Loaysa o Loaisa expedicion 1524-1536
De Todoavante.es
El 31 de mayo de 1524, fracasaron las reuniones sobre las Molucas, entre España y Portugal, que se celebraban en Elvas y Badajoz alternativamente, por esta razón, ya estaba prevista una expedición a aquellas tierras, pero don Carlos I mientras duraron las conversaciones la paralizó, pero al tener este fin, ordenó se pusieran en marcha los preparativos para poderla llevar a efecto.
Después de catorce meses de preparativos la escuadra estaba preparada para hacerse a la mar, se nombró a su jefe que fue don Frey García Jofre de Loaysa, que por su linaje y sus conocimientos de la náutica, le fue concedido el mando.
La escuadra la componían las naos Santa María de la Victoria, de 360 toneladas, al mando de Loaysa; Santi Spiritus, de 240, al mando como Piloto Mayor de la expedición y segundo jefe de ella don Juan Sebastián de Elcano; Anunciada, de 204, al mando de don Pedro de Vera; San Gabriel, de 156, al de don Rodrigo de Acuña; Santa María del Parral, de 96, al de don Jorge Manrique de Nájera; San Lesmes, del mismo tonelaje y al mando de don Francisco de Hoces y el patache Santiago, de 60, al mando de don Santiago de Guevara, siendo la dotación completa de todas ellas de unos 450 hombres. Quizás una de las mayores expediciones de esa época.
Siendo Urdaneta el seleccionado por don Juan Sebastián de Elcano, como ayudante personal, lo que le confirió el poder estar al lado de uno de los mejores cosmógrafos del momento, lo cual no desaprovechó, pues con sus conocimientos y éste inmejorable jefe, le propiciaron para convertirse en lo que andando el tiempo sería.
Zarpó la expedición desde el puerto de la Coruña, el 24 de julio del año del Señor de 1525; de hecho ya escribió el diario del viaje y derroteros de aquellas tierras, comenzando desde el mismo momento de la salida, por lo que a primeros de agosto arriba la expedición a la isla de Gomera, donde hacen una escala de doce días, en lo que se aprovecha para reabastecer a las naves, entre otras cosas de agua, leña, carne fresca y repuestos de velamen.
Antes de zarpar, a instancias de Juan Sebastián de Elcano, se reúne con los capitanes y pilotos, haciéndoles ver las dificultades de las aguas cercanas al estrecho de Magallanes y el doblar el cabo de Hornos, por lo que se queda indicado, que él con su nave viajara en cabeza y que procuren todos seguir sus aguas, para no sufrir pérdidas innecesarias.
Zarpan de esta isla y a los cuatro días, a muy poca distancia del cabo Blanco, se le parte el palo mayor a la capitana; para reforzar a los carpinteros de a bordo, Elcano envía a dos de sus mejores carpinteros, que con una chalupa intentan llegar a la nao averiada, logrando hacerlo, pero no sin un padecimiento exhaustivo, pues la mar de pronto se había arbolado, acompañada de un fuerte aguacero.
La escuadra estaba navegando solo con los trinquetes, debido al mal tiempo reinante, lo que provocó en un falso movimiento, que la Santa María del Parral, fuese abordada por la nao averiada, lo que le produjo grandes desperfectos en su popa, quedando muy mal parada.
Encontrándose en aguas de la actual Sierra Leona, divisaron una nao y siendo conocedores, de que la Francia andaba contra la España, pues en prevención de ser atados se mando caza general, pero la solitaria nao, al vérselos venir vira y se pone en franca huida, por lo que Loaysa viendo que no se le podía dar alcance, da la orden de regresar al rumbo, pero el patache al mando de Guevara, al ser más ligero sí que la alcanza, entonces se dan cuenta de que es una nao portuguesa, aún así la obligan a llegar al lugar donde se encontraba la capitana.
Pero en su derrota se encontraba el capitán don Rodrigo de Acuña, que al mando de la San Gabriel, manda a los portugueses que se den por prisioneros y ordenar amainar las velas.
Esta actitud de Acuña, de dar por suya la captura, molesta a Guevara, que si bien era un capitán de inferior categoría, no dejaba de ser el verdadero ejecutor de la captura, por ello se entrecruzan graves palabras, faltando muy poco para que por ellos no hablaran sus respectivos cañones embarcados.
Hay que entender, que en aquella época, el tema de los superiores era como muy imperativo, pues dependía muy mucho de sus progenitores y de que quienes ostentaban los cargos, supieran que sus apellidos era superiores a ellos, de ahí muchos de los conflictos internos entre familias de alto rango.
Al entrar en la zona de calmas, los velámenes se quedan sin empuje y esto provoca, que tarden en recorrer ciento cincuenta leguas, nada más que un mes y medio, sobre mediados de octubre, se descubre una isla, a la cual se le pone el nombre de San Mateo, (se ha sabido después, que por las coordenadas de Urdaneta, era la actual isla de Annobón en el golfo de Guinea).
Ordena lanzar las anclas y bajar a tierra, para recomponer los desperfectos del temporal pasado y hacer aguada, sobre todo por el mucho tiempo tardado en recorrer tan poca mar.
Pero a su vez aprovecha para poner en orden el conflicto anterior, por lo que en juicio sumarísimo, después de ser informado de todos los detalles, determina que Acuña pase arrestado a la capitana por espacio de dos meses, pero a su vez, a Guevara le suspende de sueldo, pero no del mando. Pero a su vez también manda castigos a otros ocho gentiles hombres, que en la nao de Juan Sebastián de Elcano, habían intentado sublevarse.
Zarparon a los pocos días, y continuaron con rumbo al Sur, en estas aguas abundan los peces voladores, y estos causaron un gran asombro en Urdaneta, quien es su Relación inédita dice:
«En todo este golfo, desde que pasamos a Cabo Verde había mucha pesquería é cada día viamos una cosa ó pesquería la mas fermosa de ver que jamás se vió; y es que hay unos peces mayores que sardinas, los cuales se llaman voladores, por respeto que vuelan como aves en aire, bien un tiro de pasamano, que tiene alas como casi de murciélago, aunque con de pescado, y éstas vuelan y andan a manadas; y así hay otros pescados tan grandes como toninos, que se llaman albacoros, los cuales saltan fuera del agua bien longura de media nao, y estos siguen a los voladores, así debajo del agua, como en el aire, que muchas veces viamos que, yendo volando las tristes de los voladores, saltando en el aire, los albacoros las apañaban, é asimesmo hay unas aves que se llaman rabihorcados, los cuales se mantienen de los peces voladores que cazan en el aire; que muchas veces los voladores, aquejados de las albacoros y de otros pescados que les siguen, por guarecerse vuelan donde topan luego con los rabihorcados, é apañan de ellas; de manera que, ó de los unos ó de los otros siempre corren los voladores, é venían a dar dentro en la nao, y como tocaban en seco no se podían levantar, é así los apañábamos.»
Desde este punto, zarpan con destino al Brasil, por lo que a primero del mes de noviembre, avistan sus costas, pero como era territorio de Portugal, viran con rumbo al Sur muy decididos, en el trayecto sufren un temporal, del cual salen algunas naos dañadas, lo que hace que la capitana se pierda de vista del conjunto de la expedición.
Elcano, como segundo jefe de ella propone el que se le busque a sotavento, pero la propuesta no es aceptada por el piloto mayor de la San Gabriel, por lo que continua su rumbo sola, quedando las demás en búsqueda de la capitana, pero pasan los días y no se le encuentra por lo que se decide poner rumbo al Sur.
Las cinco naos restantes, logran llegar a los 50º de latitud sur, aprovechando una ensenada, Elcano decide el esperar un tiempo a ver si se logra reunir la expedición, puesto que se había tratado en el consejo de capitanes en la isla de Gomera; pero de nuevo la propuesta es rechazada, pero lo malo es que ahora era la totalidad de los capitanes, los que demostraban su desacuerdo.
Pero no obstante se acuerda el dejar en una isleta, una gran cruz y debajo de ella una olla con las indicaciones, de donde se encontraría la expedición en caso de que las dos naos perdidas dieran con el lugar.
A pesar de haber ya pasado por el estrecho de Magallanes, Elcano se equivoca en el lugar de acceso a él, pues manda dar la vela en su falsa entrada, error que cometieron muchos después de él, pero al poco de entrar, empiezan a oírse crujidos de los cascos, por lo que se da la orden de parar en el avance y se ordena al mismo tiempo, que en una chalupa, se reconozcan el lugar, por lo que la abordan su hermano Martín, el clérigo Areizaga y a Roldán y Bustamamte, que era dos de los supervivientes del viaje de la vuelta al mundo.
Lo curioso es que los dos que ya habían pasado, daban por bueno el lugar y querían regresar, pero tanto Marín como Areizaga, no lo tenían tan claro por lo que se decidió el avanzar, lo cual les llevo a darse cuenta de que el lugar era el equivocado. Por eso viene a colación el comentario de Urdaneta: «A la verdad fue muy gran ceguera de los que primero habían estado en el Estrecho, en además de Juan Sebastián de Elcano, que se le entendía cualquier cosa de la navegación.»
Mientras tanto, comienza a subir la marea, lo que libera a las naos e inmediatamente sin esperar a los de la chalupa, se alejan unos cabos mar adentro, al fin los exploradores pueden dar alcance a su nao y la aborda.
Ese mismo día era domingo, según nos cuenta el propio Urdaneta, dando con la verdadera embocadura del Estrecho y fondeando al abrigo del cabo de las Once Mil Vírgenes.
Sobre las diez de la noche, las aguas de la bahía comienzan a moverse de alarmante manera, así soportan toda la noche, pero al amanecer, se habían desatado todas las fuerzas de la naturaleza, pues el viento encajonado, parecía rugir como un león herido, el tamaño de las olas era tal, que pasaban a la altura de la mitad del palo mayor.
Esta situación provoca, que la nao Santi Spiritus, a pesar de haber lanzado cuatro anclas, comience a garrear, por lo que se intenta realizando un esfuerzo casi sobre humano el rescatar a su tripulación, para ello Elcano ordena a la nao, que largue su vela de trinquete, de esta forma la fuerza del viento la arrastra hasta encallar en la costa.
Pero la violencia de la resaca, impedía el acercarse a ella, pues por la mucha mar, unas veces se aguantaba sobre las rocas y otras, la mar la sobrepasaba, los mal aconsejados y viendo la costa cercana, se comienzan a lanzar al mar y de diez solo se pudo salvar a uno, al que se le había lanzado un cabo, el cual a su vez sirvió para que el resto fueran salvados.
