Aragoneses contra pisanos 26/XII/1326.
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Combate naval entre aragoneses y pisanos
Que tuvo lugar el día 26 de diciembre del año de 1326.
Una vez asegurada la isla de Cerdeña, el rey don Jaime II de Aragón quiso poner un Gobernador en aquella isla, en la que venía ejerciendo el cargo el Almirante de Aragón don Francisco Carrós, para dejar libre al Almirante y que no tuviera que solucionar tanto problemas en la mar como en la isla.
La idea no era mala, pero en el siglo XIV eso solía ser muestra de pérdida de confianza en el Monarca, lo cual no gustó nada a don Francisco, pero esto es tema a parte, ya que la razón al final fue del Almirante y no del nuevo Gobernador.
Para cumplir la orden Real se dispuso de dos galeras, las cuales fueron abordadas por el recién nombrado Gobernador de la isla de Cerdeña don Ramón de Peralta, al que acompañaban sobre unos ciento cincuenta caballeros de los mejores del Reino, ya todos a bordo zarparon del puerto de Salou el día veintiuno de diciembre del año de 1326, con rumbo a la isla, primero a remo y cuando saltó un viento favorable, se navegaba con éste y por remo a cuarteles a un ritmo de dos paladas por minuto.
El día veinticinco la galera que portaba a don Ramón de Peralta arribó a un surgidero próximo al de Bonayre; pero su compañera algo menos afortunada se retrasó y no pudo arribar, para evitar males mayores su capitán decidió quedarse algo alejado de la costa por haberse hecho de noche y no arriesgar en aguas desconocidas la nave.
Al amanecer del día siguiente la galera que estaba en la mar se encontró de pronto con doce pisanas, que iban de vuelta encontrada y no muy contentas por ser parte de los restos que el día anterior habían sido vencidas por el Almirante don Francisco Carrós en el combate de Caller estando al mando de don Gaspar de Oria, a las que les seguían otras cinco y tres leños, en total veinte buques contra uno.
Ante tan desigual encuentro era lógico que el capitán aragonés ordenara inmediatamente boga de ‹ arrancada › (cuatro paladas por minuto), pero en dirección opuesta para huir de una derrota que en nada iba a veneficiar a nadie y sí perderse muchas vidas. Fue tanta la suerte que para añadir complicaciones el viento roló en su contra, ellos cansados del combate del día anterior, sumando ambas circunstancias, convertía el intento de darle alcance en casi una quimera, por lo mucho que les costaba avanzar.
A su vez habían divisado a la galera que se encontraba a resguardo de la mar en el surgidero, así que decidieron abandonar la caza de la primera y dirigir sus esfuerzos a capturar la segunda, ya que nada indicaba que se fuera a mover de allí.
Don Ramón Peralta viendo que dejaban de perseguir a su compañera y que aproaban con rumbo al surgidero, reunió a todos los caballeros y les dijo que las posibilidades de éxito eran imposible, ya que sólo se les venían encima veinte buques cargados de hombres, pero todos decidieron combatir sin tregua, defendiendo su Rey y su Pabellón hasta morir, por lo que se prepararon las pavesas y se proveyeron de todo el armamento posible dispuestos a cumplir su palabra.
Arribó a ellos la escuadra y les atacaron con cuatro galeras, que intentaron pasar al abordaje, pero fueron rechazadas totalmente, no se anduvieron con complejos y éstas fueron sustituidas por otras cuatro, que igualmente fueron rechazadas después de dos intentos de abordaje, viendo que no podían con la galera aragonesa, reanudaron un nuevo ataque esta vez con seis, pero al igual que las veces anteriores fueron también devueltos a sus naves los pisanos y no muy bien tratados.
Incrédulos los enemigos de lo que estaba sucediendo, lo intentaron de nuevo, pero está vez con palabras, conminándoles a darse por vencidos y rendidos, a lo que Peralta les respondió: «Que hicieren su deber, que él sabía cumplir el suyo »
Esto enfureció a los pisanos, así que Oria dio orden de dividirse en cinco formaciones y se lanzarse todas a la vez contra la galera, recibiendo ésta el ataque por proa, popa, los dos costados y por un hueco la quinta formación por la amura de proa siniestra.
Los aragoneses parecían estar en todas partes al mismo tiempo, mientras unos apagaban el incendio de las velas, el resto corría por la cubierta para reforzar los diferentes ataques, siempre acudiendo al punto de más riesgo, cuando en ese punto ya estaba controlada la situación, volvían a acudir en apoyo de otro punto de la galera que en ese momento sufría el envite enemigo, al mismo tiempo, cuando alguno de los caballeros caía herido era llevado a un punto más seguro, pero desde el cual seguía apoyando a sus compañeros con su ballesta, que a forma de franco tiradores no era poco el apoyo que significaban, manteniéndose en esa situación hasta que sus fuerzas les impidieran continuar.
