión de ello, pues su intención era solo la de evangelizar aquellas islas y recuperar, a los muchos españoles que en ellas se encontraban de expediciones anteriores.

El gran problema surgió a la hora de buscar gente de mar que quisiera embarcarse en esta expedición, dado el fracaso de las anteriores existía un temor muy fundado, lo que se tradujo en tener que echar mano y acoplarse a las circunstancias, razón por la que en ella se enrolaron muchos que no eran precisamente de fama, o más bien la tenían pero contraria a sus personas.

Ésta parece ser la razón de los acontecimientos, que tuvieron lugar una vez la expedición estuvo en aguas lejanas de la costa, pues a pesar de ser una ciudad por donde deambulaban y habitaban infinidad de marineros, aventureros sin grandes temores a nada, estos no se alistaron o solo en una pequeña proporción.

A pesar, de que se había escogido como Almirante de ella, a una persona madura y gran conocedor de los riesgos, lo que ponía en duda a quienes no se alistaban, ya que alguien con esa fama se hacía responsable de ella, pero ni siquiera así se consiguió el buen objetivo, pues la mayoría de ellos prefirieron quedar casi como cobardes a ojos de los demás, que como aventureros sin fortuna a ganar y solo perder la vida en tan arriesgada empresa.

Con los buques ya a flote y armados, se procedió a cargar los víveres y pertrechos, pero siempre y por orden de Legazpi bajo la atenta vigilancia de los respectivos capitanes, se comenzó por los fardos que contenían las velas de repuesto, hachones para alumbrarse, pilas de tocino salado, barriles de aceite, cantidad de cecina, grandes cajas con queso, pescado ahumado, los típicos toneles de vino, sacos de maíz, judías, arroz, garbanzos, harina, yuca (planta de raíz gruesa, de la que se extrae una harina de mucho alimento, originaria de la América tropical) y cazabe (torta de harina de la raíz de la mandioca, propia de América), más materiales necesarios para reparar las naves de las averías que pudieran sufrir; en fin todo lo que se consideraba necesario y propio de tan larga navegación.

Al mismo tiempo, que se cargaron otros materiales pues se pensó en todo, para poder formar en firme una primera ciudad y su colonización, para ello se llevaban sacos que contenían diferentes semillas de la última recolección, herramientas para trabajar la tierra, hachas de leñador, redes y anzuelos, para practicar la pesca.

Dejando para el último momento, los animales vivos, como caballos, cerdos, cabras, gallinas y otros varios, más las diferentes hierbas, grano y follaje para su alimentación.

Como se podrá comprobar, pocas cosas quedaron olvidadas, ya que fray Urdaneta y como ya se ha dicho, su principal misión era la de colonizar y no conquistar, por eso se extremaron todos los aspectos para una feliz reacción de los indígenas.

Por este tiempo falleció el virrey Velasco, lo cual varió totalmente la forma de pensar de Urdaneta, pues el nuevo jefe designado no era otro que un tal Juan Pablo Carrión, un piloto superviviente de la expedición de Villalobos, quién a sus espaldas fragua una traición, por que Urdaneta ya había dicho a viva voz, que si la expedición iba con la intención de conquistar las islas Filipinas, que no se contará con él, pues su misión era otra.

Por ello Juan Pablo Carrión escribe un carta al rey don Felipe II, en la que denuncia a Urdaneta de su oposición a dirigir la expedición y se lo plantea así: «El Padre Fray Andrés ha dicho resolutamente que no se embarcará si la Armada va a donde yo digo.»

Ya la expedición está casi al completo y solo faltan algunas cosas, se ha reunido en el puerto de La Navidad, en la costa del actual Jalisco y en vísperas de realizar la salida, fray Andrés de Urdaneta, redacta una carta dirigida al rey Felipe II, en la que escribe:

«S. C. R. M. = Por cumplir lo que V. magestad me embio á mandar por dos veces he venido este puerto de la navidad donde al presente estoy ya embarcado con quatro religiosos sacerdotes y los tres dellos theologos y otro sacerdote y theologo lo llevó dios para si en este puerto – nuestra partida plazamiento a dios para las partes del poniente será mañana- van dos naos gruesas la una según dicen los mareantes de mas de quinientas toneladas y la otra de mas de trescientas, y un galeoncete de hasta ochenta toneladas y patay pequeño y una fragata, yran en estas cinco velas de trescientos y ochenta hombres arriba – llevamos por general a miguel López de legazpi, natural de la provincia de Guipúzcoa, persona de muy buen juicio y cuerdo con quien todos los de la armada llevamos muy gran contento – va solo por servir a dios y á V. magestad su propia costa – espero en nuestro señor que ha de acertar á servir á V. magestad con prospero suceso y con la lealtad – á V. magestad suplico sea servido de mandar tener cuenta con sus servicios y persona para hacelle.
Asimismo va en esta armada Andrés de mirandaola sobrino mío por fator de la real hacienda de V. magestad – á V. magestad suplico sea servido de mandarle perpetrar el cargo, y asimismo suplico á V. magestad – pues los religiosos de la orden de nuestro padre sanct agustin son los primeros que han tomado esta empresa y se ponen a tantos trabajos por servir a dios y á V. magestad, se tenga cuenta para los favorecer. Voy con muy gran confianza que dios nuestro señor y V. magestad han de ser muy servidos en esta jornada con prospero suceso donde se ha de dar principio de gran augmento del estado real de V. magestad cuya Real persona nuestro señor goarde por muchos años con muy mayores estados y al fin le dé su gloria – deste puerto de la navidad 20 de noviembre 1564 = S. C. R. M. = muy digno capellán y siervo de V. magestad que vuestras Reales manos besa = fr. Andrés de Urdaneta.»

La escuadra estaba compuesta por cuatro velas; San Pedro, de 500 toneladas; San Pablo, de 400; San Juan, un patache más grande de 80 y el San Lucas, que era más pequeño y de 40 toneladas, pero según el número mencionado por Urdaneta nos falta una, pero es que esta era la fragata que estaba trincada en la popa del San Pedro, como nave ligera y que aprovechando su vela latina y sus remos, podía servir de enlace entre los diferentes buques, así como el poder acercarse a tierra con mayor facilidad dado su menor calado.

Legazpi, sobre la hora del amanecer y con sus primeras luces; debían de ser las cinco de la madrugada, dio la orden de desplegar velas y levar las anclas, por lo que los buques lentamente se pusieron en movimiento, desde el puerto de La Navidad, siendo el día veintiuno de noviembre del año de 1564, cuando dio comienzo esta gran aventura.

En el galeón San Pedro, capitana de la expedición, iban Legazpi, Urdaneta, su capitán Felipe de Salcedo, el jefe de la infantería de marina el capitán Martín de Goiti, con noventa soldados y el piloto Mayor Esteban Rodríguez, que fue el mejor cronista de ella.

En el San Pablo, que hacía las veces de Almiranta, iba al mando del capitán y maestre de campo Mateo del Sanz, que era persona de total confianza de Legazpi, y al que acompañaban el tesorero Guido de Lavezares y fray Pedro de Gamboa, a los que les seguían varios oficiales y cien hombres de armas.

El patache grande, el San Juan, al mando de Juan de la Isla, con la marinería y otra cantidad menor de soldados. Y el patache pequeño, el San Lucas, al mando de Alonso de Arellano y de piloto Lope Martín, con menos gente a bordo y casi sin tropa. Completando la escuadra, una fragata, que iba a remolque o trincada, según las ocasiones y estado de la mar, en la popa del galeón Capitana.

En total, la suma de todos los miembros de la expedición, alcanzaba el número de trescientos ochenta.

Por carta del rey don Felipe II, se indicó que fuera fray Andrés Urdaneta el que dirigiera toda la operación, dándole potestad para que fueran con él los frailes que supiese necesarios, por lo que esta exigencias de Su Magestad se puso en conocimiento del provincial de la Orden de los Agustinos, quienes iba a llevar el peso de la evangelización, para ayudar al fraile Urdaneta en esta laboriosa conquista de almas, por ello con fray Andrés de Urdaneta, viajan sus compañeros, fray Diego de Herrera, fray Andrés de Aguirre, fray Pedro Gamboa y fray Martín de Rada, un excelente matemático y cosmógrafo que aportaba a la expedición «un instrumento de mediana grandeza, para poder verificar la longitud que había desde el meridiano de Toledo hasta el de la tierra adonde llegase.», y no logra abordar los navío fray Lorenzo Giménez, pues falleció antes de zarpar la expedición, todos ellos eligieron como prelado al padre Urdaneta y se expidió patente de ello, en Calhuacan, con fecha del 9 de febrero de 1564.

Cuando Legazpi marchó el 1 de septiembre, a la Real Audiencia del Virreinato, para recibir los pliegos de su nombramiento como capitán de la expedición, entre la documentación le fue entregado un sobre lacrado, en el que en su parte anterior se le ordenaba no abrirlo hasta que estuviera a cien leguas de la costa, pues eran instrucciones secretas y así nadie podría hacerse atrás.

Por ello cinco días después de la partida, Legazpi ordena llamar al escribano de la expedición, para que en su presencia viera que se abría el sobre en las condiciones en que era mandado; en estas instrucciones se le ordenaba, que llegara a las islas Filipinas, pero siguiendo el rumbo de la expedición de Villalobos, al mismo tiempo que debía hacer exploraciones en algunas islas que se hallaban en la ruta, haciendo hincapié en las de archipiélago de Revilla-Gigedo, pero sin hacer más paradas en todo lo que pudiera encontrar, pidiéndole al mismo tiempo, que guardara el mayor secreto bajo juramento, de lo que acababa de leer.

Contraviniendo las ordenes recibidas en el pliego, Legazpi manda llamar a Urdaneta y sus compañeros religiosos, los jefes militares, los oficiales reales, al alguacil, sargento mayor y los pilotos, para comunicarles las órdenes de la carta reservada, todo por demostrar a Urdaneta que no era él quién le había engañado, sino las autoridades de la Audiencia, que manipuladas por Carrión con sus informes sobre Urdaneta, les había llevado a realizar esta maniobra para no perder de antemano el concurso del fraile agustino; las miradas de los frailes se quedaron fijas en Urdaneta y éste explotó con toda justicia, pero al instante retorno a su forma habitual de hablar y se quedó en que ya nada se podía hacer, por lo que se limitó a cumplir con la ruta de su antecesor fracasado, pero de su boca no volvió a salir ninguna queja.

A los diez días de zarpar, ya en pleno océano, el pequeño patache San Lucas, al mando de Alonso de Arellano, era el encargado de ir y venir para controlar a todos los componentes de que no se desviaran de la ruta de la capitana, por lo que Legazpi le había ya llamado la atención de que no se separase más de media legua de la formación, pero le contesto el capitán de él, que de la forma en se le obligaba a navegar, el buque encapillaba mucho agua, por ello se fue alejando, pero al ser la nave más veloz nada se puedo hacer, por lo que al anochecer estaba ya como a unas dos leguas de distancia y en la mañana siguiente ya había desaparecido de la vista, pero la diosa fortuna no querrá que esto acabe aquí, por lo que volveremos a saber de este buque más adelante.

Todo sucedió, porque el piloto Lope Martín consiguió convencer al irresoluto capitán que siendo ya sabedores de la ruta y llevando el buque más rápido de la expedición, podían separarse de ella y alcanzar primeros las islas Filipinas, con lo que podrían arrebatar a Legazpi, la honra y los beneficios de esa colonización; por lo que así lo hicieron, desapareciendo de la vista de la expedición el 1 de diciembre de 1564.

Aquí ponemos fin a esta aventura a parte totalmente del viaje y expedición de Legazpi, pero que puso en grave situación a la expedición, al separase de ella el único buque que era capaz de llegar casi a las playas y poder desembarcar sin arriesgar a los buques mayores, así como negar con su presencia su inestimable labor de avanzadilla de la expedición.

Pero a pesar de todo lo que viene a continuación, el principal causante de la perdición en parte de estos dos personajes, fue la rápida vuelta de fray Urdaneta, quién al conseguir regresar por la ruta ya prevista le llevó a arribar al puerto de Acapulco el 8 de octubre de 1565, esto echó por tierra todas las bienaventuranzas que hasta ese momento habían disfrutado los dos implicados máximos en ella.

Porque enterado fray Urdaneta de lo esgrimido por ellos, hace una somera mención en su relato del descubrimiento del regreso desde las islas Filipinas a Nueva España, siendo en el último punto y a parte de él, con referencia explícita al hecho diciendo:

«No trato de cómo se apartó de nuestra compañía a la ida don Alonso de Arellano con el navío San Lucas, porque él mismo ha dado relación de lo que le sucedió en aquel viaje.»

Arellano, era un caballero, que contaba con grandes influencias en la Real Audiencia de Méjico, lo que casi le aseguraba, si conseguía el hacer el viaje en solitario, el que la demanda que presentará contra él Legazpi no le serviría de nada, pues como se demostró después, la Real Audiencia de Nueva España, no hizo el menor caso a la denuncia de abandono de la escuadra y la desobediencia debida a su superior.

Ya que Arellano presentó un descripción de su viaje en una Relación de ello, que dice: «En la Relación muy singular y circunstanciada hecha por don Alfonso (aquí hay una diferencia de nombre con la relación de Urdaneta, no se a que es debida) de Arellano, capitán del patache San Lucas, véanse por ejemplo, las líneas preliminares a la descripción del regreso:……hablé al Piloto y le dixe; que ya veía en la parte que estavamos, que era fuera de todas las islas: el me dixo, que lo que a mi me paresciese y mas en servicio de S. M. fuese, se hiciese; yo le dixe, que mirase bien lo que deviamos hacer en esta navegación, y que procurase tomar derrota y camino que fuese en servicio de Dios y de S. M. y del salvamiento de todos; y ansi estando pensando lo que haría, tomando la carta en las manos tanteándolo muy bien, y visto los inconvenientes desta navegación me dixo, que lo mejor dello era dar buelta a la Nueva España, pues venia el verano y metidos en el altura por la parte del Norte nos quadrarian los tiempos y harian nuestra navegación, y que ansi era mejor que no ir en poder de Isleños o de Portugueses, como las demás Armadas han hecho que a esta tierra han venido; e yo entendiendo esto, le dixe, que mi parecer era aquel, que más queria morir en la mar en servicio de S. M., que no perecer entre esta gente, y que pues el intento de S. M. era descubrir esta buelta, y nosotros no podíamos topar el Armada, que mi determinación era acavar este viaje o morir…»

Además en documentos se asegura tanto por Arellano como por su piloto Lope Martín, que habían llegado a la isla de Mindanao a fines de enero de 1565, insistiendo en que estuvieron un tiempo buscando a la Armada pero que no la hallaron, por lo que se vieron obligados a partir con rumbo a Nueva España, que el viaje de regreso lo comenzaron el día veintidós de abril y que el día nueve de agosto llegaron al puerto de La Navidad.

Pero además en el transcurso de esta aventura, ocurrieron cosas que se describen que empañan de ser cierta el espectacular brillo de su efectividad, pues en un momento dado y por que dos hombres habían desobedecido, fueron arrojados vivos a la mar, pero al presentar los cargos Legazpi de toda esta maraña de mentiras, solo se consiguió el que la Real Audiencia, culpara de todo ello a Lope Martín quién al parecer estuvo preso, mientras que Arellano y por sus influencias resulto absuelto de todo cargo, aunque Lope de Martín, consiguió el pasar a la historia como una de las peores personas que han existido, pues en algún escrito se le tacha de “monstruo” del ser humano, por sus postreros crímenes cometidos en una siguiente expedición.

Todo esto nos lleva a pensar que el viaje fue una farsa, montada por el interés personal de Arellano y sabiendo sus buenas raíces se aprovecho de ello, ya que al repasar su diario salen errores de bulto que desdicen lo explicado por ellos, como que cuando alcanzaron la latitud de los cuarenta grados, calcularon que estaban a la altura de la China, a lo que se suma, la imprecisión y brevedad extremada del relato del viaje de vuelta, que contrasta con la amplitud del de la ida, por lo que esta supuesta hazaña, deja al descubierto demasiadas carencias como para hacerla creíble y de hecho nadie le ha hecho el menor caso, por eso ha quedado para la historia el glorioso regreso del Océano Pacifico por el Fraile Andrés de Urdaneta, con su famosa «Vuelta de Poniente.»

Retomemos la relación de la expedición y dejemos a estos dos personajes, pues nos interesa mucho más lo interesante de ella, que no estas casi anécdotas a pesar de su inhumanidad manifiesta.

Después del abandono de la expedición de los anteriormente mencionados, los buques guiados por Urdaneta, se mantuvieron al rumbo Oeste y por las cercanías del paralelo 10 de latitud Norte.

Como era lógico en la época, se cometían muchos errores de estima, pero los conocimientos de Urdaneta los iba corrigiendo en cuanto apreciaba un importante desvío, por ello el día nueve de enero del año de 1565, se encuentran con una isla que no sabían de su existencia, pero Urdaneta la coloca como perteneciente al grupo de las Marshall, por lo que por orden de Legazpi, desembarcan los capitanes Goiti y de la Isla, que junto al maestre de campo y el propio Urdaneta, se hacen los honores de tomar aquella isla para el Rey de España, siendo bautizada con el nombre de los Barbudos.

El nombre le fue puesto, después de una exploración de ella, ya que sus hombres medio desnudos y armados con lanzas, lucían unas largas barbas, su piel era rojiza, pero nada violentos y la isla era de pequeñas dimensiones, con los cuales se entabló conversación, gracias a que Urdaneta conocía las lenguas de aquellas islas y aunque no era el mismo idioma, si se parecía lo suficiente para entenderse, su jefe era Nisibola.

Esa noche, desembarcaron parte de los jefes y tropas, entablando a su manera conversaciones con los nativos, lo que les llevó a compartir mesa alrededor de una hoguera, por lo que cenaron en armonía y confianza mutua, terminado con unas promesa por ambas partes de mantener la Paz entre España y la isla. Al terminar el ceremonial, los españoles regresaron a sus respectivos buques, para continuar viaje a la mañana siguiente.

El 10 de enero levaron anclas y prosiguieron viaje, la ruta que seguían estaba erizada de mucha vegetación y rodeándola los arrecifes de coral, lo que la hacía muy peligrosa, siendo descubiertas y bautizadas las islas de Los Placeres, Arribes, Pájaros, Hermanas y Corales.

