Bazan y Benavides, Francisco Diego de Biografia
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Su padre fue, don Enrique Benavides y Bazán, que contrajo matrimonio con doña Mencía Pimentel y Bazán, II marquesa de Bayona y IV del Viso, siendo la primogénita de don Jerónimo Pimentel I marqués de Bayona y de doña Eugenia de Bazán y Benavides, IV marquesa de Santa Cruz de Múdela y III de el Viso. | Su padre fue, don Enrique Benavides y Bazán, que contrajo matrimonio con doña Mencía Pimentel y Bazán, II marquesa de Bayona y IV del Viso, siendo la primogénita de don Jerónimo Pimentel I marqués de Bayona y de doña Eugenia de Bazán y Benavides, IV marquesa de Santa Cruz de Múdela y III de el Viso. |
Revisión de 12:17 15 nov 2021
Biografía de don Francisco Diego de Bazán y Benavides
Capitán General de las Galeras de España.
Virrey de Sicilia.
Grande España de 2ª clase.
V Marqués de Santa Cruz de Múdela.
V Marqués del Viso.
III Marqués de Bayona.Orígenes
Al parecer, en su caso se permutar los apellidos, ya que por Benavides no aparece, pero si por Bazán. En este caso es lógico, puesto que hereda el título de Marqués de Santa Cruz directamente de su abuela materna y es más propio del apellido Bazán, de hecho por eso tiene la misma numeración en los títulos de Marqués de Santa Cruz y del Viso, cuando de otorgamiento el del Viso era uno menos, porque su madre fue IV del Viso, pero no de Santa Cruz no por seguir viva su abuela, heredándolo de ella directamente, por ello se reúnen con el mismo número en su persona.
Su padre fue, don Enrique Benavides y Bazán, que contrajo matrimonio con doña Mencía Pimentel y Bazán, II marquesa de Bayona y IV del Viso, siendo la primogénita de don Jerónimo Pimentel I marqués de Bayona y de doña Eugenia de Bazán y Benavides, IV marquesa de Santa Cruz de Múdela y III de el Viso.
Vino al mundo en 1648 en la ciudad de Mahón en la isla de Menorca.
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Como era habitual en esta época comenzó muy joven a navegar, porque con solo veintiséis años, se le nombra Capitán General de las Galeras de España, pero no ascendió directamente, ya que previamente había sido Teniente General de las galeras de Nápoles, posteriormente estuvo al mando como Capitán General de las de Sicilia y después recibe de su padre las de España, lo que ya nos acerca algo al marino que siendo tan joven se le entregue el mando supremo de todas las escuadras de galeras del Mediterráneo.
Participó en el mando de las escuadras citadas en todos los combates que tuvieron lugar, hasta que en el año de 1674 estando al mando de las de Sicilia, por Real Título del día 15 de marzo del mismo año, se le nombra Capitán General de las Galeras de España, por haber dejado el mando su padre el marqués del Viso, contando en estos momentos con veintiséis años de edad. Se encontraban en ese momento en aguas de Barcelona, se le ordena regresar a su base de Sicilia, para tomar interinamente el virreinato de ella, pero al intentar entrar en un góndola como a tal virrey, le dispararon con la artillería de las fortalezas, lo que le obligó a regresar a su galera e intentar apaciguar los ánimos de la población con proclamas de perdón general, pero nada obtuvo, ya que la población levantada contra el Rey de España había ya enviado emisarios ofreciendo la isla al rey de Francia.
Fue nombrado don Fadrique de Toledo marqués de Villafranca virrey de Sicilia y acudió a la isla, se entrevistó con el marqués de Bayona al mando de las galeras del Reino y se dispuso el desembarco de tropas, comenzando por la torre del Faro, pasando a la Linterna de Messina, posteriormente se adueñaron de Paraíso, Salvador de los Griegos y el monasterio de San Francisco de Paula, que domina la entrada al puerto, por último el también convento de Santa María de Jesús, desembarcando artillería de los mismos galeones se trasladaron a los puntos altos de los monasterios, situándolos de forma que nadie podía entrar en el puerto, así llegó el día 31 de diciembre.
