Elcano, Juan Sebastian Biografia
De Todoavante.es
Primer navegante de la Historia en dar la vuelta completa al planeta llamado Tierra.
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Orígenes
Como es normal en estos marinos, no se sabe con exactitud su fecha de nacimiento, pero se supone que fue por los años, de 1473 a 1476, pero sí es seguro el lugar, siendo en la población de Guetaria en la actual provincia de Guipúzcoa del entonces Señorío de Vizcaya perteneciente al Reino de Castilla.
Al parecer era de familia noble, sus comienzos fueron muy humildes, pero siendo niño ya iba embarcado en pesqueros vizcaínos y posteriormente, se le conoce por haber participado en viajes a las costas francesas, realizando contrabando muy dado en todas las épocas.
De aquí sacó sus primeros beneficios, que le permitieron tener buque propio del porte de unas doscientas toneladas, con el que participó en la expedición y asalto a Orán en el año de 1509, cuando el cardenal Cisneros decidió formar la expedición de castigo a los norteafricanos, teniendo una actuación muy valerosa y eficaz.
Pero como siempre el tesoro español estaba exhausto, por esta razón los que participaron por contrata no cobraron por sus servicios (cuantas veces ha sucedido esto a lo largo de nuestra Historia), lo que le obligó a pedir dinero prestado, para mantener a su tripulación y reparar su nave, mientras se esperaba el cobro, que nunca llegó.
El dinero se lo habían prestado unos mercaderes del duque se Saboya, pero como se vió en la necesidad por impago de cederles la nave, encima incumplió las ordenanzas reales de no vender naves españolas a segundos países, se vió envuelto en una serie de problemas, de las que no se tienen noticias, pero no debieron de ser agradables, ya que se le pierde la pista, hasta diez años después.
Hoja de Servicios
Pues volvemos a saber de él, cuando Magallanes estaba buscando marinos expertos, en la ciudad de Sevilla en el año de 1519, que era donde residenciaba en esos momentos Elcano.
Así ya todo completo, el día diecinueve de agosto del año de 1519, con todas las tripulaciones a bordo, ordenó Magallanes efectuar una salva, para anunciar a toda Sevilla, que la expedición zarpaba con rumbo a su descubrimiento.
La escuadra estaba compuesta, por las naos, capitanes y demás personas de cargo y responsabilidad, que se relacionan:
Trinidad. . Del porte de 110 toneles y un coste de 270.000 maravedís.
Capitana. Capitán Mayor de la Armada; don Hernando de Magallanes, portugués. Piloto Mayor de S. Alteza, don Esteban Gómez, portugués. Escribano, don León de Ezpeleta, Maestre, don Juan Bautista de Punzorol, genovés. Alguacil, don Gonzalo Gómez de Espinosa, Espinosa. Contramaestre, don Francisco Albo. Axio, de Rodas. Cirujano, don Juan de Morales, Sevilla y Capellán, don Pedro de Valderrama, Ecija.
San Antonio. . de 120 toneles y un coste de 330.000 maravedís.
Capitán y veedor de la Armada, don Juan de Cartagena. Contador, don Antonio coca. Escribano, don Hierónimo Guerra. Piloto de S. M. Andrés de San Martín. Piloto de S. A. don Juan Rodríguez de Mafra. Maestre, don Juan de Elorriaga, Guipúzcoa. y Contramaestre, don Diego Hernández, Sevilla.
Concepción. . de 90 toneles y un coste de 228.750 maravedís.
Capitán, don Gaspar de Quesada. Escribano, don Sancho de Heredia. Piloto de S. A., don Joan López Caraballo, portugués. Maestre, Joan Sebastián de Elcano, Guetaria y Contramaestre, don Joan de Acurio, Bermeo.
Victoria. . de 85 toneles y un coste de 300.000 maravedís.
Capitán y tesorero de la Armada, don Luis de Mendoza. Piloto de S. A., don Basco Gallego, portugués. Escribano, don martín Méndez, Sevilla. Maestre, don Antón Salomón, Trápana, Sicilia. Contramaestre, don Miguel de Rodas, Rodas.
Santiago. . de 75 toneles y un coste de 187.500 maravedís.
Capitán, piloto de S. A., don Joan Serrano, Sevilla. Escribano, don Antonio de Costa. Maestre, don Baltasar Ginovés, Rivera de Génova y Contramaestre, don Bartolomé Prior.
Hay que advertir aquí, que no hay que confundir el tonel vizcaíno, con la tonelada de los buques de la Carrera de Indias, ya que la diferencia está, en que la proporción era de cinco a seis, o sea, que diez toneles eran igual a doce toneladas.
Entre las distintas fuentes hay diferencia de tripulaciones, pues mientras Fernández de Navarrete, con los nombre y oficios de todos, da un total de doscientos treinta y nueve, en la de Pigaffeta se dan doscientos setenta, afirmando éste que los que fueron en ella no estaban todos enlistados, bien por ser personal de servicio a sueldo de sus amos o bien, simples enrolados que sin sueldo se incorporaron a ella, pues Magallanes siempre consideró que el número máximo marcado por el Rey, era insuficiente se les permitió el embarque.
Así Pigafetta, nos da unos datos reveladores, pues nos cuenta que iban a bordo de las cinco naos, treinta y un portugueses; entre genoveses y venecianos, veintinueve; franceses, diecisiete; griegos, seis; flamencos, seis; alemanes, cinco (siendo estos últimos, los encargados de la artillería); ingleses, cuatro; malayos, dos; un morisco, más cuatro negros esclavos y los ciento sesenta y cinco restantes eran castellanos, siendo la inmensa mayoría de origen o procedencia de Vizcaya o vizcaínos, hombres duros de costa brava y mares agitados, por ello muy buenos navegantes.
Entre todos los buques, su artillería era la siguiente:
Con el coste mencionado de construcción, llevaban incorporados sesenta y dos bersos de hierro con un peso de dos quintales cada uno, diez falcones de hierro y diez lombardas de hierro gruesas con tres servidores cada una.
Pero considerando que era poca, se le añadieron; cincuenta y dos bersos; siete falcones; tres lombardas gruesas y tres pasamuras.
Siendo el total de ellas como sigue:
120. . . . . bersos.
17. . . . . .Falcones.
13. . . . . .Lombardas.
3. . . . . . .pasamuras.
El armamento de los tripulantes era el siguiente: cien, coseletes; cien, petos con barbotes y casquetes; sesenta, ballestas con trescientas sesenta docenas de saetas; cincuenta, escopetas; un arnés y dos coseletes, con todo completo, para el capitán; doscientas, rodelas; seis hojas de espada, que se quedó el capitán; noventa y cinco, docenas de dardos; diez, docenas de gorguces; mil, lanzas; doscientas, picas; seis chuzas y seis astas de lanzas; ciento veinte, ovillos de hilo para las ballestas; siete, piezas de dantas; cuatro, cueros para proteger las armas y seis, libras de esmeril para su limpieza.
Zarparon desde el punto donde se encuentra el puente del Guadalquivir, fueron bajando aguas y pasando por San Juan de Alfarache, posteriormente arribaron a Coria y otras poblaciones, hasta alcanzar la de Sanlúcar, donde lanzaron las anclas y permanecieron más de un mes, en espera de buenos vientos y terminando de cargar en las naves, las últimas y más frescas vituallas.
En estas fechas redacta Magallanes un memorial para el rey don Carlos I, fechado en el mes de septiembre del año de 1519, que transcribimos por su importancia.
Memorial que dejó al Rey Fernando de Magallanes cuando partió a su expedición, declarando las alturas y situación de las islas de la Especiería, y de las costas y cabos principales que entraban en la demarcación de la Corona de Castilla. (Original en el Archivo de Indias, en Sevilla. Legajo 1º de papeles del Maluco, desde 1519 a 1547).
«Muy poderoso señor===Porque podría ser que el Rey de Portugal quisiese en algún tiempo decir que las islas de Maluco están dentro de su demarcación, y podría mandar enviar las derrotas de las costas y acortar los golfos de la mar, sin que nadie ge lo entendiese, ansí como yo lo entiendo, y sé cómo se podría hacer, quise por servicio a V. A. dejarle declarado las alturas de las tierras y cabos principales, y las alturas en que están, ansí de latitud como de longitud; y con esto será V. A. avisado para que, si subcediendolo dicho yo fuese fallecido, tenga sabido la verdad.
Iten. La isla de Sant Antón, que es una de las del Cabo Verde en la costa de Guinea, donde se hizo la repartición destos reinos con lo de Portugal, está la dicha isla a 22 grados al oriente de la línea de la repartición.
Iten. Está la dicha isla, conviene a saber, la punta del occidente a 17 grados de latitud.
Iten. El cabo de Sant Agustín, que es en la tierra del Brasil en la demarcación de Portugal, a 8 grados de latitud y a 20 de longitud de la línea de repartición.
Iten. El cabo de Santa María, que es la misma tierra del Brasil de Portugal, está en 35 grados de latitud, y seis grados de y cuarto de longitud de la dicha isla.
Iten. El cabo de Buena Esperanza con el cabo de Santa María se corre Leste-Oeste, y está el cabo de Buena Esperanza en 35 grados de latitud y a 65 grados de longitud al oriente de la línia.
Iten. El dicho cabo de Buena Esperanza está en derrota con Malaca Les-Nordeste, Oes-Sudueste, y hay 1.600 leguas de camino del dicho cabo de Buena Esperanza al puerto de Malaca.
Iten. El dicho puerto de Malaca está al Norte del equinoccial un grado, y hay della a la otra línia de la demarcación, que está a oriente, 17 grados y medio.
Iten. las islas del Maluco son cinco, conviene a saber, las tres que están, más allegadas a la segunda línia de la demarcación, que están todas Norte-Sur a dos grados y medio de longitud, y la isla de en medio está debajo del equinoccial.
Iten. Las otras dos islas están de la manera de las dos primeras que es de Norte-Sur, y a cuatro grados al oriente de la segunda línia, conviene a saber, dos al Norte del equinoccial, y dos al Sur de las equinocciales asentadas por los pilotos portugueses que las descubrieron.
Y esta membranza que a V. A. doy mande muy bien guardar, que ya podrá venir tiempo que sea necesaria, y excusará diferencias; y esto digo con sana conciencia, no teniendo respeto a otra cosa sino a decir verdad»
Al mismo tiempo redactó su testamento, con fecha del día veinticuatro de septiembre en Sevilla, a donde se desplazó para hacer entrega del memorial anterior.
Y con la misma fecha, escribió a don Carlos una suplica, por estar haciendo una aportación desde el día quince de junio anterior, fecha en que se le otorgó el hábito de la Orden de Santiago, por importe de doce mil quinientos maravedís al convento de nuestra Señora de la Victoria en Triana, para que tuvieran un disfrute mientras él estuviera vivo, y para que rogasen a Dios, por el buen termino de la empresa, por lo que le suplicaba a S. A., que en su ausencia mandase a la Casa de Contratación que hiciera efectiva esa cantidad, al mencionado convento, mientras él disfrutase de esa donación, que era la misma cantidad que se le pagaba por su pertenencia a la citada Orden.
Al llegar a Lisboa los informes de sus múltiples espías, se dice que don Manuel entró en cólera, pues para nada había servido todo su esfuerzo y que al final la empresa iba a zarpar, en contra de su voluntad.
Por lo que dio orden, de que se enviasen buques a avisar a los que ya estaban, con la orden expresa de que interrumpieran todo lo posible el buen navegar de la escuadra española, así se recibieron éstas y se enviaron naos al cabo de Buena Esperanza y al de Santa María, situado en el río de La Plata, con el fin de cortarles el paso.
Pero pasado un tiempo, se le notificó que no habían cruzado por estos cabos, por lo que nada se podía hacer; esto le afectó aún más y ordenó el envió de seis naos armadas, a las órdenes de don Diego López de Sequeira, que era el Gobernador de la India, para que zarpara al Maluco e intentara inutilizar la escuadra española, pero esto tampoco se pudo llevar a efecto, porque tuvieron graves problemas y no pudieron arribar al punto convenido.
Lo peor de todo, era la inconformidad de los españoles, al ser mandados por un portugués, pues en aquellos días nuestro principal enemigo eran ellos y esto hacía desconfiar a los españoles.
Pero lo que queda de manifiesto, es la fortaleza de carácter y espíritu de Magallanes, ya que queda demostrado, que no sufrió poco para conseguir el hacerse a la mar, con todas las trabas y problemas que se interpusieron en su camino, pero a todos venció y consiguió su objetivo.
Porque ya sin mayores dilaciones, consiguió el aprovechar un buen viento, y el día veinte de septiembre del año del Señor de 1519, se hizo a la vela desde el puerto de Sanlúcar de Barrameda.
Al salir de puntas, se puso rumbo al SO., sin más problemas éste les llevó a arribar a la isla de Santa Cruz de Tenerife, el día veintiséis, en ella se cargaron las naos, con más agua, carne y leña.
El día veintinueve, zarparon con rumbo al puerto de Montaña Roja, que está en la misma isla, donde volvieron a lanzar las anclas en espera de una nao, que sabían venía detrás de ellos, cargada con más pez como provisión para la conservación de los vasos en aguas más cálidas.
El día dos de octubre, volvieron a levar anclas y ganar el viento, cosa que se pudo hacer habiendo sucedido el ocaso, manteniendo el rumbo al SO., hasta alcanzar sobre el medio día siguiente, el paralelo 27º de latitud Norte, virando al Sur y con variaciones al mismo rumbo, más un cuarto.
Pero fue recriminado por Juan de Cartagena, porque en las instrucciones de navegación, que el mismo Magallanes había registrado y entregado al Rey, y a todos los capitanes con sus pilotos, decía que se mantendría al SO., hasta alcanzar el paralelo 24º Norte.
Esta variación y el enfado de Juan de Cartagena, capitán de la San Antonio, es porque como ya queda dicho, al no poder ir en el viaje Rui Falero, el propio Magallanes había elegido a Juan, como su segundo, razón por la que recriminaba a su capitán y que en nada se podía variar lo escrito, si no estaban los dos de acuerdo y este cambio de rumbo se había realizado sin consultarle.
Ya que además este nuevo rumbo, les llevaba directos a Cabo Blanco en la costa de Guinea en poder de los portugueses y que eso no era conveniente para la escuadra, demandando el saber el porque de ese cambio de rumbo, pues nadie estaba al tanto de él.
Magallanes a la voz, le contestó; que de eso él no se preocupase, por que no entendía, que se limitase a seguir el estandarte Real de día y el farol de noche, y que nada más le contestaría, pues no pensaba el darle cuenta de estas alteraciones.
Vaya juzgando el lector los acontecimientos, pues no son nada baladíes, por las funestas consecuencias que vendrían o traerían ciertas actitudes, de un insigne marino, pero quizás algo engreído y de ahí las diferencia de comportamiento, con los más poderosos y con los que estaban a sus órdenes.
Manteniendo el nuevo rumbo, la escuadra navegaba a buena marcha, por lo que pasados quince días avistaron y cruzaron las islas de Cabo Verde, hasta alcanzar el paralelo de Sierra Leona, donde los vientos se calmaron durante veinte días y al levantar estos, fueron contrarios al rumbo, que tuvieron que navegar dando bordadas, para poder avanzar algo, a lo que se sumo un fuerte temporal y varios días de lluvia, pero aún así se consiguió alcanzar y cruzar la línea equinoccial.
Esto les llevó como estaba previsto por Juan de Cartagena a las costas de Guinea, donde además les volvió a coger unas calmas y estando en esta situación Juan ordenó a un marinero, que saludara al capitán de la escuadra, pues así estaba mandado por el Rey.
Pero Magallanes, se sintió ofendido por ser un marinero el que lo había hecho y no el capitán de la nao, por lo que contestó; que no quería ser saludado de esa forma y que se le llamara «capitán general», esta respuesta, fue respondida por Juan, diciéndole; «que con el mejor marinero de la nao le había saludado y que quizás otro día lo hiciera un paje», y además estuvo tres días sin volverlo a saludar.
De momento nada pasó, pero unos días después ordenó Magallanes, que se presentaran a bordo todos los demás capitanes y pilotos, pues las calmas seguían, en la reunión con los ánimos algo alterados, se discutió fuerte y alto sobre la derrota que se había variado, y la forma de saludar a la nao capitana.
Al parecer la disputa fue tan agria, que Magallanes agarró del pecho a Juan y le dijo; «Sed preso», Cartagena demandó a los demás capitanes y pilotos que lo defendieran, pero ninguno le hizo caso, por lo que fue encepado de los pies y quedo preso.
Los demás compañeros, le rogaron a Magallanes que les fuera entregado Juan, pero solo consintió entregárselo al tesorero don Luis de Mendoza, con la condición, de que cuando él lo demandara se le devolviera en el mismo estado.
Para suplir a Juan de Cartagena al mando de la nao, nombró al contador de ella don Antonio de Coca.
Justo unas horas después se levanto el viento y prosiguieron viaje.
El día veintinueve de noviembre, seguían rumbo al cabo de San Agustín al SO., restando otras veintisiete leguas para alcanzarlo, por lo que se volvió a cambiar el rumbo al SSO.
Hay que decir aquí, que a partir de esta fecha, da comienzo el diario de Navegación de don Francisco Albo, que es un muy apreciable documento, además de ser único, pues constan todos los rumbos para poder seguir paso a paso, la derrota de Magallanes, pero con las consabidas advertencias, de que por los instrumentos de la época, son siempre aproximativos y no exactos, pues solo tenía a su disposición la aguja de marear.
Así que pasamos a ir redactando lo mejor posible, todos estos datos para que se pueda apreciar lo costoso del navegar de aquellos días.
El día uno del mes de diciembre, se mantuvo el rumbo al SSO. hasta que el día cuatro, para pasar en este día al del SO., un cuarto al Sur, con variaciones según lo vientos hasta el OSO. y SO., hasta el día ocho, siendo este día cuando se avistó la costa del Brasil, la cual era siempre de arenas planas o playas, estando en latitud 19º y 59’ Sur.
Se mantuvo barajando la costa, siendo reconocida sin bajar a tierra y levantándose planos de ella, hasta que el día trece se arribó y penetró en la bahía de Geneiro, al que los españoles lo bautizaron con el nombre de Santa Lucía, desembarcando en él y hablando con los indígenas.
Magallanes, antes de que desembarcaran las tripulaciones, advirtió que estos territorios eran pertenecientes al reino de Portugal, por lo que bajo pena de muerte, en ningún momento consentiría ningún desmán, para no increpar los ánimos del monarca y que provocara a la larga graves problemas al Rey de España, así como no intentar el que abordaran las naos ningún nativo, pues no se debía de cargar con más bocas para consumir víveres.
Al mismo tiempo y ya en tierra, decidió hacer un cambio de mando, pues relevó al recién nombrado capitán de la nao San Antonio, don Antonio de Coca, poniendo en su lugar a su sobrino, que viajaba de sobresaliente en la nao de su mando, don Álvaro de la Mezquita.
Y estando en esta bahía, el día diecisiete del mes de diciembre, el piloto don Andrés de San Martín, por la conjunción del planeta Júpiter con la Luna, sacó la latitud en la que se hallaban, pero por estar mal las tablas de Zacuto y el almanaque de Juan de Monte-Regio, se pudo comprobar que era errónea, pero al día siguiente, si consiguió posicionar el lugar correctamente, dando sus mediciones los 23º 45’ de latitud Sur.
Durante estos días, consiguieron el hacer intercambios con los indígenas, por lo que se pudieron añadir víveres frescos, como frutas, aves y otros tipos de frutas, (que entre ellas se ha podido distinguir después, que una era la piña), desconocida hasta entonces, que se conseguían en ese lugar.
Por lo que estuvieron ya más pendientes del viento, el cual el día veintisiete se levantó favorable, aprovechándolo levaron anclas y zarparon, continuando su viaje costeando y reconociendo la costa con un rumbo con pequeñas variantes, al OSO.
Fueron descubriendo varias islas, al parecer siete en total, y al final de una de ellas sobre la costa una gran bahía, a la que llamaron «de los Reyes», por lo que al verla tan franca decidieron fondear en ella, pasando allí la noche del 31 de diciembre del año de 1519.
Al día siguiente, uno de enero del año de 1520, aprovechando otra buena racha de viento, levaron anclas e izaron velas, zarpando de la bahía y perdiendo de vista la tierra, pues se mantuvieron con rumbos, del SSO., SO., O., SO., un cuarto a Sur y SO., un cuarto al Oeste, manteniendo estos rumbos arribaron el día siete en el cual ya se había arrumbado SO., un cuarto al Sur, a navegar otra vez a lo largo de la costa y en estos momentos, alcanzaron la latitud de 32º 56’ Sur.
Por estar tan cerca de tierra, se iban lanzando las sondas siendo el día siguiente, ocho, cuando al lanzarla marcó una profundidad de cincuenta brazas, por lo que navegaron algo seguros, aun así el trabajo era de no confiarse mucho, pues eran mares desconocidos, por ello el día nueve, al lanzar la sonda les dio quince brazas y al observar la latitud se marcó la de 34º 31’, se aproximaron más a tierra y sondearon en doce brazas.
El día diez, se encontraban en 35º de latitud Sur, estando a la vista el cabo de Santa María, desde el cual la costa corría en dirección Oeste, pero siendo toda ella arenosa; divisaron un monte que anotaron en los planos y por su forma le dieron el nombre de Monte Vidi, a partir de aquí, se notó que el agua era dulce y los fondos iban disminuyendo con rapidez, pues en pocos cabos de distancia dio cinco, cuatro y tres brazas, pero como, las obras vivas de las naos lo permitían, fueron penetrando en el río, que no era otro que es después conocido como De La Plata.
Fondearon y Magallanes trasbordo a la nao San Antonio, para navegar en demanda de costa a costa del río, así supo que su anchura era de veinte leguas, teniendo a la vista el cabo de San Antón y en demora al Sur, corriendo en dirección Norte-Sur con la montaña recién bautizada como Monte Vidi, se hallaba a una distancia de veintisiete leguas; estos trabajos duraron hasta el día siete de febrero.
Después de averiguadas todas esta medida, distancias y situado el lugar en las cartas náuticas, levaron anclas y se hicieron a la mar, pero al llegar a la altura del cabo de Santa María se levantó un temporal, lo que les obligó a retroceder a las aguas dulces, lo que aprovecharon para volver a hacer aguada y durante unos días consiguieron realizar una abundante pesca.
Los lugareños, se quedaron prendados de aquellas grandes naves, por lo que navegaban en sus piraguas alrededor de ellos, pero sin atreverse a abordarlas.
Una noche, un solo indio se acercó y sin miedo alguno abordó la capitana, iba cubierto con una piel de cabra, al verlo Magallanes ordenó se le entregara una camisa de lienzo y otra de color rojo; se le enseñó (suponemos que a propósito) una taza de plata, colocándosela en los pechos, comento que de eso había mucho en su tierra, descansó en la nao y a la mañana siguiente, desembarcó y abordando su piragua se fue a tierra, ya no volviendo nunca más.
El día ocho, se levaron anclas y se hicieron a la mar, corriendo la costa desde cabo San Antón hasta el de Santa Polonia, el cual fue medido y se encuentra en latitud de 37º Sur; entre los dos cabos la costa llevaba dirección Sur, pasando poco después al SO., por lo que se siguió ese rumbo, barajando la costa y levantando planos de ella, aunque pocas variaciones había con la anterior, pues seguía siendo arenosa y muy baja, como si fueran playas; estando a dos leguas de ella la sonda marcó un fondo de entre ocho a diez brazas.
Continuaron la navegación, y el día nueve, se encontraban en la latitud 38º 30’ Sur, aquí era hondable, seguía siendo igual, pero algo más alta y corría al O., un cuarto al NO., llegando al final de ella en la que a forma de cabo terminaba, pero por lo ya dicho a esta punta o cabo, se le bautizó como «De las Arenas»
Las anotaciones se iban a veces alargando en el diario y otras no tanto, por eso ocurre que algunos día por no tener nada que destacar, solo se dan las posiciones.
El día diez, se encontraban en latitud 38º 48’ Sur y la costa corría en dirección de Este a Oeste, pero con mucho fondo. El día once, en la de 38º 47’ de latitud, seguía en dirección Este-Oeste, viéndose en la costa, arenas como ya era habitual y varios montes pequeños.
El día doce se viró el rumbo a OSO., y al llegar el ocaso se lanzaron las anclas en un fondo de nueve brazas, pero casualmente al bornear la nao, se lanzó la sonda y marcó trece brazas, lo que indicaba que habían lanzado las anclas en algún bajo fondo y desde aquí, vieron como a unas leguas de distancia, se desataba una tormenta, con relámpagos, truenos y rayos, acompañados de mucha lluvia, al parecer se encontraba ésta sobre el río Colorado.
El día trece, se levaron anclas y se hicieron a la vela, pero tuvieron que navegar por un espacio de tiempo con rumbo al Norte, hallándose en un lugar que al parecer había otros falsos fondos, pues la nao Victoria pegó varias tocadas, fondearon al estar en una zona de siete brazas, permaneciendo en este lugar hasta el amanecer del día siguiente, en que se midió la latitud, marcándose 39º 11’ Sur.
El día catorce, levaron anclas y se hicieron a la vela poniendo rumbo al Sur, fueron navegando variando el rumbo en pequeñas bordadas, según mandaba la costa pasando al SO., SO., un cuarto O. y ONO., esto por espacio de varios días, pues ya el veinticuatro, en el que se midió la latitud, se encontraban en 42º 54’ Sur.
En esta posición, se encontraron con una entrada con rumbo al NO., por lo que para comprobar que era o no lo que se buscaba, penetraron en ella y se encontraron con una gran bahía, que la navegaron toda ella, teniendo unas cincuentas leguas su costa y lanzando la sonda, se encontraron con profundidades de ochenta brazas, así que descubierta y anotada, se le bautizó con el nombre de San Matías, siendo su nombre actual el de Bahía Nueva.
