Gravina y Napoli, Federico Biografia

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Biografía de don Federico Gravina y Nápoli


Retrato al oleo de don Federico Gravina y Nápoli. XII Capitán General de la Real Armada Española. Caballero profeso de la Militar Orden de Santiago. Caballero de la Militar Orden de Calatrava. Encomienda de Ballaga y Algarga en la misma Orden. Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III.
Federico Gravina y Nápoli.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.


XII Capitán General de la Real Armada Española.

Caballero profeso de la Militar Orden de Santiago. Expediente 2.371. — Año 1792.

Caballero de la Militar Orden de Calatrava.

Encomienda de Ballaga y Algarga en la misma Orden.

Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III. 1802.

Gentil hombre de Cámara de S. M. don Carlos IV con ejercicio.

Orígenes

Federico Gravina y Nápoli nació en Palermo el 12 de septiembre de 1756, siendo sus padres don Juan Gravina y Moncada, Príncipe de Montebago, Grande de España de primera clase y doña Leonor Nápoli y Monteaperto, hija del príncipe de Risuta, igualmente grande de España.

Sus primeras letras las aprendió en su casa paterna, al cumplir lo ocho años ingresó en el colegio Clementino de Roma, fruto de esta sobresaliente y esmerada educación le seguiría durante toda su vida, como quedó demostrada en más de una ocasión durante su corta vida.

En palabras de Pavía dice:

«…al entrar en el colegio en breve descolló entre todos los alumnos, así por su amabilidad y conducta como por su capacidad y aprovechamiento en el estudio de las humanidades y de varios ramos de las matemáticas.»

Hoja de Servicios

Un tío de Federico, a la sazón embajador de Nápoles en Madrid, solicitó y obtuvo para su sobrino la Carta orden de ingreso en la Compañía del Departamento de Cádiz, sentando plaza de guardiamarina el 18 de diciembre del año 1775, previo un riguroso examen, a pesar de ello aprobó las tres primeras clases de aritmética, geografía y cosmografía, por ello a los pocos días se le dió orden de embarcar en el navío San José. Expediente sin N.º

El 2 de marzo de 1776 fue ascendido a alférez de fragata embarcando en la fragata Clara, en la expedición al mando del marqués de Casa-Tilly, con el ejército al mando del general Cevallos con rumbo a las costas de Brasil.

Al presentarse las fuerzas ante la isla de Santa Catalina, tuvo Gravina el honroso encargo de intimar la rendición al castillo de la Ascensión, situado en un islote inmediato; desempeño su misión con tal acierto que los portugueses abrieron la puerta del castillo sin ofrecer la menor resistencia.

Fondeado en la embocadura del río de la Plata, el 27 de febrero de 1777 la escuadra dio la vela; la oscuridad de la noche oculto a la Clara las señales de la escuadra, equivocó el rumbo y se interno tanto río arriba terminando su avance al varar en el Banco Inglés, de este desastre, pereció gran parte de la tripulación, se salvaron algunos oficiales entre ellos Gravina, logrando alcanzar en una lancha el apostadero de Montevideo.

Allí se embarcó como ayudante de la Mayoría general en el navío San José y poco después trasbordó al San Dámaso, regresando a Cádiz.

Por Real orden del 23 de mayo de 1778, se le ascendió al grado de alférez de navío, se le ordenó embarcar sucesivamente en los jabeques Pilar y Gamo, destinados a combatir el corso de las regencias norteafricanas, avistaron cuatro de sus jabeques, resultando imposible darles caza por ser los vientos contrarios, no obstante persistieron hasta que roló de nuevo, permitiéndoles darles caza y tras duro combate fueron echados al fondo los enemigos.

Por Real orden del 14 de mayo de 1779, se le ascendió al grado de teniente de fragata, poco más tarde se le otorgó el mando del jabeque San Luis, siendo destinado al bloqueo de Gibraltar, por su servicios prestados en los primero momentos, fue nombrado en mayo del año 1780 jefe del apostadero de Algeciras, encontrándose en él se le entregó la Real orden del 9 de noviembre siguiente, notificándole su ascenso al grado de teniente de navío, bajo su mando consiguió capturar varios buques enemigos.

Pasó a incorporarse a la escuadra del mando del general don Ventura Moreno, participando en la expedición a Menorca, hasta lograr su reconquista, habiendo dejado una nueva demostración de buen militar en la toma del fuerte de San Felipe, por sus méritos se le entregó la Real orden del 16 de septiembre de 1781, con su ascenso al grado de capitán de fragata, al regresar la escuadra a la bahía de Cádiz en abril de 1782, se incorpora a su mando del apostadero de Algeciras, continuando en las operaciones de bloqueo del Peñón.