Se recibieron noticias de haber salido la escuadra francesa para socorrer a los sublevados, se dispuso un despliegue de forma que se cubrían las entradas por las dos bocas del canal, pero a pesar de los intentos de cerrar el paso a los franceses los vientos contrarios y constantes les facilitaron a ellos arribar, entorpeciendo hasta la extenuación a los remeros de las galeras, que a pesar de todo en contra intentaron remolcar a los galeones para oponerlos al enemigo el día 1 de enero del año de 1675, pero resultó vano todo esfuerzo, viendo pasar la escuadra de socorro con veintidós buques redondos de guerra, diecinueve galeras y dieciséis tartanas con todas la vituallas.
Una carta del marqués de Bayona a su virrey marqués de Villafranca, nos dice mejor que nadie que sucedió: «Fue servido Dios de castigarnos favoreciendo la Armada francesa con viento fresco para poder introducir su socorro á los rebeldes, que lograron con diez bajeles y siete saetías, sin poderlo embarazar la nuestra ni las galeras por no haber permitido el tiempo que granjease 10 millas desde Fosa de San Juan desde antes de anoche, que fuí con estas galeras á disponer se levase, ni que pudiese ayudar con remolco, por lo recio del tiempo»
Pero en la Corte de nuevo, ya que llovía sobre mojado, no lo vieron tan claro como fue en realidad, por ello para curarse en salud se ordenó «visitarlos» palabra que significaba ser llamados a Consejo de Guerra, así don Francisco, don Beltrán de la Cueva y don José Centeno, tuvieron que abandonar sus mandos y alojarse en Sicilia, mientras que el marqués de Bayona lo hizo en Nápoles, siendo nombrados en sus puestos interinamente, el príncipe de Montesarchio don Andrés Dávalos y don Francisco Pereira Freire de la Cerda.
Fueron acusados de demora, omisión y negligencia, a estos cargos tuvieron que responder, lo ocurrido en Messina que no era culpa de nadie, solo del dios Eolo, por lo que a pesar de tardar tres años en el Consejo, fueron todos declarados inocentes, excepto a don Jacinto López Jijón, al que se le sentenció a cumplir dos años de servicio en la escuadra del Océano sin sueldo ni empleo. En el Consejo se supo, que el galeón que se fue contra las rocas por efecto de los vientos, era el Madonna del Popolo, pero que dada la escasez de la época, ni siquiera llevaba munición para su artillería.
También salió a relucir la carta que envió don Beltrán de la Cueva a don Francisco, marqués de Bayona, la cual es algo larga y la acortamos para saber sucintamente la verdad de la situación, lo que les valió mucho para tomar la decisión final de inocentes.
«Por esta parte de Poniente están unos navíos á la vela y otros por la de Levante, y el resto aquí, á la vista de Messina, guardando todas las dos entradas de aquel puerto; es necesario considerar si se han de mantener así al mismo fin, para qué no queden desamparadas, ó si conviene juntarlos, lo cual ha menester tiempo; los demás bajeles de la armada se hallan también muy faltos de gente de mar y infantería, porque sobre los soldados que se sacaron de ellos en Barcelona para las galeras, tienen menos los que saltaron en tierra para socorro de la Escaleta, que tampoco se me han restituído; y á esto se añade haber un gran número de enfermos en todos, teniendo 80 la Capitana, y en la misma proporción en los demás navíos; y con esta noticia me prometo de vuestra amistad, y favores, se me restituirá la gente que dí para las galeras, así para que no pierda el Rey de conocido esta pequeña armada, encontrando á la de Francia, tan superior como dicen las noticias, como porque tampoco pierda yo el crédito. En medio de esto, de cualquier modo que se hallaren, perderé hasta la última gota de sangre, á fin que se logre el servicio del Rey nuestro señor, que es á lo que todos debemos atender con vuestras direcciones, estando unas y otras fuerzas á vuestro cargo, esperando os deberá Su Majestad los buenos sucesos que le solicita vuestro gran celo»
Los motivos de la guerra no eran otros que la expansión buscada desde que nació (no en balde su madre era española) Luis XIV rey de Francia, y como no había nada libre en el planeta, solo quedaba atacar a España, de ahí el socorro que pidieron los sicilianos al Monarca francés y que éste tomó como suyo el apoyarlos, para pasar a ser parte de Francia, unos territorios que ya pertenecían desde siglos atrás a la corona de Aragón.
