Glorioso combates 25/VII-19/X/1747
De Todoavante.es
El diseño naval en España antes de Jorge Juan lleva la impronta de Don Antonio Gaztañeta, que desarrolló su trabajo en el astillero de Guarnizo en el año de 1732. Con su sistema se construyeron varios navíos en el astillero de La Habana, siendo sus maestros constructores el comisario de Marina, Juan Pinto y los constructores José Miranda y Pedro de Torres, quienes llegaron desde Guarnizo con contramaestres de construcción, por orden de Patiño.
Miranda falleció al poco de llegar y Torres, era una persona de poca determinación y por lo tanto de menos eficacia; quien realmente demostró su pericia fue el activo capitán de maestranza Juan de Acosta, después del traslado del primer asentamiento al lugar de La Tenaza, donde se fue levantando el nuevo astillero bajo la dirección del comisario de Marina don Lorenzo de Montalvo, aunque la idea de trasladar el arsenal fue del propio Acosta, que fue expuesta a Patiño en carta del día 13 de octubre del año 1733. Por (RR. OO. de 26 de abril y 14 de junio de 1736) se prologó el contrato para el nuevo asentamiento con dos nuevos navíos de 60 cañones, el Castilla y el Dragón—bajo la protección de Santa Rosa de Lima; el Castilla recibió este nombre mas la arboladura, aparejo, velamen y herrajes, de uno de igual nombre que había quedado de través en este puerto.
A los que siguieron nuestro Glorioso, con la advocación de San Ignacio y el Invencible con la de Nuestra Señora de Belén (como era casi obligado por aquellos entonces para los buques de nuestra Armada), pero esta segunda pareja era de 70 cañones, como se ve el tercero de los cuales fue el Glorioso, que es de quien vamos a hablar, bueno escribir.
Jorge Juan no era muy amigo de este sistema de construcción y dijo: «En nuestros navíos españoles construidos por Gaztañeta, las cuadernas iban tan unidas como a la inglesa; pero las uniones ó empalmes de unas piezas con otras eran menores; lo que disminuía cada pieza de pie y medio a dos pies en su largo, que importaba en todo alrededor de 1.000 quintales de peso que se le quitaban al navío; siempre era alivio; pero de obra falsa, como saben los buenos constructores.»
El combate que, en varios encuentros llevó a cabo este navío entra de lleno en los anales de la Historia Naval de España, (aunque esté olvidado por ella, o ¿serán los historiadores?) así como un ejemplo a seguir por muchos otros países, pero para ellos es mas complicado, pues esta hazaña fue conseguida, por la impertérrita condición individualista de los españoles, que a lo largo y ancho del mundo tenemos ejemplos inolvidables de ella, no tanto así como cuando hay que actuar como un solo pueblo, ¿será nuestro sino?.
Estaba al mando del capitán de navío, cordobés de nacimiento y bailío de la Orden de San Juan de Jerusalén, don Pedro Mesía de la Cerda, un veterano de campañas navales como la expedición a Cerdeña, la de cabo Passaro y en la muy agraciada del año siguiente en el cabo de San Vicente, también estuvo en la expedición a Orán y en otros viajes y comisiones por las aguas de América.
Corría el año de 1747 cuando el buque traía a España unos caudales que en total sumaban cuatro millones de pesos en plata amonedada. La travesía se efectuó sin incidentes de mención.
Pero ahora empieza la épica acción o acciones ya que fueron varias. A la vista de las Azores, siendo el día veinticinco del mes de julio (fecha siempre emblemática para las armas españolas) y martes, divisaron por el ENE aun convoy británico, pero que quedaba desdibujado por la niebla, al ir acercándose se pudieron distinguir, que eran diez los buques y entre ellos, los de su protección que eran tres buques de guerra, a saber, un navío el Warwick de 60 cañones, una fragata la Lark de 40 cañones y un bergantín de 20 cañones; viendo que la escolta era muy superior a él y que sus órdenes eran el llegar a puerto español, para desembarcar su carga, hizo caso omiso e intento zafarse de entablar combate; pero no sin dar la orden de zafarrancho de combate y mandar ceñir el viento, para mantener el barlovento, no era cobardía, sino más bien el estricto cumplimiento de una orden, lo que le hacía tomar esa decisión.
