Bazán y Guzmán, Álvaro de6
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Revisión de 11:05 13 dic 2018
Los señores y caballeros fueron ejecutados y el resto por falta de espacio para cumplir la sentencia fueron ahorcando en los mismos buques, de vergas y palos.
El Marqués también escribe al Rey, para darle la información que es necesaria, para que esté como era su costumbre al tanto de todo lo ocurrido. La carta dice:
Las bajas francesas, se pueden calcular entre los dos mil quinientos y tres mil hombres, de ellos mil quinientos muertos, incluido el almirante Strozzi, que falleció de resultas de sus heridas anteriores y también falleció el conde de Vimioso. Pero estos datos son del combate, debiendo fallecer muchos más en su viaje a Francia.
Pero si el desastre fue importante en lo material y personal, lo peor fue la consecuencia al valor moral, que les dejó en desmayo absoluto, ya que a pesar de las pérdidas, aún continuaban teniendo una abrumadora superioridad numérica, que en ningún momento supieron o quisieron aprovechar y la demostración de esto, es que su armada quedó completamente dislocada y sin conexión entre ellos. Hay constancia de que la derrota fue casi total, ya que de los sesenta buques iníciales a Francia solo regresaron dieciocho. Esto sin haber podido entrar en combate la escuadra de Andalucía.
Por su parte los españoles sufrieron un total de doscientos veinticuatro fallecidos, más quinientos cincuenta y tres heridos, sin perder a ningún buque en el encuentro, si bien el galeón San Mateo, que fue el centro del combate, su casco estaba acribillado pero soportó estoicamente el castigo, a más de haber quedado mocho como un pontón y habiendo sufrido entre su dotación, ciento catorce bajas en total, a esto hay que sumar los cuatro buques que se vieron en medio del combate, que también habían sufrido sus cascos, arboladura y la pérdida de algunos hombres.
A parte de las bajas ya mencionadas con posterioridad fallecieron muchos más, pues la escuadra no los pudo dejar en tierra hasta pasados cinco días del combate, por tener los vientos contrarios, lo que se convirtió por falta de espacio e higiene en las típicas infecciones que hicieron su fatal trabajo. A lo que hay que añadir que las heridas que debían producir los arcabuces a corta distancia tendrían muy mala solución, por la cantidad de los distintos materiales que se cagaban en ellos y por la dispersión, que se traduciría al golpear el cuerpo en múltiples y diversas trayectorias, de muy difícil seguimiento para un cirujano y afectar a órganos que para la época eran imposibles tocar.
(Este combate está clasificado por los historiadores como el segundo más importante del siglo XVI, después del de Lepanto. En él, el Marqués de Santa Cruz, decidió dar un cambio a la guerra naval y adoptó una formación, que deshizo las previsiones del enemigo, pues no utilizó el despliegue de la clásica media luna, a ello se sumó que su previsora disposición, si bien al principio pareció fallar, pero el galeón San Mateo retrasado se convirtió en el cebo, que tan afortunadamente él había preparado en su centro, por eso el galeón solitario fue el que soportó el mayor peso del combate, pero ello le permitió llevar a cabo su primogénita idea, por lo que el encuentro se realizó como Bazán había previsto, de ahí el éxito obtenido; además de demostrar palpablemente, que aún entrando en combate con inferioridad numérica, era posible la victoria si se hacían las cosas bien, pues ya se daba por descontado, la efectividad de los Tercios embarcados y la mucha mar navegada de sus capitanes con sus tripulaciones.)
Enterado don Álvaro por un correo del Rey de la próxima llegada a las islas de una Flota de Indias, prosiguió desembarcando a los heridos, dejando a su vez soldados que en total sumaron dos mil en la isla de San Miguel, zarpando de inmediato a la espera de la Flota, la cual encontraron y dieron protección hasta la bahía de Cádiz, puesta a salvo viraron con rumbo al cabo de San Vicente para doblarlo, arribando a la ciudad de Lisboa donde les esperaba el mismo don Felipe II, siendo recibidos con toda pompa y fiestas. Siéndole concedida por su gran victoria, la Encomienda de León de la Orden de Santiago.