Urdaneta nos refiere el caso así: «salimos todos con la ayuda de Dios, con harto trabajo y peligro, bien mojados y en camisa, y el lugar a donde salimos es tan maldito, que no había en él otra cosa sino guijarros, y como hacía mucho frío, hubiéramos de perecer, sino que tomamos por partido de correr a una parte y a otra por calentarnos.»
Después de la marea viene la calma, la cual aprovechan para sacar de la nao siniestrada todo lo posible, pero a las pocas horas el mar vuelve a moverse y esta vez, la Santi Spiritus se deshace contra las rocas y desaparece, mientras que el resto de naos pudieron aguantar mejor el temporal, al volver la calma se enviaron unos botes, para recoger a los tripulantes que se habían salvado y así mismo, el hacerlo por Juan Sebastián de Elcano, para que conocedor de la travesía pudiera guiar al resto de naos, en el cruce de aquél temido paraje.
Como en la chalupa no cabían todos, pues Elcano dijo que le acompañaría el que él designase, y fue precisamente a Urdaneta, quien quizás con algo de jactancia, lo relata así, «Así yo solo me embarqué con el dicho capitán, y nos fuimos a la nao Anunciada»
Por ello ahora solo las tres naos restantes, bajo el mando supremo de Elcano, inician su entrada en el boquerón del Estrecho, pero antes de iniciar su paso, lanzan las anclas a unas cinco leguas de su verdadera entrada.
Pero de nuevo la bravura de las aguas se desencadena y empieza a hacer sus estragos entre las naos, pues éstas comienzan por perder los bateles que estaban trincados a popa, la Anunciada comienza a garrear, a las dotaciones les entra el pavor y empiezan a ampararse al cielo «pidiendo misericordia», ya que las naos y a pesar de las previsiones de estar alejadas, amenazan con estrellarse contra los altos acantilados: «donde ni de día ni de noche no podíamos escapar ninguno de nosotros»
Entonces surge el jefe, logrando llegar a donde se encontraba Vera, capitán de la nao, le explica que si la gente comienza a trabajar de firme «como buenos marineros», se puede salvar a la nao, diciéndoles que él tenía «tomada por la aguja la punta de una playa», los ánimos de la tripulación se contagiaron, para conseguirlo pero realizando arriesgadísimas maniobras, lograr ponerse a salvo en alta mar.
Dos días después, la nao Anunciada, regresa a intentar de nuevo el paso del Estrecho, donde nada más entrar, se encuentran a las dos naos fondeadas, por ello se esparce el regocijo del encuentro, ya que las dos partes se daban por perdidas, a lo que Urdaneta dice: «Dios sabe cuánto placer hubimos en hallarnos allí»
El domingo veintiuno de enero, convoca consejo de capitanes Elcano, por ello se decide el que Urdaneta con media docena de hombre, se haga llegar hasta donde se han quedado los náufragos de la Santi Spiritus.
La misión encomendada no era fácil, pues lo angosto del terreno, el frío y los vientos constantes, hacían de aquellas tierras de lo más inhóspito del planeta, se les proporcionó comida y agua para varios día, desembarcaron y pisaron tierra, a las pocas horas se les presentaron unos indios del lugar, que eran muy altos, a los que Urdaneta convenció de que solo iban a recoger a unos compañeros y que en cuanto lo hicieran volverían a sus naves y se irían, para ello le dio comida, por lo que los indios les siguieron, hasta que el al día siguiente, les dieron el resto de la comida, y cuando se quisieron dar cuenta estos habían desparecido, por lo que quedaron solos y sin comida, a tanto llegó el desespero en los días siguientes, que Urdaneta nos cuenta:
«Era tanta la sed que teníamos, que los más de nosotros no nos podíamos menear, que nos ahogábamos de sed; y en esto me acordé yo que quizás me remediaría con mis propias orinas, y así lo hice; luego bebí siete u ocho sorbos de ellas, y orné en mi, como si hubiera comido y bebido…»
Al siguiente día, prosiguen la búsqueda de sus compañeros y logran encontrar, un charco de agua, y a su lado crecen unos matojos de apio, así que con ellos pasan el día, pero en su camino se encuentran con riachuelos, que los tienen que cruzar con el agua hasta la rodilla y después trepar por aquellos acantilados de piedras cortantes, por ello lo refiere así: «Nuestro Señor, aunque con mucho trabajo nos dio gracia para subir»
Vuelven a sentir el hambre, pero entonces se agudiza su instinto y viendo, conejos y patos, se dedican a cazarlos, lo que le produce una buena cena, pero lo malo fue, que al encender el fuego y por un descuido, una ráfaga de viento llevó una brasa hasta un frasco de pólvora, el cual estalló y quemó a Urdaneta, quién nos dice: «Me quemé todo, que me hizo olvidar todos los trabajos y peligros pasados»
Al atardecer del día siguiente, consiguen llegar al lugar donde se encuentran los náufragos, por lo que la alegría es indescriptible, pues todos se daban ya por perdidos, pero con su llegada afirmaba que pronto vendrían a recogerlos y que tuvieran todo lo que se había podido salvar de la nao, para que se pudiera embarcarse en breve tiempo.
Estando en el nuevo campamento, de pronto se divisaron una velas, por lo que no podían ser otras que la de la capitana, la San Gabriel y el patache, por ello comenzaron a dar gritos y encender hogueras, para llamar su atención, Loaysa, sorprendido de ello mandó al patache se acercara a tierra y así recibieron nuevos ánimos, embarcándose unos cuantos, para que el resto quedará de guardia protegiendo los materiales rescatados de naufragio, pero no fueron todos.
Pasando a ser Urdaneta el piloto que le marque a la capitana el lugar donde se encuentra Elcano, sucediendo el afortunado encuentro, por lo que Loaysa encarga a Elcano que con la Parral, San Lesmes y el patache, se introduzca en el estrecho y recoja al resto de náufragos y los materiales acopiados, por lo que zarpa el día veintiséis de enero, regresando diez días después con todos ellos y librándose por poco, de otra tempestad tan frecuente en ese Estrecho.
Cuando esto sucede, se encontraban embarcados en la Parral, tanto Elcano como Urdaneta, que junto al patache, buscan un buen refugio en un arroyo, donde las naos quedan a merced del fuerte viento del sudoeste, pero Elcano siempre atento, descubre en la angostura un sitio mejor por ser un abrigo natural, logrando meter allí a su nao y el patache, pero la San Lesmes se ve obligada a correr el temporal, lo que le obliga a viajar hasta los 55º de latitud Sur, por lo que se convierten en los primeros en descubrir el paso de Cabo de Hornos, en su terrible extremo más meridional del continente.
Cuatro días hacía que se encontraba Elcano en el mismo lugar, esperando que el temporal amainara, cuando de pronto vio salir por el boquerón a la San Gabriel, por lo que dio la orden de efectuar una salva, ello propició que el capitán de la nao se acercara y le puso en conocimientos del grave desastre ocurrido.
En el mismo temporal, que acaban de correr las naos de su mando, había hecho el estrellarse a la capitana de la expedición y salvo el maestre, y unos pocos marineros, que habían abandonado la nao se habían podido salvar, por lo que éste capitán le indicaba, que no era posible que Loaysa se hubiera salvado y que así mismo se encontraba derrotado, ante tantos desastres y tan repetidos, por ello resolvía el dar por terminada la expedición y regresar a España.
Pero Elcano no pensaba lo mismo, por lo que ordenó el envío de auxilios a sus compañeros y el intentar rescatar la nao, que gracias a esas medidas tomadas y a tan oportuna llegada, consiguió el que la nao capitana por lo menos aun flotara, salvando al mismo tiempo a todos lo que habían permanecido a bordo.
Urdaneta anotaba en su diario, el día diez, la deserción de la Anunciada, pues estuvo viéndola salir del boquerón, pero a los oídos sordos de su capitán, no le llegaban las órdenes que se le daban, por eso nos dice: «no quiso venir adonde nosotros estábamos» y con cierta amargura continua: «A la tarde desapareció y nunca más la vimos»
Después de las tormentas padecidas y en encallamiento de la capitana, las naos no estaban para aguantar muchos más malos tratos, por ello Loaysa ordenó el que se reunieran en el río de Santa Cruz.
Por ello ordena a Acuña, que con su nao, se vaya a buscar al patache, para trasmitirle la orden, ya que de lo contrario se podría perder, pero Acuña se hace el desoído, actitud que molesta a Loaysa y le obliga a ir, pero Acuña aun le contesta «que adonde él no se quisiese hallar que no le mandare ir» Pero ante la amenaza de Loaysa, ya muy firme, Acuña accede a ir y de paso recuperar a su chalupa, que estaba en poder del patache; pero pasemos a Urdaneta y su diario, donde escribe:
«Domingo á once de Marzo llegó el patax al dicho río de Santa Cruz, donde nos dijeron los que venían en él, que D. Rodrigo de Acuña había llegado dó ellos estaban en las Once mil Vírgenes, y quel capitán del patax le envió su batel con catorce hombres, los más de ellos de la nao Santi Spiritus, con algunos del mismo patax y que, en tomando el batel, luego se hizo a la vela, é que no sabían más del…»
Por lo que al igual que en días anteriores la Anunciada había desertado, ahora le ocurría lo mismo a la nao San Gabriel, así que la expedición quedaba herida de muerte, pues a ello había que añadir que el resto de naves, no estaban como se ha dicho en muy buenas condiciones de navegar.
En este fondeadero permanecieron durante un mes, pues las condiciones de la pesca era muy fáciles, ya que en la bajamar incluso se podían coger con la mano, allí también probaron por primera vez la carne de foca y sobre todo se dedicaron a dar la banda a las naos y intentar repararlas.
Al dar la banda a la capitana y aprovechando la bajamar se quedaba en seco, momento adecuado para acceder a los puntos más difíciles, que es cuando se pudieron comprobar los graves daños que tenía: El codaste estaba completamente roto, pero además tres brazas de la quilla, lo que hacía muy complicado el ponerla en servicio otra vez, así que se dedicaron casi por completo a ello, pues con menores daños, se les había dado fondo a otros bajeles.
Además se unía que con la perdida de la segunda nao de la expedición y con la deserción, de las Anunciada y San Gabriel, la expedición no podía el dejar perder a sus único buque bien armado y de mayor poder, por lo que a base del acopio de los materiales de la pérdida de la Santi Spiritu y de los que llevaban de repuesto en los demás buques, la Santa María de la Victoria se consiguió el volverla a poner a flote, para ello se habían utilizado, casi toda la tablazón, planchas de plomo y «cintas de fierro»
A parte de esto, se construyó un batel para la Santa María del Parral, y la Santa Lesmes, por los daños que tenía se le estuvo a punto de dar por inútil, pero las grandes bajamares de aquellas costas, permitieron el poder terminar de arreglarla y ponerla en servicio también.