Pero como no existían correderas, las distancias recorridas en estos últimos días no son correctas, por lo que se debieron de navegar algunas leguas más, ya que por lo nuevos medios se sabe, que está mucho más distante desde el lugar mencionado el día catorce.
Sucediendo además, que conforme se iban acercando a latitudes más al sur, solían desatarse temporales mucho más continuos, lo que obligaba a correrlos como cada capitán sabía, por ello había veces que incluso se perdían de vista, pero al tornar las calmas se volvían a reunir, pues la capitana siempre enviaba su marcada posición por medio de las clásicas señales, bien con las banderas de día y los faroles de noche, lo que al resto le permitía seguirla a pesar de los malos tiempos y poca visibilidad.
El día veintisiete, se midió la latitud y está marcó, 44º Sur, se encontraron con otra bahía, que distaba como unas tres leguas y en cuya entrada, como si estuviera marcada se encontraban dos grandes piedras.
Intentaron hacer aguada, pero nada se encontraron, al igual que tampoco se pudieron abastecer de leña, a pesar de que los lindes marcaban unos campos muy ricos, pero que nada crecía en ellos, dentro de ella encontraron una isleta, en la que pudieron cazar a muchos patos, por eso la bautizaron como; Bahía de los Patos.
Al lanzar las anclas para poder realizar la caza, les sobrevino otro fuerte temporal, que les impedía volver a hacerse a la mar, pero éste duró por espacio de tres largos días, a lo largo de él la capitana por ser buque más alto de amuras, hacía más oposición a los fuertes vientos, lo que le llevó a una situación muy apurada, pues estuvo a punto de perderse, ya que le saltaron varias veces los cables de las anclas, que se volvían a fijar gracias a la férrea voluntad de los marineros expertos, que a forma de los actuales buzos, pero a pulmón, las introducían con ellos en la mar y las amarraban de nuevo; gracias a estos costosos y arriesgados trabajos se evitó la perdida de la nao.
Cuando ya se calmó el temporal y los patos cazados a buen recaudo, Magallanes ordenó que Juan de Cartagena, que hasta ese momento había estado bajo la custodia de don Luis de Mendoza, le fuera entregado a Gaspar de Quesada, que era el capitán de la nao Concepción.
Así todo, ya a su gusto, se hizo de nuevo a la mar con rumbos al S., SSO., OSO. y ONO., alcanzaron otra bahía con estrecha entrada pero muy amplia en su interior (al parecer fue la de puerto Deseado), pero en ella volvieron a sufrir los temporales, que aún eran más fuertes, por lo que para no olvidar los grandes esfuerzos realizados para poderse mantener dentro de ella, la bautizaron como; La bahía de los Trabajos.
El día treinta y uno del mes de marzo, entraron en el puerto de San Julián, así bautizado por ellos, estando en latitud de 49º 30’, que por ser un buen lugar, Magallanes quiso hacer la invernada y dejar de sufrir los grandes temporales propios de aquellas tierras en esos meses de invierno para ellas, pero ordenó una cuestión que a nadie sentó bien, que no fue otra que el racionamiento de la comida.
Pero justo por el frío y los temporales, cada vez la gente estaba más débil, ante esto las dotaciones comenzaron a increparle, para que o bien aumentara estas ó bien se hiciera a la mar y con rumbo Norte, dejarlas atrás ya que nada se había descubierto ni encontrado, convirtiéndose su estancia en verdadero suplicio innecesario.
Pero Magallanes, les dijo, que hasta ese momento y en este lugar, había pesca y caza en abundancia, que el vino se seguía repartiendo por igual, no faltaba leña ni agua, les replicaba que él le había jurado al Rey de España, que no regresaría y antes perdería la vida que hacerlo sin encontrar el paso, pues estaba convencido de que así era, siendo al final cuando dijo, que los castellanos siempre habían demostrado un gran tesón y que no era hora de perderlo, para el bien de su Monarquía.
Al día siguiente, era uno de abril y festividad del Domingo de Ramos, por lo que llamó a todos los capitanes, oficiales y pilotos, para que acudieran a la nao capitana, porque en ella se iba a celebrar una Santa Misa y quería que estuvieran todos juntos, ya que después se iba servir una agradable comida.
Pero a oír misa, acudieron solo Álvaro de la Mezquita, Antonio de Coca y casi toda la gente, pero no fueron, ni don Luis de Mendoza, Gaspar de Quesada ni Juan de Cartagena, lo que le sirvió de excusa a Quesada, de que no podía dejarlo solo, pero es que además, al terminar la misa Antonio de Coca, regresó a su nao, quedándose a comer con Magallanes solo Álvaro de la Mezquita. (Dato que no deja de ser significativo).
Esa misma noche, Gaspar de Quesada y Juan de Cartagena, en compañía de unos treinta hombres, de la dotación de la nao Concepción, trasbordaron a la San Antonio, donde Quesada demandó se le entregara al capitán Álvaro de la Mezquita, dirigiéndose a la tripulación, les comunicó que ya las dotaciones de las naos Concepción y Victoria estaban con él, que ya eran conocedores de como los trataba Magallanes a todos, pensando que era el único que quería servir al Rey, que no sabían donde estaban y se encontraban perdidos, y que solo quería su apoyo, para reconvenir al capitán general, o si se oponía el hacerlo prisionero.
Fue el maestre de la nao, quien se dirigió a Quesada, diciéndole:
«Requiéros de parte de Dios e del Rey don Carlos, que vos vais a vuestra nao, porque no es éste tiempo de andar con hombres armados por las naos, y también vos requiero que soltéis nuestro capitán»
A lo que don Gaspar de Quesada contesto: «Aun por este loco se ha de dejar de hacer nuestro hecho» y al terminar de decir esto, echo mano a su puñal y le dio cuatro pinchazos en el brazo; con este acto la dotación de la nao se quedo convencida y con ello se hizo prisionero a Mezquita.
Una vez hecho esto, mando curar a Elorriaga; Juan de Cartagena trasbordó a la nao Concepción, quedándose Gaspar de Quesada al mando de la San Antonio, mientras que Luis de Mendoza se quedaba con el mando de su nao Victoria.
Estos enviaron un bote para comunicar a Magallanes que la situación era la que era, pues estaban en su poder tres de las cinco naos de la expedición; al mismo tiempo que le requerían que hiciera caso a las provisiones del Rey; que no era un motín, a pesar de los malos tratos recibidos y que si quería llegar a un acuerdo pacifico, que se hiciera llegar a la nao, y si hasta entonces le habían dado el trato de Merced, en adelante se lo darían de Señoría y le besarían las manos y pies.
Pero Magallanes, les envió mensaje de que si querían reunirse, se vinieran a la capitana, pues en ella se decidían las grandes ocasiones, pero se negaron a ir temiéndose ser apresados, devolviéndole el mensajero, de que él se viniera a la nao San Antonio, y en ella a pesar de no ser la capitana, se decidiría lo que había que hacer, siempre con las prevenciones del Rey a la vista.
Magallanes, ya sabemos que era un hombre decidido y astuto, además de muy constante, por lo que planificó un ataque por partes, para no asustar a todos y con sigilo, y eficacia contra restar aquella situación, que no parecía tener más solución que el enfrentamiento armado.
Así el día dos de abril se apresó al bote de la nao San Antonio, que era el iba y venia trayendo comisiones de sus respectivos jefes, una vez a bordo de la Trinidad, se arrió el esquife de esta, con el alguacil don Gonzalo Gómez de Espinosa y seis hombres armados, pero a escondidas y con el pretexto de entregar una carta al tesorero don Luis de Mendoza capitán de la Victoria, abordaron la nao sin problemas.
Les hicieron pasar a la cámara del capitán y le entregaron el documento, en el que le pedía que se hiciese llegar a la capitana, pero estando con la mirada fija en el papel y aprovechando ese instante, Gómez de Espinosa le propinó una puñalada en la garganta, al mismo tiempo que un compañero, le daba otra en la cabeza, por lo que cayó prácticamente muerto en el acto.
Pero previsor Magallanes, entre tanto ya había enviado con el bote de la capitana a Duarte Barbosa, que con quince hombres, estaban subiendo a bordo de la Victoria, casi al mismo tiempo que sucedían los hechos anteriores, los tripulantes no se opusieron, así Duarte se dirigió al asta y enarboló el pabellón, quedando por ellos la nao.
Por orden de Magallanes, se levaron anclas y tanto la nao Victoria como la Santiago, acoderándose a la capitana cada una a una banda, formando así un cuerpo difícil de ser tomado al abordaje.
El día tres y sabedores de lo que ya había ocurrido, las naos San Antonio y Concepción, levaron anclas pretendiendo salir de la bahía, pero como la capitana y ahora las otras dos formaban un solo cuerpo, y estaban en el rumbo de salida, no tenían más remedio que pasar junto a ellas.
Por lo que Quesada, indicó al estar ya casi a su altura y lanzando de nuevo un ancla, que soltaría a don Álvaro de la Mezquita, para devolverlo a Magallanes y que así se podría llegar a un acuerdo, pero el propio Mezquita le contestó a Quesada, que aquello no le iba a librar de nada; esto convenció a Quesada mandando ponerlo en la proa de la nao atado, para evitar que les tirasen con la artillería, pero nada más sucedió quedando en estas posiciones al llegar el ocaso, pero las naos muy juntas.
Cerrada la noche, la nao San Antonio, que no había lanzado más anclas, por efecto de las mareas entrantes y salientes de la bahía, garreó la única que tenía y con tan buena o mal fortuna, que fue arrastrada hasta llegar al abordaje con la capitana, está al verlos venir sin remisión se prepararon e hicieron fuego sobre ella, y al llegar al abordaje este se realizó por los hombres de la capitana, que al pisar la cubierta, gritaron «¿Por quien estáis?», siendo la respuesta de los que allí se encontraban «¡Por el Rey nuestro señor y por vuestra merced!», por lo que inmediatamente se rindieron.
Magallanes ordenó aprehender a Quesada, al contador Antonio de Coca y a otros amigos suyos, quedando así todos presos, pero al ver todo esto y tan sencillo, el capitán general ordenó el trasbordar a varios de sus hombre en los botes e ir a por la nao Concepción, que al mando de Juan de Cartagena, no pudo resistir el envite y de rindió, siendo trasbordado a la capitana.
Al día siguiente, Magallanes ordeno sacar y llevar a tierra a Mendoza, dando una sentencia de muerte, por traidor, la cual se ejecutó al instante, siendo descuartizado.
El día siete, por la misma causa se degolló a don Gaspar de Quesada, siendo transportado su cuerpo a tierra y allí se realizó el mismo descuartizamiento, pero este acto, lo realizó su propio criado, para demostrar que no estaba de acuerdo con él ni en lo que había hecho, pero porque a su vez, si no lo cumplía, sería ahorcado por la misma razón.
Y al mismo tiempo, sentenció a Juan de Cartagena y al clérigo Pedro Sánchez de la Reina, que había sido la base del amotinamiento de los jefes y marinería, siendo la sentencia de ser abandonados en la misma bahía, y si Dios les perdonaba se salvarían o de lo contrario, allí morirían.
Tenía razones para haber mandado matar a muchos más, pues de los que siguieron a los amotinados habían otros cuarenta individuos, pero como las naos los necesitaban para poder ser maniobradas, les perdonó la vida, advirtiéndoles que no lo volvieran a intentar, pues en ello estaba su juramento al Rey y si le ayudaban, ganarían mucho, pero de lo contrario no volverían a Castilla.
Mientras esto sucedía, en el puerto de San Julián, Magallanes no perdía el tiempo y ordenó la salida en descubierta, de la nao más pequeña, la Santiago, que al mando de Juan de Serrano, debía navegar a lo largo de la costa siempre en dirección Sur y ver si encontraba algo, que mereciera la pena.
En su viaje de exploración, a unas veinte leguas de distancia encontró la desembocadura de un río, que tenía sobre una legua de anchura y al que bautizó como Santa Cruz, por la tranquilidad de las aguas, permaneció seis días, en los que realizó grandes capturas de peces y matando algunos lobos marinos.
Al finalizar estos trabajos, continuó el viaje de exploración, pero en la amanecida del día veintidós del mes de mayo, se desató un terrible temporal, que fue tan rápido que no dio tiempo a recoger velas y de cuyos efectos resultaron todas rifadas, a más de que un golpe de mar le arrancó el timón, por lo que quedó a merced de los elementos y estos lo fueron a estrellar, como a unas tres leguas más al Sur sobre la costa.
La suerte fue, que como la costa era plana y arenosa la nao encalló, pero lo poco que pudo aguantar el temporal, permitió el desembarco de todos sus tripulantes, ahogándose solo un negro que al parecer no sabía nadar y fue arrastrado por la resaca mar a dentro, el resto que eran treinta y siete hombres consiguieron alcanzar las playas, pero no se quedaron aquí, sino que comenzaron un largo viaje por tierra, hasta alcanzar de nuevo el puerto de San Julián; en el camino igual comieron hierbas que marisco, dependiendo de lo que se encontraban, pero no dejó de ser una gesta memorable, por los grandes sufrimientos que se padecieron en este regreso.
A su llegada se les proporcionó una buena ración de vino, acompañada de alimentos frescos, para su pronta recuperación.
A Magallanes le molestó la pérdida de la nao, que más bien era una carabela, pues era la mejor para las descubiertas y con su hundimiento trastocaba sus planes, pero se alegro de que todos se hubieran salvado, pues hacían mucha falta sus brazos para el resto de naos, que es lo que hizo, pues los repartió entre ellas.
Una vez repuestos, envió a ver si se podían recuperar cosas de importancia de la carabela perdida, pues a buen seguro que podrían hacer falta, así que navegaron hasta el lugar, y se recuperaron todas las mercancías, que se hallaban en su interior y todo los repuesto de su aparejo, con lo que se reforzó a su vez al resto de naos.
A su regreso, nombró a Juan Serrano capitán de la nao Concepción, al mismo tiempo que ordeno el dar la banda y recorrer los fondos de las naos, viendo que algunas ya estaban afectadas en sus obras vivas, por lo que se decidió se construyera una herrería, donde poder manejar los hierros y doblarlos o retorcerlos para acoplarlos a las necesidades de los problemas de las naos.
Como guardia de protección de esta primera construcción de piedra en aquellas tierras, se envió a cuatro soldados perfectamente armados, al mismo tiempo, que con otro grupo se internó en la selva, con la orden, de que si encontraban a gente se quedaran con ellos, pero de lo contrario se volvieran, lo cual sucedió después de recorrer más de treinta leguas, ya que nadie encontraron.
En esto fueron pasando meses y dos después aparecieron, seis indios demandando poder subir a las naos, para lo que se desplazó el esquife de la capitana, y al abordarla se quedaron parados, y mirando por todas partes, Magallanes se quedó mirándolos, pues eran muy altos, vestían una especie de mantas de piel, pero sin trabajar, por lo que resultaba tal cual un pellejo e iban armados con sus arcos, de una media vara de longitud y sus flechas, pero aún con punta hecha con una piedra de pedernal.
Ante esto Magallanes mandó prepararle una gran comida, que consistió en una caldera de mazamorra, que era la cantidad normal para veinte hombres, pero los indios se la terminaron como si nada hubieran comido, y lo más curioso, es nada más terminar la comida, pidieron se les bajara a tierra.
Lo españoles que en está época lo bautizaban todo y como estos hombres, dada su gran altura tenían los pies muy grandes, siendo lógicos para su tamaño, por lo que los bautizaron como los ‹patagones›
Sobre este punto, se ha escrito mucho por el detalle de que eran gigantes, según nos relata Pigafetta, pero estudios posteriores, han llegado a la conclusión de que su altura debía de estar sobre los 175 centímetros, pero para un español del siglo XVI, que solían tener como mucho 155, no dejaban de ser muy altos, aunque la media de los españoles sería más baja, lo que aún contribuía más a la leyenda de los ‹gigantes de la Patagonia›
Seguramente estos indios corrieron la voz y al poco otros dos se acercaron, entregando a Magallanes una danta (caña que al parecer es muy igual a la de Bambú ó con características parecidas) y éste ordenó se les entregara una camisa encarnada a cada uno, y se fueron tan contentos, ya que por cosas de su tierra se les daban cosas, que no habían visto nunca.
Se dio el caso peregrino, de que llegó uno más a los pocos días, igualmente con una danta, pero éste dijo que quería convertirse al cristianismo, así que se le bautizó con el nombre de Juan Gigante; estando en ello vio como se arrojaban a las aguas algunas ratas, de las que siempre habían en los buques y dijo que se las diesen a él para comérselas, permaneció seis días a bordo y se llevo a todos los ratones que se mataron en ese tiempo, pero después de esto, ya no se le volvió a ver más.
Proseguía pasando el tiempo y unos veinte días más tarde, subieron a bordo a cuatro indios más, pero Magallanes para demostrar el descubrimiento de hombres tan altos, ordenó que dos fueran retenidos en la nao para ser llevados a Castilla, mientras a los otros dos se les transportó a tierra y dejó en libertad.
Pero esa noche, los que estaban de guardia en las naos vieron asombrados como se incendiaba parte del bosque, pero nada se podía hacer, ya que en ese tipo de territorio y con noche cerrada era muy arriesgado bajar a tierra y tratar de averiguar que estaba pasando.
Al amanecer fueron enviados siete hombres, para que vieran que estaba pasando, regresar y comunicarlo, así se pusieron a seguir la pista de las pisadas en la nieve, pero se hizo de noche y las pisadas proseguían, una vez oscurecido del todo, pudieron apercibirse de que nueve indios desnudos y armados de arcos con sus flechas, les atacaron, pero los españoles no se podían defender, pues solo uno llevaba espingarda, el resto solo el puñal típico de la época, aun así y a pesar de que uno de los españoles fue muerto, las rodelas evitaron el desastre, pues contraatacaron y los hicieron huir, ya que a varios se les dio puñaladas, pero no solo se alejaron los indios, sino que aparecieron sus mujeres que les siguieron.
El español muerto fue Diego Barrasa, un castellano hombre de armas de la nao Trinidad y el hecho tuvo lugar el día veintinueve de julio.
Los seis hombres transportando el cadáver de su compañero, consiguieron llegar al poblado de los indios, pero lo encontraron vacío, en cambio si hallaron mucha carne cruda, por lo que encendieron unas hogueras y comieron, dejando a uno de guardia por turnos, así descansaron y a la mañana siguiente, hicieron señales a las naos y desde estas se le envió un bote que los recogió para llevarlos a bordo.
Magallanes al saber la muerte de su soldado, ordenó desembarcar a veinte soldados para que exploraran la zona, con los botes fueron transportados a tierra, alcanzaron el lugar donde el español había muerto, recogieron su cadáver y lo trasladaron varias leguas, con la intención de encontrar un lugar apropiado para que no se pudiera profanar su eterno descanso, localizado el sitio le dieron cristiana sepultura, realizado este duro trabajo continuaron para cumplir la misión encomendada, pero después de ocho días de andar por aquellos parajes nada encontraron, así que decidieron volver a la playa y regresar a sus naos.
Como castigo y seguridad, Magallanes ordenó que uno de los patagones fuera trasbordado a la nao San Antonio, para así asegurarse de que alguno llegaría a Castilla.
El día veintiuno del mes de julio, para verificar los datos dados por Rui Falero en Sevilla, se transporto al cosmógrafo Andrés de San Martín a tierra, así permaneció hasta el día veinticuatro de agosto, en el que por las diferentes latitudes, dio por buena la de 49º 18’ Sur.
Magallanes decidido a proseguir viaje, pues el tiempo ya parecía mejorar, decidió repartir de nuevo los mandos de las naos, así la San Antonio, se le entregó a Álvaro de la Mezquita, la Concepción a Juan Serrano y la Victoria a Duarte Barbosa, que era miembro de la tripulación de la Trinidad como sobresaliente.
Así repartidos los mandos entre personas de su total confianza, ordenó el que se cumpliera la sentencia, por lo que fueron desembarcados para dejarlos en aquel lugar, a Juan de Cartagena y al clérigo Pedro Sánchez de Reina, a los que se le dejaron unas taleguillas de bizcocho y algunas botellas de vino, sin nada más.
El día veinticuatro de agosto las naos levaron anclas y se hicieron a la mar zarpando del puerto de San Julián, continuando su viaje en dirección al Sur o lo que permitía la costa, ya que solo se alejaban lo suficiente, para no perderla de vista y eliminar los riesgos de navegar demasiado pegados a ella, por ser totalmente desconocida para todos.
Se mantuvieron en ese rumbo, hasta que el día veintiséis fue descubierto por Juan Serrano, la desembocadura del río de Santa Cruz, y menos mal que decidieron entrar en él, pues a las pocas horas se desató un temporal, que a punto estuvo de destruir las naos, pues aun dentro del cauce se notaba perfectamente, la mar gruesa y los no menos furiosos vientos que la levantaban.
Así que decidió Magallanes, intentar penetrar más en el cauce y librase de aquellos temporales, cosa que fue consiguiendo poco a poco y a lo que contribuyó, la buena pesca que se estaba realizando, así como al lanzar las anclas, se encontraron con manantiales de agua, que rellenaron la consumida más abundante leña.
Así transcurrió todo el mes de agosto, septiembre y el día once de octubre, el cosmógrafo detecto un eclipse de sol, que por la anotaciones tuvo lugar a las diez horas y ocho minutos, teniendo una duración en la que recorrió las latitudes de 42º 30’ hasta los 44º 30’.
En uno de estos días de medias calmas, Magallanes reunió a sus capitanes y pilotos y les exhorto, a que había que seguir hasta ver donde acaba esta tierra (América), aunque para ello tuviera que llegar al paralelo 75º, pero que nada le impediría hacerlo, sino eran destruidos dos veces los árboles y velas de las naos, y que llegando aún a eso, pondría rumbo al Este y después al ENE., para aproar al cabo de Buena Esperanza y la isla de San Lorenzo, para así alcanzar el Maluco, pero tratando de evitar ser vistos por los portugueses.
El día dieciocho, levaron anclas zarpando del río de Santa Cruz, aprovechando unos buenos vientos y mejor mar, se pusieron en viaje bordeando la costa, pero el día diecinueve rolaron los vientos y se pusieron en su contra, lo que de nuevo le obligó a navegar dando bordadas, consiguiendo llegar a la latitud 52º Sur, estando a unas cinco leguas del cabo, que bautizaron de las Vírgenes, que se extiende con una larga punta o cabo, pero todo él de arena, al acercarse y en latitud 52º 30’, se descubrió una bahía o abra, que debía tener como unas cinco leguas de anchura.
Magallanes ordenó lanzar las anclas y que cuando pasaran los vientos contrarios, las naos San Antonio y Concepción, se adentraran a verificar si era bahía o el comienzo de lo buscado, mientras que las naos Trinidad y Victoria, se quedarían allí a la espera de sus noticias.
Esa misma noche, el viento aumentó de fuerza, pero no calmó hasta pasados un día y medio, en este tiempo estuvo otra vez a punto de echarse a perder la expedición, pues las anclas garreaban por ser el fondo de arena y los arrastraba en dirección a tierra, pero calmó antes de que esto sucediera salvándose de puro milagro, por lo que una vez más la suerte acompañaba a Magallanes y todos sus hombres.
Cuando parecía que los temporales iban bajando de intensidad y lo vientos eran propicios, las dos naos designadas penetraron en la bahía. Regresaron a los seis días, pero con discrepancia de pareceres, pues mientras los de una decían que no era lo buscado por la altura de sus riberas, los de la otra, dijeron que era el estrecho, ya que habían navegado por espacio de tres días y no habían encontrado la salida.
Era a principios del mes de noviembre y Magallanes con las dudas propias, por la diferencia de lo hallado por las dos primeras naos, se lo estuvo pensando unos días, pero decidido a salir de dudas y con la expedición reunida, ordenó a la San Antonio a que penetrara, para verificar si era o no el estrecho.
Ésta regresó después de unos días, diciendo que era el estrecho, pues había navegado a lo largo de cincuenta leguas y no se había hallado la salida, así de nuevo quedó la flota reunida y Magallanes con infinidad de dudas, ya que la cuestión no era fácil de decidir y en ello le iba mucho, pues de no ser lo que se buscaba, bien podrían no volver a salir y con ello perder la expedición, más todo lo que esto podría llevar detrás, como la muerte casi segura de todos sus hombres y la ocasión perdida.
Magallanes decidió apostar a todo o nada y penetrar en el supuesto estrecho, pero para que no fuera una decisión firme suya, convocó a los capitanes, pilotos y personas relevantes, por lo que les expuso su convencimiento y todos, contagiados de su entusiasmo de contestaron; «que era bien pasar adelante y acabar con la demanda que se llevaba»
Pero como siempre hubo uno que no estaba muy de acuerdo, siendo éste el piloto de la nao San Antonio, el portugués Esteban Gómez, quien le dijo; «Que pues se había hallado el estrecho para pasar al Maluco, se volviesen a Castilla para llevar otra armada, porque había gran golfo que pasar, y si les tomasen algunos días de calmas o tormentas, perecerían todos»
Magallanes con su firmeza habitual le repuso; «Que aunque supiese comer los cueros de las vacas con que las entenas iban forradas, había de pasar adelante, y descubrir lo que había prometido al Emperador»
Esteban Gómez, era tenido entre las dotaciones como un buen marino, y por lo tanto con buen ascendente sobre ellos, así que comenzaron los rumores y algunos pensaban en retirarse.
Esto llegó a oídos de Magallanes, por lo que inmediatamente hizo pregón, que pasó de nao a nao; de que nadie hablara del viaje ni de los víveres, bajo pena de muerte, pues estaba decidido que al día siguiente, se daría comienzo a la navegación del supuesto estrecho.
Pero esa misma noche descubrieron multitud de fuegos, señal inequívoca de que había habitantes en la zona, se distinguía que la tierra era áspera e inhóspita, además de ser muy fría, por lo que la bautizaron como «Tierra del fuego»
Al amanecer del día siguiente y teniendo los vientos favorables, se decidió levar anclas y comenzar la aventura, penetraron en el estrecho que era algo angosto, pero al pasarlo se abrió ante ellos una bahía de una legua de anchura, prosiguieron la navegación y se encontraron con otra estrechez del terreno, que al pasarlo se volvieron a encontrar con otra bahía, pero esta era mucho más grande, pues en su interior se encontraban varias islas, pero al mismo tiempo también varios brazos de mar, que se escondían entre las altas paredes de roca; hasta aquí se habían navegado como unas cincuenta leguas.