El duque de Crillón quiso darle el mando de las baterías flotantes, pero se negó por haber compañeros con mayor graduación y más antiguos, él ya había sido ascendido al grado de capitán de fragata, aceptando tan solo el mando de la San Cristóbal, de 17 cañones y seiscientos treinta hombres de dotación; al comenzar el bombardeo el 13 de septiembre de 1782 todo marchaba bien, pero al poco tiempo las ‹balas rojas› disparadas por los defensores comenzaron a hacer sus estragos, al comenzar a arder la suya consiguió apagar los incendios, pero nuevos impactos provocaron más, fue cuando se recibió la orden del general Ventura para que todos los buques lanzaran al agua sus botes, lanchas y hasta chinchorros, tratando de minimizar el desastres salvando a cuantos pudieran, se mantuvo en su puesto hasta ver abandonar al último de sus hombres, siendo cuando saltó a uno de los botes, pocos minutos después hacía explosión la santabárbara yéndose al fondo.

Por los hechos anteriores se le entregó la Real orden del 21 de diciembre siguiente, con su ascenso al grado de capitán de navío, solicitó y obtuvo el embarque a bordo del navío Santísima Trinidad, insignia del general don Luis de Córdova, zarpó la escuadra de Algeciras en busca de la británica del almirante Howe, un furioso temporal había puesto a éste en la precisión de penetrar en el Mediterráneo, pero al mismo tiempo impidió a don Luis poderle dar caza, al no tener oposición el almirante británico consiguió meter en el Peñón a todo su convoy.

Por ello participó en el combate del cabo Espartel el 20 de octubre siguiente entre los mismos mandos, pero casi no hubo enfrentamiento, pues los buques británicos ya llevaban sus obras vivas forradas de cobre, permitiéndoles por ello mantener la distancia de fuego justa, con muy poco efecto por la distancia, y al observar que la española se iba concentrando prefirió cazar el viento, para enseñando sus popas alejarse del peligro.

En palabras del mismo almirante Howe los británicos admiraron: «…el modo de maniobrar de los españoles, su pronta línea de combate, la veloz colocación del navío insignia en el centro de la fuerza y la oportunidad con que forzó la vela la retaguardia acortando las distancias» El combate tuvo una duración de cinco largas horas.

Al regresar a la bahía de Cádiz retomó el mando del jabeque San Luis, permaneciendo hasta ser firmada la paz con el Reino Unido el día 3 de septiembre de 1783 en Versalles, recibiendo la orden de arrumbar a Cartagena donde quedó desembarcado por pasar a desarme su buque.

Estando en este puerto, comenzó la preparación de la primera expedición contra Argel al mando del general don Antonio Barceló, se le otorgó el mando de la fragata Juno, apoyando con su fuego al de las lanchas e impidió que otras enemigas pudieran atacar a las españolas. La estación obligó a la escuadra a regresar a Cartagena en esta campaña.

Como vigilaba a todo buque vió uno sospechoso, dando orden de cazar el viento para darle alcance al conseguirlo vió a su bordo el P. Conde, Comendador de la Merced, quien disimuladamente le entregó un plano, a pesar de ello se revisó el buque comprobando no había engaño, dando orden a su hombres de regresar a bordo dejándole en libertad, al separarse abrió aquel papel, no era otra cosa que un dibujo a forma de plano con la disposición de las nuevas fortalezas y su artillería de la plaza de Argel, facilitando así el siguiente bombardeo.

Ordenó a un patrón para con su bote se acercara a comprar trigo a Constantina, pero con la orden de a su regreso entrar en la bahía de Palma de Mallorca y entregar en mano al general don Antonio Barceló el pliego que le entregaba, así hizo llegar la noticia al responsable máximo.

Al año siguiente de 1784 zarpó al mando de toda la división de Poniente, embarcado en el jabeque Catalán, efectuándose el segundo bombardeo de la capital de Argel, en él Gravina al mando de sus jabeques tuvo mucho más trabajo que la vez anterior, pues ahora la mejor defensa de la plaza consistía en otros buques iguales a las lanchas cañoneras y obuseras, por ello para evitar que al retirase las nuestras y dar la popas las enemigas salían detrás de ellas, se vieron obligados a interponer a los jabeques entre ambas, protegiendo a unas y obligando a retirarse a las enemigas, de nuevo los vientos contrarios no permitieron estar más tiempo en el bloqueo y bombardeo de la plaza, regresando la escuadra a Cartagena.

Pero surtió su efecto, pues pocos meses después se llegó al acuerdo y firmó la paz con aquella potencia berberisca, nuestros buques fueron desarmados.

Al quedar sin mando a flote fue reclamado por la Corte, por ello viajó a ella, pero no paraba de seguir sus estudios ampliando así sus conocimientos, al parecer tampoco caso hacía a la vida de cortesano, que en el mes de agosto del año 1787, se enteró estar bacante el mando de la fragata Rosa, por ello suplicó a S. M. le fuera entregado, así pasó de nuevo a Cartagena incorporado su buque en la escuadra de evoluciones con base en Cartagena a las órdenes del general don Juan de Lángara.