Sobre el medio día, la niebla se fue levantando, entonces se pudo apreciar con claridad que el convoy estaba compuesto por quince buques, de ellos el bergantín se acercó a reconocer al Glorioso, pero se mantuvo por su aleta de estribor a una distancia de unas dos millas; al distinguir la nacionalidad de nuestro navío, comenzó a hacer señales a los suyos, que en esos instantes se mantenían a unas cuatro leguas de la posición del navío español.
El bergantín recibió órdenes por señales, de que sin arriesgar demasiado procurará entretener al navío, por ello sobre las 2100 horas, rompió fuego contra él pero intentándolo coger de través, por lo que don Pedro Mesía ordenó trasladar dos cañones del 18 y dos del 24 a popa, lo que dio por resultado que el enemigo no se pudiera acercar en demasía y solo se hacía un fuego a mucha distancia, por ello sin resultado eficaz.
Pero el bergantín no dejo de hacer fuego durante toda la noche, lo que obligaba a la tripulación del Glorioso a mantenerse sobre los cañones; sobre las 1100 horas del día siguiente el resto de los buques de la escolta del convoy, pudieron llegar a distancias más cortas, al mismo tiempo que el enemigo se acercó a ellos para pedir nuevas instrucciones, momento que aprovechó don Pedro, para dar la orden de que se diera la comida y que sus hombres descansaran un poco, pero todo ello sin dejar sus puestos.
Sobre las 1400 horas sobrevino un chubasco que dejó al Glorioso sin viento, razón por la cual los enemigos lograron darle alcance pues curiosamente ellos si tenían viento, hecho que se produjo sobre las 2100 horas; ante la proximidad de los buques británicos, el Glorioso desplegó al viento su gallardete y viró, para presentar su costado a quienes tan porfiadamente le habían estado persiguiendo. Al mismo tiempo que el bergantín recibe la orden de dirigirse a proteger al convoy, por no ser un buque que pudiera prestar mucha ayuda en el combate dado su pequeño porte.
Al mando de la fuerza enemiga estaba un tal Jonh Crooksanks, que de inmediato dio orden a la fragata que diera caza al español, dada su mayor velocidad era factible y si le causaba algún daño en el aparejo, y mermaba su velocidad, él podría darle alcance, siguiendo sus aguas con el navío, con el que pensaba dar por terminado el combate; efectivamente la fragata le dio alcance y se colocó a distancia de tiro, por la banda de estribor de nuestro navío, pero sabía que no podía ponerlo fuera de combate por si sola (no era nuestro Blas de Lezo), confirmándose al momento, pues el nuestro a las pocas andanadas, dejaba seriamente averiada a la fragata en casco y arboladura, pues a las primeras le desarboló del mastelero de sobremesana, además de que la batería baja, lo hacía sobre el casco, lo que le produjo grandes desperfecto y agujeros, por ello se debió de retirar de la acción y como causa de todo ello se fue a pique al poco tiempo, (lo que viene a confirmar que los nuestros no solo tiraban a la arboladura); todo esto sucedía siendo noche cerrada pero con tanta luz por la Luna que estaba en llena, que se podía apuntar perfectamente y así sucedió.
Su sacrificio no había sido en vano, el navío británico pudo dar alcance al nuestro y de nuevo se entablo combate, eran las dos de la madrugada cuando se rompió el fuego, nuestro navío había virado en redondo para presentar su banda de estribor, pero dejándolo llegar a tiro de pistola «para que le alcanzasen hasta los tacos y así no desperdiciar tiro ninguno» una hora y media después, el fuego del Glorioso había hecho mella en el buque enemigo, había perdido su palo mayor y su mastelero de trinquete, estando desmantelado por completo, lo que le obligó a abandonar el enfrentamiento.