Por lo que Magallanes ordenó, que la nao San Antonio, al mando de su sobrino, se dirigiera a uno de ellos, que en iba en dirección SE. por parecer que era el mas bueno, éste se encontraba rodeado de altas paredes y todas ellas nevadas, pero le explicó que debería de estar como máximo tres días y regresar junto al resto de la expedición.
Magallanes, mientras tanto no quiso estar parado y por ello se dirigió a una zona donde se encontró con mucha pesca, de sardinas y sábalos, realizando la aguada y recogiendo leña para las naos, al terminar estos trabajos que le llevaron seis días regreso al punto de encuentro con la nao San Antonio, pero no la encontró en el lugar acordado.
Por su alarma, ordenó a la nao Victoria, que fuera en su búsqueda, pero ésta regresó a los dos días sin haber encontrado nada, ni siquiera restos de la nao, lo que llevó a pensar a Magallanes, que o bien se había ido al fondo al dar con algún desconocido bajo, o bien que se había amotinado la tripulación y regresado a Castilla, pues su sobrino era portugués, don Álvaro de la Mezquita, mientras que la tripulación era toda española.[1]
Magallanes, prosiguió durante unos días la búsqueda de la nao, pero al no hallarla la dio por perdida, lo que le llevó a decidir el proseguir el viaje de descubrimiento.
Se puso la escuadra en rumbo al SSE., y posteriormente al SO., en las que navegaron como otras veinte leguas y haciendo una nueva observación, se fijó la latitud en 53º 40’ Sur, desde este punto, los canales le obligaban a navegar al NO., en este rumbo se navegaron otras quince leguas, donde encontraron un buen ancón (ensenada), que se situó en latitud de 53º Sur; pero aquí el panorama había cambiado, pues se vieron muchos otros ancones, las cumbres eran muy altas y nevadas, pero también se veía a diferencia de lo anterior, que estaban muy poblados de árboles.[2]
Amaneció y se desplegaron velas, tomando un rumbo a NO.: un cuarto, por un trozo de estrecho en el que se hallan muchas islas, logrando salir del estrecho, donde la costa dobla al Norte, formando un cabo, al cual y por el logro conseguido se le bautizó como de La Victoria, mientras que a la izquierda, se divisaba otro cabo y una isla casi juntos, por lo que fueron denominados, Cabo Fermoso (hoy Pilares) y Cabo Deseado, tomando la latitud, se fijó en la misma de la bocana de entrada del estrecho en el océano Atlántico, que era el cabo de las Vírgenes a 53º Sur de latitud.
Sucedió el caso, de que el patagón que iba en la nao capitana, enfermo muy grave, por lo que pidió el bautismo y se le cumplió el deseo, poniéndole por nombre el de Pablo, falleciendo pocos minutos después. Así que ninguno de los dos patagones pudo llegar a ver España.
El día veintisiete de noviembre del año de 1520, conseguían salir al océano, las naos Trinidad, Victoria y Concepción, y se encontraron con una mar de color más oscuro, con olas muy tendidas y altas, pero por su aparente calma lo bautizaron como «Mar Pacífico», pues durante estos primeros días de navegación, no les dio ningún problema.
Por lo recorrido en el interior del estrecho, se calculó que debía tener como unas cien leguas en total, estaba deshabitado y pensaron, que la tierra que habían dejado a su izquierda en la travesía, era una isla que debía de acabar en algún lugar, pero poco recomendable para la navegación, pues se oía el rugir de los vientos y el bramar de la mar en la lejanía, lo que les indicaba que mejor no bajar de paralelos, a parte de que si ellos ya habían pasado frío, se suponía que más abajo aún sería peor.
Por todas estas conclusiones, Magallanes a pesar de contar el día con diecinueve horas, desestimó el explorarlo para no poner en riesgo a las naos y tripulaciones.
Al salir al Pacífico, se hizo una relación de los fallecidos en el intento y desde el día en que zarpó la expedición de Sanlúcar de Barrameda, contándose en las cinco naos a diecisiete, entre ellos a Juan de Elorriaga, que falleció el día once de julio, por la infección en las heridas que le produjo Gaspar de Quesada, aunque en esta relación, no se daba cuenta de los dos abandonados a su suerte en el puerto de San Julián.
Ya en franquicia, Magallanes huyendo de los fríos, mando poner rumbo al NO., después al Norte y más tarde a NNE., en el tiempo de dos días y tres noches, hasta la amanecida del día uno de diciembre, en la que se tomó la latitud y se encontraban a 48º Sur, en este mismo instante se descubrieron dos pedazos de tierra, que por su conformación parecían mogotes que, que iban en dirección Norte-Sur y como a unas veinte leguas.
(Estas apreciaciones en nuestra estima, son difíciles de creer, a no ser que esos montes fueran muy, muy altos, ya que a veinte leguas de distancia, por la curvatura terrestre, es imposible verlos a no ser que fueran muy elevadas y con dudas de que a ojo, se pudieran apreciar, por lo que pensamos que el error de cálculo está más en la distancia, que no sería tanta).
El día dos, se puso rumbo al NNE., hasta alcanzar la latitud 47º 15’. El estado de la mar seguía siendo gruesa, o sea altas olas pero muy tendidas, que a veces las naos se perdían de vista, pero no restaba gran velocidad a los bajeles, por lo que continuó con el rumbo dicho.
Los días tres y cuatro, el rumbo fue cambiado al NO., hasta alcanzar la latitud de 45º 30’. El día cinco, varió el rumbo al Norte un cuarto al NO., hasta alcanzar la latitud 44º 15’. El día ocho volvió a rumbos entre el NNE. y el NE., un cuarto, manteniendo estos hasta el día trece, en que ya se encontraban en la latitud 40º.
Entre los días catorce a dieciséis, se mantuvieron los rumbos al Norte. Norte un cuarto al NE. y a Norte un cuarto al NO., encontrándose entonces en la latitud de 36º 30’. El día diecisiete, varió de nuevo al NO., un cuarto Norte, hasta alcanzar los 34º 30’. El día dieciocho, siguió al Norte un cuarto al NO., hasta alcanzar la latitud de 33º 30’, pasando entre la isla de Juan Fernández de tierra y la actual costa de Chile.
El día diecinueve, se pusieron al rumbo NO., manteniendo éste hasta el día veintiuno, en que se hallaron en la latitud 30º 40’ Sur, habiendo pasado entre las islas de Juan Fernández y la de San Félix, pero sin haberlas descubierto, desde aquí y hasta el día veinticinco, se mantuvieron los vientos del cuarto cuadrante, pero principalmente del ONO., llegando a latitud 26º 20’ el día veintinueve, en que varió el rumbo al ONO., O. y después al NO., manteniendo estos rumbos hasta el día treinta y uno.
Aquí comenzaron los grandes problemas, pues ya la escasez de alimentos y agua, se iba notando a pesar de haberse comenzado a racionar, pues ya no les quedaban alimentos frescos, el bizcocho ya no era pan, sino una especie de polvo con mezcla de gusanos, que eran los que se habían comido la harina y para terminar de arreglarlo, tenia un hedor insoportable, pues se encontraba impregnado de los orines de los ratones.
El agua estaba en parecidas condiciones, por lo que se llegó a cocinar el arroz con agua del mar y como no quedaba otra cosa, se cortaban pedazos del cuero de vaca con el que iban forrada la gran verga, para evitar que el roce de los cabos de maniobra se comiera la madera, pero como estos cueros habían estado siempre expuesto al agua, sol y vientos, se habían endurecido de tal manera, que para poderlos masticar, había que dejarlo caer al agua durante cuatro o cinco días, para que así quedaran algo más blandos, pasando a ponerlos encima de las brasas y después a la boca.
A tanto llegó el hambre, que las ratas eran un manjar exquisito, llegando incluso a pagarse medio ducado por una, pero lo peor era la cantidad ya de enfermos, que describe así la enfermedad:
«Hacía hincharse las encías hasta el extremo de sobrepasar los dientes en ambas mandíbulas, haciendo que los que enfermaban no pudiesen tomar ningún alimento», por esta enfermedad (escorbuto) murieron a lo largo de la travesía diecinueve hombres, incluido el patagón gigante y un brasileño.
La mar seguía en las mismas condiciones, pero los vientos siempre fueron favorables, pero a pesar de eso como ya había muchos enfermos faltaban brazos para la maniobra y eso hacía perder velocidad en muchos puntos concretos, lo que en definitiva representaba un retraso para arribar al punto deseado.
El día uno de enero del año de 1521, se encontraban el latitud de 25º Sur, cambiando el rumbo al O. un cuarto al NO., el día dos alcanzaron los 24º de latitud Sur, volviendo a cambiar el rumbo al ONO., el día tres se hallaban en latitud 23º 30’, y se cambio rumbo al NO., un cuarto al O., el día cuatro, se alcanzo la latitud de 22º y se cambio el rumbo al ONO.
El día cinco y hasta el ocho, se mantuvieron sucesivamente rumbos entre el O., un cuarto al SO. y O., un cuarto al NO. El día nueve se encontraba en la latitud de 22º 15’, manteniendo el último rumbo, hasta el día trece. El día catorce, se hallaban en la latitud 20º 30’, cambiando el rumbo al NO., un cuarto al O., el día quince se alcanzaron los 19º 30’, y cambiando el rumbo al ONO., en el que se mantuvo hasta el día dieciocho.
El día diecinueve, se encontraban en la latitud 16º 15’, volvió a cambiar de rumbo al NO., un cuarto al O., en el que se mantuvo hasta el día siguiente. El veintiuno, se hallaron en latitud de 15º 40’, cambiando el rumbo, hasta el día siguiente al SO., el día veintitrés, se encontraban en la latitud de 16º 30’, manteniendo el rumbo hasta el día veinticuatro al O., un cuarto al NO.
Este día veinticuatro de enero, fue la primera que tropezaron con tierra, pues en la latitud 16º 15’ Sur, encontraron una isla pequeña, con muchos árboles, pero se lanzó la sonda y no conseguían saber la profundidad, por lo que no pudieron fondear, eso sí la bautizaron como de San Pablo y largando las velas, volvieron a abrir aguas hasta el día treinta y uno de enero, entre los cuales se mantuvieron los rumbos al NO., un cuarto al O.; ONO. y O., un cuarto al NO.
El día uno de febrero se encontraban en la latitud 13º Sur, manteniendo el rumbo anterior, se continuo hasta alcanzar los 10º 40’ Sur el día cuatro de febrero, en la que se encontraron con otra isla despoblada, pero fue tan fácil y grande la cantidad de tiburones que pescaron, que la bautizaron como «La de los Taburones»
Pero aunque se les pusieron estos nombres a estas dos islas, en el argot de los marineros se quedaron con el nombre de las Desventuradas, por no haber podido hallar en ellas ni gente ni alimentos frescos.
(Por una carta náutica, que fue publicada por primera vez en Londres por el jefe de escuadra don José de Espinosa, quedan marcadas estas dos islas, siendo la de San Pablo a 127º 15’ de longitud Oeste del meridiano de San Fernando o Cádiz y la de los Taburones, en 136º 30’)
Desde esta isla se continuó a rumbo del NO., (con el que entre los días doce y trece, pasó la equinoccial, por el meridiano 149º 40’ Oeste de Cádiz), manteniendo el rumbo hasta el día quince; el día dieciséis habiendo alcanzado la latitud 2º 30’ Norte, varió el rumbo al ONO., hasta que el día veintitrés, se encontraban el la latitud 11º 30’ Norte; continuando hasta el día siguiente, veinticuatro, en que volvió a rectificar el rumbo al Oeste un cuarto al NO., manteniendo éste hasta el día veintiocho, en que se hallaron en la latitud 13º Norte.
El día uno de marzo, conservando el paralelo 13º y navegando al Oeste, hasta el día seis en que vieron tierra, poniendo rumbo a ella, pues eran dos grandes islas, pero se midieron y comprobó, que una estaba en 12º 40’ y la otra en los mismos 13º, lo cual les daba una distancia entre ellas de ocho leguas; continuaron acercándose, al estar entre ellas se cambió el rumbo al SO., por lo que pasaron por el Norte de la isla de los 12º 40’.
En ésta se vieron muchas velas pequeñas, que se dirigieron a ellos, pero era tanto su andar que parecía que más que navegar volaban sobre las olas, además de hacerlas navegar a placer, pues igual estaban en la proa de las naos que en la popa y cruzando su proa como su estela: las velas eran triangulares (latinas) construidas de estera de palma, por lo que al principio se les bautizó como las Islas de las Velas Latinas, pero pronto le cambiaron el nombre, pues sus propietarios, en cuanto se descuidaban un poco, ya habían trepado por las jarcias y robado lo primero que encontraban, sin importarles la mayor o menos cuantía de lo sustraído, por eso pasaron a denominarlas como las Isla de Los Ladrones. (Que son las actuales Marianas)
Estos indios, su principal fuente de alimentación eran los cocos, ñamez (una variedad de la batata) y una variante del arroz; la mayor de sus canoas no tenía capacidad para transportar a más de diez de ellos, pero acudieron tantas a las naos, que al abordarlas ya no cabían más en sus cubiertas, por lo que Magallanes ordenó que se le fuera echando, pero sin hacerles daño.
Lo malo fue, que los indios no entendían el porque se tenían que bajar de aquellas grandes naves, por lo que para cumplir la orden se tuvo que recurrir a la fuerza, acción que molestó a los indígenas, lo que demostraron al abordar de nuevo sus canoas, pues nada más hacerlo comenzaron a lanzar piedras y unas varas tostadas (seguramente para endurecerlas y darle más poder de ofender) sobre las naos, que si bien no era para hundirlas, si que más de uno de los tripulantes salió con alguna herida, así que el capitán general se vió en la obligación de hacer unos disparos con la artillería, de los cuales alguno hizo blanco causando la muerte de varios de los indígenas, pero no por eso se volvían ya que querían trocar (cambiar) sus abalorios por lo que llevaban la expedición, razón por la continuaban siguiéndoles.
Con tanto ir y venir de las canoas, cuando se dieron cuenta el esquife de la nao capitana, había sido sustraído por ir a remolque, lo cual les debió de ser fácil el conseguirlo dado lo fijos que estaban en que no les hicieran daño, malhumorado Magallanes por este robo, ordenó bojear la costa hasta ver el lugar donde se encontraba, verificado, Magallanes ordenó que noventa soldados con los botes se acercaran a recuperarlo, lo cual se hizo, pero en esa playa estaba muy cerca una montaña, donde los indios se subieron y desde allí lanzaban tantas piedras, que era casi como una lluvia, pero se dio la orden de disparar los arcabuces y los indígenas desaparecieron.
Pero el problema se agravó más, pues como castigo por el hurto del esquife, divisaron el poblado que no estaba muy lejos, se dirigieron a él y se llevaron todos lo víveres que hallaron, pero también mataron a todos los que se encontraban a su paso y para finalizar, le prendieron fuego al poblado, pero lo gracioso, si es que hay algo de gracia en ello, es que no se pudieron llevar el esquife. Los indios, se quedaron atónitos ante esta salvaje reacción, considerando que aquel barquito no valía tanto, así que decidieron arrojarlo al mar y que esta decidiera su destino, porque para ellos ya estaba maldito.
Esta acción fue vista por Magallanes, quién ordenó que se fuera a recoger, al mismo tiempo, que ordenaba repartir los alimentos robados transportados a las naves para saciar algo el hambre de los hombres, pero con orden de reparto para todos, para que al menos probaran algo bueno para fortalecerlos un poco, pero viendo que lo indios se había alejado de ellos, ordenó a su vez acercarse a tierra y hacer aguada, que no vino nada mal, pues la de abordo ya se ha comentado en que estado se encontraba.
El día nueve de marzo, se levaron anclas y zarparon de esta isla de los 12º, navegando al Oeste un cuarto al SO., divisando tierra el día dieciséis, habiendo navegado siempre al mismo rumbo, pero para llegar a esta nueva isla, lo variaron al NO., conforme se iba haciendo más visible, se dieron cuenta de que salía al Norte, con muchos bajos, por lo que tomaron el rumbo del Sur de la isla, cuando al navegar un tiempo se avistó otra isla más pequeña, pero con sus costas de arena, así que dieron fondo ese mismo día en ésta; divisando al mismo tiempo una serie de pequeñas canoas, pero al intentar acercarse a ellas sus mareantes se alejaron.
Después se supo, que la primera isla tenía por nombre Yunagán y en la que fondearon Suluan; que según el diario de Albo, la última se encuentra en latitud de 9º 40’ y que está a 189º de longitud de la línea meridiana [3] a estas islas se les bautizó como de San Lázaro (pero son ya las de Nueva Castilla ó Filipinas) y que desde el estrecho de Todos los Santos o más correctamente desde Cabo Fermoso a estás islas hay 106º 30’ de longitud y que cuyo estrecho, está con respecto a ellas en dirección ONO., y ESE.
Zarparon de esta isla con rumbo al Oeste, hasta que divisaron la de Gada, que era una muy limpia de bajos, sin habitantes, lo que aprovecharon para hacer aguada de nuevo y proveerse de más leña. Al terminar estos trabajos, zarparon de nuevo con el mismo rumbo, alcanzando una isla de mayores proporciones, que si estaba habitada, por nombre de Seilani, y que por intercambios típicos, se enteraron de que en ella había alguna mina de oro, pero no se entretuvieron en averiguarlo.
Zarparon de este lugar y bordeando la misma isla, se desató un temporal, que para correrlo, tuvieron que navegar al OSO., y el mismo viento y mar, los llevó a una nueva isla, que hay diferencias de nombre según fuente, pues para unos era Mazava y para otros Mazaguá, y ésta se encuentra en la latitud 9º 40’ Norte, fueron costeándola hasta encontrar un poblado y en su bahía; fondearon.
Magallanes, llevaba un esclavo que había comprado en sus anteriores viajes, por lo que ahora lo utilizaba de intérprete, por ello al ser abordada la nao capitana por el Rey de Mazaguá, se había acercado con diez de sus hombres, para saber que querían los recién llegados, se le comunicó: «que era vasallos del Rey de Castilla y que querían hacer paz con él y contratar las mercaderías que llevaba, y que si había mantenimientos le rogaba que se los diese y se los pagaría»
El rey le contestó: «que no los había para tanta gente, pero que partiría lo que tenías con ellos», y a las pocas horas, se acercaron unas canoas y con ellos llevaron cuatro cerdos, tres cabras y algún arroz. Como coincidía que ese día era Pascua de Resurrección, Magallanes ordenó levantar una pequeña capilla en tierra y colocar una cruz en un monte cercano, para advertir a todos que allí habían estado los españoles, pues era una señal inequívoca. Después mando, que la gente bajara a tierra a oír misa y celebrar tan sagrado día, por lo que dejaron solo a bordo a una pequeña guarnición; al terminar el oficio religioso regresaron a las naos.
Pero al subir a colocar la cruz en aquel promontorio, los indios que les habían servido de guías, les indicaron que las tres islas que se veían desde allí arriba, en dirección OSO., estaban llenas de oro, solo que del tamaño entre una lenteja y un garbanzo.
Por el buen recibimiento que tuvo y ningún altercado, Magallanes ordenó se le entregaran al Rey algunos regalos, ocasión que aprovechó para pedirle le diera razón de donde se podía recoger más comida para sus famélicas tripulaciones.
El Rey le indicó que como a unas veinte leguas, se encontraba una gran isla y que su jefe era pariente suyo, que por su gran extensión seguro que le podría proporcionar cuanto quisiera; Magallanes le pidió entonces que le diera a algunas personas para que los guiaran, pero ante la estupefacción del capitán general, el mismo Rey se ofreció a conducirlos, por esta demostración de afecto Magallanes le correspondió con la entrega de más regalos.
Así el Rey acompañado al parecer de su guardia personal, se quedó en la nao enviando sus regalos a tierra, y zarparon, primero se puso rumbo al Norte, que le llevó a la isla de Seilani, la cual fue costeada por el NO., hasta alcanzar los 10º de latitud Norte; y al finalizar el casi bojeo se divisaron tres islotes, cambiando el rumbo al Oeste, después de navegar unas diez leguas, se encontraron con otras dos islas pequeñas, aquí le sobrevino el ocaso, dado el desconocimiento de la ruta dio la orden de poner los buques a la capa para pasar la noche.
Al amanecer del día siguiente, se desplegaron las velas y con rumbo al SO., un cuarto al Sur, y después de navegar otras doce leguas, alcanzaron la latitud de 10º 20’, encontrándose ante un canal formado por dos islas el cual se embocó, siendo estas la de Mactán y la otra la de Subú ó Zebú, el canal corría al Oeste y sobre el centro de él se encontraba la villa de Zebú, que por su gran bahía se aprovechó para fondear.
La isla de Cebú y las de Mazaguá y Suluan, están en dirección entre Este, un cuarto al SE., y Oeste, un cuarto al NO., y entre Cebú y Seilani, se descubrió al Norte una tierra muy alta, que según los nativos la llamaban Baibay, quienes a su vez les comunicaron, que contenía mucho oro y mercancías, pero que era tan grande que ellos no le habían encontrado el final.
A parte de ir el Rey, éste había ordenado que una de sus canoas les acompañara en el viaje, porque en el rumbo a mantener se encontraban muchos bajíos y por eso durante toda la navegación, había ido de exploradora para que las naos no tuvieran problemas, pues como siempre estas navegaciones costeras eran muy peligrosas.
Al llegar ante la población de Cebú, salieron como unos dos mil indios armados, pues nunca habían visto a semejantes buques, a los que desde la playa los miraban con asombro y miedo.
Pero para controlar la situación, fue llevado a tierra el Rey de Mazaguá, que informó al Rey de Cebú, que era su primo, que no habían llegado para hacerles daño, pues la muestra estaba con él, que les había acompañado en el viaje desde su isla, queriendo solo el ser abastecidos ya que llegaban de muy lejos y faltos de alimentos, por lo que le solo rogaba recibir comida, que lo antes posible les fueran llevados los víveres necesarios y que eran gente de paz, y no de guerra.
Pero el receloso Rey de Cebú, envió emisarios a Magallanes, porque le parecía bien lo que demandaba y que le serviría de todo cuanto necesitase, pero primero tendría que firmar la paz con él, pues al ser Reyes distintos, las costumbres de aquellas islas era esa y que la forma era, el hacerse una herida en el pecho cada uno, y uno bebía del pecho del otro y viceversa.
Magallanes le contestó, que si eso era necesario, no había inconveniente en hacerlo, pareciéndole bien, por lo que se concertó esperar a la mañana siguiente para realizar el acto a bordo de la nao capitana, pero temprano apareció una canoa, de la cual abordó un emisario, comunicándole a Magallanes, que en atención a lo mucho y bueno que le había contado su primo, no pensaba que era necesaria la ceremonia, así que daba por sentada la paz entre ambos.
Al conocer la noticia Magallanes, ordenó hacer una salva con toda la artillería de sus naos, cuyo estruendo atemorizó a lo indios y estos no salieron corriendo, porque sabían que se había firmado la paz. Al poco, fueron apareciendo canoas cargadas con toda clase de alimentos, las fueron descargando en las naos, entre lo principal se encontraban; cabras, gallinas, puercos, ñames, mijo, arroz, cocos y mucha fruta, a cambio de esto se les regalaron los típicos abalorios de la época, sobre todo con las consabidas cuencas de cristal, que les enloquecían por sus brillo.
En tan solo cuatro días, con este cambio de dieta, todos los enfermos mejoraron mucho, incluso algunos menos graves, se recuperaron por completo; para dar gracias del suceso Magallanes dio la orden de levantar un ermita de piedra, al terminarse, que fue muy pronto se quería dar gracias a Dios con la celebración de un Santa Misa.
Para ello desembarcaron todos los soldados y marineros, pero para ver lo que allí ocurría se acerco el Rey y su esposa, con todos los principales de la isla; permanecieron callados y en silencio, pero sin perder detalle; lo que aprovechó el sacerdote don Pedro de Valderrama que enalteciendo la Fé Católica, para por medio de la palabra ganarse el afecto de los que allí se encontraban.
Así convencidos del bien que les daría el pertenecer a esta religión, pidieron ser bautizados, lo cual se cumplió en el acto, pasando en pocos días todos los habitantes de la población por el ministerio del bautismo; al ver esto Magallanes ordenó construir una gran cruz y ponerla delante de la ermita.
Los indios se quedaron atónitos con el acto religioso, para celebrar sus alegría, al concluir el Rey y su esposa, invitaron a Magallanes y a los más altos cargos de la expedición a su palacio, éste era en realidad un gran choza, pero se les sirvió de comer espléndidamente, con un pan, (llamado allí sagú, que esta hecho del corte de unos árboles y a piezas frito con aceite), diversas aves, frutas y un vino o licor, que se extrae de efectuar unos cortes en la corteza de la palma, destilándolo después para quitar impurezas teniendo un muy grato sabor.
Al finalizar esta fiesta y para celebrarlo Antonio Pigafetta, por abrazar los reyes de Zebú la Fé Católica, le entregó una talla del Niño Jesús a la reina, que era la esposa del cristianizado rey Carlos Hamabar, para que supliera a todos sus ídolos hasta entonces venerados como a dioses; el mismo Pigafetta nos dice: «Yo feci vedere alla Regina un immagine di Nostra Signora, statuetta di legno representante il Bambin Gesú ed una ocre... La Regina mi chiese il Bambino, por tenerlo en luogo de suci idoli... e a lei le diedi».
Magallanes, al ver el agrado con que le habían recibido en la isla de Cebú y que esta era rica en oro, jengibre, otras especies y mercancías, podía con cierta facilidad conseguir esas especerías, para llevarlas a Castilla y así demostrar el valor de estas posesiones. Por lo que ordenó levantar una casa, para que se hiciera en ella lo mismo que en la Casa de la Contratación, para tener un control obligando a centralizar todos los intercambios, que se pudieran realizar y facilitar su almacenaje, para su posterior carga en las naos y regreso a Castilla.