El Rey de nuevo tuvo noticias de un nuevo armamento en Francia, facilitado por la Reina Madre y el mismo Rey siguiendo sus órdenes. Las pretensiones iníciales eran enviar una flota compuesta por más de cien velas, pero ante el fracaso anterior nadie les seguía, razón por la que al final solo pudieron reunir y enviar una escuadra con catorce galeones, con otras velas de transporte, que llevaban a bordo un ejército de dos mil hombres, al mando del gobernador del Dieppe señor Chartres.
Estos arribaron a la isla mucho antes, nada más hacerlo se prepararon para el enfrentamiento, construyendo varias fortalezas y con las cien piezas de artillería que llevaban, fueron colocadas donde más podían ofender y así estaban ya concluidas las obras a la llegada de los españoles.
Pero antes de saber este punto final, don Felipe II, por carta a don Álvaro fechada el día 10 de febrero del año de 1583 en la misma Lisboa, (donde se había desplazado para asegurarse personalmente del nuevo armamento) le ordena formar una nueva escuadra, compuesta por: dos galeazas, doce galeras, cinco galeones, treinta y un pataches, zabras y carabelas, más unos buques a remolque, (que eran los lanchones de desembarco, con una porta plana en proa la cual por un sistema de polispasto, se elevaba y pegaba a los costados evitando la entrada de agua; soltando los cabos por su propio peso caía hasta tocar el fondo, dejando así el paso libre a las tropas para su desembarco, teniendo muy poco calado en toda ella y de fondo plano) siendo en total noventa y ocho buques, con una dotación de de seis mil quinientos treinta y un hombres.
El ejército estaba formado por los Tercios del Maestre de Campo don Lope de Figueroa, don Francisco de Bobadilla, don Juan de Sandoval, del coronel alemán don Gerónimo de Londron, la compañía de los italianos al mando de don Luzio Linatello y otra compañía de portugueses al mando de don Félix de Aragón, siendo en total trece mil trescientos setenta y dos efectivos, a los que había que sumar, los dos mil que había dejado el año anterior en la isla de San Miguel. Por los datos S. M. quería terminar con el asunto cuanto antes. A esto hay que añadir que alrededor de otros nueve mil portugueses se habían incorporado a la defensa de las islas, por el llamamiento de don Antonio Prior de Crato.
Terminada de armar la escuadra a gusto del Marqués que no dejaba nada al azar, zarpó de Lisboa el día 23 de junio, por el viento de terral la nave Santa María del Socorro quedó embarrancada, no pudiendo salir de la desembocadura del Tajo, quedando así hasta la pleamar de la noche en que puesta a flote continuando viaje en solitario, el viento era muy flojo y las naves no avanzaban por ello don Álvaro el día 26 envío mensaje a don Diego de Medrano, a la sazón general de las doce galeras, diciéndole: «…habiendo buen tiempo no parece que conviene que por aguardar la conserva de las naos ni por otra causa ninguna hayan de perder las galeras ni una sola hora de tiempo con que pudieren mejorarse, pues en tal golfo de tal mar, lo mejor es pasarlo presto…» Recibido el mensaje, las galeras de pusieron a la boga por cuarteles y se fueron alejando del conjunto de la escuadra.
Al día siguiente, 27 la nave Santa María de la Costa perdió el timón quedando al garete, el Marqués dio orden a los pataches que se abarloaran y trasbordaran la carga de la nave a ellos para repartirla entre todos, de esa forma no se perdía nada, realizándose el trabajo en muy corto espacio de tiempo, de hecho el grueso de la escuadra no recogió velas, por lo que los pataches les dieron alcance, uniéndose de nuevo a la escuadra. Los marineros, carpinteros y calafates, se pusieron a trabajar de inmediato, consiguiendo en poco tiempo construir una larga y dura espadilla, con la que a duras penas podían maniobrar, pero no cejaron por ello y arribaron 10 días más tarde que el resto a la isla, pero lo consiguieron.
