Embajada de Espana en Roma 1482
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1482 Embajada de España en Roma
Desde casi siempre la diplomacia ha sido la primera herramienta utilizada por los gobernantes, incluso para buscar el punto débil por donde atacar a un enemigo, para ello y desde antiguo se utilizó el Enviado Especial y Plenipotenciario para entablar conversaciones, pero estos estaban el tiempo necesario para ultimar su trabajo, al fin del cual regresaban a su Rey o Estado.
Casi sin lugar a dudas fue don Fernando II de Aragón y V de Castilla quien asentó las embajadas permanentes, aunque en el caso concreto de la Santa Sede, se tiene noticia de la presencia en ella de don Gonzalo Fernández de Heredia obispo de Barcelona, enviado por don Juan II de Aragón por 1475, quien al parecer prosiguió con su trabajo al llegar al trono don Fernando, la única duda es que al parecer estaba designado pero no permanente, por tener que cumplir a su vez con su cargo en la ciudad Condal, por ello ciertos autores dan por bueno al que ya fue nombrado en 1480 como permanente, el licenciado don Gonzalo de Beteta, cerca del papa Sixto IV.
Ciertos escritos dicen no poco la forma de llevar don Fernando a sus embajadores, por ejemplo les dice: «se fizo gran yerro.»; «no debiérades consentirlo.»; «estamos maravillados como lo sufristeis, que no acriminásteis cuanto se debía acriminar.»; «lo fezisteis en nuestro perjuicio.», por el contrario los tenía en gran estima aunque nunca se fiaba del todo a pesar de advertir: «…los embajadores son los ojos del Rey, pero desdichado aquel que se fiase sólo de ellos.»
Al mismo tiempo el Rey no les explicaba todos sus planes ni incluso a veces su fin, era así de precavido porque sus formas le impedían hacerlo de otro modo, de hecho consta un escrito de don Gutierre Gómez de Fuensalida, embajador en la corte de Inglaterra quien le dice: «Si le parece a V.A. que esto no se me debe a mi decir, no se maraville V.A. de aquel yerro que se haga, porque el que anda a escuras no ha de andar sin miedo de tropezar.» Éste era don Fernando en asuntos de estado.
A pesar de ser el primero en reconocer el valor de los embajadores permanentes, como precisamente la corte de los reyes Católicos era itinerante, no pensó tampoco en comprar un espacio para asentarlos, problema que se fue agudizando con los años, pues esta falta les obligaba a residir en hostales cercanos a la Santa Sede, pero sin duda alguna era en menoscabo de a quien representaban, mientras que otros países que le siguieron fue lo primero que hicieron y cuando se quiso reaccionar prácticamente no había zona cercana libre. Así fueron transcurriendo los años y a su vez los reinados de don Carlos I, Felipe II y Felipe III, por lo que ninguno le prestó la menor atención a la situación, ocupando el trono don Felipe IV se produjo el cambio definitivo.
Cuando en 1635 el marqués de Castelrodrigo logró alquilar una de las cuatro casas del palacio de los Monaldeschi, con fachada a la plaza de la Trinidad, a la cual se llegaba descendido por un terraplén algo incómodo, pero práctico por la cercanía a la Santa Sede, por donde fueron pasando diferentes embajadores. Su situación no era la más conveniente, por un lado estaba cerca del territorio francés y estos durante siglos eran enemigos de España, al otro lado se había levantado un edificio en un terreno propiedad de un español regalado al Papa, albergando la Congregación de Propaganda Fide, las Misiones, como el Papa estaba muy influenciado por franceses prácticamente estaban rodeados, aunque esto a los españoles poco o muy poco les importó.
Tanto es así que en 1646 el propietario del palacio alquilado por problemas económicos lo puso en venta, en esos momento era embajador don Íñigo Vélez Ladrón de Guevara y Tassis, VIII conde de Oñate y III conde de Villamediana. Proveniente de una de las grandes familias y muy opulenta, por disponer desde hacía siglos en su propio palacio junto a la Puerta del Sol la centralización del correo en España, razón por la que la calle del Correo (Carretas) sigue existiendo. Además había ya un antecedente cuando don Francisco Fernández de la Cueva y de la Cueva, VII duque de Alburquerque tuvo que abandonar su casa por ser desahuciado el dueño.
Pero este no era el principal problema, pues puso en marcha sus contactos y supo que los franceses querían comprar el inmueble, para ocultarlo nombraron a un testaferro llamado Pietro Mazarino, padre del ministro que manejaba la política en Francia, sumándose a ello la lentitud en decidir la corte española y lo corta que iba de efectivo, por ello muy sagazmente actuó de motu propio, decidiendo se presentara a la puja el archivero de la Embajada don Bernardino Barber.
Para conseguir fondos puso dinero de su peculio, pero no le pareció suficiente, pidiendo un préstamo en la banca de los Girolamo Bivaldi, y demandando más fondos a la Iglesia Nacional de Santiago de los Españoles, y para que nada faltar presentó el uso del derecho de retracto, consentido por la jurisprudencia pontificia. De esta forma los franceses presentaron una oferta de dieciocho mil escudos y don Íñigo veintidós mil, consiguiendo hacerse el dueño de los edificios y sus tierras colindantes, decido en la subasta celebra el 25 de enero de 1647.