Se vuelven a hacer a la mar, y el día cinco de abril doblan el cabo de las Once Mil Vírgenes, el día ocho, con el patache en cabeza en misión de descubierta, se adentran por el boquerón, al llegar a la posición donde se había quedado anteriormente la nao capitana, Loaysa manda la chalupa, para recoger algunos cepos de lombarda y toneles, que se habían quedado, pero al llegar los hombres a tierra, los indios con sus flechas defienden aquellos enseres con su propia vida.
Al siguiente día el grueso de la expedición, se encuentra con el patache, que estaba a buen abrigo esperando su llegada, quedando todos reunidos y reanudando el viaje, que no es nada fácil, pues aparte del laberinto de entradas y salida que convergen en el Estrecho, éste tiene una longitud de seiscientos kilómetros, lo que obliga a tener en constante vigilancia a algún buque en misión de explorador.
Pero la mala suerte parecía perseguir a Loaysa, cuando ya estaban a punto de salir, en su nao, por estar encendido un fuego, para cocer una caldera de brea, se prende fuego la cubierta, el pánico se apodera de la dotación y se amontonan para abordar la chalupa, y hacerse al agua, menos mal que una mayoría acude al fuego y con el esfuerzo conjunto se consigue el apagarlo, por ello Loaysa, no se entretuvo en contemplaciones, cuando al ver el fuego sofocado los que habían abandonado el buque, los: «afrentó de palabra a todos los entraron en el batel».
El 12 la expedición arriba al puerto de la Concepción y el día dieciséis se encuentra en la punta de Santa Ana, la que los expedicionarios la bautizan con él sobre nombre de estrecho de las Nieves, por estar todas sus cumbres cubiertas de ella, pero que además, por uno tono azulado, que se suponía que era por la cantidad de siglos que allí llevaban sin deshelar.
El ensordecedor rugir de la mar, al encontrarse los dos océanos hacía temblar los cascos de los naos, pero una noche, se llevaron un gran susto, pues de pronto y encontrándose en el puerto de San Jorge, comenzaron a oír gritos que los producían los patagónicos, los cuales se acercaban a gran velocidad con sus canoas y provistos de tizones encendidos, por lo que se aprestaron a las armas, pero según el relato de Urdaneta; «no les pudimos entender, no llegaron a las naos y se volvieron»
Sobre primeros de mayo, en las cercanías del puerto de San Juan, la expedición se ve obligada a correr otro temporal, logrando no sin esfuerzos el arribar a él, estando ya fondeados, comienza a caer nieve y después de ello Urdaneta describe: «no había ropas que nos pudieran calentar», el mal tiempo obliga a permanecer en el lugar unos días, pensando que el tiempo mejora se vuelven a hacer a la mar, pero a las pocas millas, se ven obligados a regresar, pues el temporal permanece y aumenta su intensidad.
Como Urdaneta llevaba su diario, en él anotaba cosas como si fueran para él, de ahí el que vayamos a una descripción muy propia: «A las noches eran tantos los piojos que se criaban, que no había quien se pudiese ler»; el caso concreto de un marinero que falleció de aquella plaga y que Urdaneta describe: «todos tuvimos por averiguado que los piojos le ahogaron»
Sobre mediados de mayo, el tiempo comienza a abonanzar, lo que inmediatamente se aprovecha para hacerse a la mar, poniendo rumbo de nuevo al Estrecho, donde logran arribar el día veintiséis, que era sábado y la víspera de la festividad de la Santísima Trinidad, alcanzando ese día el extremo de la isla Desolación, por lo que viran y comienzan a atravesar el Estrecho, que después de la primera experiencia, en esta ocasión los realizan en tan solo cuarenta y ocho días, lo cual ya era un éxito en sí mismo.
A su salida al océano Pacífico, la escuadra se encuentra ante la inmensidad de él, pero también les siguió otro temporal, que deshizo la expedición, pues desde las cofas no se advertía a bajel alguno a la vista, el día dos de junio, estando ya a unas cientos cincuenta leguas del cabo Deseado, la tempestad se convierte en casi un huracán, lo que todavía contribuye más al alejamientos de las naos, el propio Areizaga, nos cuenta: «Muy grande a maravilla»
Pero ya la expedición no volverá a reunirse, pero se tiene conjeturas de sus rumbos, por ejemplo la San Lesmes, que fue vista por última vez por el patache, más de dos siglos después en el año de 1772, la fragata Magdalena, arribó a la isla de Tepujoé (al lado de la actual Tahití), donde encontraron una gran cruz muy antigua, por lo que por esta noticia, el insigne historiador don Martín F. Navarrete, saca la conclusión, que por la derrota seguida y las corrientes, y con los últimos datos del patache, se puede casi asegurar que fueron a parar allí, lo cual no deja ser una triste historia para unos hombres, que lo dieron todo por su país, en el mayor de los sufrimientos, por lejanía y olvido. Otros españoles que con sus cuerpos sembraron el otrora llamado «Lago Español» y no sin razón.
En cuanto a la Santa María del Parral, ya las cosas están más claras, pues se sabe, que dieron muerte a su capitán, a su hermano y al tesorero, después la hicieron embarrancar en la isla de Sanguin (situada a medio camino, entre las islas Célebes y la de Mindanao, y que actualmente se llama Sangi), donde desembarcaron, pero fueron atacados por los habitantes, quienes mataron a unos de ellos, siendo el resto retenidos.
Años después, tres de los amotinados aún con vida fueron rescatados por la expedición de Saavedra, que al tener la noticia de los acontecimientos, les formo consejo de guerra, siendo declarados culpables de amotinamiento, desobediencia y asesinato, por lo que en la isla de Tidor, a donde habían arribado y celebrado el juicio, fueron ajusticiados, por sus delitos. Esto demuestra, que a pesar de la inmensidad de un océano como es el Pacífico, la justicia española tarde o temprano, se llevaba a efecto por el bien de todos.
Mientras tanto en la capitana, la nao Santa María de la Victoria, la situación no es mucho más halagüeña, pues a causa de los temporales, sus reparaciones se han resentido y comienza a hacer agua, que es tanta que las bombas de achique no dan para desalojarla, a demás, comienza el escorbuto, lo que la convierte más bien en un buque hospital, que una nao de combate, por lo que comienza la triste y larga lista de fallecidos a su bordo.
El 24, fallece el piloto don Rodrigo Bermejo; unos días después, el contador don Alonso de Tejada; el 30 el jefe de la expedición capitán general Loaysa; el 6 de agosto el segundo de la expedición y piloto mayor de ella, el insigne don Juan Sebastián de Elcano y unas horas más tarde el sobrino de Loaysa, que había sido nombrado contador al fallecer el titular.
Con su acostumbrada meticulosidad Urdaneta nos dice: «Toda esta gente que falleció (unos treinta desde la salida al océano) murió de crecerse las encías en tanta cantidad que no podían comer ninguna cosa y más de un dolor de pechos con esto; yo vi sacar a un hombre tanta grosor de carne de las encías como un dedo, y otro día tenerlas crecidas como si no le hubiera sacado nada»
Prosigue Urdaneta, con unas palabras del máximo respeto a su jefe y casi profesor, del cual aprendió y no poco: «Bien creo que si Juan Sebastián de Elcano no falleciera que nos arribáramos a las islas de los Ladrones tan presto, porque su intención siempre fue de ir en busca de Cienpago (cipango), por éste se llegó tanto hacia la tierra firme de la Nueva España»
El 21 de agosto, consiguen ver tierra, pero lanzando la sonda, ésta no daba la profundidad, pues «parecía el agua muy verde», viendo que no podían dar fondo, ponen rumbo a la isla de los Ladrones o las Marianas, después de alargar el sufrimiento, consiguen avistarlas el 4 de septiembre, pero consiguen al siguiente día alcanzar la isla de Guam, donde se lanzan las anclas e inmediatamente una gran cantidad de piraguas, a gran velocidad rodean a la nao y un grupo de los indígenas, totalmente desnudos abordan la nao con una facilidad que asusta a los tripulantes, pero de ellos se destaca uno, que en un perfecto castellano con acento gallego, les espeta «Buenos días, señor capitán y maestre y buena compañía…»
La nao, había salido con cincuenta hombres de dotación del Estrecho y al llegar a la isla de Guam, solo le quedaban veinte en alguna condición de poder trabajar, porque los otros treinta estaban enterrados en la mar.
La anécdota del que abordó la nave y saludó, tan cariñosamente a los recién llegados, no era otro que uno de los tres, que habían sido castigados por Magallanes, por ser amigos de lo ajeno, pero que había conseguido el hacer buena amistad con los nativos y estos se aprovechaban de sus conocimientos y el poder hablar con todos, pues no era otro que Gonzalo de Vigo, quién a su vez pidió el «seguro Real» o sea el perdón y por su amable llegada, más la ayuda que se comenzó a prestar a los enfermos, le fue concedida a bordo mismo y en ese instante.
Como amenidad a este largo devenir de la expedición y siendo Urdaneta un experto en la convivencia de los pueblos, volvemos a él a una relación inédita:
«Una costumbre hay en éstas islas que todos los hombres solteros que son ya pa (sic) mujeres, traense dos varas en las manos y todos ellos y ellas generalmente traen siempre sendas esportillas de estera muy bien labradas y dentro en ellas traen el piña que detrás dije que comían (alude a cierto fruto de la isla que los indígenas mascaban continuamente, diciendo que con ellos apretaban las encías), tienen una libertad los indios solteros que traen las varas que pueden entrar en casa de cualquier indio casado que le parezca bien su mujer y usar de ellas lo que quisiere muy seguramente y el por caso al tiempo que el mancebo quiere entrar, su marido está en casa, luego que otro entra se truenca las esportillas de piña y se sale el marido fuera y queda dentro el mancebo, no ha de llegar el casado a casa hasta que sepa que el otro está fuera, y en éstas islas se hacen muchas esteras y muy buenas, éstos indios son de muy grandes fuerzas, toman dos indios de estos una media pipa de agua llena y la llevan y meten dentro del batel, y había indio que toma una barra de hierro hasta de 25 ó 30 libras por una punta y la levanta y daba tres ó cuatro vueltas por encima de la cabeza.»