Nuestro navío había sufrido daños (no tiraban caramelos), tenía cinco muertos con cuarenta y cuatro heridos, con casi todas sus velas dañadas, además de haber encajado cuatro impactos de bala a flor de agua, que fueron los primeros en ser taponados, la tripulación se puso manos a la obra para reparar los daños que se pudiesen con los medios de a bordo; pero su misión no había acabado, ya que sus órdenes eran las mismas que recibió al salir de las Antillas, llegar a España y transbordar la valiosa mercancía en un puerto seguro, por lo que prosiguió su navegación y no se entretuvo en rematar al británico (acción que tiene a sus detractores, poco menos que de cobardía, pero no son españoles).
En el informe que posteriormente rendiría don Pedro Mesía de la Cerda de este encuentro, decía así:
«Los muertos que he tenido durante la función han sido tres hombres de mar y dos pasajeros llamados don Pedro Ignacio de Urquina y Juan Pérez Veas; heridos leves 1º y 2º condestables; de la brigada Infantería, han sido diez, pero solo uno de cuidado los demás leves; artilleros, marineros y grumetes veintinueve, de los que seis son graves y los demás de muy poco cuidado. Se han disparado 406 cañonazos de a 24; 420 de a 18; 180 de a 8: 4400 cartuchos de fusil».
La mayoría de los heridos graves, fueron falleciendo en días sucesivos (cosa que sí contamos los españoles, pero que rara vez hacían nuestros enemigos), por lo que siguiendo las Reales Ordenanzas, se le iba echando a la tumba de los marinos, que es la mar con la solemnidad de rigor por otra parte muy merecida.
Al llegar la noticia al Almirantazgo británico de la derrota sufrida, por fuerzas inferiores provocó que el comodoro John Crooksanks fuera sumariado, por la denegación de auxilio y negligencia en el combate, fue sometido a consejo de guerra, su veredicto de culpabilidad en la derrota, se confirmo con la expulsión de la Marina británica, con lo que paso a ser uno más de la larga lista de marinos de esa nacionalidad, cuya carrera se veía truncada por la postura indomable y el heroísmo de los nuestros, pero aun le seguirían otros. Aquí habría que añadir que en el año de 1741 los españoles apresaron 407 buques británicos y en el de 1743 otros 262; un británico Campbell, afirma que hasta el año de 1744 los nuestros habían realizado 786 presas, lo que venía a decir que no solo ellos nos apresaban buques y reconocido por ellos, que ya es decir.
Estaban felicitándose todos al avistar el cabo de Finisterre el día catorce de agosto; en medio de un banco de niebla y al levantarse ésta, la alegría se trunco al ver ante ellos a una nueva división naval británica, que pertenecían a la escuadra del Almirante John Bing.
«Éste Almirante había nacido en el año de 1704 de familia aristocrática pues era hijo del almirante vizconde de Torrington, debido al alto cargo de su padre, pronto ascendió a grados superiores en la Marina Real. Siendo ya almirante en la guerra de los Siete años y mandando una escuadra de trece navíos, fue derrotado por el almirante francés marqués de La Galissonière, que mandaba doce navíos y seis fragatas el 20 de mayo de 1755; después del combate en vez de intentar un nuevo ataque se retiró a Gibraltar, sin socorrer el castillo de San Felipe de Mahón, que capituló el 30 de junio, perdiéndose este importante puerto, para la estrategia del Reino Unido y que estaba en su poder desde la guerra de Sucesión Española, por estos hechos fue sometido a consejo de guerra y aunque no se le reconoció culpable de negligencia, se le condenó a muerte por la pérdida de Menorca, siendo fusilado a bordo del navío Monarque el catorce de marzo de 1757 ante toda la flota, reunida en la base principal de Portsmouth»; como era su costumbre (depredadora) estaban al acecho; la formaban el navío de 50 cañones Oxford, la fragata de 24 cañones Soreham y la bergantín de 20 cañones Falcon, que como era su obligación se pusieron inmediatamente a su labor, dar caza a tan obstinado enemigo, la táctica empleada fue la misma y el resultado también, pues después de tres horas de duro combate salieron muy baqueteados, y destrozados los británicos, viéndose obligados a batirse en retirada, entre tanto nuestro Glorioso había sufrido nuevas bajas y daños, que incluían la perdida del bauprés, hallando un puerto de recalada que fue Concurbión, donde entraron al día siguiente, 16 de agosto, pasando a descargar la preciada carga, reparándose lo imprescindible.