Por un escrito del Embajador a la corte en Madrid sabemos: «…la descomodidad que podría haber de buscar otra casa, sino porque supe que uno de los que hablaban o tenían parte en la compra era el padre del Mazarino y que el cardenal Gabriele había tenido orden de Barberino para procurar esta casa para el embajador de Francia y fuera deslucimiento considerable si para esto sucediera haberse de salir della el embaxador de Su Majestad…El lance me ha salido bien, porque el término mío ha parecido justo, cortés y desahogado…»
Quedaba como era propio reconstruir el edificio para estar a la altura de a quien representaba, para ello comunica: «…pedazo de sitio y fabricalle, con que la casa quedara honrada y autorizada y muy envidiable en esta corte…Lo que he mudado y añadido en ella me ha acreditado de gran arquitecto.» Siendo contratado el arquitecto Antonio del Grande y para la escalera interior exclusivamente el famoso Francesco Borromini, ambos maestros del barroco italiano, bajo su tutela continuo la restauración, pero don Íñigo tuvo que abandonar su cargo por ser nombrado virrey de Nápoles, por haber surgido un levantamiento que el duque de Arcos no supo controlar, lo que sí hizo el conde Oñate, siendo sustituido en la embajada ni más ni menos que por don Rodrigo Díaz de Vivar y Hurtado de Mendoza, VII duque del Infantado quien la vio terminada, al unir las cuatro casas anteriores en un palacio barroco, pasando a disponer de 3.589 m² por planta construidos, con una superficie total en todas sus alturas de 11.000 m².
La lentitud en el proceso de traspaso se prolongó hasta 1654, para esta fecha el edificio ya estaba terminado por parte española. Por las leyes vigentes el barrio se convirtió en español, al aplicar la jurisdicción de cuartel, para ello se enviaron tropas, pues la zona estaba toda ella marcada con unos pequeños monolitos blancos con las letras ADS (Ambasciata Di Spagna), a esto protestó la curia romana, pero no se hacía otra cosa que proteger lo que la Ley autorizaba.
Mientras los habitantes de la zona tenían la protección de España y cómo no, existía el derecho de asilo, por lo que muy pronto fueron acudiendo más y más, sobre todo porque ciertas exenciones se aplicaban para mejorar la vida de los habitantes, dándose el caso curioso de fabricar pan, algo tan necesario pero que faltaba en toda Roma, decidiendo la curia negar la venta de harina a los españoles, pero no se arredraron, el embajador don Pedro Antonio de Aragón en 1662 lo comunicó a la Corte y se recibía en abundancia, por ello muy pronto se vendía el pan salado a la española fuera de la embajada al resto de la ciudad.
La curia no sabía cómo cerrar el paso al avance de la popularidad de los españoles, por ello el papa Inocencio XI por 1678 firmó la bula «Cum Alius», por ella se prohibía las franquicias de cuartel de los embajadores, pero a todos no sólo a los españoles, por ello se tuvieron que replegar unos metros, aunque no se cejó en la venta del pan ni en el apoyo a la población, por esta razón el mismo pueblo comenzó a llamarla «Piazza di Spagna» por ser la que daba su fachada la Embajada de España, y algo más tarde, a pesar de tener su nombre la iglesia francesa de la Trinidad y el mismo la plaza lo perdió en favor de España y su terraplén al construirse la escalinata, hoy muy conocida, los mismos turistas de habla inglesa la denominan «The Spanish Steps» de forma que todo el conjunto es de España. Y curiosamente escribiendo estas líneas, el Ayuntamiento de Roma ha terminado la restauración de nuevo de la escalinata, siendo inaugurada oficialmente el 21 de septiembre de 2016.
La embajada es por tanto la más antigua del mundo, pues oficialmente se nombró permanente a don Gonzalo de Beteta en 1480 por don Fernando de Aragón, el rey «Católico», dado que Venecia ya había nombrado a su embajador permanente cerca de la Santa Sede, pero como esta república pasó a formar parte de la misma Italia perdió su antigüedad.
Como es natural en sus salones se tomaron muchas decisiones, entre ellas la más notable fue el acuerdo de firmar en 1571 la concordia de la «La Liga contra el Turco», firmando los representantes de España, Venecia y Estados Pontificios, propiciando con ello el combate de Lepanto, donde el turco fue vencido librando a occidente de su gran poder y con ello salvar Europa. Por ello sufrió los mismos avatares que el país a que representa, así durante la guerra de Sucesión (1702-1712) se enfrentaron por poseerla, las tropas fieles a don Felipe V y las del pretendiente archiduque Carlos III de Habsburgo, estas se vieron obligadas a retirarse al comprobar no podían lograr su objetivo. Por el contrario en 1736 se produjo un motín en Roma en el barrio de Trastevere, las tropas pontificias los dejaron ir llegando a la plaza de España, donde la guardia española por el privilegio de policía y cuartel lo deshicieron por la fuerza de las armas.
