Vea, Antonio de Biografia

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Biografía de don Antonio de Vea

Navegante y capitán de Mar y Guerra.

Gobernador General de Mar y Tierra del Mar del Sur.

Pues de él y como costumbre se desconoce casi todo, solo una expedición de la que fue nombrado su Jefe, la cual transcurrió a caballo de los años de 1675-1676 al estrecho de Magallanes.

Se encontraba por casualidad en Lima con licencia para recuperarse de sus dolencias, producidas por el continuo navegar entre las Antillas y el seno mejicano, siendo su último cargo el de jefe de las costas de Portobelo, por Panamá.

El virrey del Perú, don Baltasar de la Cueva Henriquez, Briaz, Saavedra, Pardo, Tavera y Ulloa, Conde de Castelar, Marqués de Malagón, etc., había recibido noticias alarmantes de los gobernadores de Chile y Buenos Aires, que le comunicaban la presencia de ingleses en el estrecho de Magallanes, con la intención de bloquear el paso de todo buque español.

Por esta razón convocó Junta de Guerra, en la que se decidió todo lo que se debía de hacer, así se le otorgó a Vea el título de Gobernador General de Mar y Tierra, se determinó alistar un nuevo navío por nombre Nuestra Señora del Rosario y Ánimas del Purgatorio, nombrando capitán del bajel a don Pascual de Yriarte.

El navío se terminó de alistar en el Callao, llevaba en la cubierta por cuarteles dos barcos longos (1) y un bote, para permitir sondear las zonas desconocidas y saber si el navío podía pasar por ellas, se dotó con ciento ochenta hombres de mar y guerra, cuatro pilotos y dos ayudantes, se embarcaron mosquetes, arcabuces, carabinas, chuzos, alcancias (2) y las municiones y armas blancas para las tropas, el navío fue armado con ocho cañones pequeños y dos para ser embarcados en los barcos longos y como Piloto Mayor el capitán Guillermo Bautista de Chavarría.

Recibió las órdenes del virrey quien le indica que la ruta a seguir es: « Rumbo a Chiloé, al llegar se lanzarían al gua los barcos longos y junto a varias piraguas de indios penetrarían en el intrincado archipiélago y proseguirán viaje barajando la costa hasta el estrecho de Magallanes, al mismo tiempo el navío saldría de Chiloé, para navegar alejado de la costa y comprobar en las islas de fuera que no había establecimientos ingleses »

Ya todo repasado y alistado se hizo a la vela desde el puerto del Callao, el día veintiuno de septiembre del año de 1675, el navío se dirige a la isla de Juan Fernández, donde arriba el día tres de octubre, conversa con indígenas y no habían visto a nadie, descansan unos días y zarpan con rumbo a Valdivia, al intentar entrar en el puerto de Chacao dio un fuerte golpe contra una roca, como consecuencia sufrió graves daños en los fondos, se mantuvieron sobre ella hasta sobrevenir la pleamar, momento que izaron todas las velas y pudo zafarse, pero el agua entraba tan rápida que no hubo más remedio que varar en la playa para no perder el navío.

Comenzó el duro trabajo de aligerar el buque, comenzando por poner en el agua a los barcos longos, luego se fue trasladando todo el material de repuestos que llevaban, alimentos y aguada por último la artillería, una vez conseguido que fuera menos pesado se lanzaron cables y todos desde tierra a través de ellos tirando del navío se consiguió ponerlo casi sin tocar el agua y a la banda, para que fuera fácil el trabajo de carpinteros y calafates, sobre todo en la bajamar.

Decidió Vea salir con los barcos longos, para ello ordenó a don Pascual de Yriarte, que si se podía reparar el navío que se esperara a ello, de lo contrario que se hiciera llegar a Chiloé y embargar un navío adecuado para proseguir viaje al Magallanes, si lo conseguía que regresase a Chacao y allí se encontrarían.

El día diecinueve de noviembre zarpa Vea con rumbo a Chiloé donde arriba el día veintidós siguiente, allí distribuye a la gente, en total eran setenta españoles y sesenta indios, embarcan en los barcos longos y los indígenas en nueve de sus canoas; se repartieron los víveres, que eran cien arrobas de bizcocho, cien fanegas de harina de cebada, veinte de habas, alguna harina de trigo, veinte arrobas de tocino y carne fresca para ocho días; los indígenas por su parte llevaban su propia comida.