Siguiendo a sus anteriores enemigos, estos también fueron sumariados y en el consejo de guerra, se les declaró culpables de negligencia en el combate y por dejar escapar la presa a pesar de su manifiesta superioridad, siendo separados del servicio.
Don Pedro Mesía, cumplida su misión principal, que a tenor de lo sucedido no era precisamente ninguna banalidad, decidió llegar a Ferrol, pero como ya es habitual en la historia de España con el Reino Unido, el Dios Eolo dispuso que los vientos fueran contrarios y que por varios días fueran constantes, ellos produjeron daños en el aparejo, lo que obligó a cambiar de planes y de dirección, decidiendo que su destino fuera nuestra base naval de Cádiz, por lo que ordeno poner proa al Sur aprovechando los vientos, eso sí separándose lo suficiente de la costa Portuguesa, (que no era tan amiga como se suele pensar, ya que en sus costas los británicos eran sus auténticos amos, con su consentimiento) para tratar de evitar nuevos enfrentamientos.
El 17 de octubre al llegar a la encrucijada del Cabo de San Vicente (lugar de tantos encuentros navales, por ser de obligado paso a nuestros puertos del Sur y del Mediterráneo); había en él una división, como no de corsarios británicos llamada Royal Family, nombre dado por los nombres de los buques que componían su agrupación, que eran cuatro fragatas que en total montaban 120 cañones, siendo sus nombre King George, Prince Frederick, Duke y Princess Amelia, llevando en total 960 hombres de tripulación, estando al mando del comodoro George Walker; al divisarlos el viento cayo, quedándose los buques casi parados, al levantarse del Norte sobre las 0500 horas de la madrugada, permitió a la King George a la sazón insignia de la división, acercarse a nuestro Glorioso, siendo las 0800 horas cuando se coloco a tiro de cañón, con lo que comenzó otro combate, pero tubo mala fortuna o muy buena puntería nuestros artilleros, ya que a la primera andanada se desplomó el palo mayor y le desmontó dos cañones; aguanto tres horas de duro castigo, tiempo en el que la Prince Frederick se incorporó al combate, pero el Glorioso optó por alejarse; poco después se incorporó la Duke, lo que envalentono al británico, ordenando perseguir al español, al poco rato se incorporó la Princess Amelia, pero como la King George estaba muy dañada se fue quedando atrás, había perdido a siete hombre y muchos heridos, además de estar seriamente averiada; la Prince Frederick había logrado dar alcance al Glorioso, por lo que de nuevo se trabó combate y todo parecía ir bien a los británicos, ya que en ese momento un navío de 50 cañones el Darmouth (este también era de la escuadra al mando de John Byng) se incorporaba al combate, con lo que más parecía una jauría de perros, intentando dar caza a un zorro (deporte muy apreciado en el Reino Unido)
Walker al divisar el combate desde la lejanía, estaba inclinado a recriminar al capitán de la Prince Frederick por iniciarlo y dijo: «Dottin disparará todos sus cartuchos y se verá obligado a disparar con pólvora sola, con lo cual puede ocurrir cualquier fatal accidente»; cuando estas palabras acababan de salir de su boca, se oyó un fuerte estallido y al ver el buque envuelto en llamas exclamó: «¡Oh, cielos! Se ha ido Dottin y todos sus valientes no existirán más», pero no era la fragata la que había saltado por los aires.
