El motín del San Jerónimo
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Con estos malos presagios zarpó la nao el 1º de mayo de 1566 con unos 130 a 150 oficiales, soldados y marineros. Una vez en alta mar, al primer vendaval le sucedieron varias calmas y las penalidades de la vida en el mar. El piloto y sus secuaces no desaprovecharon ninguna oportunidad para soliviantar los ánimos. El primer encontronazo llegó a causa del caballo que el capitán llevaba a bordo. Algunos protestaron de la mucha agua que se gastaba en dar de beber el animal. La noche del 25 de mayo, que era muy cerrada, apareció muerto el caballo y nunca se descubrió al autor o autores de lo sucedido. Se sospechaba que la misma guardia que el capitán habían puesto para que a su caballo no le sucediera nada eran los autores. También hubo muchos reproches por la mala comida y faltas de respeto a la autoridad, a lo que el alférez Diego Sánchez y su padre respondían con crueldad, falta de tacto, injusticias e impertinencias, demostrando ser poco aptos para el mando. Los principales cabecillas de los disturbios eran el piloto Martín y el sargento mayor Mosquera, y contaban con el apoyo del soldado principal Felipe de Ocampo, Alonso Vaca, Alonso Carfate, Pedro Núñez de Solórzano, sargento de compañía, el escribano Juan de Zaldívar y los marineros Lara, Morales y Molina. A los pocos días de partir, el piloto ya había tanteado al capitán al ofrecerle poner rumbo a Nueva Guinea, pero Sánchez Pericón no le hizo caso, ni tampoco tomó ninguna medida preventiva para lo que estaba por suceder. | Con estos malos presagios zarpó la nao el 1º de mayo de 1566 con unos 130 a 150 oficiales, soldados y marineros. Una vez en alta mar, al primer vendaval le sucedieron varias calmas y las penalidades de la vida en el mar. El piloto y sus secuaces no desaprovecharon ninguna oportunidad para soliviantar los ánimos. El primer encontronazo llegó a causa del caballo que el capitán llevaba a bordo. Algunos protestaron de la mucha agua que se gastaba en dar de beber el animal. La noche del 25 de mayo, que era muy cerrada, apareció muerto el caballo y nunca se descubrió al autor o autores de lo sucedido. Se sospechaba que la misma guardia que el capitán habían puesto para que a su caballo no le sucediera nada eran los autores. También hubo muchos reproches por la mala comida y faltas de respeto a la autoridad, a lo que el alférez Diego Sánchez y su padre respondían con crueldad, falta de tacto, injusticias e impertinencias, demostrando ser poco aptos para el mando. Los principales cabecillas de los disturbios eran el piloto Martín y el sargento mayor Mosquera, y contaban con el apoyo del soldado principal Felipe de Ocampo, Alonso Vaca, Alonso Carfate, Pedro Núñez de Solórzano, sargento de compañía, el escribano Juan de Zaldívar y los marineros Lara, Morales y Molina. A los pocos días de partir, el piloto ya había tanteado al capitán al ofrecerle poner rumbo a Nueva Guinea, pero Sánchez Pericón no le hizo caso, ni tampoco tomó ninguna medida preventiva para lo que estaba por suceder. | ||
- | + | La noche del 3 de junio, mientras todos dormían, el sargento mayor Mosquera entró en la cámara del capitán con sus secuaces Lara, Vaca y Carfate, mientras otros conspiradores se apostaban en lugares predeterminados para contener a la tripulación si fuese necesario. Allí mismo asesinaron al capitán y a su hijo mientras dormían. Después reunieron a la tripulación en cubierta. Confesó el sargento que había matado al capitán y al alférez pero no mencionó las razones por las que había realizado aquella fechoría, indicando que daría cuenta de las razones al gobernador Legazpi al llegar a Cebú. | |
- | + | Según el relato del soldado Juan Martínez, éstos fueron los autores materiales de los asesinatos, los que entraron en la cámara. Según el autor Rafael Bernal, entraron en la cámara el maestre de campo Pedro Núñez de Solórzano, el sargento mayor Ortiz de Mosquera y el piloto Lope Martín. Fueran éstos u otros los autores materiales, lo cierto es que todos estaban de acuerdo en deshacerse del capitán y su hijo, y todos participaron en el asesinato de una u otra forma. Incluso los soldados y merineros que no conocían la conspiración aceptaron el hecho, ya que el capitán y su hijo se habían ganado la enemistad de toda la tripulación. | |