Al mismo tiempo, de los naturales recibió la noticia de que en la isla de Burney ó Borneo, se disponía de gran cantidad de bastimentos, por lo que se decidió el ir a ella y saber de verdad lo que había de cierto en ello; además de que era probable, que supieran decirle si realmente se encontraba ya en el Maluco o Molucas, que en realidad era lo que más le importaba y estaba buscando, esta noticia fue muy bien acogida por las tripulaciones ya casi recuperadas en su totalidad, puesto que todos eran partícipes de conseguir lo que Magallanes le había prometido al Rey.
El problema surgió, al ser enterado Magallanes de que en la isla de Cebú habían otros cuatro reyes, los cuales y por haberse convertido al catolicismo su amigo y proclamado vasallo del Rey de Castilla, había encargado una gran joya para el Rey don Carlos I, que fue lo que hizo saltar la alarma.
En un principio Magallanes, envió embajadores a los demás reyes, para que mostraran cuanto había ganado el que se había hecho vasallo del Rey de Castilla, (pero a nuestro entender cometió un error), pues esto enviados demandaban que estos reyes, presentaran a su vez pleitesía al Monarca y después pasar a ser bautizados, sin respetar que para ellos todos eran iguales. Estas eran sus leyes, que cada cacique era del mismo rango que el de al lado o la isla de enfrente y esto no se tuvo en cuenta, a pesar de estar en su conocimiento, lo que a la larga produciría los enfrentamientos.
Por lo que dos, seguramente más precavidos, sí se presentaron a esta nueva norma, pero los otros dos no lo hicieron; Magallanes pensó que si se le hacía algún daño obedecerían, para ello mando preparar a dos de las naos y partir en su busca, consiguiendo alcanzar a uno de los poblados de los ‹insurrectos›, donde desembarcaron las tropas se les robó todos sus víveres que hallaron y le pegaron fuego a las chozas.
En su descargo, los reyes argumentaron, que si querían joyas y oro, no tenían inconveniente en dárselo al Rey de Castilla, pero que de ningún modo se lo daría al de Cebú, porque ellos eran tan buenos como él o más; pero Magallanes (a nuestro entender algo ciego de la situación, llevado muy posiblemente por su orgullo de conquistador) insistió en que si no se le hacía al Rey Cristiano de Cebú, no se le podía hacer al Rey de Castilla.
Ya casi fuera de si Magallanes por la indisciplina de estos reyezuelos, amenazó al Rey de la isla de Mactán, que si no se presentaba ante el de Cebú, le quemaría su poblado y palacio; pero éste Rey no se amilanó y le respondió, que cuando quisiera ir él le aguardaría.
Magallanes ya encolerizado ante tamaña desobediencia y con reto incluido, ordenó preparar tres de las canoas grandes, en las que iban sesenta hombres de armas, porque aún quedaban algunos que no podían acudir a este combate, por no estar recuperados de la enfermedad totalmente.
El Rey Carlos Hamabar, el cristiano de Cebú le recomendó que no fuera, porque había recibido mensajes de que, tanto los dos reyes que habían ido, como al que se la había atacado y quemado su poblado, se habían reunido en la isla de Mactán, por lo que entre todos formaban un ejército de unos seis mil hombres, siendo muy arriesgado ir con tan solo sesenta.
Pero Magallanes desoyó el buen consejo, y estando ya para zarpar, aún el capitán don Juan Serrano le dijo: «que le parecía que no tratase de aquella jornada porque, demás de que de ella no se seguía provecho, las naves quedaban con tan mal recado que poca gente las tomaría, y que si todavía quería que se hiciese, no fuese, sino que enviase otro en su lugar»
Magallanes (para nosotros cegado y subestimó a los indígenas) no admitió ningún consejo, por lo que el Rey de Cebú, se ofreció a llevar a mil de sus hombres en canoas para ayudarle, a esto no puso reparo, así los dos jefes juntos zarparon con sus tropas, llegando a la isla de Mactán dos horas antes de amanecer.
El primer problema se planteó que eran horas de bajamar, por lo que ni siquiera las canoas pudieron acercarse a las playas lo suficiente, teniendo que desembarcar, cuando aún estaba fuera del alcance de las ballestas y con peligro de que se mojase la pólvora, pero nada de todo esto paró al empecinado Magallanes, pues quería lanzarse al ataque enseguida.
Pero el Rey de Cebú, le dijo que no lo hiciese hasta que no fuera de día, pues era conocedor, de a buen seguro la playa estaría llena de hoyos, en lo que se tenía la costumbre de clavar estacas con puntas muy agudas y que eso le haría perder a mucha gente, pero como Magallanes seguía en su firme propósito, le ofreció, el que fueran sus indios por delante, pues conocedores de este arma secreta, les sería más fácil distinguir los lugares donde se hallaban y evitar que los castellanos cayeran sin razón, siendo la mejor forma de afrontar la situación, y así se conseguiría una fácil victoria.
Pero Magallanes, se negó rotundamente, pues no iba a permitir que los que habían venido a salvar al Rey de Cebú, fueran ellos los sacrificados, pero que además, así comprobaría como combatían los castellanos, pues eran invencibles en los campos de sus reinos.
Pero entre tanto, el Rey de Cebú había conseguido que el tiempo pasara, por lo que ya estaba próximo el amanecer, así que Magallanes se esperó un tiempo para que su gente pudiera distinguir las trampas. Una loable acción del Rey, de la que Magallanes no se apercibió y era, que no estaban letrados pero tenían un conocimiento del ser humano, mucho más amplio y seguro del que aparentaban otros más “civilizados”.
Dejó a cinco hombres custodiando los bateles y con los restantes cincuenta y cinco, se lanzó sobre la población, la cual como era de esperar estaba vacía, así que como escarmiento, se le pego fuego a todo el poblado, pero estando en este trabajo se presentó un numeroso grupo de indios por un lado, a los que los castellanos les dieron la cara y pelearon con ellos, pero al poco tiempo, por el lado contrario, apareció un nuevo contingente de indios, por lo que los castellanos tuvieron que partirse, pero el empuje a pesar de las bajas entre los indios era tan fuerte, que los obligaron a juntarse.
Así transcurrió gran parte del día, hasta que llegó el fatídico momento, en que ya la pólvora de los arcabuceros empezó a escasear y las saetas de los ballesteros igualmente, al ver los indios que ya no les hacían fuego, se fueron acercando y lanzándoles gran cantidad de lanzas y flechas, se encontraron en un muy grave aprieto, lo que convenció a Magallanes que era hora de retirarse.
Mientras el Rey de Cebú, se mantuvo a la expectativa de lo que iba ocurriendo, permaneciendo siempre oculto y en silencio.
Los bateles, se encontraban a una gran distancia y en campo abierto sin protección, por lo que los castellanos se fueron retirando sin dar la espalda, pero era tan grande la cantidad de todo tipo de objetos que les lanzaban; pues igual eran piedras, que flechas o lanzas que no les daba tiempo a esquivarlas todas, siendo en este momento cuando una de las piedras le arrancó la celada a Magallanes, al mismo tiempo, que recibía una flecha en una pierna, como la lluvia de objetos era interminable, otra pedrada le dio en la cabeza y cayó sobre la arena, pero no pudiendo ser recogido por sus hombres, al ir avanzando los indios llegaron a donde estaba semiinconsciente y allí mismo lo atravesaron con una lanza.
Como consecuencia de esta lanzada falleció casi instantáneamente, pero no se podía hacer nada por recuperarlo, pues lo indios al ver vengada su afrenta y los cinco que habían quedado de guarda de los bateles comenzaron a abrir fuego, se fueron agrupando las fuerzas y embarcando; pero al mismo tiempo, el Rey de Cebú lanzó a sus indios para terminar de frenar a los enemigos, lo cual se consiguió plenamente.
Pero no deja de ser curioso, que en este lance, solo perdieran la vida seis soldados, Magallanes y el capitán Cristóbal Rabelo, que lo era de la nao Victoria, a pesar de los miles de proyectiles que lanzaron los indios y lo largo en el tiempo del combate. La razón principal eran las defensas de las medias armaduras y sobre todo la celada, que junto a la rodela formaban un perfecto parapeto ante ese tipo de armas.
Fueron los muertos en este combate; el capitán general don Fernando de Magallanes; el capitán de la nao Victoria, don Cristóbal Rabelo; marinero, don Francisco Espinosa; grumete, don Antón Gallego; sobresaliente, hombre de armas, don Juan de Torres; criado de Juan de Cartagena, don Rodrigo Nieto; criado del alguacil Gonzalo Espinosa, don Pedro Gómez y el sobresaliente, que salió herido, don Antón de Escovar, que falleció el día veintinueve de abril por la infección de las heridas sufridas en el combate.
La ancestral idiosincrasia de los españoles, su inapelable individualismo, que cuando alguien quiere someterlos se revoluciona, en ocasiones como está en que se queda descabezada la expedición, ese mismo defecto que impide el vivir unidos se convierte en virtud, por ello a pesar de estar sin jefe, no tuvieron problema, pues inmediatamente nombraron a uno nuevo, que no fue otro que el primo de Magallanes, el general Duarte de Barbosa, siendo nombrado capitán de la nao Victoria don Luis Alfonso, un portugués vecino de Ayamonte y que hasta ese momento había sido sobresaliente en la nao capitana.
Al terminar estas deliberaciones y nuevos nombramientos, se allegó a la nao capitana un emisario del Rey Cristiano, para decirles que bajaran a tierra y se les invitaría a una gran comida, así como hacerles entrega de la joya que ya estaba terminada para ser entregada al Rey de Castilla.
El nuevo general, le contestó que bajarían a tierra todos los capitanes, ya que era ocasión de celebrar tan gran acontecimiento, y recibir entre todos el regalo para el Rey don Carlos.
Pero el capitán Juan Serrano, más prudente, le dijo: «que le parecía temeridad salir de las naos a donde el Rey Cristiano podía enviar la joya, porque el desampararlas habiendo sido rotos y dejarlas a tan mal recaudo era negocio peligroso, y que sería bien detenerse para descubrir mejor si había algún engaño»
Pero parece ser, que los portugueses en aquella época no admitían observaciones prudentes, confundiéndolas con cobardía, por lo que Barbos le contestó: «que él estaba resuelto a ir, que le siguieran los que quisiesen, y que si Juan Serrano de miedo se quería quedar, lo hiciese enhorabuena», así que fue Serrano el primero que pegando un salto abordo el bote.
Aquí viene una serie de dudas, pero que según Oviedo, quedan muy claras las cosas, pues nos dice: «Que el lenguaraz esclavo de Magallanes, se halló en el combate en que murió su dueño y donde a su vez él recibió heridas, por lo que se encontraba en la cama echado para su recuperación, pero como el capitán no podía hacer nada sin él, le hizo levantarse, aduciendo que no por haber muerto su dueño estaba libre y que si no salía con él sería azotado, por lo que el esclavo se encolerizó, pero nada demostró, pero que fue a visitar al Rey de Cebú, diciéndole que la avaricia de los castellanos era insaciable, que ya tenían resuelto cuando se atacó al Rey de Mactán, que si salían vencedores luego se lo llevarían a él (Rey de Cebú), por eso el éste Rey concertó con los demás, el llevar acabo la matanza por medio del engaño, así el Rey Cristiano complacía a los demás Reyes y se salvaban todos, si conseguía el acabar con los castellanos»
La otra versión la de Herrera, es mucho más sencilla, pues simplemente y por la razón apuntada anteriormente de que el Rey Cristianizado, no fuera atacado por los otros cuatro Reyes, robándole su reino, exterminando a él y su familia, le forzaron a realizar el engaño y así acabar con los españoles.
El caso es, que confiados los españoles bajaron a tierra, donde se les llevó a un claro en medio del bosque, donde habían unas mesas con gran cantidad de comida y su no menos famoso vino, siendo recibidos por el Rey y como unos treinta de sus hombres; se sentaron a comer y cuando menos se lo esperaban, de los lindes del bosque se les echaron encima, matándolos a todos y entre varios indios sujetaron a Juan Serrano, porque al parecer se había ido ganando la confianza de los indios individualmente y eso le salvó la vida.
Los que habían quedado en las naos, la gran mayoría enfermos, empezaron a sospechar cuando vieron que los indios iban lanzando al mar hombres muertos, temiéndose lo peor y aún algunos arrastrándose por la cubierta, fueron cogiendo sus armas por si intentaban asaltar las naos, para así vender caras sus vidas y buques.
Al poco rato vieron como maniatado y desnudo, transportaban a empujones a Juan Serrano, quién le grito desde la playa, que habían sido todos asesinados, y que para dejarle a él en libertad, se le deberían de entregar dos piezas de artillería, pues así lo había acordado él con el Rey, pero que si no se les entregaban le matarían.
Esto lo oyeron perfectamente desde las naos, pero de nuevo salió el individualismo, pues siendo sabedores de lo que les había ocurrido a todos, se temieron que fuera un ardid más para apoderarse de las naos y de ellos, así que por consejo entre todos se decidió levar anclas y zarpar de aquel horroroso lugar.
Cuando comenzaron la maniobra, que a duras penas podían realizar, vieron como a Juan Serrano se lo llevaban tierra adentro, estando ya a la vela se oyeron grandes gritos de los indios, lo que les hizo pensar que lo habían asesinado.
Los asesinados en éste convite fueron: capitán de la nao Trinidad, Duarte Barbosa; capitán de la nao Concepción, Juan Serrano; capitán de la nao Victoria, Luis Alfonso de Gois; piloto de S. M. Andrés de San Martín; escribano, Sancho de Heredia; escribano, León de Ezpeleta; clérigo, Pedro de Valderrama; tonelero, Francisco Martín; calafate, Simón de la Rochela; sobresaliente, hombre de armas, Francisco de Madrid; sobresaliente, criado de Luis de Mendoza, Hernando de Aguilar; sobresaliente, Pedro Herrero; sobresaliente, Hartiga; sobresaliente, Juan de Silva; lombardero de la nao Trinidad, Guillermo Feneció Tanagui; marinero, Antón Rodríguez; marinero, Juan Sigura; marinero, Francisco Picora; marinero, Francisco Martín; grumete, Antón de Goa; criado de Magallanes, Nuño; criado lenguaraz, Enrique, de Malaca [4]; criado, Piti Juan, francés; criado de Francisco de la Mezquita; entenado de Juan Serrano; y un tal Francisco. Faltan algunos nombres, pero no hay más datos.
A parte durante el tiempo de recalada en la isla de Zebú, habían fallecido por enfermedad otros ocho hombres.
El día uno de mayo zarparon de la isla de Zebú, que se halla en 10º 20’ de latitud Norte, arrumbando al SO., hasta alcanzar los 9º 30’ encontrándose entonces entre la isla de Zebú y la llamada de Bohol, siguieron navegando hasta pasar la isla de Bohol, estando entonces en 9º 30’, siendo sabedores de que las dos isla eran ricas en oro y jengibre.
Encontraron una ensenada en la misma isla de Bojol, como se habían apercibido de que no les seguían, aprovecharon para hacer un consejo entre todos ellos, (aquí vuelve a surgir el individualismo español en su más pura riqueza), pues no tenían jefe y quedaba muy poca la gente para tripular las tres naos.
Así fue elegido como nuevo capitán general de la expedición el portugués Juan Carballo, que era piloto de S. A. en la nao Concepción y como capitán de la nao Victoria a Gonzalo Gómez de Espinosa, que era hasta ese momento el alguacil de la nao Trinidad, los cuales prometieron proseguir en el juramento de cumplir las órdenes del Rey, y después se acordó pegarle fuego a la nao Concepción, por ser la mas vieja y la que menos podría soportar el viaje completo de regreso, por ello y para que no pudiera ser aprovechada por los indios, se quedaron a verla arder hasta que finalmente se hundió.
Cumplida esta penosa misión, arrumbaron en dirección a Quipit ó Quepindo, que se encuentra en la costa NO., de la isla de Mindanao, navegando al SO., lo que les llevó a estar delante de un río, en el cual había una población, con la que se firmaron las paces y se demandó que se les abasteciera; pero aunque el Rey estaba de acuerdo, no podía darles todo lo que pedían, pues sobre todo se quería conseguir arroz, pero a pesar de que la isla es muy rica en oro y jengibre, no tenía arroz suficiente, por lo que decidieron continuar y ver si lo conseguían en otra isla.
Al norte de esta isla se encontraban dos más pequeñas, que estaban en 8º 30’ y la isla visitada era muy grande, iba en dirección Este-Oeste y desde el cabo de Quipit, hasta la primera isla, habrían como unas ciento doce leguas y sigue con las restantes, en rumbos de Este, un cuarto al NE., a Oeste, un cuarto al SO.
Zarparon de Quipit, poniendo rumbos sucesivamente, al OSO., SO., y Oeste, hasta que encontraron otra isla, que estaba muy poco habitada siendo llamaban por los nativos Cuagayán, logrando encontrar un lugar apropiado, lanzaron las anclas al Norte de esta isla.
Se informaron de que allí no tenían de casi nada, pero que en una isla de nombre Puluan ó Paragua, es muy rica en arroz, desde donde se cargan navíos para otros lugares; así que les indicaron el rumbo a recorrer y en esa dirección zarparon.
Pusieron rumbo al ONO., y al cabo de unas horas dieron con un cabo, que pertenecía a la isla buscada, por lo que la recorrieron con rumbo al Norte, un cuarto al NE., hasta que dieron con un poblado, por nombre de los nativos de Saocao, pero estos eran moros, así que con precauciones intercambiaron, las consabidas cuencas de vidrio, pedazos de lienzos, tijeras, cuchillos y otras cosas, por una importante cantidad de arroz, cabras, puercos y gallinas, al terminar de cargar levaron anclas y zarparon, pero todos contentos y satisfecho, pues habían conseguido suficiente hasta casi llenar las dos naos.
La costa de la isla de Puluan, va en dirección NE. al SO.; el cabo esta en el NE., y en la latitud de 9º 20’, mientras el contrario, se halla en 8º 20’; así que continuaron viaje y al doblar este último cabo, se hizo rumbo al SO., al virar vieron otra isla que en sus cercanías se encuentra uno de los temidos bajos, que pudieron sortear por ir siempre en proa varios marineros para avistar cualquier contingencia, pareciéndose mucho al estrecho de la isla de Puluan; este mismo cabo que está al SO., va en dirección Este - Oeste, con la isla de Quipit y NO., un cuarto al Oeste a SE., un cuarto al Este con el de Cuagayán.
Zarparon de esta isla de Puluan, pero para poder navegar con mayor seguridad por los grandes peligros de los bajos existentes, abordó la capitana un práctico de los moros de esta isla, pues querían arribar a la de Borneo; éste les indicó, que hasta la isla había como unas diez leguas, pero hasta la población habría como unas treinta.
Las tripulaciones que iban ya todas sanas, razón muy importante en estas largas travesías, se alegraron mucho de llevar una buena compañía, por que así les resultaría más fácil arribar a la población y recabar información, para llegar a las Molucas, que no era otra su intención.
La navegación transcurrió costeando al rumbo del SO., hasta conseguir dejarla atrás, al llegar a este punto se encontraron con otra isla, que está en situación de 7º 30’, pero que por el Este de ella tiene otro gran bajo, muy peligroso, al terminar de pasarlo, se cambió el rumbo al Oeste, en el cual se mantuvieron sobre unas quince leguas, variando otra vez al SO., pero ya en la costa de la isla de Borneo.
Tuvieron que mantenerse muy cerca de la costa, ya que al alejarse estaba toda plagada de bajos, además de ir siempre con las sonda por no fiarse de los altibajos que producen este complicado navegar, arribando por fin a la barra de la población, en la que entraron precedidos de varias canoas de nativos, pero al ir a fondear se dieron cuenta de que no había suficiente fondo de seguridad, por lo que decidieron virar y salir, lanzando las anclas como a unas tres leguas de la población, siendo el día ocho de julio, pero nada más fondear, el cielo se puso gris y comenzó una terrible tormenta, que se fue transformando en tempestad.
Esta tempestad, al parecer es de las típicas de la zona próxima al equinoccio, por lo que igual que vino se fue, aunque lo pasaron mal por la inseguridad de los bajos y por si las anclas garreaban.
Al día siguiente, nueve de julio, se vinieron a las naos tres barcas, que allí les llaman ‹cañamices›, muy parecidas a las fustas pero con muchos dorados y sus proas con tallas de serpientes.
En una de ellas venía un hombre mayor, que al parecer era el secretario del Rey, al que le acompañaban con gran estruendo, hombres con trompas, atabales y otros instrumentos desconocidos para los españoles.
Viendo la pompa con que venían, se ordenó hacer una salva de artillería para darles la bienvenida, pero cosa rara no se asustaron y mantuvieron el ritmo y rumbo a la capitana, la cual abordaron, pero el secretario le dio un abrazo al capitán, como si fueran conocidos de siempre, lo cual agradó a todo el mundo; al tiempo que preguntaba, que de quien eran los buques y que buscaban; a lo que el capitán le contestó, que eran del Rey de Castilla y ellos sus vasallos, siendo portadores de mercancías que seguro agradarían a los vasallos del Rey de Borneo.
Preguntando entonces, cuáles eran las mercancías, se les contestó, que eran granas, paños, sedas de diferentes colores y otras cosas, que seguro les gustarían, de lo cual el secretario se alegro mucho; permanecieron a bordo hasta bien entrada la tarde y todos muy contentos, pues con él habían abordado la nao como unos treinta hombres que le acompañaban.
Al querer abandonar el secretario la nao el capitán ordenó, se le entregara una capa de terciopelo color carmesí, una silla con respaldo, que estaba forrada de terciopelo azul, más otras cosas para el Rey, haciendo entrega de otros detalles a todos y cada uno de ellos, como regalos del Rey de Castilla.
Al serle notificado por el secretario a su Rey las buenas nuevas de los buques recién llegados, éste se alegro mucho ya que hacía tiempo que nadie aparecía por allí, pero viendo que eran muy espléndidos, le dijo al secretario que quería conocerlos, por lo que si era posible el que al menos dos de ellos pudieran ir a visitarle.
Se le notificó al capitán general, y éste el día quince ordenó desembarcaran ocho de sus tripulantes, estando a la cabeza de ellos el capitán de la nao Victoria, Gonzalo Gómez de Espinosa.
Al saberlo el Rey ordenó que todos salieran a recibirlos, por que solo anduvieron un trozo y antes de llegar a la ciudad ya los rodeaban como unos dos mil indios, que se fijaron en ellos siendo portadores de multitud de armamento distinto, pues igual iban armados, con sus arcos y flechas, que con cerbatanas, paveses y unos alfanjes tan largos como las espadas españolas, a parte de proteger sus pechos, con corazas hechas con las conchas de las tortugas entrelazadas, yendo vestidos con paños de seda.
Aún llamó más la atención, el ver a un elefante engalanado y cargado, con un armazón de madera que a forma de castillo, protegía a seis hombre fuertemente armados; seguramente sería una demostración de la fuerza del Rey, pero que los españoles poco o nulo caso hicieron, ya que les abrían camino sin entorpecer para nada sus pasos.
Al llegar a la fortaleza donde se hallaba el Rey, aún salieron muchos más indios a recibirlos, pero Gonzalo Gómez, se dirigió a los aposentos del Rey guiado por el secretario, pero surgió la gran sorpresa, pues el Rey estaba detrás de un muro de madera y el secretario por medio de una caña hueca, que la introdujo en un orificio a medida del diámetro de él hablándole al Rey y de esta forma mantuvo Gonzalo Gómez de Espinosa la conversación con el Rey, a quien le contestó todo lo que le preguntaba, haciendo las veces de interprete el secretario, pero unas veces poniendo los labios y otra la oreja, pero sin poder ver al Rey en ningún momento.
Entretanto, hubo dos deserciones, pues los marineros Juan Griego y Mateo Griego, abandonaron la nao Victoria y se mezclaron con los pobladores, intentando quedarse en la isla. Permanecieron esa noche entre los indios, a la mañana siguiente Gonzalo Gómez, demandó permiso al Rey para regresar a las naos, el cual le fue concedido, pero además recibieron como regalo, al capitán dos piezas de damasco de la China, y una a cada uno de los que le acompañaban, así y acompañados de gran multitud como a su entrada regresaron a las naos.
Pero Gonzalo Gómez, que no había demostrado impresionarse delante de los indios y su elefante, sí que esta actitud le demostró que no se podía fiar de ellos y eran muy poderosos, así que contado todo al capitán general, le recomendó que se mantuvieran a distancia más prudente, hasta que se pudiera asegurar algo la legalidad con la que habían sido recibidos; así que se ordenó zarpar y alejarse unas leguas.
Como la necesidad apretaba, pues en las naos no había ningún tipo de brea, se decidió enviar a tres tripulantes, para ver si se podía comprar o intercambiar mercancías, para conseguir una cantidad de cera, para fabricar betún y así conseguir ir tapando algunas juntas que ya hacían agua. Salieron los tres, pero al cabo de tres días no habían regresado, lo que alarmó y no poco a todos.
El día veintisiete al amanecer, se dieron cuenta de que había como a media legua de ellos tres juncos, los mayores barcos de esas islas y pensaron que estaban esperando para entrar en el puerto para cargar mercancías, pero al poco rato aparecieron como unos ciento cincuenta cañamices, que ponían rumbo directo a las naos, ello les decidió inmediatamente a levar anclas y se hacerse a la vela, al mismo tiempo que vieron esta maniobra, los juncos la imitaron, pero mucho más rápidas las naos consiguieron darles alcance y al abordarlas, sus tripulantes saltaron por las bordas y las abandonaron, así se apoderaron de dos de ellos, pero al mismo tiempo, al ver la reacción de los españoles, los cañamices viraron y regresaron al puerto.