No tuvo tanta suerte el navío británico, ya que después de un duro intercambio de pólvora y hierro, el Glorioso había producido varios incendios en el navío Darmouth, uno de ellos prendió en la santabárbara del británico, lo que lógicamente provocó que la voladura del navío fuera inmediata, causando su pérdida total y la de más de trescientos hombres de su dotación, solamente se salvaron catorce (según otras fuentes fueron doce; dejo a elección del lector la cantidad), entre ellos un joven oficial llamado O’Brien que salió despedido por una porta medio desnudo y al ser recogido flotando sobre una cureña de cañón, por un bote de la Prince Frederick, al presentarse al capitán de ésta, Dottin le dijo: «Sir, debe excusar mi falta de uniformidad al venir a un buque extraño, pero en realidad yo dejé el mío con tanta prisa que no tuve tiempo de cambiarme» (abra que reconocer que la flema británica no falta en casi ninguna ocasión por adversa que ésta sea); (no quiero ni pensar la cara que se les quedo al percatarse del desenlace del encuentro); tanto es así que cuando regresaron al puerto de Lisboa, uno de los armadores de la Royal Family dio a Walker una grosera bienvenida, por haber arriesgado su barco contra un buque de guerra muy superior en porte y cañones, a lo que éste le contestó «Tenía un tesoro, si hubiera estado éste a bordo, como yo esperaba, vuestro saludo hubiera sido muy otro; si hubiésemos dejado escapar este tesoro a su bordo, ¿qué hubierais dicho entonces?»
Falleció en septiembre de 1777, después de perder la fortuna labrada en sus correrías como corsario; (¡Lo que fácil se gana, fácil se pierde!); como no podía ser de otra manera recibieron nuevos refuerzos, esta vez si que iba a ser un hueso duro de roer, pues se trataba de un navío de 92 cañones, el Russell, (otro de la escuadra del almirante John Byng) el que inmediatamente se puso al costado del español y comenzó un nuevo acto de este largo combate, fueron llegando las tres fragatas corsarias, uniendo sus fuegos contra el Glorioso, aún y así aguantó el tremendo castigo, y produciendo algún que otro susto a los británicos, prolongándose el combate desde las 2400 horas de la noche hasta el amanecer.
Como es de suponer el nuestro estaba ya muy castigado, el casco tenia tantos agujeros que amenazaba con hundirse, además había agotado la munición y su aparejo había casi desaparecido por completo, por lo que la defensa ya no era posible, tenia treinta y tres muertos y ciento treinta heridos y como es natural los restantes miembros de la tripulación ya carecían de fuerzas, por el agotamiento a que habían sido sometidos (todo tiene un límite), en la situación en la que se encontraba el buque, no tenía ninguna lógica perseverar en su defensa, por lo que su comandante don Pedro Mesía ordenó arriar la bandera y rendirse.
De poco les sirvió a los británicos el buque, se encontraba en tan mal estado que al llegar a Lisboa, tuvo que ser desguazado y además sin recompensa, que es como ya hemos visto lo que más les dolía.
Como es proverbial en los británicos, sobre todo cuando la victoria aunque paupérrima les sonríe, se deshicieron en elogios hacia los españoles, en nuestro comandante don Pedro Mesía de la Cerda y su tripulación, por su valor y destreza, lo mejor es que en esta ocasión era bien merecida, pues el Glorioso se había enfrentado sucesivamente y casi sin reposo contra cuatro navíos y siete fragatas, siendo el resultado: un navío y una fragata hundidos, y el resto seriamente averiados, lo que en números redondos significa haberse enfrentado a una verdadera escuadra enemiga, produciendo pérdidas y daños, en proporción fuera de toda lógica y nada rentables (con lo que eso les duele) para la Marina Real británica y los armadores en corso, de ahí las consecuencias pagadas por sus mandos.