Al poco de tomar el mando se le comisionó para transportar a Constantinopla al embajador Jussuf Effendi, zarpó en febrero de 1788, arribando a su destino el 12 de mayo siguiente, aprovechando el tiempo haciendo importantes observaciones astronómicas, de ellas escribió una ‹Memoria›, buen testimonio de su saber y de su laboriosidad, pretendía permanecer un tiempo en aquellos parajes para aumentar la información, pero se declaró la peste en aquel país, obligándole a zarpar el 22 de junio con rumbo a la isla de Malta, donde pasó la cuarentena la dotación completa, arribando posteriormente a la bahía de Cádiz.

Por Real orden del 14 de enero de 1789, fue ascendido al grado de brigadier, siéndole otorgado al poco tiempo el mando de la fragata Paz, destinada a transportar a Cartagena de Indias a su nuevo gobernador don Joaquín Cañaveral, llevando de paso a aquellas tierras la noticia de la muerte del rey don Carlos III y el advenimiento de su hijo don Carlos IV al trono de España.

Merece este viaje particular mención por la rapidez de su ejecución.

Se dio la fragata Paz a la vela en Cádiz el 12 de junio, por una racha de fuerte viento rindió un mastelero, viéndose obligada a arribar de nuevo al puerto de salida, volvió a hacerse a la mar el 17 seguido, arribó a Playa Grande en la costa de Santa Fe el 14 de julio, fondeó al día siguiente en Boca Chica delante de Cartagena de Indias, el 18 zarpó con rumbo a la Habana, donde fondeó el 28 siguiente y el 29 seguido dio la vela para Cádiz, donde arribó y lanzó el ancla el 2 de septiembre al amanecer.

En 1790 obtuvo el mando del navío Paula, incorporado a la escuadra que se reunió en Cádiz a las órdenes del marqués del Socorro, en prevención de una declaración de guerra con el Reino Unido, por el problema de pertenencia del estrecho de Nutka, a la que no se llegó por ceder el rey de España. Una más a la fuerza de las bocas de los cañones, al conocerse la resolución pasó la escuadra a Cádiz a desarme quedando desembarcado.

Por Real orden del 9 de septiembre de 1791, se le ascendió al grado de jefe de escuadra.

El 1 de octubre de 1791, la ciudad de Orán sufrió un fuerte terremoto, por su efecto parte importante de las murallas fueron destruidas, razón por la que los moros comenzaron a sitiarla al verla tan indefensa, siéndole por ello encomendado el mando de las fuerzas sutiles y la tropa de Infantería de Marina, zarpando de Cartagena para socorrer la plaza, pero el Gobierno consideró era demasiado el gasto para reconstruir todo, decidiendo abandonar la plaza, para ello se firmó una tregua, con la cual todas las tropas se retiraron a Mazalquivir, donde embarcaron en su ensenada siendo transportados a Cartagena.

Estando en Cartagena pidió licencia para viajar, siéndole concedida, dirigiéndose al punto donde mejor pudiera aumentar el caudal, ya muy aventajado de sus conocimientos como general de armada, por ello viajó al Reino Unido de la Gran Bretaña, siendo recibido con las mayores distinciones, el Almirantazgo le franqueó las puertas del arsenal de Portsmouth, el más importante de aquel reino y recibió varios regalos, llegó la noticia de declaración de guerra entre este país con Francia, viéndose obligado a regresar a España, para ello embarcó en Spithead a bordo de la fragata de guerra británica Juno, viajando de transporte con rumbo a Ferrol donde desembarcó a principios de 1793.

En justo mérito se le dio en cuanto llegó el mando de cuatro navíos, con orden de pasar con su división al Mediterráneo, así lo cumplió enarbolando su insignia en el navío San Hermenegildo, del porte de 118 cañones y se unió a la escuadra al mando del general don Juan de Lángara, quien cruzaba por las aguas del golfo de Rosas.

Permanecieron hasta el 26 de agosto al presentarse una fragata de la escuadra del almirante británico Hood, quien bloqueaba las costas de Francia, con un inesperado mensaje; pedía se le incorporaran seis navíos para auxiliarle a tomar posesión del puerto y arsenal de Tolón por encontrarse en él refugiados los monárquicos franceses, quienes eran perseguidos por las tropas convencionales, don Juan de Lángara, en vez de enviar los seis navíos demandados se presentó con toda la escuadra, siendo acogida con entusiasmo por los británicos, a don Federico Gravina se le nombró comandante de armas.

Los británicos se apoderaron del Arsenal, dando sus soldados y los nuestros la guardia de los fuertes, pero a los españoles se le dieron los puntos de mayor peligro y de menor interés. ¡Siempre igual! y eso siendo aliados, no tardaron en romperse las hostilidades. De ambas partes acudían refuerzos recrudeciéndose el derramamiento de sangre, llegaron a nuestros reales los regimientos de Hibernia y Mallorca, para proteger más eficazmente a la escuadra se fortificaron los puntos de Balaguer y L’Equillète, situados al frente de Malga.