Aún no recuperados del todo, pero para poder llegar a su destino la expedición, se vuelven a hacer a la mar, pero a los cinco días de la salida, fallece don Alonso de Salazar, que había sido nombrado por Elcano como capitán de ella, por lo que de nuevo surgen problemas, pues hay dos que quieren el mando, uno es Hernando de Bustamante y el otro Martín Iñiguez de Zarquizano, quienes a su vez tiene divididas las simpatías de los tripulantes; el primero es uno de los que fue con Elcano y fue llamado por orden real a presencia de Carlos I, por lo que su fama de buen navegante le era propicia para el cargo; el segundo, era contador general de la expedición de Magallanes y también un superviviente de la primera vuelta al planeta, por ello estaban los dos muy igualados.
Para dilucidar quién debía ser el responsable, se acude a la votación por mayoría, por lo que se organiza escrupulosamente ésta, así y en presencia del escribano general, todos van pasando y dejando su papel con el nombre del elegido, teniendo lugar el día quince de septiembre; Urdaneta nos dice: «Y así todos votaron los unos por el dicho Martín Iñiguez de Zarquizano y los otros por el dicho Hernando de Bustamante.»
Al realizar el escrutinio y ver el resultado, al escribano se le escapo una sonrisa, esto provocó que; nos lo cuenta Urdaneta: «Antes que se viesen los votos Martín Iñiguez se resabió con parecerle que tenía más votos el Bustamante y apañó al escribano los votos y echólos en la mar»; se desató un discusión por su proceder, pero no tuvo mayores consecuencias; porque se llegó al acuerdo, que si al llegar a las Molucas, allí se encontraban los bajeles perdidos y en alguno de ellos estaba alguno de los jefes él decidiría, de lo contrario en aquellas tierras se volvería a realizar la votación y mientras tanto, estarían compartiendo mando los dos.
Al amanecer del 2 de octubre, desde la cofa se da aviso de tierra, en la misma línea del horizonte, era la isla de Mindanao.
Por ello Zarquizano, convoca en el alcázar a Bustamante y más otros quince o dieciséis hombres de bien que iban en la nao, y le dirige un discurso, que nos lo escribe Urdaneta: «diciendo que ya veíamos cómo estábamos en el archipiélago de la Célebes y muy cerca del Maluco, y que era muy grande poquedad de todos los que íbamos en aquella nao y gran deservicio de su Majestad irnos así sin capitán y caudillo…»; a lo que añade Urdaneta de su propio tintero: «por no tener capitán nombrado y jurado podía acaecernos algún desastre como a hombres desmandados y desordenados»
Terminando de decir Zarquizano: «por parte de Dios y de Su Majestad», a lo que añade, que él es por las instrucciones Reales y por ser el oficial general de Su Majestad, pues nadie a bordo ostentaba tantos cargos, que fuera él el elegido como capitán general de la expedición, terminando: «porque era más hábil y suficiente para el dicho gobierno que no Hernando de Bustamante»
Antes estas palabras todos le juran obedecer y respetarle como a jefe supremo, pero Bustamante se niega, a lo que responde Zarquizano, con la orden de ponerle grillos, pero Urdaneta nos lo cuenta así: «Le mandaron echar unos grillos de que cobró mucho miedo, y así le hubo de jurar y obedecer», como se verá Zarquizano, lo tenía todo previsto.
Unos días después, consiguen el llegar a la costa, pero Zarquizano previsor, ordena lanzar las anclas a cierta distancia de ella y al tiempo, manda a Urdaneta con la chalupa y varios hombres a ver como es la población indígena, intenta conversar con ellos Gonzalo de Vigo, pero el leguaje es distinto, por lo que se recurre a la mímica, por ello y a cambio de baratijas relucientes, consiguen llenar la chalupa de cocos, plátanos, batatas, frutas diversas, vino de palma, arroz y hasta alguna gallina.
Al ser la acogida tan agradable, Zarquizano ordena el levar anclas y acercar la nao a la costa, una vez allí recibe la visita del cacique de la zona, que siguiendo el mismo sistema de trueque, se consiguen más provisiones, pero al mismo tiempo el ahora general se apercibe de los colgantes que portan los indígenas, que son de oro, por lo que ordena que nadie (al igual que hiciera Magallanes) intentara el trueque por ese metal.
Unos días más tarde, regresa Urdaneta con la intención de la primera vez, pero en esta ocasión, los indígenas habían sido soliviantados por algún malayo, por lo que para comenzar a hablar los indios les dicen que apaguen las mechas de sus fusiles, a lo que lógicamente se niega y esto da principio a una serie de acontecimientos, en los que ocurre de casi todo, pues se comienza por tener cada uno un rehén, los indios empiezan a regatear, mientras se aperciben los españoles, que están intentando el cortar las amarras de la chalupa, Gonzalo de Vigo que era el rehén, se da cuenta de que los indios que le rodean mueven insistentemente sus machetes y están muy alterados, por lo que pega unos gritos, para advertir a sus compañeros, pero Urdaneta se da cuenta de la situación y prohíbe a sus hombres el contestar a Gonzalo, para no alertar a los indios, por lo que se levantan dando explicaciones de que ya es muy tarde y que mañana proseguirán, en ese instante Gonzalo, da un par de empujones a los que tiene más cerca y sale corriendo, consiguiendo llegar a la chalupa, donde sus compañeros ya le están esperando, pero la inmovilidad de los indios la provoca, el miedo a las armas de los españoles, pues incluso los que perseguían tenazmente a Gonzalo, se frenan casi en seco al alcanzar a la primera fila de los suyos, que tampoco se estaban moviendo, por lo que se sale de una situación muy apurada y sin que nadie se vea perjudicado.
Al día siguiente Zarquizano, con sesenta hombre perfectamente pertrechados, desembarca al frente de ellos y se adentra en la selva, hasta llegar al campamento, donde nos cuenta Urdaneta: «envió a requerirles a los indios de paz a que nos vendiesen algunos alimentos», pero la respuesta de estos fue salir corriendo con sus enseres y adentrarse en la espesura de la selva.
Prevenido Zarquizano, por Bustamante de la forma de combatir de los indios, dispuso la retirada con una buena defensa en la retaguardia, así se evitó un ataque, que a buen seguro se hubiera producido, y que Urdaneta nos aclara con estas palabras: «Quién por estas Indias anduviere y no fuere práctico, perderse ha, por ser los indios muy atraicionados…»
Al no poderse llegar a un acuerdo, por la manifiesta hostilidad de los indios, Zarquizano ordena el levar anclas y hacerse a la mar con rumbo a la isla de Cebú, pero una vez más los vientos contrarios le obligan a desistir de ello, por lo que ya siendo favorables, los aprovecha para poner rumbo directo a las Molucas.
Logrando arribar a la de Talao, el 15 de octubre, donde si que son abastecidos y pertrechados, con abundancia, pero al parecer había en ello una doble intención pues el cacique de la isla, después de realizados todos los abastecimientos se reúne con Zarquizano, para que le ayude a terminar una guerra con un vecino, pero Zarquizano, se acuerda de que algo parecido le ocurrió a Magallanes y para evitar caer en la misma trampa se niega.
A parte de dirigirse a los portugueses y advertidles del riesgo que corren, pues a buen seguro que si se inicia la guerra, ellos serán los más perjudicados, por lo que estos se encargan de disponer todo el armamento a su disposición para presentar el debido enfrentamiento.
Zarpan de esta isla y se dirige, a la mayor de las pertenecientes a las Molucas, ante su llegada los indios se les vienen encima con sus canoas, ante la gran sorpresa de los españoles, que a su vez son confundidos por portugueses, lo que hace a los indios el hablar este idioma, Urdaneta nos dice: «Nos vinieron a ver cientos de indios y hablándonos en portugués, de lo que nos holgamos mucho…»
Permanecieron en esta isla hasta que las rencillas del reparto del mundo por el tratado de Tordesillas, puso las cosas en su sitio, por ello a mediados de enero de 1527, comenzó una pequeña guerra entre portugueses y españoles, por estar estos en territorios de aquellos.
Pero la acción de los españoles, que había sido encontrada de buenas maneras por parte de los indios, provocó el que unos se pusieran de un lado y los otros de otro.
Por eso Urdaneta nos recuerda las palabras de su jefe: «Que nunca Dios quisiese que nosotros fuésemos en rehusar de cumplir lo que Su Majestad decía en el mote de la divisa de las columnas: Plus Ultra»
Y prosigue: «Toda la gente estaba tan recia y fuerte como el día que partimos de España, aunque hacía diez y ocho meses que salimos» Y continua: «Si los portugueses quisieran, bien nos alcanzaran; empero no les pareció buen partido, y así nos dejaron pasar»
Zarparon de esta isla y el día de Año Nuevo de 1527, la nao arribaba a Tidor, donde son bien recibidos y vueltos a recibir alimentos frescos, pero el trato con los indios era irregular, por lo que hubo varios enfrentamientos entre ambas fuerzas.
Llegando el 17 de enero, en el que los portugueses intentan abordar a la nao, embarcados en las canoas de los indios, pero cometieron el error de hacerlo en una noche de luna llena, por lo que los vigías de guardia de la nao, abrieron fuego sobre ellos, lo que provocó que la sorpresa ya no era tal y que los españoles salieran todos a ocupar sus puestos, por lo que al final, el resultado fue de un muerto y dos heridos portugueses y un muerto y cuatro heridos por los españoles.
Al atardecer de ese día, los españoles con doscientos indios, destruyen un intento de desembarco en las cercanías de la nao, para hostigar con artillería al buque, cuando se retira, aparece una veloz embarcación que recorre la costa y de esta forma se aprecia que porta una bandera roja, en la que claramente se lee: «A sangre y fuego»
Al siguiente día regresan los portugueses, y comienza un nuevo cañoneo, de resultas de él la nao capitana y única, Santa María de la Victoria, resulta alcanzada por tres de ellos, pero al parecer el mayor daño lo sufría el buque, al disparar sus propias piezas de artillería, por lo que queda inservible, para ser aparejado y volverse a hacer a la mar.
Desesperado Zarquizano, por el resultado del reconocimiento, que nos dice Urdaneta: «mandó llamar al maestre y piloto y marineros de la nao y a otras personas entendidas, y les tomó juramento en unos Evangelios si estaba aquella nao para poder navegar…», pero «todos juraron uno a uno y depusieron que no era posible poderla aparejar de manera que pudiese navegar…» Esto consternó a Zarquizano, que no tuvo más remedio que resignarse.
Por ello ordenó, que fuera desmantelado, para poder fortificar alguna posición y se desembarcó la artillería y parte de su tablazón, una vez todo en tierra, se dio la fatídica orden de darle fuego, acción que los sentenciaba casi a muerte.