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- | + | De modo que quedaron los conspiradores dueños de la nao. Poco duró el entendimiento entre el piloto y el sargento mayor. Los planes del primero no eran llegar a las Filipinas, y no podía permitir que eso ocurriera, donde le estaba esperando un juicio por deserción. Al día siguiente llegó a oidos del piloto que el sargento mayor quería ponerlo preso pero que no lo hizo al convencerlo sus compañeros. Para no darle una segunda oportunidad, fue el piloto el que prendió al sargento mayor con el pretexto de haber hecho traición. Incluso convenció a Mosquera de dejarse poner grilletes para sosegar a la tripulación que estaba demasiado alterada con los últimos acontecimientos, que le haría juicio, sería absuelto de culpa y después liberado, todo de acuerdo con el escribano de la nao. El piloto había mandado desarmar a los aliados de Mosquera, pues eran otras sus intenciones. El sargento mayor pidió su liberación al entender que el juego y las bromas había llegado demasiado lejos. El piloto, sin esperar juicio ni confesión con el sacerdote, ahorcó a Mosquera en el palo mayor, cortó la cuerda y éste cayo al mar. El relato de este hecho varía en las diferentes fuentes. Según el soldado Juan Martínez, el sargento Mosquera sospechaba que pretendían prenderle y se disponía a tomar remedio, cuando fue retenido por Vaca, Lara y Morales, que le llevaron a su cámara y estuvieron comiento y bebiendo. Todo esto ocurría el 22 de junio. Entre risas y la conversación le pusieron los cepos. Como eran sus amigos, Mosquera se dejó hacer, pero en un momento dado levantó la voz y exigió que le quitaran los grilletes y le desataran las manos. A todo esto, el piloto Lope Martín le dijo que se confesara pues iba a morir por asesinar al capitán y intención de matarle a él mismo. Mosquera lo negó, y sin tiempo a que se confesara fue ahorcado. | |
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- | + | El piloto era ya dueño absoluto de la nao, sin obstáculos para realizar el plan urdido de antemano, dirigirse a la costa de China. Como ya había navegado por aquellas aguas, el piloto sabía que estaba cerca de unas islas bajas con palmeras, comenzando a buscarlas desde entonces. | |
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- | + | El sacerdote que iba en la nao, fray Juan de Vivero, intentó convencer a Felipe de Ocampo de dirigirse a las Filipinas, pero no fue posible. El ambiente en la pequeña nao era insostenible, todos tenían miedo de morir a manos de los amotinados si mostraban algún descontento con ellos, o se atrevían a hablar de lo ocurrido. El 29 de junio descubrieron tierra, era una de las islas de un atolón del archipiélago de las Marshall, pero siguieron navegando. Al día siguientes encontraron otras islas. Como estaban pobladas, cambiaron algunas chucherías por agua, cocos. Poco después, a unas cien leguas, avistaron una barrera coralina, y estuvieron a punto de naufragar, pero encontraron un canal y penetraron en la laguna interior de la isla Ujelang, la más a occidente del grupo de las Marshall. El piloto, con el pretexto de calafatear la nao e incluso de invernar allí, mando que bajaran todos a tierra con la intención de abandonar en ella a su suerte a los que no compartían sus planes de poner rumbo a la costa de China. | |
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- | + | Los planes del piloto y sus secuaces eran un secreto a voces y había muchos tripulantes que no estaban con él. Se aliaron el sacerdote, el soldado Miguel de Loarca y el contramaestre Rodrigo de Angle para conspirar contra el piloto, hacerse con el buque y poner rumbo a las Filipinas. Cada uno de estos tres personajes hablaron con otros y planearon la forma de hacerse con la nao. Incluso soltaron al marinero Bartolomé de Lara que se encontraba preso para que les ayudara, prometiéndole el mando de la nao. Los partidarios del rey izaron el ancla y comenzaron a dar voces para que embarcaran los que estaban con ellos. Unos llegaron a nado pero otros no se atrevieron por miedo a los amotinados. La nave se hizo a la vela, pero al día siguiente fondeó hasta en dos ocasiones para que llegaran los partidarios del sacerdote y del Rey. Ese mismo día se hizo la nave a la vela, dejando en tierra al piloto, Ocampo y otros 26 hombres, algunos de ellos leales al rey, pero no pudieron alcanzar los botes o llegar a nado. El nuevo comandante del galeón era el contramaestre Angle. Llegaron a las islas Ladrones, las actuales Marianas. Allí se hijo juicio contra los marineros Lara y Morales por la muerte del capitán Sánchez Pericón y su hijo. Lara había comenzado a sospechar que la promesa de darle el mando era una argucia para hacerse con sus servicios, y conspiró con el marinero Hernando de Morales para hacerse de nuevo con la nao, pero fueron descubiertos por el contramaestre Angle. | |