Vinieron también refuerzos de Cerdeña y de Nápoles, los convencionales no andaban menos solícitos en sus aprestos y el 1 de octubre dieron una fuerte acometida contra el fuerte de Malga, tomando las alturas de Faraón, se adelantó Gravina al mando en jefe de las fuerzas combinadas, marchando en tres columnas, la de la izquierda, compuesta por británicos, al mando de lord Murgrave, la derecha, por tropas de la coalición al mando del conde del Puerto y el centro, por españoles y napolitanos.

Se rompió el fuego siendo herido grave en la pierna derecha el general en jefe, más no cedió por eso en su valeroso empeño, hasta arrojar a los enemigos de los puestos ocupados, quienes huyeron por despeñaderos donde murió la mayor parte, siendo hechos prisioneros unos trescientos.

Fue llevado en una parihuela a Tolón, siendo agasajado por todos los franceses como su salvador, quedando demostrado por la decisión del consistorio con el ofrecimiento de una corona de laurel, como símbolo y premio de la victoria obtenida. Puesto en conocimiento de S. M. el valor demostrado por su general, firmó la Real orden del 15 de octubre siguiente, siendo ascendido al grado de teniente general.

Los cuidados del mando a que atendía con incansable actividad, eran un estorbo para su pronta recuperación, aunque postrado en cama con graves dolencias, esto no le restaba fuerza de decisión ordenando otra salida, por sus acertadas disposiciones y el bizarro comportamiento de los jefes y tropas, fue tan feliz como la primera y fueron rechazados los convencionales.

Más por una de esas desacertadas resoluciones sobradamente repetidas entre aliados, vino el general británico O’Hara a ser nombrado gobernador de Tolón por su gobierno y aunque quedó Gravina mandando las armas, hubo desavenencias entre ambos, sin que bastaran los caballerosos modales del general español para evitar choques y sinsabores con el desabrido britano.

Menos afortunado éste que Gravina, tuvo una acción muy reñida el 30 de noviembre, por sus desaciertos se llevó lo peor del combate, con una pérdida de seiscientos hombres, quedando él mismo prisionero, siendo nombrado en su puesto el general británico Dundas, quien de mejor temple que su antecesor se avino perfectamente con el general.

La llegada de un ejército a las órdenes del general Dugommier cambió las cosas, facilitaron el avance de los convencionales, quienes en la madrugada del 17 de diciembre de 1793 arrollaron las avanzadas del ejército napolitano, logrando apoderarse del fuerte de Balaguer y otros puntos.

Estos sucesos exigieron consejo de guerra, Gravina quiso asistir a sus deliberaciones, demandando ser llevado en una silla de mano a casa del almirante Hood, estando allí llegó la noticia que los enemigos habían sorprendido y tomado posesión del fuerte Faraón, propuso la reconquista del fuerte, encargándose él de la operación, aunque fuese dirigiéndola atado a su caballo. No fue admitida su valerosa proposición, por ser inútil la posesión de ese fuerte por haberse perdido otros puntos que dominaban el puerto, ello llevó a tomar la decisión de evacuar la ciudad y su arsenal.

El almirante lord Hood, dio la orden de quemar los buques franceses allí surtos o en construcción, orden cumplida por el capitán Sidney- Smith, quien dio al fuego a veintidós navíos, ocho fragatas y otros veintisiete buques menores, logrando gracias a la velocidad que avanzaban los republicanos franceses salvar alguno de ellos. Como se ve la intención del almirante británico no era otra que restar capacidad de combate a Francia, ante la posibilidad de alianzas posteriores con España, pero precipitó la retirada de los aliados, evacuando la plaza por una poterna que daba salida al camino del fuerte de Lamalgue.

Curiosamente de nuevo fueron los españoles los destinados a cubrir en la retaguardia la evacuación, logrando embarcar las tropas, dio la vela la escuadra y con graves riesgos de abordajes entre sí, pues el viento era flojo y muchos los escollos a sortear, a parte de la gran cantidad de buques puestos a navegar a un mismo tiempo y en espacio tan pequeño, no obstante la pericia de los comandantes consiguió salvarlos y ponerlos en franquicia algo alejados, aunque algunos recibieron algún que otro proyectil sin causar graves daños por la distancia obtenida en tan corto tiempo, pasando todos los buques a buscar fondeadero en las islas Hyères, estando fondeados se declaró un fuerte temporal que pudieron soportar sin pérdidas, al calmar la escuadra española puso rumbo a Cartagena, donde fondeó el día 31 de diciembre.

Por la humanitaria labor de haber embarcado solo en buques españoles, (los británicos se negaron) a todos franceses que pudieron acercarse a los cascos o playa, siendo transportados en los botes hasta los bajeles, recibió las gracias Reales.

La decisión de evacuar la plaza, tuvo sus diferencias con el mando británico. De la conducta de los españoles, el historiador francés Jurien de la Gravière dice:

Comillas izq 1.png «…no fue sólo dictada por la más alta política, sino por un sentimiento natural de hidalguía que con los actos subsecuentes fue lo que salvó a los desgraciados habitantes de Tolón de los horribles efectos de la evacuación emprendida bajo el cañón de los republicanos.» Comillas der 1.png


Sobre todo para restablecerse de su herida, se le concedió licencia para pasar a la ciudad de Murcia; más no estaba aún cerrada cuando de nuevo embarcó en el navío San Hermenegildo, también del porte de 118 cañones, con el encargo de socorrer las plazas de Collioure y de Port-Vendres, sitiadas por los convencionales.

