Reina Regente (1888)
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Construcción:
Crucero de 1ª clase, con casco de hierro y blindado. Se puso en grada el 20 de junio de 1886 en los astilleros James & George Thomson & Co. de Clydebank, Glasgow. Era un diseño avanzado para su época, muy parecido al crucero británico Australia. En un casco reducido se combinó un poderoso armamento y una maquinaria muy potente que le proporcionó más de 20 nudos de velocidad, combinado con una gran autonomía.
Botado el 24 de febrero de 1887. Alistado el 1º de enero de 1888. Su coste fue de 243.000 libras esterlinas, casi seis millones de pesetas. A Glasgow se desplazó una tripulación española para hacerse cargo del crucero.
Desplazaba 4.664 toneladas. Medía 97,30 metros de eslora, 15,43 de manga, 8,92 de puntal y 5,90 de calado. Tripulado por 420 hombres.
Disponía de dos máquinas horizontales Thompson de triple expansión, con una potencia máxima total de 11.598 caballos, 2 hélices y una velocidad de 20 nudos. Tenía una autonomía de 12.000 millas en consumo económico. Capacidad de carga de 1.285 toneladas de carbón.
El casco tenía una protección de planchas de acero Siemens de 3,5 pulgadas de espesor en la parte alta y 3 pulgadas en la inclinada. Las máquinas, calderas y pañoles estaban blindadas con 3,5 a 5 pulgadas de espesor. El casco estaba subdividido en 156 compartimentos estancos.
Armado con 4 cañones Hontoria de 240 mm (2 a proa y 2 a popa), 6 cañones Hontoria de 120 mm, 6 Nordenfelt de 57 mm y uno de 42 mm, 2 ametralladoras y 5 tubos lanzatorpedos. En 1886 se autorizó la construcción de dos réplicas del crucero Reina Regente, el Alfonso XIII, en Ferrol, y el Lepanto, en Cartagena.
Historial:
El 20 de mayo de 1888 se encontraba en el puerto de Barcelona, en la inauguración de la Exposición Universal. El 3 de junio de 1888, encontrándose el crucero en Barcelona, recibió la bandera de combate regalada por la Reina Doña María Cristina, presente en la ceremonia.
El 11 de agosto de 1890 visitó la reina en San Sebastián a los buques de la Escuadra de Instrucción, acompañada por el ministro de Marina el vicealmirante don José María de Beránger. Estaba compuesta la escuadra por los cruceros Reina Regente, Reina Cristina e Isla de Luzón.
El 4 de septiembre de 1892 visitó la Escuadra de Instrucción el puerto de Génova, asistiendo a los actos programados por el cuarto centenarios del descubrimiento de América. La escuadra estaba al mando del contraalmirante don Zoilo Sánchez Ocaña y estaba formada por el acorazado Pelayo, los cruceros Alfonso XII y Reina Regente y la fragata blindada Vitoria. Cuando llegaron a puerto ya se encontraba allí el torpedero Temerario.
El 12 de octubre de 1892 se encontraba en aguas de Huelva durante los actos programados por el descubrimiento de América. Había salido de Cádiz con otros buques de la escuadra y muchos de otras naciones. En febrero de 1893, tras los festejos y actos del cuarto centenario del descubrimiento de América, las réplicas de las tres naves de Cristóbal Colón salieron de Huelva rumbo a la Habana, al haber sido regaladas al gobierno norteamericano. El 15 de abril salieron de la Habana rumbo a Estados Unidos, remolcando el crucero Reina Regente a la nao Santa María, recalando el día 20 en la bahía de Chesapeake, celebrándose en el mes de mayo una revista naval en el río Hudson.
A finales de agosto de 1893 se concentraron en Cartagena varios buques para realizar maniobras de simulacro de lanzamiento de torpedos en aguas de Santa Pola. Tomaron parte en las maniobras el acorazado Pelayo, los cruceros Alfonso XII, Reina Regente e Isla de Cuba, además de los torpederos Barceló, Rigel y Habana, llegados de Cádiz.
En el mes de octubre de 1893 se realizaron nuevas maniobras. La Escuadra de Instrucción, al mando del contraalmirante don Zoilo Sánchez Ocaña, zarpó de Cartagena el 15 de octubre y fondeó al día siguiente en Santa Pola. Las maniobras simularon un combate frente a Alicante entre dos formaciones. Una de ellas estaba compuesta por el acorazado Pelayo, los cruceros Reina Mercedes e Isla de Cuba y los torpederos Barceló, Rayo y Rigel. La segunda formación estaba compuesta por los cruceros Alfonso XII y Reina Regente, el cazatorpedero Destructor y los torpederos Ariete y Habana, a los que se unió posteriormente el crucero Conde de Venadito. Las maniobras debían finalizar el 22 de octubre.