Se aposentaron en la isla de Gilolo, donde se establecieron unas cordiales relaciones con su cacique, que así se veía protegido de los portugueses, pero sucedieron varias cosas, la más destacada es que a Urdaneta se le acusó de alta traición, por lo que Zarquizano, convencido de ello mandó apresarlo para recibir el castigo, pero enterado el cacique envió a su sobrino, para que defendiera la verdad de lo acontecido y que el acusador, que era el nuevo gobernador portugués no decía la verdad.
Por ello pasamos a las crónicas de la época, para saber las palabras del enviado del rey de Gilolo: «Mi Rey, debajo de tu fe, hizo pregonar la paz, que le ha muerto sus vasallos; y con más justa causa se deberia quejar de ti que de los portugueses; y tú fuiste el primer ofendido en el rompimiento de la tregua; y lo que el Rey y Urdaneta han hecho ha sido restituir la honra al Emperador y a ti, y no romper tregua, sino restaurar la ofensa, que, con tan poca vergüenza en las barbas del Rey, mi señor, y a su puesto, se atrevieron de hacer, sobre seguro, a tu nación y a nosotros; lo cual no pudieron hacer sino con la confianza de tu tegua.»
Con estas palabras Zarquizano, se quedo sin armas para defenderse, por ello se dio cuenta de que había sido engañado por el gobernador portugués y aunque al principio, estaba ya con su sentencia tomada, tampoco se encontró muy remiso a conceder a Urdaneta todos sus privilegios.
Poco tiempo después falleció Zarquizano y Urdaneta nos lo cuenta así: «A doce días del mes de julio falleció el Capitán Martín Iñiguez de Zarquizano de esta presente vida, al cual enterramos en una iglesia que teníamos y Dios sabe cuánta falta nos hizo por ser muy hábil y valeroso para el dicho cargo, era muy temido así de los cristianos como de los indios»
La muerte de Zarquizano, no ha quedado clara, pues el propio Urdaneta nos dice: «Procuraron de matarnos con ponzoña, echando en un pozo de donde bebíamos; de lo cual fuimos avisados, y así se remedió» Parece ser que Zarquizano, intimó por su buen hablar con un portugués de nombre, Baldaya, el cual comió en varias ocasiones con él y se supone que fue quién vertió el veneno en la copa del capitán español.
Hubo que nombrar un nuevo jefe y volvieron las desavenencias, el primero fue su sobrino, que fue rechazado por haberse portado indebidamente con muchos, surgió de nuevo Bustamante, pero quiso utilizar la fuerza para ello, lo que demostró su poca hombría y valía para ello, por esto habló Urdaneta: «Muchos hombres de bien que había en la compañía requirieron al alguacil mayor que les quitase las armas», por ello se decidió el nombrar a Hernando de la Torre, que en esos momentos estaba de guardia en el pequeño fuerte, al principio no quiso aceptar, después de oír a varios, fue Urdaneta quién le dijo: «Que era requerido por parte de Su Majestad aceptase el cargo, porque así cumplía el servicio de Su majestad»
Después de largos padecimientos, pues la falta de medicinas no podía evitar el que la fuerza se mermara por las circunstancias de la vida, así como los insectos y los combates parciales contra indios, y portugueses, hasta que por fin apareció en el horizonte una noche clara unas velas, desde el fuerte se le hizo una salva y el buque contestó con otra, por lo que a la mañana siguiente, pudieron desembarcar y ponerse manos a la obra, de ir recuperando a los enfermos y cargando a la recién llegada nao, que por nombre tenía La Florida, al mando de Saavedra.
Ésta en compañía de otras dos habían zarpado en su búsqueda, por la llegada a Acapulco de don Juan de Areizaga, que lo habíamos dejado con el patache Santiago, y después de una reunión con Hernán Cortés, este dispuso la salida de la pequeña expedición en busca de los españoles perdidos, pero en el camino se habían perdido las otras dos por un tremendo temporal, pero La Florida había logrado llegar para devolver a casa a los pocos expedicionarios que quedaban de la expedición de Loaysa.
Pero el Gobernador portugués, al enterarse del refuerzo de los españoles y su posible pérdida de autoridad, intenta el realizar un combate naval, por lo que alista una nao bien artillada y con cuarenta tripulantes, pero la embarcación por parte española era más pequeña, ya que La Torre no quiere enfrentar a La Florida y con ello perder la posibilidad de regresar a España, para poner en conocimientos de todos, todas sus aventuras y descubrimientos.
El buque español va dotado con treinta y seis hombres, el capitán español Alonso de los Ríos, comprende que un ataque al cañón lo tiene perdido, pues el enemigo es muy superior, por lo que resuelve el ir de proa por su través y abordarlo, maniobra que le sale perfecta y a los pocos minutos de estar la portuguesa abordad se rinde. El balance es revelador, hubieron cuatro muertos por parte de los españoles y el resto todos heridos, mientras que por parte portuguesa, fueron muertos ocho y el resto heridos y prisioneros, entre los muertos estaba su jefe Baldaya, aquél que tantas veces había comido con Zarquizano, por lo que Urdaneta anota: «Aquél que dio la ponzoña a Martín Iñiguez de Zarquizano.»
La Torre escribe una carta, que entrega a Saavedra, para que a su llegada a Acapulco se pueda a su vez hacer llegar al propio rey don Carlos I, en ella entre otras cosas le dice al Rey: «Le suplico se acuerde de todos estos vasallos y servidores de Vuestra Real Majestad, que con tantos trabajos y peligros de sus personas le han servido y le sirven de noche y de día arriesgando sus personas todas las horas y momentos, por sustentar y defender esta isla y tierras en servicio de Vuestra Real Majestad… Sustentamos a tres reyes de cinco que hay en Maluco. . . Y debe Vuestra Majestad de mirar que solo un nao que llegó aquí pudo traer hasta cien hombres, entre chicos y grandes, y con hallar a los portugueses muy poderosos en la tierra, con un fortaleza de cal y canto, y como naturales de ella siete años y con muchos navíos de remo y de carga, entramos y tomamos puerto, a pesar de todo ellos, siendo doblada gente que nosotros, y aquí estamos hasta hoy.» Como se ve la carta no puede ser más esclarecedora que la realidad.
Tres prisioneros portugueses habían logrado escapar de sus captores y se enrolaron en la nao española, que iba a zarpar con rumbo a Nueva España, la nao zarpó y un mes más tarde arriba a las islas Papuas, por lo que Saavedra es el descubridor de este archipiélago, por lo que desembarcó, pero al mismo tiempo los tres portugueses, al desembarcar Saavedra, vuelven a abordar el bote, que era el único que llevaba la nao y se dan a la fuga, por lo que el propio Saavedra se ve obligado a que se construya una balsa para poder regresar a la nao, esto obliga a que Saavedra de la orden de regreso, para procurarse un nuevo bote, pues en aquellas aguas era de primordial importancia, por lo que ni siquiera pudo pasar de las islas de los Ladrones.
En su regreso, realizó una arribada a la isla de Sarragán, donde en su anterior viaje había dejado a un enfermo de la tripulación llamado Grijalva, quién le suplicó que allí le dejara y así lo hizo, ahora se preocupaba por él y quería saber cómo se encontraba, a lo que los indios le respondieron que no podía marchar, por estar al servicio del rey, pero la realidad fue, que había sido vendido como esclavo.
Cinco meses después de haber zarpado, regresa al arribar a la isla de Tidor, por lo que el segundo intento de la historia de cruzar el océano Pacífico de Oeste a Este, termina siendo un gran fracaso.
La Justicia como siempre llega, y este es el caso de que estando ya en Tidor, llegan noticias de que tres europeos se encuentran en la isla de Guayamelin, por lo que La Torre encomienda a Urdaneta, que con unos hombres vaya a averiguar quiénes son, y hete aquí la sorpresa, al llegar y con una estratagema, logra el poderlos dominar sin daño alguno, resultando ser los tres que se habían escapado de la nao de Saavedra; al regresar con ellos a Tidor y al verlos Saavedra, se lanza sobre uno de ellos con el puñal en la mano, reaccionando La Torre que eso no es justo, por lo que se forma un consejo de guerra, y por las duras Leyes de la época, un mes más tarde se dicta el veredicto de condena a muerte para los dos, que se cumple al día siguiente, siendo ajusticiados los llamados Simón de Brito y Fernando Romero.
Mientras pasaba el tiempo y los constantes encuentros con los portugueses fueron mermando las posibilidades de realizar el viaje tan deseado, pues llegaron a ser solo sesenta hombres, a lo que se sumaba la firma de un tratado amistoso del Rey de Gilolo, con los portugueses, lo que mermaba aún más las fuerzas españolas, a parte de un intento de envenenamiento de La Torre, que a su vez causo la muerte de otros varios hombres, todo decidió el que se pusiera en marcha la salida de La Florida.
Por ello se dedicaron por completo a reacondicionar la nao, pues por la carcoma en aquellas aguas ya estaba haciendo que la tablazón se resintiera, por ello Urdaneta nos describe la forma de su necesario refuerzo para tan larga derrota: «Porque hacía agua le echamos otro aforro de tablazón al costado desde la quilla hasta la lumbre del agua», prosigue: «tablas delgadas cosidas con el costado con unos clavos» y lo definitivo: «calafateo con un betún de resina y aceite y estopa, que es cosa muy buena»
Sugiere La Torre a Saavedra, que el regreso a España lo realice doblando el cabo de Buena Esperanza, pero su consejo queda en el aire, pues el capitán Saavedra considera que esa derrota con los portugueses durante todo el trayecto detrás de él, resulta algo más peligrosa que el ir directamente a Nueva España.
Por ello el día tres de mayo, se levan anclas y se hacen a la mar, con rumbo al Sur, por lo que el veinticuatro de junio se encuentra en la isla de Paine, situada en la bahía de Geelvinck, que esta al noroeste de Nueva Guinea y dos grados al Sur del ecuador, prosigue su rumbo y el día quince de agosto arriban a la isla del Almirantazgo.
Por ello nos podemos dar cuenta que el avance es muy lento, pues se han recorrido pocas leguas y en mucho tiempo, por ser siempre los vientos contrarios, esto le hace a Saavedra el recordar el consejo de La Torre, pero sin pensárselo mantiene el rumbo.
Por ello ordena cambiar el rumbo al nordeste, con lo que a mediados de septiembre se encuentra en la isla de Ualán, del archipiélago de las Marshall, por lo que va costeando estas islas, hasta llegar a la de Utirik, en la que se fondean por encontrarse enfermo Saavedra.