Escribe unas instrucciones para los capitanes de los bajeles, dejando así constancia de lo que se debe de hacer, una vez terminado de acomodar a todo el personal se hacen a la mar el día veintiocho, con rumbo al S., pasando por el interior del archipiélago de Chiloé, a las pocas horas de comenzar el viaje empieza a lloviznar, en el trayecto no descubren asentamiento alguno, continúa al de Chonos el cual por tener partes pantanosas, no había más remedio que desembarcar y arrastrar las buques, volviendo a embarcar cuando se lograba tener suficiente calado, llegando a la mar al desembocar por el río San Tadeo. Dejando en la Laguna de la Candelaria una guarnición por si aparecían los enemigos y para que los naturales les pudieran informar si habían visto a alguno; seguía lloviendo sin parar desde que comenzó.

Continúan su viaje siempre con rumbo al S., entran en el abra que queda formada por la isla de Welington y tierra firme, la costa era toda ella abrupta y hostil a la supervivencia, al mismo tiempo se sumaba que los alimentos comenzaban a pudrirse por la constante lluvia, lo que aumentaba el riesgo de fracaso total. Momento en el que un indígena que llevaba como práctico le confiesa, que él lo había dicho a unos españoles para contentarlos, pero que no imaginaba que iban a llegar tan lejos, lo que convenció a Vea de virar y regresar.

Esto sucedió el día cinco de enero del año de 1676, se piensa que alcanzaron la latitud 52º 40' Sur, más o menos en la angostura Inglesa, de donde dio la orden de regresar. Lo que más le molestó es no encontrar la entrada del Estrecho, pero fue porque tan solo le quedaban por bajar otros 20', pero había confirmado la inexistencia de la presencia inglesa.

En la isla de San Esteban ordena clavar una placa en conmemoración de la expedición y como advertencia de ser territorio de España. La placa se la había entregado el virrey al capitán Yriarte y Vea ordenó hacer una copia, la cual dice:

Reinando Carlos 2.º el Justo, el Grande

el Prudente, el Temeroso de Dios, y devoti-

simo de su Preciosa Madre la Virgen San-

tisima concebida sin mancha de pecado ori-

ginal en el primer instante de su ser natu-

ral. En continuacion de la antigua, y nunca

disputada posesion de estos Mares, Dominios,

Señorios, y Reinos del Perú. Gobernando-

los en paz y justicia y tranquilidad, y siendo

Virrey Lugarteniente, Capitan General de-

llos el Excmo. Señor Don Baltasar de la

Cueva Heriquez, Conde de Castellar, Marques

de Malagon, Gentilhombre de su Camara, del Con-

sejo de Camara y Junta de Guerra de Indias,

de orden y mandato de S. E. se puso y fijo

esta inscripcion en el viaje que hizo desde

el puerto del Callao, á la boca del Estrecho

de Magallanes en el reconocimiento y fon-

deo de todos los puertos, caletas, ensenadas y

demas abrigos deste Mar del Sur, el navio

de Nuestra Señora del Rosario y Animas

del Purgatorio, en el Año de mil y seiscien-

tos setenta y cinco años, día sábado veinte

y uno de septiembre, para honra y gloria

de Dios Todopoderoso, Trino y uno. Lima

fho ut supra.

Y la fije yo el Capitan Pascual de-

Yriarte, natural del Valle de Oyar-

zun, en la muy Noble y muy

Leal provincia de Guipúzcoa: en

los cincuenta y dos grados y cua-

renta minutos, a la vista del

Estrecho de Magallanes en siete

de febrero de mil y seiscientos

y setenta y seis años obedeciendo

el mandato é instrucción de S. E.


(Hay que destacar, que Vea en ningún momento le quita el protagonismo a su capitán, pues no fue él el que ordenó fijar la placa)

El regreso se hizo por el mismo rumbo pero sin las escalas e ir más despacio revisando la costa resultando más rápido, arribando al Chaco el día veintiocho del mismo mes de enero.

Mientras sucedía todo esto, Yriarte comprobando que no se podía reparar el primer navío, se acercó a Chiloé a treinta leguas de distancia y obedeciendo las órdenes de Vea embargó un buque, de lo poco que pudo elegir puesto que solo habían dos posibles, de ellos eligió el llamado La Concepción, recibiendo el beneplácito del Capitán General, se decidió cambiarle el nombre por Santísima Trinidad y se hizo a la vela desde Chacao el día catorce de enero con rumbo al Estrecho de Magallanes.

Dejando a un capitán un mensaje para Vea que le esperase en Chacao hasta el día seis de marzo, que suponía estaría de vuelta para continuar juntos hasta el puerto de salida del Callao.