Zarpó a principios de mayo de 1794 de Cartagena, pero al arribar aquellas plazas habían ya capitulado. Ésta se retiró a Rosas, allí prestó señalados servicios, protegiendo la retirada precipitada de nuestras tropas, después de los combates de los días 17 y 20 de noviembre en los que perecieron los dos generales en jefe, Dugommier y conde de la Unión.

Embarcó a las tropas que se vieron obligadas a retirarse, transportándolas a Palamós para incorporarse al ejército a las órdenes del marqués de las Amarillas, dejando en Rosas las tropas necesarias para la defensa de la plaza, no tardaron en presentarse los franceses al ser rendida la fortaleza de Figueras.

Su denodado tesón hizo prevalecer su honrosa decisión de una defensa a todo trance, cuando no faltaban ánimos apocados que abogaban por la rendición, Rosas se defendió hasta el día 1 de diciembre y así contuvo por dos meses los progresos de los franceses, dando tiempo a que el ejército se reorganizase y cuando ya no fue posible prolongar la resistencia, se decidió por la retirada.

En la ejecución de ésta desplegó la más acertada pericia, llevándose a cabo el 3 siguiente, por orden expresa de Gravina, se formaron tres líneas de buques para el reembarco de las tropas, la primera formada por los botes, lanchas e incluso esquifes, para poder llegar a la playa donde embarcaban, siendo transportados a la segunda, formada por lanchones y jabeques mallorquines, estos los acercaban a la tercera, formada por loa jabeques de mayor porte y bergantines, con ellos se abarloaban a los navíos, regresando de nuevo cada línea a su primer punto, donde de nuevo se repetía la serie de trasbordos.

El reembarco se hubiera efectuado sin tropiezo, gracias a las medidas tomadas por su general y a su incesante vigilancia se habría completado, sin uno de esos incidentes que no están al alcance de la previsión humana no se hubiera producido, pero sonó la voz de alarma de un sargento en situación de avanzada, pues a su grito acudieron trescientos hombres al pueblo para hacer frente a la amenaza mientras el resto continuaba su reembarco, donde el verdadero ataque se produjo al amanecer, viéndose obligados a capitular por estar todos los demás embarcados y sin poder recibir ayuda.

En premio de tan relevantes servicios S. M. le entregó la llave de Gentil-hombre de Cámara con ejercicio, quedó de general en jefe de la escuadra de don Juan de Lángara, por haber sido llamado éste para ponerse al frente de la Secretaria de Marina.

Se encontraba en Cartagena cuando se firmó la paz con Francia por el tratado de Basilea el 22 de julio de 1795; como era norma en la Armada se dio la orden de desarme de las escuadras, quedando desembarcado pasando a Valencia a restablecerse de su salud perdida.

Comprometido nuestro gobierno por el tratado de San Ildefonso, firmado el 18 de agosto de 1796, no tardó el Reino Unido en buscar excusa para declarar la guerra a Francia, arrastrando a España a ella, por ello el 5 de octubre España declaró la guerra a la Gran Bretaña, y poco después Gravina recibió el mando de la escuadra del Océano, en marzo de 1797, (después de sufrido el desastre del combate del cabo de San Vicente) pero de nuevo consideró no ser digno de él por haber otros generales de mayor antigüedad y conocimientos, por ello el Gobierno nombró al general don José Mazarredo, cuya superioridad se complacía en reconocer, siendo designado por su general como Segundo de la escuadra.

Permaneciendo en Cádiz por el bloqueo al que estaba sometida la bahía por la escuadra británica al mando del vicealmirante Nelson, a finales de enero de 1798, el jefe británico quiso acercarse y bombardear la ciudad de Cádiz, para ello alistó su escuadra colocándose a distancia de fuego de cañón, pero viendo los preparativos se convirtieron los botes de los navíos y fragatas en lanchas cañoneras, puestas al mando de Gravina saliendo a defender las fortalezas, con tanto tino que algunas se mezclaron entre los propios navíos enemigos, por ello estos tuvieron que suspender el fuego para evitar dañarse entre sí, al ver el buen resultado de la acometida, el 5 de febrero de nuevo salieron las lanchas, repitiendo el denodado enfrentamiento dando por resultado que el almirante enemigo se viera forzado a guarecerse bajo los muros de Gibraltar con toda su escuadra.

Zarpó la escuadra el 13 de mayo del año 1799 con rumbo a Cartagena, donde se unió a la francesa del mando del almirante Eustache Bruix, reunidas viraron con rumbo a Cádiz donde fondearon, zarpando de nuevo en julio con rumbo al Arsenal de Brest donde fondearon el 8 de agosto siguiente, quedando internada la escuadra española, pasando su general a París a petición del Emperador de Francia, quedando al mando don Federico Gravina, de lo hablado con Mazarredo con Napoleón éste pidió al Gobierno español fuera depuesto por no ser de su agrado, siendo ratificado en el mando Gravina.