El día veintinueve de julio, viendo que no regresaba ninguno de los cinco españoles desembarcados, decidió el capitán general abordar a un junco que se aproximaba, se les enfrentaron con dureza, pero al hablar los arcabuces, cundió el pánico y se rindieron; a bordo de esta nave viajaba el hijo del Rey de la isla de Luzón, una de las mas importantes de la zona, por lo que era acompañado por un centenar de soldados y principales de la isla, así como cinco mujeres y una criatura de dos meses de edad.
Ante esta buena captura, el Capitán pensó que lo mejor sería ponerlos en libertad y como agradecimiento, que le fueran devueltos sus cinco hombres.
Así fue informado el Rey de Luzón, quien a su costumbre juro el devolver a los españoles, aunque no eran sus prisioneros, y para que vieran que decía verdad, impidió el desembarco de todos, dejando como rehenes a ocho de sus hombres principales y dos mujeres.
Mientras Juan Caraballo el capitán de la expedición, le dijo al hijo del Rey de Luzón, que le comunicara al de Borneo, que permanecería en sus aguas interceptando y hundiendo a todos lo juncos, hasta que le fueran devueltos los cinco españoles.
Cuando ya todos habían abandonado la nao, inspeccionaron el junco para ver que transportaba, encontrándose con gran cantidad de armas, víveres, paños de seda y de algodón, lo cual produjo gran contento, pues ya tenían más comida y más cosas para poder intercambiar y conseguir a su vez más alimentos.
Las conversaciones entre el rey de Borneo y el hijo del rey de Luzón duraron dos días, al término de ellas fueron devueltos dos de los cinco hombres, quedándose con los que precisamente había ido a buscar la cera y devolviendo a los dos que habían desertado, siendo los que allí quedaron; Domingo de Barrutia, marinero y escribano entonces de la Trinidad; Gonzalo Hernando, soldado y un hijo de Juan Caraballo, que era el capitán de la expedición en esos momentos.
Esto le hizo sentirse muy mal, pero como había amenazado al Rey de Borneo con interferir el tráfico marítimo, así se hizo, por lo que durante unos días apresaron a varios juncos, con lo que se iban agregando bienes a los ya disponibles, pero a pesar de ello, los españoles no aparecieron y como tarde o temprano sus naos ya no aguantarían más, decidió abandonar la zona y proseguir viaje. (Podemos imaginar con que dolor interno tomó esta decisión, pero se impuso el ser marino y responsable de una expedición, a ser padre).
La isla de Borneo, es una de las mas grandes del archipiélago, por que es muy rica, ya que se cultiva en abundancia, el arroz y la caña de azúcar, a parte de tener una ganadería importante, compuesta principalmente por cerdos y camellos, a parte de sus árboles, se obtiene mirabolanos, jengibre y canela, a parte de otras drogas y canfora, que según dicen vale mucho dinero y que sirve incluso, para embalsamar los cuerpos de los fallecidos, teniendo unos árboles, que son fabulosos, pues sus hojas al caer en tierra, buscan un mejor sitio corriendo como gusanos, hasta que vuelven a echar raíces.
La población esta partida en dos sectas, una son los moros y la otra formada por personas principales; se bañan muy a menudo, siempre llevan sobre sus cabezas las escofias de algodón; saben escribir y lo hacen sobre unas hojas de papel, que se extraen de la corteza de un árbol; lo que más les gusta, son las armas, azogues, hierro, cobre, vidrio, lana y el lienzo.
El Rey siempre esta en su palacio, solo sale, o de caza o cuando está en guerra, para ponerse el primero al frente de su ejército, para así dirigirlo; en su palacio, solo lo pueden ver su mujer e hijos, todos los demás le hablan por el sistema descrito de la caña hueca; la ciudad es muy grande, pero todas sus casas son de madera y con portales amplios, menos el palacio del Rey, los templos y casas de los principales, que están construidas con barro y reforzadas de maderas muy duras.
La bahía principal de la isla es muy amplia, pero en sus accesos y en su interior, tiene muchos bajíos, por lo que son necesarios los prácticos, tanto para entrar como para salir de ella, incluso para fondear, por los peligros que hay en el interior; se encuentra en la latitud 5º 25’ Norte y en longitud a 201º 05’, del meridiano de Cádiz.
Y su costa está en dirección con respecto a la isla de Mazagua, entre el ENE., y OSO., en su tránsito se encuentran varias islas, y el cabo del NE., de la isla, está en rumbo con Quipit Este., un cuarto al NE., y Oeste., un cuarto al SO.
Zarparon de la bahía de Borneo a principios del mes de agosto, arrumbando al mismo rumbo por el que habían llegado, así que navegaron costeando por que se buscaba un lugar apropiado, que fuera tranquilo y alejado de peligros, para poder recorrer las naos que mucha falta les estaba haciendo; el tiempo les acompañó siendo favorables los vientos y la mar.
Pero el desconocer la zona, produjo que la nao capitana varara en un bajo, por lo que estuvo todo un día completo dando golpes sobre él, pensando todos que aquel era el fin de la nao, para terminar de arreglarlo, la noche la pasaron con un fuerte temporal, pero al parecer la nao soportó el castigo y al amanecer, con la subida de la marea, pudo salir del bajo y volver a navegar.
Así que continuaron su viaje siendo el día quince de agosto, se encontraron con un junco, que sus tripulantes al ver lo cerca que estaban los castellanos, se arrojaron al mar y abandonaron su nave, así que se abarloó la capitana y lo abordaron, encontrándose con una carga de unos treinta mil cocos, que por ser importante mercancía, se repartió entre las dos naos.
Continuaron viaje y al final encontraron una ensenada apropiada, por lo que se fue sondeando y consiguiendo fondear seguros, permaneciendo en este lugar por espacio de treinta y siete días, en los cuales y dando a la banda a las dos naos, fueron repasadas sus obras vivas dándole pendol.
Al encontrarse ya listas para hacerse a la mar las dos naos, volvió a salir el individualismo español, pues al parecer habían aprovechado la estancia, para ponerse de acuerdo para quitar del mando al portugués Juan Caraballo, siendo acusado de no seguir las encomiendas del Rey y seguir dando vueltas por aquellas islas, así que visto en Consejo de Guerra, se acordó deponerlo del mando y regresar a ser el piloto mayor de la nao capitana.
Así fue nombrado general mayor de la expedición Gonzalo Gómez de Espinosa y a Juan Sebastián de Elcano, capitán de la nao Victoria, éste había salido de Sanlúcar, como maestre de la nao Concepción, y como maestre se nombró a Juan Bautista de Poncevera, teniendo así los tres el nombramiento a su vez de Gobernadores de las expedición, nombrándose a Martín Méndez contador de ella.
Se levaron anclas y zarparon, poniendo rumbo a las Molucas, al siguiente día estando en la aguas de la isla Trinidad, se cruzaron con un junco, al que atacaron y consiguieron apresarlo, aunque se les opuso seria resistencia, pero al hacer fuego la artillería, ésta ablandó los espíritus de la tripulación de la nave enemiga.
La sorpresa fue, que al abordar al junco, se encontraba a bordo con el Señor de la isla de Puluan ó Paragua, que por nombre era Tuan Maanud, que a su vez era vasallo del Rey de Burney o Borneo, a parte se encontraba, su hermano Guantayl, a un hijo de Tuan Mamad, de edad de dieciocho años, acompañados de una escolta de ochenta y ocho hombres de armas, que todos iba con rumbo desde la población de Burney, a la isla de Puluan.
Se les hizo prisioneros por el comportamiento del Rey de Burney, pero para apaciguar los ánimos, con fecha del día treinta de septiembre Espinosa, propuso al señor de Puluan, si quería firmar la paz con el Rey de Castilla, pues su amistad y poder le podían independizar de tan horrendo Rey, ya que había demostrado no ser una persona de fiar y si así lo hacía, se le entregaría una carta para que ninguna nao de Castilla le atacara.
Pero como todo tenía su contrapartida, pues le obligaba a entregar víveres y pertrechos, pero eso sí, sería pagado con dinero o con otras mercancías; así que se llegó al acuerdo, por lo que se arrumbaron las naves a la población del Señor, para así ser cumplidas las necesidades de los castellanos y allí arribaron.
El día uno de octubre, se realizó el acto de juramento, pero por ser de religiones diferentes, así como de sus costumbres, el español lo hizo besando un crucifijo, mientras que Tuan Mamad, su hermano y el hijo, lo hicieron poniendo el dedo en la boca y luego en la cabeza, así quedó sellado el juramento por ambas partes.
El día siete de octubre, se llevó a efecto el intercambio de mercancías, los españoles recibieron veinte cerdos, veinte cabras, ciento cincuenta gallinas y cuatrocientas medidas de arroz, más unas cartas para el Rey de Castilla, los españoles a su vez, le devolvieron el junco y los ochenta y ocho hombres de armas, más por habérselo demando el Señor de Puluan, por tener frecuentes enfrentamientos con los vecinos, unas lombardetas de bronce, a lo que se añadió, algunas ropas de seda, paños de igual tejido, más otros abalorios, que como siempre era lo que casi más estimaban; todo esto se pudo llevar a efecto sin malentendidos, gracias a un moro de la isla que entendía algo el español. (Curioso ¿no?, ¿dónde lo habría aprendido?
Al terminar el cargamento y estiba de todo, no esperaron más y se hicieron a la mar, poniendo de nuevo rumbo a la isla de Borneo y Puluan, pasando alejados de ellas con rumbo a Quipit, y al alcanzar ésta, estando ya en su parte final al Sur de ella, se encontraron con una nueva isla, que se le llaman de Soló ó Sooloo, hallándose a 6º de latitud Norte, por lo que se puso rumbo a ella.
Sus habitantes les comentaron, que en sus aguas habían muchas perlas y la mayoría muy gruesas, que su Rey tenía una que era del tamaño de un huevo, que las conchas que las criaban eran enormes, pues de una de ellas se le extrajo su comida, pesando ésta cuarenta y siete libras.
Pero no les pudieron dar el rumbo a las Molucas, por lo que continuaron su búsqueda, manteniendo la derrota, pasadas unas horas, se avistaron otras tres islas pequeñas, pero continuaron y al finalizar éstas, se encontraron delante de una mucho más grande, que por nombre le llamaban Jagima, donde desembarcaron para informarse, pero solo averiguaron los mismo que en la anterior, que en sus aguas habían muchas perlas.
La isla de Jagima, se halla en la latitud 6º 50’ Norte, estando con respecto a Soló, en dirección NE., un cuarto al Este y SO., un cuarto al Oeste, quedando enfrente del cabo de Quipit, mientras que desde éste cabo y la isla, se encuentran muchas islas pequeñas, lo que facilita el acceso a Quipit, y este cabo de Quipit, está en latitud de 7º 15’ Norte, estando en la dirección con Puluan en rumbo del ESE., al ONO.
Estando en esta situación, se tropezaron con un junco, desde el cual se inducía a los españoles al combate, pero la falta de viento lo impedía, por lo que el capitán mayor ordenó lanzar al agua los grandes botes, que fueron abordados por treinta españoles de armas y a remo se allegaron a él, lo abordaron y lo apresaron, pero en el combate murieron veinte de los moros, los demás quedaron prisioneros, y por parte de los españoles, dos murieron abrasados y otros pocos heridos.
Se le pregunto al piloto del junco, donde se encontraban las islas del Maluco, pero dijo que no lo sabía, mientras que sus compañeros prisioneros, les dijeron que ellos si que lo conocían, así que el piloto se avino a guiarles, para no sufrir el castigo por mentiroso, ya que sus compañeros de viaje le habían delatado.
Así zarparon con rumbo al Sur de Quipit, al Este., un cuarto al SE., hasta divisar unos islotes, a lo largo de toda esta costa se encontraron con muchas poblaciones, en las que era fácil el encontrar jengibre y canela, por lo que se detuvieron en algunos de ellos e intercambiaron mercancías.
Volvieron a hacerse a la vela, con rumbo a ENE., hasta arribar a un gran golfo, donde se viró al SE., hasta estar a la vista de una gran isla, continuaron al rumbo del Este de la isla de Quipit, en la que encontraron por esta parte una gran población, porque hay un río muy caudaloso y que transporta mucho oro, estando esto en la longitud de 191º 30’, de la línea de demarcación.
Por una chanza del piloto, se descubrió que los estaba guiando a unas islas, donde él había prometido encontrar clavo, pero se descubrió que lo que intentaba era que se arribase a su isla, para así poder escapar más fácilmente; pero al ser descubierto, se alejaron de la isla de Quipit navegando al rumbo del SE., encontrándose al poco con otra isla, que tenía por nombre nativo Sibuco, desde aquí viraron al rumbo del SSE., y al poco se volvieron a encontrar otra, llamada Virano Batolaque.
La cual no se les olvidaría, pues estando bordeándola se formo una tormenta, que era de tal magnitud, que tuvieron que pasarla a palo seco, pues ni las capas aguantaban, con todo el riesgo que ello significaba, pero consiguieron superar la angustiosa situación.
Mantuvieron el rumbo hasta alcanzar el fin de la isla y salir del cabo en que acaba descubrieron otra, que tiene el nombre de Candicar; desde esta posición pusieron rumbo a Este, así pasaron entre esta isla la que está a la vista llamada Saranganí, en esta última encontraron una buena ensenada y lanzaron las anclas, para tratar de averiguar si estaba habitada y alguien les podía guiar a las Molucas.
La posición de estas dos islas está en 4º 40’; el cabo de S., de Sibuco, en 6º; el cabo de Virano Batolauqe, se halla en 5º, mientras que el cabo de Quipit, corre con el cabo de Candicar entre el NNO., y el SSE., y siguiendo esta ruta, no se encuentra ningún otro.
Estando fondeados en esta ensenada, al poco rato apareció un parao, a su bordo un hombre, que abordó la nave capitana y pregunto que buscaban, al saber que eran las islas Molucas, dijo que en su población había un buen práctico que les llevaría, pero que quería ser bien pagado, por lo que se le dijo que por eso no habría problema y se le daría todo lo que pidiera.
El hombre se marchó y regreso con el práctico, pero mira la casualidad, el práctico recién llegado era hermano del que ya iba en la nao, por lo que se saludaron y mantuvieron una conversación, y mientras el nuevo hablaba con el capitán mayor, el hermano pego un salto y se quiso ir con el parao, pero rápidamente los españoles saltaron sobre él y cogido por los cabellos, le obligaron a abordar la nao, mientras tanto habían ido acudiendo más paraos, pero al ver la reacción de los españoles, se asustaron, viraron y se marcharon a toda la velocidad que les permitía sus remos.
Temiéndose una reacción contraria, el capitán mayor puso a las naves en movimiento lento, pero ya con arrancada de viento a favor, siendo en ese instante cuando aparecieron cientos de paraos, que sus intenciones no eran otras que asaltar las naos, al verlos venir forzaron vela y se alejaron un poco, pero los paraos más ligeros les iban dando caza, el capitán mayo ordenó hacer fuego con las piezas de artillería, que como siempre surtió su efecto y dejaron de perseguirlos.
De esta isla salieron a toda vela aproando rumbo al Sur, un cuarto al SE. hasta alcanzar la isla de Sanguin o Sangi, entre las dos islas hay multitud de islotes, quedando todas a la parte del Oeste de ella y se halla en latitud de 3º 40’.
Como los dos prácticos no eran de fiar, se le pusieron grilletes e iban en la tolda, mientras que el hijo de uno de ellos iba al timón, durante la noche pasaron muy cerca de una isla y a muy poca velocidad, por la falta de viento, ocasión que aprovecharon, para incluso estando con los grilletes puestos se lanzaron los tres al mar, buscando su libertad.
Al amanecer del día siguiente se les acercaron unos paraos, quienes les informaron, que los dos pilotos estaban presos en la isla, pero que el muchacho se había ahogado.
Así se mantuvieron unas horas, hasta que el viento se levanto, pero las dotaciones estaban muy a disgusto, por no llevar pilotos a bordo; entonces uno de los moros que había sido apresado en el ataque al junco, se levantó y les dijo que estaba como a unas cien leguas de las Molucas, y que como él ya conocía estas aguas, no le importaba dirigirlos, así que volvió el regocijo entre las tripulaciones y se pusieron a obedecer al nuevo piloto.
Así que desde este punto, la isla de Sanguín se puso rumbo al Sur, un cuarto al SE., hasta alcanzar la isla que por nombre tenía Sian, entre esta y la anterior siguió la navegación con muchos islotes aislados, que la hacía muy peligrosa y la isla se encuentra en la latitud de 3º justos; desde ésta se puso rumbo al Sur, un cuarto al SO., hasta alcanzar otra isla de nombre Paginsara; que se encuentra en latitud de 10º 10’, (pero esto es imposible, por que si antes estaban a 3º exactos y han navegado al Sur un cuarto al SO., es muy difícil el entender que se hayan subido de paralelos, por lo que debe de haber algún error de interpretación o de imprenta, siendo mucho más lógica la apuntada posteriormente de 2º 10’) y esta isla esta en rumbo con respecto a Sarangani en Norte., un cuarto al NE., y Sur., un cuarto al SO.
Desde esta última isla se puso rumbo al Sur., un cuarto al SE., hasta encontrarse entre dos islas, que las dos están en la misma dirección, o sea NE., SO., siendo la del NE. la llamada de Suar y la de al lado Meán, estando en latitud 1º 45’ la de Suar y 1º 30’ la de Meán.
Al pasar entre estas dos islas, el moro les dijo que ya estaban próximos, así que al terminarse la isla de Meán, se puso rumbo a SSE., pero se les hizo de noche, así que se cogieron rizos a las velas acortando el trapo para poder navegar más seguros, pero despacio ya que las aguas no dejaban ni daban para alegrías.
Al amanecer del día ocho de noviembre, se vieron las primeras islas del Maluco, por lo que se viró al Este y pasado por el canal entre las isla de Mare y Tidore, que ya eran dos del archipiélago, arribando a Tidore ante la población principal, porque el fondo es muy acantilado, así que al estar frente a ella, realizaron una salva de salutación, lo que llamó la atención e inmediatamente, se presentaron a bordo dos criados del Rey, preguntándoles quiénes eran, se les respondió como de costumbre, se dieron por satisfecho y regresaron a la isla, al poco rato ya se había formado la típica comitiva, ya que les esperaban con músicas y danzas como si fueran los grandes esperados.
Las pérdidas humanas desde la salida de Zebú, eran de cinco fallecidos, pero sin entrar en el lista, los tres que se quedaron contra su voluntad en la isla de Burney.
El día nueve se acercó el rey de Tidore, cuyo nombre era el de Almanzor (curiosa al menos la coincidencia), en una de sus barcas y abordó la nao capitana, llamó mucho la atención su vestimenta, pues llevaba una camisa labrada de oro estando confeccionada de aguja, un paño blanco muy ceñido al cuerpo que le llegaba al suelo y en la cabeza un especie de velo de seda a forma de mitra, en cambio iba descalzo.
Al ver a los marineros que estaban en sus trabajos, se acercó a ellos y les dijo: «que fuesen bien llegados» pero al entrar en la nao, por el olor a cerdo que en ella había, con el velo se tapo la nariz, por ser de religión mahometana y no poderlo ni oler.
Lo curioso, que se supo después, es que ellos hacía solo unos cincuenta años que habían llegado a las islas, que con anterioridad estaban pobladas por hombres gentiles, que se tuvieron que refugiar en las montañas y en las cuales aún estaban esperando su oportunidad para recuperar lo perdido.
Los españoles, le presentaron sus respetos y le hicieron entrega en nombre del Rey de Castilla, de una silla guarnecida de terciopelo amarillo, un sayón de tela, pero con oro falso, cuatro varas (medida dividida en tres pies o cuatro palmos y que equivale a 835 m/m y 9 décimas) de escarlata, una gran pieza de damasco amarillo, otra de lienzo, un pañuelo de manos de seda labrado en oro, dos copas de vidrio, seis sartales (cuencas de vidrio pasadas por un hilo, a modo de collar o pulsera), tres espejos, doce cuchillos, seis tijeras y seis peines.
A su hijo le donaron una gorra, un espejo y dos cuchillos, y al resto del séquito que le acompañaba, se les dieron otros regalos, para que todos salieran contentos de las naos.
A esto siguió la petición de los españoles, para que se les dejara comerciar en la población, a lo cual contesto que; « con mucho gusto lo podían hacer », añadiendo: «que si alguno de sus súbditos los enojaba, lo podían matar»
Entonces, sucedió que se quedó mirando el estandarte Real y un retrato del Rey de Castilla, por que pidió se le mostraran las monedas de ese Rey, entonces por su peso y efigie se dirigió al capitán mayor y le dijo: «sabía por su astrología que habían de ir allí los cristianos a buscar especería, que la tomasen en buena hora», al terminar se quitó la mitra, se abrazó al capitán y se volvió a su barca.
Los españoles bajaron a tierra a refrescarse y pisarla, ya que llevaban mucho tiempo que no disfrutaban de estar en una población con casi de todo, así pasaron cuatro días, en los cuales por turnos iban desembarcando y disfrutando de su estancia en la isla, para luego regresar a las naos.
Pasado este tiempo, demandaron la carga prometida de clavo, a lo que les contestaron, que dieran ellos el precio que querían pagar, pero mientras iban y venían de las naos a tierra, se habían enterado, que el precio que se pagaba en la isla era de dos ducados por cuatro quintales de clavo y eso es lo que fijaron.
Pasaron algunos días y no venía la carga, así que les dijeron que se dieran algo de prisa, pues querían partir ya que el viaje era largo, así se enteró el Rey Almanzor, que inmediatamente se dirigió a la nao capitana y preguntó: «por que se querían ir», que si lo hacían, él quedaría muy mal, pues había hecho correr la voz entre todas las islas, de la oferta de los castellanos y que si se iban el quedaría mal, a parte de que no vendrían si él no les autorizaba, cosa que ya había hecho.
A lo que añadió, que en su Ley él les juraba, que estaban seguros en su puerto, que nadie les molestaría, que les cargaría las naos al máximo sin problemas, pero que todo eso sería, si el capitán a su Ley, le juraba no partir hasta que las naos estuvieran repletas.
Espinosa le dijo que se quedarían hasta ver llenas sus naos, entonces Almanzor ordenó a dos de sus hombres que fueran a tierra y al regresar, llevaban algo envuelto en un paño de seda, pero tan grande y pesado, que el hombre encargado de transportarlo casi no podía con él, ya ante el Rey, éste puso las manos sobre el bulto, después se las llevó a la cabeza y por último a los pechos, al terminar volvieron a cargar el bulto en la barca y se lo llevaron, nadie supo nunca que había dentro.
Por su parte el capitán mayor Gonzalo Gómez, hizo traer una gran imagen de Nuestra Señora y ante ella juro que no se moverían hasta ver llenas las naos, quedando así los juramentos hechos y ambos en sus distintas religiones. (Que fácil es llegar a un acuerdo, si dos personas quieren y se respetan mutuamente)
Ante esto Almanzor, le dijo a Gonzalo, «que quería ser amigo de los Reyes de Castilla, que daría clavo y cualquier otra especiería, cuando los castellanos fuesen a su isla», al mismo tiempo se concertaron unos precios, para los lienzos, paños y sedas, quedando así fijado para el resto de las futuras expediciones.
En agradecimiento a todo esto, Gonzalo que aún llevaba a bordo a los treinta moros capturados en el junco y que solo eran una carga, y más bocas que alimentar, decidió regalárselos como esclavos; ante este detalle Almanzor se deshizo en elogios, con el capitán y todos sus hombres.
A los pocos días, llegó a la isla el señor de Terrenate, Corala, que era sobrino del Rey de Tidore, quien al ser enterado de todo por su tío, quiso hacer las paces con los castellanos y ser vasallo del Rey de Castilla; unos días después, llegó el Rey de Gilolo, Luzuf, amigo de Almanzor, y éste, pidió a sus amigos, los reyes de Maquián y Bachián, para que acudiesen a hacer las paces con los castellanos, así se pasaron los meses de noviembre y diciembre, llegando al acuerdo con todos ellos en las mismas condiciones que con Almanzor.
Pero precisamente el Rey de Bachián, ya tenía experiencia con los portugueses, pues había mantenido con ellos combates, en los que había dado muerte a varios de ellos, y más guiado por la inquina hacía ellos acepto gustoso la amistad con el Rey de Castilla.
Ya habían ido llegando a las naos las canoas y paraos, de los distintos reyes cargadas con el clavo y diferentes especierías, así que con la ayuda de los moros y los españoles, en poco tiempo se cargaron las dos naos al máximo, los reyes Almanzor, Luzuf y Corala, entregaron presentes y cartas para el Rey de Castilla.
Entre ellas una de Almanzor, en la que pedía que se enviase a muchos castellanos, para vengar la muerte de su padre, pues fue muerto en la isla de Buru y su cuerpo arrojado al mar, al mismo tiempo, que fueran enviadas personas, que les enseñasen la religión católica y las costumbres de tan gran reino.
Al mismo tiempo, enviaron muchos papagayos sobre todo rojos y blancos, pero al parecer no hablaban muy bien, también entregaron varios tarros de miel de abeja, pero que ellos por ser tan pequeñas les llamaban moscas, a parte de depositar diferentes cantidades de distintos alimentos propios de las islas, pero lo más sorprendente fue, que dejaron a bordo a varios de sus hijos, para que llegaran a Castilla y fueran educados en sus costumbres, que por las muestras les parecieron muy correctas, educadas y nada hirientes, a diferencia de lo que estaban sufriendo con los portugueses. (¿No esta mal la comparación?).
Así que ya todos a bordo y ya en la maniobra, habiéndose despedido de los distintos reyes y todos ya en sus botes, se dio la orden de desplegar velas, levar anclas y comenzar el viaje de retorno, pero en ese momento se oyó la voz de un calafate, que dio la alarma por haber descubierto una entrada de agua por la quilla, lo que obligó a volver a fondear y descargar la nao Trinidad, para poder llegar al lugar de donde penetraba el agua, al parecer causada por el anterior embarrancamiento y el temporal que la golpeó contra la arena.