Yriarte barajó de nuevo la costa y confirmó que no había ningún extranjero, al alcanzar las islas de Los Evangelistas situadas en la salida o entrada del Estrecho, ordenó arriar el bote siendo abordado por dieciséis personas, con la orden de fijar la placa ya mencionada original, pero el mal estado de la mar le dio un golpe al bote que lo puso quilla arriba, razón por la que todos sus integrantes fallecieron ahogados. En estos casos, hay que mencionar que las armaduras y armas eran un gran estorbo para nadar (en caso de que supiesen) y su peso los hundía rápidamente a lo que se añadía el oleaje.

Vea efectivamente se esperó a que regresase Yriarte, al verlo llegar se dio cuenta que lo hacía casi de milagro, pues el buque estaba en malas condiciones, pero dio la orden de repararlo para poder regresar, lo que se hizo con cierta facilidad cambiando tablazón y bien calafateado, zarpando el día veintitrés siguiente entrando en Valparaíso el día veintinueve.

Desde aquí envió correos a los dos virreyes, el del Perú y el Capitán General de Chile, al primero para informarle de estar en Valparaíso y al segundo para darle las gracias por toda su ayuda y confirmarle se había cumplido la misión gracias a su apoyo.

Terminaron de revisar el navío Santísima Trinidad y se repararon algunas averías, al mismo tiempo que comieron frutos frescos y carne, para recuperarse de todo lo pasado.

Zarparon el día quince de abril con rumbo al Callao, donde arribaron el día diecinueve siguiente, nada más desembarcar Vea envió una carta al Virrey para pedirle audiencia y contarle todo lo pasado y conseguido.

Aquí se le pierde la pista y nada más podemos aportar, solo conjeturar que ya debía de ser mayor, se encontraba por casualidad en el Callao reponiéndose de sus enfermedades, al realizar ésta es bastante seguro que no viviera mucho más tiempo, puesto que sus males se agravaría, aunque nada sobre él narra en su diario de navegación.

Todo se sabe gracias a una: « Relación diaria del viaje que se ha hecho a las costas de el Estrecho de Magallanes, en el recelo de enemigos de Europa, por don Antonio de Vea. Al excelentísimo Señor Don Pedro Portocarrero, Conde de Medellín, Gentil-hombre de Cámara de Su Majestad y Presidente del Consejo Supremo de las Indias. Ofrece y dedica al Excelentísimo Señor Don Baltasar de la Cueva Henriquez, Briaz, Saavedra, Pardo, Tavera y Ulloa, Conde de Castellar, Marqués de Malagón, Conde de Villa-Alonso, Señor de las Villas del Viso y Paracuellos, Fuente del Fresno, Fernan Caballero, la Porcuna, San Miguel; Alfaqueque Mayor y Mariscal de Castilla; Gentil-hombre de Cámara de Su Majestad, de su Consejo y Junta de Guerra y Cámara de Indias. Virrey, Gobernador y Capitán General de estos Reinos y Provincias del Perú, Tierra Firme y Chile, etc. — Manuscrito en 4.º en la biblioteca del conde del Águila, en Sevilla; y copia en el Depósito Hidrográfico. Tomo 20 de su colección »

La Relación está impresa, en el primer tomo de Colecciones de Diarios y Relaciones. etc. en 4.º mayor, comienza en la página 49 y termina en la 97, más el Diario del capitán don Pascual de Yriarte del galeón Nuestra Señora del Rosario y Ánimas del Purgatorio, ya que en algún momento de la expedición se separaron completando así el viaje, que comienza en la página 99 y termina en la 123. Si algún día podemos lo transcribiremos, para el buen conocimiento de los sucesos.

(1) Estos buques se habían construido los primeros en Cádiz en el año de 1635, eran una especie de galeras pequeñas, nos las definen así: « Invención muy importante, así para que no tengan efecto el quemarnos el enemigo las naos, como para socorrer cualquiera de ellas que lo haya menester y remolcarlas en tiempo de calma » llevaban cuarenta remeros y vela latina, sacándose la dotación del mismo buque que las remolcaba por su popa. (En este caso iban en la cubierta trincados)

(2) Alcancía: Olla de barro llena de alquitrán y otras materias inflamables que, encendida, se arrojaba a los enemigos.

Bibliografía:

Enciclopedia General del Mar. Garriga, 1957. Compilada por el contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Fernández de Navarrete, Martín.: Biblioteca Marítima Española. Obra póstuma. Imprenta de la Viuda de Calero. Madrid, 1851.

VV. AA.: Colección de Diarios y Relaciones para la Historia de los viajes y Descubrimientos. Instituto Histórico de Marina. Madrid, 1943 a 1975. 7 Tomos.

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