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- | + | La nao llegó por fín a su destino la isla de Cebú el 15 de octubre de 1566. El contramaestre Angle no era experto en navegación, pasando calamidades, de isla en isla y de temporal en temporal, hasta que tuvieron la suerte de encontrarse con una nave española que los condujo a Cebú. El gobernador Legazpi mandó hacer averiguaciones de lo sucedido, mandando ahorcar al escribano Jun de Zaldívar. Los demás sospechosos de conspiración para amotinarse fueron perdonados pues eran muchas las necesidades de las islas y todos los hombres eran necesarios. Del piloto Lope Martín y demás amotinados no se volvieron a tener noticias, suponiendo que acabaron allí sus días, en aquellas islas remotas. | |
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- | + | A pesar de los tristes sucesos, la llegada del galeón a Cebú era un acontecimiento esperanzador para los españoles en Filipinas. Ahora sabían que no estaban a su suerte, que la empresa de Salcedo y Urdaneta había tenido éxito, habían descubierto la ruta para llegar a Nueva España. Poco duraría la alegría, pues la empresa de ocupar las islas Filipinas era enorme y los desafíos muchos. El refuerzo en hombre y armas era escaso y el galeón se encontraba en tan mal estado que hubo de ser desmantelado al poco tiempo. | |
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Revisión de 07:00 31 oct 2015
El 1º de junio de 1565 salió de Cebú el galeón San Pedro con fray Andrés de Urdaneta, que era el que realmente gobernaba la nave para descubrir la ruta de regreso a Nueva España, aunque por capitán iba don Felipe de Salcedo, nieto de Legazpi. Con este galeón San Pedro llegaron a Acapulco cartas de Legazpi en las que pedía tropas y materiales para consolidar la colonización de las islas Filipinas. El virrey de Nueva España organizó en envío de todo lo necesario. Legazpi y los españoles que se encontraban en Cebú estaban en una mala situación. Eran unos 200 hombres. La isla no daba alimentos suficientes para todos y no sabían si el galeón San Pedro había podido regresar a Nueva España. Pero dieciséis meses y medio después de partir este galeón, llegó a Cebú, el 15 de octubre de 1566, el galeón San Jerónimo con pocos hombres y armas, pero con la esperanza de que el tornaviaje era posible y Legazpi podía continuar con su empresa. En este buque se produjo una de las travesías más desafortunadas, capaz de emular a la empresa del conocido bajel británico Bounty dos siglos más tarde.
La llegada del San Pedro con Salcedo y Urdaneta despertó gran alegría en Nueva España, abriendo posibilidades de riqueza por el comercio con China además de las riquezas de las Filipinas, según noticias llegadas con el galeón. Este entusiasmo provocó demasiadas prisas en el envío de lo que pedía Legazpi en sus cartas, recurriendo a lo que se tenía a mano. Llegados de las Filipinas, en Acapulco se encontraban el galeón San Pedro y el patache San Lucas pero necesitaban muchas reparaciones antes de realizar una nueva travesía hacia las Filipinas por lo que se alistó el viejo galeón mercante San Jerónimo, que se puso al mando del capitán de infantería don Pedro Sánchez Pericón, el cual llevaba por alférez a su hijo don Diego Sánchez. Por sargento mayor llevaba a don Juan Ortiz de Mosquera. Llevaba a bordo al experto piloto Lope Martín, preso por orden de Salcedo y que había llegado con el patache dos meses antes. Fue un grave error llevar a bordo a este personaje, pero no había disponible otro piloto conocedor de las aguas del Pacífico. Mucho más grave fue dejar que este piloto reclutara a parte de los marineros disponibles, los cuales serían de su confianza. A Lope Martín le esperaba un juicio por traición en las islas Filipinas, por lo que era muy improbable que las últimas intenciones del piloto fueran las de llegar con la nao a la isla de Cebú, donde a buen seguro le esperaba el juicio y la horca.
Las causas del motín y la odisea del San Jerónimo comenzaron a fraguarse meses antes de su partida. Cuando Urdaneta y Salcedo llegaron a Acapulco se encontraron con una sorpresa, que poco antes había llegado el patache San Lucas. Su capitán Alonso de Arellano y su piloto Lope Martín se hacían acreedores del descubrimiento del tornaviaje. Urdaneta y Salcedo les pusieron pleito y se les acusó de deserción y desobediencia.