Por ello Urdaneta sugiere cambiar el rumbo más al norte, por los peligros de navegar entre corales y se le hace caso, pero al mismo tiempo, recuerda que estas pueden ser las islas que Villalobos había bautizado con el nombre de Los Jardines, al mismo tiempo algún piloto había ya calculado que se había sobrepasado el meridiano de las islas Filipinas, pero una vez más la experiencia de Urdaneta nos dice: «Los pilotos se reían de ello, diciendo que no podía ser, porque estábamos mucho más adelante»

Por lo que Legazpi se vió en un aprieto, pero optó por hacer caso exclusivamente a Urdaneta, por ello se rectificó el rumbo marcado por él, navegando más arrumbados al Norte, para lograr alcanzar las islas Filipinas por su parte más septentrional; pero pronto se demostró la capacidad de orientación del fraile agustino.

Por ello el día veintiuno de enero, Urdaneta anunciaba que pronto estarían cerca de las islas Marianas si se cumplían sus cálculos, lo pilotos se volvieron a reír, pensando que estaban más cerca y pero de la arribada a las islas Filipinas, pero al día siguiente, el vigía de la cofa grito, tierra a la vista, por lo que el fraile salió al alcázar, desde donde inquirió al vigía que le diera datos, éste conforme se iban acercando, distinguió que las velas eran latinas, al comunicárselo a Urdaneta, éste dijo que estaban frente a la isla de Guam, por lo que estaban en las ya por él conocidas islas de Los Ladrones, por ello anota en su diario: «los pilotos porfiaban lo contrario, y que no era sino tierra de Filipinas, y se reían de que se pensase ser Ladrones», pero se confirmo lo dicho por el fraile agustino.

Al fondear, desembarcan y ocurren cosas muy parecidas al primer viaje de Magallanes, pues lo indios siempre estaban pendientes de poder robar algo, por ello asesinan a un grumete y a un soldado, lo que obliga a Legazpi a tomar medidas y hacer justicia, siendo juzgados, sentenciados y ajusticiados tres de los prisioneros realizados en los pequeños enfrentamientos, esto les lleva a bautizar a estas islas con el nombre de Los Ladrones; después de todo esto se realiza el solemne acto de incorporar esta isla al reino de España.

Nombre que reafirmo en su posterior viaje Hernando de Magallanes y que conservaron hasta, que se les cambió por el actual de Las Marianas, en honor a la reina María Ana, esposa de Felipe IV.

Urdaneta sugiere que sea enviada una nao a que avise en Nueva España de su situación, con la intención de que se envíen refuerzos, para hacer una posesión efectiva de la isla, pero Legazpi se niega rotundamente a para no diferir ni un instante las órdenes recibidas por la Audiencia de Nueva España.

El 3 de febrero se hacen a la vela desde la isla de Guam y arriban diez días después a la de Samar, que pertenecía al grupo de las Visayas, que ya eran parte del archipiélago de las islas Filipinas, por lo que se ha efectuado el mismo trayecto que en la expedición de Magallanes, recorriendo los ríos Orás, Leguán, Bato, Timón, Suribao, Buruhán, etc. por ello Urdaneta y el maestre de campo, desembarcan en busca de una ensenada o rada que les permita estar más seguros.

Los indígenas recurren al mismo sistema de siempre, pues sobrecogidos por ver aquellos buques tan grandes se esconden en la selva y a pesar de que Urdaneta les habla en su idioma, no aparecen por ningún sitio lo que hace desesperar a los españoles, pues hacen falta alimentos, ya que hace tiempo comenzaron a escasear, pero no se consigue nada, una pequeña expedición enviada a Samar, regreso de vacío, pero además con un soldado muerto en el enfrentamiento con los nativos.

Esta actitud convenció Legazpi de que no se podría hacer nada, por ello ordeno el desembarco de varios de sus soldados, al frente de ellos iban Mateo del Sanz, Martín Goiti y Urdaneta, era martes y trece, cuando pusieron pie en tierra seria sobre las 19:00 horas, con la orden de que la tropa se dispusiese al combate y requerir, la aportación con pago de los alimentos que les hacia mucha falta.

Recorrieron la isla, vadearon los ríos y se introdujeron en la espesura de la selvática isla, solo se oía de vez en cuando el revoloteó de algún ave, que asustada levantaba su vuelo.

Hasta que consiguieron el dar con un poblado, cuyos habitantes se escondieron en sus cabañas, pero Urdaneta en su idioma les iba diciendo que no les harían ningún daño, solo querían comprar comida y que una vez obtenida, se les pagaría regresando a sus buques sin mayores problemas, lo que les convenció de que podían salir de sus casas, llegando a entablar conversación.

Quedando en que al día siguiente, acudirían ellos al Gran Parao, (nombre que le dieron al galeón capitana), con sus jefes y les llevarían lo pedido.

A la mañana siguiente 14 se acercaron al galeón San Pedro, pidiendo ver al gran jefe que estaba al mando de tan gran parao, por lo que salió Legazpi que hablándoles con extrema cortesía, les dijo que era el representante del más grande Rey del planeta y que su comisión era de Paz y no de guerra, por lo que solo querían alimentos y ser sus amigos.

Los Visayas, que así se llamaban, se fueron muy contentos y comunicaron a sus jefes que sólo querían ser amigos, al decir esto al día siguiente, se presentó Calayón, el jefe de todos ellos, que volvió a ser recibido por Legazpi y tan calurosamente, que el jefe decidió el ser vasallo de ese Gran Rey, lo que aprovechó Legazpi ordenando desembarcar a parte de la tropa y tomar posesión de la isla, misión que realizó Andrés de Ibarra, con la mediación del fray Urdaneta.

Legazpi, se decidió a bajar a tierra, para intentar el comprar los alimentos, pues los días pasaban y no se obtenían, les estuvo dando explicaciones que traducía Urdaneta, ellos les prometían que les llenarían los buques de alimentos, y como muestra de ello, le obsequiaron con un cerdo, un gallo, un huevo y un odre con aguardiente de palma.

Pero esperaron varios días y nada más se supo de ellos, esto propició que Legazpi ordenara al capitán Juan de la Isla, el navegar en dirección Norte y al alférez Andrés de Ibarra, en dirección Sur, para ver si se lograba encontrar en algún lugar, donde pudiera fondear la expedición y que fuera un sitio seguro, para ella.

Regresaron, pero sin haber encontrado nada que pudiera reunir las condiciones requeridas, y viendo la hostilidad de los nativos a negarse a darles alimentos, decidió el zarpar de aquella isla.

Por ello el 20 de febrero de 1565, la expedición se puso a la vela para dirigirse a la cercana isla de Leyte, donde arribaron al siguiente día, pero aquí las cosas no cambian, pues los habitantes prometen dar de todo y cuando reciben, se les olvida el entregar lo dicho.

Por ello se envía al capitán Goiti a que inspeccione un buen fondeadero, regresa a los diez días, por lo que se ponen en rumbo al lugar señalado por el capitán, pero al llegar se quedan sorprendidos de que lo prometido a Goiti, que eran sacos de arroz se están cargando en buques de países muy lejanos y por un ataque de los naturales resulta muerto otro soldado.

Este proceder consiguió enfadar a Legazpi, decide el desembarcar y tomar posesión de la isla, así que le acompañan algunos oficiales y fray Urdaneta, quien celebra misa, se hace ondear la bandera acompañada de los disparos de los arcabuces, clavando una cruz en la playa, de la ensenada de Cabalián.

Mientras los aterrorizados indígenas, observaban todo desde las alturas, pero sin hacer ninguna mención de obstruir aquello que les estaba dejando atónitos, sobre todo el poder de las armas y su gran estampido.

Pero estas acciones ya eran conocidas por los comentarios de anteriores exploradores, por ello Legazpi sabedor de la forma de combatir de los indios, no quería el plantear combate definitivo, pues así se crearía más enemigos que amigos y sería una guerra con final desastroso para la expedición, por ello ordena realizar nuevas exploraciones.

Pero la reacción de los indígenas, al ver aquello cambió, por lo que al día siguiente, se acercaron a visitar al Gran Jefe (Legazpi), por lo que venía al frente de ellos su jefe Camohutan, que fue recibido con el boato acostumbrado por Legazpi, y acompañó toda palabra con los típicos regalos, lo cual les convenció, quedando para el día siguiente, en abastecerlos de carne, pescado y arroz, pero no volvieron.

Pero volvió a repetirse la historia, y viendo la otra isla se plantea el acercarse a ella, al llegar se encuentran con más de lo mismo, pero esta vez Urdaneta desembarca y consigue que se le acerque el jefe del poblado, al que a su vez y mientras tanto ha desembarcado Legazpi, realizando el típico intercambio de regalos, pero por la noche, a pesar de que el jefe había concertado la venta de los alimentos para los expedicionarios, se puede oír desde las naos un bullicioso ruido de huida en masa.

A la mañana siguiente el campamento estaba desierto, por lo que Legazpi viendo que ya no tenía otro remedio, desembarcó a parte de su gente, ante esta actitud, los indios permanecían en situación amenazadora pero ocultos entre las selva, pero las voces de Urdaneta reclamando lo prometido, hizo que el jefe llamado Camotuan se acercará a ellos, muy temeroso de lo que le podía pasar, pero Legazpi lo único que hizo fue darle por prisionero hasta que cumpliera su palabra y por ello fue trasladado a bordo de la capitana, antes de partir el jefe de los habitantes, les ordenó que cumplieran su palabra, a lo que sus vasallos se apremiaron en cumplir, ello se tradujo en que en poco tiempo se pudieron abastecer de todo lo necesario, incluso de más, por lo que Legazpi, le pagó al Camotuan el importe convenido e inmediatamente fue puesto en libertad y desembarcado.

El propio Camotuan, se puso al servicio de Legazpi, para indicarle el rumbo a Mazagua, lugar donde anteriormente se había recibido muy bien a los exploradores y él tenía gran alegría por conocer, pero le extrañó la forma en que el jefe indio le advertía de que no hiciera nada por dar muestras de que él le había llevado hasta el lugar, esto le hizo pensar que los de la isla no tenían muchas ganas de ver a más gente extraña, llevado de esta presunción, escogió los mejores regalos que a bordo quedaban, para presentarlos como presentes al nuevo jefe al que iba a visitar.

Por ello se dirigen desde la ensenada de Cabalian, desde donde se puede apreciar la isla de Mindanao, el viernes 9 de marzo se pusieron a rumbo, eso si le prestaron a un guía, llamado Malitic, para que los dirigiera a la ensenada de Limasagua, que con anterioridad se le llamaba de Mazagu.

Para la primera relación mando a Urdaneta, por su facilidad de palabra y conocimiento del idioma, y al maestre con unos cuantos soldados, al desembarcar se encontraron con el poblado vacío y sólo un hombre, en lo alto de un peñasco les observaba, al cual se dirigió Urdaneta, el indio bajó por una escala de bejucos, pero al instante volvió a subir rápidamente y de pronto surgió del peñasco un humareda espesa y a grandes saltos el indio profería fuertes gritos, pero ya nada sucede y por ello se regresa a las naos.

Esta va a ser la historia que se repetía en cuantos lugares encontraban, pues llegan a Camiguin y ocurrió lo mismo, al parecer aquellos grandes buques, jamás vistos por aquellos seres les causaban pánico y no querían ni ser vistos; a tanto llegó el pavor de las gentes, que en una embarcación indígena, que iba cargada con mercancías, al tropezarse con la escuadra, se lanzan al mar sus tripulantes y a nado alcanzan la orilla, pero abandonan todo lo que a bordo de su nave trasportaban.

Lienzo representando la llegada de la expedición de Legazpi a Filipinas.
Llegada a Filipinas. Óleo de Telesforo Sucgang, 1893.
Museo Oriental. Valladolid. España.

En vista de esto se hacen a la mar, pero por los vientos contrarios arriban a Bohol, pero al arribar a esta isla, uno de los pilotos de Borney amigo de los españoles, pide permiso para desembarcar, pues era amigo del jefe de Bohol por nombre Cicatuna, para ver si le puede convencer de que atienda a los españoles.

Por lo que llamó a una piragua que pasaba en su idioma y esto les hizo acercarse, embarcó en ella y se traslado a tierra, ya en ella se puso en camino para visitar al Jefe, consiguiendo ser recibido, y estuvo hablando con él, pero su principal argumento era, que estos eran verdaderos castellanos y pacíficos, no como los «falsos castellanos», no eran otros que los portugueses, que hacía dos años habían pasado por aquellas islas y destrozado todo cuanto encontraron.

Esta frase, tiene mucha enjundia, pues deja de manifiesto que los portugueses, sabedores de que aquellas tierras le correspondían al reino de España, actuaban como si fueran españoles y nos dejaban una tal fama, que no es de extrañar que tuvieran tanto pánico al ver a los buques, pues a buen seguro que ellos eran incapaces de distinguir buques ó pabellones, ó igual hasta eso era igual, así que no puede pensarse mal de los indígenas, ya que su anterior experiencia no era precisamente para un buen recuerdo.

Aún así Cicatuna, no estaba muy convencido, por lo que Legazpi ordenó a un soldado, eso si muy cortes y valiente, por nombre Santiago, para que hablara con el Jefe y le entregara los acostumbrados regalos, y le hiciera ver que los españoles no eran sus enemigos, que solo querían alimentos y conseguir su amistad, quedando en que al día siguiente visitaría el buque español.

Efectivamente a la mañana siguiente, apareció en la playa Cicatuna, pero exigiendo que el Gran Jefe español bajara a tierra y se entrevistase con él a solas, de lo que fue persuadido, al explicarle que no le era posible el hacerlo, dado su alto rango y al rey que representaba.

Así convencido, se le embarcó en una de su piraguas y se acoderó al galeón, al llegar a la cubierta Legazpi «le rescivió graciosamente con las muestras de amistad y halago posibles», después pasaron a la cámara del Almirante, donde se había preparado un gran banquete, entre otros manjares, de frutas secas, tocino salado, galleta, miel, se presentaron unas jarras de vino jerezano, del cual el cacique abusó un poco, por lo que perdió su control.

Pero sucede una acción; se avista una embarcación con marinos de Borneo y Legazpi, ordena que se arríe a la fragata y se acerquen a reconocerla, en ella iban veinte soldados y marineros, pero los de la embarcación los reciben a flechazos, lo que provoca que todos caigan heridos, pero aún así se consigue apresarlos a todos y sin bajas, por lo que son llevados a la capitana, donde Urdaneta los interroga, y que le expliquen el porque si los nuestros no iban en son de guerra, ellos han lastimado a todos, a lo que le responden, que en aquellas aguas no hay amigos, esta contestación hace comprender lo difícil de la supervivencia en aquellas aguas, por lo que los borneyes se suponen como poco vendidos como esclavos, pero Urdaneta les convence de que su capitán es de otro tipo de persona, por lo que les devolverán la embarcación con todas sus pertenencias y ellos mismos en libertad absoluta, estos quedaron asombrados y perplejos ante esta actitud, por ello Legazpi ordenó a sus hombres, que se habían quedado con parte de lo que trasportaba el junco, a que fuera devuelto a sus dueños.

Estos no vieron con buenos ojos la orden recibida, pero a pesar del comentario de Urdaneta en su diario: «murmuraron reciamente», Legazpi no tuvo que repetir la orden ya que fueron pasando uno a uno y dejando lo que se habían llevado como recuerdo o recompensa del ataque recibido, a parte lógicamente de sus heridas.

Por ello vamos a la relación de los objetos que minuciosamente realizó el escribano: «Recogiéronse entre los soldados como veinticinco onzas y media en joyas quebradas, y una campana; dos panes de menjuy y cierta cantidad de cera, y libra y media de seda de colores, floja, en madejas, y veinte porcelanas, y unas bacinicas de latón, un anillo de oro y ciertas mantillas y otras presas.»

Este proceder de Legazpi hizo que los borneyes, trocaran su parecer y de querer desembarcar, pasaron a no querer hacerlo, lo cual le vino muy bien al Almirante español, pues ellos conocían estas aguas a la perfección, por lo que fueron utilizados como embajadores de buena fe por aquellas islas.

Mientras tanto Cicatuna, por el efecto del alcohol quiso refrendar su amistad con Legazpi y para ello se siguió el rito de costumbre que no era otra forma que la que nos narra fray Andrés de Urdaneta: «sacándose de los pechos cada dos gotas de sangres, revolviéndolas con vino en una taza de plata, y después dividido en dos tazas, tanto el uno como el otro, ambos a la par bebieron cada uno su mitad de aquella sangre con vino, lo cual hecho mostró Cicatuna gran contento.»

Con esto se consiguió que poco a poco, pero cada vez más a menudo, los indios viajaran hasta las naves, por lo que se llegó a una gran confianza mutua, todo por el bien hacer de Legazpi, que con política de paz, atracción y tolerancia, fue consiguiendo a plena satisfacción de todos; pero no menos importante era, el controlar a su gente, pues en medio de tanta riqueza por el abundante oro, despertaba ciertas ansias de hacerse con lo ajeno y también lo consiguió, por lo que fue un gran acto de fortaleza moral y virtudes bien encaminadas.

Mientras esto sucedía Urdaneta el maestre de campo, piloto mayor y Juan de Aguirre, junto al piloto del junco de Borneo y un pelotón de soldados, embarcaron en la fragata, la intención era llegar a la isla de Cebú, pues se pensaba que allí aún podían quedar españoles de la traición que le realizaron a Magallanes en su viaje, pero llevaban víveres para ocho días, pero trascurrieron muchos más por lo que Legazpi preocupado, pidió auxilio a los indios amigos quienes salieron en sus embarcaciones en su busca, pero nada pudieron encontrar, esto causó un gran desánimo entre los españoles y un sentimiento de dolor por la pérdida de Urdaneta, ya que su muerte podía dar al traste con la expedición, pero resultó que al siguiente día del regreso de los indios con esa mala noticia, apareció la fragata de Urdaneta, pero por otra derrota y con un hombre menos por el ataque de unos indios, siendo la victima el piloto del junco.

El hecho sucedió al desembarcar para reconocer una isla, en la que los indios les atacaron, como siempre eran cientos, que saliendo de las espesura de la selva lanzaron sus flechas y dardos, pero por pronto que los españoles montaron los arcabuces y efectuaron una descarga al aire, que les asusto y regresaron a su escondite, las flechas ya habían hecho mella en el piloto; lo que además impidió el llegar a Cebú, pues las corrientes eran contrarias y por ello no pudieron alcanzarla.

El empeño en llegar a esta isla de Cebú, es porque Urdaneta consideraba que era el punto de partida para su regreso a Nueva España, a parte de ser un puerto bien protegido y se acercaba la época de las lluvias lo que forzaba a buscar un buen resguardo, y era de las mejor abastecidas de la zona, todo ello eran razones de peso, para intentar conseguir el llegar como fuera.

Pero a parte seguía en la expedición el recuerdo, de la traición a Magallanes por el rey de esta isla, quién abrazó la religión católica y renegó de ella, cuando en el banquete preparado al efecto para la solemnidad, fueron muertos la mayoría de los españoles principales de la expedición, lo que aún si cabe era cuestión de demostrar al tal Rey que con los españoles y la religión, no se podía tomar y dejar a conveniencia de uno.