Las galeras arribaron a la isla de San Miguel el día 3 de julio, el resto de la escuadra lo hizo el día 14, repartiéndose entre los puertos de Villafranca y Punta Delgada, donde hicieron aguada y cortaron leña para los servicios de los buques, al mismo tiempo se embarcaba el Tercio de don Agustín Iñiguez (el que se había quedado en la isla el año anterior, pero ya todos recuperados), zarpando el 19 de julio con rumbo a Angra, que es la capital de la isla Tercera. El 21 arribaron a su vista, don Álvaro quiso como siempre saber la fuerza y poder de los enemigos, dando orden al capitán del galeón San Martín, que pusiera rumbo a la costa, al estar a tiro de cañón comenzaron a disparar los enemigos, pero el Marqués dio orden de continuar, así a cierta distancia confirmó el poder del enemigo, al terminar de revisarla por completo dio la orden de regresar al punto donde se encontraba la escuadra.
Para evitar una matanza como la anterior, don Álvaro quiso probar fortuna de evitar la guerra, para ello escribió un documento, que entregado a «un soldado honrado y un trompeta, lo leyeran en voz alta», el citado documento dice:
El 28 de julio la escuadra española procedió a probar la fuerza de las murallas y su artillería, así que acercándose lo suficiente comenzó un tremendo fuego, lo que convenció a don Álvaro a decidir que ante aquellas murallas, en las que habían más de trescientas piezas de todos los calibres no era aconsejable intentar el desembarco, transcurridas dos largas horas de intercambio de fuego dio la orden de retirarse. Esta decisión los enemigos que estaban en la ciudad se la tomaron como sentimiento de miedo del Marqués, pero lo que no sabían era que su intención era saber a qué poder se enfrentaba y había quedado patente.
Esa noche y contra toda costumbre de la guerra hasta la fecha, don Álvaro dio la orden de arrumbar a una pequeña cala llamada Das Molas (Las Muelas) que en su inspección anterior había descubierto, al llegar ante ella dio la orden de comenzar a trasbordar tropas a las galeras, zafras y pinazas, ya casi al amanecer del día 26 de julio (aniversario de la victoria del año anterior) las galeras comenzaron a acercarse a la pequeña playa existente, empezando el desembarco sobre las tres de la madrugada desde las pinazas; en la playa habían cuatro compañías de infantería francesa y portuguesas, siendo descubiertos por los enemigos comenzando un furioso fuego, que al principio era respondido desde las galeras para proteger a los infantes españoles.
Las tropas que iban en ellas eran todas del Tercio de don Lope de Figueroa, hombres bien curtidos en la guerra de entre cubiertas. Por el fuego de esa primera línea de defensa, se percataron los que estaban con la artillería en las lomas cercanas, dando principio al bombardeo de las galeras, ya que se distinguían por el fogonazo de los disparos de sus piezas. Al piloto de la galera de don Álvaro, una bala de cañón le llevó la cabeza, se percató de ello y girándose al piloto mayor le grito: «¡Arranca, arranca!» Al mismo tiempo que le señalaba la playa ya cercana. El piloto le contestó; «Señor estamos muy cerca; nos van a echar a fondo» A lo que don Álvaro le replicó: «Por eso, acercaos más, y encallando no nos ahogaremos» Esta decisión significó la victoria, ya que todos llegaron a la playa y al hacerlo, se consiguieron dos cosas, primera salir de la enfilada de la artillería de las alturas, su depresión no les permitía hacer fuego efectivo sobre ellos, y segunda, por orden de don Álvaro, se desmontaron las piezas ligeras de artillería de las galeras y con estas ofendieron de firme a los de las trincheras.