Al tomar el mando de la escuadra don Federico Gravina, pasó a ser Segundo de la Escuadra el general don Juan María de Villavicencio, enarbolando su insignia en el navío Guerrero, zarpando el 14 de diciembre de 1801 junto a la escuadra al mando del almirante Villaret, dando escolta a un convoy con tropas del ejército francés al mando del general Leclerc, con rumbo a la isla de Santo Domingo para devolver la tranquilidad a la isla por la insurrección de los negros, desembarcando los efectivos en puerto Francés (el Guarico español), participando en tantas comisiones como le fueron encomendadas.

En el navío Neptuno enarbolaba su insignia don Federico Gravina, siendo su comandante don Cayetano Valdés, a las pocas horas de estar en la mar el buque había embarcado tanta agua que era imposible pensar pudiera cruzar el océano, por esta razón dio la orden Gravina de regresar a Ferrol, dejando a su escuadra al mando de su segundo, entró en la ría y fondeó en el puerto, ese mismo día consiguió se comenzara a trabajar en él, fue repasado por completo y a los catorce días se hizo a la vela, durante la travesía utilizó una nueva ruta trazada por don Federico, encargándose de controlarla los dos responsables alternándose en la vigilancia de los timoneles, consiguiendo arribar a la isla de Santo Domingo a los diecinueve días de haber salido de la ría de Ferrol, fondeando unas horas antes que la misma escuadra.

En carta del almirante Villaret a su Gobierno, daba la noticia del comportamiento de los españoles, en estos términos:

Comillas izq 1.png « No concluiré, ciudadano Ministro, esta carta, sin tributar á nuestros aliados los españoles el brillante testimonio que el honor y la verdad exigen á su favor. Especialmente el Almirante Gravina, se ha portado en todas sus comunicaciones con nosotros con la lealtad, franqueza y firmeza que forman el carácter de un perfecto marino. La pasmosa celeridad con que hizo reparar el navío de su mando, actividad singular en una circunstancia tan decisiva, y su llegada al punto de la reunion de cabo Semaná el mismo día que el resto de la escuadra, causaron una sorpresa general, que es el más bello elogio del Sr. Gravina. El General Villavicencio, que durante su ausencia mandó la escuadra española, ofreció durante todo el viaje á los capitanes de ambas escuadras un excelente modelo de exactitud y vigilancia en todos las partes de su navegación.» Comillas der 1.png


Al concluir la pacificación de la isla, pasó a la Habana donde se embarcaron caudales, cruzando de nuevo el océano con rumbo a la bahía de Cádiz donde fueron desembarcados, por los hecho ya descritos fue llamado a la Corte, donde en persona el Rey le entregó la Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III.

Al firmarse el Tratado de Paz en la ciudad de Amiens el 27 de marzo de 1802, aprovechó la ocasión para regresar a su casa materna en Palermo, pues desde que la abandonó no había regresado, consiguiendo permanecer en tan grata compañía, hasta recibir la Real orden de junio de 1804, siendo nombrado embajador plenipotenciario de España en París ante la Francia, pero condicionó su destino a que si de nuevo estallaba la guerra, regresaría inmediatamente a tomar el mando que le quisieran otorgar, pues se consideraba un marino y no un hombre público.

Desempeñó su misión diplomática con tino, laboriosidad y afanosa actividad que le distinguieron, granjeándose el más alto aprecio de Napoleón, buen juez del mérito de los hombres.

Cumplió el Gobierno la palabra empeñada, rotas las hostilidades con los británicos por el ataque en tiempo de paz a las cuatro fragatas del mando del jefe de escuadra don José Bustamante, se vió en la necesidad de declarar la guerra a la Gran Bretaña el 12 de diciembre de 1804, puesto en su conocimiento pasó a Cádiz para tomar el mando de la escuadra, haciéndolo efectivo el 15 de febrero de 1805, pasando a enarbolar su insignia en el navío Argonauta, del porte de 80 cañones.

Entrada la noche del 9 á 10 de abril de 1805, se presentó sin entrar en la bahía la escuadra francesa al mando del almirante Villeneuve, fue informado Gravina de ello y ordenó zarpar, fue tan rápida la respuesta, salida y reunión de sus seis navíos y una fragata, que al estar cerca ambos navíos insignias, el almirante francés envió un mensaje al don Federico, en estos términos: «…su salida equivale á una victoria.»