Con estos malos presagios zarpó la nao el 1º de mayo de 1566 con unos 130 a 150 oficiales, soldados y marineros. Una vez en alta mar, al primer vendaval le sucedieron varias calmas y las penalidades de la vida en el mar. El piloto y sus secuaces no desaprovecharon ninguna oportunidad para soliviantar los ánimos. El primer encontronazo llegó a causa del caballo que el capitán llevaba a bordo. Algunos protestaron de la mucha agua que se gastaba en dar de beber el animal. La noche del 25 de mayo, que era muy cerrada, apareció muerto el caballo y nunca se descubrió al autor o autores de lo sucedido. Se sospechaba que la misma guardia que el capitán habían puesto para que a su caballo no le sucediera nada eran los autores. También hubo muchos reproches por la mala comida y faltas de respeto a la autoridad, a lo que el alférez Diego Sánchez y su padre respondían con crueldad, falta de tacto, injusticias e impertinencias, demostrando ser poco aptos para el mando. Los principales cabecillas de los disturbios eran el piloto Martín y el sargento mayor Mosquera, y contaban con el apoyo del soldado principal Felipe de Ocampo, Alonso Vaca, Alonso Carfate, Pedro Núñez de Solórzano, sargento de compañía, el escribano Juan de Zaldívar y los marineros Lara, Morales y Molina. A los pocos días de partir, el piloto ya había tanteado al capitán al ofrecerle poner rumbo a Nueva Guinea, pero Sánchez Pericón no le hizo caso, ni tampoco tomó ninguna medida preventiva para lo que estaba por suceder.
La noche del 3 de junio, mientras todos dormían, el sargento mayor Mosquera entró en la cámara del capitán con sus secuaces Lara, Vaca y Carfate, mientras otros conspiradores se apostaban en lugares predeterminados para contener a la tripulación si fuese necesario. Allí mismo asesinaron al capitán y a su hijo mientras dormían. Después reunieron a la tripulación en cubierta. Confesó el sargento que había matado al capitán y al alférez pero no mencionó las razones por las que había realizado aquella fechoría, indicando que daría cuenta de las razones al gobernador Legazpi al llegar a Cebú.
Según el relato del soldado Juan Martínez, éstos fueron los autores materiales de los asesinatos, los que entraron en la cámara. Según el autor Rafael Bernal, entraron en la cámara el maestre de campo Pedro Núñez de Solórzano, el sargento mayor Ortiz de Mosquera y el piloto Lope Martín. Fueran éstos u otros los autores materiales, lo cierto es que todos estaban de acuerdo en deshacerse del capitán y su hijo, y todos participaron en el asesinato de una u otra forma. Incluso los soldados y merineros que no conocían la conspiración aceptaron el hecho, ya que el capitán y su hijo se habían ganado la enemistad de toda la tripulación.
De modo que quedaron los conspiradores dueños de la nao. Poco duró el entendimiento entre el piloto y el sargento mayor. Los planes del primero no eran llegar a las Filipinas, y no podía permitir que eso ocurriera, donde le estaba esperando un juicio por deserción. Al día siguiente llegó a oidos del piloto que el sargento mayor quería ponerlo preso pero que no lo hizo al convencerlo sus compañeros. Para no darle una segunda oportunidad, fue el piloto el que prendió al sargento mayor con el pretexto de haber hecho traición. Incluso convenció a Mosquera de dejarse poner grilletes para sosegar a la tripulación que estaba demasiado alterada con los últimos acontecimientos, que le haría juicio, sería absuelto de culpa y después liberado, todo de acuerdo con el escribano de la nao. El piloto había mandado desarmar a los aliados de Mosquera, pues eran otras sus intenciones. El sargento mayor pidió su liberación al entender que el juego y las bromas había llegado demasiado lejos. El piloto, sin esperar juicio ni confesión con el sacerdote, ahorcó a Mosquera en el palo mayor, cortó la cuerda y éste cayo al mar. El relato de este hecho varía en las diferentes fuentes. Según el soldado Juan Martínez, el sargento Mosquera sospechaba que pretendían prenderle y se disponía a tomar remedio, cuando fue retenido por Vaca, Lara y Morales, que le llevaron a su cámara y estuvieron comiento y bebiendo. Todo esto ocurría el 22 de junio. Entre risas y la conversación le pusieron los cepos. Como eran sus amigos, Mosquera se dejó hacer, pero en un momento dado levantó la voz y exigió que le quitaran los grilletes y le desataran las manos. A todo esto, el piloto Lope Martín le dijo que se confesara pues iba a morir por asesinar al capitán y intención de matarle a él mismo. Mosquera lo negó, y sin tiempo a que se confesara fue ahorcado.