Al mismo tiempo la monarquía española estaba en sus horas más bajas, por lo que prácticamente no habían buques que pudieran oponerse al naciente poder de la Francia de Luis XIV, además de perseguir los dominios españoles, su verdadera intención era hacerse con la corona de España, ante la grave situación de nuestro monarca don Carlos II, que era patente y manifiesta, ya que ni siquiera tenía descendencia, lo que abría el apetito a todo aquél que quisiera algo más. No lo consiguió él en persona, pero si colocó a su nieto en la corona de España, dando comienzo así a la dinastía de los Borbón.
Para hacer frente a esta grave situación, que iba de mal en peor, dos años antes se puso en contacto la monarquía española con la holandesa, para ver la posibilidad de alquilar unos navíos, concertando un tratado de alianza entre los dos países y con la garantía de que se pagaría hasta el último real, de la ayuda prestada por los holandeses a España.
En razón del tratado el Gobierno holandés envió una escuadra a petición de España, por ello con en el mes de julio del año de 1675, se realizaron los preparativos convenientes la escuadra quedó compuesta, por dieciocho navíos y cuatro brulotes, que una vez reunida se le otorgó el mando al no menos famoso almirante holandés y uno de los mejores marinos del mundo a lo largo de la Historia, que no era otro que Michiel Adriaan De Ruyte.
La escuadra bátava arribó al puerto de Melazzo el día 20 de marzo del año de 1676, hubo Consejo de Generales al día siguiente a bordo de la Capitana Real de España, el galeón Nuestra Señora del Pilar, de ella salió la decisión de atacar Messina con los efectivos de un ejército español, arribando el 26 por la noche y al siguiente 27 de marzo comenzó el desembarco del ejército, apoyado por el fuego de las galeras españolas, consiguieron en poco tiempo poner en tierra a los tres mil infantes y seiscientos caballeros, razón por la que en poco tiempo consiguieron conquistar la fortaleza que dominaba la ciudad.
Pero el duque de Vivonne, que se encontraba en las cercanías, al oír los estampidos de la pólvora, ordenó a parte de sus buques lagar velas y poner rumbo a donde se oía el ruido, al arribar vio que era un desembarco español, pero al mismo tiempo los españoles ya los habían localizado, por lo que al estar como a dos millas el ejército español ya había embarcado y a fuerza de remos y contra viento se alejaron del lugar, con unas pérdidas de unos trescientos hombres.
Después de unos días en que ambas partes jugaron sus cartas, llegó el día 22 de abril del año de 1676, en que ambas escuadra se divisaron frente al puerto de Agosta, situada en la provincia de Siracusa en la isla de Sicilia.
La escuadra francesa estaba compuesta por treinta navíos, a costumbre de la época, divididos en tres cuerpos, la vanguardia al mando de Lamerías, el centro a las del propio Dusquesne y jefe de toda ella, y la retaguardia a la de Gabaret.
Por parte de la escuadra combinada, se reunían veintidós navíos, diez de los cuales eran españoles y nueve galeras también españolas, la vanguardia holandesa al mando de De Ruyte, el centro formado por la española, al mando del marqués de la Cerda y en la retaguardia, el resto de la holandesa al mando de De Haen aunque las galeras formaban uno a parte, por lo que en realidad eran cuatro divisiones, las que la componían.