El mando absoluto de la combinada estaba a cargo del almirante francés, pero al hacerse a la mar no quiso esperar a los buques españoles más retrasados, por ello pronto se le perdieron de vista a don Francisco Vázquez Mondragón, quien con su navío Terrible quedó separado junto a los Firme y España, más la fragata Magadalena, al ser el más antiguo de los comandantes y quedarse sin superiores, abrió el pliego de instrucciones reservado, por ello supo que el punto de reunión era Fuerte Real en la isla de Martinica, arrumbando a este lugar consiguiendo llegar antes que el grueso de la escuadra, y esto lo logró a pesar del poco andar del navío España, y haber perdido tiempo en un combate por encontrarse en su rumbo con dos corsarios británicos de gran fuerza, a quienes tras duro combate apresó, siendo marinados al punto de encuentro.

Reunidas las dos escuadras, por orden de Villeneuve pusieron rumbo a Martinica, encontrándose ante la isla don Federico Gravina le dirige un escrito al capitán de navío don Francisco Vázquez Mondragón, en el que dice: {{Cita!«Todo lo practicado por V.S. para reunir los buques separados de mi insignia por la precipitación de nuestra salida, hasta la llegada á este puerto, es una nueva prueba del acreditado celo, inteligencia y acierto con que en todas ocasiones ha desempeñado V. S. las comisiones que la piedad del Rey ha puesto á su cuidado; y el partido tomado con los corsarios ingleses apresados, nada me deja que desear; yo tengo la más particular y sincera complacencia en manifestárselo á V. S. para su satisfaccion, y en respuesta á su oficio de ayer detallándome todo lo ocurrido, y en la primera ocasion que se presente daré cuenta oficial á la superioridad para hacer á V. S. la justicia á que se ha hecho acreedor. Dios guarde á V. S. muchos años. Navío Argonauta, en la Martinica, 14 de mayo de 1805. — Federico Gravina. — Sr. D. Francisco Vazquez Mondragon.»}}

Al arribar desembarcaron las tropas tomando el fuerte del Diamante, a parte este viaje fue una maniobra de distracción para forzar a la escuadra británica al mando del almirante Nelson a que les siguiera, para conseguir dejarán libres las aguas entre Finisterre y el Arsenal francés de Brest, punto de arribada ordenado por el Emperador francés a su almirante, encontrándose en esta isla le llegó la información al almirante Villeneuve que la escuadra de Nelson estaba en las mismas, pero no queriendo encontrase con ella por no ser sus órdenes decidió regresar a la península.

Cerca de las costas de la península, el 22 de julio en aguas del cabo de Finisterre, se encontraron con la escuadra británica al mando del almirante Calder, de inferior número de buques aunque con cuatro de ellos de tres baterías, quien intentó atacar por separado la retaguardia de la combinada, viendo esta maniobra el almirante francés dio la orden de virar por avante, quedando por ello los españoles a retaguardia de la línea, recibiendo de esta forma el mayor peso del combate, resultando a causa de la niebla solo poder ver a medio tiro de cañón, aumentando el desorden recibiendo el fuego de los enemigos los tres navíos españoles, San Rafael, Firme y España y solo un poco antes de anochecer, sobre las ocho de la tarde los navíos franceses Plutón, Mont Blanc y Atlas, pudieron localizar por el fuego al España y rescatarlo. Quedando en poder de los enemigos los dos restantes.

La escuadra británica sufrió varios daños en sus buques, como el caso del Windsor Castle de tres baterías que tuvo que ser remolcado y otros seis castigados, razón por la que en los días siguientes a la vista ambas escuadras, no volvieron a entablar combate, por ello el Almirantazgo amonestó a su almirante, pero nadie abrió la boca al francés que sí estaba en condiciones de poder haber efectuado el ataque e incluso rescatar los dos navíos españoles.

En una carta de Napoleón fechada el 11 de agosto de 1805 dice:

Comillas izq 1.png «Gravina es todo genio y decisión en el combate. Si Villeneuve hubiera tenido esas cualidades, el combate de Finisterre hubiese sido una victoria completa.» Comillas der 1.png


Ante este inesperado combate, el almirante francés al mando de la combinada decidió resguardarse en la ría de Ares, donde fueron reuniéndose otros navíos españoles, entre ellos el Montañés, San Juan Nepomuceno y Príncipe de Asturias, zarpando de la ría el 8 de agosto con rumbo a Cádiz, con la insignia del general Gravina en el Argonauta, arribando y lanzando las anclas en la bahía el 17 siguiente. Al arribar y estar listos los buques don Federico trasbordó su insignia al navío de tres baterías Príncipe de Asturias, siguiéndole toda la Mayoría de la escuadra.

El 21 de octubre de 1805, se encontraba al frente de la escuadra de observación o vanguardia, de la combinada participando en el combate del cabo de Trafalgar, siendo herido en el transcurso del enfrentamiento. Quizás el único combate de la historia naval, en el que los tres Jefes de las escuadras participantes fallecieron.

Mortal era la herida que vino a arrebatar a su patria al insigne guerrero, quien hubiera sido vencedor en Finisterre de haber tenido el mando en jefe y hubiera evitado la catástrofe de Trafalgar o salvado la escuadra, si no hubiese estado a las órdenes de un inexperto jefe. Algunos lo maltratan por no desobedecer, quedando de manifiesto esta opinión no ser conocedores del siglo y la obediencia debida, aunque en ello le fuera la vida.