A pesar de estar ocho días intentando taponar la brecha, cada vez entraba más agua, por lo que no había otra solución, que darle a la banda para poder acceder a ella, pero eso significaba como mínimo tres meses de parada, al sufrir este revés se llegó a la decisión, de que lo mejor sería que se hiciera a la vela la nao Victoria, al mando de Juan Sebastián de Elcano.
Así le fueron entregados a Elcano, todos los viajeros, las cartas de los reyes nativos para el Rey de Castilla y que hiciera el rumbo de la ruta de los portugueses; quedando de acuerdo, en que la Trinidad cuando estuviera reparada, se dirigiría a Panamá para descargar las especierías, y así poderlas hacer llegar a la Península.
Por lo que zarpó la Victoria y la Trinidad se quedo en la isla carenando su obra viva.
Aquí dejamos a la nao capitana, por no proseguir con el devenir de la nao Victoria y el propósito de esta narración de los hechos, sucedidos en la primera vuelta al mundo, comenzada por Fernando de Magallanes y felizmente terminada por Juan Sebastián de Elcano, pero volveremos a ella y a saber de sus vicisitudes, así como el destino de su tripulación, para que nada escape al conocimiento del sufrimiento de todos en esta gloriosa expedición.
Para dar una pequeña explicación de las posiciones de todas las islas y sus producciones, haremos una somera referencia, para no alargar el verdadero interés de la expedición, pero sí dar una idea de su valor.
En latitud Norte, se encuentran la de Terrenate, a 1º; Tidore, a 0º 30’; Mare, a 0º 15’ y Motil en el mismo ecuador.
En latitud Sur, se encuentran; Maquián, a 0º 15’; Cayoán, a 0º 20’; Laboán, a 0º 35’; Bachián, a 1º; Latalata, a 1º 15’ y la de Gigoló, está al SE., de Gilolo, siendo la más grande todas ellas; como media de todas ellas la de Motil se encuentra 190º 30’ del meridiano de Cádiz.
Todas ellas a forma de archipiélago, están muy juntas, por eso la navegación entre ellas está llena de bajos y escollos, que la convierte en muy peligrosa.
Los principales productos de todas ellas, son el clavo, la canela ó cinamomo, el jengibre, que hay de dos formas, una natural que nace sola y otra que es cultivada, siendo muy parecido al azafrán y nuez moscada.
Como anécdota, nos relatan que como son musulmanes, tiene varias mujeres, así por ejemplo el rey Almanzor, tenía veintiséis hijos e hijas, de sus doscientas mujeres y el rey de Gilolo, les dijeron que tenía a unos seiscientos hijos, pero a pesar de todo esto, los celos eran la imperante máxima entre ellos.
El día veintiuno de diciembre del año de 1521, zarpó de Tidore la nao Victoria, llevando a sesenta tripulantes, incluidos los trece indios de la isla, que sus padres los enviaban a visitar al Rey de Castilla; este mismo día arribaron a la isla de Mare, donde cortaron leña y la subieron a bordo, al estar ya cargada toda, se hicieron a la mar con rumbo SSO., en tornaviaje a la isla de Motil, manteniendo el rumbo hasta alcanzar la de Maquian, y desde ésta con rumbo al SO., recorriendo todas las islas del archipiélago hasta sobrepasar la de Latalata.
Al llegar a esta isla, pusieron rumbo al SO., un cuarto al Oeste, hasta llegar a la de Lumutola, por su parte Oeste, en la que se encuentra otra isla por nombre de Sulán, siendo el mar traicionero por la cantidad de bajos que existen entre ellas. Una constante de este archipiélago
Al finalizar esta última isla, pusieron rumbo Sur, en dirección a la isla de Buró, que al ser alcanzada se encuentra al lado de otra muy grande de nombre Ambon, isla en la que se cultiva el algodón y de él se hacen paños muy valiosos, pero otra vez entre estas dos islas, la mar es peligrosa por los bajos, ello obliga a navegar por el Este de la isla de Buró.
Las dichas islas se encuentran en las latitudes siguientes; Lumutola, en 1º 45’ Sur; Tenado, en 2º 30’ Sur y Buró, en 3º justos Sur, siendo esta última observada el día veintisiete de diciembre, por su parte Sur, que a su vez están con respecto a la de Bachián en dirección NE., un cuarto al Norte, siguiendo al SO., un cuarto al Sur y se encuentran a 194º del meridiano de Cádiz. (Aclaramos, que ahora el mundo está dividido en dos por el meridiano 0 de Greenwich, pero en ésta época el meridiano de Cádiz daba la vuelta completa al planeta)
El día veintiocho se encontraban en las proximidades de la isla de Buró y de la nombrada Bidia, que está con respecto a la anterior a su lado Este; el día veintinueve se hallaban en la latitud 3º 51’, estando en esos momentos a la misma altura que la isla de Ambón; el día treinta, les sobrevino un calma que duró todo el día; el día treinta y uno se encontraban en dirección ENE., OSO., con respecto a la isla de Ambón y a una distancia aproximada de doce leguas; el día uno de enero del año de 1522, se encontraban en latitud 4º 45’ Sur; el día dos en 5º 30’ manteniendo el rumbo al SO.
El día tres de buena mañana cambiaron el rumbo SSO., hasta alcanzar los 6º 15’ y en esta posición viraron al NO; El día cuatro, mantuvieron el rumbo y se hallaban en 5º 45’; volvieron a cambiar el rumbo a SO., el día cinco, encontrándose en 6º 14’, el día seis sin cambiar rumbo en 7º 02’, el siete, se encontraban en 7º 30’; el día ocho; en 8º 07’.
Este día descubrieron unas islas, que estaban en dirección Oriente Occidente, por lo que pasaron entre ellas, siendo una la llamada La Maluco y la otra Aliquita, entre ellas plagadas de pequeñas islas, pero todas habitadas, que al pasar se quedan todas a mano diestra y la boca de entrada está con respecto a la isla de Buró, en rumbos NE., un cuarto al Este y SO., un cuarto al Oeste.
Mientras que todas las islas de este grupo, están en dirección Este., un cuarto al NE., y Oeste., un cuarto al SO., y a lo largo de unas cincuenta leguas, estando la mar movida sobre todo en su parte Sur, al finalizar éstas se encontraron con una que por nombre lleva Malua y se halla en 8º 20’ Sur, las demás tiene los nombres de Liaman, Maumana, Cisi, Aliquira, Bona, La Maluco, Ponón y Bera, en el sentido del recorrido.
En la isla de Malua, lanzaron las anclas y pudieron comprar pimienta larga y redonda, la primera crece como yedra y el fruto se queda pegado al árbol, mientras que la segunda se cultiva y nace a forma de maíz y en su punta el fruto.
Al cargar lo adquirido zarparon de la isla, poniendo rumbo al Sur, y se encontraron con la isla de Timor; en su parte Norte tiene una costa de unas diez leguas de longitud, que va en dirección Este-Oeste, siendo la tierra más cercana, estando 9º de latitud Sur, encontrándose con respecto a la isla de Buró de NE., un cuarto al Norte y SO., un cuarto al Sur, y se encuentra en 197º 45’ de longitud del meridiano de Cádiz; fueron costeando aquella costa, hasta dar con la población de Querú, pero no se pararon, pasaron por la de Manabí, y entre estas dos poblaciones la costa va en dirección NE., un cuarto al Norte y al SO., un cuarto al Sur, al terminarse este tramo de costa, dieron con un puerto con el nombre de Batutara.
Por lo que arribaron a él y desembarcaron; la isla es muy grande y con muchas poblaciones, en las que se encuentra con facilidad el sándalo, jengibre, oro, pero tenía a muchos enfermos de bubas (tumores blandos, que suelen ser muy dolorosos y con pus, que suelen estar principalmente en la región inguinal, como consecuencia de enfermedades venéreas, aunque a veces también se encuentran en las axilas y cuello); de las compras realizadas, se cargaron en la nao sándalo blanco y más canela.
Al parecer, hubo alguna discrepancia y como consecuencia de ellas, Martín de Ayamonte y Bartolomé de Saldaña, siendo el primero un hombre de armas y el segundo el paje del capitán don Luis de Mendoza, desertaron y se quedaron en la isla.
Estando en el puerto se tomó la latitud, y se encuentra en 9º 24’ Sur, siendo esto el día cinco de febrero; al estar todo cargado zarparon del puerto el día ocho de febrero, se observó la latitud hallándose en 9º 10’, encontrándose en esos momentos al final por el Oeste de la isla de Timor, estando la isla con respecto al cabo en dirección del ENE., al OSO.; el día nueve se encontraban en latitud de 9º 35’, encontrándose en ese momento en el cabo más alejado de la isla, desde este punto la costa se va retirando en rumbo al SO., y después al Sur.
El día diez, se encontraban a 9º 28’, mientras que ya el cabo se le quedaba al Sur; el día once, les cogió una calma; el día doce, continuaba la falta de viento, por lo que poco habían avanzado; el día trece, ya se movió el viento y se hallaban el 10º 32’, al tomar esta medida de posición se veían dos islas, que se encuentran con respecto al último cabo de la isla de Timor en derrota del ESE., al ONO.; ya desde este punto, pusieron rumbo al OSO., con la intención de pasar el cabo de Buena Esperanza, siendo este día cuando desapareció de su vista la isla de Timor.
Prosiguieron en demanda del cabo; así el día uno de marzo, se hallaron en latitud 26º 20’ Sur, manteniendo el rumbo a OSO.; el día nueve, se encontraban el la latitud 35º 52’ Sur, pero este día les comenzó a faltar el viento, para evitar retroceder se quedaron a palo seco y la corriente les arrastraba al ONO., manteniéndose en esta situación hasta el día catorce, en que pudieron dar la vela pero con viento del Oeste muy flojo; el día dieciséis, se hallaban en la latitud 36º 38’ Sur, en este día solo se utilizó la vela del trinquete, y al amanecer del diecisiete, pudieron largar la mayor, navegando al rumbo Oeste., un cuarto al SO.; y el día dieciocho, se encontraban el latitud de 37º 35’ Sur.
En el diario de Albo en este punto dice textualmente:
«Tomando el sol vimos una isla muy alta y fuimos a ella para surgir, y no pudimos tomarla y amainamos y estuvimos al reparo hasta la mañana y el viento fue O. y hicimos otro bordo de la vuelta del N. con los papahigos; y esto fue a los 19 del dicho mes, y no pudimos tomar el sol; estábamos con la isla E.O., y ella está en 38º de la parte del S., y parece que está desabitada y no tiene arbolado ninguno y boja (perímetro de una isla) obra de seis leguas»
Posteriormente se confirmó la existencia de esta isla, por el jefe de escuadra don José de Espinosa, diciendo que es la llamada Ámsterdam, que está en la latitud próxima señalada, y en la longitud de 84º del meridiano de Cádiz, siendo una isla perteneciente a Francia y al continente Antártico. Pero esto ya en el siglo XVIII. Lo que puede dar una idea de la práctica de Albo al tomar las mediciones, ya que no se había ido ni un minuto en su situación.
El día veinte amanecieron estando todavía en Este - Oeste, a la isla, aprovechando una racha de viento, pusieron rumbo al NNO.; en el que se mantuvieron el día veintiuno, pero el día veintidós el viento roló y era contrario, por lo que se pusieron otra vez a palo seco, para no retroceder, así hasta la mañana siguiente en que arrumbaron al NO., este día veintitrés, se encontraban en latitud 36º 39’, consiguiendo poner rumbo al Oeste, el cual mantuvieron hasta el día veintiocho, en que viraron al Oeste., un cuarto SO., y unas horas después, al Oeste, un cuarto al NO., el día veintinueve, roló el viento al Oeste, por lo que se capeó arrumbando al Sur, manteniéndose en este rumbo hasta el medio día del treinta, en que viraron al OSO., el día treinta y uno aprovecharon unas rachas del NNO., aproando al Oeste.
El día uno de abril, mantuvieron el rumbo al Oeste, y se hallaban en la latitud 35º 30’; los días siguientes, dos y tres, volvieron a capear los vientos del Oeste; roló el viento y los días entre el cuatro y el seis, navegaron con rumbo al Oeste y después al OSO., por lo que el día siete, se encontraban el latitud 40º 18’, donde volvieron a rolar los vientos siendo contrarios, capeándolos nuevamente y navegando solo con los papahigos, con rumbos al ONO., Oeste., y Oeste., un cuarto al SO., hasta el día diez.
El día quince de abril, se encontraban en latitud 40º 24’, estando aquí, se desató una fuerte tormenta, que la capearon navegando al Norte, durando hasta el día veintiuno, en que se hallaban en la latitud 39º 20’; roló el viento y muy fuerte de dirección SO., lo que les permitió el arrumbar al NNO.; el día veinticuatro, se encontraban en latitud 36º 52’, pero continuando el temporal, aunque éste iba amainando, lo que le permitió el arrumbar al NO., pero como los vientos eran variables, fueron sucesivamente arrumbando al ONO., Oeste, y Oeste, un cuarto al NO., permaneciendo hasta el día treinta, hallándose en esta fecha en latitud de 36º 25’ Sur.
El día uno de mayo, pudieron navegar al último rumbo; el día dos al Oeste, un cuarto al SO.; el día tres, por la noche se vieron obligados otra vez a capear los vientos y al amanecer, viraron al ONO., NO., un cuarto al Oeste y al NO., hasta el día siete, en que se hallaron en la latitud de 33º 58’ Sur, calculando que en esos momentos se encontraban a unas cincuenta y siete leguas al Oeste del cabo de Buena Esperanza.
Al amanecer del día ocho, divisaron tierra, siendo esta en dirección NE., un cuarto al Este y SO., un cuarto al Oeste; por lo que se aproximaron y al hacerlo reconocieron, que estaban frente al río Infante, lo que les indicaba que se habían equivocado en sus apreciaciones, pues este río se encuentra a ciento sesenta leguas al Oriente del Cabo, rolaron los vientos otra vez del Oeste y ONO., por lo que se pusieron a la capa para sortearlos.
El día nueve arribaron a tierra y lanzaron las anclas, pero ésta era muy árida y la costa muy brava, por lo que no les gusto el sitio, así que aguantaron hasta que al día siguiente se levantó un buen viento del OSO., aprovechando éste levaron y zarparon, continuaron costeando pues querían descansar y tomar alimentos frescos, ya que la mayor parte de la tripulación estaba ya enferma, pero no pudieron encontrar a nadie, así que viendo que no había solución, decidieron tomar la vuelta de fuera y separase de los peligros de la costa.
Llegando el día once a la latitud de 32º 51’, encontrándose a diez leguas de la costa y desembocadura del río Infante, pero este día y el siguiente, doce, se encontraron con calmas que no les permitieron avanzar, a media tarde de éste día, roló el viento del SSO., por lo navegando de un bordo al otro, consiguieron el día trece hallarse a 33º 58’, con el viento del ENE., por lo que arrumbaron a OSO., manteniendo tierra a la vista y en una situación con respecto al río de la Laguna de Norte-Sur.
El día catorce, continuaron con rumbo al OSO., encontrándose a siete leguas del cabo de las Agujas, que se halla en dirección Norte, un cuarto al NE. En este punto, Albo nos relata en su diario: «En esta costa hay muchas corrientes que el hombre no les halla abrigo ninguno sino lo que el altura le da»
El día dieciséis se hallaban en la latitud 35º 39’, por lo que el cabo de Buena Esperanza se encontraba a veinte leguas, en rumbo al ONO., pero una fuerte racha de viento, les rindió el mastelero y la verga del trinquete, por ello estuvieron todo el día en darle solución para reparar las averías, mientras estuvieron recibiendo el viento del Oeste.
El día diecisiete, se hallaban en la latitud 35º 03’, por lo que estaban al ONO., y a diez leguas, del cabo de Buena Esperanza; al día siguiente, se encontraban en la misma posición, pero a ocho leguas del Cabo, por haber sido arrastrados por las corrientes y los fuertes vientos, que por ser contrarios no les permitía el avanzar y medida la corriente, esta iba en dirección ENE.
El día diecinueve, ya se habían alejado como unas veinte leguas del cabo, con rumbo al ENE.; el día veinte se hallaban en la latitud de 33º 24’, y el cabo ya se quedaba en la demora al SE., un cuarto al Este, y a una distancia de tierra de unas quince leguas; el día veintiuno, rolaron los vientos del NNO., y ONO., mientras que las corrientes y la mar, los arrastraban con rumbo al SSO., durando todo esto a lo largo de unas cinco leguas, lo que puede dar una idea de lo duro del trabajo, para mantener el buque aproado al rumbo.
El día veintidós, habiendo arrumbado al NO., se hallaban en latitud de 31º 57’, alejados ya del cabo, en dirección SE., un cuarto al Este, y como a unas setenta leguas del cabo de Buena Esperanza, desde este momento fueron arrumbando sucesivamente, al NO., y al NO., un cuarto a Norte, hasta conseguir alcanzar el día treinta uno la latitud de 12º 30’ Sur.
El día uno de junio del año de 1522, pusieron rumbo al NO., para unas leguas después variarlo al NNO., y por último a primeras horas del anochecer al NO., un cuarto al Norte, manteniendo éste hasta la noche del día siete al ocho, en que cortaron la equinoccial, estando en longitud de 3º 40’ Oeste del meridiano de Cádiz; mantuvieron el rumbo hasta el día quince, en que se hallaron en latitud de 9º 46’ Norte, estando confiados de encontrarse al OSO., de la desembocadura del río Grande, el cual tiene unos bajos muy importantes y peligrosos, por lo que lanzaron la sonda y marcó veintitrés brazas.
El día dieciséis, variaron el rumbo al NO., por espacio de doce leguas, encontrándose en esos momentos a 10º 15’ de latitud Norte, por lo que volvieron a sondear y fue marcando sucesivamente diez, doce y quince brazas.
Aquí el diario de Albo no dice: «Los bajíos corren NO. SE., y este día nos parecía que fuésemos al cabo de ellos y de la isla; mas las cartas no las hacen así como ellas están, y es menester que los que van por aquí miren cómo van»
El día diecisiete, navegaron con rumbo al NO., y poco después al ONO., hallándose en la latitud de 11º y para descansar un poco de tanto trasiego, fondearon al Este de un bajo; al siguiente día se hicieron a la vela y tanto éste como el veinte, navegaron con rumbos al SSE., y SSO., siempre sondando y se apercibieron, que de pronto bajo de doce a seis brazas.
El día veintiuno, confirmaron estar sobre el bajo del cabo Rojo, donde al llegar la noche, para que la gente que ya venía muy enferma pudiera descansar, volvieron a fondear con ocho brazas; el día veintidós, se encontraban a ocho leguas al Sur del mencionado cabo y volvieron a fondear al hacerse de noche; el día veintitrés navegaron con rumbo al SO., pero solo seis leguas; el día veinticuatro, recibieron una corriente, que los arrojó con rumbo al OSO., como unas siete leguas.
El día veinticinco, continuaron la navegación al NO., un cuarto al Oeste, sobre unas ocho leguas de recorrido; el día veintiséis se hallaron en latitud 11º 53’ Norte; el día veintisiete, se encontraban en latitud de 12º 03’, pero la corriente de la desembocadura del río de Casa Mansa, los arrastraba en rumbo al Oeste, por lo que no pudieron evitar ser arrastrados, por estar sin viento y a treinta brazas del fondo lo que impedía lanzar las anclas.
El día veintiocho, aprovechando una buena racha de viento, pudieron remontar hasta encontrase en latitud de 12º 41’, hallándose en demora de las islas de Cabo Verde, con rumbo al Norte., un cuarto al NO.; el día veintinueve, se hallaban en latitud de 12º 35’, pero la desembocadura del río Gambia, a pesar de estar como a unas veinte leguas, les proporcionó una corriente, que les arrastró en dirección Oeste como unas ocho leguas; el día treinta, prosiguieron la navegación con rumbo al NNO., calculando estar como a unas veinticinco leguas de las islas de Cabo Verde.
El día uno de julio, con rumbo al NNE., navegaron sobre diez leguas, calculando que las islas de Cabo Verde se encontraban como a doce leguas, mientras que la tierra más cercana lo estaba a siete.
Así ante la duda de dirigirse a un lugar u otro, pensó Elcano pedir opinión a sus hombres, pues era necesario arribar a algún lugar para conseguir nuevos víveres ya muy escasos, llevando ya más de un mes solo comiendo arroz. De la elección se extrajo la conclusión, que mejor era seguir el rumbo y alcanzar las islas.
El día dos, se hallaban en la latitud 14º 30’, a una distancia de doce leguas de Cabo Verde; el día tres, se encontraban en latitud 14º 44’, y como a unas veinticuatro leguas al Oeste del Cabo mencionado; el día cuatro en la latitud 14º 35’, realizando bordadas por tener viento de dirección NO.; el día cinco mantenían casi la misma latitud, pues estaban a 14º 47’ y alejados de la isla de Mayo como unas veintiocho leguas; el día seis, se encontraban en 14º 52’, pero ya como a unas veinte leguas de la isla; el día siete, arrumbaron al Oeste, para más tarde pasar al Oeste., un cuarto al NO.; el día ocho, se hallaban en latitud 14º 47’, teniendo ya a la vista la isla de Santiago al NO.
El día nueve, nos lo cuenta directamente Albo en su diario: «Surgimos en el puerto del río Grande y nos recibieron muy bien y nos dieron mantenimientos cuantos quisimos, y este día fue miércoles y este día tienen ellos por jueves, y así creo que nosotros íbamos errados en un día; y estuvimos hasta domingo en la noche y hicímonos a la vela por miedo del mal tiempo y travesía del puerto, y a la mañana enviamos el batel en tierra para tomar más arroz que teníamos necesidad, y nos estuvimos volteando de un bordo y otro hasta que vino»
La nao, por el largo tiempo sin poder ser revisada y menos calafateada, venía haciendo mucha agua, se habían perdido algunos hombre por las enfermedades, los que quedaban estaban exhaustos y otros enfermos, lo que les impedía tener fuerzas para seguir moviendo las bombas de achique, por eso se decidió el intentar comprar algunos negros, para que sacaran el agua que se introducía, pero como no se tenía dinero, se les dijo que se les pagaría con clavo, por ello se cargaron tres quintales en el bote y se fueron a tierra.
Pero volvemos al relato del diario de Albo, que con fecha del día catorce nos dice:
«Enviamos el batel en tierra por más arroz y él vino a mediodía, y tornó por más, y nos, esperando hasta la noche, y él no venía; y nos esperamos hasta el otro día, y él nunca vino; entonces fuimos hasta cerca del puerto por ver qué era esto, y vino una barca y dijo que nos rindiésemos, que nos querían enviar con la nao de las Indias y que meterían de su gente en nuestra nao, y que así lo habían ordenado los señores.
Nosotros requerimos que nos enviasen nuestra gente y batel, y ellos dijeron que traerían la respuesta de los señores, y nos dijimos que tomaríamos otro bordo y hicimos vela con todas las velas, y fuímonos con veinte y dos hombres dolientes y sanos, y esto fue el martes quince del mes de julio. A los 14 tomé el sol y está este pueblo en 15º 10’»
El capitán del puerto portugués, de la isla de Santiago, mando el apresamiento de los españoles, pues le llamo la atención que transportaran clavo, por lo que retuvo a los doce que iban en el bote, con la intención de que al querer recuperar a estos, él pudiera tomar la nao sospechosa de venir de la India, pero Elcano no cayó en la trampa y prosiguió su viaje.
Los doce que quedaron presos de los portugueses fueron; Contador de la nao, Martín Méndez; Despensero, Pedro Tolosa; Carpintero, Ricarte de Normandia; Lombardero, Roldán de Argote; Maestre, Pedro; Sobresalientes; Juan Martín y Simón de Burgos; Marineros; Felipe de Rodas, Gómez Hernández y Socacio Alonso; Grumete, Pedro Chindurza y el Paje, Vasquito Gallego.
El día dieciséis, navegando con rumbo del tercer cuadrante Sur-Oeste, alcanzaron la latitud de 14º 14’; el día diecisiete se mantuvieron con rumbo al Oeste y el día dieciocho, pasaron a rumbos del cuarto cuadrante, Oeste - Norte, que fueron mantenidos hasta el día veinticuatro, en que se encontraban en la latitud 19º 34’ Norte, quedando en rumbo del SE., un cuarto al Sur., la isla de San Antón; el día veintiocho, se hallaban en la latitud 22º 01’, quedando en demora de su rumbo al ENE., la isla de Santa Cruz de Tenerife, prosiguieron con rumbos que variaban según les obligaba el viento, entre NO., un cuarto al Norte, NNO., y Norte, un cuarto al NO., hasta alcanzar el día treinta y uno la latitud de 25º 35’ Norte.
El día uno y dos de agosto, navegaron al rumbo NO., un cuarto al Norte; el día tres lo variaron al Norte., un cuarto al NO.; el día cuatro, estando en demora de las islas Terceras al rumbo NNE., mientras que la estima a la isla de Fierro estaba en rumbo al Este, un cuarto SE., hallándose en la latitud 29º 13’; el día cinco mantuvieron el rumbo; a partir del día seis, encontrándose en la latitud 31º, variaron el rumbo al primer cuadrante, pero siempre muy próximos al Norte.
El día siete, alcanzaron la latitud 32º 27’, estando en demora del Fayal y del pico, al NE., un cuarto al Norte; mantuvieron estos rumbos cercanos al Norte, hasta alcanzar el día doce la latitud 35º 49’, hallándose en demora de Fayal al NE. y de San Miguel al ENE.; mantuvieron el rumbo hasta el día catorce, alcanzando la latitud 38º 28’, en cuyo punto se levantó la mar, pasando en poco tiempo a gruesa; el día quince, variaron rumbo al NE., un cuarto al Norte, cruzaron entre las islas del Fayal y la de Flores.