De Ruyte, enarbolaba su insignia, en un magnifico navío de 80 cañones, con el nombre de Concordia, con el cual se estaba enfrentando al navío francés Magnifique y a punto de cortar la línea gala, cuando cayó herido de muerte el almirante holandés, pues un proyectil le seccionó el pie izquierdo, con fractura de la misma pierna, pero al ocurrir este hecho, que fue al principio del combate, la propia tripulación del navío holandés, dejó prácticamente de obedecer, por lo que se generalizó la confusión en toda la línea.
Duquesne, siempre vigilante, se apercibió de que algo grave había ocurrido en el navío insignia holandés, ordenando a su navío, el Saint Esprit se dirigiera al Concordia, al que le siguió el después famoso almirante Tourville, pero el segundo jefe holandés De Haen, consiguió meter su navío, el León, en el centro para proteger al de su jefe, y al que seguían el resto de sus buques de la retaguardia, por ello los franceses desistieron al ver reforzado el centro del combate.
Por parte de los españoles, la distinción la obtuvo como siempre la actuación de las galeras de España, al mando del marqués de Bayona ya que a pesar de lo recio del combate (era entre galeones de mucho porte, ya casi navíos), en el que se estaban empleando al máximo los dos contendientes, al ver que varios navíos de los holandeses habían sido desmantelados y a merced del enemigo, penetraron en el centro del combate, desafiando todo el fuego cruzado de unos y otros, logrando lanzar guías, que fueron recogidas con cables y a remolque consiguieron sacar a cuatro de ellos, cuando ya se daban por perdidos.
La escuadra aliada muy mal tratada en el combate, puso rumbo a Siracusa. Los datos del combate son muy distantes y distintos dependiendo de quien escribe, hasta el señor Mahan da su opinión al respecto, que como siempre culpa a los españoles de hacer perder el combate a los holandeses. (Hay cosas que no cambiaran nunca)
Lo que sí está demostrado, es que de resultas de las heridas, el almirante holandés Michiel Adriaan De Ruyte, que está considerado como uno de los mejore de todos los tiempos, falleció el día 29 siguiente en la misma ciudad de Siracusa.
La arribada a Siracusa fue solo para reparar lo imprescindible, cuando se dieron por cumplimentados todos los buques con sus remiendos, zarparon con rumbo a Palermo, al arribar fondearon y se pusieron a trabajar de nuevo pero ya con ayuda del arsenal, terminando muy pronto de alistar perfectamente a los bajeles, reponiendo sus bajas de personal, que por la falta de buques ahora era más fácil.
La escuadra francesa ahora al mando del duque de Vivonne, quien sospechando que los aliados no estarían en muy buenas condiciones, se dirigió a Messina y al terminar de desembarcar los pertrechos en la población, levó anclas y se hizo a la mar con rumbo al puerto de Palermo. Pero mientras se le habían unido todos los buques franceses disponibles en el Mediterráneo, formando ahora una gran escuadra.
Al fallecer De Ruyte, tomó el mando su segundo Jan de Haen, quedando de segundo de la escuadra aliada don Diego de Ibarra, que había navegado con su escuadra de galeras de Nápoles para terminar de alistar sus velas en el puerto de Palermo.
Llegó la noticia de la partida de la escuadra francesa. Enterado Jan de Haen pidió Consejo de Generales y como siempre surgieron las diferencias para enfrentarse a los franceses, los españoles conocedores de la inferioridad numérica, propusieron mantenerse en el puerto, ya que éste estaba perfectamente protegido por la fortaleza de Castellamare, mientras que por la otra parte, había una gran escollera y ésta estaba artillada, por lo que no quedaban huecos por donde pasar sin sufrir el castigo del fuero y proyectiles.