La recepción de los nativos que supera el millar es muy calurosa, pues se les obsequia con cánticos y música de instrumentos muy rústicos, pero los indios se fijan en las armas de los españoles y sienten verdaderos deseos de conocer cómo funcionan, pero estos se niegan a hacer un disparo, porque no es la costumbre, pero ante la insistencia uno de los españoles, les dice que se separen, los indios hacen un gran hueco entre ellos y el español, y este dispara su arcabuz, los de las primeras filas se caen al suelo, el resto sale corriendo y los caídos se levantan y los siguen, embarcan en sus esquifes y a remo forzado se van a la isla contigua.
A los pocos días un poco más tranquilizados, vuelven los indios, pero esta vez cargados de avituallas, con las que llenan la nao, llegándose a cargar más de dos mil cocos entre otras cosas, y ayudando a la aguada para rellenar los aljibes vacíos, con lo que en muy poco tiempo vuelven a hacerse a la mar.
Esta vez vuelven la proa unos grados y enderezan el rumbo a Norte, por lo que llegan al paralelo 26º de latitud Norte, pero justo en este lugar fallece por las penalidades sufridas el capitán Saavedra, por lo que le sucede en el cargo un toledano llamado Laso, pero solo consigue estar ocho días en el cargo, pues a su vez fallece, por lo que el mando de la nao, pasa al maestre y al piloto, con los cuales se alcanzan los 31º de latitud Norte, por lo que en este instante La Florida está más cerca de Nueva España que de las Molucas, pero la falta de alguien con verdadero poder, y dado su desorden moral, provocado por tantas pérdidas, deciden el regresar a las Molucas
Por lo que se ordena el virar y esto impide que la gloria les alcance a todos, no deja de ser una lamentable decisión, pero me imagino que habría que estar en su piel, para saber si navegar hacia lo desconocido o regresar a lo conocido, por lo que tras una larga navegación logran alcanzar las islas de los Ladrones y desde aquí, y por tercera vez su fracaso es rotundo.
Mientras tanto en la isla de Tidor, La Torre, sabe que su salvación consiste en que la nao llegue a Acapulco, para que sea leída su carta por Hernán Cortés y que este a su vez la envíe al Rey, pero mientras tanto el capitán español desde Nueva España, pueda ya mandar naos y hombres para sostener aquellas islas, porque en el tiempo de su marcha, habían ocurrido varios combates, y también el fallecimiento de Rey de Gilolo, al que Urdaneta califica de: «muy grande amigo nuestro» y refiriendo se a los portugueses dice: «Después que partió la carabela, tuvimos todavía guerra con los portugueses y sus amigos, y nos hacíamos mucho mal los unos a los otros.»
Una vez más el espionaje pone en funcionamiento sus máquinas, por él se entera Meneses, que han abandonado Tidor un grupo numeroso de españoles con objetivos distantes al de su posición, por ello ordena que todos sus buques se alisten y se pongan con rumbo a ésta isla, donde él mismo a la cabeza desembarca y la toma con la poca resistencia que les pueden oponer los siete soldados españoles y unidos a ellos una treintena de indios, que son enseguida reducidos, por la gran cantidad de fuerzas enemigas reunidas.
La Torre se ve en la necesidad de reunir en el fuerte, con sus escasos hombres y convoca una reunión de los jefes que allí se encuentran, entre ellos está Bustamante, Hans, jefe de la artillería y un tal Godoy, más otros muchos, que piden que sea rendido el fuerte. Urdaneta había salido con la expedición, por lo que no estaba presente, pero relata así por lo escuchado después del acontecimiento: «Y no me maravillo que éstos dijesen este parecer, porque ninguno de estos tres que he nombrado, nunca se hallaron en afrenta ninguna ni en ganar la honra que teníamos ganada, así con los portugueses como con indios…»
El principal culpable de todo fue Bustamante, que ya había ido socavando las resistencia de los españoles, diciéndoles que era imposible el que llegaran refuerzos de Nueva España, por ello y a pesar de dar la orden de La Torre de abrir fuego, los artilleros se negaron, por lo que él personalmente se dedico a hacer fuego con las piezas ya cargadas, en eso que llegó un emisario portugués pidiendo la rendición con condiciones, a lo que La Torre no tuvo más remedio que acceder, pues ya Bustamante y muchos de los suyos habían abandonado la posición y se habían pasado a los portugueses.
Las condiciones no eran malas del todo, pues solo pedían el que les fuera restituida su galera, que había sido apresada por los españoles, el retorno de todos los prisioneros en poder de los españoles y que abandonasen las islas de la Especias, por lo que los españoles solo tenían un sitio donde ir, que era a Zamafo.
Al regreso de la expedición de Urdaneta con Alonso de los Ríos, se encuentran con el campamento, convertido en un montón de troncos y paja quemados, y la fortaleza tomada, pues oyeron voces de portugueses, por ello Urdaneta viaja hasta la isla de Gilolo, donde pone a salvo a la familia real, para evitar el ser castigada por los enemigos, y de aquí se pone a buscar por las islas a su jefe La Torre, al que encuentra en la isla de Zamafo, pero muy abatido éste cuenta que no puede ir en contra de los portugueses, pues le hicieron jurar sobre una Hostia consagrada su capitulación, por lo que ni siquiera les da autorización para presentar combate, a lo que los que le acompañan comprende que está en un error y además les pide: «que no se aparten de su compañía», a lo que Urdaneta le contesta: «que va a servir a Su Majestad.»
Unos días después se presentan unos comisionados portugueses en la isla de Gilolo, presionando a los españoles a que se retiren a Zamafo, pero habiéndose preparado Urdaneta y los suyos, los ponen en franca huída, pues su ataque les coge totalmente desprevenidos.
Los portugueses viajan hasta Zamafo, para comunicar a La Torre el desafiante trato de Urdaneta y que le conmine a abandonar las tierras de su reino, por lo que La Torre ve en ello la posibilidad de reducir a Urdaneta, por lo que viaja hasta Gilolo, donde como argumento, le comunica que la nao La Florida había regresado y que era imposible el recibir refuerzos de Nueva España, aparte de que su dotación se había desperdigado por las islas, pero viendo que Urdaneta no se da por vencido, le ordena el ir a buscar a los diseminados por las islas, comisión que Urdaneta cumple con el entusiasmo de todas las misiones encomendadas, comienza a ir de una isla en otra y consigue el reunir a veintiséis soldados.
Faltos de dinero y de toda clase de recursos, se le ocurre a Urdaneta el recabar fondos, por ello hace de rehenes a tres caciques principales, en una isla llamada Malayo, por lo que obtiene un buen rescate, por ello regresaron muy contentos, y nos dice: «más de cien ducados, con que volvimos muy alegres, así comenzamos a tornar a nuestro oficio», aquí comienza a revelarse al soldado que llevaba dentro, pues al ver el resultado, anota en su diario: «De ahí en adelante los más días hacíamos muchos saltos por todas las islas juntamente con los indios de Gilolo…»
A todo esto y por el tiempo transcurrido, los soldados españoles ya no estaba con sus formidables uniformes, sino que por apreciación del rey de Gilolo y por los regalos de éste, ya los más vestían como los propios indios; también se dedicaron a la caza, pues así ejercitaban el tiro, y en su diario Urdaneta nos dice: «También nos dimos en este tiempo a la caza, que había muchos puercos monteses; y con un perro que teníamos mucho bueno matábamos puercos monteses; también nos dimos a la criar gozquejos de la tierra, que son muy buenos para cazar.»
Esta era la vida de unos españoles, que ni siquiera en su patria sabían que existían, pero se mantuvieron en esas terribles condiciones de aislamiento y desamparo, con la sola intención de dar a su Rey unas islas ya conquistadas, y el poder mantenerlas para mayor grandeza de España.
Pero surge un problema y es que, a la muerte del anterior Rey de Gilolo, la isla estaba partida en dos bandos unos al lado de Quichil Tidore y el otro al de Quichil Humi, que se mantenían en guerra para hacerse los dueños en su totalidad de la isla, por lo que los españoles, que con los recogidos de la nao sumaban cincuenta y ocho, pero tenían muy claro que había que tomar partido, y que esta decisión le iba a dar el poder a quién ellos eligieran.
Por lo que al fin se decidieron por el bando de Quichil Tidore, por la razón que expone en su diario Urdaneta: «La mayor parte de los indios estaban bien con nosotros», por lo que era de vital importancia el conservar esta amistad, aparte de que así al gobernador también se lo ganaban, por lo que añade: «era mucho nuestro amigo » y prosigue: « si el Quichil Humi quedaba por Señor, no podiamos hacer menos de pasarnos a los portugueses, que nos querían mal.»
De pronto surge un nuevo problema, pues al parecer en las islas eran todos musulmanes, por ello un indígena da muerte a un cerdo propiedad de Meneses, por lo que en una reacción muy poco diplomática, se apresa al individuo, pero por orden de Meneses y con amenaza de muerte, le obliga a comer carne del animal por él muerto, esto hace que todos los indios se pongan en contra de aquella barbarie y por ello en principio huyen, pero a escondidas intentan el montar una revolución contra los portugueses, pero Urdaneta, que había aprendido a la perfección el idioma de los nativos, logra enterarse por los comentarios en abierto que estos hacían, lo que pone en conocimiento de La Torre y le dice que es una buena ocasión, para establecer buenos contactos con los portugueses, pues ellos en el fondo son todos cristianos, así se envía a Urdaneta a mantener una entrevista con Meneses, quién al principio no se da por enterado, pero por los datos que le da Urdaneta, consigue que el Gobernador portugués reaccione, y así lo escribe en su diario: «A veinte y tantos días de agosto del dicho año de 1530 fui yo a Tarenate con poder bastante de nuestro capitán Fernando de La Torre» y añade: «Asentamos las paces e hicimos escrituras firmes.»
Por lo que Meneses ordena el poner en la cárcel al Rey de Tarenate, al regente de la isla y a los más notables, sometidos a tormento hablan de sus planes, por lo que la sentencia no se hace esperar y son degollados todos a excepción del Rey, por lo que esta reacción obliga a abandonar a los habitantes las poblaciones y refugiarse en las montañas, pero a su vez esta noticia llega a Gilolo, donde causa el mismo pavor a las represalias de los españoles, por lo que de nuevo se le encarga a Urdaneta, ya que habla su idioma, que sea quién represente a las españoles y les haga comprender que ellos no se van a comportar así, con ellos ya que son sus amigos.