Convencido Legazpi de ello, el 22 de abril se levaron anclas y largaron velas poniendo rumbo a la isla de Cebú, siendo precisamente el día de Pascua de Resurrección, después de una azarosa travesía, por los vientos contrarios y una tempestad, consiguieron arribar el 27 de abril de 1565, su aparición resulta como es lógico de una impresión aterradora, porque los más viejos del lugar recordaban la tragedia realizada cuarenta años antes y al ver que los buques eran mucho más grandes, supusieron que aquello era la venganza de los hermanos de los asesinados.

Legazpi ordena el desembarco de toda su gente de armas, pues no quiere sorpresas, y a su encuentro sale el Rey, quien temblando le ruega que no efectúen fuegos con los cañones para no asustar a su pueblo, pero no dejaba de ser una treta, pues mientras se entrevistan, el Rey solo trataba de ganar tiempo para que todos sus súbditos, pudieran recoger sus enseres y posesiones, para introducirse en la isla y ponerse así a salvo de la venganza.

Pero vuelve a surgir la benevolencia de Legazpi, quien asegura al rey Tupas, que lo ocurrido hacía ya tantos años no va ser impedimento para reanudar las relaciones, pero en esta entrevista si que se puso a prueba la capacidad de resistencia del Almirante español, pues como todo, la paciencia tienen un límite, pero parado el primer golpe por parte del Rey y con todos los aprecios por parte de Legazpi, Tupas se escondió y no quiso volver a hablar con el capitán español, mientras que por otra parte tampoco cumplía su promesa de avituallar a la expedición y al mismo tiempo, Legazpi tenía que estar frenando a sus soldados, pues estos estaban dispuestos a acabar con todos lo indios, por la primera traición y por que ahora seguían en las mismas, ya que el dilatar tanto las cosas no podía ser otra la razón de que estaban esperando refuerzos.

Ante esta disyuntiva, Legazpi ordena a Urdaneta; «que como protector de los indios naturales de esta tierra fuese con el Maestre de Campo a persuadirles que viniesen de paz, dándoles a entender el bien y aprovechamiento grande que de su amistad se les seguiría; donde no, fuese testigo delante de Díos cómo, por su parte, había procurado lo posible por tener paz y amistad con ellos», por lo que otra vez tenemos al fraile en una misión difícil, la cual llevó a cabo pero con resultados negativos, por la tozudez de los nativos.

Pero ni con esas Legazpi cedía, pues comprendía que un enfrentamiento en toda regla a la larga era perjudicial para los españoles, por ello vuelve a enviar a Urdaneta, pero esta vez los indios envalentonados, se presentaron en la playa e impidieron el que ni siquiera pudieran desembarcar, pues esgrimían sus lanzas con claras propuestas de entrar en combate, al mismo tiempo que desde la nao se observa como llegan un buen grupo de paraos, de los cuales desembarcan numerosos indios en apoyo de sus amigos.

Por esta acción ya no le quedaba otro remedio a Legazpi que utilizar la fuerza, lo sorprendente fue que al realizar una descarga los buques sobre la playa, todos los indios desaparecieron como perseguidos por el diablo, aprovechando esta circunstancia se procedió al desembarco de los soldados, que lograron entrar en el poblado.

Al hacerlo la mayoría de las cabañas estaban en llamas, así que solo entraban en las que se podía, entonces fue cuando surgió la sorpresa, ya que un soldado vizcaíno por nombre Juan Camus, halló entre los objetos que se guardaban en una de las chozas, una caja anudada con cuerda de cáñamo, lo que dejaba clara su procedencia, pues ese material no existía en la zona y solo podía ser española, por curiosidad la abrió y se encontró con una imagen del Niño Jesús, este hallazgo fue como muy bien recibido por los españoles y como signo de que todo iba a ir perfecto.

 Fotografía del Santo Niño de Cebú.
Santo Niño de Cebú.
Regalo de Pigaffeta.
Basílica de Cebú, Filipinas.

Lo cierto es que esta escultura, había sido regalada por Antonio Pigafetta, el cronista de la expedición de Magallanes, en el año de 1521, cuando fue visitada la isla y con motivo de abrazar los reyes de Cebú la Fé Católica, siendo entregada a la reina, que era la esposa de cristianizado rey Carlos Hamabar, para que supliera a todos sus ídolos hasta entonces venerados como a dioses; el mismo Pigafetta nos dice:

«Yo feci vedere alla Regina un immagine di Nostra Signora, statuetta di legno representante il Bambin Gesú ed una ocre … La Regina mi chiese il Bambino, por tenerlo en luogo de suci idoli … e a lei le diedi.»

Al ser notificado Legazpi de tan agradable hallazgo, le ratificó que a pesar de la traición efectuada a la expedición de Magallanes, en la que la invitación a una comida había sido utilizada para asesinar a Barbosa y otros veintitrés hombres de ella, se mantuvo en la creencia al estar en tan buen estado la imagen, que había sido cuidada y venerada, esto demostraba que habían seguido creyendo en ella y no sería difícil el volverlos a recuperar, para el bien de ellos y de la Fe católica, confirmando que no sería difícil el convencerlos de sus buenas intenciones.

Por ello al día siguiente por su orden, se levantó una capilla para depositar la imagen en ella, pero en el traslado se efectuó una demostración de veneración, ya que fue llevada en andas en solemne procesión, siendo portada por los cinco frailes de la Orden de San Agustín y resguarda, por ambos lados por los soldados y marineros.

Al ver esto los indígenas, se acercaron una treintena de ellos con dos caciques al frente, pidiendo el poder presenciar la ceremonia a Legazpi, quien accedió gustoso, pues ya era una forma de tomar contacto, solo que al acabar la ceremonia con la celebración de una San Misa, los indios se volvieron a su jungla a guarecerse.

Esto convenció a Legazpi de sentar allí su residencia, y al mismo tiempo, el comenzar a construir una ciudad y siempre prevaleciendo, el intentar conquistar la amistad de los indios, ya que estos seguían pensando, que en algún momento los españoles tomarían venganza de sus anteriores crímenes, por eso al Adelantado le llevaría un tiempo el convencerlos de que no era ese su propósito.

Para ello eligió un lugar, para erigir la primera ciudad española en aquellas islas, era un zona llana y extensa, que para dar mayor protección se amplió, cortando árboles y arrancando matas, para así impedir el que se le pudiera atacar desde corta distancia, se señaló el lugar para construir el fortín y la ermita, así como marcando un trazado del límite de ella.

En el centro, se construyó el fortín que se comenzó inmediatamente, estando al lado de la ermita que previamente se había construido para albergar a la imagen encontrada.

Se había colocado unas tablas que a forma de fortín protegían la construcción del resto y con los límites ya marcados, para que nadie saliera de ellos, pues ya había ocurrido que un gentilhombre, paseando por la playa, había sido sorprendido por unos indígenas, que en piraguas desembarcaron y lo asesinaron, cortándole la cabeza después, pero todo con el mayor sigilo, lo que alertó a todos y nadie osaba el salir del perímetro, que a su vez estaba protegido por una guardia armada, para que nadie pudiera coger por sorpresa a los del interior.

Al mismo tiempo y por la desconfianza de los indígenas, se seguía padeciendo hambre, por lo que se ordenó a un maestre, que con unos hombres se adentrara en la selva, lo cual realizaron una noche de luna llena, para mejor poder distinguir los enrevesados caminos, pues los altos árboles de la zona impedían el verse con claridad.

Consiguieron como a media legua, el encontrar un poblado, pero por estar alguno vigilando, al llegar a él no encontraron a nadie, por lo que solo pudieron ver a algunos inválidos y personas mayores, en el interior de algunas chozas; en el exterior si que vieron cerdos y cabras, así como en una de las chozas, una buena cantidad de arroz, pero ante el temor de ser cogidos por la espalda regresaron, pero sin llevarse ni un gramo de arroz.

Esto enfadó a Legazpi, que les ordenó el salir a la noche siguiente, pero ya avisados los indígenas, estos había retirado todos los animales, el arroz y a los ancianos por lo que tuvieron que regresar, pero esta vez con lo mismo que la anterior, pero porque en el poblado no había ya de nada.

Acabados los trabajos de construcción el 8 de mayo de 1565, fray Urdaneta, revestido litúrgicamente para las grandes solemnidades, procedió a la bendición de la nueva ciudad, bendiciendo las obras realizadas, así como los campos circundantes, bautizando a la nueva ciudad, con el nombre de Villa de San Miguel, y bajo la advocación del arcángel del mismo nombre.

Al ver todo esto los indios, pensaron que lo mejor era hacerse amigos de los españoles, pues si hubieran querido tomar represalias por los hechos anteriores, no estarían perdiendo el tiempo en construir todo aquello, ya que era claro que el asentamiento era definitivo y no era cuestión de seguir escondiéndose, pues tarde o temprano se necesitarían mutuamente.

Así que decidieron el presentarse al que desde ese momento de la construcción de la nueva ciudad, se le llamaba el Gobernador, que era lógicamente don Miguel López de Legazpi, quien como siempre los recibió con los mayores halagos.

El problema se planteó, en los diferentes idiomas o dialectos que hablaban los diferentes jefes, pero un español de nombre Jorge Pacheco, junto a un indígena de Borneo, que había sido bautizado con el nombre de Cid Hamal, consiguieron el entenderse entre todos, quedando claro que los españoles no querían la guerra y no iban a tomar represalias, pero que a su vez los indios, no intentaran nada contra ellos, pues no habría solución al problema; así se quedó y se intentó por ambas partes, el que nada desagradable sucediera.

A partir de ese momento, los indios poco a poco se fueron acercando a los españoles, a los que les llamaban los «castillas», mientras que estos tampoco hacían nada que les molestase, ya que las órdenes de Legazpi fueron muy claras y concisas, pues no tenían nada que ganar y si mucho que perder.

A pesar de todo esto, una noche unos indios le pegaron fuego a una de las casas que ya se construían fuera del perímetro, pero arrepentidos al día siguiente se presentaron, demandando el perdón y la paz, para muestra de ellos el jefe, que dijo ser el hermano de Tupas, realizó la típica ceremonia del sangrarse y mezclar la sangre con la de Legazpi, en muestra de amistad sincera y de que nada más sucedería a partir de ese instante.

El jefe indígena, regresó a su poblado y comentó que los «castillas» no iban a tomar represalia, por lo que en pocos días perdieron el miedo y fueron bajando de las montañas, mezclándose con los españoles, sin temores por ambas partes, lo que facilitó enormemente la pacificación al menos de esa parte de la isla.

Al mismo tiempo que esto sucedía, los frailes Agustinos no perdían ocasión de ir catequizando a los indígenas, ya que cualquiera que se acercaba a ellos, solían ser bautizados y como se realizaba en la ermita a la vista de todos, pues era casi continuo su trabajo, por lo que se estaba cumpliendo el objetivo de la expedición en toda su amplitud, pues se estaba en paz con los indios, se había comenzado la primera ciudad de aquél archipiélago y se estaba extendiendo la Fé católica, los principales objetivos de esta arriesgada empresa.

Pero a todo esto, el Rey Tupas no había firmado el compromiso, que ya había adquirido sus antecesores con Magallanes, de ser un fiel servidor del Rey de España, pero en la mañana del día veinte de mayo del año de 1565, se presentó ante Legazpi, acompañado de otro cacique llamado Tamuñán, más su guardia personal compuesta de cincuenta hombres armado.

Legazpi sin inmutarse, lo trato como era su costumbre, pero le dijo que no entendía el porque se refugiaba en los montes y no había bajado a saludarlo antes, ya que la escuadra española, no estaba allí para combatir, sino para hacer amistad con él y sus gentes, ya que sus islas no estaban en guerra con el reino más poderoso de la tierra, al mismo tiempo le recordó, que ya eran súbditos del Rey de España y que más bien estaban allí, para protegerle a él y a todos sus habitantes, de que otras naciones quisieran portarse mal con ellos y que a cambio de ello, solo se les exigía una buena amistad y un leal acatamiento a su Rey.

Tupas, se excusó diciéndole; que el era un niño cuando aquellos asesinatos sucedieron, pero que al ver tan gran armada se había asustado, pues pensaba que habían regresado para tomar venganza, por orden del Rey de Castilla y que los asesinatos, los habían cometido unas tribus del interior, sobre las que él no tenía mando y que se había decidido a visitarlo, por los múltiples comentarios que le habían hecho de que no buscaba venganza, lo que se había demostrado con su digno proceder, por ello ahora quería firmar el convenio de amistad duradera y rendir pleitesía al gran Rey de Castilla.

Viendo Legazpi la buena disposición de ellos, quiso ponerlos a prueba y le comentó, la traición que se había cometido días antes, cuando fue asesinado don Pedro de Arana, contándole la cabeza y huyendo en un parao sus asesinos, lo que le obligó a enviar al maestre Mateo del Saz a castigarlos, dándole fuego al pueblo de los asesinos y haciendo prisioneros a ocho de ellos.

A lo que Tupas le respondió, que ese hecho se había realizado a sus espaldas y estaba de acuerdo con el castigo recibido.

Para confirmar ese proceder, Tupas, pidió el que se le dejara el recompensar al Gobernador con un tributo, para que a su vez se lo pudiera comunicar al gran Rey y pedir su generoso perdón, y que Legazpi fijara la cantidad de esa contribución.

Por lo que Legazpi por toda contestación, les indicó que tomaran sitio en una gran mesa, donde se comió y bebió con la esplendidez propia del Gobernador, al acabar el banquete se volvieron a sus poblados, pero eso sí, todos muy satisfechos y contentos.

Pero Legazpi a pesar de todas estas promesas, como el documento no se había firmado, se mantenía alerta tanto él como trasmitía a las tropas, lo que desde el principio estaba ya causando algún mal estar entre ellos, pues poco tiempo les quedaba libre, ya que seguían sucediendo pequeñas traiciones de los indígenas, lo que obligaba a mantenerse más alerta que nunca.

Pero Legazpi que era firme como una roca e integro lo que le convertía, en lo tocante a la disciplina ser inflexible, por ello decidió, que para dividir los esfuerzos, los gentiles hombres que venían en la expedición, hasta ese momento no compartían los trabajos de vigilancia, ordenando al alférez general Andrés de Ibarra, que mandara el formar a la tropa incluidos los oficiales y gentiles hombres, así les fue comunicada de viva la voz la orden del Gobernador.

Legazpi se encontraba a espaldas de Andrés de Ibarra, al dar la orden dos de los gentiles hombres; los llamados Pedro de Mena y Esteban Ferrán o Terresán, se sintieron heridos en su vanidad, por considerar una afrenta a su persona el realizar aquel trabajo y solo en horas nocturnas, manifestando abiertamente su negativa a obedecer esa orden, lo que no cayó en saco roto, pues otros de su misma condición se sumaron a la rebelión.

Pero la grandeza de un jefe, se puede solo valorar en los momentos de riesgo y en éste, Legazpi demostró su valía personal, pues no movió un solo músculo de su cara, pero ordenó al maestre de campo, que los hiciera salir de la fila, que fueran degradados a simples soldados y que formaran junto a ellos en sus filas; lo cual cumplió el maestre.

Lógicamente obedecieron, pero muy en contra de su parecer, así que esa noche la dedicaron a sublevar a mas compañeros, llegando a la conclusión entre ellos de intentar el hacerse con uno de los dos navíos y regresar a España, pero no sin antes el agujerear los cascos del resto, para que no les pudieran dar alcance, así se fue fraguando una rebelión en toda regla.

Aprovecharon la noche del 27 de mayo pegándole fuego a unas cabañas colindante con la del Gobernador, para que con este acto se quemaran todos los documentos, municiones, dinero y género vario de los desembarcados de los buques, ya que estos estaban dados a la banda, para un repaso y regreso de Urdaneta a Nueva España.

Pero la guardia alertó de inmediato, por lo que la gran mayoría acudió rápido al lugar, consiguiendo en muy poco tiempo el apagar el provocado incendio, por lo que no consiguieron su objetivo.

Ante esta provocación que ya era alarmante, y ponía en peligro el éxito de la empresa que ya comenzaba a navegar con buenos vientos, Legazpi no se arredró, pues los centinelas le dijeron quienes habían sido, mandó el que fueran hecho presos y en la mañana siguiente, los juzgó en juicio sumarísimo, durante él reconocieron que lo habían realizado, por la torpeza de ordenarles algo que no estaba a la altura de su rango.

Por lo que Legazpi, al oír esas palabras se sintió aliviado, pues le era más fácil el aplicar la justicia ante una rebelión manifiesta y autodeclarados culpables de ella, siendo declarados culpables y a pena de muerte, así se cumplió la orden y fueron ahorcados en sendos árboles el mismo 28 de mayo, Mena y Ferrán.

Legazpi es conocedor, de que la conquista y el mantenimiento de la Villa de San Miguel, está en la importancia del feliz regreso de Urdaneta, para poder abrir el rumbo de regreso, pues sin él la trayectoria es muy larga y hasta ahora había resultado negativa e infructuosa, por las anteriores expediciones, por lo que a pesar de los desvelos de la conquista del resto de la isla, se acomete con la máxima prioridad el alistamiento de los naos que tenían que regresar a Nueva España, pues era de vital importancia, por lo que la preparación del viaje de regreso, se logra hacer en poco más de un mes, ya que la entrada en la isla de Cebú tuvo lugar a últimos de abril, y la expedición zarpa el 1 de junio de 1565.

Las minuciosas órdenes de la Audiencia de Nueva España, dejaban muy claro que Urdaneta tenía toda la potestad, para elegir el buque que más le apeteciera o considera en buen uso, por el largo trayecto de ida, como aclara el siguiente documento:

«Y porque, como sabéis, el Padre Fray Andrés de Urdaneta va en esa Jornada por mandato de Su Majestad proveeréis que agora sea volviéndoos vos á esta Nueva España con algún Navío o Navíos desando allá algún Capitán con gente, ó imbiando a otra persona aca, quedándoos vos en la tierra, que el dicho Fray Andrés de Urdaneta vuelva en uno de los Navíos que despacharades para el descubrimiento de la vuelta, porque después de Dios se tiene confianza que por las experiencias y platicas que tiene de los tiempos de aquellas partes y otras calidades que hay en el, será causa principal para que acierte con la Navegación de la vuelta para Nueva España, por lo cual conviene que en cualquiera de los Navíos que para aca imbiaredes venga el dicho Fray Andres de Urdaneta, y será en el Navío, y con el Capitán que el os señalare y pidiese, y en ello no haya otra cosa, porque dello se entiende que Nuestro Señor Dios, y Su Majestad serán servidos, y vos muy presto socorrido con gente, y todo lo demás necesarios»

Esta es parte de la Instrucción que con fecha uno de septiembre de 1564 se le entregó a don Miguel López de Legazpi, en la Real Audiencia de Nueva España.