Pero en cambio Jan de Haen, era de la opinión de que los navíos y galeones salieran del puerto, con la típica formación de línea y se acoderaran formando un semicírculo. Los españoles tuvieron que ceder por ser mayor el número de los bátavos. Se inclinó la balanza a su opinión y salieron del puerto, la vanguardia de los holandeses, en el centro los españoles y la retaguardia por los bátavos, estando compuesta por diecisiete de ellos y diez españoles.
Para cerrar los huecos, se colocaron las escuadras de galeras de España, al mando del marqués de Bayona y las de Nápoles de don Diego de Ibarra, pero éste pasó a la capitana de los galeones, quedando las dos escuadra unidas en mando al de don Francisco, formadas por diecinueve vasos en una segunda línea, para completar ésta se añadieron cuatro fragatas holandesas y tres brulotes detrás de ellas. Montando entre todos los buques, un total de 1.450 cañones, de los que correspondían a los holandeses 852.
La escuadra francesa se dividía como la vez anterior la vanguardia al mando de Duquesne, en el centro el propio Vivonne, con su navío insignia Sceptre, del porte de 80 cañones, y la retaguardia al mando de Gabaret. En total eran veintinueve navíos, los cuales llevaban 1.772 cañones, ya que había algunos de tres baterías, a lo que se añadían, veinticinco galeras y nueve brulotes.
El dispositivo adoptado por la escuadra aliada, era en semicírculo, comenzaba bajo el amparo de la artillería del fuerte de Castellamare, que así se convertía en el punto fuerte, pero se alargaba hasta casi el final del muelle, lo que por apoyo de la artillería fija en aquél lugar, lo volvía a fortalecer, pero en cambio el centro, en el que otra vez estaban los galeones españoles, se convertía en el punto débil de aquella formación.
Al alcanzar la escuadra francesa el día 1 de junio se dio cuenta del dispositivo de defensa adoptado, lo que les sorprendió y frenó en principio, permaneciendo a una distancia prudencial, manteniéndose cautos estudiando la forma de penetrar o romper aquella muralla de madera, además de que el viento al soplar de tierra, no les permitía atacar a todo trapo ni lanzar sus brulotes, por lo que decidieron permanecer manteniendo la distancia, pero sin perderlos de vista.
Estudiado el plan de ataque Vivonne, ordenó a Duquesne, con nueve navíos, cinco brulotes y siete galeras, que atacara al centro de la línea aliada, ya que sería relativamente fácil romper la formación.
Pero el mismo Vivonne, se colocaría a forma de segunda línea detrás de Duquesne, con lo que aún sería más probable la rotura, ya que los galeones españoles por mucho que se empeñaran en el combate, no podrían soportar durante mucho tiempo el empuje de tanto buque francés. Quedando a retaguardia Gabaret, que con sus buques a suficiente distancia de la artillería de la fortaleza de Castellamare, se limitaría a abrir fuego, para que esa parte de la escuadra aliada no pudiera acudir en socorro del centro.
Ya dispuesto el dispositivo de ataque el día 2 de junio, esperaron a que se levantara el viento del nordeste, lo que facilitó el movimiento de los navíos galos, pero Duquesne, varió sobre la marcha su posición, dejándose llevar por el viento para acortar la distancia de fuego lo antes posible, abriendo fuego ya a menos de doscientos metros, sobre el principio de la línea holandesa, que estaba acoderada al muelle.
Pero fue tan rápido y contundente su ataque, que el propio humo de sus disparos, se les vino encima a los bátavos, lo que los dejó sin visibilidad, circunstancia que aprovecharon los franceses para soltar sus brulotes sobre ellos, los holandeses para evitarlos picaron los cables que les mantenían unidos en fortaleza, así los tres primeros pasaron entre ellos yéndose a estrellar sobre las rocas del rompeolas del muelle, pero lo desacertado de esta salvación fue, que al picar los cables y ellos tener el viento de proa, algunos no pudiendo cazarlo, siendo empujados y llevados a hacer compañía a los brulotes franceses, quedando encallados y medio deshechos.