Los infantes se lanzaron a la carrera contra ellas, disparando sus arcabuces causando gran cantidad de bajas, por lo que los enemigos se replegaron a posiciones más seguras, lo que dejó espacio para que el resto de los buques fueran desembarcando al total de los cuatro mil hombres que transportaban, ya comenzaba a amanecer y don Álvaro se mantenía en lo alto de la arrumbada de su galera dirigiendo el desembarco, al verlo concluido puso el pie en la playa y ordenó a don Lope que alguna unidad cortara el camino de enlace entre la posición y la ciudad de Angra, para impedir que les pudieran llegar la petición de auxilio, al mismo tiempo que otras compañías ascendían a la cumbre y acababan con los que allí se encontraban, girando la artillería enemiga para cubrir el avance de las tropas propias. El combate fue recio y sangriento, ya que los soldados francesas eran viejos de su ejercicio, lo que impedía vencerlos con facilidad por ser combatientes expertos, a lo que se sumaba que al estar más tiempo en la zona eran mejores conocedores del terreno.
Los enemigos viéndose desbordados se hicieron fuertes en unas lomas a unas seis millas de distancia y más cerca de la ciudad de Agra, ante esto los capitanes dieron la orden de avanzar desplegados en guerrilla, pero no todo fue tan fácil, ya que mediado el día llegaron los refuerzos desde Angra y Praya, que en número de cuatro mil reforzaron a sus compañeros, ocasionando con este refuerzo se sufrieron muchas más bajas por ambas partes, ya que sobre todo los franceses eran de los buenos guerreros.
Una crónica de este día nos dice: «…ya que empezaban a cargar muchos enemigos a los nuestros escaramuzando con ellos tan valerosamente, hasta ponerlos tres cuartos de legua más lejos de la marina…peleando siempre muy valerosamente dando cargas y recibiéndolas, ganando o perdiendo los nuestros eminencia de manera que fue menester que el Marqués, que estaba al frente de sus escuadrones se mejorase dos veces con ellos para dar calor a su arcabucería…»
Esta misma noche descansando las armas y los hombres que buena falta les hacía, durmieron al raso con la lógica guardia en una zona despejada y alejada de árboles, y puntos altos. Pero pronto fueron aumentando las fuerzas por haber desembarcado muchas más tropas españolas. Viendo los enemigos que a pesar de lo rudo del combate tenían que retroceder pensaron en la treta anterior, que les dio la victoria, no siendo otra que al amanecer del día 27, se despertaron con el ruido producido por los disparos de los arcabuces, para provocar una estampida de las reses, siendo su número aproximado de unas quinientas que se les venían encima, pero: «…el Marqués dio la orden a las mangas que no disparasen a las vacas, antes les hiciesen camino llano y largo para que pasasen sin desordenarse, y que, en pasando, tornasen a cerrar como estaba…» Maniobra muy apropiada y que no ocasionó ningún daño a los infantes, pero tampoco les sirvió de nada a los enemigos, por ser ya conocida esta forma de actuar. (En la guerra siempre hay que dejar un punto a la improvisación, éste suele ser la inflexión entre la derrota o la victoria)
Viendo esto, don Álvaro envío a quinientos arcabuceros a conquistar la ciudad de Angra, mientras que él y don Lope formaron dos columnas dividiéndose, don Álvaro siguiendo el camino abierto por sus arcabuceros rompiendo toda resistencia, y mientras don Lope conquistaba la villa de San Sebastián. Al romper los arcabuceros la resistencia de la ciudad detrás entró don Álvaro con sus tropas dando la orden de preservar las iglesias y monasterios, el resto tenían permiso de saco. (Siempre cumpliendo la orden de S. M.)
Él se dirigió al puerto y allí se encontró con treinta y cuatro buques, al mismo tiempo que por señales se le indicaba a la escuadra que ya podía entrar en él, por lo que fueron quienes se encargaron de rendirlas todas. Los habitantes antes de llegar las primeras tropas españolas habían abandonado la ciudad. Siendo el resultado de mil seiscientos hombres cautivos, más de trescientas diez piezas de artillería más los treinta y cuatro buques, entre ellos dos ingleses piratas allí refugiados. Dando por concluida la toma de la isla.
Al ver el abandono de la ciudad por sus habitantes por temor a represalias, don Álvaro ordenó leer una carta, por la que todos los vecinos que no tuvieran nada contra el Rey de España y no hubieran tomado las armas en su contra, podían regresar sin temores. Al mismo tiempo se abrieron las cárceles de la ciudad, siendo cuarenta y dos españoles y veinte portugueses los puestos en libertad, a parte del capitán don Juan de Aguirre, que al llevar el parlamento fue capturado el año anterior. Llevándose una gran alegría don Álvaro al verlo vivo, pues conociendo el sistema de los franceses y portugueses lo daba por muerto.