En cumplimiento de esta orden, Urdaneta escogió a la capitana por ser la mayor de ellas y estar en mejores condiciones, por ello el viaje se haría con la San Pedro, ésta a su vez estaba al mando de don Felipe de Salcedo, persona muy joven pero que había demostrado una madurez poco habitual, al que le acompañaba el piloto mayor de la Armada don Esteban Rodríguez, pero se añadió al piloto del patache San Juan y como contramaestre de la nao, se eligió a don Francisco Astigarribia, mientras que la dotación se componía de unos doscientos hombres.

Dejamos a Urdaneta en su regreso a Nueva España, donde ya hemos adelantado algo de lo que contó a su llegada y el resto de ella está en su biografía, o en la Expedición y descubrimiento del rumbo de unión de las islas de Occidente al puerto de Acapulco.

Al día siguiente, como el Rey Tupas no estaba aún en la seguridad de lo que les ocurriría a los asesinos de Arana, envió a la Villa de San Miguel para entrevistarse con Legazpi, a un interprete musulmán por nombre Cid Hamet Hamal, pues querían agradecer la magnanimidad del Gobernador, que días antes le había concedido la libertad a una esclava india, la cual les contó maravillas del trato del Gobernador y por ello querían agradecérselo.

Al mismo tiempo, se le había encomendado el firmar las paces con los «castillas» y saber que les iba a pasar a los prisioneros, Legazpi le contestó, que en cuanto se firmara la paz, los detenidos quedarían en libertad y que mientras tanto, para que confirmaran lo bien que se les trataba, le daba autorización para visitarlos, así como a todos sus familiares que quisieran hacerlo.

Al llegar al poblado el interprete, comunicó lo que le había dicho Legazpi, por ello inmediatamente aparecieron en el fuerte, dos indios principales, por nombre Capitán y Maquiong, a los que acompañaban una veintena más de sus compañeros, pidiendo el poder ver a una prisionera, que era la hija y esposa de ellos.

Pero una vez más se puso de manifiesto la firmeza de Legazpi, pues todos acudieron con figurillas y adornos de oro, para el Gobernador a cambio de que les dejase visitar a sus familiares, pero como siempre el Almirante no quiso aceptar aquellas donaciones, pues por medio del interprete, se les comunicó, que no pedía rescate alguno y que en cuanto el Rey Tupas firmara la paz con los españoles, se les daría la libertad sin mayor problema, pues solo se pedía que se firmara el documento, para poder seguir avanzando en la conquista del archipiélago.

Salieron de la presencia de Legazpi, y se encaminaron a visitar a sus familiares, ellas les reafirmaron que eran bien tratadas, que se les daba de comer y que nadie las molestaba, por lo que lo único que echaban de menos era el poder estar con ellos, pero que en cuanto a trato y comportamiento, nada en contra podían decir.

Así convencidos, regresaron a presencia de Legazpi, y entonces le dijeron la verdad, que eran hermanos de Tupas, y ante lo que habían visto y oído, le obligarían a firmar ese pacto, ya que nada era mentira y solo era en beneficio de todos, así se despidieron y volvieron a su poblado.

Pero aún así Tupas no estaba muy convencido, así que decidió el volver a enviar otro emisario, siendo el día cuatro cuando se presentaron, que no fue otro que su hijo, junto con algunos hijos de los notables de su reino, lo cual indica que casi era una provocación, por lo que de nuevo Legazpi sabedor de ello, no solo los agasajó como a quien correspondía, sino que les regalo ropa de los españoles, con las que se vistieron y de esta forma, regresaron al poblado.

Tupas ya convencido, la misma tarde se presentó, eso si acompañado nada más que de cincuenta de sus guerreros y siete monos.

Se dirigió a Legazpi, pidiéndole excusas y perdones, que por la actitud demostrada, todos los jefes de la isla y él a la cabeza, estaban dispuestos a firmar el documento que tanto exigía el Gran Jefe de los «castillas» y que para eso estaban allí.

El Gobernador, les dio las gracias por no tener que utilizar la fuerza, pues no estaba en su forma de ser, pero que en el momento en que firmaran el documento, pasarían a formar parte como súbditos del mayor Rey del Planeta, a lo que se reafirmaron.

Añadiendo, que como sabía que ese año había sido de mala cosecha, no les obligaría pagar el tributo justo para mantener a los españoles, a lo que se sumaba el perdón Real, por todos sus actos anteriores, declarándose en paz total y absoluta con los españoles.

Por lo que se preparó el documento y se dejó para el día siguiente la ceremonia de su firma, en lo que estuvieron de acuerdo.

Así hubo un banquete, donde otra vez el vino de jerez jugo de las suyas, pero al final todos medio dormidos por todas partes, pasaron la noche sin ningún temor a nadie ni a nada.

Se declaró fiesta en toda la villa y se celebró misa solemne, a la que asistieron todos desde Legazpi al último soldado, todos formados y con sus mejores galas, a los que se unieron centenares de indios, que en la misa copiaban los movimientos propios de su celebración, lo que no dejó de llamar la atención de los españoles, pues era una muestra palpable de que sí querían firmar el documento.

El susodicho documento, fue leído en voz alta por el escribano Real, don Hernando Riquel y lo fueron traduciendo al idioma de la isla de Cebú, los interpretes Pacheco y Hamet.

Según nos ha llegado ese Tratado de Sumisión, decía lo siguiente:

«1º Los indios de Cebú se ponían bajo el protectorado del Imperio español, prometiendo ser siempre vasallos fieles y obedecer sus leyes.
2º Quedaba exceptuado de esta paz el indio notable que mató a traición a Pedro de Arana, hasta que no se presentara al Gobernador para que lo castigara.
3º España, por medio de su adelantado en aquellas tierras, los protegería con sus soldados contra los enemigos que Tupas tuviera y Cebú le daría a Legazpi indios armados cuando los hubiere menester.
4º El indio que cometiese un delito o atentase contra algún español sería entregado al Gobernador, que también se obligaba a castigar a sus gentes si agraviaban a los isleños.
5º Si algún esclavo u otras personas huían del campo español al indio, Tupas se comprometía a devolvérselo al general, y a la inversa.
6º Se fijarían los precios de los artículos indígenas y de los géneros españoles, para que una vez fijados, no se pudieran variar.
7º Como condición final, ningún indio podría entrar con armas en el campamento español, ni en la Escuadra, ni en la ciudad, so pena del castigo que les impusiera el Gobernador.»'

Al terminar todos afirmaron con la cabeza su acepción, así como de palabra, y como reafirmación de ello, Tupas, que iba vestido con sus mejores galas, se postró de rodillas ante Legazpi y le beso las manos, al que siguieron su hijo y nueve caciques más.

Después se volvió a las mesas, donde se sirvió otro espléndido convite, del que todos volvieron a salir muy contentos, mientras Legazpi, dio la orden de dejar en libertad a las prisioneras, las cuales muy satisfechas, se unieron a sus familiares y participaron de la mesa, lo que indudablemente puso si cabe más honradez, en la actitud del Gobernador, ya que la alegría de los indios fue total.

Según un manuscrito del año de 1572, se hace una referencia a la forma física de los indios y por su curiosidad, la transcribimos aquí:

«Eran hombres medianos de cuerpo y morenos; traen la cabeça trasquilada como los españoles e una toquilla (turbante) atada alrededor de la cabeça é una manta pequeña con que se tapan las vergüenzas.»
«Las mugeres son feísimas y muy deshonestísimas; vístense una manta de la cintura para abaxo é un juboncito muy pequeño, de manera que dexan la barriga descubierta; no parecen sino yeguas hartas de heno.»

Como se podrá apreciar, cada uno escribe a su manera, pero las descripción de sus vestimentas, no dejan muchas dudas de los problemas que tubo que solventar Legazpi, ante unos hombres que llevaban mucho tiempo sin ver mujeres y apartados del mundo, así que la convivencia se complicó por momentos.

Legazpi, realizó una especie de avisos u ordenanzas de comportamiento, para sus hombres, pero el mismo documento nos aclara que: «hizo grandes esfuerzos a fin de evitar que la soldadesca se metiese ciertas libertades; mas su vigilancia quedaba burlada en parte porque las indias, en vez de ayudarle, contribuían a la rotura de costumbres.»

A su vez, los indios hacían correr la voz entre las diferentes tribus, de que los «castillas», controlaban el rayo y el trueno, que tenían rabo (que no era otra cosa, que la espada que levantaba la capa), comían piedras (las galletas) y comían fuego (los cigarros), ya que para ellos todo esto era nuevo, y no conocían el tabaco, ni sus cuchillos comparables a las largas tizonas que se llevaban en esa época.

Se construyó por orden de Legazpi un palacio, pero al ser el material principal la madera, y la utilización de velones, estos ocasionaron dos incendios que en poco tiempo lo destruyeron, por lo que no se volvió a reconstruir.

Al mismo tiempo, se aprovecharon tres de las más grandes piraguas, que tomándolas como base, se construyeron tres pequeñas fragatas, para contribuir a la vigilancia de las aguas y costas, siendo armadas para su mejor defensa.

Como había sido un mal año de cosecha, los indios eran muy remisos a dar nada a los españoles y solo a cambio de sumas algo exageradas de dinero, se conseguían pequeñas cantidades de algunos alimentos, lo que llevó a consumir raíces y unas frutas amargas, pero como no había más, una vez más queda demostrada la intrepidez de aquellos hombres tan mal tratados por plumas ajenas.

Pasado un tiempo, se presentó con el boato típico de los indios, la esposa de Tupas, que solo venía acompañada por un centenar de sus súbditos, a lo que Legazpi, que siempre guardaba algo por si acaso, las recibió como se merecían y las agasajó, con todo lo que pudo, haciéndoles regalos de los acostumbrados, pero más refinados.

El sagaz Gobernador, daba por sentado que si se ganaba a la mujer del jefe indígena, le sería mucho más fácil terminar con bien la conquista y acatamiento de toda ella. Efectivamente no pensó mal.

Ya que unas semanas después, el rey Tupas le envió a una sobrina suya, acompañada de otras mujeres, como regalo personal al Gobernador.

Pero para no salirse de las normas por él establecidas y dar ejemplo, se las entregó a los frailes, para que las instruyeran en las costumbres españolas, al finalizar su trabajo los frailes, se le bautizó en una gran ceremonia, en la capilla del Santo Niño, poniéndole por nombre Isabel y casándola, con un calafate de la expedición de nombre Andrea, que a su vez y para demostrar la grandeza del reino, era de origen griego, por lo que ni siquiera la caso con un español.

Al mismo tiempo, marinos, soldados y frailes, se fueron introduciendo en la selva, para predicar el evangelio, lo que poco a poco se fue traduciendo, en una afluencia cada vez mayor de indígenas a la Villa.

Mientras todo esto sucedía, Legazpi seguía pendiente de recibir alguna noticia de Nueva España, pues nada se sabía de si se había conseguido el llegar a ella.

Por lo que viene a colación, un episodio del que nada voy a decir, pues la sola transcripción de él habla por si solo.

«Es el documento 47 del tomo tercero de la Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones españolas en Ultramar y dice:

Comillas izq 1.png Relación del viaje efectuado por el galeón San Jerónimo desde Acapulco a las islas Filipinas, escrita por Juan Martínez, que iba de soldado en el navío. Este farragosísimo aunque en modo notable curioso documento, describe cómo el día 1 de mayo de 1566 partió el San Jerónimo de Acapulco para las islas Filipinas llevando refuerzos a Legazpi, y al mismo tiempo la noticia del feliz arribo de la nao San Pedro a las costas de Nueva España. Un malagueño llamado Pedro Sánchez Pericón mandaba el galeón, como piloto fue designado Lope Martín.

Éste comprendió desde el primer momento que el servicio que le ordenaban suponía para él tener que comparecer ante Legazpi, complicación que no se le ocultaba como muy grave para su seguridad personal. Pensaba, no sin razón, que Legazpi no dejaría sin castigo su delito anterior desertando de la Armada a bordo del patache San Lucas. Lope Martín no ocultó desde este momento sus perversos designios.

Su primera hazaña la constituyó el enrolamiento como marineros del galeón de más de cien sujetos, los de peores antecedentes que pudo hallar en Acapulco, con los cuales le pareció más fácil llegar a cabo sus propósitos. En el proveedor de Su Majestad en el puerto de Acapulco, un vasco llamado Rodrigo de Ataguren, halló Lope Martín un auxiliar incondicional.

Juan Martínez añade a este respecto el curioso detalle de que, a pesar de encontrarse en Acapulco “muchos vizcaínos” marineros Ataguren no sólo obstaculizó su enrolamiento, sino que además procuró eliminar a los vascos ya alistados para la travesía “porque no era esta nación con quien él se hallaba bien para hechos semejantes”. Juan Martínez dice igualmente que como maese del galeón había sido proveído el vasco Pedro de Oliden, pero que Ataguren le sustituyó por un tal Ortiz de Mosquera, hombre más fácil de acomodar, como pronto se verá, a los planes de Lope Martín. Esta maniobra, salvó la vida a Oliden, pues su muerte estaba premeditada, según la declaración del soldado Martínez.

Resuelto Lope Martín a enderezar el galeón a cualquier parte menos a Cebú, donde sabía a Legazpi, organizó un golpe de acuerdo con buena parte de la tripulación. Dedúcese del escrito de Martínez que Lope Martín comenzó a prepararlo cuando aun no había trascurrido la segunda semana de navegación.

El agente principal de Lope Martín llamábase Felipe del Campo “principio, medio y fin de todas maldades”, según Martínez. Lope Martín era hablador; Felipe del Campo, cauteloso. Pronto comenzó a alborotarse la tripulación del San Jerónimo, azuzada por Lope, que, “como lo tenía por costumbre, comenzó a vaciarse de boca” contra el capitán Sánchez Pericón.

Los indicios de rebelión eran tan ostensibles, que Sánchez Pericón se creyó en el caso de reforzar las guardias, y más desde la mañana en que su caballo apareció en la sentina cosido a puñaladas. Pero por otra parte, su carácter áspero vino a ayudar admirablemente los planes del piloto, que, conjurado de manera manifiesta con Felipe del Campo y Ortiz de Mosquera, entre otros muchos, atizó el odio de la mayoría de los tripulantes contra el capitán. Las señales de algo grave e inminente vinieron a ser tan claras, que Juan Martínez dice haberse visto obligado a advertir aquellos alarmantes detalles a Sánchez Pericón.

A la media noche del día 3 de junio, segundo día de Pentecostés, sublevó Lope Martín su gente. El capitán Sánchez Pericón y su hijo fueron apuñalados en el mismo camarote donde dormían por el sargento mayor Ortiz de Mosquera y otros conjurados.

En seguida del crimen, Ortiz de Mosquera dirigió en cubierta la palabra a la tripulación y soldados pretendiendo justificar el doble asesinato en idénticas intenciones supuestas por él en el difunto hacía su persona y las de otros amigos suyos. Inmediatamente, un bando conminó a todos la entrega de las armas bajo pena de muerte.

Al amanecer, Ortiz de Mosquera tomó el mando en jefe del galeón. Pero la apetencia de mandar disgregaba ya el bloque de sublevados, unidos tan solo por la premeditación del crimen. El galeón quedó convertido en un infierno de mutuos recelos.

Por añadidura, el doble asesinato no cumplía totalmente los designios de Lope Martín, el cual, por medio de algunos malvados incondicionales suyos, sugirió a Mosquera la conveniencia de someterse a una parodia de proceso, a fin de acallar las murmuraciones sobre aquellas muertes, para de esa manera dar un aspecto de legalidad indiscutible a la sublevación.

Aseguróse a Mosquera en un largo parlamento nocturno, pues él no se dejaba fácilmente convencer, la certidumbre absoluta del resultado absolutorio del proceso, que le permitiría en adelante ejercer el mando con autoridad acrecentada y sin mancha alguna en su prestigio.

El piloto logró convencer a Mosquera, cuya detención fue efectuada al amanecer. Es obvio añadir que Mosquera creía todo un simulacro. Un almuerzo espléndido preparado enseguida, y al que acudió Mosquera junto con todos los compinches, afirmóle todavía más en esa creencia.

Tanto que al final de la comida, cuando “él y todos sus aliados almorzaron mucho del tocino y vino”, es decir, sobrepasada con creces la medida, “le echaron unos grillos en buena conversación y risa y lo mismo se reía él”, Mosquera volvióse a Lope Martín para decirle “muy risueño” que era hora ya de finalizar aquellas “niñerías” a que estaba sometido.

Pero Lope Martín, que era el único allí que gozaba íntegramente de sus facultades, le contestó con sombría severidad que el proceso terminaría cuando se le hiciera justicia conforme merecían los asesinatos que había cometido. Mosquera fue conducido a cubierta, y en aquel mismo punto fue también llamado el capellán.

Aterrado éste del nuevo crimen inminente, apostrofó a Lope Martín con ánimo de volverle de su terrible acuerdo, pero el piloto y sus adláteres le volvieron las espaldas.

A una señal de Lope Martín cogieron los marineros a Mosquera y le “izaron sin darle tiempo para confesarle ni aun para decir Jesús”, aunque según el soldado cronista, decíase que algo antes se había confesado. Mosquera fue, por último lanzado al mar con grillos y todo, “medio vivo” todavía.

Éste nuevo crimen ocurrió el sábado 22 de junio. En el mismo punto que Mosquera era “sepultado en el ancho mar” Lope hizo publicar que había sido muerto por “sodomita”.

Previamente a la comisión de este nuevo asesinato, Lope Martín hizo prender a algunos elementos sanos que sospechó pudieran estorbarle sus planes.

El nuevo crimen dio a Lope Martín lo que tanto ansiaba: el mando absoluto del galeón. Ahora podía por fin, poner el rumbo que mejor le conviniese.

Pero como todavía continuaban viviendo aquellos hombres honrados puestos en prisión antes del asesinato de Mosquera, Lope Martín imaginó la manera de desembarazarse de todos cuantos le inspiraban sospechas. Lope recelaba, sobre todo, de los soldados.

Demasiados se le alcanzaban que más tarde o más temprano hubieran de alzársele. Pero estaba escrito que aquel criminal fuese víctima del atroz engaño por él mismo imaginado.

Al llegar a una de las islas de los Barbudos, Lope ordenó carenar el galeón, según él, incapaz de seguir adelante sin esa operación previa. De acuerdo con sus órdenes, el galeón fue descargado, sin omitir “cajas y hato” de los soldados.