Aprovechando esta confusión, Vivonnne se lanzó sobre el centro español, por delante como siempre los brulotes, a pesar de esto se consiguió hundir a dos de ellos, pero los que venían detrás sí que dieron de lleno con la línea de los galeones, lo que aumentó de forma extraordinaria la confusión ya en toda la escuadra y casi la dejó fuera de combate, al no poder presentar las bandas para ofender a la escuadra francesa.
Al producirse este apelotonamiento de buques, sin poder ni siquiera disparar para no dañar a los compañeros, fue aprovechado por La Brossardière, que al mando de dieciocho galeras, se coló por el centro de la línea ya roto, lo que le llevó a posicionarse en las popas de los españoles, a quienes disparaban sin cesar, sin que estos pudieran responder al fuego, además de taponar así la posible retirada de ellos a su puerto de partida.
Uno de los brulotes lanzados contra los españoles fue a dar de lleno contra el galeón insignia, el soberbio Nuestra Señora del Pilar, que montaba 64 cañones, por lo que inmediatamente se propagó el fuego a todo el buque. A pesar de ello y de la confusión, la galera capitana del marqués de Bayona a la que seguían varias de las suyas, se introdujeron en aquel bosque de palos, despreciando todos los peligros e intentaron sacar al galeón, pero dado su volumen de fuego y a pesar de sus esfuerzos, les resultó vano el arriesgar sus vidas y buques. De cuyo esfuerzo tuvieron que desistir, al apercibirse que muy pronto el voraz incendio alcanzaría la santa bárbara, lo que inevitablemente significaría su voladura y con ella aumentar los daños a todos los buques cercanos, por esta razón abandonaron su intento ciando al máximo posible.
El propio don Diego de Ibarra, una bala enemiga le había arrancado una pierna, por lo que al ver que su buque ya no tenía salvación dio la orden de abandonarlo, pero ésta no llegó con suficiente tiempo, pues el galeón saltó materialmente por los aires a los pocos minutos. De la tremenda explosión, él mismo fue lanzado al agua donde pereció, pues no pudo mantenerse a flote por la falta del miembro, además de que la hemorragia seria casi total al sumergirse en el líquido elemento, pero con él murieron otros setecientos cuarenta hombres, de la dotación del galeón.
Al salir disparados los restos del galeón por todas partes, surgieron nuevos incendios en los galeones que estaban en sus cercanías, pero el que más cercano se encontraba era el San Felipe, del porte de 44 cañones, al que se le pasó el fuego teniendo el mismo final que su capitana.
Casi al mismo tiempo otro brulote había acertado en el galeón San Antonio, del porte de 46 cañones, se intentó de todo para salvarlo, pero resulto inútil saltando también por los aires materialmente al igual que los anteriores, pero otra vez sus restos incendiados alcanzaron a los dos que estaban a su lado el San Salvador, del porte de 40 cañones y el San Carlos.
Pero aquí no quedó el desastre, pues también fueron alcanzadas dos de la galeras, que siempre demostrando su gran valor, estaban tratando de alejar al San Antonio, por lo que les cogió de tal forma la explosión y sus desperdigados trozos en llamas, que quedaron prácticamente envueltas en una bola de fuego. De esta forma, se perdieron los cinco galeones y las dos galeras, que fueron consumidas totalmente por el fuego.
Mientras esto sucedía en el centro, los daños causados en los extremos de la inexistente línea, habían sido muy fuertes, pues los franceses atacaron con todas sus fuerzas. Dando muestra de lo denodado del combate, que en él habían fallecido el Almirante en Jefe de la escuadra, Jan de Haen al que un proyectil le había deshecho la cabeza y su segundo, el español don Diego de Ibarra.