No es una simple embajada, pues en su interior hay dos cámaras siempre preparadas para la visita de los reyes de España, el salón del Trono construido en la época de don Carlos IV y otro muy importante denominado «Salón de los Palafreneros», es en sí un gran palacio que por distintas salas, pasillos y cámaras son capaces de recibir en todo momento a los representantes oficiales españoles sin agobios. También tiene un oratorio como no podía ser menos construido por Paradisi, encontrándose bajo el altar mayor la reliquia del cuerpo incorrupto de San Letancio, uno de los jóvenes mártires de Cartago, y cómo no, como cualquier palacio que se precie tiene su fantasma, al parecer sucedió que el embajador descubrió los requiebros de «Fray Piccolo» con su esposa, por ello sin pensarlo le dio muerte y de ahí el nombre del fantasma.
Se construyó la fuente en forma de «Barcaccia» casi al pie de la escalinata, posteriormente en el centro de la plaza se levantó la columna de la Inmaculada Concepción, por ser España una gran protectora de su dogma dando un nuevo aire al entorno más majestuoso, al terminarse acudió el papa Pío IX el 8 de septiembre de 1857, para bendecir la columna y plaza desde el balcón de la Embajada, desde entonces todos los 8 de diciembre se acerca el Papa para festejar su onomástica, siendo como es lógico recibido por el Embajador.
A través de los siglos los embajadores fueron comprando por orden del Rey de turno obras de arte, entre ellas constan no menos de dos mil cuadros de autores italianos que hoy se pueden disfrutar en su mayoría en el Museo del Prado y otros, es otro aspecto de las misiones de los embajadores muy poco comentadas, pero muy fructífera para España y los españoles. La embajada dispone a su vez de una importante colección de obras de diferentes pintores, no sólo están los italianos como agradecimiento, pues así mismo se pueden visitar la de pintores españoles para ser contemplados por los italianos y comparar para contrastar, y valorar el gran trabajo de algunos de ellos, sobre sus paredes cuelgan grandes tapices y también se conservan dos esculturas de Bernini, «El alma condensada» y «El alma beata» Casi como anécdota el pintor don Diego Velázquez fue enviado por el rey don Felipe IV a la embajada, para desde ella comprar pinturas italianas, esto le llevó cuatro años y en sus ratos libres aprovechando el variopinto personal que trabajaba en ella, escogiendo a algunos como modelos plasmo «La Fragua de Vulcano» y «La túnica de José» ambos se pueden visitar en el Museo del Prado. Otro de los datos anecdóticos fue darle trabajo como traductor de francés al busca pleitos Casanova, quien un día dejó de acudir a su cita, sabiéndose más tarde era buscado por un padre en defensa del honor de su hija.
La Embajada a su vez lo es también cerca de la Soberana Orden de Malta, (recordar que la isla era española y don Carlos I se la regaló en 1539 al Gran Maestre de la Orden Jean Parisot de la Valette al ser expulsados de Rodas que, hasta entonces tenía el nombre de la Orden de los Caballeros del Hospital de San Juan de Jerusalén y de Rodas) así cumple dos comisiones en una sola embajada, a su vez el Embajador es el Gobernador de las «Obras Pías de los Establecimientos Españoles en Italia», administrando las donaciones de los españoles en los diferentes asilos, albergues, hospitales y dando sepultura a los más desafortunados de la sociedad, tanto en Roma como en Palermo.
Durante la Gran Guerra europea y sabiendo don Alfonso XIII el peligro que corría la Santa Sede, ofreció en mayo de 1915 a S. S. Benedicto XV trasladarse al Escorial, para ello le daría la extraterritorialidad para que nadie pudiera intervenir sin su permiso, manteniendo de esta forma su Estado y seguir cumpliendo con su sagrado ministerio.
Añadir que gracias al mecenazgo de don Amancio Ortega, propietario de Inditex, se restauró la fachada de la Embajada por estar en muy mal estado, coincidiendo su inauguración con la visita del papa Benedicto XVI el 8 de diciembre de 2007. El estado continuó con el resto de la restauración, por encontrarse algunos lugares en lamentable estado.
Hay una constate en la incorrecta denominación de la Embajada, llamándola «ante» la Santa Sede, pero es más correcto utilizar el adverbio «cerca» pues esa fue la razón de su establecimiento, para demostrar la cercanía de los Reyes Católicos al Papa o Santa Sede, en contraposición a la francesa del denominado Rey Cristianísimo, con cuyos embajadores hubo a lo largo de los siglos casi de todo, por intentar arrogarse privilegios que pertenecían a los representantes del Rey Católico. Siendo por ello la más antigua existente en el mundo permanentemente.
Por ella entre otros muchos han pasado 123 Embajadores permanentes; 37 Embajadores Extraordinario; 21 Embajadores de Obediencia (al Papa) y 44 Enviados y Especiales. (Los datos son al año 2000)
Notas