Lope desembarcó, lo mismo que toda la tripulación, pero hubo quienes, sin embargo, adivinaron las siniestras intenciones de Lope Martín.

El capellán, don Juan de Vivero, hasta se atrevió a hablar a uno de los más íntimos de Lope para rogarle dejara de llevar a efecto el inhumano plan que proyectaba: dejar en aquella isla a todos sus enemigos. Pero esta sugerencia no tuvo efecto.

Para entonces, el contramaestre Rodrigo del Angle y algunos otros tramaban ya una conjura contra aquella atroz tiranía y descubrieron en confesión a Vivero sus propósitos.

“El padre clérigo con gran vehemencia les encargó e inflamó los corazones diciéndoles cuán justo era y cuán gran servicio a Dios, y que haciéndolo Dios les ayudaría a salir con ello; en fin, les animó mucho e hizo al caso”.

El recelo siempre creciente conducía a Lope Martín a unos accesos furiosos, que tuvieron la virtud de anticipar el golpe. Lope había desembarcado incluso “todas las agujas y cartas de marear”. Los conjurados tuvieron la sospecha de haber sido descubiertos.

El miércoles 16 de julio, el contramaestre Rodrigo de Angle alzóse en la nao, al frente de sus compañeros. Guardaba el galeón un mulato íntimo amigo de Lope, que, alcanzado por un revés, sólo tuvo tiempo de lanzarse al mar y llegar nadando a tierra para llevar la “amarga nueva a sus amigos”.

Sin embargo, los sublevados no eran muchos, y algunos marineros incondicionales de Lope Martín soltaron amarras y dieron velas con suma rapidez con ánimo de encallar el galeón; pero el soldado Martínez, gran creyente y profundo providencialista, advierte que en aquel mismo momento el poco viento que corría se calmó completamente.

El pequeño batel del galeón sirvió para reembarcar con gran trabajo a cuantos amigos pudo Rodrigo del Angle, pues la situación se mantuvo indecisa durante bastantes días porque los incondicionales de Lope tenían en tierra a su disposición casi todas las armas y opusieron resistencia tenaz y decidida. Pero poco a poco fue ésta decayendo. Las cosas comenzaron a vencerse del lado de Rodrigo del Angle, y Lope Martín fue viendo que la gente le iba abandonando.

Lope Martín, con otros veintiséis, fue condenado a perecer en aquella isla desierta. A estos desgraciados no les quedaban víveres más que para cuatro días. A última hora les fueron enviados desde el San Jerónimo más bastimentos a cambio de la brújula que ellos, en cambio tenían.

El momento de zarpar el San Jerónimo debió de ser patético en extremo. Los tripulantes del batel vieron a aquellos réprobos, antes de iniciar el último viaje de regreso al galeón ondeando una bandera blanca, significando su propuesta de matar a Lope Martín como medio de obtener perdón, pero esta proposición fue rechazada.

Y aun todavía, después de zarpar el navío, Angle mandó ahorcar dos hombres por su participación en el asesinato del capitán Sánchez Pericón.

El galeón tuvo todavía que luchar con grandes temporales antes de dar fin a su azaroso viaje el día 25 de julio de 1567.

El soldado Juan Martínez, autor de la Relación de esta travesía y protagonista bastante destacado de los sucesos en ella registrados, advierte que las “hambres, destrucciones, muertes, lloros, suspiros, prisioneros, trabajos, tardanzas, aflicciones, calamidades y naufragios” sufridos durante el viaje son dignos de ser encarecidos por un Homero o Virgilio» Comillas der 1.png


(Hay algunos errores ortográficos, por ser una fiel reproducción del documento, aunque ya algo españolizada al siglo XVIII, a pesar de serlo del XVI, pero como siempre se ha preferido dejarlo así, para mejor entender lo escrito y no faltar a la verdad, al menos de lo escrito por nuestra parte, s. e. u. o. que suponemos será disculpada, por todos los lectores.)

Lo pongo en a parte, por ser una realidad vivida y sufrida por muchos, y por que a su vez demuestra la capacidad de supervivencia de un ser humano, cuando se va a enfrentar con la muerte, cosa que le hubiera ocurrido igual de haberse presentado ante Legazpi, pero que aquí se demuestra como se las puede uno ingeniar, cometiendo mil y una barbarie, con tal de salvar el pellejo.

Por esto, no pudo estar tranquilo Legazpi en sus apartadas islas y por la misma razón, todos los que con él estaban lo pasaron tan mal. Lo he querido copiar, para dejar claro que siempre y en todas partes, los hay de buenos y de malos, por lo tanto que cada lector saque sus conclusiones.

A Legazpi le seguía preocupando la escasez de alimentos, pues no lograba entender como en una isla relativamente grande, no daba para comer a un par de centenares de españoles, así que fue enviando a las pequeñas fragatas, para que realizaran pequeños intercambios, que si bien no eran los suficientes, si que paliaban en algo las pocas vituallas que se les entregaban de la propia isla.

Así fue como se enteraron los malayo-mahometanos, de la isla de Luzón de que era un buen negocio el compartir sus alimentos con los españoles, por ello de vez en cuando se acercaba a la Villa una de sus piraguas, para vender unas pequeñas cantidades de arroz, con lo que mejoraba en algo la escasez, pero no terminaban de darle solución.

En junio de 1567 Legazpi ordenó a Goiti que a bordo del patache y acompañado de varios soldados, tomara la isla de Leyte, así se hizo y desembarcaron en ella, poniéndose en camino a la capital de aquella isla Colasi, que estaba en el monte más alto de ella, seguramente para mejor controlar los accesos.

Cruzaron varios ríos y la vegetación era muy densa, lo que la hacía agradable pero peligrosa, pues un soldado fue mordido por una serpiente, que después supieron que se les llamaba ‹dahón palay›, muriendo a los pocos minutos entre atroces dolores.

Al mismo tiempo, en un descanso al lado de un arroyo, fueron atacados por una tribu, que al cogerlos desprevenidos, los consiguieron atar, pero uno de los soldados llamado Mateo Sánchez, consiguió librarse de las ataduras gracias a un puñal escondido, con el cual también liberó a sus compañeros, consiguiendo hacerse con las armas y poner en fuga a los indígenas, solo se quedó un español en mano de ellos, por haber ya sido conducido al interior de la selva.

A pesar de todo ello, Goiti consiguió hacerse con muchas provisiones, que fueron transportadas a la Villa, por ello recibió la felicitación del su jefe el Gobernador.

En el mes de julio, ya desesperado Legazpi de la no llegada de refuerzos de Nueva España, envió a Juan de la Isla, junto con el fraile agustino Gamboa, con el patache San Juan para que intentaran arribar a tierras americanas, para poner de manifiesto en la grave necesidad que se encontraban, pero en el viaje falleció el padre Gamboa, pero el patache si consiguió llegar a puerto.

Por lo que se debieron de cruzar en la mar, ya que el 20 de agosto de 1567, se produjo el gran acontecimiento, porque arribaron a la rada de Cebú dos galeones españoles, lo que desató la alegría en toda la Villa y al serle comunicado a Legazpi, que a su bordo venía sus nietos Felipe y Juan Salcedo, pues ya casi no pudo ni contener las lágrimas.

A parte venían cargados al máximo, con viviere, municiones, herramientas, ropas y doscientos hombres de refuerzo, a lo que se sumaba la presencia ya de esas dos grandes moles de madera, que bien artilladas, produjeron en los indígenas una sensación especial, pues les ratificó que los «castillas» si eran los más poderosos de la tierra, ya que nunca habían visto semejantes bajeles.

Por esta feliz llegada, se proclamó fiesta ese día, así que se celebró un misa en la ermita del Santo Niño, a la que siguió una espléndida comida, pues no era para menos, pero a Legazpi no le supo muy bien, que el rey don Felipe II no le enviara una cédula autorizándole a la conquista y colonización del archipiélago.

Entre visitas a otras islas enseñando pabellón, intentos de colonización y navegaciones transcurrió casi un año, en que todos estuvieron juntos, aunque la intención de Legazpi era, enviar lo antes posible uno de los galeones, para que se pudiera verificar lo avanzado de sus esfuerzos, pero al mismo tiempo quería que el viaje fuera aprovechado, por eso se retrasó tanto, pues hasta que no reunió la cantidad suficiente de canela, no ordenó zapar al buque.

A mediados de junio, y para no retrasar más el viaje de vuelta para remitir las buenas nuevas, pudiendo al mismo tiempo que el galeón transportara algo de valor, para demostrar la riqueza de aquellas tierras, Legazpi ordenó dar la vela con rumbo a la isla de Mindanao.

La orden la recibió el maestre Mateo del Saz, el cual puso rumbo a la isla y consiguió cargarla de canela y especias, pero al regreso un lusitano llamado Martín Hernández, a la sazón contramaestre del buque, al ser sabedor de la espléndida carga que transportaba, intento alzar en rebelión a los marineros, para hacerse con el navío y la rica carga.

Consiguió asesinar al capitán del buque, porque éste se encontraba enfermo y en cama, pero se enteró Mateo de Saz, que a su vez también estaba en cama con fiebre, pero pudo más su valor y coraje que la enfermedad, por lo que salió armado al alcázar del navío, ordenó que se apresara a los culpables del asesinato, lo cual realizaron una parte de la tripulación que le era fiel, los juzgó sumariamente, en el acto reconocieron su asesinato, así que convictos y confesos, ordenó se les ahorcara de las vergas a los cuatro máximos responsables, justicia que se llevó a cabo.

Consiguieron llegar a la ensenada de la Villa, pero el esfuerzo realizado y la enfermedad siguió adelante, por lo que se produjo el óbito de tan insigne Maestre, siendo enterrado en el sagrado cementerio de la Villa de San Miguel.

Legazpi, nombró como sucesor en el cargo de Maestre a don Martín de Goiti, ya que este capitán había demostrado su valía en varias ocasiones y el Gobernador pensó en él como el más apropiado.

Mientras tanto se iba preparando al galeón capitana de los recién llegados, que a las ordenes del capitán don Felipe de Salcedo, estaba ya cargado con cuatrocientos quintales de canela y olorosas especies, al mismo tiempo se pensó que era buena idea, el que formaran parte de la tripulación varios indios y así se hizo, levó anclas el 1 de julio de 1568.

Pero tuvo mala suerte, pues a mediados de agosto, cuando se encontraba en las cercanías de la isla de Guam, se desató un fuerte temporal, a consecuencia del cual perdió el aparejo, lo que lo dejó sin gobierno, acabando de destrozarse contra las rocas de la isla, que gracias a estar tan cerca, la tripulación se pudo poner a salvo al completo, pero no sin graves sufrimientos.

Gracias a llevar a los indígenas, estos pudieron ponerse en contacto con los habitantes de esta isla y con la poca plata que salvó don Felipe de Salcedo, se les pudo pagar por unas piraguas y con ellas consiguieron arribar de nuevo a la Villa de San Miguel. (Que fácil es decirlo ¡verdad!, lo casi imposible era lograrlo, pero se consiguió).

Al principio del otoño, se produjo un ataque en toda regla de los portugueses, pero al estar la escuadra perfectamente alistada, fueron rechazados y hundidos algunos de sus buques, lo que significó una gran victoria, que además tuvo una resonancia interior muy especial.

Pues la presenció por casualidad el rey Tupas, y viendo que los «castillas» daban buena cuenta de quienes tanto daño les había hecho en ocasiones anteriores, se convenció totalmente de lo que significaba el tenerlos como amigos y protectores.

De esta forma, se presentaron unos días después, pidiendo ser bautizados, por lo que Legazpi fue el padrino de Tupas, quien recibió el nombre de Felipe y su hijo, fue apadrinado por el nieto del Gobernador Juan de Salcedo, así se concluía una historia que venía de muy lejos, naciendo una verdadera confianza entre ambos y ganando España a un aliado más.

No hay que olvidar, que los frailes Agustinos, no cejaban un instante en la conversión de los indios, por lo que como a efecto dominó, cada día que transcurría se bautizaban más, así que trabajaban y de firme, tanto en la enseñanza de la catequesis, como en las labores propias de su evangelización.

Al sufrir el fracaso del año anterior, en la misión de alcanzar las tierras de Nueva España, Legazpi se propuso continuar en esa línea, pues quería conseguir que la afluencia de informes y mercancías, se convirtiera en algo efectivo, no quedando olvidada su gran empresa, por el bien de España y de la Fé Católica.

Por este motivo, se siguieron realizando viajes por las islas para ir recogiendo una buena cantidad de canela y especias, que al ser ya suficientes, se cargaron en el patache San Lucas, que era la segunda nave que había regresado del primer viaje de suministro y apoyo a la Villa.

Dio Legazpi el mando otra vez a don Felipe de Salcedo, al que acompañaba fray Diego de Herrera, que era portador de cartas y documentos para ser enviados a la Península y entregados al Rey, una vez todo preparado se levaron anclas el 7 de junio de 1569 con rumbo a Acapulco.

Pero justo unos días después, se encontró de vuelta encontrada, con el galeón San Juan, que al mando del capitán don Juan López de Aguirre, navegaba en demanda de la Villa, por lo que decidió el seguir sus aguas y los dos juntos continuaron al rumbo del navío, retornando así a la ensenada.

En este galeón viajaba la esposa de don Martín de Goiti y los frailes agustinos, Juan de Alga y Alonso Jiménez, así como más tropas, municiones, víveres y herramientas, tanto de trabajos para los buques como para la labranza.

El recibimiento, como es de suponer fue de mucha alegría, por lo que se volvieron a repartir los agasajos mutuos y los banquetes, ya que no se podían dar demasiadas libertades en ellos por la continuada escasez de alimentos, así que cada llegada era un verdadero festín.

Legazpi, volvió a ordenar la salida de Felipe de Salcedo, con el patache San Lucas pero con nuevos documentos y más aportaciones, levando anclas y largando velas haciéndose a la mar el 10 de julio de 1569, entre los difíciles canales del archipiélago.

Pero a su vez el problema principal seguía siendo el mismo, pues la llegada de más tropas provocó que en poco tiempo, volviera la escasez de alimentos a la Villa. Por otra parte, no se había recibido la Real Cédula para seguir la conquista y colonización de nuevas islas, lo que ponía a Legazpi en un grave aprieto.

Se lo pensó poco, ya que tenía decidido ir a buscar alimentos, para ello y previsoramente, hizo doblar el espesor de madera de todo el fuerte, así como dotarlo de artillería, que no solo cubría la nueva muralla, sino que se situaron piezas en lugares clave para dar protección externa, todo ello acompañado de una fuerte guarnición de hombres, acompañados por algunos indios.

Todo en previsión de que los portugueses estuvieran vigilantes y al ver partir la escuadra, volviera a atacar la Villa de San Miguel; pero no fueron los lusitanos, pero si lo intentaron unos piratas de las islas de Joló y Borneo, que al no ver a los grandes buques se decidieron a intentarlo.

Llegaron como unas veinte embarcaciones llenas de guerreros que desembarcaron y asaltaron la fortaleza, pero la artillería comenzó a hablar, lo cual produjo una casi total desbandada, además de muchas bajas, por lo que se retiraron maltrechos, tomando al asalto los españoles a cuatro de sus embarcaciones, por ello satisfecho el jefe de lo conseguido, ordenó repartir el botín entre los combatientes, que era transportado por ellas de asaltos anteriores en otros poblados.

No se arredró, pues para que no hubiera culpables, él mismo se puso al frente de una nueva expedición, siendo acompañado por su nieto Juan de Salcedo, que era su primera singladura como capitán y con la responsabilidad propia del cargo.

Así entre los meses de octubre ó noviembre de 1569, las naos lanzaron las anclas en varios lugares de la isla de Panay, como sus habitantes ya los conocían por mantener algo de comercio con los «castillas», fueron muy bien recibidos.

Pero la duda de toda esta conquista, consistía en que las poblaciones eran relativamente pequeñas y sus jefes, solo dominaban unos pocos kilómetros cuadrados, a lo que se sumaba, sus constantes peleas entre ellos, por dominar un pedazo más de terreno.

A pesar de ello, Legazpi con su siempre buen comportamiento, incluso se interpuso en una de ellas, y dando orden a algunos de sus hombres de abrir fuego con los arcabuces apuntando al cielo, los convenció de que nada bueno se sacaba de pelearse, porque él era el quien realmente mandaba, a lo que los indios no volvieron a oponerse, pues quedaron totalmente convencidos del poder del Gran Jefe Blanco.

Exploró toda la isla, llegando incluso a vadear el río Panay, que le daba nombre, internándose, mirando y observando, por lo que al final decidió aprovechar la desembocadura del mismo río, donde mandó construir un fuerte y un poblado, por ser un lugar privilegiado y a su parecer mejor que del que se disponía en la isla de Cebú.

Ya reconocida la isla, mandó a su nieto al interior, lo que hoy son conocidas como Antique y Capiz, al capitán Luis de la Haya, al río Araut, el cual exploró en su totalidad, el capitán Ibarra, hasta lo que hoy es Masbate, mientras que al fraile Juan de Alba, le encomendó la zona de Ilo-Ilo.

Al extenderse por la isla la voz de la llegada de los «castillas», todos los recibieron con amabilidad y lo mejor, les fueron proporcionando cantidades de alimentos, que juntas representaban una gran alivio para la Villa.

En esta ocasión, hay que decir bien claro, que la mejor labor llevaba a cabo, fue la del fraile Juan de Alba, pues allí mismo bautizó a miles de los indígenas y a tanto llegó el convencimiento de ellos, que fue felicitado por Legazpi, quién aprovechó la ocasión, para tomar solemnemente posesión de toda ella, pasando así a incorporarse al Gran Reino de España.

Finalizada la construcción del fuerte y dejando en él a un grupo de soldados, junto al juramento de prestar apoyo los indios en caso de ataque, Legazpi embarcó de nuevo con rumbo a Cebú, y la Villa de San Miguel, encontrándose con la grata nueva, de haber llegado otro galeón, con más soldados, municiones y víveres, pero lo más importante, los Despachos Reales que le autorizaban a tomar posesión en nombre de la corona, de todo aquel territorio que fuera comprendido en aquel archipiélago.

Al recibir esta autorización Real, se dedicó de pleno a acabar con la piratería reinante en aquellas aguas, llegando al punto de casi erradicarla por completo, pues a partir de ese instante, se armaron todo tipo de piraguas y embarcaciones que se habían ido construyendo, formando parte de sus tripulaciones los indios, que no ayudaron en poco a ese casi total exterminio.