Urdaneta, se adentra en la isla y comprueba que los indios: «todos los indios de Gilolo puestos en armas», le explican que La Torre quiere acabar con ellos, a lo que Urdaneta les indica que no es así, por eso nos dice: «Yo les dije qué cosa era que siendo tan grandes amigos como ellos y nosotros éramos que estuviésemos en tan gran discordia…», por lo que los indios, que no querían un enfrentamiento, se deciden y le contestan: «que lo mejor sería que se disimulase»; arguyendo para ello que lo mejor para todos era seguir siendo amigos, por ello se llegó a la firma de un acuerdo y Urdaneta anota en su diario: «A la tarde nos juramos los unos a los otros, y quedamos muy grandes amigos, y por más firmeza juramos cinco o seis de nosotros y otros tantos de ellos», siendo esto el 15 de octubre de 1530.
A primero de mes de noviembre del mismo año, arriba a Tarenate, una división de tres naos portuguesas, con ellos llega el que será nuevo Gobernador, Gonzalo de Pereira, pues viene a sustituir a Meneses, con lo que se consigue el apaciguar los ánimos de los indios nativos.
El 20 de diciembre, Urdaneta arriba a Tarenade, para renovar con el nuevo gobernador las paces hechas y firmadas, pero éste le comunica que su Rey había pagado por convenio con Carlos I, la cesión de las islas Molucas y a muy alto precio, por lo que el litigio entre los reinos de Portugal y España ha terminado, por ello conmina a Urdaneta que trasmita, a su jefe que no vuelva a hacer ninguna correría por aquellas islas y que ha cambio él, les dejara vivir tranquilamente hasta que se de la ocasión de devolverlos a España, pero Urdaneta, no muy conforme con estos datos de palabra, le dice que si puede enseñarle el documento, a lo que el portugués le dice que el tal documento está en poder del Gobernador general de las islas y no en el suyo, por lo que Urdaneta no se cree una sola palabra del portugués.
Por ello unos días después regresa a Tarenate, pero solo escribe en su diario: «Torné a la dicha fortaleza a negociar ciertas cosas…», esto no era su costumbre por lo que deja un halo de misterio en el tema, que viene a confirmarlo después, pues mantiene a escondidas una conversación: «con un caballero portugués que había andado mucho tiempo en Castilla» y que éste le ratifica sus sospechas, pues le dice: «que si quiere hacer llegar un documento de la situación en estas islas de los españoles, que se la entregué, pues lo antes posible quiere regresar a su país y que lo que le ha dicho Pereira, sobre la cesión es cosa falsa» y Urdaneta le contesta: «Yo le dije, que la mayor merced que a todos los castellanos que estábamos en Maluco era hacer lo que decía.»
Pero Urdaneta, no confiando del todo con él, le obliga a entrar en una iglesia y le pide: «que jure sobre una ara consagrada cumplir lo que decía», a lo que el portugués no se niega, al estar ya seguro de ello se aleja en dirección a su posición y se entrevista con La Torre, al que le pone al corriente de todo, por ello y en conjunto se ponen a redactar la relación de todas las cosas que han ocurrido y cuál es su situación actual, al mismo tiempo que una muy respetuosa carta al Rey de España.
Se apresuran en el cometido y consiguen terminar los documentos, por lo que inmediatamente regresa Urdaneta a Tarenate, para entregárselo a su amigo Aníbal Cernuchi, siendo que éste pocos días después zarpa con las naos en dirección a Portugal, pero se supo después, que a pesar de los buenos deseos de este hombre no pudo entregar los documentos al Rey.
Un día recibe La Torre una petición de un calafate, por parte de Pereira, para ayudar en la reparación de una nao, a lo que La Torre accede, pero hace firmar un documento al Gobernador portugués que sería devuelto, «aunque fuese contra su voluntad», el cual acepta y se le envía a un tal Arena, al terminar la reparación el calafate prefiere quedarse con los portugueses, pero por mandato de La Torre, Urdaneta viaja a Tarenade, pero ante su reclamación Pereira hace oídos sordos, por lo que se ve obligado a realizar varios viajes, con diferentes alternativas, pero que pasaban todas por el retorno del español.
Ya cansado La Torre de tanto ir y venir sin solución, vuelve a enviar a Urdaneta, con el escribano acompañado de un alguacil, con la misión de advertir a Pereira, que si no retornaba Arena, daba por concluidos todos los acuerdos con él realizados, ante tal requerimiento Pereira monta en cólera y agarra un palo, con el que intenta agredir al escribano, pero fue impedido por los mismos portugueses, por lo que ya sin salida exclama a voz en grito: «que se embarque y se fuese, que juraba a Dios que antes de mucho había de tomar a los castellanos maniatados y había de desterrarlos a unas islas que se llamaban las isla de Mandibar…»
Las duras condiciones de vida en aquellas tierras, iban mellando el poder de los españoles, por eso y a falta de metales La Torre, vuelve a recurrir a Urdaneta, para que viaje a la isla de Gapi, lugar donde al parecer manejaban bien el hierro, por lo que acompañado de varios indígenas, se desplaza a esta isla.
Nada más desembarcar pone en conocimiento de quienes le reciben la intención de ser recibido por el Rey: «que le pedía por merced me mandase dar audiencia…», pero le comunican que el Rey acaba de perder a su esposa y que no es costumbre que reciba a extranjeros, por lo que debía de trasladar sus peticiones: «a dos caballeros, que enviaban a mi para ello», pero Urdaneta les contesta: «Yo le respondí que una embajada de un capitán de un tan grande príncipe no se solía dar sino a la misma persona del Rey o Señor a quién se enviaba la embajada, y que, por tanto le pedía me mandase escuchar de su persona por la mía…», pero volvió a recibir la misma respuesta y que solo les recibiría pasados veinte días.
Pero la obstinación de Urdaneta, era más fuerte que el propio Rey, por lo que al final accedió a la entrevista, pero eso si como: «estos de Gapi gentiles», refiriéndose a que no eran musulmanes, el Rey impidió a sus acompañantes de Gilolo, que pudieran estar presente, y como éstos insistieron el Rey les dijo: «Respondióles que si querían comer puerco que bien podían ir», lo que demuestra lo bien que este Rey sabía tratar a los musulmanes, por lo que ellos no volvieron a insistir.
Pero aún así el Rey cuando Urdaneta ya estaba en la puerta de su casa, se le comunica que está indispuesto y que no lo puede recibir, y como en la misma puerta estaban los dos caballeros anteriores, pues se ve obligado a decirles lo que quería: «La embajada no era más de representarle cómo éramos vasallos del mayor príncipe que había en el mundo…», por ello una vez trasmitido al Rey éste accedió que entraran, por lo que siguieron los acostumbrados saludos e intercambio de regalos, pero el Rey no era al parecer muy dado a los abalorios, pues aceptó los paños finos pero el resto los desestimó: «diciendo que no era aquello cosa para dar a él y que los tomase para mi…», pero Urdaneta, conocedor de las situaciones difíciles, no hizo caso, y recogiendo la bisutería y las baratijas, se volvió y las repartió entre los presentes, «los cuales se holgaron mucho.»
Al terminar la reunión, el Rey: «me envió de comer, y me envió a decir que él comenzaba a comer y que comiese yo bien», de vez en cuando le enviaba vino de palma. Urdaneta veía esta costumbre del vino muy personalmente y sobre ella dice: «Bebían hasta caer de culo cada día de aquel vino de palmas»
A lo que se unía, que en esa isla el Rey, no dejaba pasar un día, en que para que acompañaran a su esposa difunta en el otro mundo, mandaba a una especie de garrote a doce súbditos, la mitad de cada sexo, siendo posteriormente lanzados al mar los cadáveres, para el alimento de los peces.
Permanecieron en Gapi por espacio de cuarenta días, y cuando ya se habían alcanzado todos los objetivos de Urdaneta, pretendió el redondear su periplo, y se dirigió a la que se conocía como la mayor productora de hierro de la zona, que era la isla de Tabuco, pero el destino le quiso jugar una mala pasada, pues los vientos contrarios le impidieron llegar, lo que le obligó a virar con rumbo a Gapi, pero al llegar el Rey se enfureció, pues se creía engañado y mando el perseguir a los españoles, avisado Urdaneta, consiguió el dejarlos atrás gracias a que sus paraos eran más rápidos.
Pero al no poder reponer alimentos y estar a unas cien millas de Gilolo, las provisiones se fueron agotando, por lo que tuvieron que recurrir: «Lo más de este camino comíamos tiburón crudo» y aplacaban su sed, comiéndose el hígado también crudo del mismo escualo, por lo que el viaje se convirtió en toda una nueva experiencia de supervivencia del ser humano.
Mientras tanto en las Molucas los portugueses no estaba en muy buena condición, pues los indios de Tarenate seguían exigiendo la libertad de su Rey, pero Pereira al igual que había hecho Meneses, no estaba dispuesto a ello, por lo que después de una breve preparación el 27 de mayo de 1531, los indios asaltan la fortaleza portuguesa, que la logran conquistar, pero los portugueses renuevan fuerzas y no sin grandes esfuerzos, consiguen el volver a reconquistar.
Cuatro días después de estos acontecimientos, unos delegados de los indios se presentan en Gilolo a conversar con La Torre, para que se ponga de su parte, pero La Torre se niega, diciendo que él había a su vez firmado unos tratados con los portugueses y que no iba a ir en contra suya, pues no era hombre que quebrantara su palabra.
Pero a su vez a Pereira, le había sucedido en el cargo Fonseca, que a su llegada aún se encuentra en peor situación, pues estaba sitiado totalmente, a lo que se sumaba que los que habían ido a hablar con La Torre, habían hecho correr el rumor de que los españoles, de un momento a otro se les unirían, por lo que los ataques de los indios envalentonados con este supuesto refuerzo, en sus ataques imprimían más ferocidad, ya que veían más cerca la victoria.
Una noche, con todo el sigilo necesario, sale del fuerte una galera, en la que viaja Fonseca y arriban a la isla de Gilolo, donde conversa con La Torre, sobre todo quería saber dos cosas, si de verdad los españoles iban a apoyar a los indios, o no y de ser esto, que por favor les aprovisionara la galera, pues sus víveres están ya faltando y se debilitaban los soldados, por lo que la pérdida será total.
La Torre le calmó diciéndole que no se iba a poner de parte de los indios, y que dada la escasez de medios, procuraría el dotar de alimentos a los portugueses, cosa que después de unos trámites de parlamentos con los indios amigos de la isla, consiguen el cargar al máximo de sus posibilidades la galera, con lo que el portugués regresa, pero ya con buenos alimentos y repuestas las fuerzas, los portugueses consigue el acabar con la revuelta en sus dominios, pero aún así La Torre, tuvo que intervenir a favor de los indios, en la firma de un nuevo tratado de amistad, en el que las dos partes no salieran dañadas en exceso.