Por la promoción general ordenada por el Rey para todos los participantes en el infausto combate, fechada el 9 de noviembre de 1805, fue ascendido a la máxima dignidad de la Real Armada, como su Capitán General, aunque no pudo ejercerlo por estar convaleciente.

Se habló de amputarle el brazo, los facultativos concibieron esperanzas de evitar esa dolorosa operación, pero conforme pasaba el tiempo se fueron desvaneciendo, cuando se decidió actuar era tarde y nunca se le cortó el brazo, se agravó la infección y el 9 de marzo de 1806 falleció don Federico Gravina a los 49 años, seis meses y dieciocho días de edad.

Don Francisco de Paula nos hace de este tenor una descripción de su persona:

Comillas izq 1.png «Era de regular estatura, y su rostro retrataba al vivo la inalterable apacibilidad de su espíritu. Fué siempre en estremo culto, y expresivo en sus modales y palabras, irreprensible en sus costumbres, y absolutamente desprendido de todo tipo de interés mezquino. Espléndido con sus amigos, y generoso con los necesitados. Justificado y afable hasta con el último marinero, llano y aun familiar con sus subalternos, cautivaba los corazones de cuantos estaban bajo su mando. Su maestría en la profesión, su actividad vigilante y atinada en todo género de empresas, su impetuoso denuedo en el avance, su teson inflexible en el empeño, y sobre todo, su inalterable serenidad, hacen de él un perfecto remedo de uno de nuestros más esclarecidos capitanes del siglo XVIII.» Comillas der 1.png


El almirante Collingwood al saber de su fallecimiento dirigió un pésame al Marqués de la Solana, diciendo:

Comillas izq 1.png «Tenemos que lamentarnos al oir que el valeroso General Gravina ha muerto; sus amigos han vivido largo tiempo esperanzados de su restablecimiento; pero por desgracia, acaban de quedar frustrados sus deseos. La España pierde en él el Oficial más experimentado de su Armada, á cuyas órdenes sus escuadras, ya que alguna vez hayan sido vencidas, nunca han dejado de merecer los encarecimientos de los vencedores.» Comillas der 1.png


En un modesto nicho de la iglesia del Carmen en Cádiz, fueron enterrados sus restos mortales, en este lugar reposó hasta 1869, por ordenar el Gobierno su traslado a la Corte, para ser enterrado en el Panteón Nacional de San Francisco el Grande.

Teniendo lugar la traslación el 11 de junio, la Armada recogió tan venerables restos de la iglesia del Carmen, siendo conducidos al muelle y en una falúa, al vapor Vulcano, surto en el puerto que lo trasladó a La Carraca, desde donde fueron llevados a Madrid, llegando el 12 de julio y depositados en el sagrado lugar donde se le había destinado.

Unos años más tarde, el 30 de marzo de 1883, se consideró que el lugar apropiado para el reposo de este ínclito capitán general debía de ser el ya fundado Panteón de Marinos Ilustres, ordenando de nuevo el Gobierno fueran trasladados a San Fernando, donde con los honores de su rango, recibieron sepultura provisional el 28 de abril siguiente, mientras tanto se le ordenaba a la iglesia del Carmen de Cádiz, remitiera el histórico mausoleo que los recibió en primer lugar y era obra de la piedad de su hermano don Pedro, quien a la sazón era Cardenal de la Iglesia Romana y nuncio de S.S. en España.

Lápida en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando de don Federico Gravina y Nápoli.
Lápida en el Panteón de Marinos Ilustres.
Cortesía del Museo Naval. Madrid.

Cuando al fin fue terminado de instalar en el Panteón el mausoleo, se hizo el enterramiento definitivo, ocupando la capilla tercera de la nave derecha, o del Oeste, frente a la del general Reggio.

La inscripción de su tumba, está con texto en latín y en español, diciendo: (sólo transcribimos la española):

Ofrenda de inmortalidad

R. I. P.

¡Gravina!

A Federico Gravina de Palermo, que por el esclarecido

valor y nobleza de su estirpe fue tenido en gran estima

por los Reyes Católicos Carlos III y IV; que fue distin-

guido con las más altas encomiendas; que supo des-

empeñar sabia y felizmente el cargo de Embajador en

París en circunstancias bien difíciles; que ejerció el man-

do supremo del Ejército y Armada; que dio siempre y

en todas partes, en la mar y en la tierra firme, en las

guerras de África, Portugal, Francia e Inglaterra, prue-

bas de invicto valor, acreditado con sangre y propio de

un caudillo esforzadísimo, y que, finalmente, en el com-

bate de Trafalgar fue mortalmente herido, y muy luego

arrebatado a la vida; su hermano Pedro, arzobispo de

Nicea y nuncio del Pontífice en España, habiendo sido

trasladados los restos, después de cuatro años, desde el

cementerio público, le dedica afligidísimo este monu-

mento.

Vivió 49 años. Murió en 1806

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