La fama de los españoles iba creciendo, pues las diferentes tribus, se iban pasando las formas en que los españoles mantenían su palabra y protegían a quién se la daban, como ya había quedado ratificado, a parte de que al acabar casi con la piratería, a la que como se ve, Legazpi no tenía ningún inconveniente en colgarlos, a diferencia de sus buenas acciones con quienes se ponían de su parte, ellos pudieron navegar mucho más tranquilamente y comerciar mejor, lo que confirmó en las diferentes tribus que les era necesario el mantener buenas relaciones con los «castillas»

Por ello llegó a la Villa una comisión de respetables indios de los piratas de la isla de Mindoro, para pedir su protección y dar su palabra de ayudar a los españoles.

Legazpi, vió la oportunidad de acabar con uno de los focos de rebeldía más importantes, por ello dio orden a su nieto Juan de Salcedo, que se preparara una expedición para ir a proteger a estos piratas de los corsarios portugueses. Lo cual si se analiza no deja de ser una paradoja, pero en estos tiempos, al igual que ahora uno siempre se apunta a ganador.

A tal efecto, el día uno de enero del año de 1570, zarpó de la ensenada de Aclán, con treinta españoles y quinientos indios, al arribar a la isla de Mindoro, se dirigió al puerto base de los corsarios en el puerto de Marburao, no se lo pensó y al estar al alcance de la artillería, comenzó a abrir fuego.

Lo que produjo gran desconcierto entre sorprendidos corsarios, que se vieron obligados a huir, consiguiendo llegar a una pequeña isla llamada Lubang, hasta donde los persiguió, dando tan tremendo escarmiento, que fueron derrotados en su totalidad, consiguiendo al mismo tiempo, poner un alto rescate el cual solo permitía el cobrarlo en oro y especias, por lo que se consiguió un gran botín, a más de apresar a todas sus embarcaciones, que pasaron a formar parte de la escuadra de Legazpi en la ensenada de Capiz.

Viendo este fácil resultado, Legazpi quiso aprovechar el momento, por ello ordenó tomar definitivamente la isla de Mindoro y al mismo tiempo la de Luzón, dando el mando de la primera expedición a su maestre de campo don Martín Goiti y a su capitán don Juan de Salcedo.

Para ello si que iban a intervenir los buques españoles, pues estaba compuesta por diecisiete embarcaciones, como capitana una de las fragatas, al que le acompañaba como almiranta un gran junco y quince paraos indígenas, estando al remo los malayos que estaban muy acostumbrados a ello; las fuerzas del ejército se componía de cien arcabuceros, veinte marinos, unos pocos artilleros y quinientos indios, zarpando de Panay el día ocho de mayo de 1570.

Al estar ya en las cercanías de la isla de Mindoro, se había adelantado como explorador el gran junco, pero se encontraron con dos shampanes chinos de guerra, que sin saber donde se metían atacaron a los españoles, a pesar de ser dos contra uno, fueron derrotados y se consiguió un gran botín, ya que las naves asiáticas, era comerciales y para su protección iban artilladas, pero con pocas piezas y de poco calibre.

Al oír el fuego Goiti ordenó forzar la marcha de la fragata, pero llegó cuando ya el combate había terminado, por lo que abordó al shampan y les expresó a los asiáticos, que los culpables eran ellos por haber comenzado el combate, ya que de lo contrario no hubiera sucedido nada.

Así que tomó una decisión, uno de lo shampanes chinos fue cargado con todas las mercancías y marinado por españoles, se le ordenó el arribar a Panay, esto como castigo por haber comenzado el combate, pero la benevolencia de siempre, que Legazpi había hecho aprender a todos sus hombres, al resto los dejó en libertad, para que pudieran arribar a su país y comunicar, que en aquellas islas no se movía el viento, sin permiso de los españoles.

Al serles traducida la orden del Maestre, los chinos se quedaron atónitos, pues pensaban que su vida estaba ya sentenciada, por ello que se deshicieron en elogios hacia Goiti y con infinitas reverencias, se fueron separando de él y abordando su shampan. Ya que este tipo de actitudes en aquella aguas y tierras, eran incomprensibles para ellos.

Una vez terminado este encuentro naval, se dirigieron a tierra, los primeros en llegar por su poco calado, fueron los paraos en lo que ya Salcedo había embarcado con una compañía de arcabuceros.

A quienes siguieron los embarcados en los buques mayores, pues los paraos realizaron el trabajo como si de lanchas de desembarco se tratara, desembarcaban a las tropas y regresaban a los buques, las abordaban más hombres y los llevaban a la playa donde desembarcaban.

Rápidamente se pusieron en camino, en dirección al interior de la isla, siguieron el caudal del río Pansipit, al llegar a una zona algo más abierta de vegetación, realizaron una descanso para comer, reanudando la marcha al poco tiempo, pasaron las horas y se les hizo de noche, casi a tientas consiguieron el llegar a otra zona, que después se supo que era el límite de la laguna Bombón, que al estar mas despejada pensaron que era un buen sitio para dormir y recuperar fuerzas.

Pero no les dejaron, pues casi antes de ir desembarazándose de armadura y armas, les sobrevino una lluvia de flechas, una de las cuales hirió a Salcedo.

Rápidamente se le curó, ya que no era de importancia y ordenó el comenzar a perseguir a los indios, pues estos de Mindoro en nada se parecían a los anteriores visitados, los rodearon en su poblado, que estaba protegido por una fuerte empalizada, ellos eran bravos y se defendieron bien, pero como siempre al hablar los arcabuces, les entraba el pánico, a causa de ello abandonaron la resistencia y se dieron a la huida.

Cuando consiguieron asaltar la empalizada y abrir la puerta, facilitando así el paso de todos los efectivos, se encontraron con una dantesca escena, pues se encontraron tirados por el suelo de las calles del poblado, como a unos cincuenta indígenas y lo peor fue, el que varios cuerpos de chinos se encontraban desollados y a los que previamente se les había arrancado la piel, pues eran sus enemigos y como venganza realizaban este tipo de rito con ellos.

Al presenciar esta horrible escena Salcedo, dio orden de que inmediatamente se le pegara fuego a aquel maldito lugar, por lo que en pocos minutos el poblado estaba en llamas.

Al confirmar que nada quedaba en pie, se decidió volver a los buques, para que él y los heridos fueran curados debidamente, planteándose un plazo para que se recuperasen de su mal trance.

Al terminar éste, se pusieron en camino otra vez, pero reforzados por los indios y algunos hombres de armas españoles, por lo que al final de un mes, la isla había caído en sus manos, tomado en nombre de Legazpi y de su Majestad el rey Felipe II posesión de ella, pero por el mal comportamiento de su habitantes, fueron castigados los de Mindoro, a ser los primeros obligados a pagar un tributo al Rey de España de todas las islas Filipinas, siendo éste de un importe anual de ocho reales de plata por familia.

Enterado Legazpi de la conquista de Mindoro, le dirigió un escrito a su nieto Salcedo, dándola las gracias por tan heroica acción, e indicándole que partiera para continuar la conquista, de una isla situada al norte de la anterior, por nombre Labang.

Al recibir la orden, se abordaron los navíos y parte de los paraos, poniendo rumbo a ella, al llegar como siempre desembarcaron, no hallando resistencia por ello en pocos días y por ser prácticamente un islote, quedó conquistada.

Ya culminada esta conquista, Legazpi encargo el tomar un islote a la entrada de la bahía de Manila, como ya estaban algo escarmentados de los últimos encuentros, aquí se reunieron las dos escuadras, la de Goiti y la de Salcedo, que asaltando el islote por dos puntos distintos, se apoderaron de él en muy poco tiempo, aunque tampoco hubo una resistencia ni parecida a la de Mindoro.

Pero Legazpi, viendo los grandes resultados obtenidos no quiso parar, pues al igual que ya antes las comunicaciones de los indios eran rápidas, sabían que el enfrentarse a los españoles, no les convenía por ello ordenó la toma de la isla de Luzón.

Para ello pusieron rumbo primero a la bahía de Manila, fondeando en la desembocadura del río Pasig, donde parlamentaron los dos jefes, para concertar la mejor forma de afrontar la conquista, que una vez más había dado la orden Legazpi y así conseguir un triunfo más fácil, evitando así el tener mayores bajas.

Quedando de acuerdo, en que el Maestre de Campo don Martín Goiti, sería el jefe de la escuadra al completo, mientras que Juan de Salcedo, lo era igual pero de las tropas, por lo que así se evitaban el enfrentamiento, repartiendo el mando y mientras estuvieran a bordo el mando era de Goiti y cuando estuvieran en tierra de Salcedo.

Al arribar ante la población que parecía la principal de la isla, Goiti mando realizar una pequeña demostración de poder, pues se recogieron las velas, se dejaron en descanso los remos, se izaron las banderas, estandartes y gallardetes, anunciando su presencia con una salva al unísono de todas sus piezas de artillería, lo que propició, que el desembarco de Salcedo, al mando de dos compañías, se produjera sin incidentes.

Aún así, Goiti no dejó de apuntar con sus piezas las playas, pues siempre podía suceder algo desagradable, además de mantener a varios hombres más, embarcados en las lanchas de los galeones, para acudir en apoyo de los ya desembarcados.

Al poner pie en tierra, se le informó por medio de los asustados indios, que en la isla mandaban dos distintos reyezuelos, por una parte estaban Matandá y Solimán, mientras que en la parte contraria llamada por ellos como Tondo, lo hacía un tal Subinao Lacandola, lo que ya alertó a los españoles, de que se podían complicar las cosas, aunque por otra parte ya estaban casi acostumbrados, a ese tipo de duplicidad de mandos en las islas e incluso de más jefes.

Así, los mismos que le habían comunicado la diferencia de mando, le señalaron un gran barracón que al parecer era la vivienda del jefe de esa zona, que además estaba situada en el centro del poblado para mejor protección.

Por ello Salcedo se dirigió al lugar señalado, mientras andaban entre las cabañas, los indígenas los miraban como a extraños, lo cual no era raro pues ya habían visto esas miradas en otras islas, alcanzaron la entrada del barracón y penetraron, allí se encontraba Matandá y su sobrino Solimán, un tagalo que se había convertido a la religión islámica, por lo que estaba muy en contra de la propagación de la católica, por ello la entrevista fue muy fría.

A pesar de que Matandá, ya anciano no quería contrariar a los «castillas», en cambio el sobrino, les dijo que seguiría el consejo de su jefe y tío, pero: «que entendiese (se refería a Legazpi) quellos (los tagalos) no eran indios pintados (haciendo referencia al resto de islas ya conquistadas) ni había de sufrir lo que otros sufrían; antes por la menor cosa que tocase a su honra habían de morir.»

Estas palabras dejaban muy claro muchas cosas, pero Salcedo a pesar de su juventud supo encajar la bravuconería del tagalo, como ya empezaba a anochecer, se despidió de ellos y todos regresaron a los buques, donde a su vez se reunieron los jefes con sus capitanes, para tenerlos al tanto de que la situación se podía poner difícil, convencidos de ello se fueron a descansar.

Muy temprano se presentó un parao, con un enviado de Solimán, para explicar que la costumbre de los españoles de exigir un tributo, con ellos no iba a funcionar, pues pondrían todos sus medios para impedir que fuera así, pero que si las condiciones iban a ser otras no habría problemas.

A estas palabras Goiti contestó, que no era esa la forma normal de comportamiento de los españoles, solo se obligaba a ese tributo, a aquellos que por las armas impedían las buenas relaciones, entre los indígenas y los españoles, y que sino le creían, él mismo desembarcaría para hablar con sus jefes y explicarles la forma, de comportamiento de las tropas del Gobernador López de Legazpi.

Así convencidos los indios, le invitaron a pasar al parao, con lo que solo trasbordo Goiti y un par de intérpretes, alcanzaron la playa al lado de la desembocadura del río Pasig, y se dejó conducir hasta un fuerte, que justo se encontraba en el centro del cauce del río.

Le estaban esperando Solimán y Matandá, a los que sin mediar palabra, les explicó las condiciones básicas que imponían los españoles con estas palabras: «Los deseos del general López de Legazpi, que era el representante en aquellas islas, del Rey mas poderoso de la Cristiandad, no era otros que el concertar una Paz duradera entre España y Luzón, lo que seguro sería de gran provecho para ambos países.»

Al oír estas palabras, la verdad es que poco más se podía añadir; se convencieron de que lo mejor era firmar a su manera la Paz con los «castillas», por ello los dos rajas y Solimán, se hicieron la pertinente herida en un dedo y lo juntaron con el de Goiti, así quedaba sellada la paz.

A lo que añadió Goiti, que la única exigencia por parte de los españoles, era que se les diera alimento a las tropas que fueran destinadas a la guardia y custodia de Luzón.

Al terminar la ceremonia, Goiti se despidió de ellos y regreso al parao, que lo devolvió a la fragata, donde a su vez ya Salcedo estaba preparando hombres, para desembarcar pues se temía lo peor, pero al oír la explicación de lo ocurrido, no dejó abordar a las tropas la nao y aprovechando que ya estaban a bordo de los paraos, se dirigió a tierra y desembarcó.

Viendo la honradez de los españoles, unos días después el anciano Matandá mantuvo su palabra y pacto, por lo que mandó aviso a Salcedo, de que tanto su sobrino Solimán como el jefe de la otra parte de la isla Lacandola, iban a intentar sorprenderlos con un ataque por mar, por lo que se lo comunicaba, a parte de que él y sus tribu les ayudarían en todo lo que pudieran.

Salcedo como es natural no perdió tiempo y envió emisario a Goiti, para que supiera lo que podía suceder y se preparase, para darle un escarmiento a Lacandola, mientras que él se adentraría en la isla, para ver lo que podía pasar, pero que no abriría fuego, si primero los indios de Solimán no lo hacían.

Pasaba el tiempo y no ocurría nada, pero llegó una nueva advertencia de Matandá, pues se había enterado, que su sobrino no se había movido, para dar tiempo a la época de lluvias, con el razonamiento de que con ellas, las mechas de los arcabuces no se podrían encender estos y por lo tanto la ventaja estaría de su parte.

El primer ataque se sufrió al quedar separados unos cuantos españoles, que marchaban al encuentro de los indios, estos aprovecharon ese momento obedeciendo las ordenes de Solimán, para lanzar sus innumerables fuerzas (pues se protegían entre la espesura de la selva), miles de flechas y lanzas, que a forma de lluvia casi tapaban el sol; pero los soldados de Salcedo, se protegían con los mismo gruesos troncos de los árboles, lo que les daba tiempo a recargar sus armas y volver a abrir fuego, aunque lo hacían a ciegas, dada la poca visibilidad por la frondosa vegetación.

En la costa de lo que después fue la ciudad de Manila, se encontraba Goiti con sus buques, cuando comenzaron a recibir los proyectiles que desde un fuerte de madera, le lanzaban con artillería los indios de Lacandola, o al menos esto se pensaba.

Pero a este ataque se sumaban los innumerables paraos, que con sus rápidos movimientos llegaron a rodear a los buques, al mismo tiempo que lanzaban una gran cantidad de flechas sobre ellos, lo que les obligaba a no levantar mucho la cabeza por encima de la borda.

Pero a diferencia de ellos, los artilleros españoles avezados en esta práctica, comenzaron a responder al fuego desde los buques, pero estos bien dirigidos y casi más potentes, comenzaron por acallar a los del fuerte, que al dejar prácticamente de disparar, se dirigieron entonces contra los paraos, a los que en pocos minutos los pusieron en franca huida, pues algunos fueron blancos directos que deshacían materialmente a las pequeñas embarcaciones, mientras el resto a remo forzado y algo desesperados, consiguieron alcanzar la playa.

Al ver esto Goiti, ordenó comenzar un desembarco, para lo que se alistaron las lanchas de los buques, que fueron abordadas por los arcabuceros y transportados a la playa. Abordo solo quedaron los artilleros, con la orden de seguir haciendo fuego, para proteger a las tropas y que dejaran de hacerlo, en cuanto vieran que las propias tropas ponían los pies en la playa.

Los indígenas, continuaron su huida internándose en la espesura de la selva, pero para no dejar nada, le pegaron fuego a todo el poblado antes de esconderse, ocurriendo lo mismo con el fuerte, que al penetrar los españoles, se apercibieron de la existencia en él de doce cañones y varios pedreros de bronce, con las marcas típicas de fabricación portuguesa.

(En el lugar del fuerte, después de la conquista se construyó la fortaleza española de Santiago que aún hoy sigue en pie).

También pudieron darse cuenta, de la efectividad de la artillería embarcada española, pues el lugar estaba sembrado de cadáveres y solo se pudieron realizar unos ochenta prisioneros, entre los cuales habían unos pocos portugueses, que al parecer era los artilleros; (demostrando que los malos tiradores no eran los indios) llevándose la sorpresa, que en un lugar apartado del fuerte se encontraba toda una fundición de cañones, con sus moldes para la fundir unas culebrinas de «diecisiete pies de largo», lo que fue posteriormente aprovechado por los españoles.

Los rebeldes fueron castigados, pero la demostrada lealtad del anciano Matandá, que al comienzo de los combates izo colocar una bandera blanca en la techumbre de su palacio, para demostrar que nada tenía que ver con la insurrección de su sobrino y el rajá de Tondo, se le demostró el aprecio realizándole la entrega de varios regalos, quedando así todo más conforme a los pactos firmados con sangre.

Se aprovechó la ocasión y se dispersaron por todo el contorno de la isla los españoles, encontrándose con varios poblados, que por las noticias recibidas, fueron todos y cada uno firmando la paz con España, reconociendo al Rey como su legítimo señor, así se fue tomando la posesión de esta importante isla, pero ya sin ninguna resistencia.

Por efecto de los esfuerzos realizados en el combate, Salcedo se resintió de su herida sufrida en Mindoro, pero para su descripción pasemos a lo que cuenta un cronista de la época:

«Sabidor el maestre de campo de Legazpi de la nueva de los dichos navios (los tres que por esas fechas habían llegado desde Nueva España y por encargo de su virrey don Martín Enríquez de Almansa, estando al mando del capitán don Juan de la Isla), diose priesa y llego mediado el mes de junio al rio de Panay, donde estava el Gobernador, e fue bien rescivido del dicho Gobernador y de todos aunque le pesó mucho al General de la quema de Manila, porque tenia pensado de venir a poblar al dicho pueblo como después vino.» (Las faltas ortográficas, son producto de la forma de escribir de aquél siglo).

Aunque Legazpi ya tenía la idea como se ha dicho, de construir en Manila una población, pero su destrucción le paraba mucho, le ayudó a tomar la decisión las oportunas descripciones que del lugar le hicieron sus capitanes, pues el río Pasig, era navegable y desembocaba en una gran bahía, a la cual solo se podía acceder pasando por estrechos canales, que eran fácilmente defendible con solo levantar unos pocos castillos artillados, lo que garantizaba una buena defensa en caso de ser atacados.