Es cierto que nuestro navío sucumbió, pero había cumplido su misión que no era otra que el traer los caudales, enfrentándose sucesivamente a una fuerza siempre superior, a la que le causó daños irreparables y otros menos graves, pero su pérdida ocasionada por los diferentes encuentros, más el agotamiento tanto de la dotación como de los materiales como pólvora y proyectiles, no le impidieron realizar lo que le habían ordenado, (que en definitiva era por lo que realizaba el viaje) pero al mismo tiempo causando daños prohibitivos para sus enemigos.
Todos estos datos contrastados con otros británicos, contienen una diferencia de diez días, por lo que al intentar casar hechos con fechas lleva al profano a confusión, pero no es así, si no más bien que los británicos son tan suyos, que los cambios que les vienen dados por otros, a ellos les cuesta incluso siglos rectificar. El problema no es otro que en España se pasó del calendario Juliano al Gregoriano (el vigente actualmente), quitando en el mes de octubre de 1582 los diez días, pasando el día 5 de dicho mes a ser el 15; pero los británicos no lo hicieron hasta el año de 1752 pasando el día 3 de septiembre a ser el 13, por eso en sus obras de historia cuando se cita una fecha anterior, se dice como old style (estilo antiguo) y cuando es posterior new style (nuevo estilo). Una más de ellos, que como muy bien los define “van a su estilo” y los demás que se las arreglen como puedan o sepan. Laus Deo.
Su comandante don Pedro Mesía de la Cerda, por los combates relatados fue ascendido a jefe de escuadra, así como a los supervivientes de la dotación se les proporciono recompensas; llegando don Pedro al grado de teniente general de la Real Armada y Virrey de Nueva Granada, que desde hacía un tiempo y por herencia de su padre, llevaba el título de marqués de la Vega de Armijo siendo el segundo en la cronología; falleció en Madrid en el año de 1783. Aunque sólo fuera por los sucesos acaecidos al mando del Glorioso, serían suficientes sus merecimientos, para ser uno de los grandes marinos del siglo XVIII de la Real Armada Española.
Y como consecuencia, haber sido recordado como se le debe hacer a un héroe, pero esto, como que el nombre del propio navío, fuera puesto a otro buque de 74 cañones construido en Esteiro, cayendo al agua en 1755, interviniendo en combates como el de Finisterre; sufriendo una importante carena en la Carraca en 1805 dirigida por Honorato de Bouyon, que le alargo la vida hasta 1818, en que fue desguazado, desde entonces ningún otro buque de nuestra Real Armada a llevado ni el nombre del comandante y el suyo, lo que como siempre demuestra que si España tuviera que tener los buques necesarios, para honrar a todos los que se lo merecen, sin ningún lugar a dudas poco tendríamos que envidiar a la Marina de los Estados Unidos actual; pero lo más deshonroso es que hay nombres que se repiten con mucha facilidad y con menos merecimiento, siendo otros como éste olvidados y yo diría que casi despreciados, pero esto no es culpa de nadie en concreto, sino más bien de nuestro propio carácter, el cual desde luego no se puede cambiar de la noche a la mañana, esperando y deseando, que algún día sea posible el ver a tan Glorioso nombre en las aletas de popa de otro buque de la Real Armada.
Espero que con esto, al menos a los que nos gusta la Historia Naval de España, sirva como una inyección que contribuya a levantar ánimos y moral, propalando a los treinta y dos vientos de la Rosa de la Bitácora, una ínfima aportación de nuestra Historia, que como ya he dicho muy pocos nos la cuentan tal y como fue, pues siempre no perdimos y es más, en muchas otras ocasiones ganamos, (nada se le puede robar a nadie, que previamente no posea) ¿sino como se pudo conservar durante más de trescientos años, el para mi mal llamado “Imperio” siendo que además todo el era marítimo?.
«Podemos hacer cualquier cosa con la historia, salvo escapar de ella.» Abraham Lincoln.
«Podemos hacer lo que nos plazca con la Historia, menos cambiarla.» Benjamin Franklin.
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