Quedaron unos centenares de franceses y portugueses en la isla al mando de su jefe Chartres, que se hicieron fuertes en una zona que ya tenían prevista con trincheras y algunos cañones, pero ante el total de fuerzas que habían terminado de desembarcar, que serían entorno a más de once mil hombres más lo cuatro mil ya desembarcados, no podían esperar tener más solución que la muerte.
Como esto a nadie le gusta, intentaron parlamentar con don Álvaro, pero éste se negó en redondo, aduciendo que ya les había dado la oportunidad de hacerlos, así que ahora no había otra que combatir a muerte. Pues no solo pedían el parlamento sino que exigían les dejaran salir de la isla embarcados en sus naves, con sus armas y sus banderas. Ante semejante proposición, la tajante respuesta de don Álvaro les obligó a bajar sus pretensiones, por lo que volvió otro parlamentario, comenzando su perorata, pero el Marqués le cortó en seco, diciéndole que no había más condición que: «…doscientos de ellos habrían de pasar al remo, sus armas, banderas, pífanos y municiones rendidas, y el resto con lo puesto serian embarcados en buques españoles y transportados a Francia, pero para garantizar que no eran allí tomados, se reservaba la entrega de Jefe y varios caballeros, que serían puestos en libertad al regreso de las naves» viendo la firmeza de don Álvaro se rindieron el 3 de agosto, siendo embarcados el 12 con rumbo a su país.
Así se hizo, abordaron las naves vizcaínas con sus capitanes y tripulaciones (por ser las que mejor conocían aquellas aguas y costas) siendo las responsables de transportar a los vencidos, mientras se embarcaban Chartres y los caballeros fueron a besar la mano de don Álvaro, quien los recibió con las solemnidades propias de unos valientes vencidos. Quedaba por prender al promotor de toda esta guerra, don Manuel Silva, Conde de Torres-Bedras, que era el Gobernador nombrado por el Prior de Crato don Antonio. Iba a escondidas en busca de poderse embarcar en cualquier nave que le alejara del peligro, subiendo y bajando montañas vestido de labriego, pero un soldado perteneciente a una de las compañías, que don Álvaro había enviado a pacificar el resto de la isla al mando del maestre de campo don Francisco de Bobadilla, lo encontró debajo de un árbol durmiendo. (Mal despertar tendría).
Para no perder tiempo ya había dado los poderes para comenzar los juicios al licenciado Mosquera de Figueroa, quien se puso el mismo día a ello revisando a todos y cada uno de los encausados, para ir abreviando y hacer justica con tiempo para razonar. Por otro lado dio el mando a don Pedro de Toledo de unas unidades navales y tres mil trescientos hombres de los Tercios, quienes en poco tiempo y casi sin enfrentamientos, pusieron bajo la soberanía del Rey de España, las islas de San Jorge, Fayal, y Pico. De igual forma envío a don Jerónimo de Valderrama a pacificar las islas del Cuervo y Graciosa, en las que no tuvo oposición e igualmente se incorporaron a la Corona de España.
Como ejemplo de un largo documento, referente a los cargos del juicio y sus sentencias transcribimos la del Gobernador, que dice: «Manuel de Silva, que se intitula conde de Torres-bredas, por tirano, matador, alvorotador, rovador y recojedor de Herejes, fue degollado, y la cabeza puesta en la plaza pública colgada en el lugar en donde él mandó poner la cabeza de Melchor Alonso Portugués, porque dijo que era su Rey natural la Majestad del Rey Phelipe nro. Sr.» Todo ya pacificado, dejó de Gobernador de las islas con capital en la Tercera al maestre de campo don Juan de Urbina, con una fuerza de dos mil hombres, también eligió al corregidor, los jueces y regidores del resto de islas. Y como demostración de aprecio, entregó las fincas confiscadas a los extranjeros para ser entregadas a las viudas de los muertos locales en acción al servicio de don Felipe II.