La llegada de la escuadra mencionada, tuvo lugar en la primera decena de junio de 1570, en ella venía un hijo de Legazpi, Melchor, que le había dado la orden de que viajara el propio Rey, para que tuviera el honor de entregarle, unos documentos, en los que se le nombraba Adelantado y con los poderes de repartir encomiendas y tierras, a todos aquellos que considerara que le eran merecidas de las ya conquistadas por él.

A lo que añadía, una serie de halagos hacía su persona, ratificando cuantos actos hubieran tenido lugar desde la anterior cédula, dándole la orden al final del pergamino, de que continuara con la conquista del archipiélago hasta su feliz termino, para añadir a la corona de España estos territorios.

En la expedición, regresaba el fraile agustino Herrera, acompañado de dos más de sus compañeros de Orden, los frailes Diego Ordóñez y diego de Espinar, que pasaban a estas islas para ayudar a proseguir la evangelización de ellas.

Como ya era costumbre, en la expedición también llegaron mas tropas, municiones, vituallas y géneros de todas clases, que era de importancia vital para el mantenimiento de tan lejanas tierras.

Pero Legazpi, prestó especial atención a los documentos con el sello real y así nos lo relata un testigo presencial:

«Llegados los navios a la dicha ysla de Panao, mando juntar todos los demas capitanes que estaban repartidos por sus compañias en las demas yslas, y juntos, abrio los papeles y rrecaudos de su Majestad, y se vio como la voluntad de S. M. hera que la tierra se poblase y se rrepartiese entre los que la conquistasen y ganasen. Visto por el Gobernador la voluntad de su Majestad determino de yr a fundar a la isla de Cubu una villa que se diçe del Nôbre. de Jesús, y ansi la dexo poblada con quarenta o çincuenta vecinos, repartiéndoles algunos pueblos e islas que estavan cerca.»

Escribió una carta fechada el 25 de julio de 1570, que se la entregó al capitán don Juan de la Isla, con destino al virrey de Nueva España, en la que le narra sus progresos en la conquista del archipiélago, entregándosela al jefe de la expedición para que se la hiciera llegar, pues con dos naves cargadas de especias y unos presentes muy ricos, que era de los ganados en la lucha por la isla de Luzón para ser entregados a su Majestad, don Felipe II, se levaron anclas y largaron velas, zapando con rumbo al puerto de Acapulco.

Ya decido por completo, se dirigió Legazpi a la isla de Cebú, haciendo correr la voz por medio de pregoneros y alguaciles, para que demandaran y anunciaran la creación de una ciudad, en la que hasta entonces era la Villa de San Miguel, ya que está a parte del fuerte y la ermita del Santo Niño, solo le acompañaban unas pocas cabañas, dando libertad de que se inscribieran en la Notaría Real a todos aquellos que quisiera residenciarse en ella.

Al mismo tiempo ordenó la construcción de un nuevo fuerte, pero este ya de piedra, dando su muralla prácticamente a la mar, dando así protección a los que se fueron inscribiendo, que al final llegaron a ser como unas cincuenta familias, a las que de entrada se les donaba el terreno para construir su casa, además se les añadía unos anejos para su labranza consiguiendo así más alimentos para las islas.

Pero no quedó aquí todo, pues se aprovechó a los calafates, para que ayudaran a construir las casa consiguiendo así, que fueran mas fuertes y mejor construidas, siendo la primera ciudad de verdad que se habitaba, recibiendo el nombre de Ciudad del Santo Nombre de Dios, que por espacio de unos años, hasta que se construyó la de Manila, fue la capital del archipiélago, por lo que también fue la primera en tener Ayuntamiento, a lo que se añadió la construcción del primer monasterio para la Orden de San Agustín.

El Ayuntamiento, quedó compuesto por dos alcaldes ordinarios, con seis regidores, un escribano y dos alguaciles. Mientras que nombró Gobernador de la ciudad al tesorero Real de la Armada Guido de Lavezares.

Tanto experimentó el cambio la ciudad, que el propio rey Tupas, se estableció en ella con toda su familia, mientras que los misioneros agustinos casi ni dormían, pues aun repartiéndose el trabajo, ya que unos les enseñaban la creencia en la Fe católica, otros los iban bautizando, pero no daban suficiente ya que los indios bajaban de las montañas, casi por tribus enteras lo que de golpe eran muchos y a una tribu, les seguía otra.

Viendo Legazpi el éxito de su trabajo, se decidió a trasladarse a Panay, por lo que embarcó en la escuadra y se puso rumbo al puerto de Capiz, al arribar se formó la tropa y al frente de ella, su maestre Goiti y los capitanes Salcedo, Ibarra y La Haya, siendo algo menos de trescientos los españoles allí presentes, pero acompañados, por varios centenares más de indios bautizados y fieles, que formaban así un gran fuerza. A todo ellos Legazpi les pasó revista, para al terminar dirigirles unas palabras de agradecimiento y de firmeza en la creencia de la defensa de ser Cristianos e hijos de Dios, y pertenecer al país más poderoso de la tierra y jurar por su honor defender a España.

En la primavera del año siguiente, el 15 de abril de 1571 Legazpi zarpó con la escuadra con rumbo a Panay.

Pero mejor pasemos a un documento histórico que nos lo cuenta a su manera, forma, y escritura, diciendo:

«Embarcose el dicho Gobernador año 1571, segundo dia de Pascua de Resurreccion, y con el Padre provincial fray Diego de Herrera y el maese de campo y todos los demas capitanes y 280 soldados arcabuçeros, hizose a la vela a quince de dicho mes, y con muy buen tiempo llego a la isla de Mindoro con toda la Armada que consigo traya, que arian por lo menos 26 ó 27 navios grandes y pequeños de los nuestros y de los naturales que con nosotros venian. Estuvo en la dicha isla de Luzón, y llegamos en ocho dias a la ensenada que arriba dixe.»

Cuando estuvieron a la altura de la isla de Masbate, desembarcó fray Alonso Jiménez, que junto a seis soldados pasaron a tierra, para intentar formar un nuevo núcleo de población, sirviendo de paso como punto de enlace entre la isla de partida y la de arribada.

Posteriormente, desembarcaron en la isla de Mindoro, donde se les recordó a sus habitantes, que tenían pendiente el pago del tributo Real, y que era el último aviso.

Al hacerse a la mar desde esta última isla, se produjo un hecho que posteriormente tendría grandes y beneficiosas consecuencias para las islas, pues al salir de la ensenada se encontraron con una shampan chino, que por pérdida de su timón estaba a punto de encallar en las rocas, al mismo tiempo los españoles se apercibieron, que los naturales estaban esperando a que llegase a ellas, para asaltarlo y saquearlo, así como hacerse con los chinos de su tripulación para desollarlos vivos.

Legazpi, ordenó que se le prestara la ayuda conveniente, por lo que se les lanzaron cabos, que a fuerza de remos los paraos supieron sacarlo de tan apurada situación, ya abarloado al galeón capitana, les agasajó como era su costumbre y ya reconfortados, se marcharon a su país, pues mientras los calafates españoles habían reparado la avería.

Estos chinos, junto a los anteriores librados de la muerte, son lo que hicieron correr la voz de que los españoles eran sus amigos, pues ya los habían salvado en varias ocasiones de caer en manos de sus peores enemigos, lo que facilitó la posterior afluencia de ellos a las islas y el comercio de las especias, a cambio de plata. (Así de mal se portaban los españoles con todos siempre. sic)

Arribaron a su destino, la gran bahía del puerto de Cavite, pero al ser descubiertas las velas en la lejanía, el rajá Matandá había enviado a uno de sus principales, para que ratificara a Legazpi la lealtad como súbdito del Rey de España.

Le sorprendió sobremanera a Legazpi, por las informaciones que tenía, que los tagalos al desembarcar no opusieran ninguna resistencia, por ello decidió continuar con su forma pacifica de proceder, y destinó a varios grupos de soldados a que pregonaran a los treinta y dos vientos, por todas las aldeas y poblados de la costa, que había llegado para construir un poblado y que a los tagalos, solo les pedía una amistosa alianza, siendo bien recibido todo aquél que quisiera acercarse a él y parlamentar.

Al mismo tiempo sus hombres fueron montando una gran tienda de campaña, que fue decorada y amueblada, para poder recibir dignamente a todos los que quisieran hacerlo.

Uno de los primeros en hacerlo, fue el mismo rajá Matandá, que se quedó perplejo al penetrar en la tienda, pues Legazpi estaba sentado en un gran sillón de madera con numerosos cojines, y detrás de él la armas imperiales del Rey don Felipe II, lo que le confería ya una autoridad, que quedaba demostrada por tanta ornamentación.

Pero Legazpi se levantó y lo agasajó como a rajá que era, lo que deshizo el hielo y Matandá se vió así casi como un igual, lo que contribuyó a que reiterará sus promesas ya dichas por su enviado, a ello el Adelantado le contesto, que las ventajas de ser súbdito del rey español eran muchas, pues su poderoso brazo había llegado hasta estas tierras y no habían enemigos para los españoles, mientras que a él solo se le exigía lealtad; añadiendo, que lo conveniente para todos es que se entrevistara con los frailes y aceptara la verdadera religión, eso facilitaría el entendimiento, ya que todos pensarían y sentirían en la misma dirección.

Pero su sobrino Solimán y sus gentes, no estaban tan de acuerdo, por lo que al ver llegar a la escuadra española, se fueron escondiendo en la selva, donde permanecieron hasta que oscureció, aprovechando este momento para salir de su escondite y recogiendo todos sus bienes, le pegaron fuego a sus cabañas, procurando hacerlo al mismo tiempo todas, para que los españoles cuando las vieran arder, ya no pudieran hacer nada contra ellos, una vez hecho se pusieron en camino por la frondosidad el bosque de Tondo, hasta vadear el río.

Al ver esto Legazpi, continuó con su táctica de enviar emisarios, para que explicaran que los españoles nada les harían, misión que le fue encomendada a Goiti acompañado de dos interpretes.

Esa misma mañana, se presentó el jefe Lacandola que se entrevistó con Legazpi, manifestándole que él ratificaba su vasallaje al rey de España y que la culpa de todo lo ocurrido era de Soliman, pues andaba levantando a las tribus pequeñas, para que se defendieran de los españoles, pues sus religión no era la sagrada para ellos y sus intenciones no eran buenas, por mucho que dijeran.

La entrevista de Goiti con Solimán, no tuvo éxito, por ello y ya sabiendo donde se encontraban, al regreso de ella Legazpi de ordenó atacar y rendirlo, por lo que Goiti se puso en marcha con parte de la guarnición, consiguiendo sorprenderlos y apropiándose de la artillería, que era el gran enemigo de los españoles, así regresaron a la playa de Manila.

Legazpi se volvió a entrevistar con Solimán, al que consiguió convencer de que nada podía hacer, si seguía enfrentándose a los españoles, convencido por todo lo ocurrido, se decidió a rendir homenaje de vasallaje a la corona de España.

La actitud tomada por los jefes tagalos, después de todo lo que habían dicho y hecho en contra de los españoles, encrespó las relaciones entre ellos y sus jefes, por ello se decidieron a acercarse para echarles en cara su falta de honor, por lo que llegaron como en unas cuarenta caracoas (nombre que daban a sus embarcaciones), con lo que sumaban cientos de ellos.

Viendo esto Legazpi, ordenó tomar las ramas y posicionarse para la defensa, mientras no se dejaba de observarlos, pero muy sagazmente escogió a varios de los tagalos ya cristianos y de confianza, y les ordenó que se mezclaran con los recién llegados, por este medio se puso enterar, que estaban intentando levantar a los indígenas de Manila y Tondo, llamándoles cobardes y que si atacaban, y conseguían matar a unos cuarenta de los españoles, ellos asaltarían el fuerte y los exterminarían.

Conocedor Legazpi de ello, volvió a actuar con su táctica favorita, pues les envió a unos tagalos importantes ya cristianos, para que se entrevistaran con los jefes tagalos rebeldes, al conseguir ser recibidos por estos, al parecer el que más jefe era de ellos, comenzó a insultarlos y blandiendo un sable musulmán, al mismo tiempo que daba unos grandes saltos, seguramente para demostrar su valor, le dijo: «Que caiga un rayo y me parte por la mitad, y que mis mujeres me desprecien, si yo hago nunca la paz con vosotros.» (Esto está sacado de un documento de uno de los cronistas).

Visto por las explicaciones, que no había otra solución, Legazpi ordeno a Goiti embarcar con una compañía de arcabuceros, en nueve paraos grandes e ir a buscar a los rebeldes, sabiéndose que se encontraban en la rada de Bancusán.

No los esperan al menos tan rápidos y fueron cogidos por sorpresa, aún así presentaron digno combate, pero en el transcurso de él, una bala tiró por el suelo al jefe, lo que inmediatamente causó la consabida huida del resto, pero el rápido avance de los españoles, consiguió hacer muchos prisioneros, entre ellos se encontraban un hijo y un sobrino de Lacandola.

Siendo llevados todos a presencia de Legazpi, quién de nuevo demostró su hidalguía y su buen corazón, pues al no haber sufrido bajas los españoles, nada se había perdido y mucho ganado, por ello decretó un indulto general, si se comprometían a no volver a hacer la guerra a los españoles, razón que aceptaron y fueron puestos en libertad, a excepción de los parientes de Lacandola, que se le entregaron en persona.

Este gran detalle, volvió a tener su enorme efecto, pues en pocos días se presentaron todos los jefes rebeldes, manifestando que ya nunca volverían a presentar combate; consiguiendo así la total pacificación de la isla de Luzón, dando por terminada la conquista de las islas.

Ya apaciguadas las aguas, Legazpi se decide a poner en conocimiento del Rey todo lo acaecido desde su última carta, se pone a escribirle diciendo:

«Puse el nombre de Islas Filipinas, consagrándolas al prudente Príncipe que a ellas me envió, a las que Magallanes llamara islas de del Poniente, porque me enojaba este nombre, pareciendo mas bien que unas tierras dotadas por Dios de tanto privilegio y riqueza para lo futuro, debían estimarse como prueba y asiento de un grato y esplendoroso amanecer para las Españas.
Procurando que la pujanza del capitán valeroso no cediese un ápice la rectitud del magisterio ejemplar, asegure con tanta firmeza el Imperio español, que antes habréis perdido tierras en vuestro solar, de costas y fronteras adentro, que en estas lejanas y dilatadas islas que yo afiance en las márgenes del Pasig»

Terminando la carta, demandando para las islas de Luzón ó Nueva Castilla, que le sean enviados frailes franciscanos y dominicos, porque los agustinos ya no tenían tiempo y nada más podían hacer, de lo que ya hacían pues las enseñanzas de la Fé y los siguientes bautizos, se producían por millares diarios.

Ya no quedaba nada más que hacer, que comenzar a construir, porque las cabañas de Manila estaban quemadas, por lo que todo él parecía un solar lleno de escombros y pestilente, así que el día dieciséis de mayo del año de 1571, fiesta de Santa Potenciana, tomó la decisión firme de comenzar a levantar una nueva ciudad.

Se declaró día festivo, y se siguieron los ritos propios de las grandes solemnidades, por lo que hubo misa con las tropas formadas y los miles de indígenas, que otra vez volvían a imitar los movimientos, produciendo entre los asistentes la doble visión, de sonreír viéndolos hacer las genuflexiones, como al mismo tiempo el sentirse orgullosos, de que así lo hicieran, pues era un muestra clara de las buenas intenciones de todos ellos y que casi se había conseguido todo, gracias a las formas tan sutiles y de razonamiento, de un solo hombre llamado Miguel López de Legazpi.

La ciudad se iba a construir, por los planos enviados por el rey don Felipe II, que los había realizado el arquitecto real, que no era otro que Herrera, que fue a su vez el que diseñó y dirigió la construcción del Monasterio de San Lorenzo de Escorial.

Legazpi dejó pasar unos días, pues y se encontraba cansado, pasados estos, ordenó proclamar la creación de la nueva ciudad, para lo que se dictó el siguiente bando:

«Echo vando que los que quisieran ser vecinos de la (futura) ciudad de Manila, que en nombre de Su Majestad se fundava, que les darian solares y repartimientos como su Majestad lo mandava, y ansi se asentaron todos cuantos con el venian, capitanes y soldados y gentiles ombres, por vecinos de dicha ciudad.»

El día dieciocho, ya Legazpi ratificó el pacto con los jefes y rajas Matandá, Lacandola y Solimán, que se realizó de la forma acostumbrada, pero que como eran cuatro se utilizó un cálamo mojado en sangre, de los comparecientes.

(En el Ayuntamiento de Manila en el gran salón y por mano del pintor tagalo Juan Luna y Novicio, figura un cuadro que simboliza este acto, aunque fue realizado ya pasados muchos siglos de él, pero deja muy bien representada la verdad histórica del hecho.)

Las obras comenzaron, por la ampliación y refuerzo del fuerte de la ciudad, que esta trazada con las calles en dirección Norte-Sur y Este a Oeste, donde se construyó una iglesia, un Convento para los Agustinos, un palacio para el Adelantado y muchas casas, tanto para las que ya las necesitaban, como para los que se esperaba que llegaran a ella.

Por fin y aunque la ciudad no estaba acabada (ninguna lo esta nunca), se declaro como fecha oficial de su creación el día veinticuatro de junio del año del Señor de 1571, que se quedó con el nombre en español de Manila, pero que a su vez respetaba su primitivo nombre de «Hay Nilad», ya que es una traducción del tagalo que significa lo mismo: «Árbol que abunda en la desembocadura del Pasig.»

Nos dice un documento:

«Mando reconstruir el fuerte incendiado, los edificios que cita Govantes y ciento cincuenta casas de madera, en el mismo sitio que Rajamora (Solimán) tenia su poblazon y fuerte, a la boca del río que desagua en la bahia, en una punta que se hace entre el rio y el mar; ocupola toda esta poblazon, y repartiolo a los españoles, por solares iguales, con calles y cuadras bien concertadas, derechas y a niveles, dejando plaza mayor bastante cuadro, donde puso la Iglesia Mayor y Casa de la Ciudad; otra plaza de armas, en que estava el fuerte, y alli tambien las Casa Reales; dio sitio a los monasterios, y hospital, y ermitas, que se habian de poblar.»

Al terminar los actos, nombró a los responsables de la ciudad, dos alcaldes ordinarios, doce regidores, un alguacil mayor y un escribano, que fueron jurando sus cargos y la fidelidad al Rey; concluyendo, que en nombre del don Felipe II, Manila quedaba declarada como capital de todo el archipiélago Filipino.

Días después ordenó, el amurallar a toda la ciudad, con piedra y con un grosor que no fuera inferior a dos varas y media, levantándose en el extremo que daba a la desembocadura del río y al mar, siendo dotado con cañones y pedreros, quedando así asegurada su defensa desde la mar.

