Cabo Machichaco explosion en Santander 1893
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Revisión de 10:30 22 sep 2021
El 3 de noviembre se encontraba en su puesto del puerto de Santander, por ser el Comandante de Marina don Pedro Domenge, cuando se produjo el incendio del vapor mercante Cabo de Machichaco acudió en ayuda de los que intentaban apagar el incendio.
El buque provenía de Bilbao, había estado en el lazareto de Pedrosa pasando la cuarentena, pues en esos momentos en la ciudad de donde había salido se había sufrido varios casos de cólera, al terminar ésta se le autorizo a atracar en el muelle de Maliaño.
Lo que nadie sabía, o al menos no se divulgó era su carga, sabiéndose al final estaba compuesta por un cargamento de harina y materiales de acero, pero también y esto es lo ocultado, nada menos que 12 toneladas en bidones de vidrio de ácido sulfúrico y en una de sus bodega cincuenta y una tonelada de dinamita (hay quien la rebaja a 43).
Al comenzar el fuego, la curiosidad de la población fue aumentando, al ver la columna de humo que por momentos tenía más diámetro y era más alta, provocando se congregaran más de ocho mil personas en los muelles, pero las autoridades allí presentes al no ser conocedoras de la realidad no tomaron ninguna medida de seguridad especial.
Hasta que el fuego incontrolado alcanzó la carga de dinamita, provocando su inmediata explosión y con ello el desastre tan recordado en la zona, pues no es para menos, dados los daños físicos y materiales que produjo la inesperada deflagración, por el desconocimiento total y absoluto de las autoridades.
Entre los muertos se cuentan lógicamente todos los que estaban a bordo intentando apagar el fuego y otros dentro del casco taladrándolo para que allí mismo se hundiera, entre ellos Domenge, del vapor Alfonso XIII su capitán de la marina mercante don Francisco Jauréguizar y Cagigal, su primer oficial don Norberto Iglesias; el médico don Pedro M. González; quinto maquinista don Faustino Camps; practicante don José M. Menezo; primer contramaestre don Gaspar Sotelo; carpintero don Juan Jordi; cabo de cañón don Víctor Doporto; marineros: Alejandro Molina, Gaspar Lluch, Bernardo González, Ramón Blanco, Calixto Abaza y José Fernández; mozos: Ricardo Otero, Hermenegildo Cuevas, Atanasio Mariano y Francisco Urízar; grumetes: Isidro Iglesias, Juan Zaragoza y Abelardo Neira; cabo de agua Manuel López; fogoneros: José Babío, José Vallejo, Eusebio San Juan, Antonio Lorenzo, Francisco Fernández y Ángel León; paleros: Miguel Rey, Serafín Muiño, Sixto Sáenz e Ignacio Ruiz.
Perecieron también el patrón del Auxiliar nº 5 de la Trasatlántica don Miguel Fandiño, el maquinista don Gabriel Jiménez y el mozo don Jerónimo Bandeaga, de autoridades: el Gobernador Civil, don Manuel Somoza de la Peña; el segundo de Domenge don José González de la Rasilla; el ingeniero de la J. O. P. don Ricardo Sainz Santa María; el Marqués de Casa Pombo; el coronel del regimiento de Burgos don Pedro Sanz Sarriá; fiscal de la audiencia don Ruperto del Río; abogado del fiscal don Antonio Echánove; juez municipal don Miguel Fernández Cavada; subinspector del puerto de Santander señor Cimiano; varios Concejales; Vistas de Aduanas cinco prácticos, más muchas otras autoridades y personas de la nobleza santanderina que se acercaron a interesarse por el suceso.
El número exacto de víctimas no se conoce, pues de la explosión varios o mucho quedaron prácticamente pulverizados y si eran visitantes de la ciudad por no estar empadronados no es posible conocerlo, el número más aproximado según varios analistas, estaría en torno a las seiscientas personas, en cuanto al número de los heridos, en la prensa de la época habla de unos quinientos, otros de mil y otros de dos mil, pero los mismos mencionados calculan que fue superior a esta cifra, dado que varias calles cercanas al lugar quedaron rasas como la palma de la mano, desapareciendo los edificios y de la onda expansiva se recogieron trozos del buque a más de seiscientos metros del lugar de la explosión.
De hecho la deflagración ocurrió el 3 de noviembre de 1893, pero se estuvieron recogiendo cadáveres del puerto hasta el 20 de febrero de 1894, así que tres meses y medio después se recogió el último de ellos, lo que da lugar a pensar que otros pudieron ser parte del alimento de peces, o simplemente quedar enredados en otros lugares de donde nunca salieron.
Aunque Echegaray en su obra de los Naufragios dice: «Lo que ocurría sencillamente es que desde aquel mismo instante había quedado patente la infracción de los Reglamentos portuarios cometida por parte del buque, de su consignatario, de la aduana y de las autoridades en general. Todos, absolutamente todos, eran culpables por imprudencia o negligencia (en mayor o menor grado) y además no tenían noción exacta de lo que estaban arriesgando en aquellos momentos.»
Bibliografía:
González Echegaray, Rafael.: La Marina Cántabra. Excma. Diputación Provincial de Santander. Santander, 1968. 3 tomos.
González Echegaray, Rafael.: Naufragios en la costa Cantábrica. Santander, 1976.
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