Todo ya en su sitio sin miedo a nuevas intentonas, zarpó del puerto de Angra el 17 de agosto, al poco de salir a la mar rolaron los vientos a contrarios impidiendo avanzar a la escuadra con la velocidad normal, pues no quedaba otro remedio que navegar dando bordadas, obligando a un trabajoso esfuerzo a las dotaciones para mantenerse a rumbo, de hecho se avistó el 13 de septiembre el cabo de San Vicente, consiguiendo tirar las anclas frente a la ciudad de Sevilla el 15 siguiente, por lo que casi duró el viaje de regreso un mes. La entrada en el río Guadalquivir fue triunfal, ya que se llevaban las cuarenta y seis banderas capturas arrastradas por sus aguas, a lo que se sumó el estruendo de las salvas mutuas de los fuertes y los buques, acudiendo a recibirlo prácticamente todos los habitantes de la ciudad.
Así concluyó una dura campaña que se extendió a lo largo de tres años, contra las fuerzas unidas de Francia, Inglaterra y Portugal. Donde de nuevo don Álvaro estuvo a mucha más altura que sus enemigos, demostrando que hay que ejemplarizar ciertas acciones para evitar males mayores, aparte de recibir las consiguientes órdenes de su Rey, por otra, en esta última jornada demuestra que podía ser muy benévolo, cuando el enemigo de verdad estaba rendido y desesperado, concediendo la libertad a muchos, que en otras ocasiones y a la inversa no le habrían correspondido de igual forma. Por eso sencillamente era un gran hombre, no actuaba nunca por envidias ni utilizaba ningún tipo de bajezas, siempre dando la cara y muy alta, al frente de sus hombres, tanto en la arrumbada de su galera o en el Tercio de mediana de su galeón, como cuando echaba pie a tierra siempre iba en cabeza. El ejemplo siempre ha sido la mejor lección.
Cuando arribó don Álvaro a la ciudad de Sevilla y desembarcó se le entregó una carta del Rey, en la que le comunicaba se hiciera llegar a la Corte, se puso en camino inmediatamente con postas atravesando aquellos caminos que entonces se conocían como de «Herradura», pues por ellos solo podían caminar los equinos bien en solitario o bien tirando de una carreta o diligencia. Llegado a la Villa y Corte, se presentó en Palacio donde don Felipe al recibirlo, le ordenó que se cubriera, pues lo había nombrado Grande España y como a tal pasaba a tener el tratamiento de «primo» y el permiso para estar delante del Rey cubierta su cabeza, como distinción de máximo honor hacía su persona. A parte de comunicarle personalmente este nombramiento, lo que realmente quería era conocer de primera mano las ocurrencias de la jornada de las Azores.
(La concesión de la Grandeza de España fue la Gracia conseguida por tan brillante victoria. A parte de confirmarlo como Capitán General del mar Océano. No hemos encontrado la fecha exacta de la misma, pero por la que arriba a Cádiz don Álvaro y su posterior viaje por tierra hasta la Villa y Corte, debió de ser a finales de septiembre o principios de octubre. Aunque muy bien podría estar fechada oficialmente, en la misma fecha de la victoria total de las islas Azores y como signo de conmemoración, siendo el 3 de agosto de 1583)
Don Lope de Vega siempre atento a las acciones del marqués, le dedica una obra titulada «La nueva victoria del Marqués de Santa Cruz» en ella se encuentra lo siguiente:
«Los que soberbios asisten
sobre las Islas Terceras
al Marqués de Santa Cruz
muestran las rebeldes fuerzas
más el famoso Bazán
levantando la bandera
del segundo rey Felipe
así dice, así pelea:
¡Cierra, España! ¡Cierra! ¡Cierra!
A la cruz de su apellido
las confiadas banderas
no tremolan por el viento
más tremolas porque tiemblan.
Disparó la Capitana,
responden el mar a las piezas,
y el Marqués sobre la popa
dice, en la dicha otro Cesar:
¡Cierra, España! ¡Cierra! ¡Cierra!»