Mantuvieron rumbo hasta el día dieciocho, en que se hallaron en la latitud 42º 05’, aquí les roló el viento y fueron contrarios, por lo que volvieron a ponerse a la capa: el día veinte, se encontraban en la latitud 42º 36’, permaneciendo a la capa, pero el avance se producía por la corriente, que los arrastraba con rumbo al NO.; el día veintiuno, se continuaba a la capa, pero el tiempo fue mejorando y bajando en intensidad, por lo que pudieron poner rumbo al Este, y al ocaso, lo variaron al SSE., con la intención de acercarse a las islas Terceras, mantuvieron este rumbo hasta el día veintitrés, que volvieron a encontrase en la latitud 42º 07’, ya por la total mejoría del tiempo, cambiaron el rumbo al ENE., un tiempo después arrumbaron al ESE.
Mantuvieron este rumbo hasta el día veintiocho, en el que se hallaron en la latitud 39º 17’, mientras la corriente iba en dirección al SO.; siguieron con el rumbo al ESE., por lo que les llevó el día treinta a la latitud de 38º 40’, continuando con él hasta el día treinta y uno, en que al anochecer arrumbaron al Este, un cuarto al SE.
El día uno de septiembre del año de 1522, se encontraban en la latitud 37º 14’, pensando que estaban a la altura del Cabo de San Vicente y distantes como unas ochenta y una leguas; los días dos y tres, pusieron rumbo al Este, al terminar casi el último día, se hallaban en la latitud 37º 08’, calculando que se encontraban como a unas ocho leguas del Cabo de San Vicente, al amanecer del día cuatro, divisaron el cabo de San Vicente, en rumbo al NE., por lo que ellos lo variaron al ESE., para alejarse de él y doblarlo, cosa que consiguieron, arribando por fin el día seis de septiembre a Sanlúcar de Barrameda.
El viaje de exploración y descubrimiento del estrecho de Magallanes, llamado por él de Todos los Santos, había durado tres años menos catorce días y según las anotaciones del piloto don Francisco Albo, se habían navegado catorce mil leguas.
El estado de salud en que llegaron los dieciocho hombres de los que salieron, de este mismo puerto era muy lastimoso. Desde las Molucas a su arribada a Sanlúcar de Barrameda, habían fallecido quince de los hombres, pero sin contar los dos desertores de la isla de Timor y los doce apresados en la isla de Santiago de las islas de Cabo Verde. De los trece indios embarcados, fallecieron algunos pero otros consiguieron llegar; pero se dio el caso que uno de los que lo hicieron, al parecer era muy avispado de carácter, pues lo primero que hizo fue recorrer la ciudad y aprenderse, lo que valía un ducado y en cuantos reales de dividía, así como cada real, en cuantos maravedíes y con uno de estos, que cantidad de pimienta le daban, así que enterado de todo, fue el único que se perdió por la Península y nunca regreso a su tierra, cosa que si hicieron el resto en otros viajes, después de haber sido recibidos por el Rey don Carlos.
La lista de los que regresaron con su cargo y nombre, es la siguiente:
Capitán, don Juan Sebastián de Elcano.
Piloto; don Francisco Albo.
Maestre, don Miguel Rodas
Contramaestre, don Juan de Acurio.
Merino, don Martín de Yudicibus.
Barbero, don Hernando de Bustamante.
Condestable, Aires.
Marineros: don Diego Gallego, don Nicolao de Nápoles, don Miguel Sánchez de Rodas, don Francisco Rodríguez, don Juan Rodríguez de Huelva y don Antón Hernández Colmenero.
Grumetes: don Juan de Arratia, don Juan de Santander y don Vasco Gómez Gallego.
Paje, don Juan de Zubieta.
Sobresaliente, don Antonio Lombardo. (Este debe de ser don Antonio de Pigaffeta, a quien en la lista y la nao era denominado así, por haber nacido en la Lombardía.)
De la nao Victoria, se desembarcó la siguiente mercancía: Aunque parece que como el aceite por donde iba pasando algo se quedaba, por lo que se desembarcaron trescientos ochenta y un costales de clavo, que pesado sin los costales y lo cabos, dio quinientos veinticuatro quintales veintiuna y media libras; pero vueltos a pesar dieron, quinientos veintiocho quintales, una arroba y once libras, pero al llegar a la casa de Contratación de Sevilla, se quedó en quinientos veinte quintales y veintitrés libras de clavo; pero a su vez se desembarcaron varias cajas de tamaños distintos, las cuales contenían diferentes especias, canela, macias, nuez moscada y un penacho, que en total pesaba ciento trece arrobas y diez libras, que son veintiocho quintales y diez libras.
En esto no se cuenta, lo que don Juan Sebastián de Elcano, cogiópara serle entregado al Rey, que según consta en documento fechado el día quince de noviembre, consistía en tres libras y media de canela, y cuatro libras de un palo de cándalo, el cual pesaba en total veintiocho.
Fue muy bien recibido en la Corte y en su audiencia con el Rey le entregó Elcano la muestra que había cogido de lo que se había transportado, el Monarca muy satisfecho por todo fue espléndido, pues le donó la cuarta parte de la veinteava parte que le correspondía a S. M. y a parte le dio escudo de armas, que según la documentación era así: cortado en dos mitades; en la superior en campo de gules (rojo), un castillo dorado y en la inferior, en campo de oro; dos palos de canela, tres nueces moscadas en aspa y dos clavos de especia; arriba el yelmo cerrado y por cimera un globo terráqueo, con la inscripción: «Primus circumdediste me»
A lo que se sumó una renta vitalicia de quinientos ducados, la cual no cobró nunca y por ser vitalicia tampoco sus descendientes, concedida por una Real Cédula que dice al principio de ella: «Valladolid 23 de Enero de 1523.—Nos el Rey Emperador semper augusto, Rey de romanos: la Reyna su madre y el mismo Rey su hijo. Hacemos saber á vos los nuestros oficiales de la Casa de Contratación de la especiería…… — Y el Rey.— Yo Francisco de los Cobos secretario de sus cesáreas y católicas Magestades lo fice escribir por su mano»
Por otra Real Cédula, fechada en Valladolid el día trece del mes de febrero de 1523, se le perdona la venta de la nao de su propiedad a unos extranjeros, cuando lo tuvo que hacer después de la expedición efectuada por el Regente de España el Cardenal Jiménez de Cisneros. (Copia del original que guarda el heredero de Juan Sebastián de Elcano, don Miguel de Lardizabal que sacó don José de Vargas Ponce y se encuentra en el Depósito Hidrográfico. 1872)
Fue comisionado por el Rey juntos a otros, para las conversaciones que se acordaron, después de haber sufrido los españoles las penalidades de la persecución portuguesa, para llegar a un acuerdo sobre la Línea de Demarcación de la Bula del Papa Alejandro VI, intentando dejar claro este posicionamiento y demostrar así que las Molucas eran y estaban en territorio de Castilla.
El día treinta uno de mayo del año de 1524, fracasaron las reuniones sobre las Molucas, entre España y Portugal, que se celebraban en Elvas y Badajoz alternativamente, por esta razón, ya estaba prevista una expedición a aquellas tierras, pero don Carlos I mientras duraron las conversaciones la paralizó, pero al tener este fin, ordenó se pusieran en marcha los preparativos para poderla llevar a efecto.
Elcano se presentó a S. M. demandando un lugar conforme a su rango en ella, siéndole conferido; pero como buen español de la época y dada su gran fama, viajó a su tierra donde recabó de amigos y gente de bien, dinero para construir sus propias naos, que lo fueron en Portugalete y mientras esto se hacía él se dedico a buscar tripulantes, así consiguió aportar a la expedición cuatro naos, que al saber que el jefe de ella había sido nombrado por S. M. siendo don Frey García Jofre de Loaysa, que por su linaje y sus grandes conocimientos de la náutica le fue entregado el mando; pero estaba pronto ya a zarpar, después de catorce meses de preparativos, así Elcano se hizo a la vela desde el puerto de Portugalete y arribó al de la Coruña, reuniéndose al resto de la expedición, habiéndose recibido la R. O. fechada en Toledo el día trece de mayo del año de 1525 por la que don Carlos I, le otorgaba el mando como segundo Jefe, Piloto Mayor y Guía de ella.
La escuadra la componían las naos Santa María de la Victoria, de 360 toneladas, al mando de Loaysa; Santi Spiritus, de 240, al mando como Piloto Mayor de la expedición y segundo jefe de ella don Juan Sebastián de Elcano; Anunciada, de 204, al mando de don Pedro de Vera; San Gabriel, de 156, al de don Rodrigo de Acuña; Santa María del Parral, de 96, al de don Jorge Manrique de Nájera; San Lemes, del mismo tonelaje y al mando de don Francisco de Hoces y el patache Santiago, de 60, al mando de don Santiago de Guevara, siendo la dotación completa de todas ellas de unos cuatrocientos cincuenta hombres. Quizás una de las mayores expediciones de esa época.
Siendo Urdaneta el seleccionado por don Juan Sebastián de Elcano, como ayudante personal, lo que le confirió el poder estar al lado de uno de los mejores cosmógrafos del momento, lo cual no desaprovechó, pues con sus conocimientos y éste inmejorable jefe, le propiciaron para convertirse en lo que andando el tiempo sería.
Zarpó la expedición desde el puerto de la Coruña, el día veinticuatro de julio del año del Señor de 1525; de hecho ya escribió el diario del viaje y derroteros de aquellas tierras, comenzando desde el mismo momento de la salida, así a primeros de agosto arriba la expedición a la isla de Gomera, donde hacen una escala de doce días, en la que se aprovecha para reabastecer a las naves, entre otras de agua, leña, carne fresca y repuestos de velamen.
Antes de zarpar, a instancias de Juan Sebastián de Elcano, se reúne con los capitanes y pilotos, haciéndoles ver las dificultades de las aguas cercanas al estrecho de Magallanes y el doblar el cabo de Hornos, por lo que se queda ordenado, que él con su nave viajará en cabeza y que procuren todos seguir sus aguas, para no sufrir pérdidas innecesarias.
Zarpan de esta isla y a los cuatro días, a muy poca distancia del cabo Blanco, se le parte el palo mayor a la capitana; para reforzar a los carpinteros de a bordo, Elcano envía a dos de sus mejores carpinteros, que con una chalupa intentan llegar a la nao averiada, momento en que la los vientos aumentan de intensidad y con ellos la mar se arbola, acompañada de un fuerte aguacero, lo que no les impidió abarloarse a la capitana, pero eso sí, con un agotamiento casi total, lo que a su vez no restó que se pusieran a trabajar inmediatamente.
La escuadra estaba navegando solo con los trinquetes, debido al mal tiempo reinante, lo que provocó en un falso movimiento, de la carabela Santa María del Parral, fuese abordada por la nao averiada, lo que le produjo grandes desperfectos en su popa, quedando muy mal parada.
Encontrándose en aguas de la actual Sierra Leona, divisaron una nao y siendo conocedores, de que Francia estaba en guerra con España, se ordenó preparase para el combate al mismo tiempo que se dio la de caza general, pero la solitaria nao, al vérselos venir vira y se pone en franca huida, por lo que Loaysa viendo que no se le podía dar alcance, da la orden de regresar al rumbo, pero el patache al mando de Guevara, al ser más ligero sí que la alcanza, entonces se dan cuenta de que es una nao portuguesa, aún así la obligan a llegar al lugar donde se encontraba la capitana.
Pero en su derrota se encontraba el capitán don Rodrigo de Acuña, que al mando de la San Gabriel, manda a los portugueses que se den por prisioneros y ordenar amainar las velas.
Esta actitud de Acuña, de dar por suya la captura, molesta a Guevara, que si bien era un capitán de inferior categoría, no dejaba de ser el verdadero ejecutor de la captura, por ello se entrecruzaron graves palabras, faltando muy poco para que por ellos no hablaran sus respectivos cañones embarcados.
Hay que entender, que en aquella época, el tema de los superiores era como muy imperativo, pues dependía muy mucho de sus progenitores y de que quienes ostentaban los cargos, supieran que sus apellidos era superiores a los demás, de ahí muchos de los conflictos internos entre familias de alto rango.
Pero llegado Loaysa al lugar, consigue imponerse y calmar los ánimos, dejando para más tarde y en su momento oportuno su decisión, pero como no podían cargar con la rémora de una nave en custodia, se decidió después de aprovechar ciertas mercancías el dejarla en libertad, pues su orden y fortuna no estaba en la captura de un buque portugués.
Al entrar en la zona de calmas, los velámenes se quedan sin empuje y esto provoca, que tarden en recorrer ciento cincuenta leguas, nada más que un mes y medio; sobre mediados de octubre, se descubre una isla, a la cual se le pone el nombre de San Mateo, (se ha sabido después, que por las coordenadas dadas por Urdaneta, era la actual isla de Annobón en el golfo de Guinea).
Ordena lanzar las anclas y bajar a tierra, para recomponer los desperfectos del temporal pasado y hacer aguada, sobre todo por el mucho tiempo tardado en recorrer tan poca mar.
Pero a su vez aprovecha para poner en orden el conflicto anterior, por lo que en juicio sumarísimo, después de ser informado de todos los detalles, determina que Acuña pase arrestado a la capitana por espacio de dos meses, pero a su vez, a Guevara le suspende de sueldo, pero no del mando. Aprovecha el juicio y a su vez manda castigos a otros ocho gentiles hombres, que en la nao de Juan Sebastián de Elcano habían intentado sublevarse.
Zarparon a los pocos días, y continuaron con rumbo al Sur, en estas aguas abundan los peces voladores, y estos causaron un gran asombro en Urdaneta, quien es su Relación inédita dice:
«En todo este golfo, desde que pasamos a Cabo Verde había mucha pesquería é cada día viamos una cosa ó pesquería la mas fermosa de ver que jamás se vió; y es que hay unos peces mayores que sardinas, los cuales se llaman voladores, por respeto que vuelan como aves en aire, bien un tiro de pasamano, que tiene alas como casi de murciélago, aunque son de pescado, y éstas vuelan y andan a manadas; y así hay otros pescados tan grandes como toninos, que se llaman albacoros, los cuales saltan fuera del agua bien longura de media nao, y estos siguen a los voladores, así debajo del agua, como en el aire, que muchas veces viamos que, yendo volando las tristes de los voladores, saltando en el aire, los albacoros las apañaban, é asimesmo hay unas aves que se llaman rabihorcados, los cuales se mantienen de los peces voladores que cazan en el aire; que muchas veces los voladores, aquejados de las albacoros y de otros pescados que les siguen, por guarecerse vuelan donde topan luego con los rabihorcados, é apañan de ellas; de manera que, ó de los unos ó de los otros siempre corren los voladores, é venían a dar dentro en la nao, y como tocaban en seco no se podían levantar, é así los apañábamos»
Desde este punto, zarpan con destino al Brasil, por lo que a primero del mes de noviembre, avistan sus costas, pero como era territorio de Portugal, viran con rumbo al Sur muy decididos, en el trayecto sufren un temporal, del cual salen algunas naos dañadas, lo que hace que la capitana se pierda de vista del conjunto de la expedición.
Elcano, como segundo jefe de ella propone que se le busque a sotavento, pero la propuesta no es aceptada por el piloto mayor de la San Gabriel, por lo que continua su rumbo sola, quedando las demás en búsqueda de la capitana, pero pasan los días y no se le encuentra decidiéndose poner rumbo al Sur.
Las cinco naos restantes, logran llegar a los 50º de latitud sur, aprovechando una ensenada, Elcano decide esperar un tiempo a ver si se logra reunir la expedición, puesto que se había tratado en el consejo de capitanes en la isla de Gomera; pero de nuevo la propuesta es rechazada, lo peor es que ahora era la totalidad de los capitanes, los que demostraban su desacuerdo.
Pero no obstante se acuerda dejar en una isleta, una gran cruz y debajo de ella una olla con las indicaciones, de donde se encontraría la expedición en caso de que las dos naos perdidas dieran con el lugar.
A pesar de haber ya pasado por el estrecho de Magallanes, Elcano se equivoca en el lugar de acceso a él, pues manda dar la vela en su falsa entrada, error que cometieron muchos después de él, pero al poco de entrar, empiezan a oírse crujidos de los cascos, por lo que se da la orden de parar el avance y se ordena al mismo tiempo, que en una chalupa se reconozcan el lugar, siendo destinados a este trabajo su hermano Martín, el clérigo Areizaga, Roldán y Bustamante, que eran dos de los supervivientes del viaje de la vuelta al mundo.
Lo curioso es que los dos que ya habían pasado, daban por bueno el lugar y querían regresar, pero tanto Martín como Areizaga, no lo tenían tan claro por lo que se decidió proseguir, lo que les llevó a darse cuenta de que el lugar era el equivocado. Por eso viene a colación el comentario de Urdaneta: «A la verdad fue muy gran ceguera de los que primero habían estado en el Estrecho, en además de Juan Sebastián de Elcano, que se le entendía cualquier cosa de la navegación»
Mientras tanto, comienza a subir la marea, lo que libera a las naos e inmediatamente sin esperar a los de la chalupa, se alejan unos cabos mar adentro, al fin los exploradores pueden dar alcance a su nao y la aborda.
Ese mismo día era domingo, según nos cuenta el propio Urdaneta, dando con la verdadera embocadura del Estrecho y fondeando al abrigo del cabo de las Once Mil Vírgenes.
Sobre las diez de la noche, las aguas de la bahía comienzan a moverse de manera alarmante, así soportando este mal tiempo pasan toda la noche, pero al amanecer, se habían desatado todas las fuerzas de la naturaleza, pues el viento encajonado, parecía rugir como un león herido, el tamaño de las olas era tal, que pasaban a la altura de la mitad del palo mayor.
Esta situación provoca, que la nao Santi Spiritus, a pesar de haber lanzado cuatro anclas, comienzan a garrear siendo arrastrada contra las rocas, intentando con un esfuerzo casi sobre humano rescatar a su tripulación, para ello Elcano ordena al capitán de la nao, que largue su vela de trinquete, de esta forma la fuerza del viento la arrastra hasta encallar en la costa evitando así las rocas.
Pero la violencia de la resaca, impedía acercarse a ella dada la mucha mar, unas veces se aguantaba sobre las rocas y otras la mar la sobrepasaba, la dotación pierde los nervios y alguien viendo la costa cercana grita lanzarse al mar para ganarla a nado, razón por la muchos comienzan a hacer caso y de diez que lo hicieron solo se pudo rescatar a uno, al que se le había lanzado un cabo, el cual a su vez sirvió para que el resto de la tripulación se pusiera a salvo en tierra.
Urdaneta nos refiere el caso así: «salimos todos con la ayuda de Dios, con harto trabajo y peligro, bien mojados y en camisa, y el lugar a donde salimos es tan maldito, que no había en él otra cosa sino guijarros, y como hacía mucho frío, hubiéramos de perecer, sino que tomamos por partido de correr a una parte y a otra por calentarnos».
Después de la tormenta viene la calma, la cual aprovechan para sacar de la nao siniestrada todo lo posible, pero a las pocas horas el mar vuelve a moverse y esta vez, la Santi Spiritus se deshace contra las rocas y desaparece, mientras el resto de las naos pudieron aguantar mejor el temporal, al volver la calma se enviaron unos botes, para recoger a los tripulantes que se habían salvado, llevándolo a buen término por Juan Sebastián de Elcano, por ser conocedor de la travesía para así poder guiar al resto de naos, en el cruce de aquél temido paraje.
Como en la chalupa no cabían todos, Elcano dijo que le acompañaría el que él designase, y fue precisamente a Urdaneta, quien quizás con algo de jactancia, lo relata así, « Así yo solo me embarqué con el dicho capitán, y nos fuimos a la nao Anunciada »
Por ello ahora solo las tres naos restantes, bajo el mando supremo de Elcano, inician su entrada en el boquerón del Estrecho, pero antes de iniciar su paso, lanzan las anclas a unas cinco leguas de su verdadera entrada.
Pero de nuevo la bravura de las aguas se desencadena y empieza a hacer sus estragos entre las naos, pues éstas comienzan por perder los bateles que estaban trincados a popa, la Anunciada comienza a garrear, a las dotaciones les entra el pavor y empiezan a ampararse al cielo «pidiendo misericordia », ya que las naos y a pesar de las previsiones de estar alejadas, amenazan con estrellarse contra los altos acantilados « donde ni de día ni de noche no podíamos escapar ninguno de nosotros»
Entonces surge el jefe, logrando llegar a donde se encontraba Vera, capitán de la nao, le explica que si la gente comienza a trabajar de firme «como buenos marineros», se puede salvar la nao, diciéndoles que él tenía «tomada por la aguja la punta de una playa», los ánimos de la tripulación se contagiaron para conseguirlo, para ello debían realizar arriesgadísimas maniobras, si querían salir de la cercanía de la costa y lograr ponerse a salvo en alta mar.
Dos días después, la nao Anunciada, regresa e intenta de nuevo el paso del Estrecho, nada más entrar se encuentran a las dos naos fondeadas, por ello se esparce el regocijo del encuentro, ya que las dos partes se daban por perdidas, a lo que Urdaneta dice: «Dios sabe cuánto placer hubimos en hallarnos allí»
El domingo veintiuno de enero, convoca consejo de capitanes Elcano, por ello se decide el que Urdaneta con media docena de hombre, se haga llegar hasta donde se han quedado los náufragos de la Santi Spiritus.
La misión encomendada no era fácil, pues lo angosto del terreno el frío y los vientos constantes, hacían de aquellas tierras de lo más inhóspito del planeta, se les proporcionó comida y agua para varios día, desembarcaron y pisaron tierra, a las pocas horas se les presentaron unos indios del lugar, que eran muy altos, a los que Urdaneta convenció de que solo iban a recoger a unos compañeros y que en cuanto lo hicieran volverían a sus naves y se irían, para ello le dio comida, por lo que los indios les siguieron, hasta que el al día siguiente, les dieron el resto de la comida, y cuando se quisieron dar cuenta estos habían desparecido, por lo que se quedaron solos y sin comida, a tanto llegó el desespero en los días siguientes, que Urdaneta nos cuenta:
« Era tanta la sed que teníamos, que los más de nosotros no nos podíamos menear, que nos ahogábamos de sed; y en esto me acordé yo que quizás me remediaría con mis propias orinas, y así lo hice; luego bebí siete u ocho sorbos de ellas, y orné en mi, como si hubiera comido y bebido....»
Al siguiente día, prosiguen la búsqueda de sus compañeros y logran encontrar, un charco de agua y a su lado crecían unos matojos de apio, así que con ellos pasan el día, pero en su camino se encuentran con riachuelos, que los tienen que cruzar con el agua hasta la rodilla y después trepar por aquellos acantilados de piedras cortantes, por ello lo refiere así: «Nuestro Señor, aunque con mucho trabajo nos dio gracia para subir»
Vuelven a sentir el hambre, pero entonces se agudiza su instinto y viendo, conejos y patos se dedican a cazarlos, con lo que se procuran una buena cena, pero lo malo fue, que al encender el fuego y por un descuido, una ráfaga de viento llevó una brasa hasta un frasco de pólvora, el cual estalló y quemó a Urdaneta, quién nos dice: «Me quemé todo, que me hizo olvidar todos los trabajos y peligros pasados»
Al atardecer del día siguiente, consiguen llegar al lugar donde se encuentran los náufragos, por lo que la alegria es indescriptible, pues todos se daban ya por perdidos, pero con su llegada afirmaba que pronto vendrían a recogerlos y que tuvieran todo lo que se había podido salvar de la nao, para que se pudiera embarcar en breve tiempo y no perder más.
Estando en el nuevo campamento, de pronto se divisaron una velas, por lo que no podían ser otras que la de la capitana, la San Gabriel y el patache, por ello comenzaron a dar gritos y encender hogueras, para llamar su atención, Loaysa, sorprendido de ello mandó al patache se acercara a tierra y así recibieron nuevos ánimos, embarcándose unos cuantos, para que el resto quedará de guardia protegiendo los materiales rescatados del naufragio.
Pasando a ser Urdaneta el piloto que le marque a la capitana el lugar donde se encuentra Elcano, sucediendo el afortunado encuentro, por lo que Loaysa encarga a Elcano que con la Parral, San Lesmes y el patache, se introduzca en el estrecho y recoja al resto de náufragos así como los materiales acopiados, por ello zarpa el día veintiséis de enero, regresando diez días después con todos ellos y librándose por poco, de otra tempestad tan frecuente en ese Estrecho.
Cuando esto sucede, se encontraban embarcados en la Parral, tanto Elcano como Urdaneta, que junto al patache, buscan un buen refugio en un arroyo, donde las naos quedan a merced del fuerte viento del sudoeste, pero Elcano siempre atento, descubre en la angostura un sitio mejor por ser un abrigo natural, logrando meter allí a su nao y el patache, pero la San Lesmes se ve obligada a correr el temporal, lo que le obliga a viajar hasta los 55º de latitud Sur, este hecho los convierte en los primeros en descubrir el paso del Cabo de Hornos, en su terrible y temible extremo más meridional del continente.
Cuatro días hacía que se encontraba Elcano en el mismo lugar, esperando que el temporal amainara, cuando de pronto vio salir por el boquerón a la San Gabriel, por lo que dio la orden de efectuar una salva, ello propició que el capitán de la nao se pusiera a rumbo, al llegar le puso en conocimiento del grave desastre ocurrido.
En el mismo temporal, que acaban de correr las naos de su mando, había hecho el estrellarse a la capitana de la expedición y salvo el maestre, y unos pocos marineros, que habían abandonado la nao se habían podido salvar, siendo que éste capitán le indicaba, que no era posible que Loaysa se hubiera salvado y que así mismo se encontraba derrotado, ante tantos desastres y tan repetidos, por ello resolvía el dar por terminada la expedición y regresar a España.
Pero Elcano no pensaba lo mismo, decidido ordenó el envío de auxilios a sus compañeros y el intentar rescatar la nao, que gracias a esas medidas tomadas y a tan oportuna llegada, consiguió que la nao capitana por lo menos aun flotara, salvando al mismo tiempo a todos lo que habían permanecido a bordo.