En sus numerosas navegaciones no mostró defectos apreciables, pero era conveniente sustituir los cañones de 24 cm por otros de 20 cm o aumentar la capacidad de las carboneras, manifestado por algunos de los cinco capitanes que lo mandaron, con el fin de evitar la desproporción que existía entre los pesos altos y los situados bajo la cubierta, mejorando así sus condiciones marineras. Esta quizá fue una de las razones de su pérdida por naufragio, pues obviamente las recomendaciones no fueron atendidas. Naufragó el 10 de marzo de 1895 durante un temporal en el estrecho.
A las once y media de la mañana del 9 de marzo de 1895 zarpó de Cádiz rumbo a Tánger. Llevaba a bordo a varios representantes del sultán de Marruecos, que había mantenido en Madrid conversaciones para revisar el Tratado de Marraquech de 5 de marzo de 1894, que puso fin a un conflicto con los rifeños, comenzado en 1893. Esa misma noche llegó a Tánger. Desembarcó la comisión marroquí y zarpó a las diez de la mañana del domingo 10 de marzo. Poco después del mediodía había desaparecido de la vista de la costa.
Sobre las 12 y media, con un viento huracanado, fue avistado por los mercantes Mayfield y Matheus, que también se encontraron en situación apurada por el fuerte viento y olas enormes, situando al crucero como a unas doce millas al noroeste de cabo Espartel. Unos campesinos de la costa de Tarifa avistaron también a un buque luchando contra el fuerte oleaje. Nunca llegó a Cádiz, desconociéndose el lugar del naufragio. Se hicieron a la mar los cruceros Alfonso XIII, Isla de Luzón y otros buques de guerra y mercantes, buscándolo en la derrota prevista de Tánger a Cádiz, concentrándose en cabo Trafalgar. No encontraron supervivientes entre los 412 tripulantes. En los días siguientes se encontraron restos en varias playas cercanas, trozos de madera, remos, salvavidas, un trozo de vaina de bandera con el nombre del crucero, una metopa con la letra “R”.
La dotación del crucero, en el momento de la tragedia, era de 412 hombres. Su comandante, el quinto que había tenido, era el capitán de navío don Francisco Sanz de Andino Martí. Los anteriores fueron don Vicente Montojo Trillo, don Ismael Warleta Ordovás, don José Pilón Esterling, don José María Paredes Chacón. Su segundo comandante era el capitán de fragata don Francisco Pérez Cuadrado. Contaba con 4 tenientes de navío, 4 alféreces de navío, 2 oficiales de Máquinas, 2 médicos, 1 habilitado-contador, 1 capellán, 5 guardiamarinas, 7 contramaestres, 6 condestables, un teniente de Infantería de Marina, 2 sargentos, 4 cabos primeros, 3 cabos segundos, 2 cornetas, 34 soldados de Infantería de Marina, y 330 marineros entre los que contaban varios aprendices artilleros. Dos marineros que perdieron el buque en Tánger y que quedaron en puerto temiendo un arresto, fueron los únicos que salvaron la vida. A parte de estos dos marineros, que no se encontraban a bordo en el momento del naufragio, lo cierto es que hubo un superviviente, testigo mudo de la tragedia. Uno de los oficiales de la dotación, el alférez de navío don José María Enríquez Fernández, natural de Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, llevaba a bordo un perro terranova de su propiedad, que se granjeaba la simpatía de los tripulantes. Al ocurrir la tragedia, el asustado animal saltó a un enjaretado del crucero, pudiendo ser recogido por un buque británico, que lo adoptó como mascota. Durante algún tiempo permaneció el animal en dicho buque, hasta que un día recaló en Sanlúcar en ruta hacia Sevilla, fondeando en Bonanza, como era usual. El can reconoció inmediatamente la costa y arrojándose al agua ganó rápidamente la cercana orilla, desde donde corrió hacia la casa de los padres de su dueño, causando la natural emoción en estos.
Hubo varias hipótesis sobre la causa del naufragio. La más extendida eran las deficientes condiciones marineras del crucero, causadas, entre otras razones, por el excesivo peso de la coraza, de los cañones de 240 mm, situados a proa y popa, que provocaba, en definitiva, falta de estabilidad. A partir de entonces, en los cruceros de la misma serie, el Alfonso XIII y Lepanto, se sustituyeron los cañones principales por otros de 200 mm.
Bibliografía:
Alfredo y Elías, Vicente.: Buques de guerra españoles, 1885-1971. Editorial San Martín. Madrid, 1980.
Bordejé y Morencos, Fernando de.: Crónica de la Marina española en el siglo XIX, 1868-1898. Tomo II. Ministerio de Defensa. Madrid, 1995.
Lledó Calabuig, José.: Buques de vapor de la Armada española. Del vapor de ruedas a la fragata acorazada, 1834-1885. Aqualarga Editores. Madrid, 1997.
El Mundo Naval Ilustrado. Año II, nº 23. Madrid, 1º de abril de 1.898.
Quero Oliván, Manuel.: “A vueltas con el Reina Regente”. Aljaranda. Revista de Estudios Tarifeños. Nº 68. Ayuntamiento de Tarifa. Marzo de 2008.
VV.AA.: El Buque en la Armada española. Editorial Silex. Madrid, 1999.
Compilada por Santiago Gómez.