El piloto era ya dueño absoluto de la nao, sin obstáculos para realizar el plan urdido de antemano, dirigirse a la costa de China. Como ya había navegado por aquellas aguas, el piloto sabía que estaba cerca de unas islas bajas con palmeras, comenzando a buscarlas desde entonces.
El sacerdote que iba en la nao, fray Juan de Vivero, intentó convencer a Felipe de Ocampo de dirigirse a las Filipinas, pero no fue posible. El ambiente en la pequeña nao era insostenible, todos tenían miedo de morir a manos de los amotinados si mostraban algún descontento con ellos, o se atrevían a hablar de lo ocurrido. El 29 de junio descubrieron tierra, era una de las islas de un atolón del archipiélago de las Marshall, pero siguieron navegando. Al día siguientes encontraron otras islas. Como estaban pobladas, cambiaron algunas chucherías por agua, cocos. Poco después, a unas cien leguas, avistaron una barrera coralina, y estuvieron a punto de naufragar, pero encontraron un canal y penetraron en la laguna interior de la isla Ujelang, la más a occidente del grupo de las Marshall. El piloto, con el pretexto de calafatear la nao e incluso de invernar allí, mando que bajaran todos a tierra con la intención de abandonar en ella a su suerte a los que no compartían sus planes de poner rumbo a la costa de China.
Los planes del piloto y sus secuaces eran un secreto a voces y había muchos tripulantes que no estaban con él. Se aliaron el sacerdote, el soldado Miguel de Loarca y el contramaestre Rodrigo de Angle para conspirar contra el piloto, hacerse con el buque y poner rumbo a las Filipinas. Cada uno de estos tres personajes hablaron con otros y planearon la forma de hacerse con la nao. Incluso soltaron al marinero Bartolomé de Lara que se encontraba preso para que les ayudara, prometiéndole el mando de la nao. Los partidarios del rey izaron el ancla y comenzaron a dar voces para que embarcaran los que estaban con ellos. Unos llegaron a nado pero otros no se atrevieron por miedo a los amotinados. La nave se hizo a la vela, pero al día siguiente fondeó hasta en dos ocasiones para que llegaran los partidarios del sacerdote y del Rey. Ese mismo día se hizo la nave a la vela, dejando en tierra al piloto, Ocampo y otros 26 hombres, algunos de ellos leales al rey, pero no pudieron alcanzar los botes o llegar a nado. El nuevo comandante del galeón era el contramaestre Angle. Llegaron a las islas Ladrones, las actuales Marianas. Allí se hijo juicio contra los marineros Lara y Morales por la muerte del capitán Sánchez Pericón y su hijo. Lara había comenzado a sospechar que la promesa de darle el mando era una argucia para hacerse con sus servicios, y conspiró con el marinero Hernando de Morales para hacerse de nuevo con la nao, pero fueron descubiertos por el contramaestre Angle.
La nao llegó por fín a su destino la isla de Cebú el 15 de octubre de 1566. El contramaestre Angle no era experto en navegación, pasando calamidades, de isla en isla y de temporal en temporal, hasta que tuvieron la suerte de encontrarse con una nave española que los condujo a Cebú. El gobernador Legazpi mandó hacer averiguaciones de lo sucedido, mandando ahorcar al escribano Jun de Zaldívar. Los demás sospechosos de conspiración para amotinarse fueron perdonados pues eran muchas las necesidades de las islas y todos los hombres eran necesarios. Del piloto Lope Martín y demás amotinados no se volvieron a tener noticias, suponiendo que acabaron allí sus días, en aquellas islas remotas.
A pesar de los tristes sucesos, la llegada del galeón a Cebú era un acontecimiento esperanzador para los españoles en Filipinas. Ahora sabían que no estaban a su suerte, que la empresa de Salcedo y Urdaneta había tenido éxito, habían descubierto la ruta para llegar a Nueva España. Poco duraría la alegría, pues la empresa de ocupar las islas Filipinas era enorme y los desafíos muchos. El refuerzo en hombre y armas era escaso y el galeón se encontraba en tan mal estado que hubo de ser desmantelado al poco tiempo.