Urdaneta anotaba en su diario, el día diez, la deserción de la Anunciada, pues estuvo viéndola salir del boquerón, pero a los oídos sordos de su capitán, no le llegaban las órdenes que se le daban, por eso nos dice: «no quiso venir adonde nosotros estábamos » y con cierta amargura continua: « A la tarde desapareció y nunca más la vimos»
Después de las tormentas padecidas y el encallamiento de la capitana, las naos no estaban para aguantar muchos más malos tratos, por ello Loaysa ordenó que se reunieran en el río de Santa Cruz.
Se dirige a Acuña y le ordena, que con su nao se vaya a buscar al patache, para trasmitirle la orden, ya que de lo contrario se podría perder, pero Acuña se hace el desoído, actitud que molesta a Loaysa y le obliga a ir, pero Acuña aun le contesta «que adonde él no se quisiese hallar que no le mandare ir». Pero ante la amenaza de Loaysa, ya muy firme, Acuña accede a ir y de paso recuperar a su chalupa, que estaba en poder del patache; pero pasemos a Urdaneta y su diario, donde escribe:
«Domingo á once de Marzo llegó el patax al dicho río de Santa Cruz, donde nos dijeron los que venían en él, que D. Rodrigo de Acuña había llegado dó ellos estaban en las Once mil Vírgenes, y quel capitán del patax le envió su batel con catorce hombres, los más de ellos de la nao Santi Spiritus, con algunos del mismo patax y que, en tomando el batel, luego se hizo a la vela, é que no sabían más del»
Por lo que al igual que en días anteriores la Anunciada había desertado, ahora le ocurría lo mismo a la nao San Gabriel, así que la expedición quedaba herida de muerte, pues a ello había que añadir que el resto de naves, no estaban como se ha dicho en muy buenas condiciones de navegar.
En este fondeadero permanecieron durante un mes, pues las condiciones de la pesca era muy fáciles, ya que en la bajamar incluso se podían coger con la mano, allí también probaron por primera vez la carne de foca y sobre todo se dedicaron a dar a la banda a las naos e intentar repararlas lo mejor que les permitieran los materiales de a bordo.
Al dar la banda a la capitana y aprovechando la bajamar se quedaba en seco, momento adecuado para acceder a los puntos más difíciles, que es cuando se pudieron comprobar los graves daños que tenía: «El codaste estaba completamente roto, pero además tres brazas de la quilla» lo que hacía muy complicado ponerla en servicio otra vez, así que se dedicaron casi por completo a ello, pues con menores daños, se les había dado fondo a otros bajeles.
Además se unía que con la perdida de la segunda nao de la expedición y con la deserción, de las Anunciada y San Gabriel, la expedición no podía dejar perder a su único buque bien armado y de mayor poder, por lo que a base del acopio de los materiales de la pérdida de la Santi Spiritu y de los que llevaban de repuesto en los demás buques, la Santa Maríade la Victoria se consiguió volverla a poner a flote, para ello se habían utilizado, casi toda la tablazón, planchas de plomo y «cintas de fierro»
A parte de esto, se construyó un batel para la Santa Maríadel Parral, y a la Santa Lesmes, por los daños que tenía se le estuvo a punto de dar por inútil, pero las grandes bajamares de aquellas costas, permitieron poder terminar de arreglarla y ponerla en servicio también, así se consiguió al menos reparar a todas las velas supervivientes.
Se vuelven a hacer a la mar y el día cinco de abril doblan el cabo de las Once Mil Vírgenes, el día ocho, con el patache en cabeza en misión de descubierta, se adentran por el boquerón, al llegar a la posición donde se había quedado anteriormente la nao capitana, Loaysa manda la chalupa, para recoger algunos cepos de lombarda y toneles, que se habían quedado, pero al conseguir alcanzar los hombres tierra, los indios con sus flechas defienden aquellos enseres con su propia vida, por considerarlos de su propiedad.
Al siguiente día el grueso de la expedición, se encuentra con el patache, que estaba a buen abrigo esperando su llegada, quedando todos reunidos y reanudando el viaje, que no es nada fácil, pues a parte del laberinto de entradas y salida que convergen en el Estrecho, éste tiene una longitud de seiscientos kilómetros, lo que obliga a tener en constante vigilancia al menos un buque en misión de explorador.
Pero la mala suerte parecía perseguir a Loaysa, cuando ya estaban a punto de salir, en su nao, por estar encendido un fuego, para cocer una caldera de brea, se prende fuego la cubierta, el pánico se apodera de la dotación y se amontonan para abordar la chalupa, y hacerse al agua, menos mal que una mayoría acude al fuego y con el esfuerzo conjunto se consigue apagadlo, por ello Loaysa, no se entretuvo en contemplaciones, cuando al ver el fuego sofocado se dirigió a los que habían abandonado el buque y los: «afrentó de palabra a todos los que entraron en el batel»
El día doce la expedición arriba al puerto de la Concepción y el día dieciséis se encuentra en la punta de Santa Ana, la que los expedicionarios la bautizan con el sobre nombre de estrecho de las Nieves, por estar todas sus cumbres cubiertas de ella, pero que además, por un tono azulado, que se suponía que era por la cantidad de siglos que allí llevaban sin deshelar.
El ensordecedor rugir de la mar, al encontrarse los dos océanos hacía temblar los cascos de los naos, pero una noche, se llevaron un gran susto, pues de pronto y encontrándose en el puerto de San Jorge, comenzaron a oír gritos que los producían los patagónicos, los cuales se acercaban a gran velocidad con sus canoas y provistos de tizones encendidos, por lo que se aprestaron a las armas, pero según el relato de Urdaneta; «no les pudimos entender, no llegaron a las naos y se volvieron»
Sobre primeros de mayo, en las cercanías del puerto de San Juan, la expedición se ve obligada a correr otro temporal, logrando no sin esfuerzos el arribar a él, estando ya fondeados, comienza a caer nieve y después de ello Urdaneta describe: «no había ropas que nos pudieran calentar», el mal tiempo obliga a permanecer en el lugar unos días, pensando que el tiempo mejoraría se vuelven a hacer a la mar, pero a las pocas millas, se ve obligados a regresar, pues el temporal continuaba y a su vez iba aumentando su intensidad.
Como Urdaneta llevaba su diario, en él anotaba cosas como si fueran para él, de ahí el que vayamos a una descripción muy propia: «A las noches eran tantos los piojos que se criaban, que no había quien se pudiese ler» sic.; el caso concreto de un marinero que falleció de aquella plaga y que Urdaneta describe: «todos tuvimos por averiguado que los piojos le ahogaron»
Sobre mediados de mayo, el tiempo comienza a abonanzar, lo que inmediatamente se aprovecha para hacerse a la mar, poniendo rumbo de nuevo al Estrecho, donde logran arribar el día veintiséis, que era sábado y la víspera de la festividad de la Santísima Trinidad, alcanzando ese día el extremo de la isla Desolación, donde viraron comenzando de nuevo a atravesar el Estrecho, que después de la primera experiencia, en esta ocasión los realizan en tan solo cuarenta y ocho días, lo cual ya era un éxito en sí mismo.
A su salida al océano Pacífico, la escuadra se encuentra ante la inmensidad de él, pero también les siguió otro temporal, que deshizo la expedición, pues desde las cofas no se advertía a bajel alguno a la vista, el día dos de junio, estando ya a unas cientos cincuenta leguas del cabo Deseado, la tempestad se convierte en casi un huracán, lo que todavía contribuye más al alejamientos de las naos, el propio Areizaga, nos cuenta: «Muy grande a maravilla»
Pero ya la expedición no volverá a reunirse, por lo que se tiene conjeturas de sus rumbos, por ejemplo la San Lesmes, que fue vista por última vez por el patache; más de dos siglos después en el año de 1772, la fragata Magdalena, arribó a la isla de Tepujoé (al lado de la actual Tahiti), donde encontraron una gran cruz muy antigua, siendo este descubrimiento lo que lleva a afirmar al insigne historiador don Martín F. Navarrete, que por la derrota seguida y las corrientes, y con los últimos datos del patache, se puede casi asegurar que fueron a parar allí, lo cual no deja ser una triste historia para unos hombres, que lo dieron todo por su país, en el mayor de los sufrimientos, por lejanía y olvido. Otros españoles que con sus cuerpos sembraron el otrora llamado «Lago Español» y no sin razón.
En cuanto a la Santa Maríadel Parral, ya las cosas están más claras, pues se sabe, que dieron muerte a su capitán, a su hermano y al tesorero, después la hicieron embarrancar en la isla de Sanguin (situada a medio camino, entre las islas Célebes y la de Mindanao, y que actualmente se llama Sangi), donde desembarcaron, pero fueron atacados por los habitantes, quienes mataron a unos de ellos, siendo el resto retenidos.
Años después, tres de los amotinados aún con vida fueron rescatados por la expedición de Saavedra, que al tener la noticia de los acontecimientos, les formo consejo de guerra, siendo declarados culpables de amotinamiento, desobediencia y asesinato, por ello en la isla de Tidor, a donde habían arribado se celebró un juicio sumarísimo, siendo el veredicto de muerte, por lo que se cumplió la sentencia por sus demostrados delitos, al día siguiente de ella. Esto demuestra, que a pesar de la inmensidad de un océano como es el Pacífico, la justicia española tarde o temprano, se llevaba a efecto por el bien de todos.
Mientras tanto en la capitana, la nao Santa María de la Victoria, la situación no es mucho más halagüeña, pues a causa de los temporales, sus reparaciones se han resentido y comienza a hacer agua, que es tanta que las bombas de achique no dan para desalojarla, además comienza a declararse el escorbuto, lo que la convierte más bien en un buque hospital, que una nao de combate, comenzando la triste y larga lista de fallecidos a su bordo.
El día veinticuatro de julio del año de 1526, fallece el piloto don Rodrigo Bermejo; unos días después, el contador don Alonso de Tejada; el día treinta el jefe de la expedición capitán general Loaysa; el seis de agosto el segundo de la expedición y piloto mayor de ella, el insigne don Juan Sebastián de Elcano y unas horas más tarde el sobrino de Loaysa, que había sido nombrado contador al fallecer el titular.
Transcurridas unas horas de rezos, se oyó el típico chasquido de un cuerpo que caía a la mayor tumba del planeta, era el cuerpo de don Juan Sebastián de Elcano con cuatro bolas de proyectiles de artillería, que iría bajando a las profundidades del océano Pacífico, quien guarda los restos de uno de los más ilustres marinos españoles, que murieron en el empeño de conquistar los espacios navales. No en balde se le llamó «El lago Español» y bien que merecería tener ese nombre, por la cantidad de ellos que allí se encuentran. Al fallecer debía de estar por los cincuenta años de edad o ni siquiera llegar a ellos.
En uno de los patios del Ministerio de Estado, se conserva una escultura de su persona, una de las varias que hay por toda España, obra del escultor Ricardo Bellver y en cuyo pedestal se puede leer el siguiente verso:
Por tierra y por mar profundo
con imán y derrotero
un vascongado el primero
dio la vuelta á todo el mundo.
Como curiosidad decir, que la nao Victoria a su llegada fue reparada, costando más dinero que hacerla nueva, pasando a realizar viajes a Tierra Firme y Antillas. Fernández de Oviedo nos cuenta: «…que la Victoria después de haberse ilustrado con su viaje primero, hizo otro desde España á la ciudad de Santo Domingo, de la Isla Española, y tornó á Sevilla; y desde Sevilla volvió otra vez á la misma isla, y en el viaje de retorno á España se perdió, que nunca más se supo de ella, ni de persona de los que en ella iban» Triste fin para un buque tan glorioso, pero España y los españoles nunca pensamos en dejar muestras de nuestra Historia.
Notas
- ↑ La nao San Antonio, regresó al tercer día de su separación de la escuadra y no halló a ninguno de ellos, por lo que se dedicaron a buscarlos, pero sin resultados, a pesar de haber realizado salvas de artillería y de haber encendido hogueras para llamar su atención, esto provocó, que el piloto Esteban Gómez y el escribano Jerónimo Guerra, llegaran al acuerdo de hacerse con la nao y regresar a España, cuestión que plantearon al capitán Mezquita, quien se opuso a tal regreso y para confirmar esto, sacó su espada y propino una estocada en la pierna a Esteban Gómez, quien le devolvió el golpe hiriéndolo en la mano izquierda, al ver esto la dotación se abalanzó sobre el capitán, pues ya venían todos cansados del trato de Magallanes a los españoles, por las injusticias que a su parecer se habían cometido y porque Mezquita, había formado parte del consejo de guerra, que mando acabar con la vida de los amotinados en el puerto de San Julián. Se reunió la dotación y nombraron como nuevo capitán a Jerónimo Guerra; quién ordenó virar y poner rumbo a la salida, consiguiendo llegar a Guinea, para desde allí costeando regresar a España, arribando al puerto de las Muelas de la ciudad de Sevilla, el día seis de mayo del año de 1521, contándose el fallecimiento del patagón que transportaban, el cual ocurrió justo al cruzar la equinoccial. Todo esto se supo lógicamente, al regreso de la expedición a España y completar la primera vuelta al planeta.
- ↑ El historiador portugués Juan Barros, en este punto de su relato del viaje de descubrimiento del estrecho en su obra, en la edición del año de 1777: «Historia: década III, libro 5º, capítulo 9º, páginas 639 a 646» nos hace una reflexión de las dudas de Magallanes, que por interés pasamos a transcribir. « Cuando Magallanes se vió sin aquella nao donde iba Álvaro de la Mezquita y algunos portugueses, y no quedaba con más favor que el de Duarte Barbosa y algunos pocos de los que esperaba ayudar, porque toda la otra gente castellana estaba escandalizada de él, además del aborrecimiento que tenía a aquella jornada por los grandes trabajos que habían pasado, quedó tan confuso que no sabía lo que había de determinar; y para justificarse con estos de lo que recelaba, pasó dos órdenes suyas, ambas de un tenor para las dos naos, sin querer que las personas principales viniesen a él, ya como hombre que no quería ver en su nao mucha reunión, temiendo alguna indignación de ellos si no respondiese a su gusto. Y porque una de estas órdenes se tuvo en la nao del capitán Duarte Barbosa, donde estaba el astrólogo Andrés de San Martín, el cual le registró en un libro, y al pie puso su respuesta para dar razón de sí en todo tiempo; y este libro, con algunos papeles suyos, por haber él fallecido en aquellas partes de maluco, nosotros los hubimos y tenemos en nuestro poder, como adelante diremos, no parece fuera de la historia poner aquí el traslado de esta orden y la respuesta de Andrés de San Martín, para que se vea, no por nosotros, sino por sus propias palabras, el estado en que ellos iban, y el propósito de Fernando de Magallanes en el camino que esperaba emprender por vía de nuestro descubrimiento, cuando le faltase el que deseaba hallar. En nuestro lenguaje, éstas son sus palabras formales y frases de la escritura sin mudar letra, según estaba registrado por Andrés de San Martín, como dijimos: Yo Fernando de Magallanes, caballero de la Orden de Santiago, y capitán general de esta armada de S. M. envía al descubrimiento de la especiería. etc. Hago saber a vos Duarte Barbosa, capitán de la nao Victoria, y a los pilotos, maestres y contramaestres de ella, como yo tengo entendido que a todos os parece cosa grave estar yo determinado de ir adelante, por pareceros que el tiempo es poco para hacer este viaje en que vamos. Y por cuanto yo soy hombre que nunca deseché el parecer y consejo de ninguno, antes todas mis cosas son practicadas y comunicadas generalmente con todos, sin que persona alguna sea afrentada de mi, y por causa de lo que aconteció en el puerto de San Julián sobre la muerte de Luis de Mendoza, Gaspar de Quesada y destierro de Juan de Cartagena y Pero Sánchez de Reina, clérigo, vosotros con temor dejáis de decirme y aconsejar todo aquello que os parece que es servicio de S. M., bien y seguridad de dicha armada, y no me lo tenéis dicho y aconsejado; erráis al servicio del Emperador Rey nuestro señor, e is contra el juramento y pleito homenaje que me tenéis hecho: por lo cual os mando de parte de dicho señor, y de la mía ruego y encomiendo, que todo aquello que sentís que conviene a nuestra jornada, así de ir adelante como de volvernos, me deis vuestro pareceres por escrito, cada uno de por si, declarando las cosas y razones por que debemos de ir adelante, o volvernos, no teniendo respeto a cosa alguna por que dejéis de decir la verdad; con las cuales razones y pareceres diré el mío, y determinación para tomar conclusión en lo que hemos de hacer. Hecho en el canal de Todos los Santos enfrente del río del Isleo, en cuarta feria, veinte y uno de noviembre en cincuenta y tres grados, de mil quinientos y veinte años. Por mandado del capitán general Fernando de Magallanes. — León de Espelece. Fue notificado por Martín Méndez, escribano de dicha nao en quinta feria veinte y dos días de noviembre de mil quinientos y veinte años. A cuya dicha orden yo, Andrés de San Martín, di y respondí mi parecer, que era del tenor siguiente: Muy magnifico señor: Vista la orden de vuestra merced, de quinta feria veinte y dos de noviembre de mil quinientos y veinte me fue notificada por Martín Méndez, escribano de esta nao de S. M. llamada Victoria, por la cual en efecto manda que dé mi parecer acerca de lo que siento que conviene a esta presente jornada, así de ir adelante, como volver, con las razones que para cada uno y para lo otro nos movieren, como más largo en dicha orden se contiene, digo: que aunque yo dude que por este canal de Todos los Santos, donde ahora estamos, ni por los otros que de los dos estrechos que adentro están, que va en la vuelta del Este, y Esnordeste haya camino para poder navegar a Maluco, esto no hace ni deshace al caso, para que no se haya de saber todo lo que se pudiere alcanzar, sirviéndonos los tiempos, en cuanto estamos en el corazón del verano. Y parece que vuesa merced debe ir adelante por él ahora, en cuanto tenemos la flor del verano en la mano; y con lo que se halle o descubra hasta mediados del mes de enero primero que vendrá de mil quinientos y veinte años (aquí debe de haber un error, pues la orden se da en noviembre del 20, por lo tanto el enero mencionado debe de corresponder a 1521), vuesa merced haga fundamento de volver en vuelta a España, porque de ahí en adelante los días menguan ya de golpe, y por razón de los temporales han de ser más pesados que los de ahora. Y cuando ahora que tenemos los días de diez y siete horas, y más lo que hay de alborada, y después del sol puesto, tuvimos los tiempos tan tempestuosos y tan mudables, mucho más se espera que sean cuando los días fueren descendiendo de quince para doce horas, y muchos más en el invierno, como ya en el pasado tenemos visto. Y que vuesa merced sea desembocado de los estrechos afuera para todo el mes de enero, y si pudiere en este tiempo, tomada el agua y leña que basta, ir de punto en punto en blanco en vuelta de la bahía de Cádiz, o puerto de Sanlúcar de Barrameda donde partimos: Y hacer fundamento de ir más en la altura del polo austral de la que ahora estamos o tenemos, como vuesa merced lo dio en instrucciones a los capitanes en el río de la Cruz, (Sevilla) no me parece que lo podrá hacer por la terribilidad y tempestuosidad de los tiempos, porque cuando en esta que ahora estamos se camina con tanto trabajo y riesgo, que será siendo en sesenta y setenta y cinco grados, y más adelante, como vuesa merced dice, que había de ir a demandar Maluco en la vuelta del Este, Esnordeste, doblando el cabo de Buena Esperanza, o lejos de él, por esta vez no me parece, así porque cuando allá fuéremos sería ya invierno, como vuesa merced sabe mejor, como porque la gente está flaca y desfallecida de sus fuerzas; y aunque al presente tienen mantenimientos que basten para sustentarse, no son tantos y tales que sean para cobrar nuevas fuerzas, ni para comportar demasiado trabajo, sin que lo sientan mucho en el ser de sus personas; y también veo de los que caen enfermos que tarde convalecen. Y aunque vuesa merced tenga buenas naos y bien aparejadas (alabado sea Dios), todavía faltan amarras, y especialmente a esta nao Victoria, y además de eso la gente es flaca y desfallecida, y los mantenimientos no bastantes para ir por la sobredicha vía a Maluco, y de allí volver a España. También me parece que vuesa merced no debe caminar por estas costas de noche, así por la seguridad de las naos, como porque la gente tenga lugar de reposar algún poco; pues teniendo de luz clara diez y nueve horas, que mande surgir por cuatro o cinco horas que puedan de noche; porque parece cosa concorde a razón surgir por cuatro o cinco horas que quedan de noche, por dar (como digo) reposo a la gente, y no tempestear con las naos y aparejos. Y lo más principal, por guardarnos de algún revés, que la fortuna contraria podrá traer, de que Dios nos libre. Porque cuando en las cosas vistas y ojeadas suelen acaecer, no es mucho temerlos en lo que aún no es bien visto, ni sabido, ni bien ojeado, sino que haga surgir antes de una hora de sol que dos leguas de camino adelante, y sobre noche. Yo tengo dicho lo que siento, y lo que alcanzo por cumplir con Dios y con vuesa merced, y con lo que me parece servicio de S. M. y bien de la armada; vuesa merced haga lo que le parezca, y Dios le encamine; al cual plazca de prosperarle vida y estado, como él desea. Continúa el mismo autor, dando una explicación sobre la actitud de Magallanes: Fernando de Magallanes, recibido este y los otros pareceres, como su intención no era volver atrás por cosa alguna, y solo quiso hacer este cumplimiento por sentir que la gente no andaba contenta de él, sino asombrada del castigo que había dado, para dar razón de sí hizo una cumplida respuesta en que dio largas razones, todo ordenado a ir adelante. Y que juraba por el hábito de Santiago que tenía en el pecho, que así se lo parecía por lo que cumplía al bien de aquella armada; por tanto, todos lo siguiesen, que él esperaba en la piedad de Dios que los había traído hasta aquel lugar, y le tenía descubierto aquel canal tan deseado, que los llevaría al termino de su esperanza. Notificado por las naos este parecer y orden suya, al otro día con grande fiesta de tiros mandó levar anclas». Hasta aquí lo escrito por un compatriota, que no deja muchas dudas de la entereza, valor, conocimientos y saber manejar a la gente, de la que hizo gala en esta ocasión.
- ↑ La línea meridiana a que se refiere el Diario de Albo la longitud de 189º, indicaba la que determinó el Papa Alejandro VI, aunque no era la misma y la había señalado Su Santidad para evitar disensiones entre los Reyes de España y de Portugal por descubrimientos que hacían de tierras incógnitas. La línea meridiana determinada por el Papa, en la bula de 4 de mayo de 1493, pasaba a 100 leguas al Oeste de cualquiera de las islas de las Azores o Terceras y de Cabo Verde; corría de polo a polo, y los descubrimientos que se hiciesen desde ella para Occidente eran de propiedad del Rey de Castilla. En la bula del mismo Papa dada el 25 de setiembre de 1493, expresó Su Santidad que pudiendo acaecer el que navegando los vasallos del Rey de España hacía el Oeste tocasen en las partes Orientales, ampliaba el que fuesen del Rey de Castilla todas las islas y tierras firmes que navegando hacía el Occidente hallasen los castellanos descubiertas o por descubrir en las partes orientales de la India. Ocurriendo algunas diferencias sobre esta partición entre dichos Reyes de Castilla y Portugal, acordaron éstos en 20 de junio de 1494 que en el océano se señalase una línea que corriese de polo a polo y pasase a 370 leguas al Oeste de la isla de Cabo Verde; que todo lo que estuviese al Occidente de esa línea perteneciese a los Reyes de Castilla y todo lo que se hallase al Oriente fuese del Rey de Portugal. Cada legua de las que entonces usaban los españoles y portugueses tenía 3, 3/7 millas, ó eran leguas de 17 un tercio al grado de círculo máximo de la tierra; en el paralelo del puerto de Praya, de la isla de Santiago de las de Cabo Verde, las 370 leguas son 21 grados y 53’ de diferencia de longitud; la longitud de ese puerto es de 17º 15’ occidental de Cádiz, y suponiendo que desde él se contasen las 370 leguas al Oeste, resulta que la línea meridiana pasaba por los 39º 08’ de longitud Oeste de Cádiz y por los 140º 52’ de longitud Este; pero los medios que entonces se utilizaron para señalar esta línea, como se deseaba en la superficie del globo, fueron impracticables. Eran también muy erróneas las situaciones en longitud de las costas y lugares de la tierra, porque resultaban de cómputos muy falibles; con ellos se demostró en 1524 que la meridiana de demarcación en el Oriente pasaba por la boca del río Ganges, cuya determinación, según carta construida en 1812 por el jefe de escuadra de la Real Armada, don José de Espinosa, erraba en 46 y medio grados, que aquella meridiana estaba más al Este. Magallanes, en 1519, expuso que desde Malaca para el Este hasta la misma línea de demarcación, habían 17 y medio grados, según dicha carta son 32º 22’; dijo que dos de las islas Molucas estaban en 4º al Oriente de la expresada línea, y aunque no expresa los nombres de las islas, la de Terrenate está en la carta citada a 7º 22’ al occidente de la meridiana. El Diario de Albo en 1521 expresa, que desde el estrecho de Todos los Santos y cabo Fermoso hasta las primeras islas del archipiélago de San Lázaro habría 106 grados y 30’ de longitud, y según la carta dicha son 159º 25’, de modo que su error en esta parte del viaje fue de 52º 55’. Tales eran las situaciones con que se puede atribuir a compensación de errores el acierto con que sólo la diferencia de 8’ tiene la longitud de 189º de la línea meridiana que el Diario de Albo señala a las primeras islas del archipiélago de San Lázaro, suponiéndolos tomados desde aquella línea para el Oeste.
- ↑ Lo que viene a demostrar dos cosas, la primera que el lenguaraz no era conocedor de que se iba a realizar el asesinato en ese convite, la segunda, por lo que es improbable que fue su lengua la que les llevó ha cometer la traición, dando por sentado que de haberlo sabido no habría acudido a su propia muerte; así que es más verosímil la versión de Herrera, que a su vez es la mas sencilla que la de Oviedo, que resulta mucho más rebuscada, pero el caso es que a él también lo mataron, así que con él se llevó el secreto.
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