Existe una tradición escrita, que en el mismo día de la fundación, se le apareció a un soldado una imagen de la Virgen, que fue muy bien recibido, este buen augurio tanto por los españoles como por los tagalos que se encontraban en cercanías.

El hecho tuvo lugar, en un arrabal hoy de la ciudad, que tiene el nombre de «Hermita» y su aparición fue, sobre una palmera ó como la llaman los naturales «Pandán», por lo que se le puso el nombre de Virgen de la Buena Guía, que se sigue venerando con gran devoción.

Al ir normalizándose las relaciones, se fueron acercando cada vez más comerciantes, que viendo crecer la ciudad y con la previsora visión del Adelantado, en poco tiempo la ciudad creció y se convirtió en un lugar próspero, donde ya se podía visitar y pasear por ella, sin sobresaltos que no era poco lo conseguido.

Todo esto contribuyó más si cabe, a que de las más apartadas zonas de la isla, fueran llegando otras tribus no conquistadas, pero que quedaban cautivadas por lo que hacía pocos meses existía y lo que ahora se encontraban, por lo que se fueron convirtiendo a la Fé Católica, sin ni siquiera pedírselo, ya que era evidente lo que estaba ante sus ojos.

Para ello lo mejor es pasar a un documento de la época, que nos cuenta lo que sucedió con los pobladores de Caynta, que dice:

«En ese mismo tiempo que hemos contado bajaron del río arriba que vienen a salir a Manila unos principales de un pueblo que se dize Caynta a darse por amigos del Gobernador; este dicho pueblo seria de hasta mil vecinos, y tenianle cercado de unas matas de cañas muy altas y espesas y un terraplen alrededor, y algunos versillos pequeños; este pueblo cercale al derredor el propio rio de Manila y por el medio pasa un braço que lo divide en dos parcialidades.»

Pero unos días después, se arrepintieron de lo dicho, por lo que enviaron a Legazpi un emisario, que le vino a decir, que si no probaban en persona la fuerza de los españoles ellos seguirían en su poblado y que nadie les podría decir nada. Viendo el Adelantado, que no eran capaces de comprender el verdadero poder de las armas españolas, comparadas con las suya, optó por decirles que se lo pensaran durante dos meses y al final de ellos, si no se habían convertido por ellos mismos, mandaría a sus fuerzas para que los convenciese.

Aun los elementos quisieron intervenir en contra, pues se sufrió un fuerte terremoto, que echo por tierra parte de la ciudad, pero Legazpi ordenó su inmediata reconstrucción, siguiendo siempre los planos de Herrera, por lo que aún conserva en la actualidad parte de aquel encanto iniciador.

En julio de 1571 llegó una escuadra a Manila con los galeones San Juan y Espíritu Santo, al mando de don Juan López de Aguirre y del capitán don Juan Lorenzo Chacón.

Pasamos a un documento de la época, que nos describe el hecho así:

«Anclaron en Panay y por haberse desencadenado una época de temporales no pudieron fondear en Manila hasta el 31 de agosto. A bordo de ellos venía don Diego de Legazpi, sobrino del Caudillo, seis misioneros más, muchos soldados, gran cantidad de ropas, víveres, municiones y dinero, de todo lo cual había en Luzón gran necesidad.»

Y como pasajeros, otros familiares del Legazpi y el resto de la familia del maestre de campo don Marín de Goiti. Así se iban reuniendo familias, que por la expedición inicial habían quedado diseminadas por las necesidades del momento, con lo que en realidad ya se iba componiendo un pueblo o ciudad, con habitantes diversos y diferentes, pero todos sirviendo a un mimo propósito, el haced y conservar a España como la nación mas poderosa de la tierra.

Así, en su conjunto la ciudad iba prosperando y entre ellos se le denominaba con el nombre inicial de Nueva Castilla, a tal fin contribuyó el recibir el Adelantado, unos nuevos pergaminos con los sellos Reales, en el que otorgaba a Manila, los título de Noble y siempre Leal Ciudad, acompañando a esto el escudo de armas de ella, que se componía: «de un castillo de Plata sobre un campo de Gules (encarnado), en la parte alta media del cuartel y en la baja, un delfín con espada batiendo las olas de la mar».

Los indígenas del pueblo de Caynta, se envalentonaron al ver que los españoles no les seguían, por lo que tomaron una actitud hostil y con algo de soberbia, hasta que cometieron el error de provocar en las mismas calles de Manila a los españoles.

En vista de esto, Legazpi ordenó a su nieto el capitán don Juan de Salcedo, que con una compañía de arcabuceros, se dirigiera al poblado y los llamara al orden.

Así lo hizo Salcedo, pues llegando al poblado sin ser molestado, dispuso una descarga de todos los arcabuces al mismo tiempo, lo cual produjo una inmensa mortandad entre los indios, que aún pretendieron defenderse, pero al realizar la segunda descarga, y ya algunos encaramados a la alta empalizada de cañas, provocó la inmediata sumisión de todos ellos, por lo que las muertes entre los indios pasaron de cuatrocientas, por tres muertos en las filas españolas.

Según nos relata un documento de un testigo presencial, en que pormenoriza todo el enfrentamiento, termina diciendo: «…con lo cual quedaron todos muy sumisos y sujetos.»

Pero al mismo tiempo Legazpi quiso terminar por completo la conquista de la isla, por lo que envió al maestre de campo Goiti, a que se desplazara por todos los poblados del sur de la isla y los fuera sometiendo, a la Corono de España.

Pero a veces las cosas se complicaban, pues al ser prácticamente toda la isla una selva, se hacían complicadas las comunicaciones, ya que los soldados enviados a darlas o recibirlas, se perdían y en cuanto esto sucedía, era muertos por las acostumbradas fechas envenenadas que utilizaban los tagalos, pues a parte de éstas también solían llevar y utilizar con gran destreza, las lanzas y los bolos, que así se llamaba a una especie de machete de hoja muy ancha.

A parte de los tagalos, en la isla habitaban otro pueblo, llamado «tameraos», que según los cronistas, parecían como carabaos cimarrones, siendo indomables y muy fieros, por lo que se tuvieron algunas bajas por parte española, pero siempre se imponía la utilización de los arcabuces.

Existe un documento, que nos indica la forma física de los habitantes de Luzón, con estas palabras:

«La gente que habita esta gran isla de Luzón son naturales della, medianos de cuerpo, de color membrillo cocido, bien agestados, asi hombres como mugeres, el cabello muy negro, poca barba, buenos ingenios para cualquier cosa que se ponen, agudos y coléricos, y de muy buena determinación.»

El tiempo entre unas cosas y otras iba pasando, pues es imparable, por lo que sucedió un nuevo problema, pero mejor ir a otro documento, que nos lo cuenta como se vivió:

«No tardo en enfermar gravemente el viejo rajá (Matandá), que siempre fue sincero amigo de los españoles; pidio el Bautismo con grandes instancias; administraronséle, y a los pocos días murio santamente, con general sentimiento de los nuestros que perdieron en el un excelente amigo y cooperador.»

Se dio el caso, de que un poblado entero, y a la cabeza su jefe, se decidieron a presentarse a Legazpi, pidiendo perdón, pero el Adelantado no sabía a que se referían; por lo que supieron entender los interpretes (para que se vea la complejidad de poder mantener una conversación, pues eran gentes diferentes y tribus igualmente desiguales), es que eran vecinos de territorio de Caynta y al acercarse a ver lo que había ocurrido, no querían que les pasase lo mismo, pues ellos eran Taytay y por eso venían demandando el perdón.

Así Legazpi les dijo, que si ellos no habían tenido nada que ver con lo sucedido, lo único que debían de hacer, era el firmar la paz con el Reino de España, y si mantenían su palabra de no provocar a los españoles, nada debían temer pues ellos estaban allí para protegerles, no para hacerles daño; lo cual cumplieron y una población más que fue conquistada, sin gastar la pólvora del Rey, para el bien de ellos y de España.

Legazpi, de nuevo le encargó a don Juan de Salcedo, que en compañía de fray Alonso de Alvarado, y aprovechando que el río Pasig era navegable, se pusiera en camino sobre sus aguas, y fuera verificando cuantos poblados o pueblos se encontraban en sus riberas, para hacerles comprender que los españoles, estaban allí para protegerlos, pero que era bueno que lo fueran sabiendo.

Así embarcados en paraos, fueron ascendiendo contra corriente, que no era cosa fácil, pero consiguieron el alcanzar después de recorridas como unas treinta y siete leguas, una gran laguna, en la que todos se quedaron casi paralizados por su belleza, pues la frondosidad del paraje, acompañada de las aves que allí vivían, que iban de un lado a otro asustadas por la aparición de las embarcaciones, rodeados de montañas con un intenso color verde, sus grandes árboles y no menores copas, producían al verlas algo así, como si hubieran encontrado el Paraíso.

Fue tan grato el hallazgo, que permanecieron recorriendo a pie todo el contorno del gran lago, por lo que acamparon varias noches y al desaparecer el Sol, vieron a los murciélagos malayos cuyo nombre en su lengua era «paquiques», así mismo pudieron ver a unos pájaros, que según los indios que les acompañaban eran maléficos y llamados por ellos «tic-tac»; visitaron macizos de rocas y grutas que en ellos se encontraban, todo un gran descubrimiento para los españoles, que nunca olvidaron los allí presentes.

Al mismo tiempo, veían a los indios del lugar, que pasaban muy veloces a distancia de ellos, pero sin hacer ningún gesto mal intencionado y de noche se veían sus hogueras, pero no se dejaban ver de día, solo apreciar sus veloces carreras y solo tapados por sus típicos «pukoyas», que a especie de faldita corta tapaban sus genitales.

Pero volvamos a uno de los muchos cronistas, que no relata así la vida de este pueblo:

«…en cafilas y rancherías, por los montes y breñas, mudándose conforme al tiempo, de unos sitios a otros; manteniéndose de frutos salvajes y de algunas rozas y sementeras de arroz que hacen de temporal, y de caza que flechan con sus arcos, en que son muy diestros y certeros, y de la miel de los montes, y de raices que la tierra cria.»

Pero a pesar de tanta belleza, el capitán Juan de Salcedo acompañado del fray Alonso de Alvarado, no cejaron un instante en ir convenciendo a los aborígenes, de que lo conveniente era el firmar la paz con los españoles, que a pesar de no ser violentos, siempre había que recurrir al uso de algún arcabuz, para terminar de convencerlos y por este medio, el nieto del Adelantado tomó posesión de aquellos parajes, en nombre del Rey de España.

Al terminar esta parte de su conquista, descubrieron al bordear toda la laguna, la desembocadura de otro río, que según los indígenas se llamaba Vicol, se llegaron has él los paraos y descubrieron Camarines, que fue rápidamente conquistada y puesta a las ordenes del Rey de España, el cauce les llevaba al este de la isla y encontraron otra población, Tayabas.

Ésta si que era conocida por lo indígenas, pues correspondía a la zona minera de Parcale y Mamburao, cuyas minas inspeccionó Salcedo, pero se dio cuenta que a pesar de la fama de ellas, eran pobres en oro, por lo que tomó posesión de ellas y viendo que ya el camino no llevaba a ninguna parte, decidió el regresar a Manila, como el viaje era a favor de corriente, se realizó mucho más rápidamente que la ida.

Al alcanzar la capital se dirigió a entrevistarse con el Adelantado, quién le agradeció lo realizado, pues había combatido contra la naturaleza, los distintos animales depredadores de ella y todo ello con muy pocos hombres; al mismo tiempo su abuelo le comunicó, que Goiti había realizado otro tanto sobre las tribus de Batis y Lubao, por lo que se sentía muy contento y satisfecho, del tesón, esfuerzo y sacrificio de todos sus hombres.

Pero Legazpi era conocedor de que aún quedaban varias tribus sueltas, que no habían sido conquistadas o anexionadas, por eso y casi sin descanso volvió a enviar a su nieto, para que visitara las provincias de Ilocos y Cagayan, que estaban al norte de la isla de Luzón.

Así el 20 de mayo de 1572 a bordo de ocho paraos con cuarenta y cinco soldados, más los indios a los remos y algún guerrero, zarpo de Manila con rumbo a estas nuevas tierras.

Se escogieron estas embarcaciones, por su poco calado que le permitía adentrarse tanto por ríos, como efectuar desembarcos, a parte de que no llamaban la atención al no llevar velas que se vieran desde lejos, anunciando así su presencia.

Arribaron al primer punto, un lugar llamado Vigan por lo nativos, donde Juan de Salcedo mandó construir un fuerte, al ser terminado tomó posesión de aquél, dejando una pequeña parte de su fuerza, para defenderlo y que le sirviera a él y su gente, de punto de regreso y apoyo en caso de algo saliera mal, al tenerlo todo dispuesto, volvieron a embarcar para continuar su viaje.

Alcanzaron al poco tiempo, otra población por nombre Zambales, que disponía de un pequeño puerto, al que le llamaban Bolinao, pero al acercarse se vió claro que un buque pirata, estaba cargado con indígenas para ser vendidos como esclavos, tomando la decisión de ir a por él y por el estampido de los arcabuces, consiguió el que parara y desembarcaran a todos lo indígenas, lo cual se tradujo en ganarse a toda la tribu, lo que arrastró a las demás colindantes, al verse protegidas y por esta razón, se firmaron las paces con todos ellos, dando así finalizada la conquista total de la isla de Luzón.

Mientras en Manila Legazpi, dividió los territorios en encomiendas, reservando para el erario Real, solo la contribución de Manila y sus terrenos colindantes.

Al entregar las encomiendas, todas a personas de su confianza, por lo tanto eran consideradas como justas y desinteresadas, pero a pesar de ello, les dijo que lo primero a cuidar era a los nativos y que estos solo pagarían sus tributos, como cualquier otro español.

Sobre fines de septiembre de 1572, después de doblar el cabo Bojeador, Salcedo regresó a Manila, donde se le recibió como a un gran conquistador, ya que había terminado por conquistar hasta los últimos rincones de la isla y ya toda ella pertenecía como Nueva Castilla, con ello a la corona del gran Reino de España.

Pero recibió la ingrata noticia, de que su abuelo había fallecido, esto como es natural le llenó de dolor, sobre todo por no haber podido estar con él en sus últimas horas.

Que según esta escrito, sucedió el 20 de agosto de 1572 y al parecer por un ataque al corazón, pues se le quedó la lengua rígida, lo que para su desgracia le impidió tomar la Sagrada Eucaristía, a lo que los frailes que le asistieron constantemente, no le dieron mucha importancia, ya que la había recibido cinco días antes, en la celebración de la Asunción.

Basándonos en lo escrito, debió de padecer mucho y largo tiempo la agonía final, ya que comió y no se sintió nada, pero al poco tiempo le sobrevino el ataque, por lo que estuvo como unas cinco horas esperando la muerte, pero con la fortaleza de carácter y resignación que siempre demostró, produciéndose el óbito sobre las 22 horas.

Se levantó la capilla ardiente, en el salón principal del palacio de Manila, donde estaba rodeado, por lo hachones de cera y dando guardia de honor, sus fieles arcabuceros españoles, mientras los frailes, realizaban sus rezos y preces, por el alma de más grande conquistador español, y donde a media asta se encontraba a la cabecera del ataúd el pendón de Castilla, esa enseña por la que tantos murieron, ahora estaba de luto por la pérdida de un gran hombre.

Se decidió darle sepultura en el convento de San Agustín a los pies del altar mayor de su iglesia.

A parte de todos los altos mandos de las islas y las tropas formadas, acudieron al entierro miles de los indígenas, que cabizbajos sentían de verdad su muerte, porque su comportamiento con ellos fue siempre como de un buen padre, ahora se quedaban como huérfanos, a pesar de que quienes estaban al mando elegidos por él, era buenas personas pero no eran Legazpi.

En el convento siguieron sus restos, hasta que un desafortunado incendió lo destruyó y con él desaparecieron entre sus cenizas.

Es de resaltar, que durante toda su vida, como queda demostrado por esta compilada biografía, había sido siempre un persona de ánimo esforzado, con prudencia y firmeza; prefiriendo siempre ganar los corazones de los indios, a ganarles por las armas, lección y gran ejemplo que quedó patente en cuantos estuvieron a sus órdenes, por lo que ese bien estar continuó mientras ellos vivieron, demostrando así que si bien las armas eran indispensables en algunas ocasiones, mucho más necesarias eran la palabras, pues se suplía la opresión por el buen ejemplo demostrado.

Para terminar, quedó patente su probidad, pues al fallecer no tenía un maravedí, pues todo lo que ganaba ó bien lo repartía entre los más necesitados ó bien servía para ayudar a construir casas u otras labores en beneficio de todos, como levantar el hospital de la ciudad prácticamente de sus aportaciones.

Siendo el Adelantado y con la potestad Real de repartir las encomiendas, nada se quedó para él, no llegó ni a disfrutar de la Real Cédula firmada por don Felipe II, en la que lo ratificaba como Gobernador y Capitán General del archipiélago, con carácter vitalicio «con doce mil ducados de salario». Así fue don Miguel López de Legazpi.

Según un historiador manilenses, Francisco Moreno que vivió en la primera mitad del siglo XVII, dejó escrito sobre Legazpi la siguiente frase: «El gobernador más celoso de la honra de Dios y servicio del Rey de cuantos ha conocido el mundo.» (Lo cual no es poco decir, para un nativo y muy cercano en el tiempo, a la vida y obra de don Miguel López de Legazpi).

Pienso que es bueno recordar para todos, lo que reza en la entrada del Arsenal de La Carraca.

«Tu regere imperio fluctus Hispanae memento»
Recuerda España, tu registe el imperio de los mares.

Bibliografía:

Arteche, José de. Urdaneta, El dominador de los espacios del Océano Pacífico. Espasa-Calpe. 1943.

Enciclopedia General del Mar. Garriga, 1957. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Enciclopedia Universal Ilustrada. Espasa. Tomo 31, 1916, páginas 148 y 149.

Fernández de Navarrete, Martín. Biblioteca Marítima Española. Obra póstuma. Madrid. Imprenta de la viuda de Calero. 1851.

Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895—1903.

Mariana, Padre. Historia General de España. Imprenta y Librería de Gaspar y Roig, Editores, Madrid, 1849. Tomo III.

Orellana, Emilio J. Historia de la Marina de guerra Española, desde sus orígenes hasta nuestros días. Salvador Manero Bayarri-Editor Tomo II, Primera parte. Barcelona.

Pigaffetta, Antonio: Primer viaje entorno al globo. Traducción del original de Pigaffeta. Editorial Francisco Aguirre. Buenos Aires, 1970.

Sanz y Díaz, José: López de Legazpi, fundador de Manila 1571-1971. Publicaciones Españolas. Madrid, 1971.

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