Al quedarse sin mandos, lo tomó el de más alta graduación el contralmirante holandés Middellandt, cuyo navío, el Steenberg, del porte de 68 cañones, también había resultado incendiado por otro de los brulotes, lo que le convirtió en otra hoguera flotante sin control. Pero no fue el único ya que estaban en igual situación el Vrijheid, del porte de 50 cañones y el Leyden, de 36, que terminaron por volar como el resto de los afectados por el gran invento de los brulotes.
Al mismo tiempo, un grupo formado por cuatro navíos holandeses, se mantenían firmes defendiéndose de todos los franceses, que ya sin oposición se iban incorporando al combate, siendo uno de ellos, el anterior buque insignia de De Ruyte, el tres baterías y 84 cañones Eendracht, porque a los franceses ya no les quedaban más brulotes y mantenían un pertinaz fuego entre todos para conseguir rendirlos o hundirlos.
Pero de nuevo hicieron presencia las abnegadas galeras españolas al mando del marqués de Bayona, pues viendo que los buques amigos ya se encontraban mochos, e impedidos de cualquier maniobra, se volvieron a meter en el centro del combate, consiguiendo no sin esfuerzos, valor y algo de temeridad, remolcarlos hasta dejarlos detrás de la escollera y bajo el fuego de las piezas que la protegían. Quedando bien demostrado que al ir metiendo los buques que se encontraban en peores condiciones las galeras, tras la protección de la escollera y su artillería, los galos ya no se atrevieron a seguirles. Lo que deja patente que el error fue salir de la protección del puerto.
En lo que a bajas se refiere, se pudieron contar los tres navíos holandeses y los cinco más dos galeras españolas. Las pérdidas humanas fueron muy cuantiosas, pues seguras, fueron entre los mil doscientos y los mil quinientos hombres, más otros quinientos heridos, solo por parte de los españoles. Existen cifras dadas por fuentes francesas, pero si fueran ciertas no habría quedado nadie a bordo de los buques aliados, por lo tanto nos abstenemos de citarlas por estar fuera de lugar.
Lo que sí quedó demostrado en este combate, es que el almirante francés estuvo a la altura de las circunstancias, bien es cierto que disponía de mayor fuerza, pero su hábil maniobra con los brulotes le solventó el problema, de lo sucedido se levantaron los correspondientes informes, que al llegar a manos del propio Colbert a la sazón ministro de Francia, en ellos ya se habían disparado las cifras de muertos (no bajas) españoles, que las calcularon entre los tres y cuatro mil, le debieron de parece pocos y los subió a cinco mil, mientras que ellos solo había perdido a dos tenientes y algunos soldados, cuando en realidad pasaron un poco de las doscientas bajas, y los españoles sobre las cuatro mil.
Pero alguien con menos chovinismo, el marqués de Villete, quien iba de capitán en uno de los navíos franceses, nos ha dejado un inestimable detalle en sus ‹Memorias› sobre la heroicidad de los españoles, sobre todo en el buque Capitana de España, Nuestra Señora del Pilar, en las que dice:
Como consecuencia de las constantes desavenencias entre altos mandos, el Rey aprovecho el cese del marqués de Villafranca como virrey de Sicilia, para reunir en un solo mando el virreinato las fuerzas terrestres y las fuerzas navales en su sucesor, el marqués de Castelrodrigo, ante esto el marqués de Bayona como general de la Galeras de España, era el máximo responsable de la armada en el Mediterráneo, pero al recibir esta orden quedaba relegado, por ello escribió inmediatamente al Rey, éste o sus consejeros, decidieron para no soliviantarlo, nombrar a Castelrodrigo Teniente General de la Mar, por lo que estaba por encima de don Francisco, pero a su vez, le prometieron que solo sería hasta que acabara la guerra con los franceses.
No sabemos la fecha exacta de su fallecimiento, pero parece fue en 1680. Lo que indica que murió muy joven, en torno a los treinta y dos años de edad.
Bibliografía:
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Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra» 9 tomos. Madrid, 1895—1903.
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