Por todo lo pasado y por las buenas relaciones obtenidas de su posición adoptada en el conflicto recién terminado, La Torre que seguía con la intención de regresar a España, vió que era el momento oportuno, por ello viaja a entrevistarse con Fonseca, quién le da todas las facilidades, pero no contento con ello, La Torre pide entrevistarse con el virrey de Portugal en aquellas tierras, para ello prepara un carta y envía a Pedro de Montemayor, por lo que Fonseca, prepara una nao y hace el viaje, para la entrevista con don Nuño de Anaya, zarpando ésta a mediados de enero de 1532 y cuyo viaje dura nada más que dos años.
En el documento La Torre, expone con total sinceridad la posición de los españoles, por lo que pedía un salvoconducto para poder llegar a España, él y toda su expedición, que al mismo tiempo sirviera para el resto de gobernadores del reino de Portugal, añadiendo, que necesitaba un documento que probara la supuesta cesión del Rey de España de aquellas islas, más dos mil ducados para pagar las deudas de los españoles, durante su larga estancia en aquella isla; a su llegada fue recibido con todos los honores, pues en aquella corte, todos eran conocedores de la conducta tan caballerosa con la que había procedido La Torre.
Mientras sus compañeros se las ven y desean para seguir vivos, a pesar de convivir precisamente con los portugueses, con los que rivalizaban en hacer descubiertas, siendo precisamente uno de los más destacados de ellas Urdaneta, quién casi en solitario, vuelve a hacer el viaje a Tabuco, la isla del hierro, donde logra reunir una gran cantidad de herramientas y metal en bruto para distintos cometidos, y siguiendo con las famosas cacerías de los jabalís, que en la isla habitaban en grandes manadas.
A pesar de que La Torre, no quería que se enterasen sus indios amigos de su posible futura partida, estos consiguen enterarse, lo que ello significaba, que al haber sido amigos de los españoles, si estos se iban quedarían a merced de los portugueses, por eso se levantan casi en pie de guerra, exigiendo a La Torre que no se marche, pues con ello pone en peligro a todos, y a todas sus cosas, pero La Torre, para calmarlos, recurre a una estratagema, que consiste en decirles que los portugueses no pondrán el pie en la isla y para demostrarlo, trasladan la artillería a la playa, para dar la impresión de que si se acercan los portugueses, estos lo pasaran muy mal, pues les dispararán.
Pero como ya era normal, el espionaje vuelve a funcionar y se pone en conocimiento de Tristán de Tayde, el que los españoles alentados por los indios de Gilolo, se van a enfrentar con ellos; al mismo tiempo La Torre se entera de que Tristán lo sabe e intenta el comunicarle que todo es una farsa, para él defenderse de los gilolanos, pero esta explicación no parece convencer al portugués.
Por ello el 19 de diciembre de 1533, se presenta una escuadra portuguesa, poco después Tayde en persona, desde la costa se le ve, que está recorriéndola para ver donde se puede desembarcar con facilidad, pero siempre atentos los españoles y conocedores de la situación, el gallego recogido en la isla de Guam años antes, se adentra en el agua hasta la cintura y efectúa un disparo de su arcabuz y a gritos le hace ver a Tristán, que no es intención de los españoles el presentar combate; por esto a partir de este instante, las órdenes de Tayde se convierten en procurar la defensa de los españoles.
Durante la noche, los portugueses buscan un lugar donde poder desembarcar, logrando hacerlo en lugar abrupto y alejado del poblado, al presentarse en éste, los indios ya no pueden ofrecer resistencia, por lo que solo se quedan mirando estupefactos, el abrazo que se dan los jefes y compañeros, entre españoles y portugueses, por esta actitud los indios se supieron traicionados y solo optaron por salir de sus casa e ir a esconderse en la selva, por lo que Urdaneta anota en su diario: «Los castellanos que nos hallamos en Gilolo este día éramos diez y siete hombres, que todos los demás era ya muertos.»
En febrero de 1534, los españoles se embarcan y son trasladados a Tarenate, a los pocos día de su llegada La Torre y la mayoría de sus hombres salen de viaje con rumbo a España, pero Urdaneta por orden de su capitán se queda, con la misión de cobrar unos vales a los indios por las especias vendidas a estos.
Por esta razón no abandona esta población hasta febrero de 1535, por lo que había estado un año más en aquella ciudad, en compañía del piloto Macías del Poyo, pero en la misma nao, van como presos el Rey de Tarenate y su madre, junto a otros dos miembros de la isla: «…por cierta traición que habían cometido contra los portugueses», nos cuenta Urdaneta.
Arriban a Banda y aquí permanecen hasta el mes de junio, recibiendo la grata visita de los regentes de Tidore y Gilolo, que viajaron hasta aquí solo para despedirse de él, pues siempre dejaba amigos en todos aquellos lugares que visitaba; continua su viaje arribando a la isla de Java y posteriormente a la península de Malaca, pero él en todo estos viajes va tomando notas astrológicas y de los vientos, mareas y costas, todo con la intención de aprender más y saber posicionarse en cualquier circunstancia.
Prosigue su viaje, saliendo el 15 de noviembre de 1535, de Malaca con rumbo a Caylan, arribando a Cochin sobre mediados de diciembre, aquí se lleva la gran sorpresa, pues se encuentra con todos sus compañeros y con ellos a La Torre, quienes en calidad de invitados del gobernador portugués les estaban esperando.
En el puerto se estaba preparando la salida de un expedición con rumbo a Portugal, pero el Gobernador conociendo a los españoles, ordena que sean distribuidos en pequeños grupos en las diferentes naos, pero enterado del propósito La Torre, hace una relación de su estancia y se la entrega a Urdaneta, mientras que el resto de documentos son repartidos entre todos los españoles, en previsión de alguna jugada de los portugueses.
En este punto hay que añadir, que Urdaneta hace una clara referencia a este propósito: «Y asimismo La Torre escribió una carta a V. M. donde hacía relación de los muchos y leales servicios que yo había hecho a V. S. M. en aquellas partes.»
Este escrito hacía referencia a su punto de vista militar, conquistador y profesional, de la propia naturaleza de estos hombres que todo o casi todo lo que se les había encomendado lo habían cumplido, con esa autoestima del deber cumplido, por la grandeza de España, su Rey y su honor.
Iba siempre acompañado por su amigo Macías del Poyo, volviendo a embarcar zarpando Cochin, el día doce de enero del año de 1536, estando a bordo de la nao San Roque, con rumbo al cabo de Buena Esperanza, doblando éste a finales de marzo, prosiguiendo el rumbo a la isla de Santa Elena, lugar obligado de descanso de las dotaciones portuguesas, por el largo trayecto ya recorrido, zarpando de este puerto y arribando por fin el día veintiséis de junio a la ciudad de Lisboa.
Es de hacer notar aquí, que el viaje de la primera vuelta al mundo de su maestro don Juan Sebastián de Elcano, tuvo una duración de tres años menos catorce días, en cambio la de su alumno y ayudante Urdaneta, le había costado once años menos veintiocho días, por lo que es de destacar las penurias sufridas y por lo extenso de este relato, se puede apreciar las duras condiciones, la de labores y comisiones, aparte de combates y peligros, que tuvo que soportar en tan larga ausencia de su patria.
De su llegada a Lisboa, se guardo el mayor de los secretos, pues las autoridades ya predispuestas lo registraron minuciosamente, lo que en principio puede parecer un desacato hacía su persona, es casi comprensible por que los portugueses pretendían guardar el secreto de todas sus posesiones en aquella parte del mundo y así se aseguraba, de que nada trascendería.
Por lo que le fueron robados los libros de contaduría de la nao Santa María de la Victoria, cartas particulares de los súbditos españoles, que eran residentes en aquellas islas y unos mapas de las islas de las Especias más otro de la de Banda, al mismo tiempo que se le incautaron de los derroteros de las mismas islas, que los había realizado con la expedición de Loaysa y que trataban de ellos entre las costas de Nueva España hasta las Molucas, realizadas por la nao La Florida; ante todo esto Urdaneta pidió ser recibido por el Rey de Portugal, pues tanta arbitrariedad era inaceptable, pero intervino el embajador español en aquella corte, llamado Sarmiento, quién le convenció de que lo mejor era salir urgentemente del país y cruzar la frontera, por lo que para ello le procuró un caballo, así consiguió el realizar el viaje a solas y a escondidas, por lo que más fue una huída que otra cosa, pero le aseguraron que de no hacerlo, su vida estaba en peligro por traición.
Las autoridades de Lisboa, no contaban con la gran memoria de Urdaneta, pues al cruzar la frontera preguntó donde se encontraba el Rey, le indicaron que las últimas noticias eran de estar en la ciudad de Salamanca y allí se encaminó, al llegar se le comunicó que ha salido a una campaña en la península itálica, para combatir a los franceses pero el Consejo de Indias permanecía en la ciudad y tenían la orden del Monarca de hacerse oír por ellos, al presentarse ante el consejo denunció el robo de toda la documentación por los portugueses, razón por la que el Consejo le dio tres meses para que volviera a escribir todo de lo que se acordara, se puso a trabajar y prácticamente la rehízo toda, la entregó al consejo y estos al leer los apunte les causó asombro la capacidad de menoría, por la minuciosidad de los datos aportados.
Fue llamado por el Consejo de Indias, para ser oído por él, todo lo que tenía que contar al Rey, pero el Consejo se queda admirado de escuchar a Urdaneta, pues llegan a decir: «Este Urdaneta era sabio y lo sabía muy bien dar a entender, paso a paso, como lo vió.».
Cuando terminaron las audiencias con el Consejo de Indias y debido al tiempo que no se le había pagado, se le adelantaron sesenta ducados de oro, a cuenta de los sueldos que se le debían. Pero se sabe que pasados algunos años, Urdaneta aún seguía reclamando a la Real Hacienda algo más de mil quinientos ducados, que continuaba sin percibir de sus haberes ganados a base de mucho sufrimiento y grandes servicios prestados. Pero esta era la forma acostumbrada de pagar a los desafortunados españoles, que habían conquistado el más grande de los Reinos de la Historia del mundo, a unos monarcas que no supieron ser generosos con aquellos, a pesar de verse favorecidos en todas las ocasiones en que necesitaron de ellos, pero de esto está llena nuestra historia, pero lo peor es que pasados los siglos se sigue cometiendo el mismo error.
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