Sabedores de que todo era aprovechable, cuando un dardo enemigo se clavaba en la empalizada o daba en alguna madera, éste era arrancado y puesto de nuevo en la ballesta, desde donde lo devolvían al enemigo, igualmente si alguno daba en los cuerpos de los caballeros en los lugares no protegidos por la armadura, se lo desclavaban y efectuaban la misma operación, por lo que todo esto visto por los enemigos les iba restando valor y moral.
Una de la galeras enemigas, dispuesta a todo para acabar con aquella tragedia, se dirigió a boga arrancada contra la aragonesa y lanzó innumerables arpeos para aferrarse, para conseguir al menos servir de puente al resto, pero la reacción de los caballeros fue inmediata, se lanzaron con todas sus fuerzas, unos a picar los cables de amarre, otros a lanzar todo tipo de piedras, hierros e incluso trocos, mientra otro grupo lanzó unos cabos que se enredaron en el palo mayor de la galera enemiga, y comenzaron a tirar de ellos con tanta fuerza que la nave perdió estabilidad y se vinieron sobre la banda todos sus tripulantes, consiguiendo que por el peso el vaso escorará tanto y al estar el casco muy mal tratado por el golpe de la embestida a la aragonesa, éste se abrió y se fue a pique en muy pocos minutos.
Esto determinó que se limitaran a separase y lanzar todo tipo de armas arrojadizas sobre la galera aragonesa, pues parecía imposible la resistencia del casco y su dotación la convertía en inexpugnable. Pero incluso esta forma de combatir era contraria a los enemigos, ya que la galera aragonesa era gruesa (de las de más de veintiséis remos) y las enemigas bastardas (de entre veintidós y veinticuatro), por lo que al recibir los impactos de estas armas si impactaban en la pavesa eran devueltas al enemigo, añadiéndose que la aragonesa era más alta de borda por su mayor tamaño, lo que la convertía en casi un mirador sobre la enemiga quedando todos sus enemigos a la vista y lo peor al descubierto de las armas aragonesas, y dado el número de enemigos amontonados sobre sus galeras era casi imposible fallar.
Sin saber muy bien donde estaba el fallo de sus ataques, faltos ya de materiales arrojadizos e incluso de simples dardos, decidieron pasar a otra táctica que no era otra que la de embestir con sus proas todos a la vez a la aragonesa, así que enfurecidos por su fracaso se separaron del vaso aragonés, viraron y a boga arrancada se abalanzaron sobre ella, no dejando de hacerlo hasta ser frenados por la estructura de la galera.
La aragonesa soportó perfectamente el choque, mientras que las enemigas salieron todas sin espolón, (las pocas que aún lo tenían), viendo que ni así se podía partir el vaso, cada capitán pasó a mandar sucesivos ataques igualmente bien soportados por la galera aragonesa, ya que era de forma individual pero el mismo procedimiento, convenciéndose por fin que de esta forma era imposible doblegar la pertinaz resistencia de los caballeros de Aragón.
Ya había comenzado a anochecer y esto les indicó que la caza había terminado, pues sus galeras estaban todas en muy malas condiciones, ya que sus proas estaban destrozadas y si la mar se embravecía se irían a pique sin remedio. Así maltrechos los vasos, fuera de si los capitanes que no lograban entender tan poderosa defensa, agotados los combatientes y totalmente desmoralizados, bogaron para ir separándose de la invencible galera aragonesa y abandonar el mar del combate, dejándolo por los aragoneses.
El combate duró nueve horas, se recibieron ocho ataques, los gibelinos perdieron una galera y seguro a más de quinientos hombres; doscientos solo con el hundimiento de la galera, transportando al comenzar el combate los veinte vasos mencionados, a dos mil quinientos hombres de armas. Por parte de Aragón, quedó la misma galera y con la pérdida de un muerto y cuarenta heridos, de los casi doscientos que iban en ella. Los ciento cincuenta caballeros, más algunos sirvientes de ellos.
No sabemos si en los anales de la Historia Naval existe un caso siquiera parecido. Es casi imposible creerlo de no ser por estar documentado por los escritos de varios de los caballeros, así como el que envío don Ramón de Peralta a su Rey y que se encuentra en el Archivo del Reino de Aragón.
Bibliografía:
Salas y González, Francisco Javier.: Marina Española de la Edad Media. Imprenta Ministerio de Marina. Tomo I, 1925, 2ª Edición. Tomo II, 1927. Edición póstuma.
Zurita, Jerónimo.: Anales de la Corona de Aragón. C. S. I. C. Institución “Fernando el Católico” Zaragoza 1967. Facsímil de la Edición Príncipe de 1562 y la mejorada de 1585.
Compilado por Todoavante.
Publicada en la Revista General de Marina, en el cuaderno del mes de abril del año 2010, páginas 413 á 416.